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21
El plan B me parece tan absurdo que
tengo que hacer grandes esfuerzos por no decirles que me parece una estupidez.
Huir en la barca en la que hemos venido desde Hafix. Y todo esto, teniendo en
cuenta que deberíamos atravesar un campamento enemigo con soldados. De acuerdo
que la mayoría estarán en la batalla, pero de todas formas deberían haber
elaborado un plan mejor.
Me duele la cabeza y salgo de la
tienda, excusándome con que necesito tomar el aire. Lo cierto es que lo que
realmente quiero es estar sola. Sin embargo, cuando llego a donde se encuentra
Tom leyendo me distraigo.
—Y, para finalizar, os leeré una cita
de un escritor proscrito de Lanan —dice Tom ante los rostros concentrados de
sus espectadores—. “El hombre quiere jugar a ser Dios, pero la mayoría de las
veces juega a ser demonio y, en lugar de crear un paraíso, crea un infierno”.
Sus palabras son seguidas de un
silencio reflexivo al que le sigue un gran aplauso.
—Tom, eres un héroe —le digo,
orgullosa, mientras el resto de soldados despejan la hoguera.
—Yo no. La literatura es la verdadera
heroína. ¿No te lo he dicho siempre? No subestimes nunca el poder de la palabra
y de los libros.
Río porque es cierto. Tom siempre ha
sido un ávido devorador de libros y, en parte, es gracias a él que yo también
lo soy. Al menos, lo era.
—Ve a la tienda de mi hermano,
quieren verte —le digo—. Y diles que he ido a dar una vuelta.
Tom se encamina entusiasmado a la
tienda y yo tomo el camino opuesto. Camino sin reparar a dónde me llevan mis
pasos. Cruzo la explanada de tierra, rodeada de tiendas de campaña, intentando
no pensar en nada y despejar la mente. Finalmente, llego a la costa y no puedo
seguir avanzando. Decido sentarme en la orilla.
La noche es apacible. Aunque se
asoman algunas nubes, las estrellas relucen en el firmamento y la luna me
hipnotiza con sus destellos sobre las olas. No puedo evitar recordar el día en
que decidí partir a Daos, y empezar esta aventura. Nunca pude haber imaginado
las repercusiones que tendría. Y aquí estoy, con mis objetivos conseguidos pero
embarcada en una de las misiones más importantes de los últimos tiempos.
No logro quitarme de la cabeza el
pensamiento de que he pasado mucho por ver a Dani, Marc, Pedro y Tom con vida
para que mueran ahora. Pero, por otro lado, también reparo en que entre mis
objetivos iniciales también se encontraba el de, al menos, verlos antes de
morir y, si fuese necesario, morir con ellos. Al fin y al cabo, puede que así
sea.
Permanezco unos instantes
reflexionando, con la vista fija en el océano. Oigo a unos soldados en la
costa, cerca de mí, pero no me molestan. Al final, siento que alguien se acerca
a mí y resulta que reconozco que es Pedro en cuanto está a escasos metros de
mí.
—¿Me buscabais? —Pregunto.
—Sí, te buscan, y yo sabía que te
encontraría aquí. Pero no te voy a hacer volver hasta que estés lista.
—Gracias —musito.
Pedro se sienta a mi lado y se une a
mí, observando el mar.
--No quiero imaginar lo que has
vivido. Daos debe ser un lugar aún más terrible de lo que cuentan.
—Lo es —afirmo.
—Pero debes seguir adelante —dice
Pedro, mirándome con firmeza—. Mi consejo es que nunca te rindas, que nunca
frenes el avance de tu vida. La vida es blanco y también es negro. Cada día es
como un nuevo lienzo en blanco que debemos pintar a nuestro gusto con las
pinturas que nos toquen. Porque, digan lo que digan, somos dueños de nuestro
destino, aunque tengamos que sortear obstáculos. No dejes que el día acabe sin
haber sido un poco más feliz y sin haber dado un paso para cumplir tus sueños—.
Escucho a Pedro, absorta—. Has sufrido mucho pero todos aquí hemos sufrido. Yo
mismo me incluyo. El truco es nunca rendirse ni dejarse vencer.
Termina su discurso con su gran sonrisa.
Pedro en estado puro. El infatigable joven que siempre está ahí, tanto en los
buenos como en los malos momentos para animarte y sacarte una sonrisa. Lo ha
conseguido, su sonrisa se contagia en mi rostro.
Miro a lo lejos. Me parece curioso
como las cosas desde lejos parecen más pequeñas, como el barco que se acerca
rápido desde el horizonte. Como los problemas, cuando los ves desde lejos
parecen mucho más insignificantes que si estás cerca de ellos. Entonces, mi
corazón da un vuelco y reparo en algo que había obviado. ¿Un barco?
Pedro y yo intercambiamos miradas de
alarma. Lo soldados que armaban ruido por los alrededores se acercan a nosotros
y el barco avanza tan rápido que calculo que no le quedará ni un minuto para
atracar en el improvisado muelle. ¿Qué significa esto?
Cuando me doy cuenta de que debí
haber echado a correr en cuanto vi a los hombres acercarse, es demasiado tarde.
Reparo en que salen de otro barco que hay a lo lejos en el que no me había
fijado. Por lo tanto, deben ser nuevos atacantes de Lanan en Hafix. Solo que
estos han logrado sobrevivir, no como sus compañeros. Y resulta que yo tengo la
apariencia de una de sus compañeras muertas.
Estoy en un gran lío.
Doy un respingo cuando uno de los
hombres me ve y da un golpecito a un compañero para después señalarme.
—Vámonos de aquí despacio y
disimuladamente —me dice Pedro con fría calma.
Lo obedezco temerosa. Si me han
reconocido, es decir, a la mujer de la que tengo apariencia; todo se habrá
estropeado. Y con horror, así es.
—¡Helena! —Grita un hombre con voz
ronca.
—Es Helena, está viva, no me lo puedo
creer —lo apoya otro.
Pedro y yo seguimos caminando,
ignorándolos. Bajo tanto la cabeza para esconderme que no me extrañaría
estamparme contra el suelo. De pronto, siento una mano en mi hombro que me
agarra bruscamente y me hace mirarlo a los ojos.
Un hombre con barba y melena
desgreñada sonríe mostrando una hilera de dientes amarillentos y ríe al verme.
—Es igual que Helena. Pero no creo
que sea ella. Yo la vi morir —comenta divertido a sus camaradas, que se acercan
a nosotros—. ¿Es un truco de magia de Hafix, impostora?
—Es ella, de verdad —interviene
Pedro, duro.
—No te creo —le espeta el hombre—. A
la verdadera Helena la he visto morir.
Me doy cuenta de lo desesperado que
está Pedro en cuanto ataca a los hombres. Permanecen desconcertados unos
instantes pero, finalmente, entre todos lo inmovilizan.
—¿Tú no eres el amiguito del gran
Dani? —Pregunta otro hombre, mientras lo tienen cautivo.
Pedro me mira y mueve los labios
diciendo de forma muda “corre”. En lugar de hacerle caso permanezco mirando una
espada de uno de los hombres. Desgraciadamente, se dan cuenta.
—Intenta algo, bruja y mataremos a tu
amigo.
Me quedo quieta intentando pensar en
una alternativa para poder escapar de esta situación. Quizás Pedro perdió los
papeles y atacó antes de tiempo. Quizás podría haberlos convencido…
—El amiguito de Dani un traidor
—gruñe con gesto triunfal el hombre de dientes amarillos—. Al presidente Conan
le encantará que se lo contemos. Nos estará muy agradecido…
—Sí, quizás nos suba de puesto —lo
apoya otro riendo.
—Roman —gruñe el mismo hombre, que
debe ser el líder—. Ve con Michel a contarle al presidente lo que hemos
descubierto.
—Pero, Luigi, el presidente debe
estar ocupado —contesta Roman azorado.
Estamos perdidos, como el presidente
Conan se entere, le podemos decir adiós al plan y a nuestras vidas.
—Dile que es muy importante, seguro
que te escucha —insiste Luigi.
Miro a Pedro y me sorprende ver que
no ofrece resistencia. Entonces, lo comprendo, está preparando una estratagema.
Quiero ayudarlo y, a la vez, confiar en que consiga pensar en algo que nos
saque de esta. Si al menos pudiera contactar con Dani y los demás…
Los dos hombres se internan en el
campamento para hablar con Conan; mientras tres personas que desembarcan del
barco recién llegado se unen a nosotros. Son dos mujeres de avanzada edad y un
hombre más joven.
—¿Vais a contarnos cuál era vuestro
plan? —Pregunta con tono prepotente Luigi.
—Más quisieras —digo desafiante.
Emiten silbidos.
—¡La impostora quiere jugar! —Grita
Luigi. Aunque parece que lo he descolocado, parece más nervioso—. Está bien, si
no quieres colaborar…
Pero nunca sabré qué más quiso decir
porque Pedro logra zafarse de sus captores y lo golpea en la cabeza de tal manera
que cae inconsciente al suelo. Aprovecho la oportunidad y agarro dos espadas;
una para mí y la otra se la doy a Pedro; y apuntamos con ellas a los restantes
soldados. Sin embargo, ya estamos perdidos. Conan se enterará y nuestra mejor
opción será escapar antes de que nos capture.
—Intentad algo y os atravieso
—amenazo muy firme.
Pedro y yo contra casi una decena de
soldados. Sé que puedo con ellos pero estoy esperando a que alguien dé el
primer paso, la señal del inicio de la refriega. Nos sumimos en un silencio
solo interrumpido por nuestras aceleradas respiraciones y el sonido de las olas
rompiendo en el muelle.
De pronto, rápida como una centella,
aparece una nueva figura envuelta en las sombras. Se mueve con una velocidad
sobrehumana y, con movimientos soberanos, acaba con todos los soldados
contrincantes sin apenas darles tiempo a reaccionar.
Dani ha llegado.
—¡Van a avisar a Conan! —grito
histérica, cuando todos nuestros atacantes ya han caído.
—He matado también a los mensajeros.
Al ver que tardabais en venir a la tienda de campaña he salido a buscaros y he
sospechado de esos dos recién llegados. Les sonsaqué la verdad y aquí estoy.
Dani se derrumba de rodillas en el
suelo. Pocas veces se lo ve tan abatido. Corro a abrazarlo.
—He matado a soldados de nuestro
bando. Ya no hay marcha atrás: ya soy un proscrito —dice estas dos últimas
palabras con dolor. Y lo entiendo, siempre ha sido el soldado más admirable del
ejército de Lanan y ahora será el más odiado y rechazado por todos. Sé que él
sabe qué hace lo correcto pero es lógico que sienta emociones contradictorias —.Además
vendrán más. El plan debe comenzar ya.
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