E.-444
Algunos
dijeron que se había producido una explosión. Otros, que era otro choque más de
coches en aquellas casas situadas en los lindes de la carretera. Al día
siguiente, todo había quedado claro. Una fiesta que se había ido de las manos
tras una rencilla familiar. Si es que los humanos son muy fáciles de engañar.
Les das una explicación coherente y, mientras no los incumba, se despreocupan.
De momento, a nosotros nos llaman aliens. Como no llamamos la atención más que
en sus imaginaciones e historias de libros y películas tampoco se preocupan de
nosotros. Inocentes.
Lo
que realmente ocurrió aquella noche es que los E-44 irrumpimos en la familia de
cuatro miembros de un pueblo remoto de Galicia. Eran idóneos. Un padre
empresario, una madre a punto del divorcio que se iba a marchar a trabajar a un
hotel de Mallorca, un hijo de dieciocho años recién cumplidos que los humanos
llamaban “ni-ni” y una hija, la de mi interés. Se llamaba Verónica. Era la
hermana melliza del chico e iba a empezar la carrera de filología hispánica en
A Coruña. Claro, tanto personaje que abandona el pueblo solitario era una buena
coartada para poder invadir sus cuerpos y alejarse de conocidos que sospechasen
de la contaminación.
Verónica
era alta y delgada. No sabía sacarse partido aunque no era fea. Lo que no me
gustaba era su enorme frente. Yo soy E-444. Los miembros del planeta E
estábamos invadiendo ciertos cuerpos humanos para estudiar mejor su raza. Mi
sector es, como he mencionado, el E-44. Sí, somos números. No tenemos nombres.
A los humanos tampoco debería de extrañarles, ellos también son números. Mira
que insisten en poner nombre a todo. En realidad, son un número del documento
nacional de identidad, de la seguridad social, del coche… son un número en
todas partes. Pero mira que insisten con los nombres.
Mi
distrito se dividió según sus coartadas para evitar preguntas innecesarias.
Acudí siendo, en ese momento, Verónica, a la universidad de A Coruña. Evité su
piso compartido pues no quería estar demasiado cerca de sus compañeras de piso
mientras no me habituara a su cuerpo humano. Para nosotros no es problema
obtener dinero, aunque no queremos ser ostentosos. Los humanos no paran de
complicarse la vida para ganar dinero. Viven en una sociedad curiosa que los
obliga a consumir lo que sea y como sea. Compran, venden, beben, comen y más…
todo a cambio de dinero. Y, claro, para tener ese dinero las pasan moradas. Hacen
lo que sea.
En
fin, mi primer paso fue crear de Verónica alguien viable en esa sociedad. El
físico parecía ser importante. No tenía gran idea de que cánones guiaban aquel
mundo pero me bastó una visita a sus redes de información, que llaman internet,
para hacerme una idea. Fui a un sitio llamado peluquería donde pedí extensiones
y un alisado con volumen. Asalté tiendas de maquillaje. Hasta la hice adelgazar
a base de una dieta baja en carbohidratos que tanto gustan a los humanos. No
olvidé comprarle ropa a la moda que la hiciese resaltar, eso también era importante.
Así pues, a quince días de empezar la universidad, ya tenía una Verónica
atractiva. Esa frente que me gustaba tan poco decidí disimularla con un
flequillo.
En
esos quince días decidí sumergirme en la red para informarme sobre su ciudad,
comunidad autónoma y país. Además, indagué sobre sus contactos y amigos en
redes sociales para hacerme una idea de cómo actuaban allí los humanos de su
edad. Su cuerpo al principio me parecía un lastre al que tuve que domar. Me pedía
alimento. Los E-4 nos alimentamos siempre de lo mismo. Los humanos tienen
infinidad de alimentos para elegir y no pueden comer siempre lo mismo, tienen
necesidades biológicas de vitaminas, hidratos de carbono, proteínas, grasas y
minerales. Tras estudiarme su pirámide alimentaria le elaboré una dieta sana
para mantener en buenas condiciones su cuerpo. También procuré darle los tres
litros diarios de agua al día como sus instituciones sanitarias recomendaban y
aislarla de bebidas nocivas para su cuerpo. Estaba el tema de la higiene y
otras necesidades que también procuré satisfacer como las directrices de salud
de ese mundo y su propio cuerpo me pedían.
Comencé
tranquila el primer día de universidad. La verdad que me pareció sumamente
aburrido. Sabía que mi capacidad de E-444 me permitiría aprenderme sus temarios
sin apenas esfuerzo. Entonces, me centré en los alumnos y profesores. Decidí
hacer pasar a Verónica por una muchacha introvertida pero inteligente. Repito,
no quería mezclarme mucho entre humanos hasta acostumbrarme a su cuerpo. No
obstante, una joven de pelo largo negro azabache y piel pálida me abordó el
primer día.
—Tú
no te andas con tonterías, ¿eh?
—Me
has pillado —intenté sonar graciosa.
—Soy
Elena.
—Verónica.
—Podremos
ser amigas.
“Potencialmente
cercanas”, pensé.
—¿Por
qué no?
Se
rio.
A
medida que pasaban los días y quería que Verónica tuviera algo parecido a la
capacidad intelectual que tenía yo siendo E-444, intenté ponerme al día con las
lecturas de la carrera. Tal cosa me sorprendió. Descubrí muchos humanos con
gran potencial analítico a lo largo de la historia y con gran talento para
jugar con el lenguaje. Poco común para un E-444 pues nosotros, utilizamos el
lenguaje para lo justo y necesario de nuestros asuntos. Además, los textos
despertaban emociones intensas en el cuerpo humano de Verónica, que ahora era
el mío. Narraciones sobre vidas y sociedades humanas que me hacían sentir pena,
melancolía, ira, indignación, alegría, conmoción… entre otras sensaciones.
Esa
faceta me llevó a leer más y más libros de humanos. Con mi capacidad, podía
leer dos libros sin esfuerzo al día. Decidí acudir a ese lugar que los humanos
llaman bibliotecas y están cada vez más abandonadas para tener más lecturas y
sentir esas emociones que emanaban en Verónica, a la par que disfrutar de sus
juegos de estilismos y retórica. Entonces, indagando, me interné en las artes
humanas desde mi portátil. Comencé a interesarme por el cine, por las pinturas
y esculturas, por la arquitectura, el baile y la música. Los humanos eran
hábiles denotando sentimientos desde estas materias. Sentimientos que, hasta el
momento, desconocía. Pero había aún más: mensajes, moralejas, críticas… La
poesía se tornó como una obsesión intentado descifrar palabras que se juntaban
con musicalidad y significado. Unidas por una serie de estilismos y rimas
creando algo que tocaba el alma humana.
Los
humanos eran pura emoción que un E-4 sólo podría explicar como magnetismos que
se unían y chocaban al mismo tiempo creando un espectáculo magistral llamado
vida. Y muchos vivían sin vivir. Y los había que vivían hasta consumirse. Y los
que vivían sin ser mientras otros eran tan ellos, tan intensamente que cegaban
con su luz del alma.
Era
curioso como la sociedad los llevaba a una espiral donde si fracasaban en aquel
modelo del éxito y trabajo se frustraban y desarrollaban patologías tanto
físicas como mentales. Entonces, pensé que había acertado escogiendo el cuerpo
de Verónica. Me gustaba su faceta vital y emocional, de momento.
Elena
resultó ser una chica sumamente inteligente y rebelde al mismo tiempo. Probé a
relacionarme con otros estudiantes pero me di cuenta rápidamente de que algo
fallaba. Recelaban de mí. Mostraban miradas temerosas y sus sonrisas, en
principio amables, se congelaban cuando empezaba hablar. Fui consciente de que
debería aprender a mostrarme más natural. En cambio, Elena, que también tendía
a aislarse, me tenía aprecio.
—¿Quieres
un cigarrillo? —Preguntó tras acabar la jornada de un martes y nos dirigíamos a
la biblioteca para hacer juntas un trabajo en parejas.
—Prefiero
no contaminar mis pulmones con nicotina ni ningún tipo de drogas legales —respondí—.
Y, menos, ilegales —añadí.
Ella
rio tras apurar una calada seguida por una gran humareda.
—Todo
mata —respondió simplemente.
“Las
probabilidades de la muerte humana son grandes si no tienes un mínimo de
precaución entre todos los peligros a lo que expone esta sociedad” pensé
corrigiéndome y tomando una pausa antes de decir:
—De
algo hay que morir.
Esa
frase la había escuchado en una película. Elena me dio su aprobación.
—Debería
emborracharte. El jueves hay una manifa feminista por la tarde. ¿Te vienes?
Conocía
el movimiento feminista, cosa que me parecía muy arcaica por parte de los
humanos. Era raro que tras tantos siglos de desarrollo en todos los ámbitos en
la vida humana todavía tuvieran que reafirmar las condiciones de las mujeres.
Los E no teníamos diferencias de género. Vaya estupidez.
—No
creo que pueda ir —intenté aparentar lamento. De momento, no quería implicarme
en asuntos sociales de ese planeta.
—Da
igual. Cuando acabe nos vemos y tomamos unas cervezas. ¿Quieres invitar a
alguien de clase?
—He
observado que en esta primera semana de clase que llevamos todavía no se han
formado grupos sólidos de amigos.
Rio.
—Ya
claro, chica lista. Tienes razón, como siempre. Habrá que esperar. ¿Tú y yo, entonces?
Acepté.
Durante
su “manifa” feminista, decidí acabar yo nuestro trabajo. Tarea fácil. Supuse
que le agradaría. Así fue que, en cuanto le mostré el trabajo al llegar a su
piso, me anunció que me invitaría a tres cervezas.
—¡Qué
jodida! ¡Nadie lo podría hacer mejor! Ya verás cómo nos ponen notaza. Por
cierto, ¿Me subes la cremallera del vestido?
Era
un vestido largo y negro, su color favorito, que resaltaba su figura delgada y
sus ojos claros. Yo llevaba un vestido rojo que resaltaba la figura de
Verónica. Intenté poner tacones pero eran demasiado incómodos. Había leído que
los tacones habían pasado a ser de un elemento represor para las mujeres en el
pasado hasta un accesorio imprescindible de estilo en este nuevo siglo. No me
gustaban. A Elena tampoco. Nos decantamos por unas cómodas bailarinas.
Elena
me llevó a un bar con gran ambiente entre la decoración y la multitud de gente,
casi todos de nuestra edad. La cerveza estaba bien y empecé a notar el hormigueo
del alcohol en el cuerpo de Verónica. Me gustó, era muy agradable. Elena
soltaba peroratas políticas y feministas que intenté seguir con interés y
escucha activa hasta que apareció un chico alto, delgado, de cabello
perfectamente peinado y color castaño. Fijó sus ojos negros en mí y sentí algo
que no había llegado a sentir hasta el momento. No sé describir esa emoción.
Pero era muy bonito.
Rebusqué
entre los recuerdos de Verónica, ya que el chico en cuestión no apartaba su
mirada de mí y me saludó, saludo que respondí. Resultaba que lo conocía. Se
llamaba Alex y habían sido una especie de novios en el instituto del pueblo. A
Verónica le gustaba mucho y no pude evitar que la tremenda emoción del corazón
de la humana que había invadido me llegase a mí.
—Estás
increíble, Verónica. Me costó reconocerte —saludó Alex, muy sonriente.
—Es
un pibón, como tú —replicó Elena, ya borracha—. Soy Elena.
Presentaciones
hechas, empezamos a hablar. La cerveza me había vuelto más alegre y eso
facilitó que no se notase tanto que yo era ahora un E-444. Llegó el punto que
la charla desvió en la causa animalista, algo que tanto Alex como Elena
compartían y pude mantenerme ausente, escuchando, alegando que me había sentado
mal el alcohol.
—Sí
que estás borracha. Hablas raro —bromeó Alex.
—Seremos
voluntarios contigo en la fundación —culminó Elena, arrastrando las palabras—.
Verónica estará encantada.
Soltó
una risita.
“Los
animales son infravalorados muchas veces por los humanos, incluso explotados.
Debo intervenir.” Pensé.
—Sí.
Quiero ayudar —respondí hasta que tuvimos que acompañar a Elena hasta su casa.
Alex
se ofreció a venir conmigo hasta mi casa. Me opuse pero insistió. Apenas hablamos
pero, cuando iba a entrar en el portal, me besó. Fue extraño. Como E-444 nunca
lo había hecho. Despertó un torrente emocional tremendo en mí del que me tuve
que deshacer despidiéndome.
—No
olvido nada de lo que hay entre nosotros, Vero —dijo para marcharse.
Me
propuse, antes de quedar con Alex, investigar sobre el amor en la información
de la red. Era fascinante la de aproximaciones que existieron a lo largo de la
historia e incluso en la actualidad referidas al tema del amor. La literatura
se veía adornada con diversidad de puntos de vista. Desde el comienzo de la
chispa hasta las dolorosas despedidas. El lado triste y el lado feliz. Multitud
de puntos de vista con los que no di llegado a una conclusión clara más allá de
lo que sentía realmente el cuerpo humano que había invadido. Yo sentía lo que
algunos llamaban “mariposas en el estómago”, junto con una euforia y ansia por
ver a Alex, a la par que subía mi lívido.
El
amor parecía, a su vez, tener ciencia y no tenerla. Como un arte donde lo
racional y lo sentimental se fusionan con fuerza del fuego, del agua, del
viento o de la Tierra… elementos humanos. Era algo que sacaba lo mejor y lo
peor de la gente. Había que ser valiente si se quería llevar a buen puerto.
Como dicen ellos. Estaba en todas partes, hasta las empresas se alimentaban de
él para vender más. Donde más me gustaba verlo era en el arte. Ahí se reflejaba
su esencia.
Semejaba
que a veces, solo desde lo irracional, el ser humano se descubría a sí mismo en
su esplendor y en como un E-4 podía ver realmente lo que era un humano en su
esencia. En su arte, en sus sueños, en sus emociones. Territorios desconocidos
para mí hasta el momento, como E-444.
Elena
y yo acudimos puntuales al centro de animales como nuevas voluntarias. Volví a
experimentar nuevas emociones desbordantes. Ver animales abandonados y, muchos,
muy tristes, hizo despertar en mi la pena, la compasión e incluso la ira y
rabia. Por otro lado, era bonito ver como muchos eran adoptados y como jugaba
yo a regalar cariño a tantos otros y estas criaturas respondían con puro amor.
Me sentía conmovida en todo este ser.
Alex
y yo tuvimos varias citas con las que empecé a inquietarme. Al principio se
mostraba dispuesto y afable. Poco a poco, su lenguaje no verbal comenzó a
cambiar para volverse más distante y defensivo. Sus palabras y sus sonrisas se
reducían. Un día tuve que hacérselo ver. Quizás no fueron palabras muy humanas
de mi parte. Estábamos en el centro de voluntariado y Elena nos había dejado
solos con el pretexto de que debía limpiar a un pequeño bulldog travieso.
—Has
cambiado, Verónica. No sé qué te pasa. No te reconozco. Estás más guapa, sí.
Pero no eres la chica de la que me enamoré hace unos meses.
Sentí
mucho dolor ante sus palabras. Me veía venir lo que iba a ocurrir.
—Puedo
cambiar.
—Ese
es el problema. Ya has cambiado. No siento nuestra química. No me siento cómodo
contigo. No puedo seguir intentando crear contigo una relación.
En
ese instante, se apoderó de mí una gran ira. A pesar de que mi mente racional
me lo quiso impedir, la rabia me hizo golpear a Alex. Él calló al suelo,
gritando. Elena llegó rápido y contempló la estampa. Me agarró del brazo y me
arrastró a un vestuario apartado.
—Verónica,
no sé qué pasa contigo. No puedes hacer esto. Intentaré hablar con Alex para
que no te pase nada. Pero date cuenta de que te van a echar del voluntariado.
No puedo seguir cerca de ti si me vas a meter en líos. Estate una semana
tranquila ¿Vale? Desconecta de todo… y de mí también. Siento lo vuestro.
Ya
en casa, tras haber recorrido el camino como en estado de shock, me derrumbé en
la cama y no salí de ella hasta el día siguiente. Evité ir a clase. No quería cruzarme
ni con Elena. En mi interior había un gran dolor. Un desborde de emociones.
Pena, tristeza, apatía, rabia, culpa, ira. Sentía la pérdida de un novio
potencial y de una posible mejor amiga.
Decidí
que las emociones humanas eran algo demasiado fuerte para mí. Contacté con los
E-44 para abandonar mi cuerpo humano. Me entendieron bien. Crearon una coartada
para hacer desaparecer a Verónica de A Coruña antes de ser invadida por otro
E-44 de nuevo. Era un cuerpo demasiado idóneo como para desaprovecharlo.
Yo
no estaba lista para ser humana. Por lo menos una chica hormonada recién salida
de la adolescencia. Volvería a vivir como E-444 y nuestras normas. De momento.
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