miércoles, 27 de diciembre de 2017

El camino que nadie quiere nombrar

Ya está disponible en Amazon mi novela "El camino que nadie quiere nombrar", en formato ebook. En un post anterior os he ofrecido un adelanto de tres capítulos. Os invito a que la descarguéis en el siguiente enlace:
https://www.amazon.es/s/ref=nb_sb_noss/258-8530352-7872444?__mk_es_ES=%C3%85M%C3%85%C5%BD%C3%95%C3%91&url=search-alias%3Daps&field-keywords=el+camino+que+nadie+quiere+nombrar

Aquí va el cuarto capítulo, para que os hagais una idea:



                                           4
Empiezo a correr lo más rápido que me permiten mis piernas y, debido a mi práctica, es una velocidad considerable. Mi casa se encuentra en el centro de la capital así que no está muy lejos. Recorro las calles del camino con memoria experta y habituada. De hecho, los habitantes de Lanan solemos movernos o a pie o a caballo. El otro vehículo más rápido que tenemos el carro. Y, según he estudiado en los libros de historia, antes no era así.
Lo que sucede es que, tras la gran guerra de hace cien años, los recursos energéticos habituales de los humanos (petróleo, combustibles, pólvora etc) desaparecieron debido al gasto y derroche de ataques y armamento. Además, la magia también jugó un gran papel en ello. Una estrategia de los brujos fue esa, dejar a los no mágicos sin sus fuentes de energía. Como contraataque los mágicos también dejaron a los brujos sin ese tipo de fuentes de energía. Según nos cuenta el gobierno y según hemos estudiado, él único recurso energético que utiliza actualmente Hafix es su propia magia. Es muy limitada en ese aspecto así que nos describen Hafix como un mundo poco desarrollado, parecido a la antigua Edad Media. Todos nos hemos preguntado cómo será realmente y yo decido que pronto lo sabré por mis propios ojos.
Así pues, solo nos queda la electricidad. A pesar de ello, no hay dinero para mantener muchos generadores. Por lo tanto, no es muy utilizada. Más bien es controlada por el gobierno para sus propios intereses. Y, como vivimos en una cultura de guerra, para la propaganda de esta: con televisores y pantallas gigantes en todo el continente. Es cierto que también poseemos vehículos eléctricos pero es demasiado caro mantenerlos, incluso para el gobierno. He estudiado que antiguamente también había armas de fuego y armas nucleares. Ahora no podemos permitírnoslas y volvemos a luchar con espadas.
A medida que avanzo entre las poco transitadas calles de la ciudad mi plan va cobrando forma en mi cabeza, como una chispa que se enciende y ya no se puede apagar. Adivino que la mayoría de la gente estará ya en sus casas, meditando la situación que se avecina y añorando a sus seres queridos reclutados, por eso casi no encuentro a ninguna persona por mi camino.
Precisamente la parte del plan que más problemática me podría resultar es la que me parece más sencilla. Llegaré desde la capital a la frontera de Daos mediante mi segundo poder mágico: el teletransporte. A mi madre casi le dio algo cuando yo tenía tres meses y vio que había aparecido desde la trona a la cuna por arte de magia. Fue en ese preciso momento cuando descubrió que yo era una bruja.
A pesar de que no controlo mucho mis poderes porque nunca he podido utilizarlos libremente, sé que lo conseguiré. Estoy tan decidida a llegar a la frontera con mi poder que sé que no fallaré. No existe otra alternativa, debo teletrasportame y lo lograré. Por primera vez en mi vida siento una emoción hasta entonces desconocida: estoy orgullosa de ser bruja. Toda la vida he estado avergonzada de ello, debido a la represión del continente de Lanan sobre los brujos, pero hoy siento lo opuesto. Ya que, mi poder puede significar que mis seres más queridos sobrevivan.
El plan parece perfecto. Escribiré una nota para la señora que se encarga de las tareas de mi casa en la que le contaré que he partido en barco junto al resto de los soldados por decisión de Dani y que, además, es un asunto secreto. Sé que ella no lo cuestionará ni sospechará. Confía en nosotros y siempre se le ha dado bien guardar nuestros secretos. Después cogeré provisiones y me prepararé para el viaje y, finalmente, me teletransportaré a la frontera con Daos lo antes que pueda.
Cuando por fin llego a mi casa actúo muy rápido. Escojo y guardo las provisiones en mi mochila especial para la guerra, que me ha regalado Dani hace dos años y apenas he tenido ocasión de utilizar. Guardo ropa, alimentos que pueda necesitar, armas y utensilios que sean útiles para la supervivencia (como linterna, cerillas, medicinas, cuerda entre otras cosas). Garabateo apresurada la nota para la encargada de la limpieza y la deposito sobre la mesa del recibidor. Sé que ahí la verá.
Sin embargo, no puedo evitar observar mi casa con aire nostálgico, a pesar de que aún no he partido. Paseo entre sus paredes recordando los momentos vividos en ella, el lugar donde crecí. Porque una parte de mí se da cuenta de que no la volveré a ver y, también, de que seguramente no volveré con vida.
Percatarme de ello no me asusta. Tengo claro los riesgos de mi plan y está claro que lo más probable y seguro es la muerte. Pero la otra opción sería quedarme aquí y esperar resignada a observar cómo se desarrollan los acontecimientos sin mi intervención. Yo nunca he sido así. Nunca me he quedado a esperar resignada. Siempre he sido dueña de mi destino y lo seguiré siendo, sin confiar en la suerte.
Por otro lado, pienso que el fracaso no es una opción. He de conseguirlo y confiar en ello me dará fuerzas para lograrlo. Me mentalizo de que soy capaz, ya que he sido entrenada durante toda mi vida para ocasiones como esta.
Me pongo manos a la obra y, con todo listo y preparado, agarro un viejo mapa del continente de mi hermano y localizo la frontera con Daos. La visualizo con mucha concentración y cierro los ojos imaginándome que aparezco allí. Sorprendiéndome incluso a mí misma, ya que no estoy habituada a utilizar mi poder, aparezco justo dónde quería. Pero no ha salido tan bien como esperaba.
Estoy en una explanada de arena ante un oscuro cielo repleto de nubes de las que se asoman los plateados rayos de la luna. Me encuentro entre dos grandes murallas; ambas de piedra gris, según lo que mis ojos en la penumbra de la noche pueden distinguir. Solo que no contaba con el estrepitoso ruido de una alarma sonando. Permanezco paralizada porque no sé qué significa.
De pronto, escucho pasos de gente corriendo hacia a mí y sólo se me ocurre una idea: alejarme corriendo de ellos lo más rápido que pueda. Comienzo a correr en dirección opuesta a los pasos justo cuando logro ver a dos mujeres y un hombre con uniforme de guardias avanzando velozmente hacia mí.
—¡Detente! —Vocifera una de las mujeres con una voz ronca y potente.
La ignoro y observo como la primera flecha que me disparan pasa por encima de mi cabeza pero sin alcanzarme. Decido apresurar más mi carrera, preguntándome si lanzarán más flechas y sabiendo que no puedo hacerles caso ni hablarles porque intentan matarme.
La segunda flecha me roza la oreja y, sin tiempo a recuperarme de la impresión, la tercera flecha que me disparan me alcanza el brazo izquierdo. No puedo evitar gritar de dolor pero reúno todas mis fuerzas para seguir corriendo. Oigo sus risas de regodeo y triunfo a mis espaldas. No obstante, he tenido suerte. La flecha no se ha incrustado en el brazo. El dolor me hace aflojar el paso contra mi voluntad y me percato que seguirán disparando hasta matarme.
--¡Así no podrás ir muy lejos, bruja! —Se burla de mí el hombre.
Claro que no podré ir muy lejos, hasta yo lo sé. Intento pensar con más rapidez que mis piernas, que ya flojean el paso, y decido teletrasportarme hacia el otro lado del muro. Cuando siento como se tensa un arco para dispararme de nuevo, cierro los ojos concentrándome en mi poder. Y, a pesar del dolor y la fatiga,  aparezco en lo alto del muro, no al otro lado de él.
Me acuesto e intento ocultarme velozmente. No ha salido como esperaba y deduzco que se debe a que con la fatiga y la herida abierta, no tengo fuerzas para teletransportame más lejos. De todas formas, he logrado salvarme la vida.
Tumbada sobre la fría y dura piedra intento rebajar el ritmo de mi respiración, que era frenético, e intentar respirar sin hacer ruido. Es un esfuerzo considerable debido a lo asustada, cansada y preocupada que estoy. Me doy cuenta de que la herida sangra mucho y que tengo que hacer algo para solucionarlo. Oigo las voces de los guardias que me perseguían y sé que no puedo arriesgarme a coger el botiquín de mi mochila porque haría demasiado ruido. Por lo tanto, cojo un pañuelo y hago un torniquete improvisado con él.
—Mi primer día como guardia en la frontera ha sido bastante emocionante —comenta una de las mujeres.
 Sé que son guardias por su uniforme. Y me reprocho interiormente no haber previsto que me encontraría con ellos. Me doy cuenta de que fallé en la planificación de mi plan. No debería haber sido tan impulsiva y haberme parado por lo menos un par de horas a pensarlo.
—Sí has tenido suerte —afirma el hombre—. ¡Una bruja poderosa! A veces no tenemos esa diversión en semanas.
—¿A dónde creéis que ha ido?
—No tengo ni idea pero si está tan loca y desesperada como para aparecer en la frontera de Daos haciendo sonar la alarma es que volverá.
—Entonces la mataremos —tercia la mujer de voz más grave y autoritaria con voz escalofriantemente fría y tranquila.
—Sí, yo también la quiero muerta. Para el presidente valdrá más sin vida —comenta con anhelo el hombre—. Puede utilizarla como arma en esta guerra.
—¿A qué te refieres?
—A que es un golpe contra los brujos que el primer día desde el anuncio de la guerra aparezca uno más muerto.
Los tres ríen a carcajadas.
—¿Es momento para abrir el Whiskey?
—No, espera a que la matemos a ella o a otro de su calaña —se mofa la mujer de voz grave.
Escucho como se alejan, eufóricos. Sigo intentando controlar mi respiración porque cada vez parece que quiero respirar más fuerte. La curiosidad puede conmigo y asomo la cabeza para ver a dónde se dirigen los guardias. A lo lejos, entreveo una enorme tienda de tela blanca con estandartes y banderas del continente. Los guardias entran y supongo que es donde pasan la mayor parte del tiempo.
Vuelvo a girarme y me permito respirar con fuerza. Me repugna como los guardias se toman a los brujos, como si fueran animales que hay que cazar y, aún encima, celebrar su muerte con alcohol. De todas formas yo no quiero matarlos. Intento pensar en algún modo de salir de estas sin tener que matar a nadie y no veo la forma. Me debí haber planteado que tendré que matar si quiero que mi misión tenga éxito. Muchas veces he tenido la tentación de preguntarle a Dani qué se siente al matar a una persona. Nunca me he atrevido. Sobre todo por el hecho de que, cada vez que nos acercábamos al tema, el semblante de Dani se apagaba y oscurecía por una sombra de dolor.
La herida sigue doliendo y, como los guardias ya están lejos, saco el botiquín con cuidado de mi mochila. Desinfecto la herida e intento coserla tal y como me han enseñado. Tengo algo de anestesia que me inyecto antes de proceder a coserla. Pero aun así debo morder un trozo de tela para aguantar mejor el dolor. Me cuesta una barbaridad coserla y el resultado no es muy bueno, aunque es lo mejor posible teniendo en cuenta de que sólo dispongo de un brazo para ello. Después vendo la herida y me doy por vencida, desplomándome sobre la fría piedra y observo la luna.
Pienso que quizás es mejor desistir y volver a teletransportarme a la capital. No sé cómo atravesar la frontera sin que los guardias me maten. Pero entonces, una nube solitaria se aparta de la luna y esta reluce con fuerza sobre mí, logrando que el colgante de plata de mi cuello brille a su vez. Lo agarro dulcemente y lo observo. Pienso en Marc y en el futuro que deberíamos haber tenido juntos; pienso en Tom y en que tiene muy pocas posibilidades de salir con vida de esta a no ser que alguien lo ayude; también en Pedro y en su infatigable sonrisa que necesito en estos momentos y en los del resto de mi vida; y, por supuesto, en Dani, que siempre me ha protegido y entrenado para ocasiones como esta y no puedo permitir desperdiciar todo lo que me ha enseñado y hecho por mí.  Decido que no hay marcha atrás y que estoy haciendo todo esto por ellos.
Con este pensamiento y, a pesar de lo asustada que estoy, el sueño comienza a apoderarse de mí y cierro los ojos, pensando que no se está tan mal. Que vengan a por mí, los estaré esperando…
Al alba despierto sobresaltada. La alarma está sonando de nuevo. Pero esta vez no he sido yo quien la ha accionado.




sábado, 16 de diciembre de 2017

Malditos


Feliz fin de semana!! Ahí va otro poema registrado:

Fuego y agua que chocan de intensidad
En una magia de humareda de cal
Tierra y aire entre tormentas que se rozan
Pero nunca se llegaron al tacto palpar
En un viaje sin destino ni vuelta atrás



En nuestras manos está el futuro.
Almas malditas en frenesí.
Que queremos salvar el mundo
Antes salvémonos a nosotros, sí
Pero, ¿quién me va a salvar de mí?



Tanta valentía, tanta vanidad
Tanta cobardía, tanta humildad.
¿Qué es mentira y qué es verdad?
Los acordes suenan a marear.
Que no me despierten si esto es soñar.



Estamos malditos
Entre los vivos,
Muertos sin perdón.
Entre el delirio.
Acorazando corazón.

domingo, 10 de diciembre de 2017

Aprender a amar

Hace mucho que no publico nada por aquí. En estos momentos tengo dos proyectos de novelas en proceso de escritura y estoy participando en el club literario "Olladas", obra de Lino Braxe. De momento hemos publicado relatos sobre los incendios que tuvieron lugar en Galicia y, más adelante, publicaremos libros sobre haikus y cuentos sobre el mar. Os dejo un nuevo poema registrado:


Mátame con esas miradas
Como me veas verás a la vez
Con palabras no nombradas,

El mundo que querrías ver.



Agonizo a suspiros
De un abismo de pasión.
La pasión por el amor

Es abismo sin salvación.



Porque entre el abismo
Hay un puente mismo

Al extremo palabra no dicha.

Y no quiero perderte de vista.



Tu libertad nos ata
Quien poseía no amaba.

Te quiero en tu esencia

En tu alma y conciencia.



Mátame de tu codicia
De besos perdidos.

Revíveme de caricias

De abrazos fallidos.



Reposaremos de batallas
De deseos y festejos

En la guerra descansa

En mi cama sin lamentos.


Aprender a amar
Es aprender a vivir.

Al aprender a amar

Es cuando toca morir.

sábado, 21 de octubre de 2017

Que no muera nada

Que no muera una oración por no ser formulada
Que no mueran los valores no enseñados.
Los besos, por labios escarlata sellados.
La filosofía y la enseñanza no predicadas.

Que no muera la belleza no contemplada.
Que no muera un alma que ha perecido.
Las melodías, entre acordes enmudecidos.
Las palabras, las frases no pronunciadas.

Que no muera la paz por tormenta estallada.
El pensamiento censurado, atemorizado.
Que no muera la paz por guerra desatada.

Que no muera la noche sin constelación estrellada.
El amor no correspondido. El pensamiento censurado.

Que no muera el día sin su parda alborada.

sábado, 23 de septiembre de 2017

Dos capítulos de LA PERLA

1 Imán
Fabián nunca olvidaría el día en que dos de las familias mafiosas de la ciudad habían decidido renunciar a su intimidad y se embarcaban en convivir juntas, poniendo un nuevo precio a sus negocios y a su alma. Ese numeroso grupo de sombras que se encaminaban decididas por un elegante puente de madera hacia una solitaria isla. Los insectos en la noche veraniega sorprendían por su ausencia, salvo dos solitarias polillas que aleteaban danzando bajo la luna. La madera crujía bajo las diversas pisadas pero en compás con el mar que rodeaba el puente en un leve murmullo sin llamar la atención, como solían comportarse estas oscuras figuras.
El sol se estaba escondiendo en un ocaso de fuego, rozando con sus rayos las suaves olas de pálida espuma que guiaban hacia la isla. La brisa acariciaba el rostro de Fabián con la vista clavada en su futuro nuevo hogar, acompañado por el chillido de las gaviotas. El olor intenso a salitre le hacía pensar en su antiguo hogar en la nieve y lo distinto pero, a la vez, emocionante que iba a ser su nueva vida. Fabián era un muchacho de dieciocho años de buena apariencia, o al menos eso pensaban todas las jóvenes. Entre su piel morena y cabello desenfadado y castaño, destacaban sus ojos de un verde brillante. De hecho, tal color de ojos era habitual en su familia. Por ello, esta familia mafiosa era conocida como la familia de los ojos verdes.
Fabián, al fin y al cabo, era el benjamín de una de las tres familias mafiosas más poderosas de La Perla. Y, aquel día, la familia de los ojos verdes comenzaría a vivir con la familia Linares. Toda la situación era un misterio para el joven. Parcas explicaciones y muchas órdenes. Curioso como era, le hubiese gustado ponerse a analizar a todos sus acompañantes. Sin embargo, las instrucciones de su madre habían sido claras: debía ser educado y discreto. Lo que le mandaba su madre había que obedecerlo siempre.
Su familia estaba formada por sus abuela, Eulalia, una prima de su abuela, Dolores, y su madre, Minerva. Fabián había quedado hace unos años huérfano de padre y su tío, Rober, que era poco mayor que él y también huérfano, se había convertido en su nueva referencia masculina y un tanto como mala influencia.
La Perla era la joya más próspera de todas las islas mágicas de la Tierra. Estaba situada cerca de la costa de Galicia, en España. Al fin y al cabo, la mayor parte del mundo lo controlaban los no mágicos. Una decena de islas gobernadas por la magia se desperdigaban por los océanos del mundo. La magia hacía funcionar todo e incluso existían criaturas que los no mágicos habían descrito en sus mitos, leyendas y obras de fantasía aunque ellos pensaban que solo eran fruto de una imaginación desmesurada.
La Perla destacaba en todo tipo de servicios e, incluso su clima y geografía, la envolvían en un aura de belleza que la convertía en un espectacular regalo para los sentidos. En el centro se alzaba un majestuoso volcán cuyo pico estaba nevado, a pesar de tener un cráter repleto de magma, latente, dormido. Hacía miles de años que el volcán no entraba en erupción y, controlado por magia como estaba, tardaría mucho en volver a hacerlo. En los alrededores de este imponente volcán, se alzaban la ciudad principal y tres pueblos más con diferentes condiciones meteorológicas. El camello, de explanadas con escasa vegetación tropical y un gran manto de arena tanto negra como dorada acabando en una playa quilométrica de aguas cristalinas. El Jardín, rebosante de bosques y todo tipo de vegetación en parques y en caminos; a la vez un pueblo vivo por la fiesta. La Torre, pueblo nevado en la cima del volcán, un tanto aislado del resto. Y, para completar la ecuación, La Dorada. La Dorada era la capital de La Perla y destacaba por su gran actividad en todos los sectores, gobernada por una gran playa de aguas oscuras y arenas de muchos colores que eran bañadas por el tranquilo mar de la ciudad.
El manejo de la isla lo llevaban las mafias. Ellas eran quienes controlaban los flujos de ríos de magia y, como allí todo dependía de la magia, eran quienes más influencia ostentaban. Aquel lejano día esas dos familias mafiosas llegaban por fin a la pequeña isla en frente de la Dorada que el presidente había tenido a bien de regalarles por motivos desconocidos.
—Veremos si habéis llegado todos —les recibió firme una mujer joven de cabellos rizados y rubios y una gran sonrisa de dientes blancos entre un cierto olor a humedad cargada por el calor. Fabián no quiso desaprovechar la ocasión y le guiñó un ojo con picardía, gesto al que la muchacha respondió bajando la mirada y tocándose el pelo.
La joven comenzó a nombrar a todos los presentes. Fabián reparó lo mínimo en la otra familia, siguiendo las órdenes de su madre. Escuchó que sus nuevos acompañantes se llamaban Juan, Sofía, Aurora, Rosa, Helena y Jose. Quien primero llamó su atención, sin poder evitarlo, fue Juan, el padre y líder del clan Linares. Era un hombre robusto de cabello canoso bien cuidado que le daba cierto aire de galán. Bien vestido, emanaba un aura de seguridad y cordialidad que te invitaban a comenzar una conversación con él. Precisamente fue ese hombre quien quiso romper el hielo. Como si inevitablemente tuviera que ser él.
Minerva, de cabello castaño claro y firmes ojos verdes, y Juan se miraron de manera desafiante pero de apariencia cordial. Juan, con su eterna sonrisa congelada en el rostro se acercó a ella y le estrechó la mano. Pocas veces Fabián había visto a Juan, o por lo menos, reparar bien en él. Le agradaba. Quizás su sonrisa siempre presente era un tanto artificial pero era muy educado y sabio regalando buenas palabras.
—Por lo visto nuestras familias tienen que unirse de nuevo. Aunque esta vez de una manera un tanto más íntima —comenzó Minerva estrechando firmemente la mano de su nuevo compañero.
—Así son los negocios. Y la mafia es como los negocios y ahora nuestra familia emprendemos con vosotros una fusión interesante y productiva.
—A la vez que urgente y necesaria —sentenció Minerva—. Y tienes razón. La mafia en la Perla son negocios en los que el fin justifica los medios.
—Detalle que no es tan diferente de cualquier otra empresa —intervino Sofía. Era una mujer de cabello negro alborotado, tez morena y algo ancha de cintura, tirando a menuda pero de gesto letal—. Me encanta tu cicatriz en la frente —añadió.
—Hecha en la antigua guerrilla —se limitó a responder Minerva sonriendo y encogiéndose de hombros.
—Mamá, deja de incomodar a la gente —dijo la muchacha a la que Sofía había estado acariciando el cabello.
—No importa. Me gustan las cicatrices. Son señales de que has luchado, haber burlado a la muerte y haber sobrevivido.
Minerva y Sofía intercambiaron miradas. A pesar de la leve hostilidad que destilaban sus palabras, parecía que congeniaban. Sofía asintió.
—Y todo el mundo sabe de sobra el gran papel que has logrado en la guerra de guerrillas. Heroína de guerra, sin duda —añadió Juan en referencia a Minerva, que simplemente se mantuvo con una media sonrisa.
—Por ahí viene el presidente —dijo Sofía cambiando de tema. Y así era. Dos figuras silenciosas se encaminaban hacia la entrada a la isla—. Parece que no trae escolta. Las novedades que traen deben de ser relevantes si prefiere que nadie más lo oiga.
—Desde luego debe ser un asunto bien gordo para montar la que ha montado —dijo Álvaro. Incorporándose a la conversación.
—A veces me pregunto porque no nos lo quitamos del medio y gobernamos ya directamente nosotros. Luego me doy cuenta de que a veces es mejor mover los hilos del mundo desde la sombra y sin dar la cara —Reflexionó un tanto divertida Sofía. El resto rieron y dieron muestra de asentimiento.
El presidente no necesitaba presentación y era una persona clara y tajante. Era un anciano de cuerpo delgado y cabello un poco largo, salpicado de canas como hebras de plata, las cuales no se molestaba en ocultar. Saludó cordialmente y se dispuso a dar sus noticias pero no contaba con la interrupción de Dolores:
—Mira, señor presidente. A mí esta casa no me agrada. Prefería la antigua.
—¡Pero señora! Usted que se mantiene joven y lozana… observe que estamos rodeados de mar. Y, aunque usted no le haga falta, el mar rejuvenece a cualquiera—intervino Jose. Fabián evitó reír pues Dolores era una señora mayor que no se conservaba nada bien precisamente—. A pesar de que debería ser un anciano me mantengo joven visitando el mar todos los días. No hay nada mejor que un baño en agua fría...
—Papá, este no es el momento —le cortó su hija Sofía. Fabián reparó en que, en cambio, Jose para su edad si se mantenía bien porque aunque las arrugas adornaban su piel había en él un aura y una energía contagiosa, no como Dolores, que sólo inspiraba negatividad.
Dolores rio, cosa que extrañó a Fabián, pues esa mujer pocas veces reía. Él no pudo reprimir una sonrisa, cesada por un codazo de su tío Rober. Rober, la viva imagen de Fabián, eran muy parecidos sólo que a Rober se le notaba la década más que tenía delante.
—¡Pues alguien tendrá que limpiar y cocinar en esta casa de tantos secretos! —continuó Dolores ante alguna mirada de impaciencia entre los presentes—. Otra cosa no me dejan hacer… siempre con asuntos secretos y gestiones. Mira que no me gusta esta familia, pero no tengo problema en cocinar para ellos.
--Seguro que su comida es exquisita, Dolores—dijo Juan, ya cortante—. Y si quieres limpiar nadie se lo prohibirá. De todas formas, tengo gente de confianza para ayudarla en esas tareas. Y, volvamos al asunto.
—¿Podré traer animales, señor presidente? —Rosa aprovechó la ocasión para hacer su pregunta. Rosa era una niña de cabello negro y grandes ojos del mismo color. Su mirada desprendía curiosidad e ilusión.
—Pequeña, seguro que tu madre te deja traer una granja entera si quieres y yo no me voy a oponer —repuso el presidente con una sonrisa bondadosa.
—Si aún trajeran unos buenos cerdos—. Todo el mundo ignoró a Dolores.
—Claro que sí, preciosa —respondió Jose—. Los animales son de lo más bonito de este mundo. Buenos, llenos de amor y cariño y dispuestos a dar siempre lo mejor de si mismos si los tratas bien y solo atacan para defenderse… Todo lo contrario que nosotros.
—Por favor, señor presidente, prosiga —instó cordialmente Juan.
—Bien, mi gobierno y todos los que me han precedido llevamos mucho tiempo tolerando vuestras actuaciones, las de la mafia. Hasta consentimos que gobernéis influyendo en nuestras gestiones sin dar más la cara que a través de infiltrados en nuestros órganos e incluso tratando directamente con vuestros representantes… o incluso vosotros mismos —. El presidente hizo una pausa, tranquilo—. Es una buena situación. Alejáis a la Perla de peligros aunque a veces el peligro ya lo sois vosotros mismos y controláis de manera eficiente el flujo de los ríos de magia. Por supuesto, yo ya sabía que vuestras dos familias planeabais un acercamiento entre vosotros —otra pausa, todos los presentes escuchaban, expectantes y atentos—, y yo he decidido acelerar el proceso proporcionándoos esta maravillosa isla con esta increíble casa para que conviváis—. Álvaro quiso interrumpirlo pero el presidente lo hizo callar con un gesto de su mano de arrugas creadas por los años—. Pero algo más grande que todo lo que conocemos se avecina. La última semana he sido el afortunado de escuchar una profecía que también conoce vuestra familia mafiosa enemiga, la familia del Diamante, como todos la conocemos.
—Se escuchan profecías todos los días y la mayoría suelen ser falsas —intervino Eulalia.
—Si gentil señora. No obstante, durante la última semana se produjeron fenómenos en el universo y en las constelaciones que influyen de manera casi increíble en la magia. ¿Qué hay más mágico que el firmamento? Me habían avisado y por mi mismo me di cuenta de que los astrólogos estaban en lo cierto… La profecía decía que dos factores llevarían al fin de las familias de la mafia: un arma muy poderosa y un niño…
—Eso parece totalmente improbable… —comenzó a decir Sofía.
—Pero es cierto. Tan cierto como que la familia del Diamante ha escuchado la profecía y ya se ha puesto manos a la obra en la búsqueda de esas dos cosas.
Se produjo un silencio tenso. Hasta Fabián se daba cuenta de la gravedad de los hechos.
—¿Por qué nos lo dices? —Preguntó Minerva.
—Porque quiero que vosotros encontréis el arma y la destruyáis. No negaría que estaría encantado con el fin de la mafia pero sé lo que ello conllevaría: guerra. Una guerra de dimensiones colosales y consecuencias catastróficas para mi pueblo y mis habitantes, que son mis protegidos. Además, prefiero que seáis cualquiera de vuestras dos familia quien se haga con ella. Sé que no se puede entrar en razones con la familia del Diamante y, si ellos la encuentran, no quiero ni imaginar lo que ocurriría. Y eso os atañe a vosotros, pues os destruirían.
—De acuerdo —dijo Juan tras un momento de reflexión por todos los presentes—. Mi familia colaborará.
—La mía también —terció Álvaro.
—Excelente —prosiguió el presidente—. Mi única condición es que os olvidéis del niño y dejéis esa parte de la profecía para que yo me encargue. Por suerte, la familia del Diamante no escuchó la profecía entera y desconocen la parte del niño. Y los niños son inocentes. La infancia hay que protegerla. Mis colaboradores y yo seremos quienes lo busquen e intentaremos protegerlo y alejarlo de vosotros para que la profecía no se culpa. Sin derramar sangre inocente.
Parecía que Sofía iba a replicar, pero Juan la detuvo.
—Estupendo. Estaremos en contacto. Ahora marcharé y espero que meditéis mis palabras y, a pesar de que ya veo que colaboraréis conmigo, mañana esperaré vuestra respuesta. Ahora Pedro os explicará la estructura de la isla y de la casa. Buenas noches.
Sin más preámbulos. El presidente se marchó con su silenciosa acompañante.
—¿Qué pensáis? —Rompió el silencio Álvaro.
—Que tiene razón y que en cuanto hayamos hecho el paripé de instalarnos en nuestro nuevo hogar deberíamos reunirnos —decidió Minerva—. Sólo los veteranos—. Añadió mirando a Fabián y dándole un beso en la frente.
—Yo puedo estar, ¿no papá? —Preguntó con dulzura la muchacha de cabello castaño a Juan.
—Tesoro, tú no eres una veterana.
—Sabes que puedo aportar cosas interesantes —insistió con picardía la joven con una sonrisa que derretiría glaciares.
—Aurora, todos en nuestra familia te damos la razón. Pero no puedes asistir.
El semblante de la joven llamada Aurora se ensombreció y se puso muy seria.
—A pesar de que tengo veintidós años soy eficiente y nunca he fallado en ninguna misión. Soy mejor que muchos de los hombres preparados que reclutéis —a medida que hablaba su tono de voz iba aumentado hasta acabar gritando.
—Aurora, ¡no! —le bramó exasperada su madre, Sofía.
El rostro de la joven era un poema. Respiró profundamente, lista para gritar todavía más pero su padre se acercó a ella y le puso una mano en el hombro, enfrentándose a esos grandes ojos oscuros llenos de ira.
—Te pondremos al tanto de todo lo posible. Y, claro está, tendrás tu papel en este cometido. Pero no es el momento. Sé consciente de lo delicada que está la situación, cariño.
Aurora volvió a suspirar y calló. A Fabián le llamó la atención como el carácter de la chica iba in crescendo. De cómo pasó de ser la más alegre y luminosa joven a pasar a ser un huracán de carácter con sus rectas cejas fruncidas. Había algo duro y a la vez indefenso en su apariencia. Con su rostro inocente parecía hasta gracioso verla enfadada. Finalmente, se rindió dando la espalda a todo el mundo y encendiendo un cigarrillo cuya humareda que soltaba se perdía en el oscuro cielo nocturno, como su mirada, que también apuntaba alto, ya un tanto perdida de lo que le rodeaba en la tierra.
Se adentraron en la isla entre el gorjeo de los pájaros que asomaba de los árboles de un pequeño bosque que rodeaba la que sería la casa de todos los presentes por un tiempo incierto. La casa era de grandes dimensiones. Más bien ancha que alta y de paredes albinas con grandes ventanales por todos lados. El hombre llamado Pedro era un señor de prominente barriga con el cabello pelirrojo un tanto dubitativo. El zumbido del viento acompañaba sus palabras. Les explicó que la casa tenía dos plantas. En toda la planta superior estarían sus cuartos y el resto de habitaciones de convivencia como el salón o la biblioteca. En la planta inferior estaba la cocina, el comedor y las salas de reuniones y trabajo. Además, en los terrenos contaba con una piscina, una terraza, un pequeño acantilado y una breve cala donde podrían bañarse en el mar. A Fabián le parecía un hogar de ensueño en el que seguramente ya no echaría tanto de menos su antigua casa.
En cuanto Pedro acabó de hablar, todos se dispusieron a acomodarse en su cuarto. La primera en tomar la decisión fue Aurora que, cuando entraron en la casa, subió primera las escaleras con pisadas apresuradas y un deje de enojo. La fueron siguiendo poco a poco y, aunque tanto el recibidor como el corredor mostraban escasa decoración, tenían su encanto, entre alfombras de colores elegantes y algún que otro cuadro de paisajes.
Su madre, Minerva, le deseó las buenas noches con un gran abrazo y un beso en la frente. El joven estaba acostumbrado a las muestras de cariño de su madre y le gustaban. Su abuelo, Álvaro, decía que podía llegar a ser un joven un tanto caprichoso con ese trato. Lo cual lograba que a veces Fabián se avergonzase pero con el tiempo aprendió a apreciar ese cuidado especial.
Le agradó su amplio cuarto en el que no faltaba de nada. Disponía de una gran cama de edredón escarlata, dos armarios anchos de roble, un escritorio y un cuarto de baño. Destacaba también el gran ventanal con terraza entre paredes de un amarillo suave y luminoso. Cuando acabó de instalarse, decidió asomarse a la terraza.
Su habitación daba a la piscina. Dio una profunda calada para impregnarse del olor a vegetación y a mar. No obstante, le llamó la atención la presencia de Aurora en una tumbona frente a la piscina. Estaba tomando una copa de vino blanco, contemplando todo lo que le rodeaba. Fabián, como siempre, nunca dejaba escapar una situación para ligar y entonces no quiso desperdiciar la situación.
—Ya me puedes ir diciendo dónde has encontrado el minibar que a un vino como tú no, pero a un cócktail si me apunto.
La muchacha se giró tranquilamente, un tanto sorprendida.
--No deberías espiar a las señoritas —repuso—. Y esta botella de vino la llevaba en la maleta.
—¿Me invitas a una copa?
—¿No querías un cocktail?
—Creo que con un vino puedo conformarme.
—Otro día quizás. Hoy prefiero beber sola.
—¿Un mal día?
—Todos los días son malos.
—¡Qué pesimista! Los hay buenos.
—Todos los días son buenos también. Los días son buenos y malos siempre, depende con lo que te quedes de lo que te ha ocurrido.
—Vaya si eres toda una filósofa. Yo también puedo ser muy misterioso. Tú eres misteriosa e interesante.
Aurora calló y clavó su vista en el rostro de Fabián como si lo estuviese estudiando con el ceño fruncido. Sólo se oía el compás de las ramas de los árboles a merced del viento. Fabián se lo tomó como una victoria.
—¿Sabes? Eres la imagen de tu tío Rober.
Aquel comentario frustró al muchacho. Acababa de lanzarle un dardo y le contestaba con una de las cosas que más odiaba que hiciese la gente: compararlo con su tío.
—Yo soy más guapo.
—¿No deberías estar durmiendo? —Replicó de nuevo, esta vez ya sin prestar atención y con la vista fija en las danzantes hojas Aurora.
—No tengo gran sueño. Podía bajar ahí contigo y escapar de este mundo juntos.
Confiaba que quizás con ese comentario pudiera tener algún efecto para ligar con ella.
—Al fin del mundo creo que preferiría ir sola… o con mi novio.
Y volvió a envolverse en una humareda, guiñándole un ojo con sonrisa pícara mientras Fabián no hacía más que frustrarse con aquella muchacha.
—Buenas vistas, ¿eh? —Añadió apurando un trago.
La luminosa piscina alumbraba el ambiente creando un ambiente un tanto fantasmagórico y dotando a ella de un aura que se le antojaba divina. Envuelta en sus nubes de ceniza y con el vino en la mano, mirando la piscina, Fabián se dio cuenta de que ni siquiera era guapa. Sólo era una chica que parecía del montón con su cabello un poco largo castaño y su piel pálida, delgada pero sin llegar a ser demasiado flaca. Sin embargo, no podía describirlo pero había algo en ella que llamaba su atención. Cualquier otra chica hubiese caído en su red de juego de seducción que se había propuesto en ese mismo instante… pero ella no.
—Las vistas son increíbles. Pero no tan bonitas como tú —dijo finalmente Fabián. Un tanto desesperado ya.
Aurora suspiró y se levantó, dispuesta a marcharse.
—Si me disculpas voy a acabar lo poco que me queda de copa viendo el mar. Me ha aburrido la piscina. No te molestes en buscarme, en un rato ya me retiraré a mi cuarto.
Y así, sin más, dejando a Fabián mudo, Aurora se encaminó entre la penumbra rumbo al otro lado de la casa. Caminaba con decisión y porte seguro. Con un tanto de rabia en sus pisadas. Fabián se dio cuenta de que eso no iba a quedar así y esta chica acabaría por caer ante sus encantos, como todas. Era un nuevo reto, un nuevo objetivo. La conversación lo había desvelado y decidió salir de la habitación a tomar el aire. Aunque ella actuaba como un imán, no quiso ir a verla al mar. Aquello era una partida de póker donde no debía mostrar todas sus cartas. Era una comida que se cocinaba a fuego lento.
Cuando estaba en la planta baja unas voces llamaron su atención. Se dio cuenta de que provenían de la sala de reuniones. Adivinó que era la reunión de los mayores. A pesar de que sabía que habitualmente insonorizaban las salas de reuniones también se percató de que podía ser que el primer día de reunión no pudieran insonorizarla. Curioso como era, acercó su cabeza a la puerta para escuchar aunque fuese solo un rato.
—…Enrique dice que el chivatazo es de fiar. Fran también quiere comprobarlo —decía la voz de Álvaro. Enrique era un infiltrado de la mafia de los Ojos Verdes y Fran su colaborador.
—Suena extraño. Muy propio del presidente que tenga el arma esa inscripción —comentaba seria Sofía.
—No me doy por vencido y el amor podrá con todo —murmuraba Juan meditabundo.
—En fin, parece que tendremos que buscar un arma con esa frase. Las cosas se ponen más fáciles ahora que tenemos una pista —intervino Eulalia.
—No es tan fácil. Debemos intentar adivinar qué tipo de arma es exactamente y, también, tener algún indicio de dónde se encuentra. La Perla es muy grande —apuntó Juan.
—Enrique comentó que escuchó algo más —dijo Minerva—. Que le pareció entender que el arma se encontraba en una playa probablemente de La Perla.
—Eso aclara cosas —exclamó Juan con un leve triunfo en su voz—. Pero no podemos dar pasos en falso hasta que tengamos más información. ¿Estáis seguros de que la otra mafia no sabe nada?
—Eso dice Enrique, aunque no está del todo seguro. Habrá que esperar a que Fran lo corrobore —respondió Álvaro—. Y, tienes razón, hay que actuar con cautela sin ser escandalosos ni levantar sospechas. La búsqueda del arma tendrá que esperar a nuevas noticias.
—En el plazo de dos semanas —terció Minerva—. Más no veo conveniente esperar.
—Aurora podría ayudar bastante en este tema —indicó Juan—. No me miréis con esa cara. Ya sé que sólo tiene veintveintidós pero es hábil para misiones secretas. Es sigilosa, discreta, sabe guardar y ocultar asuntos y ve cosas donde nadie más las ve.
—Ya lo pensaremos. Habrá planes para ella, desde luego —lo cortó Sofía, en un amago protector con su hija. Como si su retoño se le escapara de las manos—. Y, antes de acabar, deberíamos hablar del tema del niño que menciona la profecía.
—Hay que eliminarlo —terció Juan.
A pesar de toda su curiosidad por el asunto, Fabián decidió subir otra vez a su cuarto porque la conversación estaba finalizando y podrían descubrirlo. Sabía de sobra que no era nada bueno que los mafiosos te cazaran escuchando sus conversaciones a escondidas. Ni siquiera siendo parte de su misma familia. Se metió en cama rápidamente y en pocos minutos comprobó cómo la reunión había finalizado escuchando pisadas por el corredor. Se quedó dormido meditando todo lo que había ocurrido en aquel intenso día.

2 Lo que no debió hacer

—Me encanta tu vestido. Lo comprarías en el paraíso… eres un ángel.
La chica se sonrojó ante el piropo de Fabián mientras el móvil de Rober comenzó a sonar.
—Es Jose. Hay asuntos importantes. Viene a buscarnos ahora —interrumpió.
Fabián se despidió ante las dos enojadas muchachas con las que estaba tonteando en una fiesta de cumpleaños con su joven tío Rober y ambos se encaminaron a la salida.
—¿Por qué tiene que venir Jose? —Preguntó Fabián de brazos cruzados ante la brisa del anochecer en la puerta del chalet.
—Supongo que era quien estaba más cerca. A mí me cae bien.
—Yo apenas lo conozco. De la otra familia a quien más conozco es a Juan.
—Jose es genial. Ya lo verás.
Escasos minutos más tarde, una limusina apareció y los dos entraron. Jose estaba dentro, contemplando el ambiente por la ventana con aire divertido.
—De joven era como vosotros —dijo Jose sin mirarlos todavía—. Y supongo que aún lo soy. Las mujeres siempre han sido mi pasión. Aún siento la decepción de que muriese mi primera mujer y aun la amo aunque, no penséis mal, también amo a mi nueva mujer. Creo que de mi forma se puede permitir amar a dos mujeres a la vez —. Calló un instante y les dio una palmadita en la espalda—. ¡Qué os voy a decir a vosotros que amáis a mil y no amáis a ninguna! ¡Jóvenes!
—¿No me dirás Jose que eso no te mantiene joven? —Preguntó Rober un tanto burlón.
—Yo soy un niño de espíritu. Me conservo tan bien por mi buena rutina de mis andanzas a vuestras edades y en toda mi vida. Madrugar con un buen periódico o un buen libro con un desayuno sano. Un tanto de ejercicio: sea nadar, sea andar, sea yoga… Meditar y reflexionar, ambas cosas, no confundirlas. Pensar mucho pero sin majaderías. Tratar los temas de la familia que hay que mantenerse ocupado. Al final del día, una copita de vino, que es elixir de vida. Y, como no, bailar o cantar de vez en cuando y charlar con todo el mundo, si se incluye algún chiste mejor, que la vida se vive con risas…
—¿Y qué asuntos tocan ahora? —Cortó Fabián que aunque le gustaba lo que estaba escuchando, ya veía que el abuelo de la familia Linares ya se estaba enrollando demasiado.
--Ya lo veréis —respondió con misterio Jose.
El trayecto hasta la isla fue tranquilo. Ya era de noche y la casa presentaba un aspecto fantasmagórico con sus albinas paredes brillando bajo la luna. El mar murmuraba mientras su espuma chocaba contra las rocas. Cuando llegaron al salón comedor, ya todos los nuevos habitantes de esa isla se encontraban allí, sentados y ya habituados a su nuevo hogar, como si no hubiese pasado solamente un día desde que se instalaron en aquel lugar.
—Está negociando el precio de la opción de compra y de la cesión pero está a salvo —comentaba animado Juan. Fabián supuso que estarían hablando de los negocios de las familias, que se encargaban del tráfico y movimiento de los ríos mágicos de La Perla. El mayor negocio del mundo mágico—. No creo que se tuerza. Ah, ¡Hola!
Repararon en los recién llegados y se sentaron dispuestos a comer los manjares que había en la mesa. Minerva dedicó una caricia a su hijo pequeño, Fabián. El muchacho observó satisfecho la mirada nerviosa de Aurora que rápidamente miró hacia otro lado y pareció abstraerse en su mundo con mirada vanidosa.
—¿Se sabe algo de Fran y Enrique, por cierto? —Preguntó con un deje de despreocupado Sofía mientras se servía bebida.
—Están en el ajo, a falta de confirmación oficial —respondió Álvaro—. Pronto tendremos información de ellos. Estaría bien que se instalasen en esta casa de esta pequeña isla que nos cedió el presidente.
—Sí, estos asuntos hay que tenerlos lo más escondidos y cercanos posible —aprobó Juan—. ¿Y los senadores?
—Decidle a los senadores que voten que sí a la medida de la fábrica—. Intervino cortante una chica que Fabián aún no había visto hasta ese momento en la casa. Era seria, con cabello corto y delgada—. Esas chicas merecen seguir trabajando y cobrando como es debido.
—Helena, no es momento. Todos conocemos tu actividad reivindicativa pero estamos en una situación complicada. Quizás deberías olvidarte de esa faceta tuya—. Dijo Sofía, un tanto crispada. Fabián cayó en la cuenta de que se trataba de la hermana de Juan, la tía de Aurora. También recordó que la niña llamada Rosa era su hija. El joven se preguntó dónde estaría el día anterior—. Y quizás deberías implicarte más en las misiones de la familia en lugar de trabajar explotada de camarera todo el día.
—No gastaré lo que no he ganado. Y, menos si es dinero sucio. Ya sabéis que una gran persona a la que amaba con todo mi corazón me abandonó en cuanto se enteró que yo estaba metida en la mafia, envuelta en vuestros turbios asuntos manchados de sangre.
—Helena, olvida. El mundo está lleno de hombres —intervino Álvaro, impaciente.
—Pero ella merece a alguien como ella —dijo Aurora.
—Aurora… —la chistó Sofía.
—Si no estuviésemos nosotros, otros ocuparían nuestro lugar. ¿Acaso preferirías que fuese la familia del Diamante quien controlase todo? —.Dijo Juan educadamente. Helena decidió callar—. Esta profecía puede ser un preludio de quitarlos del medio. A lo que me trae, Aurora…
-Estaba deseando que me mencionaras.
—La misión que te queremos encomendar será que sigas vigilándolos.
—¿A la familia del Diamante? —Inquirió rápidamente, un tanto alterada.
—Sí. Con tu misterioso contacto del que nadie sabe nada.
—Imposible. Encargadme algo más interesante o a mi altura. Además, desde vuestras actuaciones en la guerra de guerrillas ya no puedo contar con ese contacto.
—¿Pero se puede saber quién es? Sería información importante —Preguntó Minerva.
—¡Tengo mi propia manera de trabajar! ¡Soy como vosotros, me envuelvo en secretos y desde la sombra trabajo bien! O me dais algo decente para mí o…
Aurora gritaba airada y todo el ambiente cambió en la mesa.
—Esta chica la ves tan inocente pero tiene un carácter… —dijo, asombrado, Jose.
—Y lo que bebe… —Añadió Dolores que miraba con desaprobación a la joven.
—Creo que puede ser agresiva, pasiva o asertiva a su merced como una especie de máscara que va cambiando —dijo Fabián, misterioso, intentando suavizar la situación. Aurora se quedó paralizada mirándolo durante un instante y él pudo apreciar un fugaz brillo en su mirada, que rápidamente desvió.
—Esperemos que todos podamos ser asertivos —dijo Eulalia.
—Me he perdido. ¿De qué estáis hablando?
—Son tipos de comportamiento —empezó a explicar Fabián--. Puedes tener comportamiento pasivo, asertivo o agresivo. Lo mejor es la asertividad que es saber entender a la gente y a uno mismo, expresándote plenamente y sinceramente pero sin ofender, con educación y empatía…
—¡Eso! Así me gusta, que estudiemos nuestros comportamientos. Que estudiarse a uno es un tanto complicado…
Aurora interrumpió a Jose.
—No estamos aquí para debatir formas de comportamiento. Pero seré asertiva. O me dais una misión adecuada para mí o me centraré en mis estudios.
Dicho eso, apuró su último sorbo de vino y marchó del salón.
—¡Cuántos platos habrá roto! —Exclamó Jose con un aspaviento.
Juan suspiró y, acto seguido, se dirigió a Fabián.
—Vosotros dos, tenemos también planes para vosotros.
—Perfecto —contestó Rober.
—Debéis vigilar las instalaciones del manantial del río mágico —les informó Minerva—. Ya sabéis que aquí la magia impide la contaminación y garantiza que toda la flora y la fauna estén bien. Pero el presidente detectó un pequeño problema en el manantial.
—Vale —dijo sin apenas inmutarse Rober.
—¿Sólo eso, mamá? —Preguntó Fabián, indignado—. Acabo de cumplir dieciocho años. Creo que merezco algo más importante de lo que encargarme.
—Ahora este empieza como la otra —dijo Dolores, a quien todo el mundo acostumbraba a ignorar.
—Cariño, aun estás empezando… poco a poco te daremos más responsabilidad —terció Minerva con voz queda.
Fabián asintió y también se levantó de la mesa.
—¡Estos chavales! ¡Ni que los tuviéramos aún en la edad del pavo! —Escuchó decir a José Fabián mientras se encaminaba al jardín.
Allí se encontró a Aurora, imponente, fumando un cigarrillo en la puerta de la casa.
—¿Malas noticias? —Preguntó sin apenas mirarlo.
—Simplemente no estoy de acuerdo con lo que me han propuesto, como tú.
—Si tú supieras. Quizás es mejor así. ¿No tienes algún hobby o algo mejor que hacer que trabajar para las familias?
—En septiembre empezaré ciencias políticas en la universidad. Y… —adoptó el tono más seductor que pudo—. También escribo poesía a mujeres interesantes.
Aurora soltó una risotada.
—Dedícate a ser poeta y olvida la mafia, hazme caso. Tu alma aún está limpia, no como la mía.
Aurora apagó la última calada del cigarrillo y se marchó dejando tras de sí un aire de perfume que provenía de su cabellera que ondeaba con la brisa marina. Apenas le dio tiempo a Fabián de procesar sus palabras cuando llegó Juan, que se colocó a su lado mirando con pena a la muchacha que marchaba.
— Donde estará esa niñita que se carcajeaba e iluminaba el mundo con su risa. Imaginando, soñando juegos. Ya no recuerdo cuando se ha convertido en esta mujer que me mira fría, desafiante y segura. Una soldado de la mafia eficaz, fría y calculadora. Cree que no sé que a veces escapa al jardín a beber y fumar envuelta en su melancolía y reflexión. También es criatura de la noche y, cabe añadir, que sus compañías las escasas que las he visto son un tanto extrañas—. Decía Juan, bajo los efectos de la bebida, como si sus palabras no salieran de él o como si no tuvieran destinatario—. Me gustaría que te acercaras a ella y puedo saber que te intriga, no lo niegues. Ella tiene ese efecto. Acércate a ella con tu hermano que a ambos os gusta salir de fiesta y podríais coincidir en algún lugar con su pandilla. Mejor aún, se lo diré yo y sé que a mí me hará caso aunque a veces crea que ya apenas tengo ningún poder sobre sus decisiones más que el relacionado con la mafia y sus misiones. Es tan buena. Ni siquiera le encargo misiones por ser mi sangre. Sé que nunca encontraría a nadie mejor para lo que ella hace, rodeada por su secretismo y fórmula secreta para resolver todo.
—Está bien. Intentaré lo que me has dicho —fue capaz de articular Fabián, un tanto abrumado ante lo que acababa de escuchar—. Si me disculpas, subiré a dormir.
Pero no hizo tal. Esperó a que marchase y se internó en el jardín, porque sabía a quien se iba a encontrar ahí. Aurora volvía estar frente a la piscina con una copa vacía y una pantalla comunicadora con una voz que Fabián creyó reconocer pero no acertaba a ubicar.
—Llevas sobre tus hombros una pesada carga. Tienes ese dilema. Otra chica en tu situación habría sido más simple pero no tan noble. No te veo a ti capaz de tal cosa. Tienes la tendencia a idealizar a los demás y a infravalorarte a ti misma. Tu corazón está marchito y tu alma muerta y consumida. A pesar de tus logros, de la admiración y amor que despiertas en el resto piensas que no eres lo suficientemente buena. No seas víctima.
-Sabias palabras y sabio consejo que no soy capaz de asimilar.
Fabián realmente quería que aquella conversación prosiguiese pero, sin darse cuenta, pisó una rama que emitió un leve crujido. Aurora se dio la vuelta rápidamente y cerró la pantalla comunicadora.
—¿Cuánto tiempo llevas ahí?
—¿Con quién hablabas?
—Con un amigo.
—Me sonaba su voz.
—Tengo amigos influyentes.
—¿No será alguno de esos contactos secretos de los tuyos?
—Ni que tuviera que importarte —zanjó Aurora, agitando su cabellera. Sonrió con una sonrisa pícara que derretiría el infierno y zarandeó su copa con el hielo golpeando con ritmo el cristal—. Necesito vino.
—Ya has bebido toda la noche.
— Agua para mí. ¿Por quién me tomas? ¿Por una pobre chiquilla que a la primera cerveza se pone colorada y ríe como una tonta? Anda, tráeme vino.
—No acato órdenes.
—Pues te las estoy dando, chico.
Fabián obedeció. No sabía si porque quería ayudar a aquella mujer que tanto le intrigaba o por el mero hecho de ganar tiempo y cavilar como mentir sobre lo que había escuchado de la mejor manera posible.
—No se volverá a repetir. No he venido aquí para ser el mayordomo de nadie —dijo finalmente Fabián cuando volvió de la cocina desierta.
—Entonces, ¿Por qué has venido? Ni siquiera lo sabes.
—Podrías rebajar el tono. Dirás lo que sea pero yo te veo borracha.
—¿Acaso te escandalizo? Dicen que los borrachos y los niños siempre dicen la verdad. La verdad es que estamos aquí de paso. En cuanto se vaya la amenaza nuestras familias volverán a ser enemigas. Vivimos en una convivencia parecida a una guerra fría. Ten cuidado con tus pasos y palabras chico. Esta casa está llena de ojos y oídos. Y, si quieres un consejo, no me ames ni a mí ni a nadie hasta que te llegue el verdadero momento de hacerlo. Ni siquiera confíes en nadie, ni en ti mismo. Tú también te puedes traicionar.
—Eres tan cínica…
—Realista.
—Tengo la impresión de que ves la vida como un simple juego.
Aurora comenzó a aplaudir entre un halo de melancolía.
—¡Por fin lo has entendido! Todo en esta vida es un juego y hay que saber jugarlo. Observa bien y te darás cuenta que siempre hay reglas, trucos, pasos, tácticas, estrategias, cartas y ases bajo la manga, faroles… puedo seguir.
—Creo que discrepo. No sé tú, pero yo nunca he tenido que vivir así.
—Eso crees. O es que eres tan joven y tan protegido que otros lo han hecho por ti: tus padres, tu tío… Solo te abro los ojos para que aprendas a vivir en estas paredes llenas de mafiosos. Si vivieras en familia de distinto trabajo quizás podrías llegar a permitirte soñar con otras cosas… como el amor y la amistad.
—Amor. ¿Qué hay de tu novio?
—Cállate. Eso es preguntar demasiado. Me retiro. Quizás tengas razón y ya esté demasiado borracha. Quizás he hablado demasiado. Descansa.
—¿Acaso te crees que eres una diosa y los demás tenemos que aceptar lo que hagas? ¿Y si peligra la misión de las dinastías? ¿No crees que debería revelar lo que he escuchado? —Intentó decir Fabián con rabia en su interior.
—Pero no lo harás. Y no soy ninguna diosa. Solamente soy yo. Algún día me tocará rendir cuentas por todo lo bueno y lo malo de mí misma… como todos. Mientras tanto, seguiré siendo yo.
Lo ocurrido aquella noche carcomió a Fabián desde que se metió en cama. Comenzó a pensar que lo que sentía por Aurora estaba creciendo. Como chocaba lo que veía de ella, que iba y venía en sus vaivenes de personalidad… y lo que decía Juan de ella. ¿Tan distinta era en el pasado? El hombre de los Linares tenía razón. Esa chica le intrigaba. Le intrigaba hasta un punto que nunca quiso llegar a imaginar. Era pura oscuridad como un agujero negro que atraía a cualquier astro del firmamento. Pero no sólo eso pasaba por su mente. También se sentía infravalorado por la misión que le habían encargado y no paraba de recordar todo lo escuchado a escondidas por la puerta el día anterior.
 El sueño no acudía él y en su mente empezaron a formarse planes. Sabía que el arma estaría en una playa de la Perla, por lo que habían comentado los veteranos en la reunión. Y también sabía que no sería hasta dentro de dos semanas cuando ellos empezarían a buscar. Quizás esa era su oportunidad. A lo mejor podría encontrar el arma antes que ellos y demostrar su valía. No sabía realmente ante quien, quizás ante la mafia, quizás ante Aurora, quizás ante él mismo.
Al cabo de una hora decidió que no sería capaz de dormir y optó por marchar por las playas de La Dorada en busca del arma. La noche lo acompañó calmada y reluciente. Criaturas mágicas como elfos, duendecillos, hadas o unicornios entre otra gente de la noche se lo cruzaron. No tenía miedo, se conocía la vida nocturna de la capital demasiado bien. En eso sí tenía experiencia a sus dieciocho años.  En la Dorada había tres playas y recorrió sin resultado dos de ellas. Sin darse apenas cuenta, se hizo de día. Se percató de que había rodeado toda la ciudad y pudo ver amanecer mientras llegaba a la playa de los azabaches, una playa pedregosa poco transitada. Se sentó en una roca, ya perdido, a observar el despuntar del alba al borde de la rendición. Sabía que la familia no lo echaría de menos ya que era domingo y él solía salir los sábados. No eran raras las ocasiones en las que su madre lo regañaba por salir de noche sin avisar. Aquel día esa sería la excusa.
Una excursión que supuso que se trataría de un campamento lo sorprendió. Se giró para ver niños de unos doce o trece años que visitaban, madrugadores, la playa. Decidió, finalmente, exhausto, que era hora de marchar hasta que algo llamó su atención.
Tres niños y una niña se aproximaron a él. A un niño lo estaban lanzando a empujones los restantes miembros del grupo. Uno le dio un golpe en la cara para luego marchar con un compañero y dejar a la niña hacerse cargo del resto. Fabián pensó que era momento de actuar y no permitir que esa niña hiciese daño a su víctima.
—Eh, pequeños, basta de peleas —dijo Fabián en tono conciliador, acercándose a ellos.
Los dos muchachos lo miraron sorprendidos. Ella era rubia de cabello corto, mediana estatura para su edad, delgada y de saltones ojos azules. Él menudo, de pelo negro que podría resultar guapo de no ser por su aura de tristeza e inseguridad.
De pronto, se montó un alboroto entre el resto de los niños. Fabián quería acabar con eso cuanto antes.
—¡Él tiene una piedra con una inscripción mágica y no quiere dársela al resto! ¡Pero yo no quería pegarle, lo prometo… eran ellos! —Chilló, con deje tranquilizador la niña.
En cambio, Fabián se puso alerta.
—¿Una inscripción? ¿Puedo verla? Prometo que te ayudaré.
El niño lo miraba con miedo y asombro. Pareció dudar pero, al fin, le tendió la piedra a Fabián. Este comprobó que era un guijarro roto por la mitad y, efectivamente, tenía una inscripción: “el amor podrá con todo”. Finalmente Fabián había descubierto el arma. En parte.
Entonces comenzaron a sonar las alarmas de la policía, aproximándose. La pelea de los niños del campamento había alertado a vecinos y curiosos de la zona. Fabián cometió el primer acto estúpido del día, que no sería el último.