martes, 13 de diciembre de 2016

A Fervenza


Fervenza, que se alza no seu santuario virxe.

Da furia perderon a cor as augas,

tan pálidas, tan albinas, tan brancas.

O xeado sol as agarima na súa orixe

e o verde, nas beiras, expándese cal sonata.



O torrente da vida fonte

ábrese camiño en liberdade.

Impetuoso, fero, con perigosidade.

Co tempo no azúl océano morre.

Mais reúnese cos seus veciños antes.



Natureza, ¿por qué estás pálida?

Branco o ceo, branca a espuma,

brancos os raios do sol e da lúa.

Pode que sinta a tristura das ánimas

cando a artifical tormenta as asusta.



Nace e morre no mar dos libros.

¡Ai, poesía, torrente das letras!

Xordes, cal chispa, na alma dos poetas.

Nace e queda no papel, no pergamiño.

¡Ai, literatura, torrente das verbas!


Cascada, que se alza en su santuario virgen.
De la furia perdieron el color las aguas,
tan pálidas, tan albinas, tan blancas.
El helado sol las acaricia en su origen
y el verde, en las orillas, se expande cual sonata.

El torrente de la vida fuente
se abre camino en libertad.
Impetuoso, fiero, con peligrosidad.
Con el tiempo en el azúl océano muere.
Mas se reúne con sus vecinos antes.

Naturaleza, ¿por qué estás pálida?
Blanco el cielo, blanca la espuma,
blancos los rayos del sol y de la luna.
Puede que sienta la tristeza de las ánimas
cuando la artifical tormenta las asusta.

Nace y muere en el mar de los libros.
¡Ay, poesía, torrente de las letras!
Surges, cual chispa, en el alma de los poetas.
Nace y queda en el papel, en el pergamino.
¡Ay, literatura, torrente de las palabras!

domingo, 20 de noviembre de 2016

La Biblioteca

Ahí va otro poema:

La Biblioteca

Paraíso divino para unos pocos,
bastión de la palabra de los muertos.
Desierto de árido polvo y ceniza,
lugar donde los libros habitan.
Terreno de la fantasía sin dueño,
rosa que florece primaveriza.

Por la esperanza crecen lirios,
regados por ella, amarillos y vivos.
Incansable sueño que nunca finaliza,
e inmediatamente otro comienza.
Surgen las palabras en la biblioteca.
En los libros el alma no se mata.

Olvidada, la palabra de los muertos
espera a alguien agasajar los ojos.
Olvidada, la palabra de los vivos,
espera, pacente, al ávido lector
y compartir su imaginación.
Rosa que se agita ante un suspiro.

Templo de magia ancestral,
que es eterno, que es colosal.
Música que se toca y se siente,
que no suena, que no oímos;
palabra silenciosa, eco frío.
Hablan personas que están ausentes.

¿Quién será el flamante afortunado?
¿Quién será el triunfante agraciado?
De una nueva aventura vivir,
(flores coloridas, joyas de oro,
como tales los libros son tesoro),
de nuevas emociones, sentir.

....................................................


A Biblioteca

Paraíso divino para uns poucos,

bastión da palabra dos mortos.

Deserto de árido po e cinza,

lugar onde os libros habitan.

Terreo da fantasía sen dono,

rosa que florece primaveriza.



Pola esperanza medran lirios,

regados por ela, amarelos e vivos.

Incansable soño que nunca remata,

e inmediatamente outro comeza.

Xorden as verbas na biblioteca.

Nos libros a alma non se mata.



Esquecida, a palabra dos mortos

agarda a alguén agasallar os ollos.

Esquecida, a palabra dos vivos,

agarda, pacente, ao ávido lector

e compartir a súa imaxinación.

Rosa que se axita ante un suspiro.



Templo de maxia ancestral,

que é eterno, que é colosal.

Música que se toca e se sente,

que non soa, que non oímos;

verba silenciosa, eco frío.

Falan persoas que están ausentes.





¿Quén será o flamante afortunado?

¿Quén será o triunfante agraciado?

Dunha nova aventura vivir,

(flores coloridas, xoias de ouro,

coma tales os libros son tesouro),

de novos sentimentos, sentir.




martes, 1 de noviembre de 2016

El Alcalde de Novaesmeralda

Aquí va uno de mis relatos:


El pueblo Novaesmeralda recibía la templada noche de mediados de julio con un gran acontecimiento que debatía a sus habitantes entre la indiferencia y la indignación. El alcalde acababa de ordenar la quema de todos los libros de la villa. Una gran hoguera que emitía olor a papel chamuscado se alzaba en el centro de la plaza del ayuntamiento, alentada por la brisa veraniega. Sus edificios antiguos se mostraban bañados con un rubor anaranjado ante tal colosal pila de fuego. El día ya había agonizado y los libros, escritos por diccionarios de palabras, por diccionarios de sentimientos y emociones humanas, ardían. El poder de la palabra en papel se esfumaba entre llamaradas de humo, que danzaban al compás de los rayos de la alta y pálida luna menguante.

Pablo, como otros, se traicionó a sí mismo arrojando su libro favorito a la hoguera; cuyo autor había sido lo más cercano a la idolatría que tuvo jamás. Así, Shakespeare se juntó a Cervantes, Espronceda, Bécquer, Rosalía de Castro y muchos otros en la tumba de fuego. La plaza repleta de transeúntes, creaba más expectación que las criaturas de feria ambulante o animales de circo que, a menudo, se dejaban caer por Novaesmeralda. El pueblo sangraba por los libros desterrados.

—La incineración de la cultura —escuchó decir Pablo a José, un profesor de su modesto colegio que siempre tenía consejos sobre libros para cualquiera que estuviera interesado en escucharle—. Parece que el fuego es el arma de los poderosos contra el saber. Como la inquisición contra aquellas brillantes mujeres que hacían pasar por brujas.

—Hoy el pueblo está de luto —murmuraba Helena, con su translúcido rostro compungido, cuando Pablo se juntó al corrillo de sus amigos, atestado de una incierta inquietud interna. Helena adoraba leer y tenía risa fácil, pero en aquella ocasión ese rasgo estaba dormido. En cambio Andrés, se mantenía mirando con gesto sabio la casa del alcalde en la plaza del ayuntamiento. Adoptaba su típico gesto de entendido cuando quería decir algún chisme, o algo que nadie más supiera. Verdaderamente, parecía enterarse de todo gracias a su padre, Roberto. Roberto paraba poco por casa y solía dar paseos o mezclarse en las tertulias de los bares cuando su trabajo de vigilante le dejaba tiempo libre. Su mujer no hacía preguntas, exceptuando las que tenían que ver con cotilleos. Era feliz en casa, cuando no peleaba con el rebelde de su hijo Andrés.

—Lo que dices es imposible. Es cierto que ese tío es un desalmado, pero de ahí a lo que tú afirmas… —comentaba Magdalena. Una ruda amiga de Pablo a la que le encantaba llevar la contraria pero que le gustaba ser partícipe de sus elucubraciones.

—Mi padre vio a la bruja entrar en su casa esa noche. Hacedme caso, el alcalde ha hecho un pacto con el diablo. Ha vendido su alma.

Luis rio y asintió como solía hacer cuando escuchaba palabras que no llegaba a entender bien. Aunque lo cierto es que Luis siempre reía, no importaba la situación. Cosa que sacaba de quicio a sus padres y profesores. Nunca parecía tomarse nada en serio. Excepto cuando perdía partidas a las cartas. Por otro lado, el resto de amigos del corrillo escuchaban impresionados a Andrés.

No era el primero de los rumores sobre el alcalde de Novaesmeralda. Temido y querido al mismo tiempo, Alberto había llegado hace diez años al pueblo. Entre la incertidumbre, lo único que se sabía y, de hecho, se supo con certeza sobre su vida fue que había combatido en la guerra y se había casado en dos ocasiones. Por un lado amado, pues mejoró la economía del pueblo atrayendo a prósperas empresas, logrando pactos favorables para la política y mejorando, en general, el progreso de la localidad. Pero a la vez temido, debido a las sospechosas muertes y destrucciones de carreras de personas alrededor de su persona. Además, la figura de Alberto hacía recelar a sus habitantes por su carácter ermitaño. Apenas salía de su casa en el ayuntamiento, ni siquiera para pasear, y solía apalabrar sus negociaciones a través de segundos, evitando el contacto directo con la gente.

Una figura silenciosa se encaminaba también desde las afueras de Novaesmeralda hasta la puerta trasera de la casa del alcalde. Se trataba de la doctora Ramírez. Era una mujer poco expresiva que durante el camino se preocupaba de que las piedras del arenoso camino no ensuciase sus cuidados y caros zapatos. El alcalde Alberto era otro más de los peces gordos de su lista de pacientes. Los altos cargos la querían a ella como médico. No sólo por su experiencia y conocimientos, sino también por su profesionalidad y secretismo. Discrección, rigor, objetividad. Valores que destacaban en ella. Pacientes que se curan, pacientes que siempre padecen, pacientes que mueren. Era el pan de cada día para ella que apenas le importaban, sin contar el salario que obtenía por ello, fuese quien fuese.

 La doctora Ramírez no estaba, en absoluto, intimidada por ver a tan polémico dirigente. Esperaba obtener de él quizás algún empujón en su inmaculada carrera. No obstante, la doctora traía malas noticias. A pesar de que no despertaba ninguna emoción en ella ni parecía mostrar empatía por sus pacientes, dar malas noticias era la parte que menos le gustaba de su trabajo. Nunca se sabía cómo podría reaccionar la gente.

Le sorprendió ligeramente la precaución por cómo la hicieron entrar en casa del alcalde. Sabía que el pueblo estaba realizando una fiesta para quemar libros, y se le antojó una barbaridad sin sentido. Polvo a polvo, los libros se desintegraban por el rostro escarlata de su prematura muerte. Pero ella no residía allí y las decisiones que se tomaran en Novaesmeralda no le incumbían. Los vigilantes apenas le echaron un vistazo, los sirvientes de la mansión de piedra ni la miraban, exceptuando un mayordomo con el que apenas tuvo contacto visual. Nadie parecía querer reparar en ella. Mientras que la luna contemplaba la escena, impasible.

La estancia del alcalde Alberto era digna de un dirigente aunque parca en decoración. La doctora miró instintivamente hacia abajo al entrar, ya que le recordaba a un cuarto de un empresario que había atendido hace poco en la que tropezó con su alfombra; pero esta vez no había alfombra. Llamó su atención la fina capa de polvo que había en algunos muebles como si nadie acudiese a limpiar allí con asiduidad. Las paredes guardaban secretos y los muebles callaban, envueltos en un halo de misterio. Menos un cuadro firmado por el mismo alcalde. Permaneció mirándolo, impresionada. Todo artista suele tener su toque de incomprendido, pero lo que había en ese cuadro estaba más allá de la incomprensión. Se preguntó qué habría en la mente del alcalde para motivarlo a crear esos enrevesados hilos de colores un tanto atormentados. Y, sentado sobre un sillón verde, al final de la habitación, se encontraba Alberto, el famoso alcalde.

A pesar de que la doctora Ramírez solía ser una mujer inmutable, Alberto le dio escalofríos. Si un color lo definiese sería el gris, en su opinión. Cabello de hebras de plata y tez morena y cenicienta. Su mirada semejaba vacía y en su rostro era más difícil interpretar una expresión que en la “Gioconda” de Leonardo Da Vinci. Volviendo a reparar en su último pensamiento, se fijó en su rostro inexpresivo. Ningún asomo de emoción afloraba en su rostro. Simplemente permaneció observando a la doctora con mirada hueca y ojos sin vida, como en la oscuridad de un túnel sin salida.

—Buenas noches, alcalde —saludó la doctora, incómoda. Sentía que aquella mirada la estaba taladrando.

—¿Y bien? —se limitó a responder el alcalde sin ápice de movimiento en su cara.

—En vista de las pruebas se le ha detectado un tumor…

—¿Cuánto me queda? —Pregunta impasible Alberto, haciendo un ademán con la mano como si le estuviera restando importancia al asunto.

—Con tratamiento…

—No quiero tratamiento que me haga vivir sufriendo.

La doctora se estaba desesperando de que el alcalde no le permitiese hablar. Y, su reacción, otra de las tantas que había presenciado a lo largo de su carrera.

—Debe tratarse. Quizás pueda ganar cuatro años más de vida.

—Doctora, mi pregunta es cuánto me queda y no pienso medicarme.

Ramírez tomó aire. Realmente le desagradaba aquel hombre. La mayor insolencia no era que no quisiera aferrarse a unos pocos años más de vida, sino que no le permitía realizar su trabajo.

—Así, sin más, unos dos años. Pero insisto, podría ganar años o incluso producirse un milagro médico y vivir mucho más…

—Los milagros son peligrosos y muy caros —se limitó a responder, tranquilo y neutro, Alberto—. Puede marcharse.

Aquello sentó a la doctora Ramírez como una bofetada. Se fijó en la mirada azabache del alcalde que permanecía vacía y sin asomo de sentimiento ante tan terrible noticia. Aun acabando de recibir la noticia de su prematura muerte, el hombre no mostraba ningún atisbo de emoción. La doctora agarró su maletín de piel y se marchó frustrada, pero obediente; incapaz de acceder a la oscuridad que lo envolvía. Siempre había pensado que la enfermedad era algo que se podía combatir y aplazar, incluso vencer. Pero los entresijos que no lograba entender de la mente de Alberto le inhabilitaban su acción. El mal de su cuerpo había vencido a su mente y a sus ganas de vivir.

Una segunda figura entró en la casa del alcalde esa noche. A pesar del secretismo, los guardias, sin evitarlo, se fijaron en que era una mujer joven que vestía estrafalariamente e, incluso, semejaba paranoica. Miraba hacia todos los lados pero sin reparar en nada exactamente. Fulares, bisutería… no parecía del pueblo.

—Dos mujeres la misma noche —comentó un guardia con sonrisa grotesca.

—El alcalde también tiene derecho a divertirse —respondió el otro y estallaron en risas.

La joven se llamaba Lisa y era una hechicera bastante reconocida para su temprana edad. Un escalón, tres escalones, cinco escalones. ¿Qué querría de ella el alcalde? Nueve escalones. Sabía que había visto hace años a la bruja Eugenia y esa no tenía escrúpulos. Quince escalones, diecisiete escalones, nadie a la vista. ¿Qué barbaridad habría hecho Eugenia con el alcalde? Cuando dos personas sin escrúpulos se juntan no se puede esperar nada bueno. Lisa seguía contando los escalones y examinando el ambiente para descartar amenazas. Sabía que ella misma tenía una enfermedad mental y, aunque hubiese gente que lo atribuyese a sus poderes como hechicera, Lisa sabía cuándo debía distinguir entre ciencia y entre magia. Para ella, sus conocimientos  el interior de su pensamiento correspondían sólo a ella y a nadie más. Rara vez se paraba a pensar en asuntos de interés común. Su relación con el mundo y las personas se había tornado algo muy automático, relegado a la intuición. Veintiún escalones, veintitrés… ya está. Llegó a la primera planta recordándose a sí misma que estaba a la altura de la situación. Se había formado por todo el mundo en magia en toda su vida. Chamanes de áfrica, monjes de la India, brujos de Europa… Fuera lo que fuera lo que había hecho Eugenia ella podría superarlo. No obstante, no sabía qué encontraría en la habitación que tenía ante ella. El alcalde había sido muy breve en su carta.

Entró tras haber llamado tres veces con una breve respuesta en la estancia. Se le antojó un lugar tenebroso y ceniciento, falto de color. Pero él. ¿Cómo lo describiría? Aparentemente un hombre de mediana edad serio, pero a la vez como si se tratase de un fantasma. Inexpresivo, sin mostrar seña de saludo. Era extraño, como los días sin amaneceres. Semejaba que faltaba algo en él. Parecía que le habían amputado algo sin darse exactamente cuenta de qué. Tras escasos segundos observándolo minuciosamente, se percató. Un chakra.

Se acercó sin mediar palabra y le tocó el corazón. Ambos inmutables. Ambos mirándose. Pero nada romántico en ello.

—¿Qué te han hecho? —Preguntó triste Lisa. Estaba desconcertada, vencida, sin poder reaccionar—. Te han arrancado el chakra del corazón.

—Me han arrancado el corazón —contestó el alcalde Alberto.

—¿Por qué semejante atrocidad?

—Te has dado cuenta en seguida. Los rumores de tu eficacia son ciertos —comentó, imperturbable, el alcalde.

—Pero… ¿por qué? —. Se limitó a responder la hechicera. Nunca hubiese imaginado tal cosa. La bruja Eugenia era más malvada de lo que había pensado.

Alberto suspiró y se sentó. Aun sin mostrar un ápice de emoción. Al fin y al cabo, no tenía corazón. Lisa hizo lo mismo en un sillón verde musgo a sus espaldas. La luna se filtraba con halos de plata entre las cortinas del ventanal y aun se distinguía el manto escarlata de la luz que emitían las escalofriantes hogueras de libros.

—Pasé por una guerra. Muertes, mutilaciones, heridas tanto físicas como psicológicas —comenzó a hablar el alcalde—. Compañeros que nunca olvidaré, muertos olvidados ya, parientes que suplicaron ayuda que nunca pude conceder, represalias, torturas, traiciones, hijos que quedaron sin padre, padres que quedaron sin hijos… no obstante, pude con ello. Luego llegó Priscila y su muerte fue como una nueva tortura, peor que las que sufrí en la misma guerra. Y llegó Amalia, con sus aventuras y su rechazo. Se aprovechó como quiso de mí, de mi dinero, de mis sentimientos… Tras tanto sufrimiento no me veía capaz de seguir viviendo. Quería arrancarme el corazón, arrojarlo a las llamas de la chimenea. Cada error, cada vaso caído, cada fallo era un nuevo martirio para mí. Ya no sabía lo que era la felicidad. Fui débil, no fui capaz de sobrellevar mis emociones.

>>Por ello me puse en contacto con la bruja Eugenia. Ella me comprendió y me ofreció una alternativa aunque hasta a mí se me antojó fuera de lo normal. Me ofreció anular el chakra de mi corazón, o lo que es lo mismo, arrancarme el corazón y cualquier forma de sentimiento que pudiese florecer en mí.

>> El resultado fue instantáneo. Fui libre. Podía hacer lo que se me antojase sin sentir nada. Y sin sentir nada me sentía bien. Me levanté, me superé, me convertí en alcalde y traje prosperidad a este pueblo. Vivir sin sentimientos es alcanzar la libertad. Obrar libremente sin culpas, decepciones, frustaciones… Pero es una libertad maldita, incluso antinatural. Aunque el animal es natural y por naturaleza actúa sin emoción, sin orgullo, sin culpa… Sin embargo, al ser humano le hacen creer que hace sentir cuando actúa. De todas formas, había una forma de que sintiese algo. Los libros. Cuando leía un poema, una novela, un ensayo, una obra de teatro; sentía. Las palabras hacían revivir en mí lo ya olvidado. Incluso con lo que no era capaz de notar emoción, sentía la frustración por ello. Transportado a mentes de otros personajes que describían sus sentimientos, en mí afloraban los míos. Llegó el punto en el que no pude soportarlo y ordené quemar todos los libros del pueblo.

>>Hace poco me he enterado de que me estoy muriendo. Lo sabía antes de que me lo certificara la doctora. Un tumor. No obstante, en cuanto fui consciente de ello reparé en lo que había hecho. ¿No es cuándo nos hacemos conscientes de nuestra propia muerte cuando nos sentimos más vivos? Reparar en que dentro de poco moriré hizo volver algo en mí. Creo que se trata del ansia de sentir emociones de, como he dicho, volver a sentirme vivo—. Hace una pausa y mira a Lisa penetrantemente—. ¿Podría devolverme el corazón?

En contraste con la inexpresividad del alcalde, en el rostro de Lisa podría entreverse la pena y el asombro que el relato habían causado en ella. La emoción, mezclada con la expectación ante semejante reto, la invadía progresivamente. Se revolvió las manos, nerviosa, para luego apoyar su mejilla en su puño derecho.

—¿No es lo que siempre habías querido? —Preguntó con un hilo de voz. La brujería podría trabajar con corazones intactos, enteros, elásticos, rotos, partidos. Sin embargo, haber eliminado el chakra del corazón y volver a instaurarlo no sería fácil. Un corazón, tantas veces regalado. Ahora muerto, sin dueño.

—Ya no.

Los empleados de la casa del alcalde se preguntaban el porqué de las extrañas tonalidades de voz, de los ruidos y los gritos que esa noche se produjeron en el cuarto de Alberto hasta el amanecer. Sabían que había una señorita, y los vigilantes pensaban que se trataba de una noche loca. Era algo extraño. Al alcalde no le gustaban las visitas y, mucho menos, por la noche. Finalmente, al alba la extraña doncella marchó de la casa en un mar de lágrimas.

Dolor. ¿Por qué tuvo que ser esa la primera emoción que tuvo que sentir Alberto al recuperar su corazón? Hecho un ovillo torturado en su estancia, el torrente de emociones que creía desaparecidas volvió a él. Comenzó a ser más consciente de todos sus actos en los últimos años. Gente asesinada, gente cuyas carreras y reputaciones fueron arruinadas, personas que por su culpa se sumieron en la pobreza… Recordó las palabras de Lisa: “Ahora has de reconstruir tu mundo”. Decidió que sería fuerte y empezaría de nuevo mientras tuviera tiempo.

A los habitantes del pueblo les sorprendió la nueva orden del alcalde. Fue convocado un nuevo festejo en el que se repartirían libros gratuitos para todos los habitantes. Nadie comprendía nada pero pensaban que se trataría de una nueva argucia de Don Alberto para traer prosperidad al pueblo. Aquella noche la alegría brillo en toda la fiesta. Hubo una sorpresa. El mismísimo alcalde bajó a celebrarlo.

Las copas de los árboles brillaban con luces; las llamas ya no quemaban los libros, sino que los alumbraban en las casetas repletas de obras para que los habitantes eligiesen cual quedarse, cual devorar. El alcohol corría por los bares y la gente bailaba al compás de una orquesta. Solo el alcalde parecía no disfrutar. Se paseaba entre la multitud mirándolos con gesto nostálgico. No se sentía cómodo, como si fuese ajeno a todo ello y no mereciese sentir la alegría que sentían el resto de las personas.

—Gracias por devolvernos los libros —lo sorprendió el pequeño Pablo cuando se cruzó con él.

El alcalde lo miró con curiosidad y le sonrió antes de que se marchara con ligeras zancadas a reunirse con sus amigos. La sonrisa. La creía muerta en su rostro. Se le antojaba ahora una mueca forzada que no sabía si se vería incluso estética. Pero debía sonreír.

Alberto se dirigió a la caseta que vendía libros menos concurrida. El toldo era azotado por la infatigable brisa marina del este. Aún seguía siendo un lobo solitario y quiso apartarse momentáneamente de la marabunta. Pero unas delicadas manos blancas tropezaron con las suyas.

—Perdóneme, señor —una voz suave y dulce se disculpó a su lado. No había reparado en la joven que acababa de llegar a la caseta.

Alberto se giró para sonreírle pero, al verla, se quedó helado. Algo se removió dentro de él y volvió a notar las llamadas “mariposas en el estómago”. Larga melena repeinada con bucles castaño claro, vestido con remiendos que semejaba ser vestigio de una cara pieza de costura; quizás demasiado gastado pero muy caro en su compra. Y un palo alargado en su mano izquierda mientras que con manos hábiles de quien ha perdido un sentido rebuscaba algo entre los libros en braille. La muchacha era ciega. Solo que aquello no detuvo al alcalde Alberto.

—No se disculpe, señorita. Daría lo que fuera por que sus manos rozasen otra vez las mías —dijo, tras una pausa.

—¿Daría su corazón? —Replicó, poco impresionada, apuntando a saber dónde con unos ojos que no veían. El viento peinaba sus cabellos en un tocado de rizada melena salvaje. A Alberto le parecía que esta mujer emanaba algo. Quizás luz, quizás calor. Hasta su mirada inerte estaba llena de vida. Sintió que ya estaba perdido.

—Sé lo que es no tener corazón. Ya lo he dado una vez. Y no me importaría entregárselo ahora a usted.

La chica rio dulcemente y comenzó a mostrarse nerviosa y a tocarse el cabello.

—¿Sabe una cosa, señor? Soy ciega. Y no ciega de amor. Ni ciega de odio. Ni siquiera ciega para no ver los males del mundo. Soy ciega de verdad. Tan ciega como ahora quiero llevarme un libro en braille y necesito un bastón para poder moverme.

—Lo sé. ¿Qué importa eso? —replicó, sin ser vencido por su angustiada confesión.

—No juegue conmigo.

—Jamás.

No abandonaría la escena todavía, ya que la osadía era uno de sus atributos más fuertes.

—¿Cómo se llama? —Inquirió la muchacha tras una pausa—. Yo soy Esperanza.

—Yo soy Alberto.

—¿El alcalde? Entonces es cierto que usted no tiene corazón.

Alberto rio y comenzó hasta adorar los raídos zapatos de Esperanza, sin poder evitar rendirse a sus pícaras palabras.

—Lo he recuperado —respondió burlón.

—Entonces demuéstrelo.

—Ya he traído mucho dinero y prosperidad al pueblo. Ahora comenzaré a tomar medidas para ayudar a la gente y realizar obras de caridad.

—Estoy totalmente de acuerdo. Pero creo que usted va muy rápido conmigo —replicó frunciendo el ceño Esperanza.

—Vayamos despacio, pues —. Alberto estaba feliz. Hacía mucho que no sentía la felicidad. Bendijo su decisión de recuperar su corazón. Puede que hubiese hecho mucho mal pero el amor es la mejor medicina para curar cualquier herida del alma—. ¿Bailaría usted conmigo, Esperanza?

—Sí —aceptó sonriente Esperanza, buscando el brazo del alcalde. Su hueca mirada también denotaba felicidad—. Y cuénteme, ¿cómo es que no tenía corazón?

—Es una larga historia —culminó, esperando por un venturoso nuevo momento antes de que las sombras de su enfermedad apagasen la llama de los latidos de su corazón, recién recuperado.


domingo, 30 de octubre de 2016

Soneto a la luna/ Soneto á lúa

Otro poema en castellano y gallego! (Todos mis poemas y relatos están registrados así que no os molestéis en plagiarlos ;) ) Esta vez un soneto:

Agonizó el día, llegó la luna.
Lucero que suspira por los sueños
en la esencia de las noches de otoño.
Lucero de la noche, noche que hace suya.

Luna llena en la noche más oscura.
No hay faro más luminoso.
Luna nueva, luna azul. Luna a lomo
del caballo de las tinieblas puras.

En el océano rayos de plata,
El búho comienza su canto,
un clavel, en la sombra, agacha.

¡Ai! Luna brillante, luna blanca.
¿Cál es tu secreto sagrado
que en tu ausencia del día guardas?

....................................................


Agonizou o día, chegou a lúa.

Luceiro que suspira polos soños

na esencia das noites de outono.

Luceiro da noite, noite que fai súa.



Lúa chea na noite máis escura.

Non hai faro máis luminoso.

Lúa nova, lúa azul. Lúa a lomo

do cabalo das tenebras puras.



No océano raios de prata,

O moucho comeza o seu canto,

un clavel, na sombra, agacha.



¡Ai! Lúa brillante, lúa branca.

¿Cál é o teu segredo sagrado

que na túa ausencia do día gardas?

Estrella / Estrela

Tras mucho tiempo sin escribir aquí os dejo uno de mis poemas en castellano y gallego. Está registrado así que nadie me lo plagie.

Luciérnaga errante de la noche.
Noche calmada y constelada.
La luna, reluciente y pálida
Bañándola con melodía de plata.

Le decía el joven a su chica:
"quiero ponerle tu nombre la una estrella,
Más brillante y reluciente que venus
Destacarás, brillante entre ellas.

Quiero que una constelación
Leve tu nombre, tu belleza,
Tu palidez, de todas la más bella.
Y la estrella polar morirá de envidia.

Más brillante que Vía Láctea,
Así destaca tu alma.
Pareces rosa de la alba
Por la llovizna rociada.

En el cielo de noche resplandecerás
Despuntando en el horizonte.
Pareces lucero entre el universo
Llegando, en el infinito, más lejos.

Suspirarán por ti los viajeros.
Con el alma iluminarás el océano,
Entre las perseidas, entre los cometas.
Querrán saber tu nombre los niños.

Serás inmortal a los ojos nocturnos.
Cuando el sol se agache en la noche de verano
Reinarás en el firmamento. Y viva y fuerte
En las noches en verla siempre me acompañarás".

...............................


Vagalume errante da noite.

Noite calmada e constelada.

A lúa, refulxente e pálida

Bañando a con melodía de prata.



Decíalle o mozo a súa moza:

“quero porlle o teu nome a unha estrela,

Máis brillante e refulxente ca venus

Destacarás, brillante entre elas.



Quero cunha constelación

Leve o teu nome, a túa beleza,

A túa palidez, de todas a máis bela.

E a estrela polar morrerá de envexa.



Máis brillante ca Vía Láctea,

Así destaca a túa alma.

Semellas rosa da alba

Polo orballo rociada.



No ceo de noite resplandecerás

Despuntando no horizonte.

Semellas luceiro entre o universo

Chegando, no infinito, máis lonxe.



Suspirarán por ti os viaxeiros.

Coa alma iluminarás o océano,

Entre as perseidas, entre os cometas.

Querrán saber o teu nome os nenos.



Serás inmortal aos ollos nocturnos.

Cando o sol se agache na noite de verán

Reinarás no firmamento. E viva e forte

Nas noites en vela sempre me acompañarás”.



martes, 29 de marzo de 2016

Por erradicar el maltrato animal

"Si nos pinchan, ¿acaso no sangramos?  Si nos envenenan, ¿acaso no morimos? Y si nos agravian, ¿no debemos vengarnos? Si nos parecemos en todo lo demás, nos pareceremos también en eso."

El mercador de Venecia (William Shakespeare)

A quien maltrata a un animal, que aplaude como la gente ríe mientras un toro sufre torturado hasta la muerte. A quien golpea sin reparo a un perro o a un gato. A quien caza animales del bosque. En resumen, a  quien daña y mata a animales.

Es un psicópata. Sí, puede que descargues tus maltratos sin corazón en pobres animales porque en realidad te gustaría hacerlo con humanos más no te atreves porque ahí la ley sería más dura. Realmente creo que la ley debería  condenar con penas más fuertes el maltrato animal. A lo mejor así se lo pensarían dos veces antes de golpear  a un gato.

Es de cobardes. Te cebas con un ser que no se puede defender. Hasta lo drogas o lo atas para evitar que te haga nada. ¿Se lo harías a un niño? ¿Te gustaría que alguien se lo hiciera a tu hijo? Claro que no, pero para el caso es lo mismo. Puede que un león consiga matar a un humano, pero realmente el ser humano con toda su tecnología y armas es más fuerte que cualquier animal. De ahí que sea un acto de cobardía hacerle daño a un ser indefenso que no nos ha hecho nada. Está claro que sería justificable si el animal en cuestión quisiera atacarnos. Pero lamentablemente en la mayoría de los casos no es así.

Es de un ignorante. Quizás piensan que los animales son seres inferiores que no merecen  respeto y cuidado. He de decir que son seres vivos que sienten, piensan, aman como nosotros. Además, si lo tratas bien, un animal te dará todo su cariño y amor incondicional e, incluso, te cuidará. No sabes el dolor que le causas a un perro cuando en lugar de darle el cariño que espera le devuelves una paliza. 

Deberíamos parecernos a las increíbles personas, los héroes que cuidan a los animales y los protegen. Esa gente es digna de la mayor admiración y hace pensar que el ser humano vale la pena y realmente está mejorando. Todos deberíamos deleitarnos con la belleza de la naturaleza en su esplendor; incluyendo a todos sus seres vivos; incluyendo a todos los animales. La inocente mirada de un gato, los ladridos de alegría de un perro, la suavidad de su piel, su belleza... Este planeta nos ha dado la vida y nos corresponde cuidarlo y no destruirlo. Eso incluye a todos sus seres vivos también.

Está justificado matar ciertos animales para alimentarnos. Al fin y al cabo, ellos también lo hacen. Pero respetándolos y evitándoles sufrimiento. Espero que algún día estas prácticas desaparezcan y, con ello, el mundo sea  un lugar un poco mejor. 

jueves, 18 de febrero de 2016

Vive

Vive. La vida es una bella historia de la que somos protagonistas. Sueña. Lucha y persigue tus sueños. Pero has de tener un plan b que te de estabilidad ya que el mundo está repleto de sueños rotos. No obstante, no hagas caso de lo que te digan. Confía en ti, ignora las envidas, no temas, no dudes, ve a por ello. Lucha por tus sueños, desde los más desmesurados ante los más humildes. Y también por todos tus objetivos, metas y propósitos. No te limites sólo a soñar, ponte en acción. Cada día, paso a paso, pon en marcha tus planes. Roma no se construyó en un día y, paso a paso, se caminan quilómetros. Tú eliges tu profesión y que ninguna persona la ponga  en duda. Que nadie te ningunee y que nadie te diga que no puedes. Si miles de personas lo lograron ante que tú… ¿por qué tú no?

Vive la vida como un camino lleno de rosas y espinas en el que debes transportar una cuchara con un caro material que no debe ser derramado. El truco está en vigilar que no se derrame mientras contemplas las maravillas y amarguras de la vida. Vive. Sigue el camino mirando hacia atrás para revivir las alegrías y recordar cuáles han sido los errores vividos para no repetirlos. En la vida es imposible dar marcha atrás, así que a continuar. Disfruta y aprovecha el presente. Carpe Diem. YOLO. Y mira hacia delante con esperanza y optimismo sin perder nunca de vista tus objetivos. No esperes a mañana, vive hoy. Vive. No trates de comprender la vida, vívela.

Vive. Decía Oscar Wilde que podemos pasarnos años sin vivir en absoluto, y de pronto toda nuestra vida se concentra en un solo instante. Aprovecha ese instante. Que el momento haga la diferencia.
Decía Abraham Lincoln que al final no son los años de vida, sino la vida de los años lo que importa. Disfruta, celebra, ríe, sonríe, vive. Haz ejercicio, mantente en forma. Lee. Lee libros que te hagan vivir más vidas que la tuya, que te hagan viajar, que te transporten a otro mundo, que te hagan pensar e incluso dudar. Escucha música. Come, bebe, date caprichos (aunque en justa medida). Trabaja pero tómate tiempo libre. Viaja, conoce otras culturas y no tienen que estar precisamente al otro lado del mundo. Quizás con viajar cien quilómetros ya descubras otra forma de pensar. Abre tu mente. Llénate de buenos valores. Cuídate para llegar lejos. Dale endorfinas a tu cerebro haciendo deporte y oxitocina llevando a cabo buenas obras. Intenta dejar huella y ayuda a que este mundo sea un lugar mejor. Planta árboles, cuida animales, ayuda a la gente que lo necesita aunque no te lo pida…

Vive, convive. Vive y deja vivir. Respeta al otro y ten en cuenta el dicho que tu libertad empieza donde acaba la de los demás. Ama. Haz amistades. No sólo amor romántico. También amor por tu familia, amigos, mascotas e incluso el prójimo a secas. El amor es el motor del mundo y, como tal, conllevas alegrías y amarguras. Pero, por si alguna vez te lo preguntas… Sí, vale la pena.

En resumen… VIVE.