jueves, 29 de noviembre de 2018

Capítulo 1 "El Camino que Nadie Nombra"

Tras un tiempo sigo repitiendo capítulos de mis dos últimas obras. Os dejo los enlaces para leerlas enteras.

https://espanol.free-ebooks.net/ebook/El-Camino-que-nadie-nombra


1
El ardiente sol del amanecer me acaricia el rostro mientras yo tengo fijada la vista en mis apuntes de matemáticas. Siempre me han gustado las matemáticas, ya que en esta materia todo problema siempre tiene una solución. La roca sobre la que estoy sentada comienza a parecerme incómoda y empiezo a tener que moverme y apartar mi mirada de mis apuntes.
Alzo la cabeza y veo la llanura de tierra entre un círculo de rocas situada en lo alto de una montaña en la que estoy situada. Desde aquí hay unas vistas maravillosas del océano y del espectáculo que es la salida matutina del sol. En frente de mí están Dani y Pedro luchando con toda la fiereza que es posible en un combate simulado. No luchan con armas de verdad, sino con espadas de madera. Es indudable quien está ganando, ya que siempre es así: Dani.
Dani es mi hermano mayor, de hecho el único. Guapo a rabiar, famoso y el mejor guerrero del continente. No es de extrañar que tenga centenares de seguidoras y que todo el continente lo admiren. En ocasiones me pregunto qué ve todo el mundo en él. Quiero decir, yo lo veo simplemente como Dani: el chulo, el prepotente, el engreído… pero también el cariñoso, leal, inteligente y único hermano que tengo que es a la vez la persona que más quiero y que más rabia le tengo en este mundo. Dani, quien lleva toda la vida cuidándome y protegiéndome. Solo que me gustaría saber si sus fans pensarían lo mismo de él de pasar un día entero a su lado. A veces, aguantar a Dani es todo un arte más complicado que la guerra.
—Vamos, Pedro. Puedes hacerlo mejor —espeta Dani con fanfarronería a su contrincante tras realizar una arriesgada pirueta.
—Ambos lo sabemos, pero no quiero dejarte en ridículo.
            Dani resopla y no puedo evitar reírme, distrayéndome del estudio. Pedro, con su eterna sonrisa. Es el mejor amigo de mi hermano y es también como un segundo hermano para mí. Él y yo somos los únicos capaces de sacar de quicio a Dani y los únicos de los que parece no importarle que nos riamos de él. Pedro es de estatura mediana y bastante fuerte. Su cabello es negro y sus ojos, ámbar. Lo que más me gusta de él es que siempre está ahí; ocurra lo que ocurra, siempre dispuesto a ayudar desde el más grande hasta el más mínimo de los problemas, ofreciendo siempre consejo y ánimo. Creo que el mundo sería un lugar mucho peor si él no existiese.
Dani y yo nos parecemos, como hermanos que somos, en que somos altos, delgados y de tez pálida; con ojos negros y de cabello castaño oscuro. A pesar de que Dani esté teñido de un rubio platino y lleve siempre la melena muy repeinada, para el agrado de sus fans. Yo, en cambio, no presto tanta atención a mí físico y mi melena parece que siempre va por libre así que ni me devano los sesos en peinarla. Ambos somos fuertes y hemos heredado las habilidades de lucha y combate de nuestros padres.
Me quedo mirando la lucha entre Dani y Pedro y paro de estudiar. Es evidente que, aunque Pedro también es un renombrado guerrero, Dani es superior. Se mueven entre florituras de sus espadas y piruetas hasta que Dani gana a Pedro. Él simplemente se encoge de hombros y estrecha la mano de Dani sin perder su blanca sonrisa.
—Te toca, hermanita —me dice Dani con una media sonrisa chulesca.
—¿En serio? Vas a hacer que eche todo el desayuno —replico volviendo a fijar mi vista en los apuntes de matemáticas.
—Deja eso, sacarás un diez igualmente, como siempre —farfullea Pedro, jadeando del esfuerzo, mientras se acerca a mí para cogerme del brazo y arrastrarme hasta la planicie.
—¿Tienes miedo, hermanita?
Pongo los ojos en blanco. Mi nombre es Miranda y tengo quince años. Dani lleva toda la vida dándome clases de combate. Con cinco años agarré mi primera espada y él siempre se ha encargado de mi entrenamiento. Descartó la idea de que asistiera a una escuela militar, prefirió dirigir mi formación de guerrera él mismo. Sé que es, sobre todo, porque no quiere separarse de mí. Nuestros padres murieron hace diez años en una guerra contra los bárbaros del norte. Yo tenía cinco años y lamento no conservar muchos recuerdos sobre ellos. Desde aquel momento Dani se ocupó de mi educación, protección y cuidado. Él tiene veintisiete años, es decir, que ya era mayor de edad cuando nuestros padres murieron y se pudo encargar de mí. Por eso siempre estuvimos tan unidos y pasamos tanto tiempo juntos. Por eso, él solo me pierde de vista cuando tiene que partir a una batalla.
—Lista —replico solamente, agarrando de manera brusca la espada de Pedro.
Como soldados experimentados que somos, comenzamos a luchar sin mediar palabra. Sin ánimo de querer presumir, he decir que soy muy buena en esto, mejor que la mayoría de los soldados profesionales; al fin y al cabo, he aprendido del mejor. Conozco su estilo de combate y comienzo a moverme de manera automática. Permito que mi mente divague sobre cosas irrelevantes mientras ejecuto los golpes sin ser consciente de ellos. Tras un minuto, la intensidad de Dani aumenta y tengo que ser más consciente de mis acciones. Dani nunca me ha dejado ganar y eso me motiva más. Sin embargo, hoy ocurre lo nunca visto. Consigo acertar con mi espada de madera en el cuello de mi hermano. He ganado.
Los tres permanecemos mudos unos instantes. Dani y yo respiramos agitadamente del esfuerzo y yo miro a Pedro, quien no abandona su sonrisa pero un deje de sorpresa aparece en su rostro.
—¿Es que tienes un día blando, Dani? —espeto riendo—. ¡Es la primera vez que me dejas ganar!
Sigo riendo pero Dani no responde. Sino que mira hacia el suelo con el ceño fruncido. Conozco esa mirada demasiado bien y lo conozco también a él demasiado bien como para darme cuenta de que no me ha dejado ganar. Pedro comienza a reír a carcajadas y a aplaudir.
—Por fin la alumna ha superado al maestro —dice eufórico.
—Ni una palabra a nadie —musita serio Dani. Pero luego sonríe y me da un abrazo. Algo normal en él: pasar de la dureza a la ternura en tan sólo un segundo.
Durante la siguiente hora hablamos del futuro; concretamente, de mí futuro. Dani y, en general, todas las personas que conozco quieren que me haga soldado. Pues soy muy buena y, a pesar de que nunca he asistido a clases de guerra o combate, soy más apta para una batalla y para una difícil lucha que la mayoría de los soldados ya formados. Hoy mismo lo he demostrado venciendo a mi hermano, y él no lo ve sino como un argumento más a su favor para que siga su estela y me convierta yo también en una renombrada guerrera. ¿Qué pienso yo del tema? Ni lo sé realmente ni lo tengo muy claro. Es cierto que llevo la guerra en la sangre; no solo por mi hermano, sino también por mis padres. No obstante, las profesiones que más me llaman la atención para un futuro son aquellas con las que pueda ayudar a la gente. Soy la mejor estudiante de mi curso y opino que eso me abre puertas para poder dedicarme a lo que desee. Sin embargo, siento que me dejo llevar por las opiniones de los demás más de lo que debería y comienzo a pensar que si todos creen que la lucha sería mi mejor opción, ¿por qué no iba de hacerles caso?
La conversación es interrumpida cuando suenan los tambores de la plaza del centro de la ciudad. Significa que todos los habitantes de la ciudad debemos acudir allí a escuchar el discurso del presidente. Dani, Pedro y yo enfilamos el camino a la plaza por un estrecho sendero pedregoso que conocemos perfectamente. Aquella planicie de tierra donde nos encontrábamos era nuestro lugar habitual para practicar combates. Era nuestro lugar. Suponíamos que nadie más lo conocía porque era muy difícil llegar a él a través de los senderos angostos y llenos de silvas que permitían su acceso. A nosotros nos gustaba esa circunstancia porque nos permitía intimidad. No como en los centros oficiales de entrenamiento, que estaban llenos de soldados entrenando, ávidos admiradores de mi hermano que, si bien no lo hacían con mala intención, nos interrumpían para hablar con él y, de hecho, nos molestaban.
Vivimos en el año dos mil trescientos veinticuatro de la Tierra, en el continente Lanan. Según he estudiado en clase, hace cien años se produjo una guerra mundial entre el bando de los brujos y gente mágica y el bando de los no mágicos. La guerra fue catastrófica y sumamente potente. Con el resultado que el aspecto de la Tierra cambió y se formaron dos únicos continentes entre el infinito océano. En el continente de Lanan pasamos a vivir la población no mágica; mientras que en el continente Hafix es donde viven los brujos. Para evitar la destrucción total de la Tierra, que parecía probable debido al alcance de las batallas, en las que se derrocharon las armas nucleares y las armas mágicas; ambos bandos firmaron un tratado en el que acordaron esta distribución para vivir.
Ignoro cómo será la vida en Hafix, ya que en Lanan tenemos prohibido cualquier tipo de contacto con el otro continente y el gobierno tampoco parece dispuesto a facilitarnos información al respecto. Pero aquí las condiciones de vida no me agradan. Vivimos en una cultura de guerra. Se entrena a todo el mundo para el combate desde que son pequeños y en cuanto comienzan a destacar se los segrega para que exploten sus habilidades, siempre de manera enfocada a la guerra. Los soldados y guerreros son las personas que mejor opinión y posición social ostentan y las guerras son televisadas en pantallas gigantes en todo el reino de Conan, nuestro presidente. Actualmente luchamos contra los pueblos bárbaros del norte y contra los rebeldes del este. Ya que hace cien años que no tenemos noticias de Hafix.
Además, la desigualdad entre la gente es escandalosa. Simplemente existen dos clases: los guerreros y los no guerreros. Los que se dedican a la guerra son los que mejor viven, aunque solo los de mayor rango disfrutan de lo más parecido al lujo que se puede encontrar en este continente. Los otros, viven en la pobreza. Solo parecen tener mejores condiciones los médicos, enfermeros, profesores y profesiones que, en general, puedan también ayudar en la guerra, aunque sea de forma indirecta.
Y luego está la ley antimagia. Resulta que existen algunas personas que dentro de nuestro continente nacen con poderes mágicos, es decir, que son brujos. Estos son los marginados del continente. O se los repudia o se los destina para oficios que nadie quiere. Si dan problemas, son enviados a campos de trabajo. La mayoría de la gente cree que son solo eso, lugares donde se los hace trabajar. Pero mi hermano debido al puesto que ostenta dentro del gobierno sabe que son lugares donde se los explota y maltrata. No quiere hablar mucho del tema, pero una vez se le escapó decir que experimentaban con ellos para averiguar más cosas sobre el enemigo, es decir, los brujos.
La ley antimagia es lo que más me afecta. Y eso se debe a que yo he nacido con dos poderes mágicos: piroquinesia y telequinesia. Yo soy una bruja.
Mis padres se dieron cuenta de ello desde que cumplí un mes de vida. No quisieron deshacerse de mí, como la mayoría de los que tienen hijos con poderes. Los orfanatos están llenos de repudiados niños con algún poder. Mis padres decidieron criarme en una casa apartada de la civilización hasta que fuera lo suficientemente mayor como para poder controlar mis poderes. Desde que tengo uso de razón recuerdo estar practicando en ello. Esta circunstancia hizo todavía más difícil que Dani me criara. Afortunadamente, con seis años ya fui capaz de controlarlos y nadie sospecha nada. A parte de mí y de Dani, solo Pedro conoce mi secreto.
Miro al horizonte que se asoma entre las silvas mientras emprendemos la caminata y me pregunto, de nuevo, qué sería de mí si me descubrieran. Probablemente, debido a que soy tan buena guerrera, me utilizarían como rata de laboratorio o me matarían, considerándome una amenaza. Siento asco hacia el gobierno por tratarnos así. También aborrezco a la gente que le sigue el juego y ayuda a marginarnos más a los brujos. Sin embargo, también siento desprecio por mí cuando veo a alguien tratando mal a un brujo y yo no hago nada. ¡Cuánto me gustaría decirle unas cuantas palabras a quien se atreve a insultar o a reírse de la gente mágica! Pero no puedo. Me han educado desde pequeña a no llamar la atención al respecto. Y, aunque me muera ganas de incumplir esta orden, no puedo hacerlo por agradecimiento a Dani. Él ha luchado tanto por mí y por ocultar mi secreto que no puedo pagárselo haciendo que me descubran.
Sacudo la cabeza saliendo de mis pensamientos y vuelvo a fijar la vista en el camino y en todos sus obstáculos que ya me conozco de memoria y no me suponen ninguna dificultad. Comienzo a atender a la conversación de Dani y Pedro sobre el discurso y quiero hacerme partícipe.
—Dani, ¿tú sabes de qué irá esta vez el discurso de Conan? —Pregunto intentando adoptar un tono jovial.
—Acerca de eso te quería advertir algo, Mirs.
Mirs es mi diminutivo. Lo odio pero reconozco que Miranda es un nombre largo para pronunciar tan seguido. Afortunadamente solo me lo llaman los más allegados a mí y no son muchos ya que intento no inmiscuirme demasiado con la gente.
Noto una sombra en la voz de mi hermano y agarro los apuntes con fuerza involuntariamente. Los días en los que el presidente da sus discursos se cancelan las clases. Habitualmente concede sobre dos o tres discursos por año sobre asuntos relevantes para el gobierno como el anuncio de festejos, ceremonias, eventos; también sobre nuevas leyes y, en ocasiones, los más temidos: sobre guerras. Este año no ha dado ninguno todavía y ya estamos en otoño. Así que solo puedo preocuparme ante las palabras de mi hermano y levanto la vista de la tierra llena de piedras para girarme hacia los oscuros ojos de mi hermano.
—¿Qué ocurre? —Pregunto.
—Por ahora solamente he oído rumores —comienza él con cuidado, como si estuviese midiendo sus palabras. Yo me encrespo más porque mi hermano es tan importante que suele estar siempre enterado de todo. Que solo haya oído rumores es algo extraño —. Quiero que comiences a relajarte y a controlar tus poderes porque debes prometerme que, oigas lo que oigas, controlarás tus poderes.
Doy una seca cabezada como señal de asentimiento pero tengo la impresión de que una jarra de agua helada ha invadido mi cuerpo. Por suerte o no, llegamos ya a la ciudad, entonces no puedo hacer más preguntas ya que nos oirían.
Los tres emprendemos la marcha por las lúgubres calles de la capital del continente hacia la Gran Plaza. Lugar donde el presidente dará el discurso. Permanecemos serios y en silencio, tan sólo distraídos por amigos y admiradores de mi hermano. Intento despreocuparme observando el paisaje. Los edificios son tan grises y cochambrosos que aún me deprimo más. Intento restarle importancia a la situación, pensando que son sólo rumores. Aun así comienzo con mis técnicas de relajación y a intentar relegar mis poderes y sentimientos en lo más profundo de mi alma; donde no puedan aflorar al exterior.
Llegamos a la Gran Plaza en quince minutos. Ya está a rebosar de gente expectante, de todas las clases y de todos los aspectos y comentan entre murmullos de expectación qué será la notica que nos dará esta vez el presidente. Mi hermano se despide de Pedro y de mí para dirigirse al palco de autoridades. Mientras tanto, Pedro y yo nos encaminamos a los asientos principales que tenemos reservados en las primeras filas. Pedro se sienta ahí porque también es un guerrero importante y yo, por ser la hermana de Daniel, el mayor guerrero de Lanan.
A mí lado se sienta un joven soldado pelirrojo que me sonríe. Yo permanezco mirándolo fría para después girar la cabeza a Pedro, que se ríe, acostumbrado a mi actitud. Dudo si el soldado me sonríe porque verdaderamente le parezca agradable, lo cual dudo, o porque quiere acercarse a mi hermano. La mirada de Pedro me calma y fijo mi vista en la cicatriz que tiene en la mejilla derecha que se provocó en una batalla hace dos años. Dani también tiene varias cicatrices y no por ello gusta menos al continente. Las cicatrices están bien vistas en Lanan. Significan que has tenido una batalla difícil y has sobrevivido, a pesar de todo.
Resuenan de nuevo los tambores y mi hermano aparece en las pantallas de todo el continente. En cuanto se da cuenta, esboza la mejor de sus sonrisas y saluda acostumbrado ya a tanta admiración y el público estalla en aplausos y gritos de júbilo. No puedo evitar resoplar y Pedro ríe dándome un codazo mientras aplaude y silba divertido. Acabo soltando una risa nerviosa, después de todo.
El presidente Conan aparece en el palco y se sitúa en el estrado con mirada serena y decidida. Es un hombre de cincuenta años de cabello oscuro y piel oliva que emana autoridad con su presencia y sus palabras. Ni siquiera sé cómo llegó al poder; pero ya hace veinte años que es presidente. Según los libros de historia, en la antigüedad los presidentes eran elegidos por votación del pueblo. Ahora hay otros criterios que nadie parece preguntarse. Supongo que los gobernantes siguen siendo llamados presidente por hábito más que por otro motivo. Conocí a Conan hace un año en un evento del que mi hermano era protagonista. Recuerdo mirarlo con odio por permitir que vivamos en esta sociedad y él simplemente sonrió y bromeó diciendo que era una chica muy seria.
—Estimados ciudadanos —comienza su discurso el presidente con voz solemne. El silencio que provoca en el público es espeluznante. Semeja que se ha paralizado el mundo y pienso que así es—. La semana pasada ha sido avistado en la costa este de Lanan un barco de Hafix—. Todo el flujo de pensamientos que había en mi interior se paraliza para escuchar con toda mi atención el discurso del presidente—. Tras investigar, hemos descubierto que Hafix planea invadirnos. Lanan no sólo responderá sino que atacará antes que ellos. Por ello, todos los varones mayores de catorce años serán reclutados desde este mismo día. Y, por supuesto, todos los soldados mayores de diecisiete años; hombres o mujeres; serán llamados a filas también desde este momento. Lanan declara la guerra a Hafix y estamos seguros de que venceremos. Tras cien años volvemos a enfrentarnos y Lanan luchará hasta el final. ¡Gloria a Lanan!
Breve, claro y conciso; como todos sus discursos. Y, entre vítores y aplausos, se anuncia la mayor guerra desde hace cien años.



lunes, 26 de noviembre de 2018

El vacío


                                      EL VACÍO



Expertos los medios. Vacíos en el amor.

Dan consejos de quien no siente,

De gentes gentiles que no padecen,

Fingiendo fuerza, no tienen corazón.



Y ellas, las moscas que no muerden…

No como las doradas aladas mariposas,

En el corazón de las más coloridas rosas.

Sino en el apagado verde de sus hojas.



Vacías las mentes

Conciencias anuladas

Que pensar temen.



Existiendo, por ley, dócilmente.

Vacías, se informan las almas;

Ocupadas rumbo a su muerte.

viernes, 9 de noviembre de 2018

Prólogo "Tormenta de Primavera"


Os vuelvo a subir al blog las novelas "Tormenta de Primavera" y "El Camino que nadie nombra", capítulo a capítulo y poco a poco. 
PRÓLOGO
—Demostraremos que la libertad y una vida con valores no es sólo un sueño.
Crepitaban las llamas de las antorchas dando al lugar un aspecto de penumbra parda. El rey Laisho, con su típico ceño fruncido en señal de concentración, selló así su nuevo pacto con la reina Elzia. El rey Laisho era un joven de cabello pajizo y fornido. Hábil estratega militar, a la par que gobernante. La reina Elzia era de mediana edad aunque su cabello oscuro brillante y su piel tersa y pálida no lo aparentaban.
—Los valores nos definen. Como personas, como pueblo, como reino —contestó la reina Elzia con voz firme y gutural—. Compartimos valores. Compartiremos ejércitos para inculcarlos a un mundo en peligro.
El rey Laisho dio una seca cabezada en señal de asentimiento. Se encontraban en una parca tienda de campaña típica de los enclaves de guerra. De hecho, estaban en medio de una batalla. Se dispuso a salir al exterior, donde le esperaría la lucha hasta que el plan girase el destino de sus actos.
Con ojo analítico, observó a su escasa caballería en cuanto salió. No se trataba de una refriega usual ni convencional como sería alguna para alcanzar algún territorio o, quizás,  no perderlo. Estaba en juego un conocimiento mayor que escondían aquellos bosques. Los hechiceros habían anunciado que, en aquel día, una profecía sería desvelada en ciertas rocas de la espesura de los árboles húmedos de ese bosque. Así pues, el dictador Osles del Reino del Este contra los reyes Laisho y Elzia había enviado una escasa infantería para encontrarla. Sólo que Osles no había sido el único en ser avisado por los hechiceros de la profecía. Y eso él no lo sabía.
La aparición de la caballería de Laisho los cogería por sorpresa y ello les daría ventaja. Pero nunca se podía dar una batalla por ganada antes de librarla. La calma de una primavera que comenzaba anunciando tormenta traía tan sólo sonidos de pájaros noctámbulos e insectos atraídos por el incipiente buen clima. Entre la húmeda brisa y el sonido de ramas crujiendo al compás del vendaval, Laisho avanzó hacia la comitiva en su oscuro caballo. Eran buenos soldados bien escogidos. Mujeres y hombres entrenados e instruidos en educación militar. Le apesadumbraba tener que perder a algunos de ellos. Así era la guerra. Al menos, no estaba sacrificando inocentes entrenados a la fuerza como su enemigo, Osles.
—Aunque los ríos y mares se secasen, aunque el sol dejara de alumbrar, aunque el fuego helara y el hielo quemara… ¡Nuestro valor siempre seguirá intacto!
El rey pronunció estas palabras acercándose a sus soldados, que permanecían rezagados en su posición a la espera de órdenes. A modo de respuesta, se pronunciaron con vítores. Era la señal que Laisho quería alcanzar para que las fuerzas de Osles se dieran cuenta de que contaban con enemigos en el territorio y se desviasen de su objetivo: conseguir la profecía.
—Ni el dolor de la noche ni las lágrimas de la lluvia de las nubes del mediodía podrán con nuestros valores —prosiguió Laisho, con voz firme y soberana, ante el clamor de sus treinta soldados—. En el ocaso se quebrarán los enemigos y en el amanecer florecerá nuestro reino. La libertad no es sólo un sueño. Es un ideal por el que merece la pena luchar. ¡Que la libertad no sea sólo un privilegio de unos pocos!
Se causó el efecto perseguido. La noche calmada y centelleante bajo una luna menguante pálida y brillante cesó su calma, tan sólo quebrada por los vítores de los soldados del rey Laisho, y llegó el eco de pasos de gente trotando y gritando hacia ellos
Era el momento.
Laisho hizo un gesto y una comitiva de sus cinco soldados más cercanos se dirigieron al lugar donde el hechicero de la reina había indicado que se debería encontrar la profecía. Con culpa de honra por dejar al resto de su batallón combatiendo sin él, siguió las instrucciones de la reina Elzia y cruzó trotando los horondos y anchos troncos del bosque hacia donde la misma Elzia con su hechicero, Carlo, lo esperaban.
No cruzaron palabra y se internaron en la espesura entre el eco del resonar de la batalla intentando pasar desapercibidos hasta que se toparon con los combatientes del rey que buscaban la profecía. Todo iba saliendo bien. La maniobra de distracción había funcionado. Laisho, con maestría militar se dispuso junto a sus soldados a proteger a la reina y a Carlo.
El hechicero era listo e investigaba entre rocas milenarias sin descanso para su búsqueda. No obstante, nada era visible. No había señal de ninguna profecía. ¿Se habrían equivocado? ¿Habrían sido ellos los realmente engañados?
—Carlo, ¿estáis seguro de que es este lugar y esta noche? —Preguntó la reina en tono grave.
—Cuando el universo habla, hay que escucharlo —se limitó a responder el hechicero envuelto en un halo de misterio.
—¿Sois firme de que es lo correcto, mi reina? —preguntó el rey Laisho, afinando los sentidos hacia cualquier amenaza.
—Creo en la paz, en la libertad, en el amor a quien nos rodea… Podría seguir, tengo una lista de valores infinita —contestó ella, pendiente de los pasos de Carlo—. Si la profecía es cierta, será una gran ayuda para conseguirlo en esta gran guerra.
—Las profecías siempre han cumplido un papel importante en las guerras que he librado. Decisivo o no, es un rol en la batalla a tener en consideración —terció el hechicero, concentrado en su tarea pero pendiente de la conversación.
La guerra. La mayor guerra en décadas se cernía en el continente. Laisho sintió una punzada de preocupación ante todas las consecuencias. Hacía apenas un mes que se había declarado y las consecuencias primerizas ya habían sido nefastas.
En ese preciso instante, una nube solitaria clara y perlada se impuso sobre la reluciente luna y, en las rocas, aparecieron unas inscripciones doradas en un lenguaje desconocido para todos menos para el hechicero.
—Lo tengo —anunció Carlo, triunfante.
***
Días grises, pensamientos grises. A veces la historia no sólo se define por lo que la gente hace. A veces la historia se desarrolla por lo que la gente no hace. Aquella noche nublada de primavera congelada en su memoria, Marta desapareció.
 Se encontraba en una discoteca de la noche festiva universitaria de los jueves en Santiago de Compostela. Estaba bailando con dos amigas y, tras haber bebido más de la cuenta, decidió marcharse ella sola intentando buscar algún rincón donde vomitar sin ser vista. Vomitó y, tras ello, se desplomó en el suelo con toda su cabeza dándole vueltas. No se supo más de ella en toda la noche.
Marta pudo haber dado señales de vida, o de lo que estaba haciendo. Pudo haber avisado a sus amigas de que marchaba y qué pretendía al salir ella sola de la discoteca. Pudo haber pedido ayuda. Pudo haber llorado por teléfono a algún conocido. No hizo nada de eso. Simplemente se esfumó.
Sus amigas de la noche compartían su borrachera y no se enteraron hasta la mañana siguiente de que Marta no aparecía. No contestaba al móvil, su última conexión del whatsapp era de las tres de la madrugada, ningún conocido más tenía noticias de ella… En fin, era Marta. No había que dar mayor explicación.
Marta era una joven estudiante de medicina de veinticinco años. Estaba en el último curso, pendiente de entrar en la residencia de pediatría. Marta siempre había sido un espíritu libre. Por lo que sus amigas sabían, toda su infancia y adolescencia las desarrolló apuntándose a hacer muchas actividades y a sacar las mejores notas. Era experta en esgrima y artes marciales. Quiso entrar en el ejército pero lo descartó para, finalmente, a los dieciocho años marchar como voluntaria al Sáhara.
Todo el mundo se olió siempre algo fuera de lo normal en Marta. Ella también lo sentía.
Siempre destacó por ser altruista. Andaba buscando sin saber dónde encontrarse. Tras pasar meses entre africanos viviendo en la miseria, regresó a España y comenzó la carrera de medicina. Aun así, por un lado y por otro, Marta vivía a caballo entre mil lugares. Seguía realizando actividades de voluntariado de pueblo en pueblo de Galicia; cursó cuatro meses de Erasmus en Italia; se presentaba a cada beca permitida para ampliar sus horizontes… A veces los profesores ignoraban sus faltas a clase, que eran muchas.
Marta era alegre y llena de vida. Los profesores la adoraban por su dedicación, notas de matrícula de honor y entusiasmo y curiosidad por aprender. Motivaba a sus compañeros y, por ello, eran indulgentes con ella.
En fin, que era Marta. Había desaparecido, sí. Su gran defecto era beber demasiado al salir de fiesta y perder el norte. Ya aparecería. Aunque no sería extraño que apareciese en el otro lado del mundo, como Nueva Zelanda.
Quizás tras una semana sin aparecer por la residencia de estudiantes donde era lo más parecido a una casa que tenía; quizás sin asistir a clase ni actividades, quizás sin cambiar su hora de conexión del móvil y sin dar rastro de vida para ningún conocido… quizás así sus amigas alertarían a sus tíos y la policía la buscaría sin obtener resultado de que siguiera viva. Se iría apagando el sentimiento pero no el recuerdo en aquellos a los que tocó su corazón puro.
Una chica más desaparecida. Bien pudo ser violada, secuestrada, asesinada… Pasaba todos los días. Sólo que sus tíos tenían sospechas que no podían contar a la policía. Marta tenía un gran secreto en su vida que ni ella misma conocía.
El mundo miró para otro lado. Al menos este mundo llamado Tierra.

miércoles, 7 de noviembre de 2018

¿Qué esperabas?

Este poema lo he escrito hace tiempo como un apoyo a las mujeres maltratadas del mundo. Estoy muy contenta de que el movimiento feminista esté creciendo cada día más. Hoy me atrevo a publicarlo. Y registrado, por cierto.


¿Qué esperabas hombre?
¿Qué esperabas?
¿Que te recibiera dócil
con mis mejores galas?
Cuando tú me insultas.
Cuando tú me atacas.
Sí,tú, ¿qué esperabas?
Lo que guardo de ti
no es más que añoranza.
De nuestros viejos tiempos.
De nuestras andanzas.
Cuando creía conocerte
y estaba enamorada.
Cuando todavía había
luz de amor en tu alma.
No este ardor de pasión
tan sólo fuego en la cama.
Gestos, caricias dulces
y las bonitas palabras.
Que se pudra tu sed.
Que se pudra tu alma.
Y si me hago independiente
y si mi voz dura se alza,
cambia el tono lastimero,
feminazi ahora me llaman.
Ofende mi fuerte libertad
y mi nueva "extravagancia".
De individuos que sueltan
piropos rasos en frases raras.
Que ofenden y discriminan.
Que a una mujer le marcan.
A la sexualidad se lanzan
como dagas sus chanzas.
Quizás tras una denuncia
Que, sin más, tomen por falsa,
me pueda alejar y evitar
tus más sucias puñaladas.
Y si tus manos puedan tocar
mi cuello y pálida piel alba,
que clamen por el azul cielo
mis más sinceras alabanzas
a jóvenes de oídos inocentes
y de labios aun escarlata.


En el agua

Poema de mi e-book "Acordes de Palabras"

https://espanol.free-ebooks.net/ebook/Acordes-de-palabras


En las pálidas olas he visto las risas de los envidiosos,
Sus calumnias, sus crueles palabras en lunes azulados.
En lagunas de plata he visto las injusticias del mundo,
Gigantes pisando derechos. Templados martes soleados.
En la cascada torrencial he visto la ignorancia de quien
No quiere creer ni saber. Tétricos miércoles añorados.
En el oasis del desierto he visto la pobreza y el hambre
Encubierta de verdes imaginados y jueves anhelados.
En el hielo he visto derretirse las luchas de quien
No defiende en aquello que cree. Viernes esperados.
En la niebla he visto ahogarse los pensamientos
Que tantos han callado por miedo. Queridos sábados
Y el domingo he visto su mirada.
Reflejada en su mirada vi como el mar recibía al fuego.
Reflejada en sus palabras vi como florecían mil sueños.
Reflejada en su voz vi una ciega, sorda y muda pasión.
Reflejada en una ilusión vi ir y volver a mi corazón.
En sus ojos he visto los cuatro elementos y estaciones.
Los siete días de la semana y los siete pecados capitales.