domingo, 16 de diciembre de 2018

Acordes de Palabras

Estos últimos poemas que publico pertenecen a mi obra "Acordes de Palabras". Enlace para descarga gratuita aquí abajo:


Los rayos de luz del sol se escapan
Del encierro de las nubes doradas.
Cubren con su manto la ciudad sin ruidos.
Y su playa entre aroma a salitre de labios
Que pronuncian mi nombre sin sonido
Como un eco del océano tranquilo,
Del que el aire me quiere proteger tardía.
Siempre tardía, como un peligro de alegría.
Las olas, tan caprichosas. Bailan la vida,
Sin importar el rumbo al compás su melodía.
De algo tan raro como la libertad sin cadenas.
Sin camuflar. Sin disfraces entre las almenas.
Sorteando fuego y llamas y tormentas ocultas.
Y las rocas zalameras que esperan sin preguntas
A que su furia las disminuya a arena, acumulando.
Que lo sabe todo en dunas, tras miles de años.
Con su sabiduría, testigo omnipresente en arañazos.
De dichas y desastres, de conquistas y naufragios.
En la marea y de días que nacen y mueren.
La felicidad y caninidad en las playas aparecen.
Estos seres y entes cada día más presentes.
Danzando con la serenata de las aves, aún jóvenes.
Compañeras entre acordes mayores y menores

Sobre criaturas marinas, tan escondidas…

La Sirena y la Estrella

Su loco corazón da lo que recibe.
Canciones por canciones, poemas por poemas.
Abrazos por besos. Caricia por suspiros.
Su loco corazón ni padece ni siente, ni cosecha.
Ha olvidado como amar y se arrepiente.
Rompiendo las olas sobre las rocas la sirena piensa.
Su loca alma nada entre abismos de arboledas.
Enseñándole de nuevo el amor y sus temas.
Alma que ve arcoíris de mil colores
Y es ciega ante la bruma y las tinieblas.
Alma que escucha melodías de esperanza
Y es sorda ante las voces atacantes lastimeras.
Viene y va. Se abre y se cierra.
Se centra y se abstrae. Ignora y sabe.
Como el viento, sincera.
Como el agua, transparente.
Como el sol, brilla y de fuego su diadema.
Como la luna, aparece y se esconde.
Suspira la sirena por una estrella.
Entre el firmamento, la más cerca de ella.
Y la que le ofrece las más incandescentes señas.
Quisiera la sirena ser luna para a su lado tenerla.
La ilumina con sus disfraces y melodías tiernas.
Si la sirena pudiera fundirse con la espuma de perla.
Para evaporarse camino al cielo nocturno a verla.
Quizás la estrella callera en la tierra, cometa.
Por su cola el cielo no podrá alcanzar sin torpeza.
Si al menos la estrella bajase al mar y la quema
Y sus centellas danzando al compás de la marea.
Entre labios y pieles batallando despiertan.
En abrazos que olvidan distancias, que se enredan.
Otro día más. Y el mundo lo ignora. Y sueñan.
Desea otra noche más que aparezca
Y así, brillante de vida, contemplar su belleza.
Belleza de alma y apariencia de fuego y fuerza.
Aburrida de las criaturas marinas traicioneras.
Su alma no enloquece por astro cualquiera.
Criaturas de fantasía, extrañas y compañeras.
Mas no se obsesiona la sirena. La quiere, la anhela.
Y que desde lo más alto su confianza le ofrezca.
Sus rayos en el mar protegiéndola contra la niebla.

La Ninfa

Un antiguo poema:

El aventurero, rebuscando, sigue y adora la montaña.
La hierba crujir sus pasos entre las fieles copas de árbol.
Y las hojas que al compás del viento entre latidos danzan.
Un día llegó sin pretender llegar a una laguna de cristal azulada.
La más bella ninfa emergió cual espejismo y visión.
No la empañaron rocas batallando con la cascada.
Ni acariciando la tierra , impasibles, las calmadas aguas.
Receló de ella el montañero con actitud defensiva y hostil.
Se dio cuenta de que era el ser del que otros hablaban.
Viajeros que su belleza alababan y los embrujaba.
Una náyade por todos admirada y quien a todos ignoraba.
Pero este montañero despertó su curiosidad.
La ninfa olió tal sentimiento. La ninfa de las tres melodías y caras
En vano desplegaba su embriagador encanto y armas.
Poco a poco se fue haciendo hueco en el corazón
Del montañero, de espaldas ya al sol, hasta vacíar su alma.
Sin voz le hacía señas, melodías y le dedicaba palabras.
El viajero decía pero tres condiciones quiso ponerle:
Garantía y Prudencia. Palabra y Lucha. Libertad y Seguridad.
Pues el montañero no está dispuesto, sin más, renunciar a la montaña.
Cuando un hombre desea a una ninfa hay alocado fanatismo.
Cuando un hombre ama a una ninfa hay pasión alocada.

Hacia Olivos y Almendros

Azul claro los ríos,
Transparentes aguas.
Verde oliva olivos,
Almendros pardos,
Pardos los cultivos.
Atardeceres en playas
Cálidas tardes de olvido.
La calina de mayo
Se cierne en lo que escribo.
Un diario quemado,
Quebradas sin motivo
Cuartillas marchitas
Tal en otoño los lirios,
Cuando hojas caducas
Se caducan sobre caminos.
El opaco ocaso caló
El cielo cano cautivo.
Las centellas destellan
A un firmamento amigo.
Luciérnagas y estrellas
Vecinas luces al destino.
Tierra de estructuras
Esculpidas entre peligros.
Azules pálidos y oscuros,
Verdes muertos y vivos.
Ciudades colosales crecientes.
Campos latiendo marchitos.
Los acordes conviven
En lenguas sin olvido.
Se mezclan y se crecen.
Valientes claman “ te admiro”.

sábado, 1 de diciembre de 2018

Microrrelato "Melancolía"

Este microrrelato lo he presentado en varios actos con el grupo literario "Olladas". Lo comparto con vosotros aquí:

MELANCOLÍA

Desintonizó la radio habitual con las canciones de moda que tanto había escuchado con ella. Esos acordes le traían demasiados recuerdos. Le gustaba escuchar música con libertad, sin melodías que despertasen añoranzas de momentos que debían ser olvidados. O quizás no. Pero sí desterrados y que no alimentasen la melancolía tan odiada. Ya se había hartado de llorar a solas. Siempre a solas. No quería ver amenazada su masculinidad ante ojos ajenos. Nadie debía ver el corazón de un hombre despedazado por ese monstruo de emoción tan históricamente femenina.

Caían las gotas rociando el césped de una noche teñida de oscuros nubarrones. Un día más en que la lluvia humedecía el diminuto jardín tras su ventana de cortinas gris perlado entre cristales cenicientos. Las lágrimas resbalaban por su rostro. Ya eran considerables los días que llevaba batallando con su más temido monstruo: la melancolía. El miedo al dolor siempre estuvo presente hasta en su inconsciente y ahora lo acechaba como si fuera una presa fácil. Solo que no se lo quiso poner tan sencillo.

En sus manos, un bolígrafo bic con apenas tinta, un folio húmedo manchado de saladas gotas lacrimales y un sobre listo para su exnovia. El orgullo le impedía plasmar su tinta y, entonces, cesó la lluvia y las nubes se abrieron en un claro, dando paso a la orgullosa luna. Majestuosa, iluminó su rostro y secó sus lágrimas tras muchos días de tormenta y aguaceros. “Escribamos otra historia”, se dijo. “Otra historia… sin esperar finales felices”.


Capítulos 2 y 3 "Tormenta de Primavera"


2 UN SUBSCONCIENTE MUY BROMISTA

Marta se sentía mareada. Todavía la borrachera no se había ido. Lo último que recordaba era haber vomitado en un callejón que apestaba a orina. Se sintió desnuda sobre un frío suelo de piedra. Alzó la vista y deseó estar inconsciente. Estaba en una amplia estancia de piedra con gente vestida con ropajes extraños y con peinados todavía más extraños que la miraban muy serios. Parecían sacados de la feria medieval.

Frente a ella, había una mujer de unos cuarenta años muy guapa sentada sobre un trono y con una corona que adivinó sería de oro blanco. Era pálida de ojos grises y cabellos de un negro azabache y brillante. Se sintió pequeña ante su mirada, pero a la vez acogida. A su lado, un joven de cabello pajizo con otra corona y atractivo, también sentado en un trono. El resto de los presentes eran una chica con ropas menos elegantes portando armas como una espada y cuchillos, igual que un hombre de mediana edad ancho y barbudo. Había cuatro personas vestidos con vestidos medievales que eran dos hombres y dos mujeres. Y, para completar el esperpento, un anciano de túnica azul marino que le sonreía.

Decidió que estaba soñando. Al fin y al cabo, no era la primera vez que soñaba con lugares como ese.

—Este sueño es extraño. Es como otros que he tenido… pero este parece tan real —dijo levantándose, farfullando, y tapándose lo máximo posible con la capa. Se echó a reír.

—Bienvenida —dijo Carlo.

Marta volvió a reír.

—Mi subconsciente es un bromista. ¡Tiene más sentido que yo!

—¿Qué dice? ¿Qué hace? —Preguntó la joven con armas.

—Disculpadla. Acaba de viajar de un mundo a otro que no es el suyo. Normal que esté aturdida —intervino Carlo.

—Y borracha —añadió el rey de cabello pajizo.

—¿De veras esta es la última elfa? —Inquirió el hombre grande y barbudo.

—Es mestiza —explicó el hechicero—. Tiene sangre élfica, la última de su raza, pero está mezclada con herencia humana.

—Este sueño es demasiado absurdo. Quiero dormir —se quejó Marta. ¿Qué iba a ser si no era un sueño? Pensó si la habían raptado unos locos para violarla o quizás llevar a cabo un ritual de fanáticos satánicos pero, era tan ridículo, que decidió que estaba soñando.

—Llevadla a sus aposentos para que duerma —ordenó la reina—. Quizás cuando despierte pueda razonar.

Haciendo Marta eses, Carlo la fue guiando por los corredores del palacio. Todo parecía real. El frío suelo en sus torpes pisadas. El tacto de la roca cuando rozaba con sus blancos y finos dedos las paredes. El olor a mar… Cuando entró en sus aposentos, percibió desde lo que entreveía de la ventana una gran ciudad de viviendas de escasa altura que daba a una gran playa. Por suerte, el alcohol la tenía muy aletargada e, ignorando a su acompañante, se desplomó sobre el colchón de una gran cama en la austera habitación y, pronto, le venció el sueño.

Despertó con una gran resaca. Los rayos de sol se infiltraban desde la ventana en la estancia. Marta estaba desorientada, fue abriendo los ojos poco a poco y descubrió que no reconocía el lugar donde se encontraba. Tampoco era algo raro. Habitualmente despertaba en lugares extraños: la casa de una amiga, la casa de un amante, un hotel, una residencia, algún lugar donde realizaba voluntariado… Pero lo vivido hacía unas horas retumbó de pronto en su mente, haciendo que se levantara bruscamente.

Sentado a su lado, estaba el anciano de la túnica azul, sonriendo.

—Está bien. No es ningún sueño. Es imposible tener esta resaca en sueños —dijo Marta casi gruñendo.

—Sois bienvenida a Palacio, al reino Clavel del continete Frondoso, reinado por la reina Elzia.

—Tengo resaca. Deja de marearme la cabeza. ¿Me habéis raptado unos chiflados o qué? ¡Sé defenderme!

—Lo sé de sobra. Yo también.

Acto seguido, el hechicero realizó una floritura haciendo que una llama leve brotara de sus manos y quemase a Marta en el antebrazo. Tal hecho hizo que Marta se quedase atónita.

—Sé lo que pensáis, mi señora —repuso Carlo sin apenas inmutarse ante lo que acababa de ocurrir—. ¿Nunca os habéis preguntado porque nunca habéis enfermado, las armas no pueden dañaros y, en definitiva, que sois inmortal?

Marta no respondió ya que el anciano tenía razón. Marta toda su vida ocultó lo que él había revelado. De hecho, Marta había burlado de manera increíble a la muerte en muchas ocasiones. Se resignó y resopló.

—¿Por qué has logrado dañarme tú?

—Porque tengo que revelaros que el fuego es lo único que os puede herir o matar, como a cualquier elfo. Porque vos sois la última elfa viva en todos los mundos. Y, por cierto, me llamo Carlo. Soy el hechicero de la reina Elzia.

Marta volvió a resoplar.

—Si eres hechicero deberías curar mi resaca.

Carlo cogió un pequeño tarro de cristal de contenido transparente y se lo ofreció. Marta, aun pensando que podría ser una trampa, se lo bebió. Automáticamente se sintió bien.

—Me imagino que querréis vestiros.

Le tendió un vestido blanco típico del medievo y Marta se lo puso rápido, sintiendo de pronto pudor por estar desnuda, tan sólo tapada por un edredón rojo, en frente de un anciano que decía ser un hechicero, que demostraba ser un hechicero. Marta se levantó y se dirigió a la ventana a respirar el aroma a salitre y la brisa templada. La ciudad era hermosa. Tenía cierto parecido con París, si París tuviese playa y sus casas fueran todavía réplicas de la Edad Media.

—La razón de porque no te he atacado es porque, aunque sea cosa de locos, lo que dices tiene sentido —repuso Marta, meditabunda—. Toda mi vida he tenido sueños con un mundo como este. Mis padres decían que era el mundo al que pertenecía. Murieron cuando tenía ocho años y fui a vivir con mis padrinos, que decían que mis padres estaban algo locos antes de morir pero que realmente yo pertenecía a otro lugar y tenía otro destino que no podía ni imaginar. Nunca hablaban al respecto del asunto, aunque yo preguntase. Tendían a ignorarme, sospecho que incluso a temerme, hasta que nos distanciamos. Pero nunca dejé de tener esos sueños y, sí, soy inmortal con un absoluto miedo por el fuego—. Hizo una pausa y respiró profundo—-. Supongo que tienes razón. Aunque sea absurdo pensar que sea una elfa. Sabía que era diferente pero… ¡una elfa!

De repente, un caballo alado de color dorado se acercó a la ventana volando. Era esbelto pero parecía un poco torpe. No obstante, Marta no sintió miedo. Creyó ver un viejo amigo.

—Un caballo que vuela. ¡Mola! Ya no hay nada que pueda sorprenderme —exclamó Marta sintiendo un extraño cariño por ese animal.

—El pegaso ha volado. Debo decírselo a la reina Elzia.

—Ei. Antes de nada dime que pinta aquí este… ¿lo has llamado pegaso?

Carlo comenzó a impacientarse.

—Una profecía enunció que vendría una elfa de otro mundo a ser decisiva en la gran guerra que tiene lugar ahora mismo en el continente Frondoso.

—¿Una guerra? ¿Por qué iba a ser yo decisiva en una guerra?

—El pegaso es vuestro. Os ha reconocido y ha venido a buscaros. Los pegasos son los animales de compañía legítimos de los elfos y su mayor arma. Con la palabra en élfico adecuada, un pegaso puede escupir torrentes de hielo. Solo un elfo puede montar un pegaso y sobrevolar el mundo sobre él —explicaba Carlo—. Pensadlo. Sois inmortal, sois diestra en la lucha y… disponéis de un pegaso que puede matar con aliento de hielo. Sois un gran arma.

Marta no contestó.

—Debemos marcharnos. La reina desea hablar con vos y conoceros, a vos y a vuestros intereses. Intuyo que no son dispares a los de su majestad.

—Está bien —dijo Marta acariciando al pegaso y contemplar como descendía volando hacia el jardín del palacio—. Le llamaré Corcel. De una forma sin ningún tipo de sentido, todo ha cobrado sentido. Es decir, de repente apareciendo en un mundo con magia que nadie podría creer que fuera real en su sano juicio… con un caballo con alas, con hechiceros y, aun encima, diciendo que soy una elfa, todo cobra sentido. El razonamiento de la no razón.

Carlo se limitó a esbozar una media sonrisa mientras abría la puerta. Marta no había decidido todavía si podía confiar totalmente en él pero también estaba presente el hecho de que era quien la estaba protegiendo y guiando en ese mundo de locos. No tenía otra opción que seguirle la corriente, de momento.

—Supongo que en la Tierra verán que he desaparecido sin dejar rastro. Tal y como ocurrió con mis padres —decía pensativa a la par que distraída mientras contemplaba el jardín real desde los ventanales de los corredores. El césped era de un reluciente verde alegre con bancos a ambos lados, rodeando una fuente y pavos reales paseando—. Toda mi vida he intentado averiguar qué les ocurrió realmente. La versión oficial fue un accidente de coche pero el caso fue cerrado sin explicaciones y sin que aparecieran sus cuerpos.

—La desaparición de vuestros padres fue un duro golpe para vos. Vuestro padre era elfo y vuestra madre humana…

—¿Qué sabéis de ellos? —Marta se giró bruscamente clavando sus ojos negros en Carlo.

—Poco. Aunque más de lo que deberíais saber por ahora.

—Os repito que toda mi vida quise información sobre ellos y que se marchasen así, sin despedirse, cuando tanto me quisieron de pequeña.

—Sólo os puedo decir lo que sé y no lo sé todo. A su debido momento, tendréis las respuestas que anheláis. Por ahora, disponéis de bibliotecas y sabios a vuestra disposición que os pueden hablar sobre vuestra sangre y familia ancestral, los elfos. Hay cientos de historias sobre ellos.

—Sonaré egoísta, pero yo de quien quiero saber es de mis padres —replicó Marta, dura.

—La información es como el agua, si te la otorgamos toda de repente será como un aguacero que no logres controlar. Si es escasa morirás de sed. Debe llegar poco a poco, cual río.

—No sigas mareándome con jueguecitos. Está bien, colaboraré con vosotros y este absurdo mundo si me dais lo que quiero: información.

—Eso no debéis decírmelo a mí, sino a su majestad —. Dicho esto, Marta se topó con que habían llegado a un gran portalón de color pardo al que Carlo dio tres golpes sonoros.
3 EL CABELLO DE ELFO NUNCA MUERE

—Moneda por moneda. Palabra por palabra. Acción por acción. Así son los tratos y supongo que querréis saber qué os pido y porqué, a la vez que querréis ponerme vuestras condiciones.
La reina hablaba con voz grave y un tanto gutural rezumando autoridad. Marta tenía la impresión de que esa mujer era la encarnación de la palabra reina. Parecía que había nacido para ello y no podía existir en la faz de ese mundo otra persona tan idónea para tan importante puesto. Era dura, emanaba fuerza pero a la vez bondad y confianza.
—Vale. Veo que quieres negociar conmigo, pues hablemos de negocios —contestó Marta, encogiéndose de hombros—. Aunque no estaría mal presentarse primero. Ya sabes, romper el hielo…
La reina esbozó una sonrisa con sus finos labios, rosados.
—Mi nombre es Elzia. Soy la reina de las dos guerras, del reino del Clavel y ahora del reino de Los Robles y de los ducados Zafiro, Lanza de Plata y Lengua de Fuego…
—Sois originales poniendo nombres —interrumpió Marta.
—Quien se sienta con corona a mi lado es Laisho, rey del reino de Los Robles.
—Imagino que sois pareja, ¿no?
Laisho resopló.
—Somos aliados en la Gran Guerra del continente Frondoso.
Marta lo observó. Tenía el ceño fruncido pero esa expresión en su rostro le daba cierto aire interesante. Al igual que a la reina Elzia, a Marta le dio la impresión de que también había nacido para ser rey. Resultaba atractivo pero no era precisamente una belleza.
—Eres un poco hosco, ¿no?
Laisho la miró con mala cara pero no contestó.
—Mi hosco aliado y yo somos los dos principales reyes referentes en el bando que lucha contra la invasión al continente del reino del Este. El resto de los que están aquí son mi consejera: Calina —. La mujer de cabello rubio y rizo saludó—. Mis guerreros personales: Sajala y Esbos—. Esta vez saludaron la joven armada de cabello corto y un hombre también armado de cabello rubio platino de mediana edad que destacaba por lo alto que era.
—Y mi guerrreo y mi consejero —prosiguió Laisho—: Alesio y Silero.
—Sin olvidar a mi fiel hechicero Carlo, que ya conoces —añadió Elzia.
—¿Tú no tienes hechicero?
—Los hechiceros son escasos en este mundo —se limitó a responder Laisho.
—Mi mundo está lleno de ellos y no sirven para nada. Carlo sí que es bueno que me ha curado la resaca —dijo sin pensar Marta.
Laisho rió, al igual que Sajalia. Excepto la reina, el resto la miraron con desaprobación.
—He hecho reír al rey hosco. Sí que debo ser decisiva.
Todos rieron menos Laisho, aunque no parecía ofendido.
—Presentaciones hechas. Vista vuestra espontaneidad que no sé si es fruto de la educación en vuestro mundo o de vuestra juventud —a Marta le estaba cayendo bien la reina—, os pido que me ayudéis en esta guerra.
—¿Cómo? ¿Y por qué debería escoger vuestro bando si decido hacerlo? —Preguntó Marta ya algo frustrada con la complicada situación que estaba apareciendo.
—Elzia es llamada la reina de las dos guerras —intervino el rey Laisho con voz queda pero decidida—. Eso es porque a pesar de todas las guerras que han tenido lugar, ella solo se ha inmiscuido en dos. Las dos que vio preciso intervenir. Su reino se caracteriza por la paz en los treinta años que lleva en el trono.
—Cabe añadir que he ganado las dos guerras en las que he participado y no pienso perder esta. También soy llamada “la reina que nunca pierde” aunque la Gran Guerra del continente Frondoso se me antoja la más complicada de todas.
—¿Por qué esta guerra es tan importante?—Insistió Marta, impresionada.
—Porque la iniciaron el rey y los príncipes del reino del Este. El rey Osles es un tirano loco y dictador que quiere imponer la fuerza y el miedo en la población —explicaba la reina Elzia con su tono de voz gutural—. Mis principios siempre han sido gobernar por el bien, la  paz, la justicia y los derechos de la gente.
—Principios en los que coincido —añadió el rey Laisho.
—Yo también. ¿Los habéis practicado?
—Vos misma lo comprobaréis —respondió Elzia—. Y he de decir que sí, o al menos es lo que siempre he intentado para mis súbditos. Así pues, ahora no puedo permitir que Osles avance a sus anchas por todo el continente imponiendo todo lo que odio y por lo que soy capaz de luchar. ¿Lo harías vos?
Marta calló. Si no mentían, les creía y confiaría en ellos. Algo en su interior decía que era verdad pero su prudencia le hizo contenerse aunque ella no destacase precisamente por ser prudente.
—Toda mi vida he querido algo bueno por mi mundo, ¿sabes? —Habló Marta tras su pausa—. Quería ayudar a la gente. Hice obras de caridad, voluntariado… He querido dar lo mejor de mí misma, de mi ser a la gente que me rodeaba y al entorno en el que estaba. Siempre he deseado poder ayudar a marcar la diferencia y hacer del mundo un lugar mejor, aunque fuese poner mi granito de arena, un paso más. Y siempre he estado frustrada en ese aspecto. Nunca es suficiente.
—Entonces entendéis nuestra causa y compartís nuestros principios, ¿me equivoco? —dijo el rey Laisho.
—No os equivocáis. Pero… ¿qué puedo hacer yo? No estoy dispuesta a luchar ni a matar.
—Lo comprendo. Podríais ser una gran asesina en guerra pero no es lo que os pido —prosiguió Elzia—. Sólo pido que me ayudéis. Que seáis dama de mi corte o guerrera, lo que deseéis. Seréis protegida y me ayudaréis en mis misiones diplomáticas. Podréis lograr para este mundo lo que no habéis logrado para el vuestro. Pensáis que no significáis nada pero en cuanto vuestro pegaso vuele…
—El pegaso ha volado, alteza —interrumpió Carlo—. Y ha acudido a saludar a su dueña.
Se escucharon murmullos y la reina inspiró con autoridad.
—Entonces no nos hemos equivocado con vos. Sois la verdadera última superviviente de sangre élfica. Un rayo de esperanza para el pueblo. Si tanto los soldados, como grandes señores y señoras, como meros campesinos y ciudadanos lo sepan, se animarán a la causa al saber que contamos con vos, la última elfa. Y, por supuesto, nuestros enemigos nos temerán más.
—Está bien. Creo que es justo que os ayude. Es lo que siempre quise, ayudar a mejorar las cosas —respondió Marta, finalmente—. A cambio, quiero información sobre mis padres.
—Respecto a ese tema lo único que sabemos es que alguien de este continente conspiró para matar a vuestro padre, el último elfo no mestizo.
La respiración de Marta se aceleró.
—¿Sólo eso?
—Y sospechas. Estamos investigando y, si lo deseáis, podréis uniros a la investigación.
—¿Qué sospechas? —Inquirió Marta levantando la voz—. ¿Qué quizás fue el rey del Este, como se llame?
—Podría ser.
—Acepto colaborar. Pero quiero información.
—No sabéis lo que me alegro teneros a mi servicio.
—Cualquiera de nosotros afirmará lo mismo —. Convino la guerrera de Elzia, Sajala. Dicho eso, lanzo su puñal al aire e hizo una floritura con él antes de volver a guardarlo.
—No seré ninguna esclava.
—No os toméis el gesto de Sajala como una amenaza —dijo el guerrero de Laisho—. Le gusta fardar porque sabe que yo soy mejor.
Marta rio. Le estaba cayendo realmente bien toda esa panda de extraños de otro mundo.
—Tampoco tengo esclavos —contestó la reina sonriendo—. Juntas y todos unidos, lucharemos por salvar a este mundo de la oscuridad. Lograremos que triunfe la justicia y los derechos del pueblo por ser feliz. O al menos lo intentaremos. No subestiméis la ligereza de mis palabras. Esta guerra es decisiva y estamos en desventaja..
—Estoy de acuerdo —convino Marta. No pudo evitar observar como los presentes la miraban con un atisbo de admiración al que no estaba acostumbrada y que le hizo clavar en el suelo pedregoso la mirada.
—De momento, recibiréis clases de protocolo y de cultura sobre el continente Frondoso y me serviréis cuando os lo ordene.
La reina se incorporó de su trono y se estaba acercando a la puerta a la vez que los demás también se levantaban de sus asientos, con andares de bailarina clásica.
—Dices que no soy esclava pero me estás dando órdenes.
—Órdenes leves que no creo te supongan ninguna carga —dijo sonriendo.
—No, supongo que no… —Marta pensó que era imposible discutir ante tan noble reina. Lo que había dicho sobre sus propósitos la había entusiasmado. Quería realmente ayudarla a lograr que el bien triunfara entre aquellos desconocidos reinos, ya que que no podía hacerlo en los países de la Tierra—. Una cosa más.
—Decid
Elzia se giró pacientemente, al igual que todos los demás.
—Me gustaría visitar el reino donde vivían los antiguos elfos. Son mi familia, creo que tengo derecho…
—No —dijo tajante la consejera de la reina, Calina—. Ese lugar está prohibido. Hace un siglo que nadie se adentra en él. Desde que desaparecieron los elfos hace dos siglos nadie ha salido con vida con él y nadie más se ha atrevido a pisarlo.
—Hace un siglo, el último que salió de él vivo, sólo dijo unas palabras antes de desplomarse —añadió el guerrero de Laisho, Alesio, con mirada fiera—: “El cabello de elfo nunca muere”.