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Me encamino en dirección a los lindes
del bosque. Sé de sobra que no sería conveniente dirigirme hacia dónde entré en
el bosque porque el camino me llevaría una semana y sé que no puedo aguantar
tanto tiempo sin comida y sin agua. Así que sigo en línea recta hasta donde
imagino que acaba el bosque. Soy consciente de que puede ser que me equivoque y
el bosque se prolongue más de lo que pienso. En ese caso tendré que volver
hacia el lugar donde entré en el bosque y confiar en que aguantaré ese tiempo
sin agua ni comida.
Los siguientes tres días son
difíciles. Decido dormir lo menos posible para llegar cuanto antes al final del
bosque y así encontrar, como mínimo, agua. Sin comer aguantaré más, pero sigue
siendo un inconveniente el no disponer de comida. No sé exactamente cuánto
aguantaré sin beber pero, al cabo de un día, la sed se hace ya insoportable.
Durante ese día mis entrañas rugen de hambre pero al segundo día se acostumbran
a la falta de comida y paso de tener hambre a centrarme en la sed y sentir una
gran debilidad y fatiga. El lado bueno es que estar tan pendiente de mi propio
estado de salud y del malestar que me embarga, hace que no piense en nada más
ni sienta dolor o tristeza.
Aunque cada paso me cueste un mundo,
sobre todo con la quemadura en el talón, me obligo a seguir avanzando. Al
tercer día, mi fatiga roza el desfallecimiento pero lo logro: llego al final
del bosque.
Al momento de darme cuenta de que lo
he conseguido, que he llegado a mi destino, me derrumbo sobre la tierra. Sigo
consciente pero, al estar parada, parece que todo el cansancio que había en mí
y que intentaba ignorar se apodera de mi cuerpo. Consigo ponerme con dificultad
a cuatro patas y respiro agitadamente. Me asomo por un arbusto para ver lo que
me espera. Frente a mí se encuentra la explanada de hierba que me encontré al
llegar a Daos. En el otro lado hay otro bosque y, en el medio, dos hombres
muertos.
Agudizo mis sentidos para comprobar
que realmente estén muertos y no exista amenaza. Intento deducir porqué habrán
fallecido. Ambos están heridos por lo que aventuro que se pelearían hasta la
muerte. Entonces veo algo que anhelo: los hombres muertos tienen cantimploras
colgando de su cintura.
La idea me parece ruin y abominable
pero, ¿qué otro remedio me queda? Comienzo a reptar por la hierba con
dificultad en dirección a los cadáveres. La debilidad me invade pero mi
voluntad es más fuerte y llego al hombre más cercano. Agarro velozmente su
cantimplora y casi dejo escapar una carcajada de euforia cuando compruebo que
está llena de agua. Bebo bruscamente, con tanta ansia que algunas valiosas
gotas se desperdician resbalando por mi rostro.
Al instante me siento mejor, aunque
sigo estando fatigada. Vuelvo a ser más consciente de todo lo que me rodea pero
me doy cuenta de que he forzado mi cuerpo demasiado y estoy demasiado agotada.
Mi vista se comienza a nublar y, aunque sé que debería retirarme a un lugar
seguro a descansar, la sed es insaciable y empiezo a reptar hasta el otro
cadáver. Oigo un ruido inquietante al que no le presto atención.
Jadeando,
cojo la otra cantimplora, a la que apenas le quedan tres sorbos, pero noto una
patada en el rostro que hace que me desplome y la cantimplora salga volando.
Me giro con la vista cada vez más
borrosa y logro distinguir de pie delante de mí a la mujer que me amenazó el
primer día que llegué a Daos. Sigue esgrimiendo esa sonrisa grotesca y lunática
que se dibuja como una mueca en su rostro.
—Vaya, vaya… ¿pero qué tenemos aquí?
—Gruñe con voz burlona—. La niñita que mató a uno de mis compañeros. Pero
mírate, eres casi un cadáver. No tendré problema en quedarme con tus armas esta
vez.
Se agacha sobre mí para quitarme el
puñal que tengo en la cintura. Como respuesta, reúno las pocas fuerzas que me
quedan y le asesto una patada en la cabeza. Retrocede del golpe y veo que le he
partido el labio. Eso la enfurece. Sigo luchando por mantenerme lúcida y no
perder el conocimiento pero también pienso en desenvainar mi espada y
asestársela en el corazón en cuanto tenga ocasión.
Cuando la veo agarrar su viejo puñal
ocurre algo que no esperaba. Cae desplomada al suelo con una flecha incrustada
en su espalda. Miro para todos lados alarmada y, a lo lejos, distingo la
silueta de un hombre que sujeta un arco y se acerca hacia mí. No parece un
lunático, como el resto de personas que he visto en Daos, si no que alardea de
una mirada firme y su apariencia es decente y pulcra.
El esfuerzo puede conmigo y me
desmayo.
Cuando me despierto me levanto
bruscamente mirando de forma histérica a mi alrededor porque no reconozco el
lugar en el que me encuentro. Erguirse tan rápido ha sido mala idea porque me
da un vahído y estoy a punto de perder de nuevo el conocimiento. Tardo unos
segundos en recuperarme y noto que sigo estando muy débil pero que estoy mejor
que antes.
Observo con curiosidad lo que me
rodea y me doy cuenta, sorprendida, de que estoy en una cabaña de madera. Es
tan grande como dos habitaciones de mi casa, pero parca en decoración. Hay seis
camas de paja distribuidas en tres literas y yo me encuentro en la séptima, que
es más grande. En el centro hay una amplia mesa con ocho viejos taburetes. Y,
por último, hay varias estanterías de madera con algunos objetos extraños y
armas.
No sé cómo he llegado hasta aquí ni
qué significa todo esto. Solo pienso en la sed que tengo cuando encuentro,
asombrada, una botella de vidrio llena de agua en una mesilla al lado de mi
cama. La observo con recelo y ansia al mismo tiempo. Acto seguido, la sujeto y
huelo para comprobar que no sea veneno. A pesar de que no huele a nada, sigo
recelando; pero aun así bebo hasta que mi estómago no puede más.
Me siento mejor al instante y empiezo
a sentir un olor a un delicioso pescado. Contemplo entonces que, en la mesa,
hay pescado frito con verduras. Pienso que todo es demasiado bonito para ser
verdad. No obstante, estoy hambrienta y llevo días sin comer. Así que, de todas
formas si no lo comiera también acabaría muriendo. Me arriesgo a comer aunque
pueda contener veneno.
Pero no lo tiene, la comida era
deliciosa. Ahora que he comido, bebido y dormido estoy más fuerte y me pongo
alerta. Sé que el motivo de que esté aquí tiene que ver con el hombre que vi
acercarse a mí tras luchar con aquella mujer. Deduzco que puede tratarse de un
aliado, otro no se habría tomado tantas molestias en salvarme. Aun así, cojo mi
espada, que está situada al lado de la cama junto a mis restantes armas y
desenvaino cuando oigo pisadas acercarse.
Se escuchan voces y entran por la
puerta cinco personas que, aunque no parecen impresionados por verme, dejan de
hablar cuando entran.
—Se ha despertado —comenta un joven
de unos veinte años. Es alto, de cabello rubio pajizo y tiene la cara repleta
de granos.
—Os dije que tenía agallas —replica
con voz queda el mayor de todos. Lo reconozco, es el hombre que me ha
rescatado. Con mi estado en aquel momento no había reparado en que es casi un
anciano. Su cabello corto y su barba son canosos pero muestra fortaleza y
firmeza en su porte con marcada musculatura.
Me quedo callada sin saber cómo
actuar y los sigo estudiando. Hay una mujer de mediana edad con la cabeza
rapada y cicatrices que parece dura; una joven bajita y pecosa con abundante
cabellera pelirroja y rizada; y cierra la comitiva un hombre fornido de pelo
negro y ojos oscuros.
Estoy esperando a que ataquen, pero
no lo hacen. Sigo con la espada en alto, a pesar de todo. Finalmente, el
anciano suspira y me habla:
—Entiendo cómo te sientes chiquilla.
Estabas a punto de morir de hambre y sed y estabas a punto de ser asesinada por
esa loca. Desde que has llegado a Daos no has vivido más que obstáculos y
situaciones en las que has estado al borde de la muerte. Ahora te hemos
rescatado y recelas de nosotros. Pues bien, tienes dos opciones: confiar o no
confiar en nosotros. Eres libre.
Sus palabras me dejan anonadada pero
comienzo a bajar la espada lentamente porque todo lo que ha dicho es cierto.
Decido confiar en ellos. Es mi mejor alternativa para seguir con vida.
—Mi nombre es Paolo —se presenta el
anciano—.Voy a dirigir a un grupo que escape de Daos y llegue a Hafix. He
decidido que te quiero en ese grupo. Te ayudaremos a salir de Daos.
9
Decido confiar en este grupo porque
lo veo como mi billete a salir de Daos. Meditándolo me doy cuenta de que no
están mintiendo. No tienen ningún motivo para quererme muerta y, si así fuera,
ya han tenido oportunidades de sobra de matarme. Tampoco quieren mis armas, si
no ya las hubiesen cogido cuando estaba inconsciente. Parece que es cierto que
han formado un grupo para salir de aquí, cosa que no me extraña; ¿quién no va a
querer salir de Daos? Así todo tardo en confiar en ellos pero los voy
conociendo, ya que me cuentan sus historias.
Ian es el hombre fornido de treinta y
cinco años. Es un fanfarrón y gruñón que es un brujo con un poder leve: paralizar
objetos en vuelo. Vivía en Lanan y consiguió ocultar durante toda su vida que
era brujo. Incluso llegó a entrar en el ejército, lo que lo hace un gran
componente en el equipo debido a su fuerza y habilidades de guerra.
Descubrieron hace dos años que tenía ese poder y, entonces, huyó a Daos. Lleva
aquí año y medio y ha pasado por todo tipo de peligros. A pesar de su imagen de
prepotencia, es fácil llevarse bien con él.
Rober también es brujo y tiene
veinticinco años. Aparentemente es frágil pero es muy inteligente y
planificador. Paolo afirma que hasta planifica cuando va al baño. Vivía en
Lanan pero se tuvo que enfrentar a todas las penalidades que conlleva ser brujo
en ese continente hasta que no pudo más y mató a todos los que lo maltrataban
por tener poderes. Desde entonces lleva en Daos año y medio. Es tímido y
retraído pero ofrece a todos palabras amables.
Katerina tiene cuarenta años y, al
igual que Rober e Ian, también vivía en Lanan. Allí, pertenecía a una guerrilla
que luchaba contra la desigualdad y contra el presidente. Esta revelación me
sorprendió porque no tenía ni idea de que había guerrillas en contra de la
autoridad en Lanan. Seguro que Dani lo sabía pero no quiso decírmelo. Katerina
es la que más me gusta de la camarilla. Es dura pero cuando te escucha y te
mira se siente como te comprende y se pone en tu situación.
Sele es la más joven ya que tiene
veinte años. Vivía en Hafix. Se crio toda su vida en un orfanato hasta que se
escapó de él y comenzó una vida de pilluela y delincuente, cometiendo robos y
timos. Al fin casi la atrapan y entonces huyó a Daos. Ha cogido confianza
conmigo muy rápido. Me hace su confidente de secretos y bromea conmigo de una
manera que hasta resulta incómoda. Los demás dicen que ha sobrevivido gracias a
sus dotes de manipulación. Por lo tanto, decido no fiarme mucho de ella porque
no sé si realmente me quiere como su amiga o quiere obtener algo de mí.
Paolo es el líder del grupo pero él
parece no querer contar su historia. Lo único que sé de él es que tiene sesenta
años y lleva diez en Daos. Eso le convierte en el líder idóneo porque sabe de
sobra como sobrevivir aquí.
Durante los siguientes días me
recupero. Paso el rato con mis nuevos compañeros y los voy conociendo aunque
todavía no acabo de confiar del todo en ellos. Quieren que les cuente mi
historia. Aunque no me lo preguntan directamente hacen comentarios y lanzan
indirectas pero yo prefiero no contárselo aun.
La cabaña está situada al lado de un
arroyo donde nos bañamos por turnos y pescamos pescado para freír en la
hoguera. En ocasiones, Paolo se adentra en el bosque del oeste, en el que yo
decidí no entrar; y vuelve con alguna presa que ha cazado, como aves o conejos.
Paolo me recuerda que hice bien no tomar ese bosque aunque se pueda encontrar
comida en él porque, además de las fáciles presas de caza, a medida que te
internas en él también encuentras fieras y monstruos dispuestos a atacarte y
devorarte.
La noche antes de la partida me
escapo de una pequeña fiesta que hemos organizado. Sele baila mientras Rober
toca un tambor improvisado. Antes, se han puesto a alardear de sus dotes de
lucha. Me pidieron que mostrara las mías pero me he negado fingiendo dolor de
cabeza y decidí entrar en la cabaña. Nadie me lo ha impedido pues aun hace
cinco días que me rescataron y suponen que debo de seguir débil, aunque en
realidad ya estoy como una rosa.
Me siento en la mesa de madera y
devoro restos de conejo que han sobrado de la cena. Veo que la puerta se abre y
entra Paolo, que se sienta a mi lado.
—No has querido demostrar tus
habilidades de lucha. Eso me hace pensar que eres o muy mala o muy buena. Me
inclino por lo segundo porque aún recuerdo como mataste a esos dos locos con
los puñales.
Típico de Paolo. Soltar lo que piensa
sin reparar en lo que le pueda parecer a otra persona.
—Ayudaría que me contases tu historia
—añade con voz tranquila.
Inspiro hondo y por fin decido
contarle a él lo que me ha ocurrido y porqué estoy aquí.
—Ha sido una completa estupidez —dice
finalmente, cuando termino mi relato—. Pero el amor nos hace cometer
estupideces.
—Quiero salir de Daos y encontrarlos,
Paolo. ¿Y tú? ¿Cuál es tu historia? ¿Cómo has logrado sobrevivir diez años en
este infierno?
Se lo espeto a la defensiva y también
para cambiar de tema.
—Aun no quiero contar mi historia.
Pero, en respecto a la segunda pregunta, no ha sido tan difícil sobrevivir
aquí.
—¿Ah, no?
— La supervivencia en Daos no se
diferencia tanto de la supervivencia rutinaria en cualquier lugar. Todo el rato
estamos expuestos a peligros: las llamas de la chimenea, los cubiertos
afilados, las alturas, los vehículos de la calle etc. Todos ellos pueden ser
mortales pero estamos acostumbrados a esquivarlos. Para mí sobrevivir en Daos
no ha sido mucho más diferente que ello. Para otra gente es más mortal porque
tienen miedo y el miedo es una emoción paralizante y destructiva.
Asiento a lo que me cuenta y asimilo
sus palabras. Me parece increíble como resta importancia a todos los peligros
que hay aquí e intento tomar nota para poder salir de aquí.
—Si tuviera que apostar por alguien
apostaría por ti —me espeta con voz queda.
—¿Por qué? —Pregunto, sorprendida—.
Los demás están muy bien preparados.
—Tú seguro que más, aunque no quieras
demostrarlo. Todos estáis desesperados, como todo el mundo que entra en Daos.
Pero dentro de tu desesperación hay esperanza. Sueñas con salir de aquí no para
salvar el pellejo, sino por la esperanza de reunirte con tus seres queridos. Te
guía el amor, una emoción que suele morir en Daos y será una fuerza que te guíe
aquí, por muy tópico que pueda aparecer.
Me rio amargamente.
—¿Algún consejo para sobrevivir aquí?
—Sí, pero como eres una persona con
principios no creo que sean de tu agrado.
—Da igual, dispara.
— Sobrevivir significa
saber dejar de lado a tus aliados cuando es preciso, obedecer órdenes que no
nos gusten, velar por tus propios intereses y dar puñaladas a la espalda si es
necesario.
Me quedo callada porque Paolo tenía
razón, va contra mi educación y principios llevar a cabo esos consejos. Él me
mira escrutadoramente como si hubiese adivinado mis pensamientos.
Finalmente, antes de dejarme vencer por el sueño que
precede a la partida, les cuento a todos mi historia; que me hacen mil preguntas, sobre todo porque mi hermano
es famoso y nos preparamos para el viaje para salir de Daos.
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