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27 TRACIÓN, ¿O NO?
La misión había sido un éxito. Laisho regresaba a
Vuelaflor victorioso junto a sus tropas. Una batalla más vencida en aquella guerra
de dimensiones colosales. Sin embargo, no entendía porque en ningún momento se
había quitado a Marta de la cabeza.
Soñaba con su cabello castaño y alborozado. Que no
había pasado nada que lo distanciara y aún estaban juntos reviviendo buenos momentos
y sensaciones. El aroma del mar con su rostro hundido en su pecho. El olor del
campo con su mano en la espalda... Despertaba y su presencia todavía lo
acompañaba. Lo que había visto en sus sueños seguía allí, como si no hubiese
imaginado nada y todo hubiese sido real. Ya durante el día, bien estuviese
elaborando estrategia y dirigiendo a sus hombres o bien estuviera en el campo
de batalla mantenía su recuerdo en mente. Es más, ante los más duros golpes se
motivaba pronunciando en un susurro el nombre de Marta.
Estaban separados, sí. Pero lo achacaba a la inocencia
de Marta en materias de guerra. Una inocencia que tendría que dejar atrás a
medida que se fuera adentrando en este gran conflicto bélico. Quería un poco de
distancia y espacio. Se lo daría. Marta era un espíritu libre de un gran
ímpetu. Era inevitable no verlo. Quizás, tras unos días, mostraría de nuevo su interés.
Sabía que lo amaba y confiaba en ella y en su corazón.
Al entrar en Vuelaflor, el pueblo los recibió con
honores. Le llegaron noticias de que la batalla en la Fortaleza de Hielo también
había sido favorable, aunque no entraron en detalles. Eso lo alegró más. La
muchedumbre se mostraba feliz entre gritos de júbilo aclamando sus nombres.
Pero Laisho, entre todo el run run de la gente, llegó a comprender una frase
que no supo si se la había imaginado. "¿Y la Esperanza Alada".
La tarde era albina. Un manto de nubes perladas tapaba
la capital y, desde el mar, se extendía una neblina que invadía la ciudad.
Laisho se dijo que se sentía frío. ¿Cómo no se iba a sentir frío si hacía frío?
Había algo, en aquella tarde gris, que le decía que algo iba mal. Tenía un
presentimiento. Uno de esos presentimientos que sólo un militar puede tener.
Sintió que aquello ya lo había vivido. Mientras
seguían surcando la principal arteria de la ciudad entre la población vitoreando
y volvió a decirse que era un idiota. Pues claro que ya lo había vivido. ¿De
cuántas batallas victoriosas había salido?
Sin embargo, sus temores crecieron al llegar al
palacio. A pesar de que le estaban felicitando por su éxito, todos sus conocidos
mostraban semblante serio. Lo miraban casi evitando cruzarse con sus ojos. Y
hasta vio pena en la mirada de Carlo.
Y Marta no estaba.
—¿Ocurre algo? --Preguntó a Carlo que, al fin y al
cabo, era el más cercano a su exnovia.
—Os lo dirá todo la reina.
El salón de palacio estaba desierto, a excepción de la
reina Elzia. La fantasmagórica luz de la niebla se colaba entre los ventanales
mostrando las vistas de la capital desteñidas por el blanco.
—¿Y Marta? --Fue lo primero que dijo Laisho.
Elzia esbozó media sonrisa y respiró hondo. Le contó a
Laisho todo lo sucedido hasta el momento en la Fortaleza de Hielo. Habían
ganado la batalla y Marta, engañada, permaneció allí custodiando al nuevo rehén,
Reidos. Laisho escuchaba estupefacto sintiendo una mezcla de rabia y
frustación.
—Sólo que no contamos que las tropas del Reino del
Este estarían ya esta mañana allí para rescatar a su príncipe—. Culminó Elzia
su relato.
Laisho permaneció en silencio. Dio una vuelta en el
salón mientras su respiración se agitaba.
—La has enviado a una misión suicida. La has engañado.
La matarán.
—Vamos, alteza. Marta es una elfa. Allí es todo hielo,
no podrán matarla. No pueden ni hacer fuego. Marta es lista sabrá esconderse y
protegerse hasta que nuestra tropa llegue y la rescate.
—¿En qué punto habéis perdido vuestro juicio como
reina justa a una retorcida psicópata que juega con la gente?
—Es la guerra. Vos lo sabéis bien. A veces debemos
hacer jugadas estratégicas que nos duelen. ¿Qué os voy a contar que no habéis
hecho? Además, si muriera, es sólo otra baja más.
—Marta es la Esperanza Alada.
—Lo véis así porque os importa. Porque la amáis.
Miradlo con perspectiva y distancia.
Entonces se oyeron golpes en la puerta de madera.
—Adelante.
Entró Carlo bastante nervioso. Miraba a los dos reyes
como quien observa un partido de tenis. No se daba decidido a hablar.
—Carlo, me preocupáis. Sosegaos. ¿Qué sucede?
—Inquirió la reina.
—Nuevas noticias sobre Marta.
—¿Está bien? —Apuró Laisho.
—Marcha con la comitiva del reino del Este rumbo a
Rosfuego. Como... como prometida del príncipe Reidos.
Silencio. Un silencio pesado. Y Laisho notó una jarra
de agua fría sobre todo su interior. Ni se pronunció.
—Cómo veis, mi rey... esta chica es demasiado lista.
Sana y salva. Y tanto.
—Tiene que haber una explicación.
Elzia también parecía inmóvil y paralizada. Solo que
no se mostraba, en absoluto, alterada. A diferencia de Laisho.
—Los que ostentamos el poder no podemos dejarnos
llevar por excusas. Nos ha traicionado. Recuerda que luchamos por valores que
incluyen la justicia. La justicia conlleva la carga de castigar.
—No sé cómo podéis hablar con tanta ligereza de Marta
—terció Laisho, todavía estupefacto.
—Vos habláis como corazón roto que sois. El amor y el
poder no son compatibles. El amor se convierte en debilidad.
—Conozco lo suficiente a Marta para creer que tiene
que haber un motivo más grande para que actuase de esa manera.
—“De esa manera”… prometiéndose con uno de nuestros
principales enemigos. ¿Quién es el que habla ahora con ligereza? —Murmuró
Elzia. Se mostraba ligeramente ofendida—. Recomponeos. Ahora es nuestra
enemiga. No podéis seguir guardándole cariño.
—Si todo el mundo creyera más en el amor ya no haría
falta tener que hacer guerra por los valores que defendemos. El amor haría que
fluyeran por sí solos entre la gente.
Laisho se dejó desplomar en un sillón de la pedregosa
estancia. De repente, se sentía muy cansado. La noticia lo había desarmado pero
se aferraba a su fe por Marta.
—Olvidáis que el amor tiene dos caras: la amable y la
cruel. Cuando se acaba la pasión y el enamoramiento llegan el rencor y las
decepciones que sumen a un corazón en las tinieblas. Hace vulnerable.
Olvidadla, Laisho. Y, ahora, descansad. Lo merecéis, habéis conseguido una gran
victoria. Espero que un buen sueño os devuelva la sensatez.
Durante los siguientes días intentó apartar a Marta de
su mente. Se dedicaba a entrenar más duro que nunca y a asestar todavía sus más
fuertes golpes a sus adversarios. Se mantenía ocupado informándose y tomando
decisiones de su reino. Las palabras de la reina le habían causado ira porque
una parte de él decía que la verdadera culpa era suya, así que se negó a partir
a ninguna más de sus batallas. No le iba a meter en entuertos que podrían
llevar a engaños como a Marta. No obstante, seguía acudiendo a las reuniones y
dando consejos de estratega para las batallas que estaban teniendo lugar en el
reino del Sur y sus traficantes. Las batallas estaban siendo favorables y todo
apuntaba a un próximo golpe decisivo en esta guerra. Guerra que ya no quería
sentir como suya.
De vez en cuando, entre miradas de compasión y de
rabia, había gente que le hacía comentarios que el escuchaba sin responder.
Comentarios que le hacían recordarla y también lo que había hecho y que
preferiría que nadie le dijese.
—Esa traidora merece la muerte —lo abordó una capitana
un día que se dejó ver por la taberna.
—No lo esperaba de ella. Pero había mucho libertinaje
en su manera de actuar —añadió al
instante uno de los soldados enanos.
—Las malas lenguas dicen que era una lagarta que sólo
buscaba el poder. Aquí no pudo —dijo en amago seductor una joven de la corte la
tarde del segundo día después de la noticia.
—La elfa… tan mala como todos los de su especie. Nunca
me pareció normal —comentó un duque residente en palacio, joven y frágil, que
tan sólo se dedicaba a pasearse por palacio con sus mejores galas.
—Era rencorosa. No soportó la jugarreta que le
hicimos. Ni siquiera la culpo —se resignó Alesio un día que estaban entrenando.
—Hay algo más que no sabemos, su majestad. Ella os
amaba. Esconde algo —repuso Sajala en ese mismo momento.
—Da igual lo que diga la gente. Nos la ha jugado —Terció
la reina en una reunión en la que ambos reyes debatían estrategia a solas y
celebraban un nuevo golpe tras haber conquistado el reino del Sur.
La guerra era favorable. El pueblo se mostraba
animado. Al cuarto día todos parecían haber olvidado a su querida Esperanza
Alada. Había voces de odio que, en ocasiones, se hacían oír al pasearse por la
capital. Muchos la querían muerta. Pero, en fin, la mayoría la habían olvidado
celebrando las grandes victorias de sus reyes. Sin embargo, por mucho que
quisiera alejarla de sus pensamientos, Laisho aún pensaba en ella.
Cuando estaba a solas consigo mismo y la almohada,
antes de dormir, intentaba imaginar mil motivos para que Marta tomara ese
rumbo. Algo, todo… le decía que no le había traicionado. Algo, todo… le decía
que había intenciones ocultas en sus actos. Y, aun así, lo que dolía imaginarla
con Reidos. ¿Qué habrían hecho? ¿Habría profanado esos labios y ese cuerpo que
hasta hacía poco habían sido como los suyos? La cuarta noche estaba tan
carcomido por esos pensamientos que decidió salir a dar rienda suelta a sus
pasiones por la ciudad.
Enfundado en ropas modestas que no delatasen quien
era, salió sólo en una noche clara y constelada hacia el primer local de fiesta
que se encontrara en su camino. Acabó en un bar bastante decente donde rápidamente
se le acercó una mujer. Era bella. La quiso amar y llegó a besarla. Pero, a
pesar de su insistencia, pensó que podría pasar la noche besándola sin sentir
nada. Sentía todavía demasiado por Marta. No fue capaz de compartir su lecho y
salió del bar ante el enfado de la joven.
Caminando, solitario, rumbo de nuevo a palacio, se dio
cuenta de que estaba borracho y cierta gente empezaba a reconocerle. Le restó
importancia. Era rey, pero era humano, tenía derecho a una noche de fiesta si
se le antojaba. Serpenteó por caminos para demorar la llegada a palacio
mientras intentaba aclarar la mente. Solo que no contaba con que Fitles lo
encontrase cuando se internó de nuevo en la calle principal rumbo a palacio.
—Hay novedades, alteza. La reina me encontró a mitad
de palacio y me envía a contároslas —dijo muy rápido y balbuceando.
—¿Estás borracho? —Preguntó Laisho, también aturdido.
—No más que vos, alteza —replicó Fitles. El rey supuso
que Fitles vendría de fiesta en medio de la noche en palacio y había sido la
primera persona que se había encontrado la reina para dar la noticia—. Marta ha
asesinado a la princesa Niara y está en busca y captura por el reino del Este.
Durante unos segundos ninguno dijo nada. Laisho quedó
petrificado. Al instante, sintió una mezcla entre euforia y miedo. Euforia, por
tener la prueba de que no les había traicionado, al fin y al cabo. Y miedo, por
el peligro al que estaba ahora expuesta.
—Voy a ver a la reina. Gracias Fitles.
Apuró el paso mientras se daba cuenta de que no importaba
nada, ni el poder ni el dinero si ella no estaba. Recordó aquella noche de
nubes en la que tuvo sus primeras y únicas palabras con Reidos. Pues sí, él ya
había conocido a Reidos. Habían tenido un parlamento cuando Laisho engañó al
reino del Este sacrificando su propio ejército. Tuvo lugar en una ostentosa
tienda militar en medio del campamento bélico del reino del Este.
—Acudís a parlamentar —dijo, sin saludar, un Reidos de
cabello ceniciento y ojos ámbar que relucían de triunfo.
—Así, es —concedió, muy serio, el rey Laisho.
—Dejadnos —ordenó el príncipe Reidos a sus hombres,
que obedecieron al instante.
Invitó a Laisho a sentarse frente a él, cara a cara,
de igual a igual. Gesto de cortesía y respeto que él declinó.
—No me creo vuestra estratagema —terció, tranquilo,
Reidos.
—Los negocios son negocios. Las estrategias,
estrategias —replicó el rey Laisho, sin querer exponerse.
—Tan simple y tan complejo. Buena jugada —concluyó
Reidos esbozando una sonrisa satisfecha.
Laisho temía ya cualquier cosa. Por lo tanto, no dudó
en añadir:
—Se supone que no sabéis nada o si no deberíais darme
ya muerte.
Se hizo una pausa dentro de la tienda escasa de
mobiliario y decoración sin más ruido entre ellos que el crepitar de las llamas
en las antorchas.
—No voy a mataros esta noche. Somos más parecidos de
lo que nadie pueda imaginar.
—No me insultéis —escupió Laisho.
—Oh, no os hagáis el ofendido —dijo Reidos,
petulante—. Pero lo sabéis.
—Creo que habéis escogido un bando equivocado.
Laisho se hacía una idea de lo que le estaba
concediendo el príncipe. Sabía que de ser Osles el que sospechara el verdadero
plan de Laisho y no Reidos, ya lo habrían matado. Salvo que Osles no era tan
listo como Reidos y no se había dado cuenta. Algo indicaba al rey Laisho que
había dentro de Reidos una justicia y bondad que no dejaba ver fácilmente.
Reidos se limitó a encogerse de hombros.
—Más adelante, uno de los dos le dará muerte a otro.
Podría ser ahora, pero no queremos.
—O algo nos mate antes —concluyó Laisho antes de
marchar.
Sí, algo había unido sus destinos y matado a ambos
antes. Una mujer medio elfa llamada Marta. ¿Qué sería lo que fabricaba esa
mujer que hacía derretir el corazón de los reyes y príncipes? ¿Qué le daba esa
luz que cegaba a todos? Sí, a todos. Muchas veces quiso pegar a alguno más por
verlo derretido ante esa luz, esa
energía, cuando era a Laisho a quien pertenecía. Nunca aspiró a poseerla más
allá del respeto y del cariño pero eso no impedía que a veces tuviera punzadas
de celos. Esa sonrisa angelical era ahora la perdición de Reidos.
—Quizás ha obrado bien y ha conseguido un duro golpe
que debamos aprovechar pero está descontrolada. No podemos manejarla —dijo
Elzia que lo estaba esperando en el salón del trono.
Laisho había llegado deprisa, sumido en sus recuerdos.
La reina Elzia y charlaron gravemente sobre la noticia y sus repercusiones.
—¿Aspirábais a eso? ¿A manejarla? Recuerdo que fue
vuestra mentira la que le hizo obrar así —espetó el rey.
—Sólo son conjeturas. Id a dormir. Tras un sueño reparador
recobraréis el juicio —culminó una Elzia que parecía más confusa que nunca.
—Debemos protegerla —insistió.
—Ya veis lo que es capaz de hacer. Sé que vendrá por
sí sola. Entonces, decidiremos qué hacer con ella.
Laisho cayó en un sueño turbulento al llegar a su
cuarto que sólo fue capaz de conciliar por todo el cansancio acumulado.
Despertó con la primera luz del día habiendo dormido escasas horas y con leve
sensación de resaca que le martilleaba la cabeza. No obstante, se levantó rápido
para vestirse y acudir a ver a Elzia de nuevo por si había novedades.
El palacio era un revuelo de murmullos. Algunos
intentaron frenarlo para decirle a saber qué. Laisho los ignoró, directo a su
rumbo y temiendo nuevas noticias.
—Ha llegado —anunció Elzia en cuanto lo vio.
Iba a seguir hablando con su voz gutural entre la luz
clara de la mañana en Vuelaflor pero él la interrumpió, con el corazón en un
puño.
—Quiero verla.
Elzia fijó sus ojos claros en él.
—Está en el calabozo.
Laisho calló unos segundos, paralizado pero ansioso.
—¿La habéis encerrado en una celda? —Escupió las
palabras.
—Ella misma lo ha pedido —respondió la reina, haciendo
una seña con la mano para callar al rey—. Cabe decir que yo iba a hacer lo
mismo. No opuso resistencia. Se encaminó a la celda ella sola. No quiere hablar
con nadie. Tengo la impresión de que sólo a vos os dirá algo.
—Ha matado a Niara, os lo recuerdo —insistió Laisho.
Horrorizado de que el destino de Marta fuera ahora estar entre barrotes.
—Y yo os recuerdo cómo nos la ha jugado.
Laisho ignoró a la reina y se dirigió rumbo a las
mazmorras lo más rápido que le permitían sus piernas cansadas pero fuertes a
ver a Marta.
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