miércoles, 15 de agosto de 2018

Capítulo 27 "Primavera de Tormenta"

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27 TRACIÓN, ¿O NO?
La misión había sido un éxito. Laisho regresaba a Vuelaflor victorioso junto a sus tropas. Una batalla más vencida en aquella guerra de dimensiones colosales. Sin embargo, no entendía porque en ningún momento se había quitado a Marta de la cabeza.
Soñaba con su cabello castaño y alborozado. Que no había pasado nada que lo distanciara y aún estaban juntos reviviendo buenos momentos y sensaciones. El aroma del mar con su rostro hundido en su pecho. El olor del campo con su mano en la espalda... Despertaba y su presencia todavía lo acompañaba. Lo que había visto en sus sueños seguía allí, como si no hubiese imaginado nada y todo hubiese sido real. Ya durante el día, bien estuviese elaborando estrategia y dirigiendo a sus hombres o bien estuviera en el campo de batalla mantenía su recuerdo en mente. Es más, ante los más duros golpes se motivaba pronunciando en un susurro el nombre de Marta.
Estaban separados, sí. Pero lo achacaba a la inocencia de Marta en materias de guerra. Una inocencia que tendría que dejar atrás a medida que se fuera adentrando en este gran conflicto bélico. Quería un poco de distancia y espacio. Se lo daría. Marta era un espíritu libre de un gran ímpetu. Era inevitable no verlo. Quizás, tras unos días, mostraría de nuevo su interés. Sabía que lo amaba y confiaba en ella y en su corazón.
Al entrar en Vuelaflor, el pueblo los recibió con honores. Le llegaron noticias de que la batalla en la Fortaleza de Hielo también había sido favorable, aunque no entraron en detalles. Eso lo alegró más. La muchedumbre se mostraba feliz entre gritos de júbilo aclamando sus nombres. Pero Laisho, entre todo el run run de la gente, llegó a comprender una frase que no supo si se la había imaginado. "¿Y la Esperanza Alada".

La tarde era albina. Un manto de nubes perladas tapaba la capital y, desde el mar, se extendía una neblina que invadía la ciudad. Laisho se dijo que se sentía frío. ¿Cómo no se iba a sentir frío si hacía frío? Había algo, en aquella tarde gris, que le decía que algo iba mal. Tenía un presentimiento. Uno de esos presentimientos que sólo un militar puede tener.
Sintió que aquello ya lo había vivido. Mientras seguían surcando la principal arteria de la ciudad entre la población vitoreando y volvió a decirse que era un idiota. Pues claro que ya lo había vivido. ¿De cuántas batallas victoriosas había salido?
Sin embargo, sus temores crecieron al llegar al palacio. A pesar de que le estaban felicitando por su éxito, todos sus conocidos mostraban semblante serio. Lo miraban casi evitando cruzarse con sus ojos. Y hasta vio pena en la mirada de Carlo.
Y Marta no estaba.
—¿Ocurre algo? --Preguntó a Carlo que, al fin y al cabo, era el más cercano a su exnovia.
—Os lo dirá todo la reina.
El salón de palacio estaba desierto, a excepción de la reina Elzia. La fantasmagórica luz de la niebla se colaba entre los ventanales mostrando las vistas de la capital desteñidas por el blanco.
—¿Y Marta? --Fue lo primero que dijo Laisho.
Elzia esbozó media sonrisa y respiró hondo. Le contó a Laisho todo lo sucedido hasta el momento en la Fortaleza de Hielo. Habían ganado la batalla y Marta, engañada, permaneció allí custodiando al nuevo rehén, Reidos. Laisho escuchaba estupefacto sintiendo una mezcla de rabia y frustación.
—Sólo que no contamos que las tropas del Reino del Este estarían ya esta mañana allí para rescatar a su príncipe—. Culminó Elzia su relato.
Laisho permaneció en silencio. Dio una vuelta en el salón mientras su respiración se agitaba.
—La has enviado a una misión suicida. La has engañado. La matarán.
—Vamos, alteza. Marta es una elfa. Allí es todo hielo, no podrán matarla. No pueden ni hacer fuego. Marta es lista sabrá esconderse y protegerse hasta que nuestra tropa llegue y la rescate.
—¿En qué punto habéis perdido vuestro juicio como reina justa a una retorcida psicópata que juega con la gente?
—Es la guerra. Vos lo sabéis bien. A veces debemos hacer jugadas estratégicas que nos duelen. ¿Qué os voy a contar que no habéis hecho? Además, si muriera, es sólo otra baja más.
—Marta es la Esperanza Alada.
—Lo véis así porque os importa. Porque la amáis. Miradlo con perspectiva y distancia.
Entonces se oyeron golpes en la puerta de madera.
—Adelante.
Entró Carlo bastante nervioso. Miraba a los dos reyes como quien observa un partido de tenis. No se daba decidido a hablar.
—Carlo, me preocupáis. Sosegaos. ¿Qué sucede? —Inquirió la reina.
—Nuevas noticias sobre Marta.
—¿Está bien? —Apuró Laisho.
—Marcha con la comitiva del reino del Este rumbo a Rosfuego. Como... como prometida del príncipe Reidos.
Silencio. Un silencio pesado. Y Laisho notó una jarra de agua fría sobre todo su interior. Ni se pronunció.
—Cómo veis, mi rey... esta chica es demasiado lista. Sana y salva. Y tanto.
—Tiene que haber una explicación.
Elzia también parecía inmóvil y paralizada. Solo que no se mostraba, en absoluto, alterada. A diferencia de Laisho.
—Los que ostentamos el poder no podemos dejarnos llevar por excusas. Nos ha traicionado. Recuerda que luchamos por valores que incluyen la justicia. La justicia conlleva la carga de castigar.
—No sé cómo podéis hablar con tanta ligereza de Marta —terció Laisho, todavía estupefacto.
—Vos habláis como corazón roto que sois. El amor y el poder no son compatibles. El amor se convierte en debilidad.
—Conozco lo suficiente a Marta para creer que tiene que haber un motivo más grande para que actuase de esa manera.
—“De esa manera”… prometiéndose con uno de nuestros principales enemigos. ¿Quién es el que habla ahora con ligereza? —Murmuró Elzia. Se mostraba ligeramente ofendida—. Recomponeos. Ahora es nuestra enemiga. No podéis seguir guardándole cariño.
—Si todo el mundo creyera más en el amor ya no haría falta tener que hacer guerra por los valores que defendemos. El amor haría que fluyeran por sí solos entre la gente.
Laisho se dejó desplomar en un sillón de la pedregosa estancia. De repente, se sentía muy cansado. La noticia lo había desarmado pero se aferraba a su fe por Marta.
—Olvidáis que el amor tiene dos caras: la amable y la cruel. Cuando se acaba la pasión y el enamoramiento llegan el rencor y las decepciones que sumen a un corazón en las tinieblas. Hace vulnerable. Olvidadla, Laisho. Y, ahora, descansad. Lo merecéis, habéis conseguido una gran victoria. Espero que un buen sueño os devuelva la sensatez.
Durante los siguientes días intentó apartar a Marta de su mente. Se dedicaba a entrenar más duro que nunca y a asestar todavía sus más fuertes golpes a sus adversarios. Se mantenía ocupado informándose y tomando decisiones de su reino. Las palabras de la reina le habían causado ira porque una parte de él decía que la verdadera culpa era suya, así que se negó a partir a ninguna más de sus batallas. No le iba a meter en entuertos que podrían llevar a engaños como a Marta. No obstante, seguía acudiendo a las reuniones y dando consejos de estratega para las batallas que estaban teniendo lugar en el reino del Sur y sus traficantes. Las batallas estaban siendo favorables y todo apuntaba a un próximo golpe decisivo en esta guerra. Guerra que ya no quería sentir como suya.
De vez en cuando, entre miradas de compasión y de rabia, había gente que le hacía comentarios que el escuchaba sin responder. Comentarios que le hacían recordarla y también lo que había hecho y que preferiría que nadie le dijese.
—Esa traidora merece la muerte —lo abordó una capitana un día que se dejó ver por la taberna.
—No lo esperaba de ella. Pero había mucho libertinaje en su manera de actuar —añadió al  instante uno de los soldados enanos.
—Las malas lenguas dicen que era una lagarta que sólo buscaba el poder. Aquí no pudo —dijo en amago seductor una joven de la corte la tarde del segundo día después de la noticia.
—La elfa… tan mala como todos los de su especie. Nunca me pareció normal —comentó un duque residente en palacio, joven y frágil, que tan sólo se dedicaba a pasearse por palacio con sus mejores galas.
—Era rencorosa. No soportó la jugarreta que le hicimos. Ni siquiera la culpo —se resignó Alesio un día que estaban entrenando.
—Hay algo más que no sabemos, su majestad. Ella os amaba. Esconde algo —repuso Sajala en ese mismo momento.
—Da igual lo que diga la gente. Nos la ha jugado —Terció la reina en una reunión en la que ambos reyes debatían estrategia a solas y celebraban un nuevo golpe tras haber conquistado el reino del Sur.
La guerra era favorable. El pueblo se mostraba animado. Al cuarto día todos parecían haber olvidado a su querida Esperanza Alada. Había voces de odio que, en ocasiones, se hacían oír al pasearse por la capital. Muchos la querían muerta. Pero, en fin, la mayoría la habían olvidado celebrando las grandes victorias de sus reyes. Sin embargo, por mucho que quisiera alejarla de sus pensamientos, Laisho aún pensaba en ella.
Cuando estaba a solas consigo mismo y la almohada, antes de dormir, intentaba imaginar mil motivos para que Marta tomara ese rumbo. Algo, todo… le decía que no le había traicionado. Algo, todo… le decía que había intenciones ocultas en sus actos. Y, aun así, lo que dolía imaginarla con Reidos. ¿Qué habrían hecho? ¿Habría profanado esos labios y ese cuerpo que hasta hacía poco habían sido como los suyos? La cuarta noche estaba tan carcomido por esos pensamientos que decidió salir a dar rienda suelta a sus pasiones por la ciudad.
Enfundado en ropas modestas que no delatasen quien era, salió sólo en una noche clara y constelada hacia el primer local de fiesta que se encontrara en su camino. Acabó en un bar bastante decente donde rápidamente se le acercó una mujer. Era bella. La quiso amar y llegó a besarla. Pero, a pesar de su insistencia, pensó que podría pasar la noche besándola sin sentir nada. Sentía todavía demasiado por Marta. No fue capaz de compartir su lecho y salió del bar ante el enfado de la joven.
Caminando, solitario, rumbo de nuevo a palacio, se dio cuenta de que estaba borracho y cierta gente empezaba a reconocerle. Le restó importancia. Era rey, pero era humano, tenía derecho a una noche de fiesta si se le antojaba. Serpenteó por caminos para demorar la llegada a palacio mientras intentaba aclarar la mente. Solo que no contaba con que Fitles lo encontrase cuando se internó de nuevo en la calle principal rumbo a palacio.
—Hay novedades, alteza. La reina me encontró a mitad de palacio y me envía a contároslas —dijo muy rápido y balbuceando.
—¿Estás borracho? —Preguntó Laisho, también aturdido.
—No más que vos, alteza —replicó Fitles. El rey supuso que Fitles vendría de fiesta en medio de la noche en palacio y había sido la primera persona que se había encontrado la reina para dar la noticia—. Marta ha asesinado a la princesa Niara y está en busca y captura por el reino del Este.
Durante unos segundos ninguno dijo nada. Laisho quedó petrificado. Al instante, sintió una mezcla entre euforia y miedo. Euforia, por tener la prueba de que no les había traicionado, al fin y al cabo. Y miedo, por el peligro al que estaba ahora expuesta.
—Voy a ver a la reina. Gracias Fitles.
Apuró el paso mientras se daba cuenta de que no importaba nada, ni el poder ni el dinero si ella no estaba. Recordó aquella noche de nubes en la que tuvo sus primeras y únicas palabras con Reidos. Pues sí, él ya había conocido a Reidos. Habían tenido un parlamento cuando Laisho engañó al reino del Este sacrificando su propio ejército. Tuvo lugar en una ostentosa tienda militar en medio del campamento bélico del reino del Este.
—Acudís a parlamentar —dijo, sin saludar, un Reidos de cabello ceniciento y ojos ámbar que relucían de triunfo.
—Así, es —concedió, muy serio, el rey Laisho.
—Dejadnos —ordenó el príncipe Reidos a sus hombres, que obedecieron al instante.
Invitó a Laisho a sentarse frente a él, cara a cara, de igual a igual. Gesto de cortesía y respeto que él declinó.
—No me creo vuestra estratagema —terció, tranquilo, Reidos.
—Los negocios son negocios. Las estrategias, estrategias —replicó el rey Laisho, sin querer exponerse.
—Tan simple y tan complejo. Buena jugada —concluyó Reidos esbozando una sonrisa satisfecha.
Laisho temía ya cualquier cosa. Por lo tanto, no dudó en añadir:
—Se supone que no sabéis nada o si no deberíais darme ya muerte.
Se hizo una pausa dentro de la tienda escasa de mobiliario y decoración sin más ruido entre ellos que el crepitar de las llamas en las antorchas.
—No voy a mataros esta noche. Somos más parecidos de lo que nadie pueda imaginar.
—No me insultéis —escupió Laisho.
—Oh, no os hagáis el ofendido —dijo Reidos, petulante—. Pero lo sabéis.
—Creo que habéis escogido un bando equivocado.
Laisho se hacía una idea de lo que le estaba concediendo el príncipe. Sabía que de ser Osles el que sospechara el verdadero plan de Laisho y no Reidos, ya lo habrían matado. Salvo que Osles no era tan listo como Reidos y no se había dado cuenta. Algo indicaba al rey Laisho que había dentro de Reidos una justicia y bondad que no dejaba ver fácilmente.
Reidos se limitó a encogerse de hombros.
—Más adelante, uno de los dos le dará muerte a otro. Podría ser ahora, pero no queremos.
—O algo nos mate antes —concluyó Laisho antes de marchar.
Sí, algo había unido sus destinos y matado a ambos antes. Una mujer medio elfa llamada Marta. ¿Qué sería lo que fabricaba esa mujer que hacía derretir el corazón de los reyes y príncipes? ¿Qué le daba esa luz que cegaba a todos? Sí, a todos. Muchas veces quiso pegar a alguno más por verlo derretido ante esa luz,  esa energía, cuando era a Laisho a quien pertenecía. Nunca aspiró a poseerla más allá del respeto y del cariño pero eso no impedía que a veces tuviera punzadas de celos. Esa sonrisa angelical era ahora la perdición de Reidos.
—Quizás ha obrado bien y ha conseguido un duro golpe que debamos aprovechar pero está descontrolada. No podemos manejarla —dijo Elzia que lo estaba esperando en el salón del trono.
Laisho había llegado deprisa, sumido en sus recuerdos. La reina Elzia y charlaron gravemente sobre la noticia y sus repercusiones.
—¿Aspirábais a eso? ¿A manejarla? Recuerdo que fue vuestra mentira la que le hizo obrar así —espetó el rey.
—Sólo son conjeturas. Id a dormir. Tras un sueño reparador recobraréis el juicio —culminó una Elzia que parecía más confusa que nunca.
—Debemos protegerla —insistió.
—Ya veis lo que es capaz de hacer. Sé que vendrá por sí sola. Entonces, decidiremos qué hacer con ella.
Laisho cayó en un sueño turbulento al llegar a su cuarto que sólo fue capaz de conciliar por todo el cansancio acumulado. Despertó con la primera luz del día habiendo dormido escasas horas y con leve sensación de resaca que le martilleaba la cabeza. No obstante, se levantó rápido para vestirse y acudir a ver a Elzia de nuevo por si había novedades.
El palacio era un revuelo de murmullos. Algunos intentaron frenarlo para decirle a saber qué. Laisho los ignoró, directo a su rumbo y temiendo nuevas noticias.
—Ha llegado —anunció Elzia en cuanto lo vio.
Iba a seguir hablando con su voz gutural entre la luz clara de la mañana en Vuelaflor pero él la interrumpió, con el corazón en un puño.
—Quiero verla.
Elzia fijó sus ojos claros en él.
—Está en el calabozo.
Laisho calló unos segundos, paralizado pero ansioso.
—¿La habéis encerrado en una celda? —Escupió las palabras.
—Ella misma lo ha pedido —respondió la reina, haciendo una seña con la mano para callar al rey—. Cabe decir que yo iba a hacer lo mismo. No opuso resistencia. Se encaminó a la celda ella sola. No quiere hablar con nadie. Tengo la impresión de que sólo a vos os dirá algo.
—Ha matado a Niara, os lo recuerdo —insistió Laisho. Horrorizado de que el destino de Marta fuera ahora estar entre barrotes.
—Y yo os recuerdo cómo nos la ha jugado.
Laisho ignoró a la reina y se dirigió rumbo a las mazmorras lo más rápido que le permitían sus piernas cansadas pero fuertes a ver a Marta.


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