De verde esmeralda y frío dorado sus poderes entre
esperpento.
A la princesa maldijo la bruja de la sociedad y el dinero.
En una celda de apagados barrotes y de su voz en tan sólo un
momento
Privándola a la anciana democracia helena en el hierro.
Dictadura psicológica y de los grilletes de los billetes. De
lo encubierto.
Con un piano por compañía, los en apariencia pálidos y delicados
dedos
por fuera, más de
duro diamante e inquebrantable mármol por dentro
Rozaron las teclas y surgieron las notas. Las palabras
anhelaban con fuero
la melodía y
descubrió que cantar podía. Fuerte como acero.
Así, palabras y música, amantes, olvidaron su agonía. Y de
la hiel veneno.
Cantó la princesa a la fraternidad de las gentes que la
quisieron.
A la justicia de los inocentes. A la igualdad de sus
súbditos y adeptos.
Y de paz y amornía por amor unidos su deseo.
Cantó para los oídos que escucharla anhelaban. A pieles
privadas sin consenso
De su tacto. A labios sellados. Al olfato de las rosas ya
olvidado y zalamero.
En amor y pasión las palabras y las notas se fundieron.
A un mundo podrido. Hacia el amor desinteresado que no
espera reflejo.
Dos palabras: alma amiga. Y cantó la princesa acordes
ardientes de fuego.
Torrentes de canciones de agua y lluvia y de estragos sus
aguaceros.
Vendavales de melodías en el desierto. Y cuales terremotos
conciertos
Que de la tierra hizo temblar de explosión de inspiración sus
cimientos.
Música que resuena del genio creador como un placentero
sueño
Llegando a sus aliados, sus partidarios del tirano
prisioneros.
Alentándolos la incandescente antorcha de esperanza de luz
agujero.
Y derrocar al tirano y de su plan de esclavitud intento.
Letras y acordes usurpando ungüentos del embrujo se unieron.
Cual rayo, cual relámpago, cual choque, cual trueno.
Entre gente contaminada resuenan de los solitarios cánticos
su eco,
De oasis de personas de consciencia, grandes valores y
pensamiento.
Se lee en su voz alzando su discurso en sintonía entre
rumores austeros,
Peligroso mas inofensivamente ofensivo de energía y poesía
sin miedo.
Armas más letales que afiladas hojas de dagas, los
instrumentos.
Agonizaban las hiedras y espinos que su celda custodiaban entre
lamentos.
Con firme ética y principios ilesos apuntando al sol
directos.
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