¿Es cobardía no seguir tus sueños?
¿Es cobardía no ser fiel a un mismo?
¿No hablar, callar, el silencio elegir?
¿Es cobardía no buscar corazón sin dueño?
¿No replicar a las palabras del destino sin nuestros acentos?
¿No hacer lo que gusta para vivir?
¿Es valentía hacer lo que guste a los demás?
¿Es valentía escoger el camino por otros acordado?
¿Ser en toda rama del árbol del éxito el mejor?
¿Es valentía aplastar a nuestros hermanos sin más?
¿Resignarse, no levantarse, aceptar el dado?
¿La lucha individual, y no el bien mayor?
lunes, 23 de enero de 2017
Gente de la noche
Fuegos artificiales. Aitor nunca entendió el porqué de
tanta expectación. . Los dos amigos con los que había venido se encontraban en
una atracción, cosa que no iba con Aitor. De hecho, parecía que esa verbena no
iba con él. Sus lugares habituales eran los pubs, las discotecas e incluso los
garitos pijos que se estaban poniendo tanto de moda en la ciudad.
Le quedaban un par de minutos que matar antes de que
diera el momento de reencontrarse con sus colegas pero en lugar de en los
fuegos que estaban atronando sus oídos, reparó en una joven de cabello moreno
con volumen que, al igual que él, los ignoraba. Tenía el ceño de sus afilados
rasgos fruncido con la vista fija en un libro. Decidió acercarse a ella, pues
le parecía más fascinante que el espectáculo de luces del cielo nocturno. Esa
mujer podría convertirse en una pieza más de su larga lista en el juego del amor.
—He leído ese libro.
—Voy por la cuarta página. Parece aburrido —contestó
ella sin apenas alzar la vista de las líneas que estaba leyendo.
—Mejora —Aitor correspondió a su alarde de amabilidad
con la mejor de sus sonrisas.
—¿Y es interesante?
—No tanto como tú.
Edurne alzó la vista de su libro, intrigada por aquel
extraño que había llamado su atención. Sin reparo, paseando los ojos por toda
su apariencia. Ella era del pueblo y había pasado un aburrido día de reunión
con su familia en la fiesta, entre conversaciones de niños y bodas de la que no
paraban de caerle indirectas. Harta, decidió que su familia se acercase sin
ella al meollo de los fuegos y buscar un poco de tranquilidad leyendo, a pesar
del alboroto festivo. Pensó que ese hombre llamado Aitor con maneras de
caballero misterioso podría ser un error más de su currículum de exnovios y
examantes.
Fue parca la conversación inicial pero Aitor recordó
las palabras de su padre, ya encorvado por los años, de que algún día llegaría
la mujer que le haría plantearse su vida tal y como la conocía.
Lo que surgió entre ellos en cuanto se dieron dos
modestos besos en la mejilla era más grande que sus miedos o deseos. Unión,
lazo, pasión… Tiene muchos nombres. Tras escasas palabras, Edurne cerró su
libro y siguió cogiendo la áspera mano de Aitor y se sentaron en una terraza
bohemia con muebles de mimbre marrón cercana a la orquesta de las fiestas.
Nadie preguntaría por ellos. La familia de Edurne daría por sentado que se
había ido al chalet familiar de las afueras del pueblo y los amigos de Aitor,
darían por sentado lo que ocurría, ya que siempre ocurría: Aitor ya habría
encontrado a alguna chica. Solo que esta chica no era como las demás para él,
ni él era como los demás para ella.
Dedicaron la noche entera a conocerse. A Edurne la
forma de actuar de Aitor le parecía un reflejo de ella misma. Un depredador.
Seguro, erguido, zalamero e incluso inquietante. Pues bien, ella también era
una depredadora. Así que decidió comenzar la actuación de la que rápido
olvidaría el guion. Pensó que había llegado el hombre capaz de tocar el escudo
de su corazón. Se fascinaban, se adoraban desde el primer segundo. Ambos eran
personas de la fiesta y la noche.
Hay noches de borrachera que unen más que meses de
amistad. Cosa que les ocurrió a ellos charlando en una terraza llena de
alboroto y acompañada por pasodobles provenientes de la verbena. Bebían con la
embriaguez suficiente para notarse por los aires pero lo justo para recordarlo
todo al día siguiente. Su conversación se asemejaba a un juego de póker o a una
partida de ajedrez, con jugadas y ases bajo la manga de la que, sin empatar,
ambos salieron ganadores. El premio era el otro.
Cuando el
amanecer ya se acercaba se propusieron perfilar una vida juntos. Él seguiría
dando clases de francés particulares mientras se abría camino en el mundo de la
escritura. En cambio, ella intentaría buscar trabajo como física. Edurne, como
mujer de números que era encontraba fascinante la pasión de Aitor por las
letras.
—Una cosa que encuentro excitante de escribir es
decidir más vidas que la mía— confesó Aitor en un halo de misterio.
—Te gusta jugar a ser dios.
—Creía que era a eso a lo que os dedicabais los
físicos—. Edurne no respondió y se metió una aceituna en la boca para
amortiguar el silencio. Hay silencios que hablan. Aitor puso su palma sobre la
palma de ella—. Si fuéramos física, seríamos la ecuación con más elementos y
más complicada de todas.
—Al fin y al cabo, el amor es sólo química. Y nuestra
química es más explosiva que los fuegos artificiales —sentenció ella y apuró un
trago de su cóctel.
Hay algo bello en contemplar la destrucción, como
cuando la madera arde en la hoguera. Había llegado el ocaso de sus vidas tal y
como la conocían para renacer como el fénix de sus cenizas o los árboles que
pierden sus hojas para volver a recuperarlas tras el gélido invierno y la
llegada de la primavera y comenzar otra nueva. Esa noche sus miradas color gris
y color chocolate se encontraron y se dieron cuenta que estaban perdidos.
Edurne pensó que ya no existía su pasado, pues nunca podría volver a él por
mucho que lo desease a cambiarlo. Importaba el ahora. Pero él sí pensaba en un
futuro en el que despertarse besando, con el sonido del despertador, esos finos
labios. Ya no pertenecían a la noche, se pertenecían el uno al otro.
Quizás fue el destino o quizás debía ocurrir sin que
la mano de la fortuna interviniese. Enterraron sus armas de la guerra de la
noche de fiesta. Aitor, su gomina y su cartera con la que invitar a copas a sus
posibles víctimas. Edurne, su pintalabios carmín y sus tacones de aguja, la mayoría
de las veces color negro. Él quiso dejar atrás las noches en que tanto rubias,
como morenas, pelirrojas subían a su segundo piso sin ascensor, armando ruido
con sus pisadas ebrias por las escaleras. Ella, renunció a sus despertares en
pisos de hombres desconocidos en un amanecer con cierto olor a hábitat extraño
y cigarrillos consumiéndose en un cenicero al lado de una cama que no conocía
para luego desaparecer en un halo de misterio despidiéndose de un pretendiente
que nunca más volvería a ver. Rostros que no recuerdan, teléfonos borrados de
la sim de su teléfono móvil. Almas por y para la fiesta. Atrás dejaron los
remordimientos de haberse pasado tras una noche loca. Atrás quedan las bebidas
sin control. Dos almas perdidas que se encuentran. Ella fría como un iceberg,
él caliente como el sol. Hielo y llamas que se juntan. Ángeles caídos que se
encuentran y deciden ascender juntos al cielo como salvación.
Así empezó su amor. Gente de la noche, olvidaos de
ellos.
domingo, 15 de enero de 2017
Los sueños ajenos
Ahí va otro de mis relatos:
Beltrán leyó la carta con gran consternación. ¿Por qué
el afamado burgués Antonio Ramírez querría verlo?
Beltrán se encontraba en un barco cargado de otros
delincuentes como él. Se había ganado el pasaje tras haber robado una raída
camiseta en un mercadillo. No sentía remordimientos. La vida lo había
acostumbrado a aquellos actos pero solamente aquella vez le había salido tan
caro.
Sujetaba la elaborada carta del burgués mientras
oteaba el horizonte. El ocaso reinaba en el paisaje dejando detrás de sí un
cielo color carmín mientras que el sol, astro de fuego, se escondía dejando
paso a la oscura noche. Ya era visible el pueblo de Alcenova, lugar dónde
ingresaría en prisión. Y el mar se mecía en el puerto punteado de barcos que
resbalaban hacia la costa.
Mientras que el resto de los pasajeros del barco
desviaban la mirada del pueblo porque éste sería el lugar de su condena,
Beltrán no cesaba de mirarlo con ganas de llegar mientras pensaba. El burgués
lo había citado en la taberna más concurrida del lugar aquella misma noche.
Sabía que tenía tiempo de hacer una ligera escapada para averiguar qué era lo
que aquel rico hombre querría de él. Al fin y al cabo, el burgués mismo se
había puesto en contacto con los guardias que lo custodiaban para que dejasen a
Beltrán acudir a la misteriosa cita. Y, a pesar de que Beltrán agradecía esa
efímera libertad, no dejaba de preguntarse qué pretendía Antonio Ramírez.
Al caer la noche ya se encontraba sentado en una mesa
de la concurrida taberna. Las camareras se movían como bailarinas y sonreían al
pasar. El inconfundible olor a alcohol impregnaba el aire. El guardia
supervisor estaba a su lado, mientras bebía una cerveza que le chorreaba por la
copiosa barba. Beltrán no bebía nada. De hecho, no tenía ni dinero.
Tras media hora de espera, Antonio Ramírez hizo aparición.
Iba discretamente vestido, quizás para no llamar la atención y con un aspecto
impecable que transmitía un aura misteriosa y enigmática con cada gesto. Recorrió
con la mirada el lugar y su vista se detuvo en Beltrán y su guardián.
Inmediatamente se acercó hasta ellos, sonriendo amablemente, y se sentó en
frente de Beltrán.
—Me gustaría que pudiésemos charlar a solas –dijo con
voz queda pero mirando con ojos intimidantes al guardia que custodiaba a
Beltrán. Parecía que éste quería replicar, titubeante entre míralo a él o a las
esposas que llevaba en las manos. Pero, tras hacer unas muecas, se levantó
dejando solos a aquella extraña pareja—. Debes tener muchas preguntas, Beltrán.
Pero iré al grano, ya que sé que ahora el hombre que te custodiaba debe estar
discutiendo con su supervisor y en breves vendrán a buscarte, dado que no se
fían de ti y a mí me deben tomar por loco por haber exigido una cita contigo.
—¿Qué quieres? –preguntó Beltrán con gesto desafiante.
Sus ojos se encontraron con unos ojos negros y profundos tras una maraña de
pelo rizado bien domado y peinado. No le intimidaba el burgués y quería
demostrarlo. Antonio Ramírez sonrió condescendiente.
—¿Sabías que si tenemos un sueño con gran intensidad;
queremos seguirlo, lograrlo y luchar por él; pero si tomamos el camino
equivocado ese sueño será cumplido por otra persona?
Beltrán no supo qué contestar. Decidió que aquel
hombre estaba loco.
—No sé de qué me hablas –contestó secamente.
—¿Eras sastre de pequeño? –preguntó el burgués, sin
inmutarse.
—¿Cómo lo sabes? ¿Lo has averiguado al igual que has
averiguado mi paradero?
Antonio Ramírez negó con la cabeza.
—Beltrán, yo he cumplido tu sueño—. Beltrán permaneció
unos instantes como absorto en sus pensamientos. Decididamente, el burgués
estaba loco. Al ver que Beltrán no articulaba palabra, Antonio Ramírez añadió—:
¿No ha sido desde siempre mi vida tu sueño? Es decir, poseer un imperio en el
mercado textil.
Beltrán bajó la mirada. Lo que decía el burgués tenía
sentido. Claro que ese siempre había sido su sueño. De hecho, desde pequeño
cuando su madre le había enseñado a coser.
—Lo sigue siendo –respondió finalmente Beltrán—. ¿Pero
qué me quieres decir con ello?
El burgués tomó aire.
—Hace poco, yo mismo impresionado por mi propia
fortuna, acudí a una afamada bruja. Ella me dijo que yo estaba cumpliendo el
sueño de otra persona. También me dijo que seguramente esa otra persona estaba
realizando acciones deshonestas y malvadas y que, por eso, no cumplía su sueño
y el sueño había recaído en mí. Pagándole una buena suma, la bruja accedió a
realizar un conjuro para averiguar quién era esa persona… y esa persona
resultaste ser tú. Quería verte y recompensarte pues me siento inmensamente
agradecido.
—¿Acciones deshonestas? Qué fácil es para ti decirlo
que no te falta de nada. Para mí la vida nunca ha sido fácil. Nunca he tenido
dinero y me he visto obligado a robar o amenazar para poder sobrevivir.
—Lo entiendo –terció el burgués sin impresionarse—. No
soy yo quién para juzgar a nadie y menos a mi benefactor. Por lo tanto, quiero
compensarte. Quiero que cumplas mi sueño.
Antonio Ramírez sacó un colgante de plata con una
piedra blanca de su bolsillo y se lo tendió a Beltrán.
—Si te pones esto, cumplirás mi sueño.
Justo en aquel instante, regresó el guardia que
supervisaba a Beltrán con un fornido hombre que semejaba ser un matón. Beltrán
agarró el colgante, intrigado, y se marchó con sus captores.
Beltrán pasó toda la noche pensativo, debido al
encuentro con el famoso burgués. Lo que afirmaba aquel hombre parecía una
locura, no obstante, había adivinado demasiado como para no darle crédito.
Y la mañana amaneció con una gran noticia en el
ambiente un tanto fúnebre del calabozo. El guardia informó a Beltrán de que
estaba libre, alguien había pagado su fianza. Las sonrisas frívolas de los
carceleros eran un tanto halagüeñas pero no mentían. Beltrán no tuvo duda de
que había sido asunto de Antonio Ramírez. Así pues, con ánimos renovados, se
colocó el colgante y salió para inspeccionar la ciudad y comprobar si se
cumpliría aquel sueño prometido.
La libertad hizo ver con nuevos ojos a Beltrán lo que
le rodeaba. Sobre todo cuando la vio a “ella” y chocó con “ella”. Era una joven
de cabello y ojos oscuros que a Beltrán se le antojaba como la imagen de un ser
divino bajo los rayos del sol matutino. Después de palabras torpes, al
principio, no se sentía capaz de vocalizar sonidos con sentido. Pero ella lo
miraba con aire paciente y finalmente estuvieron juntos charlando toda la
mañana. Su nombre era María y, curiosamente, vendía ropa. Beltrán sintió que se
había enamorado y, cuando María marchó para entrar de nuevo en su trabajo, juró
a sí mismo que no se iría nunca de Alcenova para poder estar siempre con ella.
Sin embargo, durante el resto del día no sintió que se
hubiera cumplido su sueño. Aun así, se sentía en deuda con el burgués por haber
pagado su fianza y porque además, si no fuera por ese hecho nunca habría
conocido a María. Beltrán decidió probar suerte en la misma taberna de la noche
anterior para localizar al burgués.
Por sorpresa, el burgués se hallaba de nuevo sentado
en la misma mesa que habían ocupado el día anterior ojeando un libro. Beltrán
se acercó decidido y se sentó esbozando una sonrisa. Apuró de un trago la jarra
chorreante de cerveza que ya había sido pedida en su nombre.
—Gracias –dijo sin saludar. Se desplomó un espeso
silencio.
Antonio Ramírez lo miró fijamente.
—¿Y bien? ¿Has cumplido mi sueño? Pues la libertad que
decidí pagarte era para que cumplieses mi sueño.
—No soy más rico –contestó Beltrán. Pero el burgués no
le permitió terminar de hablar.
—Pero has conocido al amor de tu vida –terció con voz
queda—. Ese era mi sueño. Sólo podías cumplir mi verdadero sueño, o al menos
eso es lo que me ha dicho la bruja. Pero debes saber que el amor hará que
quieras superarte y te dará apoyo en los momentos más difíciles. Por lo cual,
si sigues una vida de rectitud y lejos de acciones deshonestas vivirás mi sueño
y el tuyo juntos. Además, para ayudarte más, siempre y cuando prometas no
fallarme, te daré un puesto en mi empresa.
Su tono daba a entender que hablaba en serio y los
pensamientos del reciente afortunado joven parecían palabras banales para poder
contestarle. Desangrada su alma por tantas fechorías llegaba el tiempo de
curarla. Beltrán sonrió por el cambio que la fortuna había hecho en su vida en
tan poco tiempo y estrechó la mano del burgués con decisión.
jueves, 5 de enero de 2017
Poema a la naturaleza
No hay obra de arte más hermosa.
Ni escultura de mejor técnica,
Ni más colosal maravilla arquitectónica,
Ni pintura más asombrosa.
No hay maestro de los artistas mayor.
Ni música más sonora y emotiva,
Ni danza más atrevida y movida,
Ni libro ni película que toquen corazón.
Le dedicaré los versos más luminosos
En sus anaranjados amaneceres en la playa,
En las rojas amapolas, que mecen las hadas
En el sol que juega con la llovizna en los bosques frondosos.
Le dedicaré los versos más oscuros
En las noches con lagunas de plata.
Por la luna y su infinidad reflejada.
En las cavernas tan impenetrables sus muros.
Naturaleza, eres fuerte y extraña.
Siempre te necesitaremos, menos con los años.
Un día nos sonríes, un día nos destrozas.
Como niña consentida, tu carácter cambia.
Ni escultura de mejor técnica,
Ni más colosal maravilla arquitectónica,
Ni pintura más asombrosa.
No hay maestro de los artistas mayor.
Ni música más sonora y emotiva,
Ni danza más atrevida y movida,
Ni libro ni película que toquen corazón.
Le dedicaré los versos más luminosos
En sus anaranjados amaneceres en la playa,
En las rojas amapolas, que mecen las hadas
En el sol que juega con la llovizna en los bosques frondosos.
Le dedicaré los versos más oscuros
En las noches con lagunas de plata.
Por la luna y su infinidad reflejada.
En las cavernas tan impenetrables sus muros.
Naturaleza, eres fuerte y extraña.
Siempre te necesitaremos, menos con los años.
Un día nos sonríes, un día nos destrozas.
Como niña consentida, tu carácter cambia.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)