Llega septiembre y con este nuevo mes el fin del
verano pero el comienzo de nuevos propósitos: dejar de fumar, apuntarse a un
gimnasio, ser más productivo en el trabajo etc.
Vivimos nuestra vida pensando siempre en cambiar.
Siempre queremos ser mejores y nunca somos lo suficientemente buenos. El cambio
es bueno y productivo. Pero antes de agobiarnos por modificarnos deberíamos
pensar en lo que somos y en lo que NO queremos cambiar ni tocar. Ya que, en el pasado
también quisimos cambiar y seguramente ya hemos cumplido muchos de nuestros
antiguos objetivos.
Pasado, presente y futuro son tres palabras con las
que hemos de ser cuidadosos. No debemos mirar al pasado con envidia o vergüenza
de lo que ha sido, ni refugiándonos en él ni odiándolo. El pasado ha de ser
visto como una bella historia de la que hemos sido protagonistas, de la que se
pueden extraer lecciones y recuerdos para no repetir errores y darnos cuenta de
todo lo que hemos logrado.
El presente es lo más breve y eterno al mismo
tiempo; breve pues en un segundo ya es pasado y eterno porque estamos siempre
en él. El presente es el resultado del pasado y el trampolín hacia el futuro.
Hay que afrontarlo para que lo que hayamos logrado en el pasado no haya sido en
vano y para lograr un mejor futuro; siempre disfrutando de él y cuidándonos. Y,
sobre todo, con la filosofía del Carpe
Diem: aprovecha el momento.
El futuro es un camino hacia el que debemos caminar
sin temor. Ahí es donde proyectamos nuestros deseos de cambio, pero hay que
tener en cuenta que Roma no se construyó en un día y los cambios han de
lograrse poco a poco, paso a paso; pues paso a paso se caminan kilómetros. No
hay que temerlo pero tampoco hay que ansiarlo. Todo llegará a su tiempo y
mientras se debe disfrutar de lo que tenemos en el momento, del presente. Lo
ilustraré con la siguiente historia:
El
pequeño nuevo ser vivo era un gusano. El gusano miraba a sus compañeros y se
disgustaba de lo que eran. Al fin y al cabo, sólo eran pequeños insectos feos
que sólo podían reptar por el suelo. Pero con el tiempo vio como sus compañeros
se convertían en crisálidas y, luego, en mariposas. El pequeño gusano comenzó a
soñar entonces con el momento en el que se convertiría en una hermosa mariposa.
De hecho, solamente pensaba en cambiar cuanto antes y no prestaba atención a su
vida como gusano.
Tras
largo tiempo deprimiéndose por ver tantas bellas mariposas y él ser un simple
gusano, llegó el día en el que se convirtió en una crisálida. Se puso contento
pues ya quedaba menos para lograr ser una mariposa. Pero aún en la crisálida
tan solo podía pensar en la ocasión en el que se convirtiera en mariposa y
maldecía en sus adentros por ser todavía una inútil crisálida.
Y,
por fin, se convirtió en una bella mariposa. Lo que nuestro protagonista no
sabía es que las mariposas sólo tienen un día de vida. Ese día alardeaba de su
belleza volando por todo el bosque y, cuando estuvo a punto de morir, se
percató de que no había aprovechado ni disfrutado su vida pensando todo el rato
en aquel momento.
Y, para acabar, una buena señal de que hemos
cambiado es cuando no nos acordábamos de cómo éramos antes.
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