jueves, 14 de mayo de 2020

Literatura

Otro poema compuesto esta noche y ya registrado online :)


LITERATURA
Como una flamante heroína
Y tan solo era ella misma.
De su alma vecina
O, tal vez, amiga.
Por ella sola camina.
Guerreras modernas,
Su arma no está en sus piernas,
Como muchos piensan.
Ninguna novela,
De esas traicioneras
Para la vida entera.
                                                           Ni debió escuchar la poesía
Sin agonía
Sentir su armonía
Hace, más poco, un día.
Ni tampoco teatro
Trotando a caballo
Entre tales halagos
Ni juzgarse en ensayos.
La vida es literatura.
De mente mejor postura
Que, a la vez, se hace la dura
Y te aleja de la cordura.
De las letras
Malhechas.
De las letras
Maltrechas.
Con versos felices,
Y versos alegres, tristes
Con dos mil y dos matices.
Lo que ellas preciden…
Comerlo con perdices.

domingo, 10 de mayo de 2020

Primer capítulo Laberinto de Poder



1 LABERINTO DE PODER
Llegarían a Ruña durante el primer festejo de El Laberinto de Poder. En ella, las personas que lo deseasen debían atravesar un laberinto lleno de obstáculos. La muerte era casi segura. Pero, quien consiguiera llegar al final, lograría un poder político y se convertiría en un noble.
Laie a pesar de ser una de las heroínas más famosas del país era una muchacha de veinticinco años muy comedida. Sufría dolores crónicos de espalda debido a problemas psicológicos que la raza le ayudó a controlar con ciertas plantas y meditación. Su filosofía era no tener que ganar siempre, sino nunca rendirse. Eso era lo que la había convertido en guerrera legendaria. Necesita escuchar y cuidar su cuerpo todos los días para ser quien era. Para ser la heroína en la que se ha convertido.
El sol aún no había aparecido en el horizonte mientras emprendían el camino a caballo. Tenían que ser discretos y no tomar un medio de transporte donde tener que desvelar su identidad. A Laie siempre le había hecho gracia Poulei. Era una persona a quien no sabía si llamar como distinta, pero para su favor. Se quejaba de pulgas y piojos en maltrechos lechos durante el viaje. Iban de incógnito. No podían permitirse lujos. Mucho menos cuando el país se estaba recuperando de una gran guerra. Sin embargo. era eficaz y letal en el campo de batalla.
Si encima uno va a pie durmiendo de manera poco confortable bajo una ciencia que requería conocimientos en no ser visto bajo (o incluso sobre) copas de árboles… A él lo conocía del Ruña, el lugar de nacimiento de ambos.
Antes de la guerra, él no era nada destacable. Sus padres siempre estaban discutiendo. Él tenía una inteligencia brillante. Siempre se sentía menospreciado. Sus amigos le reconocían lo brillante que era mientras que su familia lo infravaloraba como si nada bueno pudiese haber salido de ese hogar. Luchó hasta los catorce para que lo admitiesen en cualquier lado: medicina, ejército… Estudió, se entrenó, tuvo relaciones donde siempre tenía complejo de fraude con chicas hasta que llegó a Laie. Laie confió en él y vio su potencial. Lo comprendió porque, en parte, se sentía identificada con él. Pidió permiso a la capitana Ganesa para poder entrenarle. Poulei llegó a enamorarse de Laie pero ella siempre lo vio como un amigo. Nunca hubo rencores. Poulei era enamoradizo en la época en la que empezó a destacar y rápidamente encontraba una novia tras otra. Juró guardarle su secreto a Laie toda su vida en cuanto ella se lo pidió. Aunque fue algo que él nunca lo comprendió. Alguien que soñó siempre destacar y ser reconocido. En esta nueva guerra llegaría a Ruña como el vencedor en que Laie/Irial lo había convertido. En cambio, Laie agradecía poder volver a ser la misma tal y como había nacido, a pesar de que ella, como su nuevo nombre de Irial, era la guerrera más famosa de todo el país. Tras haber despegado rumbo al pasado, no se podían permitir la vuelta.
El astro de fuego insinuaba su resplandor rojizo cuando cinco noches después se adivinaban los lindes de Ruña. Entretanto ya había descubierto que su decisión de teñirse el cabello y disimular su identidad de Irial era acertada. Tras incidentes en posadas, al menos había disfrutado de la libertad de ser ignorada. Cosa que indignaba infantilmente a Poulei, quien prefería alguna casona de lujo. Sí, había nacido humilde. Sin embargo, se había acostumbrado a ser un oficial bien remunerado del ejército.
Durante el viaje ninguno habló mucho. Buena parte del tiempo se limitaban a un lenguaje que había desarrollado la mutua compañía de ruidos vocales y gestos. La confianza da asco.
Si Poulei tenía aspecto de cansado no lo mostraba más que por dos ojeras a las que Laie ya se había acostumbrado en sus múltiples y conjuntas misiones. Por lo que había comprobado, operaba bastante bien en operaciones delicadas. Esta le venía como anillo al dedo. Tan sólo hacía falta explicarle lo que se estimaba como necesario que conociera. Laie lo puso, cavilando agudamente, en situación durante el trayecto.
Tras una apacible tarde soleada aunque con brisa fresca, aparecieron en el pueblo, tal y como habían planificado. Poulei exclamaba ante los cambios del pueblo. En cambio, Laie, callaba ante los pocos que veía. Poulei tenía razón en cuanto los festejos proferían una luz multicolor y decoración a las casas que pocas veces habían tenido. Sin embargo, Laie notó la ausencia de la guerra. No era un ducado beligerante, de ello se había encargado la duquesa Talma. Por ello notó la ausencia de ruinas o edificios desmerecidos por la batalla que había presenciado los últimos años.
Sacudió la cabeza ante tales pensamientos y callando, mientras su mejor amigo disfrutaba de verdad la vuelta al hogar. Ella sólo tenía en mente la reunión junto a la capitana, el comandante y el inspector. El objetivo estaba claro.
Los esperaba con los ojos bien abiertos. Tampoco quería que dieran todo por sentado. Pudo, por suerte, evitar varios contactos por protocolo más que por deber. Tras la muerte temprana del rey la operación era secreta. No esperaba de ellos grandes avances pero esperaba ayudarles en lo que estuviera en su mano.
Ruña era un pueblo costero de casas de piedra y pintorescas. Bajas pero anchas. Parcas de fachada pero esbeltas en sus tejados. Calles empinadas entre baldosas de granito. Aquel día la algarabía y la fiesta reinaba en todas sus esquinas. Puestos ambulantes, mimos, cantantes y resto de músicos callejeros, comerciantes artesanales. Hasta que llegaron al centro. Allí la plaza principal de Ruña estaba llena a rebosar y apenas podían andar mientras Poulei abría mucho los ojos ante lo que veía y Laie se ocultaba en su capa preocupada, más bien, de llegar a la posada en donde había quedado.
No pudo evitar alzar la cabeza y media hora después de los fuegos artificiales, ver a la duquesa Talma anunciar con un discurso que apenas pudo escuchar entre los gritos de los asistentes y la lejanía al estrado. No obstante, sabía de sobra de lo que estaba hablando. El Laberinto de Poder.
Antaño, el laberinto se utilizaba como ocio y como forma de liberar a los esclavos. Quien llegara al centro lograba romper sus cadenas como esclavo y ser libre. Con el tiempo, era tan sólo divertimiento y competición entre los más fuertes. Este año habría otro de los que se habían prohibido hacía más de una década. Los únicos que ella recordaba y había conocido. Los que quieran presentarse tan sólo han de depositar su nombre en el ayuntamiento y, por sus logros en los siguientes meses, serían escogidos.
La gente aullaba eufórica ante tal espectáculo tras una guerra. Si ellos supieran lo que realmente significaba una guerra, no querrían algo así para celebrarla. Al menos eso pensaba Laie. Negó con la cabeza mientras se abría paso entre la muchedumbre y no pudo evitar ver el signo de la espiral. El signo del Laberinto de Poder.
La espiral representaba los viajes que debemos emprender para conocernos y amarnos de verdad. De estos viajes interminables regresamos con más poder y sabiduría. Laie no pudo evitar resoplar. Ella sí era de los que había emprendido un viaje que la habían cambiado por completo. No sólo por dentro, sino ante los ojos de un país.
Decidió parar la marcha hasta que acabasen los espectáculos. Así era imposible moverse sin llamar la atención entre gentes con todo tipo de ropajes menos lujosos hacia el lugar donde la esperaban la capitana, el comandante y el inspector. La sibila del pueblo se alzó junto a la duquesa Talma. La duquesa lucía una sonrisa brillante mientras que la sibila se mantenía firme y a pesar de ser tan menuda y mayor.
—Alguien se alzará en este último laberinto sin que nadie se lo espere dando fin a esta tradición –anunció con voz áspera y desentrenada.
Si bien entre el público se escuchaban murmullos, quejas, rumores y demás; no se escucharon por encima del himno de Ruña que se empezó a entonar tras las palabras de la Sibila, predictora del futuro del pueblo. La sacaron unos guardias del estrado y la duquesa Talma se lucía ante le himno. Laie permaneció un momento cavilando. Nunca había hecho caso de premoniciones ni trucos de falsas brujas y, sin embargo, de tantas veces que había escuchado a la sibila, nunca le había parecido tan sincera. Decidió despejar su mente de pensamientos innecesarios y fijarse en su objetivo. Mas cuando Poulei tiró de ella para guiarla a la taberna donde tendría lugar el encuentro no pudo evitar que el himno de Ruña se le embriagase como un lamento. La melodía del himno de Ruña. Le recordaba a su infancia. Dudaba si era la primera canción que había memorizado en su vida.
Entonces, comenzó a sonar la gesta de Irial por parte de un juglar. Laie resopló y quiso escapar corriendo. La gente empezó a aclamarla, como la guerrera en la que se había convertido. ¿Qué sabrían ellos? Los estaba rozando, empujando, apartando. Y, sin embargo, no reparaban en ella, sino en la imagen del estrado.
Como guerrera, siempre había sentido cerca la muerte. La había visto, olido, rozado. Esperaba que el símbolo que se había convertido en tantos corazones no se extinguiera aunque se sintiese un fraude por no poder corresponder a tanto amor y admiración que, en el fondo, había aprendido durante toda su vida a no sentir. ¿Desaparecería su nombre? ¿Seguiría en la historia? No eran cuestiones relevantes para ella pero sí le ofrecían un toque de curiosidad morbosa.
—Hablan de Irial y su historia en el reino –comentó Poulei, sardónico mientras llegaban a la taberna y ante la aparente sordera de Laie. —Irial, tú.
—No es solo eso. Es Irial, la desinformación y la manipulación contra el miedo –zanjó Laie.
Poulei rio y se encogió de hombros.
La bodega no era demasiado aparatosa ni demasiado decorada. Más bien se trataba de un antro amplio donde los tonos predominantes eran los pardos de la madera de la barra, sillas, mesas y taburetes con el tono beige con manchas de grasa de las paredes. Allí ya se encontraban la capitana Ganesa, el comandante Sult y el inspector, a quien Laie aún no conocía. Era un hombre que parecía ir vestido de incógnito, con una larga capa gris y una barba y bigote espesos que tapaban casi todo su rostro. Lo destacable eran sus profundos ojos azules que intentaba disimular con unas lentes cuadradas. Calzaba botas de policía y su cabello parecía no haber pasado por un buen lavado en días. Miraban con expresión de desaprobación a su redor, a la par que parecía que estaban estudiando el ambiente con su disciplina militar. No parecían tener ganas de charlar. Sólo había en toda la bodega un par de borrachos solitarios y grupos de gente mal arreglada que se disponía a celebrar los festejos del pueblo.
Poulei quedó dándoles la espalda y vigilando al grupo sin entrometerse en la conversación. Tan sólo pendiente de que nadie inesperado o indeseable los interrumpiera. Acató tal orden de Laie/Irial sin rechistar. Laie se presentó ante ellos bajándose la capucha y mostrando su antigua melena, no la de la guerrera Irial. Los demás asintieron sin saludar y el comandante se dispuso a hablar:
—Bien lo que está sucediendo es lo siguiente: antiguas bandas que se dedicaban a traficar con alcohol y otros tipos de drogas mudaron su comercio en cuanto estalló la guerra para traficar con otros conceptos, esta vez con suministros vitales… comida, productos de higiene, etc –Laie asintió para corroborar que lo estaba siguiendo—. Sin embargo, en cuanto se distinguió un bando vencedor, optaron por un nuevo tipo de negocio, además de los anteriores: documentación falsa para supervivientes del bando enemigo. Al principio eran nuevas identidades y documentos para cualquiera…
Ganesa, con su resolución habitual se impacientó por interrumpir:
—Este tipo de mercado lo llevaban solo dos bandas. Pero las dos querían el monopolio de esta actividad tan peligrosa pero que tanto dinero les da. En el crimen de la frontera fue asesinado el cabecilla de una y ahora las dos están en guerra entre ellas. No descartamos más asesinatos, de hecho, el inspector sospecha de algunos crímenes que acontecieron esta semana.
Laie optó por esperar a conocer el punto de vista del inspector.
—Sí, tres asesinatos en extrañas circunstancias en la calle de sujetos que no pertenecían a Ruña sin poder ser resueltos. Se ocultaron muchos indicios. Sospecho de infiltrados en la policía —. Lo contó con una sonrisa tristona. Era una negligencia, pero la intuición de Laie le decía que estaba dispuesto a enmendar su error poniendo todo su empeño en ello y sería una gran baza ya que era nacido en Ruña y podría filtrarse sin sospechas en más lugares que el resto de la comitiva.
—¿Por qué Ruña? –Preguntó Laie dándose cuenta de una persona a la que se estaban refiriendo sus interlocutores.
—Es un ducado bastante desapercibido en el país y tiene puerto.
—Entiendo.
Los enemigos con nueva identidad intentarían marcharse en barco, un medio que los mantendría más ocultos y seguros para marcharse sin tener que atravesar el continente gobernado por el bando vencedor.
—Eso no es todo –prosiguió el comandante—. Tememos que una de las bandas tenga acceso a nuevas identidades para peces más gordos del bando enemigo que hayan conseguido escapar.
Laie rio secamente.
—Varister.
—Podría ser –confirmó la capitana Ganesa.
Laie fijó sus grandes ojos en Ganesa. Era la única a la que conocía del grupo. Había sido su profesora. Laie conocía su historia. Fue una joven brillante. Excelente estudiante y deportista. Se enamoró de un individuo que resultó acabar en el otro bando. Lo asesinó y estuvo años sin querer saber nada de amor. Volvió a enamorarse pero decidió que era un romance sin futuro. Dejó un hijo. Lo dio en adopción sin decírselo al padre que falleció en la guerra entre el bando contrario. Se dedicó a la clausura y dar clases de medicina a sus alumnas repudiadas de algún modo. Ganesa se había sentido siempre indentificada con Laie. También había salido de una familia que no comprendía su talento. Le dio permisos a Laie para que entrenase para ser la medico-guerrera en la que debía convertirse. Había visto antes que nadie su potencial y puso sus expectativas frustradas de vida en ella, como si de ella misma se tratase. Laie le debía todo.
—Entiendo porque me han llamado aquí —. Añadió mientras se mecía en sus elucubraciones y la objetividad—. Ruña es mi pueblo de nacimiento, tengo experiencia con los más altos cargos del bando enemigo y…
—Uno de los jefes de las bandas sospechosos es su padrastro –añadió el comandante Sult.
Laie asintió sin mostrar atisbo de emoción.
—Supongo que se pretende que vuelva a mi antigua casa a investigar como infiltrada. Bien. Así sea. No diré mi verdadera identidad. Durante la investigación volveré a ser tan sólo Laie.
—Podrías intentar adivinar detalles sobre sus trabajadores de la banda para poder infiltrarme yo donde tú no puedas –añadió Ganesa.
Laie asintió con ademán contemplativo para poder darle el visto bueno a Ganesa.
—Eso será más adelante. De momento, capitana y comandante, id uno al censo del pueblo y otro al registro del puerto para comprobar todas las identidades a ver si damos pescado a alguno ya encubierto. Inspector, continúe su labor, pero esté atento y apunte todos los indicios de algo sospechoso sobre los crímenes habidos y por haber y sobre los posibles infiltrados. Nos reuniremos en esta taberna cada día de fiesta de la semana para no levantar sospechas. Nos haremos pasar tan sólo por extraños amigos.
Todos estuvieron de acuerdo. No obstante, el comandante Sult replicó más tranquilo:
—¿Se puede saber por qué este lugar en medio de toda la muchedumbre del pueblo en fiesta?
Laie rio.
—En este pueblo cuanto más oídos haya, menos te oirán. Para no levantar sospechas en la investigación—. Mientras veía sus secas cabezadas de asentimiento, añadió: —Perseguimos peces muy gordos.
Y ahí estaba el documento del crimen oficial. El inspector se lo otorgó antes de marchar. Además de lo que le habían explicado resumidamente de manera hablada se veían imágenes de víctimas ensangrentadas. Parecía que se habían ensañado con ellas.
La sangre era a algo a lo que se había acostumbrado. Una gota, un hilillo, un reguero. La cantidad de sangre que se escapase de un cuerpo era la diferencia entre leve herido, grave herido o muerto. En las batallas el color de la sangre era un escarlata que adornaba la estampa. Era inevitable.
Poulei lo miró con impresión interrogante cuando se marchaban. La multitud en la plaza también se estaba despejando. Laie siempre supo ocultar sus intenciones y pensamientos. Su cara de póker era conocida. Fue espía para el rey escalando como buena guerrera a la para que nadie conocía sus intenciones. El rey fue listo cuando la descubrió cuando en una ocasión tuvo que huir. Se hizo amiga de enemigos e, incluso, del principal líder del bando contrario. Así fue que lo mató. Las historias hablaban de heridas de guerra en contra de la verdad, él último aliento del enemigo fue gracias a la traición de una soldado doble. Con estreza, inteligencia y su famosa cara de póker. Siempre quiso ver el lado bueno de las personas.  Y Poulei era una de ellas. Era su mejor amigo que nunca la había traicionado y se merecía la verdad.
—De momento es cuanto tenemos pero averigua todo lo que puedas sobre gente que haya luchado en la guerra.
—Y tú te encargarás de investigar a tu padre –terció Poulei tras la explicación.
—No es mi padre. Es mi padrastro.
— Tienes demasiados padres –intentó bromear Poulei. Ante el semblante serio de Laie,a ñadió—. Él siempre te subestimará. Eres la mejor para conseguirlo. Si llega a saber quién eres realmente sospechará…
—¿Y quién soy realmente?
Laie arqueó las cejas. Ante una pregunta que aparentemente era simple, se escondía un dilema vital para ella.
—Para mí y todo el país siempre serás Irial. La que ha acabado la guerra y salvado millones de vidas.
—No es sino la sombra de una ilusión en lo que creéis.
Laie le dio la espalda y marchó con paso rápido frente a su amigo entre una callejuela que ambos conocían. En aquel pueblo nunca había sido nada. Todo había cambiado al llegar como No Válida al hospital del ducado de Merk. Era una buena aprendiz. Consiguió ser doctora antes de lo previsto. Dura, de ceño fruncido, callada, seria y arisca. Muchos parecidos con su padre. Un día se subió a lo alto del hospital, no sabía si quería morir o no. Un señor le habló. Ella le dijo que quería aprender a defenderse, no sólo como médica, sino también como guerrera. Él se lo prometió. En poco tiempo, un par de años, se hizo una gran guerrera. Había un tratamiento controvertido, ella se lo ofreció a cambio de partir con él. Lo curó, él fue su padrino en la lucha y la llevó consigo. La parte mala había ocurrido después. Nunca había hablado con nadie de ello y aquel día no sería una excepción.
—Siempre he creído que tenía que arreglar el mundo. Al menos, en este pueblo durante semanas, me lavo las manos de lo que ocurra. No seré responsable –dijo, brusca, mientras las pisadas fuertes de ambos oficiales resonaban en el suelo pedregoso de la callejuela.
—Tú no eres una mala persona. Tus actos te han llevado por la senda de tus circunstancias –respondió, sin intimidarse, su amigo.
—¿Y tú?
Poulei calló. Para él la situación era distinta. Él no tenía que ocultar su identidad y sería recibido como un héroe. Laie soltó una carcajada áspera y le dio un leve golpe en el hombro como seña de complicidad.
—Desde luego más difícil de explicar que tú. Te mereces ser el héroe durante unos días.
—La gloria es tuya.
—En este lugar es difícil.
—Sin la guerra no hubiera existido la historia. Una historia que ya no se podía rectificar.
Entre compañeros que no se hartaban de compartir bromas groseras las conversaciones serias se volvían incómodas. Laie se despidió al llegar cerca de la que había sido su casa hacía diez años con nuevos propósitos. Poulei parecía nervioso ante acudir a la suya. Llegaron en la encrucijada a un lugar extraño para ambos que lucía como un desagüe. Laie se había acostumbrado antes de la guerra, en el instituto como No Apta, de medicina, a los peores olores del ser humano. Aquello ya tenía otra estética, otra dimensión. Lejos del hogar que Laie recordaba. Parecía que su acompañante pensaba igual ya que no mediaron palabra mientras miraban con ojos muy abiertos en su redor. No quería preocuparlo y quería tumbarse en una cama decente e investigar aquello en otro momento. No comentó nada. En cambio, disimuló su asco con una risa nerviosa.
Partió sola hacia la mansión de sus padrastros. La aclamada victoria de la guerra se desmoronaría en cuanto se conociesen los últimos acontecimientos. Más aún y se descubría el crimen que daba luz a la vuelta de algunos rebeldes. Caso que trataba Laie. Deseaba confiar en la reina Astigia en que… no obstante, sospechaba de ella. Era inevitable para el sentido común. Debería enderezarse lo que se hubiera torcido. Laie temía un caos social.
Parecía un desafío prueba de sus probabilidades. No las de Laie. Eso quería pensar ella. Si había un lema en su vida es que nada era imposible y, otro, que nada era nunca suficiente. Algo que no le apetecía demasiado, sabiendo que solo disponía de días de libertad mientras durase la investigación en su pueblo. Y, sabiendo que podría estar Varister de por medio, esos días de extraña libertad podrían acabar en la muerte.
Nunca se libraría de la estampa de haber blandido una espada que le había llevado a ganar la guerra. Aunque nunca había puesto las cartas sobre la mesa. Nadie, excepto el rey sabía cómo lo había logrado realmente. No obstante, no por ello Irial dejaba de ser respetada y conocida heroína patriota.
Le resultaba reconfortante verse entre la muchedumbre como una más. Como Laie. No como Irial. Sobre todo, en aquellas noches donde el pueblo cobraba vida cuando solían dormir al atardecer, por costumbre. Estaba escuchándola como cuando la hipnotizaban los mejores cánticos de los espectáculos de la capital. Desde luego, la condesa sabía hablar y cómo captar a su público. Sin embargo, sabía marcar distancia. Como si algo fuera ella sola y otra la muchedumbre. En el mismo centro de la ciudad, en las inmediaciones de unos jardines se encontraba la tan temida casa de su infancia y parte de adolescencia.
La mansión por fuera se presentaba con el mismo aspecto de siempre. Una amplia estructura de piedra grisácea con un ancho patio de adoquines en cuyo centro reinaba un árbol podrido y sin hojas. Caminó con paso decidido y timbró. Unas pisadas taconearon hasta la entrada.
Al cruzar el umbral se accedía a un amplio recibidor que ahora estaba ostentado con decoración que se le antojaba un derroche: armaduras, esculturas, cuadros que con ojo avizor se adivinaban caros… Frente a ella, su madrastra. Los años habían hecho mella en ella. Más arrugas y un cabello ahora caoba que adivinó, taparían sus nuevas canas. Gritó. Laie quiso sonreírle hasta que su padrastro irrumpió a trompicones. Él parecía conservar mejor la edad. Era el mismo, exceptuando hebras de plata en su denso cabello. Vestía una bata verde botella y estaba con los ojos como platos mientras que su madrastra empezó a sollozar.
—¡Ni una sola carta en todo este tiempo! ¡Te dábamos por muerta! –bramó su padrastro.
—Los hospitales no son como el frente. Aún hay moral para tenerlos considerablemente bien protegidos –respondió ella. Tenía el pulso acelerado pero se mostraba tranquila.
—Pues con más motivo –añadió él, un tanto aturdido a la ausencia de la antigua sumisión de la muchacha.
—Mi destino no está con vosotros.
—Romian ha muerto –anunció su madrastra entre lágrimas.
Laie bajó la mirada ante el semblante duro de su padrastro y la congoja de su madrastra. En ese mundo se había acostumbrado a ver cadáveres y sangre. No a ver a su padrastro envuelto en turbios negocios a los que no se quería abrir a nadie. Ni siquiera a sus hijas, ni a su hijo menor fallecido en batalla. El sistema estaba tiritando.
Dibujó una sonrisa apagada con un abrazo flojo para intentar consolarla.
—¿Qué tal está Gía? Lamento mucho la muerte de mi hermano pequeño. No sabéis cuanto.
Su padrastro la miró entonces con una expresión de perplejidad, como si no estuviera convencido de su explicación.
—Tu hermanastra está perfectamente. A punto de forjar un matrimonio perfecto con un noble de Ruña.
—Me alegro mucho –contestó Laie.
—Vamos chica, te haré un té – la instó su madrastra.
Los tres acudieron a la cocina donde tantas cosas habían ocurrido desde que la habían adoptado. Sus hermanastros jugando mientras ella estudiaba y luego la culpaban a ella, conversaciones familiares, prácticas de cocina entre niños y mayores… Sin embargo, Laie no podía dejarse llevar por lazos sentimentales. Su padrastro era el principal sospechoso de una investigación de guerra de nivel nacional. Estaba allí por eso y no porque guardase, precisamente, buenos recuerdos familiares ni nostalgia.
Su padrastro le sostuvo la mirada. Como buen nuevo jefe era un animal que sabía oler el miedo. Por lo tanto, había que mostrar respeto, pero nada de amilanamiento. El interrogatorio inicial desembocaría en un rapapolvo. Ella lo miró con determinación.
—Querida, me duele la espalda. ¿Podrás prepararme tu mágico brebaje?
—¿No ves que tiene sueño? Mamá, no prepares ningún té. Me iré a cama ya.
—¿Unos años en medicina y ya te atreves a conducir mi vida? ¿La de tu padastro? –vociferó.
—Tan sólo he visto a mamá bostezar. Si no es mucha ciencia, teniendo en cuenta las horas que son, significa que quiere dormir.
—Ay, hija. Te doy la razón –murmuró con cansancio su madrastra.
—Más os vale. Ha vuelto mi hija de a saber dónde con aires de grandeza y ahora tengo que tratar con ella.
—Mañana será el día.
Su madrastra la miró con ternura y abandonó con manos temblorosas la cubertería de porcelana que estaba preparando. Su padre volvió a torcer el semblante.
—Mañana tengo una reunión de negocios.
—¿De las secretas? –susurró su madrastra, pero Laie la entendió demasiado bien, con oído agudo, por sus años de experiencia en combate.
Su padrastro asintió.
—Estoy muy cansada por el viaje. Estaré en casa pero intentaré no molestar –terció Laie fingiendo un bostezo mientras se levantaba. Estaría atenta por si aquella reunión secreta le hacía avanzar en su investigación—. ¿A qué cuarto puedo ir para dormir?

miércoles, 6 de mayo de 2020

Una serie de rimas: "Metapoesía"

                                                        METAPOESÍA



Recuerdo la primera vez,
No sólo la que piensas
Sino la que mi vanidad hizo presa.
Recuerdo la primera vez,
En el que el deseo hizo mella.
El mío, en mi en otros
Con corazones rotos.
Sobrantes recuerdos,
Un sinfín de experiencias.
Que todos dentro reservan.
Quisieron castigarme
Por su frustración ostigarme.
Los poemas llevan su tiempo
Se cuecen a fuego lento
Y en la libertad del verso
Se esconde el calor de sus besos.
Las protestas honestas
Se convirtieron fiestas
Decenas, centenas.
¿Quién lleva la cuenta
De vivir sin cadenas?
Pero aprendí, como tú.
Que la vanidad era un castigo.
El deseo… Un delirio.
Y lo que hacía,
Tan solo
De mí dependía.
Aguanta, cuidaré de tu alma
Que a mi corazón desengaña.


martes, 5 de mayo de 2020

Prólogo "Laberinto de Poder"

Aquí os dejo el prólogo de "Laberinto de Poder", uno de mis nuevos proyectos. (Registrado, por cierto) ;)


PROLOGO
—¿Qué tal estás?
—Salvando vidas.
—¿Muchas?
—Un país entero. Bromeaba.
El rey relajó el gesto. Tal hecho tranquilizó, en parte, a Laie. Era medianoche y Laie no había conseguido conciliar el sueño mientras leía un denso ejemplar de novela clásica del país del Ocaso. País al cual servía como militar. Un comandante le había salvado de tan pesada lectura comunicándole que el rey quería verla. Rápida como era, se presentó en los aposentos de su majestad, un hombre mayor con grandes entradas de cabello castaño, bajo pero fuerte y de ojos oscuros. Su barba y cejas espesas enmarcaban su mirada fiera cuando se dejó de andarse con rodeos en su bien decorado despacho de asuntos urgentes.
—Se trata del comandante Hier. Nadie sabe dónde está desde hace días—. Laie asintió en señal de comprensión. Parca de palabras como era, el rey entendió su gesto como una invitación a proseguir—. Hubo una redada dirigida por él en las fronteras de Ruña. Encontraron sus cuatro agentes muertos junto con el capitán del ejército rebelde Epios, también muerto. Lo curioso del asunto es que Epios portaba una tarjeta identificadora falsa que le daba una nueva identidad.
—Entiendo –terció Laie—. Supongo que habrá que descubrir quién es el traidor que está dando falsas identidades a los rebeldes supervivientes y libres.
—¿Sabes por qué te elegido a ti, verdad?
Laie asintió. Aunque ella su nombre verdadero era Laie y no era más que una huérfana que había pasado por dos familias hasta que acabó practicando como sanadora cuando había estallado la guerra contra los rebeldes, el mundo la conocía con otro nombre. Irial. La guerrera Irial que había sido crucial para ganar la guerra. Una heroína sin rostro conocido. Anónima, excepto por el nombre entregado por una raza que vivía clandestina y apenas se mezclaba con humanos. Sus hazañas eran legendarias. Esa era la explicación que se le ocurría a Laie.
—No es lo que tú piensas –dijo el rey tras su pausa. “Varister, pues”, pensó Laie—. Me consta que tú has nacido en Ruña y conoces muy bien el ducado.
Le hizo la síntesis de los detalles más relevantes de la muerte y de su contexto. Todo apuntaba al mismo lugar. La guerra era como una cloaca que se hubiese cerrado, pero aún había ratas escapando por las rendijas. Los combatientes del reino enemigo supervivientes se resistían. Irial había logrado una gran victoria. Aún siendo aclamada por todos, podía desenvolver un papel final que le venía como anillo al dedo. Investigar de incógnito, con su antigua identidad, el crimen en el ducado de Ruña.
—Varister aún está de por medio. Otra vez me mandáis como cebo a ese rebelde.
—Por favor, tómame en serio –contestó muy recio el rey—. Varister seguirá siendo una amenaza hasta que por fin tenga su cabeza de trofeo. Y tú eres una de sus debilidades.
Se sintió avergonzada. Sopesó las implicaciones de lo que acababa de oír. No sólo por la gravedad de los hechos, sino por lo que le atañía a ella misma. Varister era un asunto personal para ella. Uno de los grandes dirigentes del bando enemigo que seguía vivo y oculto. Tan sólo llegaría el momento de darle muerte y la guerra habría puesto su verdadero punto y final. Le habían puesto un gran precio a su cabeza pero ni los cazarrecompensas más experimentados eran tan diestros como él en combate. Debía ser alguien muy hábil en la batalla quien consiguiera darle muerte y Laie se lo tomaba como un capricho suicida propio.
—¿Hay alguien que haya cantado? –Preguntó la joven, cambiando de tema.
—Uno cantó. Le mataron. Ahora tenemos nuestras sospechas.
Hizo una floritura con la mano desdeñosa.
—Migajas para ellos.
—Migajas para nosotros. Para vosotros. Para ti.
—¿Qué quieres decir?
—Que no será un gran esfuerzo para la gran Irial.
—Así me llaman en el país entero. No será así en Ruña.
—Será mejor para tu investigación que ignoren quién eres en realidad. Los ignorantes no son conscientes de los barrotes que los encarcelan
—Y no pensar. Yo estuve mucho tiempo encarcelada —–divagó Laie mientras cavilaba su decisión. En Ruña ya no es que fuera una más del montón, es que siempre había sido despreciada. No esperaba un buen recibimiento.
—Ahora todos te adoran. Eres una heroína.
—Eso piensan de Irial. En cambio, mi rostro sigue siendo el mismo. El de la misma marginada que marchó como una No Válida.
El rey inspiró hondo y clavo su oscura mirada en los ojos azules de Laie.
—Habla. Pronúnciate. Muéstrate y hazlos callar.
—Supongo que ese es el menor de mis problemas.
—Pero le das tanta importancia que el problema ha crecido con ella. Te quiero allí para que me ayudes. Sin embargo, también es algo personal para ti.
—Eso no significa que sea la más adecuada.
—En esta guerra siempre has sido la mejor para todo.
Laie se giró hacia un gran espejo del salón del rey y se pudo ver tal y como era en aquel momento. Pelo pajizo, ojos azules, tez pálida y cuerpo atlético salpicado de cicatrices.
—La guerra ha acabado –se pronunció, tras la pausa.
—Aún quedan ratas que aplastar
Finalmente, asintió. Sí había un asunto que le importaba en Ruña que nadie conocía y había dejado de lado.
—De momento tan sólo deseo volver para volver a ver mi lugar de nacimiento.
—¿Alguien hay vivo que te espere allí? –Se interesó el rey.
—Mis familias. La biológica y la que me ha acogido, a parte del tercer padre que me ha dado mi madrastra –rezongó Laie.
Notó que se tomaba su tiempo para responder.
—La duquesa de Ruña no dejará su puesto fácilmente.
—Entiendo vuestras palabras pero tal no es mi deseo –contestó educadamente.
—¿No quieres el ducado de tu lugar de nacimiento? Creo que sería un buen premio si lo haces bien.
—No –se limitó a contestar ella.
Sabía que al rey a veces le gustaba jugar con las lealtades de la gente otorgando títulos. Como Irial, ya había sido propuesta a general, puesto que ella rechazó. Realmente no tenía claro qué hacer en el futuro pero el poder no estaba dentro de sus planes.
—Por ello serías la mejor—. El rey sirvió un par de copas de té, tranquilo pero interesado—¿Cómo se puede razonar con esa lucidez antes de que te maten?
—Hay quien dice que, al morir, toda tu vida pasa sobre tu cabeza. Yo he sido siempre niña de espíritu y mi vida se pasa ganándola, luchándola. Quizás estar tan vivo de mente y espíritu es lo que me ha librado de la muerte.—Decía Laie casi por acto reflejo como si fuera un concepto elemental—Es la esperanza la que hace vivir al guerrero. Y, en ausencia de ella, la que provoca su derrota.
—Te describo el mundo real. Tú has pintado un mundo placentero, colorido, feliz. Pero aún quedan resquicios del antiguo golpe de estado. El caos, la desesperanza, lo triste…
Hubo un silencio entre los dos.
—Tus silencios son tan escandalosos… Callas pero gritas por dentro y tan sólo alguien que te conozca sabe interpretarlos –comentó el rey mirándola con curiosidad.
Laie resopló ante los jueguecitos mentales del rey y volvió al tema:
—Tendré que mentir. No podré ser yo misma.
—Por desgracia, debes abandonar tu cómoda armadura como legendaria guerrea Irial para volver a ser  la triste muchacha que eras… con sus ropas de dama. Tienen tu cuerpo, no tu alma. Has cambiado. Pero, durante la travesía, todos cambiamos. No seas egocéntrica.
El rey dio un sorbo al té mientras que Laie lo apartó educadamente. No tenía ganas de bebidas estimulantes. Entonces, sucedió. El rey tosió sangre y cayó inconsciente frente a ella.
Laie se levantó rápidamente y pudo ver como el rey dejaba de respirar y de tener pulso. Estaba muerto. Olfateó el té y comprobó que estaba envenenado. Habían asesinado el rey y también habían intentado asesinarla a ella. Más que nunca se decidió a seguir con su misión, No obstante, para marchar en Ruña no se podría fiar de nadie. Había un traidor cercano y no se imaginaba quién podría ser. En aquellos momentos, tan solo confiaba en una persona. Pero antes debía alertar a la reina.
Marchó corriendo por los pasillos pedregosos. La reina debía estar en sus aposentos reales y ella sabía bien donde se estaban debido a tantos encuentros con el rey en plena jornada de sueño durante la guerra, cuando ella ya disfrutaba de las comodidades del palacio real.
Llamó a la puerta tras descubrirse ante sus guardias que, conociéndola como la heroína Irial, le dedicaron una reverencia. La reina parecía despejada pero no quiso traspasar el umbral de la puerta. Lejos de sus elaborados peinados habituales, lucía un  pelo lacio y negro con un flequillo que semejaba ridículo. Portaba un camisón elegante que bien podría pasar por un vestido de una doncella.
—Mi señora, el rey ha muerto.
La reina no respondió. Permaneció callada con su mirada oscura perdida en un punto fijo, forzando retener el llanto.
—Cuéntamelo todo –dijo, finalmente.
Era una reina fuerte pero lejos de los asuntos de su antiguo marido. No por ello era estúpida. Ciertas estrategias e ideas del rey las había tramado ella, aunque permaneciendo en el anonimato. Laie se dispuso a contar toda su reunión con el rey hasta el momento de su muerte. La reina asentía y dejó escapar una lágrima.
—Debes continuar la misión en Ruña –terció con aplomo.
—¿Estabais al tanto? –Quiso saber, Laie, hablando con delicadeza.
—Tu duquesa planea volver a convocar el laberinto de poder. Quizás no nos veas merecedores de tu talento aquí. Mas allí podrías demostrarlo.
A Laie le extrañaban las palabras de la reina. Decidió pensar que se trataba de alguna de sus triquiñuelas con el rey. Al fin y al cabo, al difunto rey no le había dado tiempo la vida para dejar de hablar de su plan. Mientras tanto, un silencio sepulcral inundaba los corredores, tan solo cesado por el crepitar de las antorchas. Ni siquiera los guardias reales daban señal de haber oído nada de lo contado.
—Es una prueba vedada a esclavos.
La reina resopló y esbozó una sonrisa de autosuficiencia ante la respuesta de Laie.
—Ese será tu destino si no decides volver sobre tus pasos. Puedes ganar. Puedes gobernar. He de confesar que te he temido. Te he subestimado. Verás, resulta que en tu ducado natal existen ciertos negocios turbios que atentan contra el reino. Puedes descubrirlos y tu duquesa será apartada del lado por la fuerza…
—No me incumbe. Eso es ilegal.
A Laie le sorprendía la frialdad de la reina. A decir verdad, nunca la había conocido demasiado bien de primera mano. No supo discernir si se trataba a su entereza y templanza o… a otro motivo más turbio.
—… O bien puedes ignorarlos y acabar demostrando tu valía en el tan aclamado este año el Laberinto de Poder.
—Vuestro marido no lo hubiese ordenado –contestó Laie.
Habitualmente se permanecía inmutable en su semblante pero aconsejarle entrar en el Laberinto de Poder le hizo sentir escalofríos. Había escuchado historias sobre aquel lugar desde que era pequeña. Ninguna solía acabar bien.
—Pero no está en sus capacidades de ordenar. La ignorancia no te valdrá a tu favor. Sé que no conocías las intenciones de la condesa de Ruña –proseguía la reina—. Cumple el último deseo de mi viudo. Yo me encargaré del resto. Por algo soy reina.
—Por favor, que sea secreto –apuntó Laie.
La reina asintió con una sonrisa condescendiente.
—Mandaré algún soldado con título allí pero no dejaré que sepa quien sois. Si es de vuestro agrado.
—De acuerdo.
—Los conocerás. Podrás contactar con ellos en cuanto queráis y veáis que no os perjudica. Ellos en cambio a vos, no.
Bastante desconcertada, Laie hizo una reverencia mientras la reina se volvía a adentrar en sus aposentos. ¿Tendría algo que ver en el asesinato de su marido? A saber. Lo que sí sabía era que en palacio no estaba ya segura. Le dio la sensación de que la reina la quería muerta. Al menos era lo que sus palabras denotaban. Pero… ¿por qué matar a su marido? ¿por qué matarla a ella? O lo que era peor, ¿por qué matarlos a los dos? Eran interrogantes sin respuestas, de momento.
Corrió a ver a la única persona que creía digna de confianza y lealtad para acompañarle. De hecho, él también había nacido en Ruña. Se trataba de su mejor amigo desde que les había acaecido la guerra: Poulei. Con paso ligero, llegó al ala más abandonada de palacio, donde tan sólo algunos soldados preferentes tenían cuarto. A veces, compartido con otros del mismo rango.
—¿Qué hora es? –Musitó él con voz ronca cuando Laie irrumpió con su llave maestra en su cuarto.
—La hora de la conversación.
Poulei se irguió de golpe frotándose sus ojos color miel con sus largos rizos negros cubriendo su rostro.
—¿Para eso me has despertado?
—Se avecinan cambios.
Cuando se irguió dando una seca cabezada de militar en seña de asentimiento mostró su cuerpo fuerte pero esbelto de estatura mediana.
Laie procedió a explicarle todo, lejos de oídos indiscretos. Él, como soldado experto que era, asintió. Se vistió rápido para acudir otra vez con Laie a sus aposentos donde Laie agarró sus cosas de viaje y se cambió de ropa sin pudor ante su mejor amigo. Partirían ya.
Cavilando y luciendo el talento del que presumen las mujeres de realizar más de dos cosas a la vez se dio cuenta de que la gran tragedia de ese país no era la guerra. Era la muerte. Muerte de vivir tranquilo, libre, feliz. Para todos y cada uno de los ciudadanos. Ella podía contribuir a impedirlo.
-Nuestros soldados no han vivido muchos años y aún no acaba la guerra –se lamentaba Laie cuando marchaban cuales sombras silenciosas en la oscuridad de palacio.
—Veo temor en sus ojos. Todos los días. De que vuelva…
Laie le interrumpió.
—Yo veo valor.
—¿Cómo dices?
—Yo veo ese valor difícil de distinguir. Veo el valor de quien ha tenido miedo y lo ha superado. De quien ha sufrido y ha superado sus lamentos. Del ave fénix que renace de sus cenizas—. Sonrió y le estrechó la mano con fuerza —. Te agradecemos, de verdad, tu cooperación.
840.000 personas habían muerto en la guerra civil. No era muerte natural. Era asesinato. Era la guerra. Habitantes entre habitantes del mismo país. Había visto dolor y alegría. Sufrimiento y dicha. La guerra tiene siempre demasiados matices. ¿Cómo sería regresar a casa? ¿Seguiría todo igual? La guerra no le había dejado escapar de ella, a pesar de todo.