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De pronto me encuentro en la
penumbra. Alzo la vista y veo un oscuro cielo de nubes de un gris que casi
parece negro. La brisa es imperceptible y no siento ni frío ni calor, tengo la
impresión de que me he vuelto atérmica, incapaz de sentir la temperatura. Estoy
en una llanura de hierba de un lúgubre verde oscuro. A los lados de la amplia
explanada, se encuentran dos bosques dispares. Ambos frondosos pero de
diferentes tipos de árboles. A la derecha más altos y, a la izquierda, más
gruesos. El color más llamativo de la izquierda invita más a adentrarse en
ellos pero no sé lo que debo hacer.
Decido sentarme en la seca hierba
para recuperar fuerzas y untarme la medicina en la herida del brazo. La
medicina es milagrosa, en apenas dos minutos la herida casi ha sanado. Todavía
soy un torbellino de emociones pero decido centrarme en mi siguiente paso. No
sé si debería seguir recto por la explanada o adentrarme en alguno de los
bosques. De hecho, no tengo ni idea de cuál es la dirección correcta para
llegar a Hafix.
Sé que no puedo quedarme aquí
eternamente y que, tarde o temprano, tendré que tomar un camino. Intento
sopesar cuales pueden ser los peligros que conllevaría cada elección. Quizás en
los bosques haya fieras o monstruos o también trampas. Pero puede ser, así
mismo, que seguir recto conlleve otro tipo de peligros como obstáculos mágicos
o incluso que lleve a un callejón sin salida y signifique que he perdido un
gran tiempo en mi viaje. Me percato que no puedo sobrevivir más de dos semanas
con las provisiones que he cogido y ello significará que el camino que decida
tendrá que ser elegido en consecuencia.
Tras unos minutos de reposo y meditación
decido avanzar hacia delante. Desenvaino mi espada y camino con cautela,
poniendo los cinco sentidos en el camino que he enfilado. Sin embargo, todo
parece demasiado tranquilo. Y eso no me gusta nada.
Me siento aterrada ante el peligro
inminente que pueda surgir, porque sé que en cualquier momento aparecerá una
amenaza. Pero llego a una bifurcación sin incidentes. Entonces me relajo,
pensando que a lo mejor la afirmación de que Daos es una muerte segura sea tan
solo una leyenda.
Ante mí se trazan dos caminos pero
ninguno con buen aspecto. El primero lleva por un terreno húmedo y lleno de
fango aunque sin rastro de agua, que sería un punto a su favor; mientras que,
el segundo, es tierra árida sin atisbo de vegetación; lo cual me impediría
encontrar comida. Así todo, sigo teniendo ambos bosques a mis lados; cuatro
caminos esperando ser elegidos.
De pronto, varios hombres con mal
aspecto comienzan a correr tras de mí. Pienso en luchar, pero, a pesar de que
soy buena, no podré con tantos. Si estaba esperando alguna señal para salir
corriendo, era esa. Comienzo a correr en dirección al bosque de mi derecha, con
la esperanza de que si me interno en él los perderé de vista. No quiero matar a
nadie. Es mejor que huya.
No obstante, la camarilla echa a
correr detrás de mí gritándome y ordenándome que me detenga. Estoy tan asustada
que a mi cerebro no le ha dado tiempo a reaccionar. Empiezo a pensar y sopesar
cuales son mis opciones para no acabar muerta en la primera hora que paso en
Daos y recuerdo una enseñanza de Dani: “En la guerra un golpe grande y efectivo
es más rápido y demoledor que miles de golpes pequeños”. Decido entonces atacar
de una manera tan sorprendente y mortífera que el resto de los que me persiguen
ya no querrán vérselas conmigo.
Me armo de tripas corazón y agarro
dos puñales. Me giro hacia mis atacantes y lanzo los dos puñales al mismo
tiempo logrando que alcancen el corazón del líder del grupo y de la mujer que
me habló por primera vez desde que llegué. Al fin y al cabo, Dani llevaba años
entrenándome y soy mucho mejor guerrera que ellos, estoy segura. Esta maniobra
que me ha enseñado no me cuesta esfuerzo y sé que los cogerá desprevenidos.
Sigo corriendo mientras oigo gritos y
exclamaciones ahogadas a mis espaldas. La comitiva se ha detenido y ya no me
persigue. Mi maniobra ha hecho efecto. Me alejo de ellos con el único
pensamiento en mi mente de que es la primera vez que mato a sangre fría en mi
vida y ha sido a dos personas al mismo tiempo. Pero lo que más me sorprende es
darme cuenta de que no siento nada.
7
Corro y corro. Avanzo lo más rápido
que me permiten mis piernas, lo cual es una velocidad considerable. Me interno
en una carrera desesperada en la inmensidad de este bosque desconocido. No
reparo en las ramas, piedras y demás obstáculos que hay en mis pies. Ni
siquiera en que no tengo ni idea de cuál es la dirección correcta y que puede
ser que me esté dirigiendo a una muerte segura.
Ya sé que la camarilla no me
persigue. Sigo corriendo porque quiero sentir algo. Acabo de matar por primera
vez y a dos personas, ni más ni menos. Debería haber sentido ya algo pero mi
mente está en blanco y en mí no aflora ninguna emoción. Anhelo algún tipo de
sentimiento; supongo que debería notar culpa, pena, enfado o quizás alegría o
euforia. La adrenalina hace que no me canse de esta carrera.
Mi mente vuelve en sí cuando empiezo
a notar que, a medida que avanzo, hace cada vez más calor. Pienso que debo
estar enfilando un camino hacia el sur de este despreciable continente llamado
Daos.
Justo en el momento en el que mi
mente racionaliza con algo como la temperatura lo noto. Culpa. Al fin el
sentimiento que tanto estaba esperando. Como ya he conseguido mi objetivo, me
derrumbo en la tierra, frenando mi avance, y quedándome de rodillas con la
vista clavada en el suelo.
Mis sistemas de defensa se activan y
algo en mí me dice que he hecho lo correcto: los he matado porque si no ellos
me habrían matado a mí. Además, en lugar de haber acabado con todos, solo he
dado la muerte a dos. Sin embargo no me siento mejor y pienso que el asesinato
es el peor crimen de todos. Porque cuando matas a alguien comentes el mayor
robo posible: le arrebatas a una persona su regalo más preciado, la vida. Un
regalo que la mayoría de las veces dan los padres por fruto de un amor
infinito. A ellos también les estás robando cuando asesinas. A ellos y a todos
sus seres queridos. Les robas a una persona que aprecian.
Paso de no sentir nada a ser un
cóctel de emociones que logra que estalle en sollozos. Intento pensar que esta
gente probablemente ya ha sido dada por desaparecida para siempre entre sus
seres queridos, si es que aún tienen, por lo que el daño no ha sido tan grave.
Pero eso no me hace sentir mejor, sigo pensando que soy despreciable.
Empiezo a asentarme y a acomodarme en
el árbol que tengo a mi lado. Mi cuerpo me hace un regalo, me da sueño. El
calor ayuda y mis párpados parecen pesados, con lo que empiezo a quedarme dormida
y a olvidar mis pensamientos.
Los días siguientes son monótonos.
Intento no pensar en nada y que mi mente no divague centrando todos mis
sentidos en la tarea de avanzar mi camino. Me concentro en mis tareas pero todo
es tan aburrido que, en ocasiones, mis atormentados pensamientos afloran en mi
interior y me invade el dolor. Deseo con toda mi alma que pare y volver a
sentirme feliz, como era hace apenas unos días. La guerra lo ha arruinado todo.
Entonces me recuerdo que me tengo que centrar en mi plan e intentar escapar de
una vez de este apestoso lugar.
Adivino que Daos me ha otorgado unas
pistas para poder encontrar la salida a Hafix. Me he percatado que si avanzo
hacia el sur cada vez hace más calor y que, si avanzo hacia el norte, cada vez
hace más frío. Aunque parezca muy lógico me doy cuenta de que significa que no
encontraré la salida ni avanzando hacia
el norte ni avanzando hacia el sur. Lo cual significa que tampoco la encontraré
encaminándome hacia el oeste, porque allí es por donde he entrado a Daos desde
lanan. Es decir, para llegar a Hafix debo enfilar el camino hacia el este.
Dicho pensamiento me reconforta y me da esperanzas renovadas.
Tras cinco días de caminata donde los
principales incidentes fue encontrar ciertas trampas, me doy cuenta de que el
verdadero peligro del bosque es la falta de suministros. No he visto agua ni
ningún alimento que no sea esta apestosa hierba en todo el camino. Es un gran
problema porque me estoy quedando sin agua, apenas me queda media cantimplora
pequeña y la comida no me durará eternamente. Intento alimentarme a base de la
fruta que he traído porque contiene agua y así racionaré mejor mi cantimplora;
pero no es muy agradable ya que el tiempo y el calor que hace aquí han hecho
que esté a punto de pudrirse y el sabor es asqueroso.
Al alba del séptimo día en Daos me
levanto aletargada y me enderezo con dificultad. Miro mi cantimplora y
contemplo que apenas queda un cuarto de litro. Tengo que pensar en algo antes
de quedarme sin agua. Un triste sentimiento de inquietud me invade e intento
distraerme cambiándome de ropa. No he traído muchas mudas pero ya me las he
puesto todas alguna vez y no huelen a rosas ya, precisamente. Engullo una
manzana pasada. Afortunadamente aún dispongo de comida pero calculo que, aun racionándola
bien, no durará más de dos semanas. Debo volver a dónde estaban mis atacantes.
Decido que sobreviviré, que saldré de
Daos y que para ello me convertiré en una asesina implacable.
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