miércoles, 27 de diciembre de 2017

El camino que nadie quiere nombrar

Ya está disponible en Amazon mi novela "El camino que nadie quiere nombrar", en formato ebook. En un post anterior os he ofrecido un adelanto de tres capítulos. Os invito a que la descarguéis en el siguiente enlace:
https://www.amazon.es/s/ref=nb_sb_noss/258-8530352-7872444?__mk_es_ES=%C3%85M%C3%85%C5%BD%C3%95%C3%91&url=search-alias%3Daps&field-keywords=el+camino+que+nadie+quiere+nombrar

Aquí va el cuarto capítulo, para que os hagais una idea:



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Empiezo a correr lo más rápido que me permiten mis piernas y, debido a mi práctica, es una velocidad considerable. Mi casa se encuentra en el centro de la capital así que no está muy lejos. Recorro las calles del camino con memoria experta y habituada. De hecho, los habitantes de Lanan solemos movernos o a pie o a caballo. El otro vehículo más rápido que tenemos el carro. Y, según he estudiado en los libros de historia, antes no era así.
Lo que sucede es que, tras la gran guerra de hace cien años, los recursos energéticos habituales de los humanos (petróleo, combustibles, pólvora etc) desaparecieron debido al gasto y derroche de ataques y armamento. Además, la magia también jugó un gran papel en ello. Una estrategia de los brujos fue esa, dejar a los no mágicos sin sus fuentes de energía. Como contraataque los mágicos también dejaron a los brujos sin ese tipo de fuentes de energía. Según nos cuenta el gobierno y según hemos estudiado, él único recurso energético que utiliza actualmente Hafix es su propia magia. Es muy limitada en ese aspecto así que nos describen Hafix como un mundo poco desarrollado, parecido a la antigua Edad Media. Todos nos hemos preguntado cómo será realmente y yo decido que pronto lo sabré por mis propios ojos.
Así pues, solo nos queda la electricidad. A pesar de ello, no hay dinero para mantener muchos generadores. Por lo tanto, no es muy utilizada. Más bien es controlada por el gobierno para sus propios intereses. Y, como vivimos en una cultura de guerra, para la propaganda de esta: con televisores y pantallas gigantes en todo el continente. Es cierto que también poseemos vehículos eléctricos pero es demasiado caro mantenerlos, incluso para el gobierno. He estudiado que antiguamente también había armas de fuego y armas nucleares. Ahora no podemos permitírnoslas y volvemos a luchar con espadas.
A medida que avanzo entre las poco transitadas calles de la ciudad mi plan va cobrando forma en mi cabeza, como una chispa que se enciende y ya no se puede apagar. Adivino que la mayoría de la gente estará ya en sus casas, meditando la situación que se avecina y añorando a sus seres queridos reclutados, por eso casi no encuentro a ninguna persona por mi camino.
Precisamente la parte del plan que más problemática me podría resultar es la que me parece más sencilla. Llegaré desde la capital a la frontera de Daos mediante mi segundo poder mágico: el teletransporte. A mi madre casi le dio algo cuando yo tenía tres meses y vio que había aparecido desde la trona a la cuna por arte de magia. Fue en ese preciso momento cuando descubrió que yo era una bruja.
A pesar de que no controlo mucho mis poderes porque nunca he podido utilizarlos libremente, sé que lo conseguiré. Estoy tan decidida a llegar a la frontera con mi poder que sé que no fallaré. No existe otra alternativa, debo teletrasportame y lo lograré. Por primera vez en mi vida siento una emoción hasta entonces desconocida: estoy orgullosa de ser bruja. Toda la vida he estado avergonzada de ello, debido a la represión del continente de Lanan sobre los brujos, pero hoy siento lo opuesto. Ya que, mi poder puede significar que mis seres más queridos sobrevivan.
El plan parece perfecto. Escribiré una nota para la señora que se encarga de las tareas de mi casa en la que le contaré que he partido en barco junto al resto de los soldados por decisión de Dani y que, además, es un asunto secreto. Sé que ella no lo cuestionará ni sospechará. Confía en nosotros y siempre se le ha dado bien guardar nuestros secretos. Después cogeré provisiones y me prepararé para el viaje y, finalmente, me teletransportaré a la frontera con Daos lo antes que pueda.
Cuando por fin llego a mi casa actúo muy rápido. Escojo y guardo las provisiones en mi mochila especial para la guerra, que me ha regalado Dani hace dos años y apenas he tenido ocasión de utilizar. Guardo ropa, alimentos que pueda necesitar, armas y utensilios que sean útiles para la supervivencia (como linterna, cerillas, medicinas, cuerda entre otras cosas). Garabateo apresurada la nota para la encargada de la limpieza y la deposito sobre la mesa del recibidor. Sé que ahí la verá.
Sin embargo, no puedo evitar observar mi casa con aire nostálgico, a pesar de que aún no he partido. Paseo entre sus paredes recordando los momentos vividos en ella, el lugar donde crecí. Porque una parte de mí se da cuenta de que no la volveré a ver y, también, de que seguramente no volveré con vida.
Percatarme de ello no me asusta. Tengo claro los riesgos de mi plan y está claro que lo más probable y seguro es la muerte. Pero la otra opción sería quedarme aquí y esperar resignada a observar cómo se desarrollan los acontecimientos sin mi intervención. Yo nunca he sido así. Nunca me he quedado a esperar resignada. Siempre he sido dueña de mi destino y lo seguiré siendo, sin confiar en la suerte.
Por otro lado, pienso que el fracaso no es una opción. He de conseguirlo y confiar en ello me dará fuerzas para lograrlo. Me mentalizo de que soy capaz, ya que he sido entrenada durante toda mi vida para ocasiones como esta.
Me pongo manos a la obra y, con todo listo y preparado, agarro un viejo mapa del continente de mi hermano y localizo la frontera con Daos. La visualizo con mucha concentración y cierro los ojos imaginándome que aparezco allí. Sorprendiéndome incluso a mí misma, ya que no estoy habituada a utilizar mi poder, aparezco justo dónde quería. Pero no ha salido tan bien como esperaba.
Estoy en una explanada de arena ante un oscuro cielo repleto de nubes de las que se asoman los plateados rayos de la luna. Me encuentro entre dos grandes murallas; ambas de piedra gris, según lo que mis ojos en la penumbra de la noche pueden distinguir. Solo que no contaba con el estrepitoso ruido de una alarma sonando. Permanezco paralizada porque no sé qué significa.
De pronto, escucho pasos de gente corriendo hacia a mí y sólo se me ocurre una idea: alejarme corriendo de ellos lo más rápido que pueda. Comienzo a correr en dirección opuesta a los pasos justo cuando logro ver a dos mujeres y un hombre con uniforme de guardias avanzando velozmente hacia mí.
—¡Detente! —Vocifera una de las mujeres con una voz ronca y potente.
La ignoro y observo como la primera flecha que me disparan pasa por encima de mi cabeza pero sin alcanzarme. Decido apresurar más mi carrera, preguntándome si lanzarán más flechas y sabiendo que no puedo hacerles caso ni hablarles porque intentan matarme.
La segunda flecha me roza la oreja y, sin tiempo a recuperarme de la impresión, la tercera flecha que me disparan me alcanza el brazo izquierdo. No puedo evitar gritar de dolor pero reúno todas mis fuerzas para seguir corriendo. Oigo sus risas de regodeo y triunfo a mis espaldas. No obstante, he tenido suerte. La flecha no se ha incrustado en el brazo. El dolor me hace aflojar el paso contra mi voluntad y me percato que seguirán disparando hasta matarme.
--¡Así no podrás ir muy lejos, bruja! —Se burla de mí el hombre.
Claro que no podré ir muy lejos, hasta yo lo sé. Intento pensar con más rapidez que mis piernas, que ya flojean el paso, y decido teletrasportarme hacia el otro lado del muro. Cuando siento como se tensa un arco para dispararme de nuevo, cierro los ojos concentrándome en mi poder. Y, a pesar del dolor y la fatiga,  aparezco en lo alto del muro, no al otro lado de él.
Me acuesto e intento ocultarme velozmente. No ha salido como esperaba y deduzco que se debe a que con la fatiga y la herida abierta, no tengo fuerzas para teletransportame más lejos. De todas formas, he logrado salvarme la vida.
Tumbada sobre la fría y dura piedra intento rebajar el ritmo de mi respiración, que era frenético, e intentar respirar sin hacer ruido. Es un esfuerzo considerable debido a lo asustada, cansada y preocupada que estoy. Me doy cuenta de que la herida sangra mucho y que tengo que hacer algo para solucionarlo. Oigo las voces de los guardias que me perseguían y sé que no puedo arriesgarme a coger el botiquín de mi mochila porque haría demasiado ruido. Por lo tanto, cojo un pañuelo y hago un torniquete improvisado con él.
—Mi primer día como guardia en la frontera ha sido bastante emocionante —comenta una de las mujeres.
 Sé que son guardias por su uniforme. Y me reprocho interiormente no haber previsto que me encontraría con ellos. Me doy cuenta de que fallé en la planificación de mi plan. No debería haber sido tan impulsiva y haberme parado por lo menos un par de horas a pensarlo.
—Sí has tenido suerte —afirma el hombre—. ¡Una bruja poderosa! A veces no tenemos esa diversión en semanas.
—¿A dónde creéis que ha ido?
—No tengo ni idea pero si está tan loca y desesperada como para aparecer en la frontera de Daos haciendo sonar la alarma es que volverá.
—Entonces la mataremos —tercia la mujer de voz más grave y autoritaria con voz escalofriantemente fría y tranquila.
—Sí, yo también la quiero muerta. Para el presidente valdrá más sin vida —comenta con anhelo el hombre—. Puede utilizarla como arma en esta guerra.
—¿A qué te refieres?
—A que es un golpe contra los brujos que el primer día desde el anuncio de la guerra aparezca uno más muerto.
Los tres ríen a carcajadas.
—¿Es momento para abrir el Whiskey?
—No, espera a que la matemos a ella o a otro de su calaña —se mofa la mujer de voz grave.
Escucho como se alejan, eufóricos. Sigo intentando controlar mi respiración porque cada vez parece que quiero respirar más fuerte. La curiosidad puede conmigo y asomo la cabeza para ver a dónde se dirigen los guardias. A lo lejos, entreveo una enorme tienda de tela blanca con estandartes y banderas del continente. Los guardias entran y supongo que es donde pasan la mayor parte del tiempo.
Vuelvo a girarme y me permito respirar con fuerza. Me repugna como los guardias se toman a los brujos, como si fueran animales que hay que cazar y, aún encima, celebrar su muerte con alcohol. De todas formas yo no quiero matarlos. Intento pensar en algún modo de salir de estas sin tener que matar a nadie y no veo la forma. Me debí haber planteado que tendré que matar si quiero que mi misión tenga éxito. Muchas veces he tenido la tentación de preguntarle a Dani qué se siente al matar a una persona. Nunca me he atrevido. Sobre todo por el hecho de que, cada vez que nos acercábamos al tema, el semblante de Dani se apagaba y oscurecía por una sombra de dolor.
La herida sigue doliendo y, como los guardias ya están lejos, saco el botiquín con cuidado de mi mochila. Desinfecto la herida e intento coserla tal y como me han enseñado. Tengo algo de anestesia que me inyecto antes de proceder a coserla. Pero aun así debo morder un trozo de tela para aguantar mejor el dolor. Me cuesta una barbaridad coserla y el resultado no es muy bueno, aunque es lo mejor posible teniendo en cuenta de que sólo dispongo de un brazo para ello. Después vendo la herida y me doy por vencida, desplomándome sobre la fría piedra y observo la luna.
Pienso que quizás es mejor desistir y volver a teletransportarme a la capital. No sé cómo atravesar la frontera sin que los guardias me maten. Pero entonces, una nube solitaria se aparta de la luna y esta reluce con fuerza sobre mí, logrando que el colgante de plata de mi cuello brille a su vez. Lo agarro dulcemente y lo observo. Pienso en Marc y en el futuro que deberíamos haber tenido juntos; pienso en Tom y en que tiene muy pocas posibilidades de salir con vida de esta a no ser que alguien lo ayude; también en Pedro y en su infatigable sonrisa que necesito en estos momentos y en los del resto de mi vida; y, por supuesto, en Dani, que siempre me ha protegido y entrenado para ocasiones como esta y no puedo permitir desperdiciar todo lo que me ha enseñado y hecho por mí.  Decido que no hay marcha atrás y que estoy haciendo todo esto por ellos.
Con este pensamiento y, a pesar de lo asustada que estoy, el sueño comienza a apoderarse de mí y cierro los ojos, pensando que no se está tan mal. Que vengan a por mí, los estaré esperando…
Al alba despierto sobresaltada. La alarma está sonando de nuevo. Pero esta vez no he sido yo quien la ha accionado.




sábado, 16 de diciembre de 2017

Malditos


Feliz fin de semana!! Ahí va otro poema registrado:

Fuego y agua que chocan de intensidad
En una magia de humareda de cal
Tierra y aire entre tormentas que se rozan
Pero nunca se llegaron al tacto palpar
En un viaje sin destino ni vuelta atrás



En nuestras manos está el futuro.
Almas malditas en frenesí.
Que queremos salvar el mundo
Antes salvémonos a nosotros, sí
Pero, ¿quién me va a salvar de mí?



Tanta valentía, tanta vanidad
Tanta cobardía, tanta humildad.
¿Qué es mentira y qué es verdad?
Los acordes suenan a marear.
Que no me despierten si esto es soñar.



Estamos malditos
Entre los vivos,
Muertos sin perdón.
Entre el delirio.
Acorazando corazón.

domingo, 10 de diciembre de 2017

Aprender a amar

Hace mucho que no publico nada por aquí. En estos momentos tengo dos proyectos de novelas en proceso de escritura y estoy participando en el club literario "Olladas", obra de Lino Braxe. De momento hemos publicado relatos sobre los incendios que tuvieron lugar en Galicia y, más adelante, publicaremos libros sobre haikus y cuentos sobre el mar. Os dejo un nuevo poema registrado:


Mátame con esas miradas
Como me veas verás a la vez
Con palabras no nombradas,

El mundo que querrías ver.



Agonizo a suspiros
De un abismo de pasión.
La pasión por el amor

Es abismo sin salvación.



Porque entre el abismo
Hay un puente mismo

Al extremo palabra no dicha.

Y no quiero perderte de vista.



Tu libertad nos ata
Quien poseía no amaba.

Te quiero en tu esencia

En tu alma y conciencia.



Mátame de tu codicia
De besos perdidos.

Revíveme de caricias

De abrazos fallidos.



Reposaremos de batallas
De deseos y festejos

En la guerra descansa

En mi cama sin lamentos.


Aprender a amar
Es aprender a vivir.

Al aprender a amar

Es cuando toca morir.