1 Imán
Fabián
nunca olvidaría el día en que dos de las familias mafiosas de la ciudad habían
decidido renunciar a su intimidad y se embarcaban en convivir juntas, poniendo
un nuevo precio a sus negocios y a su alma. Ese numeroso grupo de sombras que
se encaminaban decididas por un elegante puente de madera hacia una solitaria
isla. Los insectos en la noche veraniega sorprendían por su ausencia, salvo dos
solitarias polillas que aleteaban danzando bajo la luna. La madera crujía bajo
las diversas pisadas pero en compás con el mar que rodeaba el puente en un leve
murmullo sin llamar la atención, como solían comportarse estas oscuras figuras.
El sol se estaba
escondiendo en un ocaso de fuego, rozando con sus rayos las suaves olas de
pálida espuma que guiaban hacia la isla. La brisa acariciaba el rostro de
Fabián con la vista clavada en su futuro nuevo hogar, acompañado por el
chillido de las gaviotas. El olor intenso a salitre le hacía pensar en su
antiguo hogar en la nieve y lo distinto pero, a la vez, emocionante que iba a
ser su nueva vida. Fabián era un muchacho de dieciocho años de buena
apariencia, o al menos eso pensaban todas las jóvenes. Entre su piel morena y
cabello desenfadado y castaño, destacaban sus ojos de un verde brillante. De
hecho, tal color de ojos era habitual en su familia. Por ello, esta familia
mafiosa era conocida como la familia de los ojos verdes.
Fabián, al
fin y al cabo, era el benjamín de una de las tres familias mafiosas más
poderosas de La Perla. Y, aquel día, la familia de los ojos verdes comenzaría a
vivir con la familia Linares. Toda la situación era un misterio para el joven.
Parcas explicaciones y muchas órdenes. Curioso como era, le hubiese gustado
ponerse a analizar a todos sus acompañantes. Sin embargo, las instrucciones de
su madre habían sido claras: debía ser educado y discreto. Lo que le mandaba su
madre había que obedecerlo siempre.
Su familia
estaba formada por sus abuela, Eulalia, una prima de su abuela, Dolores, y su
madre, Minerva. Fabián había quedado hace unos años huérfano de padre y su tío,
Rober, que era poco mayor que él y también huérfano, se había convertido en su
nueva referencia masculina y un tanto como mala influencia.
La Perla
era la joya más próspera de todas las islas mágicas de la Tierra. Estaba
situada cerca de la costa de Galicia, en España. Al fin y al cabo, la mayor
parte del mundo lo controlaban los no mágicos. Una decena de islas gobernadas
por la magia se desperdigaban por los océanos del mundo. La magia hacía
funcionar todo e incluso existían criaturas que los no mágicos habían descrito
en sus mitos, leyendas y obras de fantasía aunque ellos pensaban que solo eran
fruto de una imaginación desmesurada.
La Perla
destacaba en todo tipo de servicios e, incluso su clima y geografía, la
envolvían en un aura de belleza que la convertía en un espectacular regalo para
los sentidos. En el centro se alzaba un majestuoso volcán cuyo pico estaba nevado,
a pesar de tener un cráter repleto de magma, latente, dormido. Hacía miles de
años que el volcán no entraba en erupción y, controlado por magia como estaba,
tardaría mucho en volver a hacerlo. En los alrededores de este imponente
volcán, se alzaban la ciudad principal y tres pueblos más con diferentes
condiciones meteorológicas. El camello, de explanadas con escasa vegetación
tropical y un gran manto de arena tanto negra como dorada acabando en una playa
quilométrica de aguas cristalinas. El Jardín, rebosante de bosques y todo tipo
de vegetación en parques y en caminos; a la vez un pueblo vivo por la fiesta.
La Torre, pueblo nevado en la cima del volcán, un tanto aislado del resto. Y,
para completar la ecuación, La Dorada. La Dorada era la capital de La Perla y
destacaba por su gran actividad en todos los sectores, gobernada por una gran
playa de aguas oscuras y arenas de muchos colores que eran bañadas por el
tranquilo mar de la ciudad.
El manejo
de la isla lo llevaban las mafias. Ellas eran quienes controlaban los flujos de
ríos de magia y, como allí todo dependía de la magia, eran quienes más
influencia ostentaban. Aquel lejano día esas dos familias mafiosas llegaban por
fin a la pequeña isla en frente de la Dorada que el presidente había tenido a
bien de regalarles por motivos desconocidos.
—Veremos si
habéis llegado todos —les recibió firme una mujer joven de cabellos rizados y
rubios y una gran sonrisa de dientes blancos entre un cierto olor a humedad
cargada por el calor. Fabián no quiso desaprovechar la ocasión y le guiñó un
ojo con picardía, gesto al que la muchacha respondió bajando la mirada y
tocándose el pelo.
La joven
comenzó a nombrar a todos los presentes. Fabián reparó lo mínimo en la otra
familia, siguiendo las órdenes de su madre. Escuchó que sus nuevos acompañantes
se llamaban Juan, Sofía, Aurora, Rosa, Helena y Jose. Quien primero llamó su
atención, sin poder evitarlo, fue Juan, el padre y líder del clan Linares. Era
un hombre robusto de cabello canoso bien cuidado que le daba cierto aire de
galán. Bien vestido, emanaba un aura de seguridad y cordialidad que te
invitaban a comenzar una conversación con él. Precisamente fue ese hombre quien
quiso romper el hielo. Como si inevitablemente tuviera que ser él.
Minerva, de
cabello castaño claro y firmes ojos verdes, y Juan se miraron de manera
desafiante pero de apariencia cordial. Juan, con su eterna sonrisa congelada en
el rostro se acercó a ella y le estrechó la mano. Pocas veces Fabián había
visto a Juan, o por lo menos, reparar bien en él. Le agradaba. Quizás su
sonrisa siempre presente era un tanto artificial pero era muy educado y sabio
regalando buenas palabras.
—Por lo
visto nuestras familias tienen que unirse de nuevo. Aunque esta vez de una
manera un tanto más íntima —comenzó Minerva estrechando firmemente la mano de
su nuevo compañero.
—Así son
los negocios. Y la mafia es como los negocios y ahora nuestra familia
emprendemos con vosotros una fusión interesante y productiva.
—A la vez
que urgente y necesaria —sentenció Minerva—. Y tienes razón. La mafia en la
Perla son negocios en los que el fin justifica los medios.
—Detalle
que no es tan diferente de cualquier otra empresa —intervino Sofía. Era una
mujer de cabello negro alborotado, tez morena y algo ancha de cintura, tirando
a menuda pero de gesto letal—. Me encanta tu cicatriz en la frente —añadió.
—Hecha en
la antigua guerrilla —se limitó a responder Minerva sonriendo y encogiéndose de
hombros.
—Mamá, deja
de incomodar a la gente —dijo la muchacha a la que Sofía había estado acariciando
el cabello.
—No
importa. Me gustan las cicatrices. Son señales de que has luchado, haber
burlado a la muerte y haber sobrevivido.
Minerva y
Sofía intercambiaron miradas. A pesar de la leve hostilidad que destilaban sus
palabras, parecía que congeniaban. Sofía asintió.
—Y todo el
mundo sabe de sobra el gran papel que has logrado en la guerra de guerrillas.
Heroína de guerra, sin duda —añadió Juan en referencia a Minerva, que
simplemente se mantuvo con una media sonrisa.
—Por ahí
viene el presidente —dijo Sofía cambiando de tema. Y así era. Dos figuras
silenciosas se encaminaban hacia la entrada a la isla—. Parece que no trae
escolta. Las novedades que traen deben de ser relevantes si prefiere que nadie
más lo oiga.
—Desde
luego debe ser un asunto bien gordo para montar la que ha montado —dijo Álvaro.
Incorporándose a la conversación.
—A veces me
pregunto porque no nos lo quitamos del medio y gobernamos ya directamente
nosotros. Luego me doy cuenta de que a veces es mejor mover los hilos del mundo
desde la sombra y sin dar la cara —Reflexionó un tanto divertida Sofía. El
resto rieron y dieron muestra de asentimiento.
El
presidente no necesitaba presentación y era una persona clara y tajante. Era un
anciano de cuerpo delgado y cabello un poco largo, salpicado de canas como
hebras de plata, las cuales no se molestaba en ocultar. Saludó cordialmente y
se dispuso a dar sus noticias pero no contaba con la interrupción de Dolores:
—Mira,
señor presidente. A mí esta casa no me agrada. Prefería la antigua.
—¡Pero señora!
Usted que se mantiene joven y lozana… observe que estamos rodeados de mar. Y,
aunque usted no le haga falta, el mar rejuvenece a cualquiera—intervino Jose.
Fabián evitó reír pues Dolores era una señora mayor que no se conservaba nada
bien precisamente—. A pesar de que debería ser un anciano me mantengo joven
visitando el mar todos los días. No hay nada mejor que un baño en agua fría...
—Papá, este
no es el momento —le cortó su hija Sofía. Fabián reparó en que, en cambio, Jose
para su edad si se mantenía bien porque aunque las arrugas adornaban su piel
había en él un aura y una energía contagiosa, no como Dolores, que sólo
inspiraba negatividad.
Dolores
rio, cosa que extrañó a Fabián, pues esa mujer pocas veces reía. Él no pudo
reprimir una sonrisa, cesada por un codazo de su tío Rober. Rober, la viva
imagen de Fabián, eran muy parecidos sólo que a Rober se le notaba la década
más que tenía delante.
—¡Pues
alguien tendrá que limpiar y cocinar en esta casa de tantos secretos! —continuó
Dolores ante alguna mirada de impaciencia entre los presentes—. Otra cosa no me
dejan hacer… siempre con asuntos secretos y gestiones. Mira que no me gusta
esta familia, pero no tengo problema en cocinar para ellos.
--Seguro
que su comida es exquisita, Dolores—dijo Juan, ya cortante—. Y si quieres
limpiar nadie se lo prohibirá. De todas formas, tengo gente de confianza para
ayudarla en esas tareas. Y, volvamos al asunto.
—¿Podré
traer animales, señor presidente? —Rosa aprovechó la ocasión para hacer su
pregunta. Rosa era una niña de cabello negro y grandes ojos del mismo color. Su
mirada desprendía curiosidad e ilusión.
—Pequeña,
seguro que tu madre te deja traer una granja entera si quieres y yo no me voy a
oponer —repuso el presidente con una sonrisa bondadosa.
—Si aún
trajeran unos buenos cerdos—. Todo el mundo ignoró a Dolores.
—Claro que
sí, preciosa —respondió Jose—. Los animales son de lo más bonito de este mundo.
Buenos, llenos de amor y cariño y dispuestos a dar siempre lo mejor de si
mismos si los tratas bien y solo atacan para defenderse… Todo lo contrario que
nosotros.
—Por favor,
señor presidente, prosiga —instó cordialmente Juan.
—Bien, mi
gobierno y todos los que me han precedido llevamos mucho tiempo tolerando
vuestras actuaciones, las de la mafia. Hasta consentimos que gobernéis
influyendo en nuestras gestiones sin dar más la cara que a través de
infiltrados en nuestros órganos e incluso tratando directamente con vuestros
representantes… o incluso vosotros mismos —. El presidente hizo una pausa, tranquilo—.
Es una buena situación. Alejáis a la Perla de peligros aunque a veces el
peligro ya lo sois vosotros mismos y controláis de manera eficiente el flujo de
los ríos de magia. Por supuesto, yo ya sabía que vuestras dos familias
planeabais un acercamiento entre vosotros —otra pausa, todos los presentes
escuchaban, expectantes y atentos—, y yo he decidido acelerar el proceso
proporcionándoos esta maravillosa isla con esta increíble casa para que
conviváis—. Álvaro quiso interrumpirlo pero el presidente lo hizo callar con un
gesto de su mano de arrugas creadas por los años—. Pero algo más grande que
todo lo que conocemos se avecina. La última semana he sido el afortunado de
escuchar una profecía que también conoce vuestra familia mafiosa enemiga, la
familia del Diamante, como todos la conocemos.
—Se
escuchan profecías todos los días y la mayoría suelen ser falsas —intervino
Eulalia.
—Si gentil
señora. No obstante, durante la última semana se produjeron fenómenos en el
universo y en las constelaciones que influyen de manera casi increíble en la
magia. ¿Qué hay más mágico que el firmamento? Me habían avisado y por mi mismo
me di cuenta de que los astrólogos estaban en lo cierto… La profecía decía que
dos factores llevarían al fin de las familias de la mafia: un arma muy poderosa
y un niño…
—Eso parece
totalmente improbable… —comenzó a decir Sofía.
—Pero es
cierto. Tan cierto como que la familia del Diamante ha escuchado la profecía y
ya se ha puesto manos a la obra en la búsqueda de esas dos cosas.
Se produjo
un silencio tenso. Hasta Fabián se daba cuenta de la gravedad de los hechos.
—¿Por qué
nos lo dices? —Preguntó Minerva.
—Porque
quiero que vosotros encontréis el arma y la destruyáis. No negaría que estaría
encantado con el fin de la mafia pero sé lo que ello conllevaría: guerra. Una
guerra de dimensiones colosales y consecuencias catastróficas para mi pueblo y
mis habitantes, que son mis protegidos. Además, prefiero que seáis cualquiera
de vuestras dos familia quien se haga con ella. Sé que no se puede entrar en
razones con la familia del Diamante y, si ellos la encuentran, no quiero ni
imaginar lo que ocurriría. Y eso os atañe a vosotros, pues os destruirían.
—De acuerdo
—dijo Juan tras un momento de reflexión por todos los presentes—. Mi familia
colaborará.
—La mía
también —terció Álvaro.
—Excelente
—prosiguió el presidente—. Mi única condición es que os olvidéis del niño y
dejéis esa parte de la profecía para que yo me encargue. Por suerte, la familia
del Diamante no escuchó la profecía entera y desconocen la parte del niño. Y
los niños son inocentes. La infancia hay que protegerla. Mis colaboradores y yo
seremos quienes lo busquen e intentaremos protegerlo y alejarlo de vosotros
para que la profecía no se culpa. Sin derramar sangre inocente.
Parecía que
Sofía iba a replicar, pero Juan la detuvo.
—Estupendo.
Estaremos en contacto. Ahora marcharé y espero que meditéis mis palabras y, a
pesar de que ya veo que colaboraréis conmigo, mañana esperaré vuestra
respuesta. Ahora Pedro os explicará la estructura de la isla y de la casa.
Buenas noches.
Sin más
preámbulos. El presidente se marchó con su silenciosa acompañante.
—¿Qué
pensáis? —Rompió el silencio Álvaro.
—Que tiene
razón y que en cuanto hayamos hecho el paripé de instalarnos en nuestro nuevo
hogar deberíamos reunirnos —decidió Minerva—. Sólo los veteranos—. Añadió
mirando a Fabián y dándole un beso en la frente.
—Yo puedo
estar, ¿no papá? —Preguntó con dulzura la muchacha de cabello castaño a Juan.
—Tesoro, tú
no eres una veterana.
—Sabes que
puedo aportar cosas interesantes —insistió con picardía la joven con una
sonrisa que derretiría glaciares.
—Aurora,
todos en nuestra familia te damos la razón. Pero no puedes asistir.
El
semblante de la joven llamada Aurora se ensombreció y se puso muy seria.
—A pesar de
que tengo veintidós años soy eficiente y nunca he fallado en ninguna misión.
Soy mejor que muchos de los hombres preparados que reclutéis —a medida que
hablaba su tono de voz iba aumentado hasta acabar gritando.
—Aurora,
¡no! —le bramó exasperada su madre, Sofía.
El rostro
de la joven era un poema. Respiró profundamente, lista para gritar todavía más
pero su padre se acercó a ella y le puso una mano en el hombro, enfrentándose a
esos grandes ojos oscuros llenos de ira.
—Te
pondremos al tanto de todo lo posible. Y, claro está, tendrás tu papel en este
cometido. Pero no es el momento. Sé consciente de lo delicada que está la
situación, cariño.
Aurora
volvió a suspirar y calló. A Fabián le llamó la atención como el carácter de la
chica iba in crescendo. De cómo pasó de ser la más alegre y luminosa joven a
pasar a ser un huracán de carácter con sus rectas cejas fruncidas. Había algo
duro y a la vez indefenso en su apariencia. Con su rostro inocente parecía
hasta gracioso verla enfadada. Finalmente, se rindió dando la espalda a todo el
mundo y encendiendo un cigarrillo cuya humareda que soltaba se perdía en el
oscuro cielo nocturno, como su mirada, que también apuntaba alto, ya un tanto
perdida de lo que le rodeaba en la tierra.
Se
adentraron en la isla entre el gorjeo de los pájaros que asomaba de los árboles
de un pequeño bosque que rodeaba la que sería la casa de todos los presentes
por un tiempo incierto. La casa era de grandes dimensiones. Más bien ancha que
alta y de paredes albinas con grandes ventanales por todos lados. El hombre
llamado Pedro era un señor de prominente barriga con el cabello pelirrojo un
tanto dubitativo. El zumbido del viento acompañaba sus palabras. Les explicó
que la casa tenía dos plantas. En toda la planta superior estarían sus cuartos
y el resto de habitaciones de convivencia como el salón o la biblioteca. En la
planta inferior estaba la cocina, el comedor y las salas de reuniones y
trabajo. Además, en los terrenos contaba con una piscina, una terraza, un
pequeño acantilado y una breve cala donde podrían bañarse en el mar. A Fabián
le parecía un hogar de ensueño en el que seguramente ya no echaría tanto de
menos su antigua casa.
En cuanto
Pedro acabó de hablar, todos se dispusieron a acomodarse en su cuarto. La primera
en tomar la decisión fue Aurora que, cuando entraron en la casa, subió primera
las escaleras con pisadas apresuradas y un deje de enojo. La fueron siguiendo
poco a poco y, aunque tanto el recibidor como el corredor mostraban escasa
decoración, tenían su encanto, entre alfombras de colores elegantes y algún que
otro cuadro de paisajes.
Su madre,
Minerva, le deseó las buenas noches con un gran abrazo y un beso en la frente.
El joven estaba acostumbrado a las muestras de cariño de su madre y le
gustaban. Su abuelo, Álvaro, decía que podía llegar a ser un joven un tanto
caprichoso con ese trato. Lo cual lograba que a veces Fabián se avergonzase
pero con el tiempo aprendió a apreciar ese cuidado especial.
Le agradó
su amplio cuarto en el que no faltaba de nada. Disponía de una gran cama de
edredón escarlata, dos armarios anchos de roble, un escritorio y un cuarto de
baño. Destacaba también el gran ventanal con terraza entre paredes de un
amarillo suave y luminoso. Cuando acabó de instalarse, decidió asomarse a la
terraza.
Su
habitación daba a la piscina. Dio una profunda calada para impregnarse del olor
a vegetación y a mar. No obstante, le llamó la atención la presencia de Aurora
en una tumbona frente a la piscina. Estaba tomando una copa de vino blanco,
contemplando todo lo que le rodeaba. Fabián, como siempre, nunca dejaba escapar
una situación para ligar y entonces no quiso desperdiciar la situación.
—Ya me
puedes ir diciendo dónde has encontrado el minibar que a un vino como tú no,
pero a un cócktail si me apunto.
La muchacha
se giró tranquilamente, un tanto sorprendida.
--No
deberías espiar a las señoritas —repuso—. Y esta botella de vino la llevaba en
la maleta.
—¿Me
invitas a una copa?
—¿No
querías un cocktail?
—Creo que
con un vino puedo conformarme.
—Otro día
quizás. Hoy prefiero beber sola.
—¿Un mal
día?
—Todos los
días son malos.
—¡Qué
pesimista! Los hay buenos.
—Todos los
días son buenos también. Los días son buenos y malos siempre, depende con lo
que te quedes de lo que te ha ocurrido.
—Vaya si
eres toda una filósofa. Yo también puedo ser muy misterioso. Tú eres misteriosa
e interesante.
Aurora
calló y clavó su vista en el rostro de Fabián como si lo estuviese estudiando
con el ceño fruncido. Sólo se oía el compás de las ramas de los árboles a
merced del viento. Fabián se lo tomó como una victoria.
—¿Sabes?
Eres la imagen de tu tío Rober.
Aquel
comentario frustró al muchacho. Acababa de lanzarle un dardo y le contestaba
con una de las cosas que más odiaba que hiciese la gente: compararlo con su
tío.
—Yo soy más
guapo.
—¿No
deberías estar durmiendo? —Replicó de nuevo, esta vez ya sin prestar atención y
con la vista fija en las danzantes hojas Aurora.
—No tengo
gran sueño. Podía bajar ahí contigo y escapar de este mundo juntos.
Confiaba
que quizás con ese comentario pudiera tener algún efecto para ligar con ella.
—Al fin del
mundo creo que preferiría ir sola… o con mi novio.
Y volvió a
envolverse en una humareda, guiñándole un ojo con sonrisa pícara mientras
Fabián no hacía más que frustrarse con aquella muchacha.
—Buenas
vistas, ¿eh? —Añadió apurando un trago.
La luminosa
piscina alumbraba el ambiente creando un ambiente un tanto fantasmagórico y
dotando a ella de un aura que se le antojaba divina. Envuelta en sus nubes de
ceniza y con el vino en la mano, mirando la piscina, Fabián se dio cuenta de
que ni siquiera era guapa. Sólo era una chica que parecía del montón con su
cabello un poco largo castaño y su piel pálida, delgada pero sin llegar a ser
demasiado flaca. Sin embargo, no podía describirlo pero había algo en ella que
llamaba su atención. Cualquier otra chica hubiese caído en su red de juego de
seducción que se había propuesto en ese mismo instante… pero ella no.
—Las vistas
son increíbles. Pero no tan bonitas como tú —dijo finalmente Fabián. Un tanto
desesperado ya.
Aurora
suspiró y se levantó, dispuesta a marcharse.
—Si me
disculpas voy a acabar lo poco que me queda de copa viendo el mar. Me ha
aburrido la piscina. No te molestes en buscarme, en un rato ya me retiraré a mi
cuarto.
Y así, sin
más, dejando a Fabián mudo, Aurora se encaminó entre la penumbra rumbo al otro
lado de la casa. Caminaba con decisión y porte seguro. Con un tanto de rabia en
sus pisadas. Fabián se dio cuenta de que eso no iba a quedar así y esta chica
acabaría por caer ante sus encantos, como todas. Era un nuevo reto, un nuevo
objetivo. La conversación lo había desvelado y decidió salir de la habitación a
tomar el aire. Aunque ella actuaba como un imán, no quiso ir a verla al mar.
Aquello era una partida de póker donde no debía mostrar todas sus cartas. Era
una comida que se cocinaba a fuego lento.
Cuando
estaba en la planta baja unas voces llamaron su atención. Se dio cuenta de que
provenían de la sala de reuniones. Adivinó que era la reunión de los mayores. A
pesar de que sabía que habitualmente insonorizaban las salas de reuniones
también se percató de que podía ser que el primer día de reunión no pudieran
insonorizarla. Curioso como era, acercó su cabeza a la puerta para escuchar
aunque fuese solo un rato.
—…Enrique
dice que el chivatazo es de fiar. Fran también quiere comprobarlo —decía la voz
de Álvaro. Enrique era un infiltrado de la mafia de los Ojos Verdes y Fran su
colaborador.
—Suena
extraño. Muy propio del presidente que tenga el arma esa inscripción —comentaba
seria Sofía.
—No me doy
por vencido y el amor podrá con todo —murmuraba Juan meditabundo.
—En fin,
parece que tendremos que buscar un arma con esa frase. Las cosas se ponen más
fáciles ahora que tenemos una pista —intervino Eulalia.
—No es tan
fácil. Debemos intentar adivinar qué tipo de arma es exactamente y, también,
tener algún indicio de dónde se encuentra. La Perla es muy grande —apuntó Juan.
—Enrique
comentó que escuchó algo más —dijo Minerva—. Que le pareció entender que el
arma se encontraba en una playa probablemente de La Perla.
—Eso aclara
cosas —exclamó Juan con un leve triunfo en su voz—. Pero no podemos dar pasos
en falso hasta que tengamos más información. ¿Estáis seguros de que la otra
mafia no sabe nada?
—Eso dice
Enrique, aunque no está del todo seguro. Habrá que esperar a que Fran lo
corrobore —respondió Álvaro—. Y, tienes razón, hay que actuar con cautela sin
ser escandalosos ni levantar sospechas. La búsqueda del arma tendrá que esperar
a nuevas noticias.
—En el
plazo de dos semanas —terció Minerva—. Más no veo conveniente esperar.
—Aurora
podría ayudar bastante en este tema —indicó Juan—. No me miréis con esa cara.
Ya sé que sólo tiene veintveintidós pero es hábil para misiones secretas. Es
sigilosa, discreta, sabe guardar y ocultar asuntos y ve cosas donde nadie más
las ve.
—Ya lo
pensaremos. Habrá planes para ella, desde luego —lo cortó Sofía, en un amago
protector con su hija. Como si su retoño se le escapara de las manos—. Y, antes
de acabar, deberíamos hablar del tema del niño que menciona la profecía.
—Hay que
eliminarlo —terció Juan.
A pesar de
toda su curiosidad por el asunto, Fabián decidió subir otra vez a su cuarto
porque la conversación estaba finalizando y podrían descubrirlo. Sabía de sobra
que no era nada bueno que los mafiosos te cazaran escuchando sus conversaciones
a escondidas. Ni siquiera siendo parte de su misma familia. Se metió en cama
rápidamente y en pocos minutos comprobó cómo la reunión había finalizado
escuchando pisadas por el corredor. Se quedó dormido meditando todo lo que
había ocurrido en aquel intenso día.
2 Lo que no debió hacer
—Me encanta tu vestido. Lo comprarías en el paraíso…
eres un ángel.
La chica se sonrojó ante el piropo de Fabián mientras
el móvil de Rober comenzó a sonar.
—Es Jose. Hay asuntos importantes. Viene a buscarnos
ahora —interrumpió.
Fabián se despidió ante las dos enojadas muchachas con las que estaba tonteando en una fiesta de cumpleaños con su joven tío Rober y
ambos se encaminaron a la salida.
—¿Por qué tiene que venir Jose? —Preguntó Fabián de
brazos cruzados ante la brisa del anochecer en la puerta del chalet.
—Supongo que era quien estaba más cerca. A mí me cae
bien.
—Yo apenas lo conozco. De la otra familia a quien más
conozco es a Juan.
—Jose es genial. Ya lo verás.
Escasos minutos más tarde, una limusina apareció y los
dos entraron. Jose estaba dentro, contemplando el ambiente por la ventana con
aire divertido.
—De joven era como vosotros —dijo Jose sin mirarlos
todavía—. Y supongo que aún lo soy. Las mujeres siempre han sido mi pasión. Aún
siento la decepción de que muriese mi primera mujer y aun la amo aunque, no
penséis mal, también amo a mi nueva mujer. Creo que de mi forma se puede
permitir amar a dos mujeres a la vez —. Calló un instante y les dio una
palmadita en la espalda—. ¡Qué os voy a decir a vosotros que amáis a mil y no
amáis a ninguna! ¡Jóvenes!
—¿No me dirás Jose que eso no te mantiene joven?
—Preguntó Rober un tanto burlón.
—Yo soy un niño de espíritu. Me conservo tan bien por
mi buena rutina de mis andanzas a vuestras edades y en toda mi vida. Madrugar
con un buen periódico o un buen libro con un desayuno sano. Un tanto de
ejercicio: sea nadar, sea andar, sea yoga… Meditar y reflexionar, ambas cosas,
no confundirlas. Pensar mucho pero sin majaderías. Tratar los temas de la
familia que hay que mantenerse ocupado. Al final del día, una copita de vino,
que es elixir de vida. Y, como no, bailar o cantar de vez en cuando y charlar
con todo el mundo, si se incluye algún chiste mejor, que la vida se vive con
risas…
—¿Y qué asuntos tocan ahora? —Cortó Fabián que aunque
le gustaba lo que estaba escuchando, ya veía que el abuelo de la familia
Linares ya se estaba enrollando demasiado.
--Ya lo veréis —respondió con misterio Jose.
El trayecto hasta la isla fue tranquilo. Ya era de
noche y la casa presentaba un aspecto fantasmagórico con sus albinas paredes
brillando bajo la luna. El mar murmuraba mientras su espuma chocaba contra las
rocas. Cuando llegaron al salón comedor, ya todos los nuevos habitantes de esa
isla se encontraban allí, sentados y ya habituados a su nuevo hogar, como si no
hubiese pasado solamente un día desde que se instalaron en aquel lugar.
—Está negociando el precio de la opción de compra y de
la cesión pero está a salvo —comentaba animado Juan. Fabián supuso que estarían
hablando de los negocios de las familias, que se encargaban del tráfico y
movimiento de los ríos mágicos de La Perla. El mayor negocio del mundo mágico—.
No creo que se tuerza. Ah, ¡Hola!
Repararon en los recién llegados y se sentaron
dispuestos a comer los manjares que había en la mesa. Minerva dedicó una
caricia a su hijo pequeño, Fabián. El muchacho observó satisfecho la mirada
nerviosa de Aurora que rápidamente miró hacia otro lado y pareció abstraerse en
su mundo con mirada vanidosa.
—¿Se sabe algo de Fran y Enrique, por cierto?
—Preguntó con un deje de despreocupado Sofía mientras se servía bebida.
—Están en el ajo, a falta de confirmación oficial
—respondió Álvaro—. Pronto tendremos información de ellos. Estaría bien que se
instalasen en esta casa de esta pequeña isla que nos cedió el presidente.
—Sí, estos asuntos hay que tenerlos lo más escondidos
y cercanos posible —aprobó Juan—. ¿Y los senadores?
—Decidle a los senadores que voten que sí a la medida
de la fábrica—. Intervino cortante una chica que Fabián aún no había visto
hasta ese momento en la casa. Era seria, con cabello corto y delgada—. Esas
chicas merecen seguir trabajando y cobrando como es debido.
—Helena, no es momento. Todos conocemos tu actividad
reivindicativa pero estamos en una situación complicada. Quizás deberías
olvidarte de esa faceta tuya—. Dijo Sofía, un tanto crispada. Fabián cayó en la
cuenta de que se trataba de la hermana de Juan, la tía de Aurora. También
recordó que la niña llamada Rosa era su hija. El joven se preguntó dónde
estaría el día anterior—. Y quizás deberías implicarte más en las misiones de
la familia en lugar de trabajar explotada de camarera todo el día.
—No gastaré lo que no he ganado. Y, menos si es dinero
sucio. Ya sabéis que una gran persona a la que amaba con todo mi corazón me
abandonó en cuanto se enteró que yo estaba metida en la mafia, envuelta en
vuestros turbios asuntos manchados de sangre.
—Helena, olvida. El mundo está lleno de hombres
—intervino Álvaro, impaciente.
—Pero ella merece a alguien como ella —dijo Aurora.
—Aurora… —la chistó Sofía.
—Si no estuviésemos nosotros, otros ocuparían nuestro
lugar. ¿Acaso preferirías que fuese la familia del Diamante quien controlase
todo? —.Dijo Juan educadamente. Helena decidió callar—. Esta profecía puede ser
un preludio de quitarlos del medio. A lo que me trae, Aurora…
-Estaba deseando que me mencionaras.
—La misión que te queremos encomendar será que sigas
vigilándolos.
—¿A la familia del Diamante? —Inquirió rápidamente, un
tanto alterada.
—Sí. Con tu misterioso contacto del que nadie sabe
nada.
—Imposible. Encargadme algo más interesante o a mi
altura. Además, desde vuestras actuaciones en la guerra de guerrillas ya no
puedo contar con ese contacto.
—¿Pero se puede saber quién es? Sería información
importante —Preguntó Minerva.
—¡Tengo mi propia manera de trabajar! ¡Soy como
vosotros, me envuelvo en secretos y desde la sombra trabajo bien! O me dais
algo decente para mí o…
Aurora gritaba airada y todo el ambiente cambió en la
mesa.
—Esta chica la ves tan inocente pero tiene un
carácter… —dijo, asombrado, Jose.
—Y lo que bebe… —Añadió Dolores que miraba con
desaprobación a la joven.
—Creo que puede ser agresiva, pasiva o asertiva a su
merced como una especie de máscara que va cambiando —dijo Fabián, misterioso,
intentando suavizar la situación. Aurora se quedó paralizada mirándolo durante
un instante y él pudo apreciar un fugaz brillo en su mirada, que rápidamente
desvió.
—Esperemos que todos podamos ser asertivos —dijo
Eulalia.
—Me he perdido. ¿De qué estáis hablando?
—Son tipos de comportamiento —empezó a explicar
Fabián--. Puedes tener comportamiento pasivo, asertivo o agresivo. Lo mejor es
la asertividad que es saber entender a la gente y a uno mismo, expresándote
plenamente y sinceramente pero sin ofender, con educación y empatía…
—¡Eso! Así me gusta, que estudiemos nuestros
comportamientos. Que estudiarse a uno es un tanto complicado…
Aurora interrumpió a Jose.
—No estamos aquí para debatir formas de
comportamiento. Pero seré asertiva. O me dais una misión adecuada para mí o me
centraré en mis estudios.
Dicho eso, apuró su último sorbo de vino y marchó del
salón.
—¡Cuántos platos habrá roto! —Exclamó Jose con un
aspaviento.
Juan suspiró y, acto seguido, se dirigió a Fabián.
—Vosotros dos, tenemos también planes para vosotros.
—Perfecto —contestó Rober.
—Debéis vigilar las instalaciones del manantial del
río mágico —les informó Minerva—. Ya sabéis que aquí la magia impide la
contaminación y garantiza que toda la flora y la fauna estén bien. Pero el presidente
detectó un pequeño problema en el manantial.
—Vale —dijo sin apenas inmutarse Rober.
—¿Sólo eso, mamá? —Preguntó Fabián, indignado—. Acabo
de cumplir dieciocho años. Creo que merezco algo más importante de lo que
encargarme.
—Ahora este empieza como la otra —dijo Dolores, a
quien todo el mundo acostumbraba a ignorar.
—Cariño, aun estás empezando… poco a poco te daremos
más responsabilidad —terció Minerva con voz queda.
Fabián asintió y también se levantó de la mesa.
—¡Estos chavales! ¡Ni que los tuviéramos aún en la
edad del pavo! —Escuchó decir a José Fabián mientras se encaminaba al jardín.
Allí se encontró a Aurora, imponente, fumando un
cigarrillo en la puerta de la casa.
—¿Malas noticias? —Preguntó sin apenas mirarlo.
—Simplemente no estoy de acuerdo con lo que me han
propuesto, como tú.
—Si tú supieras. Quizás es mejor así. ¿No tienes algún
hobby o algo mejor que hacer que trabajar para las familias?
—En septiembre empezaré ciencias políticas en la
universidad. Y… —adoptó el tono más seductor que pudo—. También escribo poesía
a mujeres interesantes.
Aurora soltó una risotada.
—Dedícate a ser poeta y olvida la mafia, hazme caso.
Tu alma aún está limpia, no como la mía.
Aurora apagó la última calada del cigarrillo y se
marchó dejando tras de sí un aire de perfume que provenía de su cabellera que
ondeaba con la brisa marina. Apenas le dio tiempo a Fabián de procesar sus
palabras cuando llegó Juan, que se colocó a su lado mirando con pena a la
muchacha que marchaba.
— Donde estará esa niñita que se carcajeaba e
iluminaba el mundo con su risa. Imaginando, soñando juegos. Ya no recuerdo
cuando se ha convertido en esta mujer que me mira fría, desafiante y segura.
Una soldado de la mafia eficaz, fría y calculadora. Cree que no sé que a veces
escapa al jardín a beber y fumar envuelta en su melancolía y reflexión. También
es criatura de la noche y, cabe añadir, que sus compañías las escasas que las
he visto son un tanto extrañas—. Decía Juan, bajo los efectos de la bebida,
como si sus palabras no salieran de él o como si no tuvieran destinatario—. Me
gustaría que te acercaras a ella y puedo saber que te intriga, no lo niegues.
Ella tiene ese efecto. Acércate a ella con tu hermano que a ambos os gusta
salir de fiesta y podríais coincidir en algún lugar con su pandilla. Mejor aún,
se lo diré yo y sé que a mí me hará caso aunque a veces crea que ya apenas
tengo ningún poder sobre sus decisiones más que el relacionado con la mafia y
sus misiones. Es tan buena. Ni siquiera le encargo misiones por ser mi sangre.
Sé que nunca encontraría a nadie mejor para lo que ella hace, rodeada por su
secretismo y fórmula secreta para resolver todo.
—Está bien. Intentaré lo que me has dicho —fue capaz
de articular Fabián, un tanto abrumado ante lo que acababa de escuchar—. Si me
disculpas, subiré a dormir.
Pero no hizo tal. Esperó a que marchase y se internó
en el jardín, porque sabía a quien se iba a encontrar ahí. Aurora volvía estar
frente a la piscina con una copa vacía y una pantalla comunicadora con una voz
que Fabián creyó reconocer pero no acertaba a ubicar.
—Llevas sobre tus hombros una pesada carga. Tienes ese
dilema. Otra chica en tu situación habría sido más simple pero no tan noble. No
te veo a ti capaz de tal cosa. Tienes la tendencia a idealizar a los demás y a
infravalorarte a ti misma. Tu corazón está marchito y tu alma muerta y
consumida. A pesar de tus logros, de la admiración y amor que despiertas en el
resto piensas que no eres lo suficientemente buena. No seas víctima.
-Sabias palabras y sabio consejo que no soy capaz de
asimilar.
Fabián realmente quería que aquella conversación
prosiguiese pero, sin darse cuenta, pisó una rama que emitió un leve crujido.
Aurora se dio la vuelta rápidamente y cerró la pantalla comunicadora.
—¿Cuánto tiempo llevas ahí?
—¿Con quién hablabas?
—Con un amigo.
—Me sonaba su voz.
—Tengo amigos influyentes.
—¿No será alguno de esos contactos secretos de los
tuyos?
—Ni que tuviera que importarte —zanjó Aurora, agitando
su cabellera. Sonrió con una sonrisa pícara que derretiría el infierno y
zarandeó su copa con el hielo golpeando con ritmo el cristal—. Necesito vino.
—Ya has bebido toda la noche.
— Agua para mí. ¿Por quién me tomas? ¿Por una pobre
chiquilla que a la primera cerveza se pone colorada y ríe como una tonta? Anda,
tráeme vino.
—No acato órdenes.
—Pues te las estoy dando, chico.
Fabián obedeció. No sabía si porque quería ayudar a
aquella mujer que tanto le intrigaba o por el mero hecho de ganar tiempo y
cavilar como mentir sobre lo que había escuchado de la mejor manera posible.
—No se volverá a repetir. No he venido aquí para ser
el mayordomo de nadie —dijo finalmente Fabián cuando volvió de la cocina
desierta.
—Entonces, ¿Por qué has venido? Ni siquiera lo sabes.
—Podrías rebajar el tono. Dirás lo que sea pero yo te
veo borracha.
—¿Acaso te escandalizo? Dicen que los borrachos y los
niños siempre dicen la verdad. La verdad es que estamos aquí de paso. En cuanto
se vaya la amenaza nuestras familias volverán a ser enemigas. Vivimos en una
convivencia parecida a una guerra fría. Ten cuidado con tus pasos y palabras
chico. Esta casa está llena de ojos y oídos. Y, si quieres un consejo, no me
ames ni a mí ni a nadie hasta que te llegue el verdadero momento de hacerlo. Ni
siquiera confíes en nadie, ni en ti mismo. Tú también te puedes traicionar.
—Eres tan cínica…
—Realista.
—Tengo la impresión de que ves la vida como un simple
juego.
Aurora comenzó a aplaudir entre un halo de melancolía.
—¡Por fin lo has entendido! Todo en esta vida es un
juego y hay que saber jugarlo. Observa bien y te darás cuenta que siempre hay
reglas, trucos, pasos, tácticas, estrategias, cartas y ases bajo la manga,
faroles… puedo seguir.
—Creo que discrepo. No sé tú, pero yo nunca he tenido
que vivir así.
—Eso crees. O es que eres tan joven y tan protegido
que otros lo han hecho por ti: tus padres, tu tío… Solo te abro los ojos para
que aprendas a vivir en estas paredes llenas de mafiosos. Si vivieras en
familia de distinto trabajo quizás podrías llegar a permitirte soñar con otras
cosas… como el amor y la amistad.
—Amor. ¿Qué hay de tu novio?
—Cállate. Eso es preguntar demasiado. Me retiro.
Quizás tengas razón y ya esté demasiado borracha. Quizás he hablado demasiado.
Descansa.
—¿Acaso te crees que eres una diosa y los demás
tenemos que aceptar lo que hagas? ¿Y si peligra la misión de las dinastías? ¿No
crees que debería revelar lo que he escuchado? —Intentó decir Fabián con rabia
en su interior.
—Pero no lo harás. Y no soy ninguna diosa. Solamente
soy yo. Algún día me tocará rendir cuentas por todo lo bueno y lo malo de mí
misma… como todos. Mientras tanto, seguiré siendo yo.
Lo ocurrido aquella noche carcomió a Fabián desde que
se metió en cama. Comenzó a pensar que lo que sentía por Aurora estaba
creciendo. Como chocaba lo que veía de ella, que iba y venía en sus vaivenes de
personalidad… y lo que decía Juan de ella. ¿Tan distinta era en el pasado? El
hombre de los Linares tenía razón. Esa chica le intrigaba. Le intrigaba hasta
un punto que nunca quiso llegar a imaginar. Era pura oscuridad como un agujero
negro que atraía a cualquier astro del firmamento. Pero no sólo eso pasaba por
su mente. También se sentía infravalorado por la misión que le habían encargado
y no paraba de recordar todo lo escuchado a escondidas por la puerta el día
anterior.
El sueño no
acudía él y en su mente empezaron a formarse planes. Sabía que el arma estaría
en una playa de la Perla, por lo que habían comentado los veteranos en la
reunión. Y también sabía que no sería hasta dentro de dos semanas cuando ellos
empezarían a buscar. Quizás esa era su oportunidad. A lo mejor podría encontrar
el arma antes que ellos y demostrar su valía. No sabía realmente ante quien,
quizás ante la mafia, quizás ante Aurora, quizás ante él mismo.
Al cabo de una hora decidió que no sería capaz de
dormir y optó por marchar por las playas de La Dorada en busca del arma. La
noche lo acompañó calmada y reluciente. Criaturas mágicas como elfos,
duendecillos, hadas o unicornios entre otra gente de la noche se lo cruzaron.
No tenía miedo, se conocía la vida nocturna de la capital demasiado bien. En
eso sí tenía experiencia a sus dieciocho años.
En la Dorada había tres playas y recorrió sin resultado dos de ellas.
Sin darse apenas cuenta, se hizo de día. Se percató de que había rodeado toda
la ciudad y pudo ver amanecer mientras llegaba a la playa de los azabaches, una
playa pedregosa poco transitada. Se sentó en una roca, ya perdido, a observar
el despuntar del alba al borde de la rendición. Sabía que la familia no lo
echaría de menos ya que era domingo y él solía salir los sábados. No eran raras
las ocasiones en las que su madre lo regañaba por salir de noche sin avisar.
Aquel día esa sería la excusa.
Una excursión que supuso que se trataría de un
campamento lo sorprendió. Se giró para ver niños de unos doce o trece años que
visitaban, madrugadores, la playa. Decidió, finalmente, exhausto, que era hora
de marchar hasta que algo llamó su atención.
Tres niños y una niña se aproximaron a él. A un niño
lo estaban lanzando a empujones los restantes miembros del grupo. Uno le dio un
golpe en la cara para luego marchar con un compañero y dejar a la niña hacerse
cargo del resto. Fabián pensó que era momento de actuar y no permitir que esa
niña hiciese daño a su víctima.
—Eh, pequeños, basta de peleas —dijo Fabián en tono
conciliador, acercándose a ellos.
Los dos muchachos lo miraron sorprendidos. Ella era
rubia de cabello corto, mediana estatura para su edad, delgada y de saltones
ojos azules. Él menudo, de pelo negro que podría resultar guapo de no ser por
su aura de tristeza e inseguridad.
De pronto, se montó un alboroto entre el resto de los
niños. Fabián quería acabar con eso cuanto antes.
—¡Él tiene una piedra con una inscripción mágica y no
quiere dársela al resto! ¡Pero yo no quería pegarle, lo prometo… eran ellos!
—Chilló, con deje tranquilizador la niña.
En cambio, Fabián se puso alerta.
—¿Una inscripción? ¿Puedo verla? Prometo que te
ayudaré.
El niño lo miraba con miedo y asombro. Pareció dudar
pero, al fin, le tendió la piedra a Fabián. Este comprobó que era un guijarro
roto por la mitad y, efectivamente, tenía una inscripción: “el amor podrá con
todo”. Finalmente Fabián había descubierto el arma. En parte.
Entonces comenzaron a sonar las alarmas de la policía,
aproximándose. La pelea de los niños del campamento había alertado a vecinos y
curiosos de la zona. Fabián cometió el primer acto estúpido del día, que no
sería el último.
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