domingo, 23 de septiembre de 2018

Capítulo 22 "El camino que nadie nombra"


22

Debemos deshacernos de los cuerpos así que los tiramos al mar. Después salimos directos a la tienda de campaña de Dani. No podemos correr porque levantaríamos sospechas. En lugar de eso, caminamos con paso apurado atravesando el campamento. La noche está aparentemente tranquila y todavía se ve a algún soldado paseando que aún no ha entrado a dormir en su correspondiente tienda.
Mi corazón palpita muy rápido y en mi mente solo  pienso en huir de aquí. Si el plan ya me parecía descabellado antes, ahora me parece una misión suicida y sin apenas probabilidades de éxito. Creo que deberíamos huir todos, aprovechando que todo está en calma y disponemos de tres barcos en el muelle. Quiero gritárselo a Dani, ya que en estos momentos no soy capaz de intentar decir algo sin gritar, pero sé que no puedo. No podemos levantar sospechas si queremos que todo salga bien.
Nubes solitarias aparecen en el cielo ocultando, de vez en cuando, la luna haciendo que reine la penumbra en el ambiente apenas iluminado por antorchas. Al llegar a la tienda, ahí están todos, que hasta parecen aburridos. Se quedan mirándonos cuando llegamos y rápidamente, se ponen alerta al vernos sudorosos, intranquilos y con manchas de sangre.
—¿Qué ha ocurrido? —Pregunta con una inquieta serenidad la presidenta.
Dani cuenta todo con fría calma, pero aun siendo visible su abatimiento. Al finalizar su relato, todos permanecen unos instantes en silencio. Me acerco a Marc, que pone su brazo sobre mis hombros para tranquilizarme.
—Ha llegado el momento de nuestra misión —concluye, finalmente, la presidenta.
—O de huir —intervengo histérica—. ¡Es imposible que salga bien!
—Lo votaremos —decide la presidenta—. Aquellos que estén a favor de realizar el plan que digan “si”. Los que estén en contra que digan “no”.
Pongo los ojos en blanco, impaciente.
—No podemos perder el tiempo —insisto.
—Luchamos por una democracia, Miranda. Como tal, debemos elegir lo que haremos como se hace en una democracia. ¿O es que quieres imponernos tus decisiones?
No digo nada. Me limito a cruzar los brazos y contemplo, horrorizada, como todos van diciendo que “sí”; uno a uno. Así que acabo pensando que no puedo resistirme y oponerme a todos. Si todos deciden realizarlo será porque realmente es necesario y, de hecho, lo es. Es la única oportunidad que tendrá el mundo para acabar con la injusticia y crueldad de la dictadura de Lanan. Y, de todas formas, así lo he elegido: morir con mis seres queridos. Al menos, la decisión de llevar a cabo este plan es lo que me ha traído hasta ellos. Así pues, ante el asombro de todos, contesto:
—Sí.
—Bien. Iremos —concluye la presidenta.
—Es cierto de que casi no tenemos probabilidades de salir con vida —interviene Amalia. La soldado de cabello corto, color azabache.
—Necesitamos una nueva estrategia —dice Pedro.
—Que la vista de Conan esté en otro lado y no en nosotros —añade Dani, pensativo.
—Una maniobra de distracción —responde Paolo. Dani lo mira con aprobación. Sigo pensando que estos dos se entienden muy bien—. ¿Qué se os ocurre?
—Fingiremos que los barcos provienen de soldados de Hafix, que Hafix está atacando —contesta el general John—. Yo mismo iré en cabeza.
Entonces reparo que el elixir ha dejado de hacer efecto y cada uno vuelve a tener su verdadera apariencia física. Miro mis manos y me alegra reconocerlas como mías.
—Bien pensado, general —lo apoya Paolo—. Pero no sería creíble que el mismísimo general de Hafix atraque en el campamento de Lanan en un pequeño barquito de madera… Yo sí puedo ir. Soy de Hafix y soy brujo. De mí no sospecharían una trampa.
—Tarde o temprano sospecharán de una trampa pero nos dará tiempo —afirma Dani.
—Me ofrezco voluntaria —dice con voz firme Clarisa—. También soy de Hafix.
—Yo lo haría —interviene Henry—. Pero…
—Te necesitamos para captar las señales de televisión y deshacer el inhibidor de magia —dice tranquila la presidenta.
—Me apunto, aunque yo no sea de Hafix —dice Amalia.
—Bien, con uno más supongo que llegará —tercia Paolo con voz queda.
—Yo —finaliza Robin.
—Tened claro que lo más probable es que os capturen —les dice Dani—. No creo que os quieran ver muertos tan pronto, antes intentarán sacaros información. Pero siempre podéis huir en el barco. Cosa que nosotros no podremos hacer.
—Más peligroso es lo que tenéis que hacer vosotros —gruñe Paolo dando una manotada en el aire, como quitando importancia a la situación.
—Coged el armamento que necesitéis de mi tienda. Pero sed discretos, no queremos alertar a todo el campamento o tendréis a todo un ejército encima de vosotros —aconseja Dani muy serio.
—Vendrán a buscarte, Dani —dice Paolo.
—Me buscarán y no me encontrarán. Para cuando averigüen donde estoy espero estar degollando a Conan.
Sin más dilaciones, nos disponemos a partir. Cada uno a su respectivo destino. Nos camuflamos todos con ropas de soldado y unas capas que nos tapen hasta el rostro, pero de manera que el uniforme sí es visible. No estoy conforme con que nos acompañen Tom y Marc, que no tienen experiencia militar pero sé que no tienen dónde ocultarse y que irán a por ellos de todas formas.
La primera fase del plan transcurre muy deprisa. Avanzamos rápidamente atravesando el campamento y el bosque con el que linda. Nos sumergimos en los verdes árboles en un paraje muy tranquilo. Ni por asomo se parece a los bosques de Daos. Pero sigo sin estar tranquila, esperando a que en cualquier momento aparezca el peligro.
Sin embargo, no aparece y llegamos a la fortaleza donde se encuentra el presidente Conan sin obstáculos. Está en una árida explanada situada en un claro del bosque. El cielo nublado no permite verla con claridad pero se visualiza que es de piedra y no muy grande, con dos torres a lo alto. En ella hay ventanas con luces y nos disponemos a esperar.
Permanecemos en silencio, expectantes. De pronto, diez hombres salen de sus puertas. Están ataviados con unos uniformes militares que nunca había visto. Son de color escarlata y la coraza los protege hasta los tobillos.
—¿Sólo irán esos diez a por ellos? —pregunta Tom en un susurro. Se trata de la curiosidad de Tom que conozco de sobra. Siempre tiene que saberlo todo.
—Como el ataque es leve Conan querrá mandar a guerreros de confianza antes de alertar al resto —explica Dani, también en susurros—. Se trata de su brigada especial y son los que nos darían más problemas.
—Henry, es el momento —dice la presidenta.
Henry se levanta, dispuesto, y se dirige a nuestra izquierda. Otra vez debemos esperar a que llegue la señal de Henry de que las cámaras están conectadas a la red de televisión de Hafix y que el inhibidor de magia está desactivado.
Todo parece durante la siguiente media hora muy tranquilo. Sin embargo, nosotros permanecemos quietos en nuestras posiciones sin hacer ruido ni mediar palabra. De repente, un soldado de la brigada especial llega a la fortaleza y otro sale de la puerta.
—Eran atacantes de Hafix. Todos muertos menos un viejo —le dice.
Me da un vuelco al corazón. Todos muertos… El superviviente está claro que es Paolo. ¿Quién si no? Él es un eterno superviviente. Haber pasado tanto tiempo en Daos lo demuestra. Dani tiene que taparme la boca para que no diga su nombre, que casi se me escapa. Pero no dejo de pensar que el resto han caído. Ellos lo tenían más fácil que nosotros… entonces, ¿cómo lo conseguiremos? Vuelvo a pensar que no saldremos de aquí con vida. ¿Y qué le harán a Paolo para sacarle información? Sé que no dirá nada pero no quiero que le ocurra nada malo.
El soldado regresa al campamento y su interlocutor vuelve a entrar en la fortaleza. Precisamente en ese instante, llega la señal de Henry.
—Vamos —nos insta Dani, firme.
Todos nos cogemos de la mano para que tanto el general John como yo nos teletransportemos, llevando con nosotros al resto, al interior de la fortaleza. Me cuesta concentrarme pero cierro los ojos con fuerza y visualizo cómo debe ser el interior de ese recinto. Al final, aparecemos en un corredor de piedra con seis puertas de hierro color plata. No creo haber sido yo la verdadera artífice del teletransporte, sino que ha sido obra del poder del general John, mucho más entrenado que yo. Al fin y al cabo, él nunca ha tenido que ocultar sus poderes.
Estoy muy asustada y no por mí. Desde el principio quienes realmente me han importado han sido mis seres queridos y hasta he arriesgado mi vida entrando en Daos por ellos, por salvarlos, por verlos una última vez… No puedo evitar que Dani y Pedro sigan adelante, pero por lo menos puedo intentar salvar a Marc y a Tom.
—Marc y Tom se quedan aquí, vigilando —ordeno como si se tratara de una condición inquebrantable—. Si las cosas salen mal huirán al muelle e irán en un barco a Hafix.
—¿Qué?
—No.
No presto atención a sus quejas, sino que miro firme a mi hermano y a la presidenta.
—Está bien. Tienes razón —cede Dani, taladrándome con esa mirada que conozco tan bien. Sé que me ha entendido—. Quedaos por aquí montando guardia —les ordena—. Si no nos veis en dos horas huid como ha dicho Miranda.
—Lo siento tanto —musito con lástima y le doy un gran beso a Marc. Él me lo devuelve con fuerza y sé que me ha perdonado.
—Nunca podré librarme de que dejes de intentar salvarme la vida —me dice con cariño, acariciándome el cabello.
—Jamás.
Le doy un abrazo a Tom y me despido de ellos, tal y como merecen. Y se dirigen hasta las escaleras del corredor para montar guardia. Una parte de mí quiere salir corriendo con ellos y huir a Hafix. Pero la otra se aferra a Dani y a Tom y sé que nunca me perdonaría dejarlos luchar contra el presidente sin mí. Sin embargo, comienza a nacer en mí el ansia de asesinar yo misma a Conan. Por su culpa he vivido toda mi vida ocultando mis poderes, por su culpa todos mis seres queridos tuvieron que partir a la guerra, por su culpa he tenido que atravesar Daos y casi muero en decenas de ocasiones.
Quiero matar a Conan.
Abandono mi afán de protección y de aferrarme a la vida y, con un nuevo y único deseo en mente, sigo al equipo hasta una puerta que se encuentra en el fondo del corredor. A pesar de que allí dentro es donde se encuentra el ser que más odio en el mundo, no parece hacer alarde de que así sea. Es muy sencilla y no tiene ningún adorno en especial. Nada ostentoso como en Lanan.
—Empieza el teatro —susurra Dani sin apenas mover los labios.
Dani debe fingir que viene a alertar a Conan sobre el ataque de Hafix. Como siempre ha confiado en él es nuestra mejor baza.
—¡Señor Presidente! —Grita con voz potente—. ¡Traigo noticias del ataque!
La puerta se abre lentamente y llega la primera flecha. Dani la para con su mano; pero entonces, llega la segunda, que le abre una herida en un brazo. Veo la sangre deslizarse por el brazo de mi hermano. El corte no parece grave pero lo que realmente me alerta es el olor a veneno.
—Dani, presidenta Laria de Hafix y compañía —dice desde dentro una voz suave y educada que es la del presidente Conan—. Pasad, os estaba esperando.




jueves, 20 de septiembre de 2018

Os recuerdo mis enlaces a mis obras e-book gratuitas

Tormenta de Primavera


Capítulo 21 "El camino que nadie nombra"



Enlace a la obra completa. Gratuita en formato e-book:

21
El plan B me parece tan absurdo que tengo que hacer grandes esfuerzos por no decirles que me parece una estupidez. Huir en la barca en la que hemos venido desde Hafix. Y todo esto, teniendo en cuenta que deberíamos atravesar un campamento enemigo con soldados. De acuerdo que la mayoría estarán en la batalla, pero de todas formas deberían haber elaborado un plan mejor.
Me duele la cabeza y salgo de la tienda, excusándome con que necesito tomar el aire. Lo cierto es que lo que realmente quiero es estar sola. Sin embargo, cuando llego a donde se encuentra Tom leyendo me distraigo.
—Y, para finalizar, os leeré una cita de un escritor proscrito de Lanan —dice Tom ante los rostros concentrados de sus espectadores—. “El hombre quiere jugar a ser Dios, pero la mayoría de las veces juega a ser demonio y, en lugar de crear un paraíso, crea un infierno”.
Sus palabras son seguidas de un silencio reflexivo al que le sigue un gran aplauso.
—Tom, eres un héroe —le digo, orgullosa, mientras el resto de soldados despejan la hoguera.
—Yo no. La literatura es la verdadera heroína. ¿No te lo he dicho siempre? No subestimes nunca el poder de la palabra y de los libros.
Río porque es cierto. Tom siempre ha sido un ávido devorador de libros y, en parte, es gracias a él que yo también lo soy. Al menos, lo era.
—Ve a la tienda de mi hermano, quieren verte —le digo—. Y diles que he ido a dar una vuelta.
Tom se encamina entusiasmado a la tienda y yo tomo el camino opuesto. Camino sin reparar a dónde me llevan mis pasos. Cruzo la explanada de tierra, rodeada de tiendas de campaña, intentando no pensar en nada y despejar la mente. Finalmente, llego a la costa y no puedo seguir avanzando. Decido sentarme en la orilla.
La noche es apacible. Aunque se asoman algunas nubes, las estrellas relucen en el firmamento y la luna me hipnotiza con sus destellos sobre las olas. No puedo evitar recordar el día en que decidí partir a Daos, y empezar esta aventura. Nunca pude haber imaginado las repercusiones que tendría. Y aquí estoy, con mis objetivos conseguidos pero embarcada en una de las misiones más importantes de los últimos tiempos.
No logro quitarme de la cabeza el pensamiento de que he pasado mucho por ver a Dani, Marc, Pedro y Tom con vida para que mueran ahora. Pero, por otro lado, también reparo en que entre mis objetivos iniciales también se encontraba el de, al menos, verlos antes de morir y, si fuese necesario, morir con ellos. Al fin y al cabo, puede que así sea.
Permanezco unos instantes reflexionando, con la vista fija en el océano. Oigo a unos soldados en la costa, cerca de mí, pero no me molestan. Al final, siento que alguien se acerca a mí y resulta que reconozco que es Pedro en cuanto está a escasos metros de mí.
—¿Me buscabais? —Pregunto.
—Sí, te buscan, y yo sabía que te encontraría aquí. Pero no te voy a hacer volver hasta que estés lista.
—Gracias —musito.
Pedro se sienta a mi lado y se une a mí, observando el mar.
--No quiero imaginar lo que has vivido. Daos debe ser un lugar aún más terrible de lo que cuentan.
—Lo es —afirmo.
—Pero debes seguir adelante —dice Pedro, mirándome con firmeza—. Mi consejo es que nunca te rindas, que nunca frenes el avance de tu vida. La vida es blanco y también es negro. Cada día es como un nuevo lienzo en blanco que debemos pintar a nuestro gusto con las pinturas que nos toquen. Porque, digan lo que digan, somos dueños de nuestro destino, aunque tengamos que sortear obstáculos. No dejes que el día acabe sin haber sido un poco más feliz y sin haber dado un paso para cumplir tus sueños—. Escucho a Pedro, absorta—. Has sufrido mucho pero todos aquí hemos sufrido. Yo mismo me incluyo. El truco es nunca rendirse ni dejarse vencer.
Termina su discurso con su gran sonrisa. Pedro en estado puro. El infatigable joven que siempre está ahí, tanto en los buenos como en los malos momentos para animarte y sacarte una sonrisa. Lo ha conseguido, su sonrisa se contagia en mi rostro.
Miro a lo lejos. Me parece curioso como las cosas desde lejos parecen más pequeñas, como el barco que se acerca rápido desde el horizonte. Como los problemas, cuando los ves desde lejos parecen mucho más insignificantes que si estás cerca de ellos. Entonces, mi corazón da un vuelco y reparo en algo que había obviado. ¿Un barco?
Pedro y yo intercambiamos miradas de alarma. Lo soldados que armaban ruido por los alrededores se acercan a nosotros y el barco avanza tan rápido que calculo que no le quedará ni un minuto para atracar en el improvisado muelle. ¿Qué significa esto?
Cuando me doy cuenta de que debí haber echado a correr en cuanto vi a los hombres acercarse, es demasiado tarde. Reparo en que salen de otro barco que hay a lo lejos en el que no me había fijado. Por lo tanto, deben ser nuevos atacantes de Lanan en Hafix. Solo que estos han logrado sobrevivir, no como sus compañeros. Y resulta que yo tengo la apariencia de una de sus compañeras muertas.
Estoy en un gran lío.
Doy un respingo cuando uno de los hombres me ve y da un golpecito a un compañero para después señalarme.
—Vámonos de aquí despacio y disimuladamente —me dice Pedro con fría calma.
Lo obedezco temerosa. Si me han reconocido, es decir, a la mujer de la que tengo apariencia; todo se habrá estropeado. Y con horror, así es.
—¡Helena! —Grita un hombre con voz ronca.
—Es Helena, está viva, no me lo puedo creer —lo apoya otro.
Pedro y yo seguimos caminando, ignorándolos. Bajo tanto la cabeza para esconderme que no me extrañaría estamparme contra el suelo. De pronto, siento una mano en mi hombro que me agarra bruscamente y me hace mirarlo a los ojos.
Un hombre con barba y melena desgreñada sonríe mostrando una hilera de dientes amarillentos y ríe al verme.
—Es igual que Helena. Pero no creo que sea ella. Yo la vi morir —comenta divertido a sus camaradas, que se acercan a nosotros—. ¿Es un truco de magia de Hafix, impostora?
—Es ella, de verdad —interviene Pedro, duro.
—No te creo —le espeta el hombre—. A la verdadera Helena la he visto morir.
Me doy cuenta de lo desesperado que está Pedro en cuanto ataca a los hombres. Permanecen desconcertados unos instantes pero, finalmente, entre todos lo inmovilizan.
—¿Tú no eres el amiguito del gran Dani? —Pregunta otro hombre, mientras lo tienen cautivo.
Pedro me mira y mueve los labios diciendo de forma muda “corre”. En lugar de hacerle caso permanezco mirando una espada de uno de los hombres. Desgraciadamente, se dan cuenta.
—Intenta algo, bruja y mataremos a tu amigo.
Me quedo quieta intentando pensar en una alternativa para poder escapar de esta situación. Quizás Pedro perdió los papeles y atacó antes de tiempo. Quizás podría haberlos convencido…
—El amiguito de Dani un traidor —gruñe con gesto triunfal el hombre de dientes amarillos—. Al presidente Conan le encantará que se lo contemos. Nos estará muy agradecido…
—Sí, quizás nos suba de puesto —lo apoya otro riendo.
—Roman —gruñe el mismo hombre, que debe ser el líder—. Ve con Michel a contarle al presidente lo que hemos descubierto.
—Pero, Luigi, el presidente debe estar ocupado —contesta Roman azorado.
Estamos perdidos, como el presidente Conan se entere, le podemos decir adiós al plan y a nuestras vidas.
—Dile que es muy importante, seguro que te escucha —insiste Luigi.
Miro a Pedro y me sorprende ver que no ofrece resistencia. Entonces, lo comprendo, está preparando una estratagema. Quiero ayudarlo y, a la vez, confiar en que consiga pensar en algo que nos saque de esta. Si al menos pudiera contactar con Dani y los demás…
Los dos hombres se internan en el campamento para hablar con Conan; mientras tres personas que desembarcan del barco recién llegado se unen a nosotros. Son dos mujeres de avanzada edad y un hombre más joven.
—¿Vais a contarnos cuál era vuestro plan? —Pregunta con tono prepotente Luigi.
—Más quisieras —digo desafiante.
Emiten silbidos.
—¡La impostora quiere jugar! —Grita Luigi. Aunque parece que lo he descolocado, parece más nervioso—. Está bien, si no quieres colaborar…
Pero nunca sabré qué más quiso decir porque Pedro logra zafarse de sus captores y lo golpea en la cabeza de tal manera que cae inconsciente al suelo. Aprovecho la oportunidad y agarro dos espadas; una para mí y la otra se la doy a Pedro; y apuntamos con ellas a los restantes soldados. Sin embargo, ya estamos perdidos. Conan se enterará y nuestra mejor opción será escapar antes de que nos capture.
—Intentad algo y os atravieso —amenazo muy firme.
Pedro y yo contra casi una decena de soldados. Sé que puedo con ellos pero estoy esperando a que alguien dé el primer paso, la señal del inicio de la refriega. Nos sumimos en un silencio solo interrumpido por nuestras aceleradas respiraciones y el sonido de las olas rompiendo en el muelle.
De pronto, rápida como una centella, aparece una nueva figura envuelta en las sombras. Se mueve con una velocidad sobrehumana y, con movimientos soberanos, acaba con todos los soldados contrincantes sin apenas darles tiempo a reaccionar.
Dani ha llegado.
—¡Van a avisar a Conan! —grito histérica, cuando todos nuestros atacantes ya han caído.
—He matado también a los mensajeros. Al ver que tardabais en venir a la tienda de campaña he salido a buscaros y he sospechado de esos dos recién llegados. Les sonsaqué la verdad y aquí estoy.
Dani se derrumba de rodillas en el suelo. Pocas veces se lo ve tan abatido. Corro a abrazarlo.
—He matado a soldados de nuestro bando. Ya no hay marcha atrás: ya soy un proscrito —dice estas dos últimas palabras con dolor. Y lo entiendo, siempre ha sido el soldado más admirable del ejército de Lanan y ahora será el más odiado y rechazado por todos. Sé que él sabe qué hace lo correcto pero es lógico que sienta emociones contradictorias —.Además vendrán más. El plan debe comenzar ya.

           


martes, 18 de septiembre de 2018

Capítulos 19 y 20 "El camino que nadie nombra"



19

Tras la orden de Dani y sin perder un instante, enfilo el camino hacia la tienda de campaña donde supuestamente descansan los miembros del equipo de Hafix. Una ráfaga de aire gélido azota mi rostro al atravesar el campamento. Mi euforia mengua y algo me devuelve a la realidad; pues aún estamos dentro de una guerra y no está todo ganado. Sin embargo, he conseguido mi objetivo, algo que parecía imposible hace apenas unos días.
Al llegar, algunas miradas curiosas se fijan en mí de gente que ya ha despertado en la hilera de camas. Ignorándolas, me reúno con el grupo de la presidenta.
—Dani me ha pedido que os haga ir a su tienda de campaña. Quiere unirse a vosotros —anuncio en voz baja.
—Sí que es eficaz esta muchacha —dice Henry.
—Sabía que eras nuestra mejor baza —la presidenta se levanta con tranquilidad, como si todo aquello fuera un asunto rutinario y no una misión de alto riesgo.
Nos encaminamos a través del campamento en una noche fría pero despejada, sin contar tres nubes solitarias que dibujan figuras de mil formas interpretables en el firmamento y de las cuales se asoman, centelleando, relucientes estrellas. Al entrar en la tienda de campaña de Dani, se respira una tensión palpable en el ambiente.
Dani y Pedro permanecen observando a los recién llegados; y ellos hacen lo mismo. Todos me olvidan, como si yo no fuera más que otra pieza en este tablero de ajedrez. Al fin y al cabo, todos se tratan de estrategas renombrados. Al final, es la presidenta quien rompe el silencio:
—Este es el inicio de una nueva alianza, una alianza histórica, como nunca se ha visto en los últimos cien años —habla la presidenta con su voz suave a la vez que firme, con la barbilla levantada y tono solemne—. Hafix y Lanan uniendo sus fuerzas por motivos nobles; como son derrocar una dictadura y traer la libertad, democracia y justicia a un pueblo sometido.
La presidenta tiende la mano. Mi hermano es más de utilizar una espada que las palabras, así que se limita a sonreír y estrecharle la mano a la presidenta de forma muy enérgica, apuntando hacia abajo su palma de la mano, pero me percato que la presidenta al instante coloca ambas manos de forma perpendicular al suelo y le devuelve la misma energía. El gesto se repite con todos los miembros del equipo.
—Antes de nada quería daros las gracias —dice Dani con los brazos cruzados—. No solo habéis salvado y cuidado a mi hermana, sino que también me la habéis traído con vida. Os estaré siempre agradecido —Repara en todos los presentes como si buscara algo—. ¿Quién es Paolo?
—Yo —responde Paolo.
—Siempre estaré en deuda contigo porque has sacado a mi hermana de Daos.
--La mocosa tiene agallas—. Paolo se encoge de hombros—. Por mí solo hubiera sido imposible. He tratado de guiar a su salida a mucha gente pero solo ella lo ha conseguido. El mérito no es mío.
—Miranda —. Esta vez Dani se dirige a mí—. He hecho llamar a Tom y a Marc. En estos momentos deben estar fuera esperando. Puedes quedarte aquí para escuchar y reunirte con ellos más tarde o puedes ir con ellos ahora mismo. De todas formas te contaremos lo que hablemos.
Por un lado quiero quedarme, formo parte del equipo que quiere destruir a Conan para acabar con su régimen totalitario encubierto. Pero por otro lado me muero de ganas de verlos.
—Iré con ellos —decido finalmente.
Dani hace un gesto con la mano para instarme a que salga y, sin pensarlo dos veces, tomo la puerta que me indica.
La penumbra del exterior, apenas iluminada por antorchas y una hoguera junto a los rayos de la luna, semeja fantasmagórica. Reparo que, en esa hoguera, hay dos jóvenes. Se trata de Tom y Marc. Me dirijo a ellos sigilosamente y me siento a su lado.
Me miran perplejos y yo solo soy capaz de regalarme la vista con su imagen. ¡Cuántas veces no los he visto en mis sueños y pesadillas, soñando con este momento! Tom viste un uniforme blanco no muy pulcro, como parece ser todo en esta guerra. Sin embargo, al contrario que los demás, lo veo hasta mejor que antes. Ya no parece el muchacho asustadizo y tímido que conocía. Ahora se me antoja más seguro y decido.
—¿Traes órdenes de Dani? —Pregunta Tom.
Marc se queda callado, mirando fijamente mi colgante. No respondo, sino que miro a Marc tocando el colgante. Él me devuelve la mirada como si acabase de comprender algo importante.
—No puede ser —musita, incrédulo.
—Soy Miranda, chicos.
Decido ser más cauta a la hora de revelar quién soy que de la manera que he hecho con Dani. No quiero perder este precioso tiempo volviéndolos locos, como ha pasado con mi hermano.
—¿Miranda? Pero… ¿qué haces aquí? ¿Y por qué tienes ese aspecto? —Inquiere Tom.
—Es una larga historia, ¡Me alegro tanto de veros!
Les doy un gran abrazo con un torrente de felicidad inundando mi corazón. Ríen a carcajadas y me devuelven el abrazo.
—¡Es increíble que estés aquí! —Exclama Tom, eufórico—. Bueno, quiero decir… es terrible… no deberías estar aquí… pero es fantástico a la vez…
—Deberías estar en casa, a salvo —me espeta Marc, taladrándome con sus ojos grises. Después, me acaricia el rostro con ternura. Veo melancolía en él. Pero, para mí, parece que no hay mejor visión en el mundo que ese rostro y no puedo apartar la vista de él, mientras siento sus caricias sobre mi tez.
Me dispongo a contarles todo lo que he vivido hasta llegar hasta el campamento de Lanan. Al igual que Pedro y Dani, no interrumpen. Sin embargo, es apreciable en ellos el asombro o incluso admiración. De pronto, siento que me cuesta un mundo volver a repetir toda mi historia. He revivido tantas veces los horrores que he pasado que ahora noto que, cada vez que los repito, el miedo vuelve a mí. De vez en cuando, hago pausas en las que los recuerdos invaden mi mente de forma tan intensa que creo que son reales, que han vuelto. Luego me repongo y sigo hablando. Muchas veces tengo que reprimir las lágrimas, sobre todo al recordar las muertes que he presenciado y, sobre todo, las que he causado yo. Al final de mi relato, clavo la vista en el suelo y recuerdo a los carroñeros lanzando a su víctima de forma fría a las enredaderas para que la mataran.
Pero algo me devuelve a la realidad. Marc me besa.
Entonces nada más existe. Solo estamos Marc y yo fundiéndonos en ese beso en el que dos almas perdidas se reencuentran. Por un instante, parece que todo ha quedado atrás, que no han existido esas semanas de horror y nunca hemos tenido que despedirnos. Aunque el embrujo desaparece al separar nuestros labios, la sombra de los sentimientos que ha dejado en mí me hacen sentir mejor.
Tom está clavando la vista en una piedra del suelo. No creo que le parezca interesante, supongo que se sentiría un poco incómodo. Decido abrazarlo y darle un beso en la mejilla.
—¿No os enfadáis de que haya decidido ir a Daos?
Marc toma mi mano y yo la agarro con fuerza. Nunca más quiero soltarla.
—Las órdenes de Dani fueron venir hasta aquí y no enfadarnos, oyésemos lo que oyésemos.
—Unas órdenes que nos parecieron extrañas, por cierto —añade Marc.
Me rio como hacía mucho que no reía. No es una risa amarga, es una risa feliz.
—No puedes imaginarte, Mirs, lo que me alegra verte. Te quiero tanto. No ha pasado un instante aquí en el que no haya pensado en ti —dice Marc con lágrimas en los ojos. Quiero decirle que siento lo mismo. Pero estoy tan abrumada que no me salen las palabras, así que un beso habla por mí.
—Yo también te quiero con locura —le susurro al oído. Reparo en que no puedo contarle todo lo que he pensado de él en este tiempo, ya que siempre temía que estuviera muerto y eso lo asustaría. Pero al final consigo decir—: siempre he pensado en ti.
Tras una pausa en que creo que sucumbiré de nuevo a las lágrimas, decido romper el hielo.
—¿Y vosotros? Contadme lo que habéis hecho.
El mundo parece un lugar maravilloso mientras los escucho. No parece que estemos en el corazón de la guerra, en el ojo del huracán. Olvido la árida tierra y me siento en un oasis. Al fin y al cabo, he conseguido mi objetivo, todo por lo que tanto he luchado y sufrido.
Tom consiguió librarse de luchar para trabajar como ayudante de la enfermería. Dani afirmaba delante de otros dirigentes que era un enclenque y solo entorpecería la batalla y que, al fin y al cabo, era mucho más útil como enfermero. Por supuesto, todo esto era teatro. Pidió disculpas cientos de veces a Tom de lo que decía de él. Ya que, al fin y al cabo, tenía que salvarlo de forma creíble.
Para salvar a Marc, Dani también fue crucial. Pero de una forma que me desagrada. Le causó un corte a Marc no muy grave para él pero si lo suficiente para que mi hermano fuese capaz de convencer que sería más útil al ejército como chico de los recados. De hecho, casi no tenían a gente para esas funciones, así que los demás militares aceptaron.
Mientras hablamos a la luz de la hoguera permanezco agarrada a Marc. Siento que nuestra química es fuerte, incluso con nuestros gestos estamos conectados. Si él se mueve, yo me muevo. Si yo lo miro, él me mira. Siento que somos uno y no lamento haber tenido que pasar por cientos de tormentos hasta llegar a este momento.
Al despuntar el alba, tengo que luchar contra mis párpados para que no se cierren. A pesar de que no quiero que el día llegue a su fin, el sueño me invade.
—Deberías descansar, Mirs —me dice Marc con ternura—. Te llevaré a mi tienda para que duermas.
—No quiero —contesto bostezando y ellos se ríen.
—Id, avisaré a Dani de dónde estás cuando salgan. Parece que la reunión se alarga —nos insta Tom.
Había olvidado lo que estaba ocurriendo dentro de la tienda de Dani. Es cierto que se alarga mucho. Aunque tampoco llevamos tanto tiempo al lado de la hoguera. Ya que pisamos tierra entrada la noche y, desde entonces, han ocurrido muchas cosas. Finalmente, decido que debo dormir y permito que Marc me guíe a su tienda de campaña.
El amanecer dota de tonos rojizos al cielo y los pájaros pian, anunciando la llegada de un nuevo día. Las antorchas siguen encendidas pero el sol las eclipsa. Marc me lleva, cogidos de la mano hasta que llegamos a su tienda. Es mucho más modesta que la de Dani pero, al menos, puede permitirse tener una propia, aunque sea pequeña. Marc me conduce con delicadeza a su cama y me arropa con dulzura.
—No me dejes sola —digo, con una voz que suena infantil. En el fondo tengo miedo de dormirme y despertar, siendo todo esto un sueño. Además, los recuerdos de Daos asaltan mi mente de vez en cuando sin que pueda controlarlo. Tengo miedo de que vuelvan.
—Jamás —responde con suavidad, mientras se tumba a mi lado y me envuelve con sus fuertes brazos—. Me quedaré aquí hasta que despiertes y mucho más. Siempre estaré aquí para ti.
Nuestras manos se entrelazan agarrando mi colgante, su regalo. Por fin tengo a la luna a mi lado, tras un largo día de sol infernal. Y, con este pensamiento, me rindo al sueño.




20
Esta noche, mi mente me ha hecho un regalo. He soñado con mis padres. Era extraño, los tenía frente a mí y quería hablarles pero no era capaz de articular ninguna palabra, mientras que ellos me decían que me querían. Después, volví a soñar con horrores de Daos y me despierto gritando.
Lo primero que pienso cuando abro los ojos es que no sé dónde estoy. Marc sigue abrazado a mí y me acaricia el cabello mientras me sisea para calmarme. Vuelvo a la realidad y observo extrañada la tienda de campaña en la que estoy. Miro hacia todos lados y puedo ver por una pequeña ventana que está anocheciendo.
—Estás aquí —logro decir mientras vuelvo a reparar en Marc y me siento la persona más afortunada del mundo por tenerlo a mi lado—. ¿Cuánto tiempo llevas aquí?
—Todo el día —responde antes de darme un beso en la mejilla.
—Debió ser aburrido —afirmo y le devuelvo el beso—. ¿Llevo durmiendo todo el día?
—Sí, bella durmiente. Hasta ya me he acostumbrado a tu nuevo aspecto. De todas formas, en lo esencial no has cambiado. Sigues teniendo los mismos gestos y forma de moverte.
—No durará mucho.
Fijo mi vista en la ventana y, de repente, me doy cuenta que la tienda me recuerda mucho a la cabaña que Paolo tenía en Daos. Vuelvo a recordar el sueño que he tenido y tengo que reprimir las lágrimas. Al fin y al cabo, reparo en que echo mucho de menos a mis padres. ¿Cómo serían las cosas si no hubieran muerto, si aún estuvieran conmigo y con Dani? Está claro que serían muy distintas pero no sé hasta qué punto habrían cambiado. Al fin y al cabo lo mejor sería tenerlos a todos conmigo pero, de todos modos, he tenido una vida bastante cercana a la felicidad. Sin duda, tener a mis padres conmigo sería lo mejor, pero nunca se sabe que giros puede dar el destino si algo sucede de forma diferente a como sucede en realidad. Sin embargo, también me percato de que yo he sido una privilegiada hasta que empezó la guerra y soy consciente de que formo parte de un plan para cambiar la situación y que la demás gente no viva a la miseria y pueda tener una vida similar a la que he tenido yo o, incluso, a la que ha tenido la población de Hafix…
—Lo has vuelto a hacer, te has ido —dice Marc, esbozando una media sonrisa.
Lo miro arqueando las cejas y abriendo mucho los ojos, ya que no sé a qué se refiere.
—Desde que has llegado al campamento te he notado cambiada. Hablas pero, de repente, te quedas callada y tienes mirada perdida con cara de sufrimiento; como si recordaras algo terrible. Parece que te vas de tu cuerpo y puede que así sea. Tu conciencia se va a otro lado y pienso que debe ser a Daos. Me parece que, aunque no ha acabado contigo cuando estabas allí, quiere perseguirte ahora con los recuerdos terribles y acabar contigo ahora… Pero luego vuelves, y vuelves a hablar como si nada y yo me alegro de que no sea cierto.
Miro asombrada el bello rostro de Marc unos instantes.
—Es cierto, de vez en cuando tengo recuerdos de Daos —asiento, pensativa—. Sabes, ¿había olvidado que eras así?
—¿Así, cómo?
—Tan fascinante —contesto y él ríe—. Creo que he olvidado muchas cosas de casa.
—Se te ha olvidado una cosa muy importante.
—¿Cuál?
—Tu sonrisa.
Esbozo una sonrisa forzada que se vuelve verdadera en cuando Marc ríe.
—Así me gusta —afirma, satisfecho.
De pronto, soy más consciente de la realidad y el momento que estoy viviendo. Estoy junto a Marc, tras haber soñado tanto tiempo en reunirme con él y que siguiera con vida. Me regalo la vista con su imagen, como si nunca más quisiera perder esa visión de mis ojos. Además, también me he reunido con el resto de mis seres queridos, como llevaba deseando desde que empezó la guerra. Todos están vivos. Sin embargo, todavía no estamos de todo a salvo, sobre todo ahora que queremos matar al presidente Conan. Puede que este sea el momento más peligroso de toda la guerra.
Beso a Marc en lo que se convierte una serie de tiernos besos de amor. Quiero aprovechar estos instantes y los vivo como si fueran los últimos. No quiero hacer partícipe a Marc de mis pensamientos para no asustarlo pero, al final, se me escapa decir:
—Quiero besarte y abrazarte como si mañana se acabara el mundo.
—Puede que así sea —responde él.
Tras un momento apasionado, permanecemos tumbados en la confortable cama y noto como una sombra se cierne sobre su rostro.
—¿Qué ocurre? —Pregunto suavemente.
—Es solo que… por fin me alegro de no haber acudido a la batalla de los niños y haber sobrevivido.
—¿Cómo puedes decir eso? —Inquiero, ofendida y en tono de reproche.
—Porque yo debía estar ahí. Todos nuestros compañeros han muerto y yo he sobrevivido por suerte. Me he sentido culpable todo este tiempo porque es injusto. Veo sus camas vacías en la otra tienda y los echo de menos. Ellos murieron y yo vivo. Ojalá les pudiera pedir perdón y ojalá los pudiera haber salvado. Pero ahora, por fin, me alegro de no haber estado allí porque te tengo a ti.
Asiento lentamente e intento comprenderlo y ponerme en su lugar. Decido que ya es hora de levantarse y que ambos debemos despejarnos y olvidar todo lo que nos preocupa. Marc tiene razón, no debo dejar que los recuerdos de Daos puedan conmigo y debo volver a sonreír como antes.
—Venga, vamos a fuera —le digo con cariño.
Nos levantamos aletargados de haber estado tanto tiempo tumbados. Me siento con fuerzas renovadas. Dormir tanto me ha sentado bien. Al fin y al cabo, hacía mucho tiempo que no dormía como es debido.
Al salir de la tienda ya es casi de noche. La luna se asoma acompañada por solitarias estrellas. Vemos frente a nosotros un corrillo de gente, sentados alrededor de una hoguera y un muchacho, sentado en el centro con un libro, que resulta ser Tom.
—Tom lee en voz alta lecturas de sus libros a los soldados todas las noches —me explica Marc ante mi cara de asombro.
Nos sentamos con ellos y Tom me guiña un ojo. Noto que ha cambiado, la guerra lo ha cambiado, como a todos. Ahora parece mucho más seguro que antes.
—Ahora os leeré un poema apropiado para nuestra situación de Mario Benedetti, un poeta del siglo XX.
>> No te rindas, aún estás a tiempo
de alcanzar y comenzar de nuevo,
aceptar tus sombras, enterrar tus miedos,
liberar el lastre, retomar el vuelo.

No te rindas que la vida es eso,
continuar el viaje,
perseguir tus sueños,
destrabar el tiempo,
correr los escombros y destapar el cielo.
Sin embargo, no tengo tiempo para escuchar todo el poema, que es increíblemente recitado por mi amigo. Cuando lo tengo a mis espaldas me doy cuenta de quién es, pues mis sentidos están agudizados y conozco de sobra su forma de moverse que, aunque es sigilosa y entrenada, soy capaz de reconocer hasta dentro de una estampida de animales.
—Miranda. Dani te llama —me dice Pedro, poniendo su mano en mi hombro.
—¿Marc puede venir?
—Por supuesto.
Marc y yo seguimos a Pedro mientras Tom continúa su lectura nocturna.
—¿Cuánto tiempo lleváis reunidos? —Pregunto sin perder un instante, en cuanto nadie nos puede escuchar.
—Prácticamente todo el día. A intervalos, teniendo en cuenta todos los asuntos que Dani tenía que resolver.
—He perdido el tiempo durmiendo —musito cuando estamos cerca de la gran tienda de Dani.
—Te hacía falta descansar. Has pasado por cosas terribles últimamente.
No respondo y soy la primera en entrar en la tienda. Allí está todo el equipo con el que he venido: la presidenta, de pie muy recta; el general John, también de pie con los brazos cruzados; Henry, sentado bebiendo una copa y Clarisa, sentada al lado de Henry. Mi hermano está apoyado sobre su escritorio con los brazos cruzados y luciendo una reluciente armadura. Me sorprende ver a tres personas más que no conozco. Son dos mujeres y un hombre.
Reparo en ellos, una de las mujeres tiene una melena corta de color azabache. En su rostro destacan sus ojos ámbar que son muy grandes y una cicatriz en su mejilla. Viste ropas de soldado y actúa como si nada de esto le importara realmente. Me pregunto qué hace aquí entonces. La otra mujer es baja, morena con el pelo rizo y ojos oscuros. Adivino que debe ser doctora por su uniforme. Parece nerviosa pero firme, de todas formas. El hombre es alto y fuerte, con una espesa cabellera rubia rizada. También es soldado y tiene aires de firmeza.
Entonces reparo en algo muy importante que había olvidado.
—¿Cuándo se acabará el efecto del elixir?
Todos se miran entre ellos. Supongo que no esperaban que fuese a decir precisamente eso.
—En dos horas, Miranda —responde John—. Pero tenemos más elixir para nosotros. A ti ya no te hará falta. Dani se ha inventado una coartada por si alguien te reconoce. Aunque, de todos modos, no conviene que te dejes ver demasiado.
Asiento con la cabeza.
—No sé qué hago aquí —me dice Marc en voz baja. Lo veo cohibido e impresionado.
—Piensa que es una forma de compensar por no haber estado en la batalla. Sé que eso te importa —le digo en susurros, intentando que se sienta mejor. Él me sonríe nervioso.
—Supongo que querrás conocer el plan, Mirs —dice mi hermano con paciencia.
—Sí. ¿Cuál es el plan?
Me choca verlos a todos juntos. La alianza que pretende cambiar todo un sistema se ha creado muy rápido.
—Para empezar, esperaremos hasta que se produzca la próxima batalla para realizar el plan —comienza a decir Dani—. En ese momento partirán la mayoría de los soldados que hay en el campamento; con lo que tendremos el terreno más despejado y menos posibles atacantes si nos descubren.
—Pero… —interrumpo—. ¿Conan no irá a la batalla?
—Digamos que prefiere quedarse a salvo en su pequeña fortaleza mientras los demás mueren por él —interviene la mujer de cabello corto con desprecio.
—¿Y tú irás a la batalla? —Le pregunto a Dani.
—Desertaré, pero de una manera que me descubrirán tarde. Aunque no descubran que intento matar a Conan, en cuanto sepan que he desertado para la batalla, seré un proscrito.
—Y yo también, porque haré lo mismo —afirma Pedro.
Después Henry intervendrá en el mecanismo de defensa mágico que rodea la fortaleza de Conan, a la vez que modificará la señal de las cámaras para que sea sólo nuestra —dice la presidenta.
—¿Conan se protege con magia? —Interrogo, incrédula.
—Como puedes ver sí. Nunca ha destacado por su moralidad y coherencia por lo que me habéis contado—. Es Paolo quien habla. No había reparado en que estaba en la tienda. Veo que está mucho mejor que antes. Ha recuperado color y ha ganado peso.
—Luego toca entrar. Como la protección y el inhibidor de magia estarán desactivados, nos teletransportaremos a la entrada del refugio de Conan —prosigue la presidenta, impasible y poco impresionada—. Seremos pocos. Los suficientes para poder llevar a cabo el teatro…
—¿Teatro?
—Dani se hará pasar por aliado de Conan —continua el general John—. Conan confía en él, así tendremos una oportunidad para que abra la puerta y podamos entrar unos cuantos. Seremos Dani, Pedro, Henry, la presidenta y tú.
—¿Yo?
—Diablos, ¿esta muchacha siempre hace tantas preguntas? —Dice Paolo, poniendo los ojos en blanco.
—Desde que nació —responde Dani sonriendo. Parece que se lleva bien con Paolo—. Eres fundamental Miranda.
—Eres la mártir que ha pasado de todo por culpa de la guerra. La niña prodigio que ha conseguido atravesar Daos y llegar hasta aquí. La que ha alertado al gobierno de Hafix —dice la presidenta.
Me resulta absurdo. Yo no me considero ninguna mártir. Hasta mis logros, si es que se pueden llamar logros, suenan mejor de su boca que de la manera en que pensaba yo. De todas formas, me limito a decir:
—¿Qué queréis que haga?
—Dar tu testimonio por las cámaras, además de ayudarnos a luchar contra Conan—, responde Dani—. Al fin y al cabo, eres de las mejores guerreras que hay en Lanan, si yo mismo te he entrenado.
            Me encojo de hombros.
—Supongo que lo siguiente será el asesinato de Conan.
—Ante las cámaras. Soy capaz de sobra —. Dejo escapar una sonrisa. Dani y su fanfarronería. No obstante, es cierto—. Además, saldremos la presidenta, tú y yo por las cámaras.
—Que será retransmitido por todo el planeta —concluye John.
—Y esperáis que saldrá bien… Le veo mil lagunas…
—Es lo mejor que tenemos y estoy dispuesto a luchar por ello —afirma Dani, contundente.
—Todos lo estamos —lo apoya la presidenta.
—En la guerra hay que estar dispuesto a morir por una causa mayor a nuestras insignificantes vidas —dice el hombre de cabello rubio rizado.
Me quedo callada meditando sobre este plan. Parece bien pensado y parece tener muchas oportunidades de tener éxito; pero, por otro lado, es muy arriesgado. Esta gente me parece una suicida. Sin embargo, ¿no lo he sido yo, adentrándome en Daos? Además, tienen razón. La causa lo merece. Si no habría que volver a Lanan tras haber muerto miles de personas inocentes para reanudar la vida de injusticias en la dictadura de Conan. Podríamos huir a Hafix y ser felices, pero mucha gente pagaría las consecuencias, todos aquellos que permanecieran en Lanan o que lucharan en la guerra.
—¿Quiénes seremos? —Digo finalmente.
—Cuantos más mejor. Todos los que estamos aquí y seguiremos intentando reclutar a gente de confianza. Hoy hemos convencido a Daria, Amalia y Robin —contesta Dani señalando a los desconocidos, que saludan con secas cabezadas—. Marc, ¿Tom y tú estarías dispuestos a participar?
Siento una jarra de agua fría en mi cuerpo mientras Marc responde:
—Por supuesto, sería un honor.
—De eso nada —intervengo, rotunda—. No he cruzado Daos para perderos a todos ahora.
—¿No decías que serviría para compensar no haber ido con mis compañeros a la batalla? —Me espeta Marc, ofendido—. ¿No me crees capaz?
—Claro que eres capaz. Pero la idea de perderte…
—Estará más seguro con nosotros que aquí —me interrumpe Dani—. Si nos descubren, irán rápidamente a por él y Tom. Los tomarán como rehenes para chantajearnos. Además, no nos podríamos permitir ceder.
Sus palabras me dejan helada. Ha querido decir que los dejarían morir antes de llegar a un acuerdo con Conan.
—Por ello es mejor que vengan. Los pondremos a vigilar con otros soldados expertos. No entrarán en el meollo de la batalla a no ser que nos podamos permitir no tener a nadie montando guardia —dice el general John.
Me rindo y asiento.
—De acuerdo. ¿Cuándo será la próxima batalla de la guerra?
—En cuatro días —contesta Dani.