martes, 31 de diciembre de 2019

En El Agua

En las pálidas olas he visto las risas de los envidiosos,
Sus calumnias, sus crueles palabras en lunes azulados.
En lagunas de plata he visto las injusticias del mundo,
Gigantes pisando derechos. Templados martes soleados.
En la cascada torrencial he visto la ignorancia de quien
No quiere creer ni saber. Tétricos miércoles añorados.
En el oasis del desierto he visto la pobreza y el hambre
Encubierta de verdes imaginados y jueves anhelados.
En el hielo he visto derretirse las luchas de quien
No defiende en aquello que cree. Viernes esperados.
En la niebla he visto ahogarse los pensamientos
Que tantos han callado por miedo. Queridos sábados
Y el domingo he visto su mirada.
Reflejada en su mirada vi como el mar recibía al fuego.
Reflejada en sus palabras vi como florecían mil sueños.
Reflejada en su voz vi una ciega, sorda y muda pasión.
Reflejada en una ilusión vi ir y volver a mi corazón.
En sus ojos he visto los cuatro elementos y estaciones.
Los siete días de la semana y los siete pecados capitales.


La Sirena y La Estrella

Su loco corazón da lo que recibe.
Canciones por canciones, poemas por poemas.
Abrazos por besos. Caricia por suspiros.
Su loco corazón ni padece ni siente, ni cosecha.
Ha olvidado como amar y se arrepiente.
Rompiendo las olas sobre las rocas la sirena piensa.
Su loca alma nada entre abismos de arboledas.
Enseñándole de nuevo el amor y sus temas.
Alma que ve arcoíris de mil colores
Y es ciega ante la bruma y las tinieblas.
Alma que escucha melodías de esperanza
Y es sorda ante las voces atacantes lastimeras.
Viene y va. Se abre y se cierra.
Se centra y se abstrae. Ignora y sabe.
Como el viento, sincera.
Como el agua, transparente.
Como el sol, brilla y de fuego su diadema.
Como la luna, aparece y se esconde.
Suspira la sirena por una estrella.
Entre el firmamento, la más cerca de ella.
Y la que le ofrece las más incandescentes señas.
Quisiera la sirena ser luna para a su lado tenerla.
La ilumina con sus disfraces y melodías tiernas.
Si la sirena pudiera fundirse con la espuma de perla.
Para evaporarse camino al cielo nocturno a verla.
Quizás la estrella callera en la tierra, cometa.
Por su cola el cielo no podrá alcanzar sin torpeza.
Si al menos la estrella bajase al mar y la quema
Y sus centellas danzando al compás de la marea.
Entre labios y pieles batallando despiertan.
En abrazos que olvidan distancias, que se enredan.
Otro día más. Y el mundo lo ignora. Y sueñan.
Desea otra noche más que aparezca
Y así, brillante de vida, contemplar su belleza.
Belleza de alma y apariencia de fuego y fuerza.
Aburrida de las criaturas marinas traicioneras.
Su alma no enloquece por astro cualquiera.
Criaturas de fantasía, extrañas y compañeras.
Mas no se obsesiona la sirena. La quiere, la anhela.
Y que desde lo más alto su confianza le ofrezca.
Sus rayos en el mar protegiéndola contra la niebla.

jueves, 26 de diciembre de 2019

¿Qué esperabas?

Estoy recopilando antiguos poemas publicados anteriormente. Este poema lo he escrito hace tiempo como un apoyo a las mujeres maltratadas del mundo. Estoy muy contenta de que el movimiento feminista esté creciendo cada día más. Hoy me atrevo a publicarlo, después de un año. Y registrado, por cierto.


¿Qué esperabas hombre?
¿Qué esperabas?
¿Que te recibiera dócil
con mis mejores galas?
Cuando tú me insultas.
Cuando tú me atacas.
Sí,tú, ¿qué esperabas?
Lo que guardo de ti
no es más que añoranza.
De nuestros viejos tiempos.
De nuestras andanzas.
Cuando creía conocerte
y estaba enamorada.
Cuando todavía había
luz de amor en tu alma.
No este ardor de pasión
tan sólo fuego en la cama.
Gestos, caricias dulces
y las bonitas palabras.
Que se pudra tu sed.
Que se pudra tu alma.
Y si me hago independiente
y si mi voz dura se alza,
cambia el tono lastimero,
feminazi ahora me llaman.
Ofende mi fuerte libertad
y mi nueva "extravagancia".
De individuos que sueltan
piropos rasos en frases raras.
Que ofenden y discriminan.
Que a una mujer le marcan.
A la sexualidad se lanzan
como dagas sus chanzas.
Quizás tras una denuncia
Que, sin más, tomen por falsa,
me pueda alejar y evitar
tus más sucias puñaladas.
Y si tus manos puedan tocar
mi cuello y pálida piel alba,
que clamen por el azul cielo
mis más sinceras alabanzas
a jóvenes de oídos inocentes
y de labios aun escarlata.

miércoles, 25 de diciembre de 2019

Un Réquiem a los Vivos


Este poema nació en por inspiración del grupo literario "Olladas" donde nos animaron a escribir un poema sobre la muerte, a nuestra manera. Espero que os guste!


UN REQUIEM A LOS VIVOS

En el olvido nace tu recuerdo perecido.
Resuena el fallecido corazón marchito
Reflejo de amor negro en ecos de latidos.
Resuena olvidando su existencia, su camino.

Sentimiento frío
Fría emoción
Indiferencia cálida
Cálida aflicción.

Vivos que están muertos
Alma en la memoria
Muertos que están vivos
Alma en el vacío

Labios morados y pálidos
Se marchitan los lirios
Una oda a los muertos
Un réquiem a los vivos.


miércoles, 18 de diciembre de 2019

CAPÍTULO 4 "LA PROFECÍA DE LA PERLA"



Se desperezó preguntándose qué había sido exactamente aquel sueño. Quizás no era nada extraño. Se pudo haber manchado de tierra de camino a trompicones a casa. Y, si era de verdad, la mujer no parecía querer hacerle daño. Más bien semejaba que quería mostrarle algo. Intentó no darle más vueltas al asunto porque, con todo lo que había ocurrido, su cabeza ya echaba humo.

De repente, se acordó que aquella noche había quedado con su tío y Aurora para salir de fiesta con los amigos de Aurora. Lo tenía apuntado en su agenda, que aun utilizaba en vacaciones. No quería desaprovechar una fiesta con la misteriosa Aurora y, además, sería un buen pretexto para relajarse y evadirse. Tras asearse y enfundarse en un conjunto de ropa elegante pero casual, salió de su habitación.

Por la casa se escuchaban gritos. A quien más se oía era a la pequeña Rosa. Estaba hablando sobre que una cierta cantidad de animales no era suficiente. A saber porqué diría eso. Se encontró en el recibidor a Rosa con los brazos en jarras, su madre al lado, pensativa y Dolores gritándole a la pequeña portando una sartén como quien enfila una espada. A su lado, Rober y Aurora observaban la escena bastante divertidos. Rober usaba un estilo de vestir muy parecido al de Fabián. Al fin y al cabo, él había sido su mentor en el mundo de la fiesta. Aurora estaba imponente con un vestido negro, cabello bien ondulado y zapatos planos de buen diseño.

--¡Ese gato lo quiero fuera de casa! –gritaba Dolores cuando Fabián bajó las escaleras y al que nadie prestó atención.

--¡Nunca! –chilló Rosa--. El pobrecito lleva años solo en el refugio y nadie lo quería. Ahora tiene una familia.

--Pues no me extraña –replicó Dolores. Fabián reparó mejor en la estancia y vio un gato negro con ojos amarillos sentado de manera extraña y, juraría que hasta estaba sonriendo también divertido con la escena--. Deberías traerme unos buenos cerdos en lugar de esos planes de traer tanto animal por aquí. Por lo menos los cocinaría.

--¡Los cerdos tienen la inteligencia de un niño de tres años! Son criaturas que deberían ser mejor tratadas –espetó muy indignada la niña.

Tanto Dolores como Rosa parecían en aquel momento tener la misma edad, a pesar de que las separaban sesenta años de diferencia, y lucían gestos furiosos.

--Está bien. El gato se queda, pero no puedes llenar esta casa prestada de todo tipo de animales cariño –terció con rotundidad su madre.

Tanto Rosa como Dolores pusieron pucheros y se marcharon. La anciana murmuraba por lo bajo improperios rumbo a la cocina.

--¿Qué le pasa al gato? –Inquirió Fabián y tanto su tío como Aurora repararon por fin en él.

--Es que es un cabrón –respondió Rober.

Fabián frunció el ceño, un tanto confundido.

--Lo abandonaron en el refugio porque lo hechizaron para que lo fuera…  aunque a mí me parece un amor, da un toque de alegría a la casa –explicaba Aurora, pero él continuaba sin entender nada.

Entonces, Rober le dio una colleja a Fabián y el gato empezó a reír escandalosamente. Acto seguido, Aurora hizo una mueca chistosa y el gato volvió a reír, señalándola con una pata. Fabián pensó que, después de todo lo que había pasado, un gato que se reía era gracioso.

--Es adorable –terció él finalmente.

Aurora le dirigió una mirada cargada de ternura que rápidamente desvió mientras que Rober fruncía el ceño.

--Eso díselo a Dolores, Leli le fastidió el guiso y se estuvo riendo un cuarto de hora mientras limpiaba.

--¿Leli? –inquirió Fabián.

--Así le llamó Rosa, yo le llamaría Lelo…

--Vamos chicos, se nos hace tarde –los interrumpió Aurora.

Un chófer los llevó a una calle de fiesta que solía frecuentar la joven con sus colegas. Era un lugar que rezumaba magia. Estaba iluminado por chispas con forma de estrella que brillaban danzando entre la calle. Se veía a gente siendo transportada en alfombras y escobas voladoras. No era la primera vez que iban a esa calle ni Fabián ni Rober pero no acudían demasiado porque no era del todo su estilo. Este era un lugar tan sólo para pasarlo bien, sin segundas intenciones. Ellos, en cambio, eran unos depredadores. Aurora los hizo entrar en un local que parecía de los más antiguos de la zona cuya puerta estaba escoltada por dos estatuas de dos antiguos guerreros que sonrieron a la muchacha y les permitieron pasar.

El interior era un contraste con lo que había fuera. El lugar tenía, en opinión de Fabián, más pinta de antro y solamente había una mesa ocupada que montaba una algarabía. Un gnomo con gafas que hacían relucir aún más sus orejas puntiagudas salió de detrás de la barra.

--Ya están aquí –dijo directamente a Aurora esbozando una media sonrisa e ignorando a los dos jóvenes.

Entonces un chico rubio de baja estatura con rasgos faciales anchos y, aunque no estaba gordo (de hecho, era musculoso), lucía una barriga cervecera, se les acercó con una gran sonrisa. Aurora se lanzó corriendo hasta él y se besaron. Aquello sentó a Fabián como una jarra de agua fría. Ahí estaba el dichoso novio de Aurora. No le parecía gran cosa para ella.

--Hola –los saludó un poco intimidado--. Debéis de ser Fabián y Rober. Encantado, soy Tomás, el novio de Aurora--. Ellos esgrimieron su mejor cara y le dieron un fuerte apretón de manos, cosa que a Fabián le estaba costando--. Venid con nuestros amigos, los amigos de Aurora son uno más del grupo.

--¡Genial! –exclamó Rober--. Espero que estéis bien servidos.

--Por supuesto –contestó Tomás.

Mientras se acercaban a la mesa, Fabián no podía apartar los ojos de la parejita. Había que admitir que Tomás sabía jugar sus cartas. Le regalaba carantoñas y mimos a Aurora que, a su lado, ya no parecía la joven distante y fría que él había conocido. Sí, sabía ganársela, pero lo peor de todo es que parecía amor sincero. Ni siquiera de esa manera Fabián se quiso rendir. Se sentó justo al lado de Aurora y se dispuso a exponer todas sus armas de seducción esa noche. Le daba igual que Tomás estuviese delante.

Las amistades de Aurora resultaron ser un grupo curioso. A medida que avanzaban las copas se mostraban cada vez más escandalosos, groseros y hasta estrafalarios. Poco a poco empezaban a cantar desafinando terriblemente y empezaban a desaparecer piezas de ropas. Tomás seguía siendo un empalagoso con Aurora aunque ella estaba encantada con ojos brillantes y parecía realmente en su salsa. Fabián no la comprendía. Aquella gente no era su estilo. No tenían ni clase ni decencia. Intentó en varias ocasiones acariciar, hacer reír, jugar etc.... Con ella pero Aurora lo ignoraba todo el rato, cosa que crispaba a Fabián.

--Vaya, deben ser buenos clientes –comentó por lo bajo Rober que, aunque no estaba tan incómodo como Fabián, también parecía perplejo. Agarró una copa con ojo avizor--. Es la mejor cubertería de los gnomos. Su propio cristal decorado con su propio oro. Esto es carísimo… --su teléfono empezó a sonar y distrajo un minuto a sus sobrino--. Fabián, tengo que marchar.

--¿Qué?

--Es mi chica. Está por esta zona. La veré una hora y luego te rescato.

Rober se levantó y con una mirada se entendieron. Le guiñó el ojo a Fabián como haciéndole ver que sabía cómo se sentía. Al fin y al cabo, ellos estaban acostumbrados a sitios elegantes y mucho más comedidos donde seducir a chicas que su familia mafiosa aprobaría.

Cuando Rober se hubo despedido de todos Fabián intentó darle celos a Aurora tonteando con una de sus amigas. Aurora seguía indiferente. La amiga parecía rendida a sus encantos, aunque apenas hablaba. Al principio se limitaba a responder con monosílabos, pero se fue soltando y mostró ser una muchacha con unos cambios de humor repentinos. Pasaba de reír como una loca a echarse a llorar o cabrearse. Mientras que de fondo se escuchaban risas escandalosas y fuera de lo común.

De pronto, sucedió algo que paralizó la fiesta, el muchacho gordo llamado Raúl salió corriendo. Fabián se dio cuenta que era el dueño de aquella risa que le estaba taladrando los oídos. Nadie sabía porqué corría exactamente, obviando que estaba muy borracho. Sin embargo, el gnomo sí se dio cuenta.

El gnomo hizo una floritura con la mano haciendo paralizarse a Raúl por arte de magia, cosa que lo hizo parar (por fin) de reír y dos jarras enormes levitaban desde sus manos.

--¡Ladrones! ¡Voy a llamar a la policía! –vociferaba el dueño fuera de sí y Fabián recordó las palabras de su tío. Los gnomos apreciaban mucho su vajilla y resto de objetos propios.

No les quedó más remedio que salir empujados por las armaduras hechizadas del local y esperar a que llegase la policía entre una noche brillante por las luces danzantes de la calle. La policía no tardó en llegar y, entonces, pasó algo inesperado.

--Policía, miren –les dio Raúl, con ojos muy abiertos--. Han sido ellos –señaló al grupo y todos permanecían sin entender nada. De repente, Raúl salió corriendo dejando confusos a los dos policías que se habían quedado mirando a la dirección que él había apuntado.

Dos preparados agentes de la ley a los que se les había escapado un borracho aturdido de grandes dimensiones en baja forma. Fabián no pudo evitar reír.

--Tú –espetó el más corpulento, a la vez que su compañero buscaba por donde se había metido Raúl--, ¿de qué te ríes?

--Es que es gracioso, señor –replicó Fabián.

--Te hará más gracia en comisaría cuando nos cuentes algo de tu amigo. Robar a un gnomo está seriamente penado –contestó muy crispado el policía.

--¿Usted sabe quien soy? –Preguntó Fabián, empezando a enfadarse.

Todo sucedió muy rápido. El policía alzó su porra y Fabián le asestó un puñetazo que le rompió la nariz. Sabía pelear gracias a la formación de su familia.

--¡Todos a comisaría! –Bramó el otro.

--Pertenezco a la familia de los Ojos Verdes –alzó la voz Fabián mientras el policía lo inmovilizaba con una maniobra.

--Entonces el inspector Valerio estará encantado de verle.

Fabián tragó saliva. Ver a un inspector que intentaba innumerables veces complicarle la vida a la mafia era la peor complicación que podía haber tenido esa noche. Los policías, uno con nariz sangrante, se llevaron a todo el grupo, que había enmudecido. Entonces, Fabián se percató de que Aurora había desaparecido de la escena. Trajeron a Raúl que aun seguía borracho por el camino y reía después de devolver las jarras al gnomo que, muy afectado, cerró por la jornada el local.

La comisaría de la zona no era muy grande. De hecho, la isla tenía una comisaría en cada zona importante dentro de la distribución del territorio. El interior estaba aquella noche no muy concurrido, exceptuando a algún borracho o gente de malas pintas. El policía de la nariz rota estaba tan enfadado que quiso saltarse toda la cola de posibles infractores de la ley y metió a todo el grupo en una pequeña sala de paredes grises donde los esperaba un hombre de unos cincuenta años, con entradas y un espeso bigote negro. Estaba fuerte y en su uniforme relucían unas cuantas estampas de condecoración. Lo que menos le gustó a Fabián fue percatarse de que el inspector sólo lo miraba a él y sonreía disimuladamente sin poder ocultar que había obtenido el premio del día.

--Veamos –comenzó el inspector Valerio muy contento--. Tengo entendido que han sido detenidos por robo a un gnomo, burlar a las fuerzas armadas y, además… romper la nariz a un agente.

Fabián le sostenía la mirada.

--Y usted es el joven hijo de la familia de los Ojos Verdes. Vaya, vaya, no creo que se libre de una noche de calabozo…

Fabián tragó saliva. Las cosas no paraban de complicarse. El inspector sonrió y salió de la habitación dejando al grupo controlado por los anteriores agentes.

--Voy a por un médico que revise su nariz, agente García. Según la valoración del daño provocado se revisará la condena.

--¡Él iba a pegarme con una porra! –estalló Fabián, indignado.

Sin embargo, el inspector Valerio marchó sin dejar de sonreír.

--A ver quién ríe ahora, guapito –le dijo, regodeándose, el agente.

Los siguientes cinco minutos parecieron eternos. La estancia estaba sumida en un profundo silencio, de no ser por el silbido de el agente García que tarareaba canciones muy contento y, de vez en cuando, un “hip” de Raúl. Fabián no se esperaba quien entraría cuando la puerta se abrió.

Los reconoció tras unos segundos. Los dos primeros hombres en entrar eran Fran y Enrique. Dos capos de las familias infiltrados en asuntos de la policía. Eran amigos tanto de la familia de Los Ojos Verdes, tanto como de la familia Linares. Principalmente ahora, que eran, ambas, aliadas. Los seguía Aurora. Detrás de ellos, el inspector Valerio estaba muy pálido y con cara de que le habían robado unos precipitados regalos de Navidad. Fabián se sintió reconfortado gracias al nuevo apoyo, aunque no seguro del todo. Tuvo ganas de sonreír, pero ya había aprendido a guardarse sus emociones tras el anterior incidente con la policía de La Perla.

Enrique no tenía ningún parentesco con la familia, sin embargo, era el principal contacto dentro del cuerpo de la policía con las familias aliadas. Fabián no lo había conocido hasta el momento. Le pareció un tipo educado, de primeras. Parecía tener una extraña química con Aurora, debido a miradas sagaces que intercambiaban. Aquello lo crispaba, aunque también era consciente de que ellos eran antiguos conocidos de asuntos relativos a la familia Linares y ya habían trabajado juntos. Era alto, moreno de piel y de un cabello corto. Tenía rasgos afilados y un cuerpo fibroso pero fuerte.

Fran, en cambio, era conocido como más loco y cruel que su compañero. Alguien que se encargaba de los asuntos sucios. Fabián temió que podría pasar para el motivo de su presencia. Era más bajo que Enrique y más pálido, pero compartían fisionomía. No edad, Fran le llevaba diez años a Enrique. Uno de cuarenta y cinco años y el otro de treinta y cinco. Curiosa casualidad que le daba que pensar a Fabián. Se extrañó de estar sumido de aquella manera en sus pensamientos mientras se decidía si entraba al calabozo por agredir a un agente. Si lo culpaban por ello, se descubriría todo.

--Vamos amigo, no va a salvar a la humanidad por detener a unos chiquillos traviesos de fiesta nocturna –decía Enrique, muy tranquilo y seguro, mientras el inspector Valerio se encendía un puro, nervioso--.  Cuando realmente quiera salvar la humanidad querrá algo más como llegar al poder. Y cierto poder, sin que usted tenga que mencionar una subida de sueldo más que evidente, llegará tan sólo con mi ayuda.

El inspector lo miró muy fijamente. De nuevo, Fabián evitó reír. Enrique le ofrecía un ascenso a la par que lograría un nuevo chivato en la policía, quizás un nuevo aliado para la mafia a escondidas.

--No acepto sobornos –masculló Valerio, poco convencido.

Mientras que Fran se mantenía mirando todo el panorama analíticamente, Enrique sonreía y le puso una mano en el hombro al inspector.

---Pero me malinterpreta, inspector. ¿Qué haríamos sin gente como usted? Sin funcionarios honestos y justos como vosotros los policías –insistió.

Tras unos instantes mudo, finalmente reparó en la presencia de Aurora, que parecía ajena a todo. El policía con la nariz rota decidió que sería más sabio y prudente largarse de allí excusándose con ir a ser tratado en la clínica.

--Quizá podría iluminarme adonde quiere llegar si me explica la inminente presencia de esta joven.

Por un momento el triunfo se dibujó en sus ojos al mirar a Enrique. El capo le mantuvo la mirada, serio, unos escasos segundos hasta que Aurora habló.

--Inspector, yo no he hecho nada más que ser una amiga y novia encantadora que ayuda a sus amigos y amigas –se disculpó la joven con voz inocente. Una voz que era puro teatro--. Ellos son los que han hecho realmente por mí a mi corazón peleón y, a veces, frío.

--Valerio, usted al igual que todos queremos llegar más lejos de lo que estamos –insistía Enrique ante el silencio del inspector--. Sé muy bien que usted sabe quién soy. Aunque lo disimule. ¿Puede darme una calada de ese habano a medio acabar que seguro ha dejado al llegar este ridículo caso? –Hizo una pausa dejando un rastro de una humareda perfecta. Sin pedir permiso, cogió “prestado” otro puro para Fran que lo imitó--. Mucho mejor. Como decía, todos queremos ser alguien y a usted le ha llegado la oportunidad. Un ascenso gracias a los servicios a la familia Linares. ¿Le parece? Siempre y cuando este caso quede archivado bajo sumo secreto y no llegue a oídos de nadie.

--Vamos, Valerio, los secretos son excitantes –terció Aurora robándole el puro a Enrique y dándole una experta calada.

El inspector Valerio parecía o intimidado o agradecido, Fabián no lo descifró bien.

--Supongo que pedirán que el caso no afecte a ninguno de los expedientes de estos chicos y chicas –replicó Valerio tras una larga pausa.

--Ya veo que nos entendemos. Cuando formas parte de los cuerpos de seguridad hay que obrar el orden. ¡¿Qué mejor orden para las familias más poderosas de… que sus aliados libres de una chiquillada!?

El inspector lo miró con ojos muy abiertos sin decir nada.

--Enrique, déjate de tonterías –intervino, al fin, Fran--. Usted… Valerio. ¿Quiere estar a favor o en contra de los capos? Si hasta nos ayuda podría ser uno de los nuestros.

Le sonrió fieramente. El inspector le devolvió el gesto. Fabián no sabía si por miedo a la reputación de Fran o porque realmente sabían entenderse.

--Vamos, que lo ascienda un capo es de valientes. ¡El cambio es para los valientes! –Exclamaba teatralmente Enrique--. La zona de confort es para los que tienen miedo a dejar de ser felices o, quizás, a serlo.

--Necesitamos un régimen de horas protocolario de retención –terció protocolariamente el inspector Valerio, dando su brazo a torcer.

Era el triunfo según entendió Fabián. Lo peor sería la bronca que vendría en cuanto toda la familia se hubiese enterado del incidente. Por lo menos se libraría del calabozo y un mal expediente.

--Mire usted demasiado su hora y se olvidará de la hora de la que vive… O la perderá, directamente. Dependiendo con quien trate –enfatizó Fran.

--¿Qué le digo a mi superior? –preguntó, tras segundos en silencio, el inspector. Ya no parecía tan seguro como antes de que Aurora, Enrique y Fran aparecieran la comisaría.

--Ya no es su superior si me hace caso. No obstante, no hay nada mejor que unas palabras bondadosas más calmantes que cualquier remedio mágico que se haya inventado.

Dicho tal, le dio una palmada en el hombro. El inspector los liberó a todos. Los capos se encargaron de que cada amigo de Aurora, incluido su novio, marcharan seguros a sus casas. Rober apareció al poco rato muy confundido. Enrique y Juan metieron a los tres jóvenes en el coche.

--Califico de error lo que habéis hecho –rompió Fran el silencio, de camino a la nueva casa conjunta de las familias.

--¿Error? –Inquirió Enrique, ya más fuera de sí--. Fabián no puedes pegarle a un policía sin un buen motivo.
--Lo siento –se limitó a responder tras el susto--. ¿Lo sabe mi madre?

Fran se giró del asiento copiloto y le sonrió.

--No. Lo sabemos gracias a tu amiga Aurora –reveló--. La última palabra es tuya, aunque no te dé la razón. Por esta no decimos nada, para la próxima… ya veremos. Todos hemos sido jóvenes y estúpidos alguna vez.

Fabián tragó saliva. No sólo por la reputación de Fran como capo, si no por todo lo que estaba escondiendo a las familias. Aurora lo miraba de forma escrutadora. Rober parecía muy cansado y apoyó la cabeza en el hombro de él.

--Una cosa más. Os la revelarán mañana seguramente. Pero es bueno que ahora lo sepáis… los tres –Aurora le dio en el hombro a Rober para que despertase. Este dio un respingo, pero reaccionó rápido--. Han sido asesinados dos trabajadores de nuestras familias. Uno de la familia Linares y, otro, de la familia de Los Ojos Verdes. Ambos cumplían el cometido en el exterior, de hecho, el mismo…

--¿Cuál? –Se aventuró Aurora.

--No podemos revelarlo. Sólo podemos decir que estaban cercanos a un museo y tenían información muy importante, según nos hicieron saber, pero no llegamos a conocerla –contestó, paciente, Enrique--. Debemos todos, en estos tiempos difíciles, ser cautos y tener cuidado en el exterior. Así que ya estáis avisados, jovenzuelos.

 Aurora y Rober hacían preguntas durante todo el trayecto. Fabián miraba por la ventanilla la noche calmada de las vacaciones de verano mientras ataba cabos. Dos muertos de las familias durante la profecía. Cerca del museo. La mujer en sueños que le reveló que lo que buscaba se encontraba donde se expone el conocimiento. ¿En qué mejor lugar se expone el conocimiento que en un museo?

No todo podía ser casualidad. Mañana mismo iría a controlar el trabajo de Pedrito y Cristina y les contaría sus sospechas. Quizás al día siguiente estarían más cerca de descifrar la misteriosa piedra. Cosas del azar que no se podían explicar.

--¿Es que no os dais cuenta de que este incidente podría haber llegado a oídos del jefe de policía…?

Fabián captó esas palabras tras un rato en su mundo cuando Aurora le dio otra colleja.

--El lobo, sabueso… llamadlo como queráis –prosiguió Fran.

--Somos más poderosos que la policía –Protestó Rober.

--Sí, pero en la sombra. El pueblo debe creer que no somos nada –contestó Enrique un tanto enigmático--. Nada de nada más que manejar nuestros negocios de la magia. Con ello hacer el bien. No pueden tacharnos de violentos y, aunque es lo que somos, no debemos parecerlo. ¿Entendido?

--Ya la alianza entre familias es catastrófica. Sobre todo, tan castigados en el paro al adelgazar la plantilla de nuestro principal centro de negocios. Por tal motivo vamos a abrir un nuevo hospital. Menos enfermos y muertos, más nacimientos y más trabajo –recitó muy rápido Aurora.

--Percibo un deje de sarcasmo en esta nueva medida, Aurora –respondió Enrique cuando el sonido de la marea y las olas rompiendo contra las rocas de la casa les hizo saber que habían llegado.

--Tómatelo como quieras.

Dicho tal, guardaron silencio y cada uno marchó a su cuarto. Fran y Enrique se envolvieron en la calima de la noche sobre la costa y también se encaminaron a sus respectivas casas. Sin terciar palabra, los tres jóvenes se sumieron en un ebrio sueño.

Fabián ya sabía adónde tenía que ir el día siguiente.