19
Tras la orden de Dani y sin perder un
instante, enfilo el camino hacia la tienda de campaña donde supuestamente
descansan los miembros del equipo de Hafix. Una ráfaga de aire gélido azota mi
rostro al atravesar el campamento. Mi euforia mengua y algo me devuelve a la
realidad; pues aún estamos dentro de una guerra y no está todo ganado. Sin
embargo, he conseguido mi objetivo, algo que parecía imposible hace apenas unos
días.
Al llegar, algunas miradas curiosas
se fijan en mí de gente que ya ha despertado en la hilera de camas.
Ignorándolas, me reúno con el grupo de la presidenta.
—Dani me ha pedido que os haga ir a
su tienda de campaña. Quiere unirse a vosotros —anuncio en voz baja.
—Sí que es eficaz esta muchacha —dice
Henry.
—Sabía que eras nuestra mejor baza
—la presidenta se levanta con tranquilidad, como si todo aquello fuera un
asunto rutinario y no una misión de alto riesgo.
Nos encaminamos a través del campamento
en una noche fría pero despejada, sin contar tres nubes solitarias que dibujan
figuras de mil formas interpretables en el firmamento y de las cuales se
asoman, centelleando, relucientes estrellas. Al entrar en la tienda de campaña
de Dani, se respira una tensión palpable en el ambiente.
Dani y Pedro permanecen observando a
los recién llegados; y ellos hacen lo mismo. Todos me olvidan, como si yo no
fuera más que otra pieza en este tablero de ajedrez. Al fin y al cabo, todos se
tratan de estrategas renombrados. Al final, es la presidenta quien rompe el
silencio:
—Este es el inicio de una nueva
alianza, una alianza histórica, como nunca se ha visto en los últimos cien años
—habla la presidenta con su voz suave a la vez que firme, con la barbilla
levantada y tono solemne—. Hafix y Lanan uniendo sus fuerzas por motivos nobles;
como son derrocar una dictadura y traer la libertad, democracia y justicia a un
pueblo sometido.
La presidenta tiende la mano. Mi
hermano es más de utilizar una espada que las palabras, así que se limita a
sonreír y estrecharle la mano a la presidenta de forma muy enérgica, apuntando
hacia abajo su palma de la mano, pero me percato que la presidenta al instante
coloca ambas manos de forma perpendicular al suelo y le devuelve la misma
energía. El gesto se repite con todos los miembros del equipo.
—Antes de nada quería daros las
gracias —dice Dani con los brazos cruzados—. No solo habéis salvado y cuidado a
mi hermana, sino que también me la habéis traído con vida. Os estaré siempre
agradecido —Repara en todos los presentes como si buscara algo—. ¿Quién es
Paolo?
—Yo —responde Paolo.
—Siempre estaré en deuda contigo
porque has sacado a mi hermana de Daos.
--La mocosa tiene agallas—. Paolo se
encoge de hombros—. Por mí solo hubiera sido imposible. He tratado de guiar a
su salida a mucha gente pero solo ella lo ha conseguido. El mérito no es mío.
—Miranda —. Esta vez Dani se dirige a
mí—. He hecho llamar a Tom y a Marc. En estos momentos deben estar fuera
esperando. Puedes quedarte aquí para escuchar y reunirte con ellos más tarde o
puedes ir con ellos ahora mismo. De todas formas te contaremos lo que hablemos.
Por un lado quiero quedarme, formo
parte del equipo que quiere destruir a Conan para acabar con su régimen
totalitario encubierto. Pero por otro lado me muero de ganas de verlos.
—Iré con ellos —decido finalmente.
Dani hace un gesto con la mano para
instarme a que salga y, sin pensarlo dos veces, tomo la puerta que me indica.
La penumbra del exterior, apenas
iluminada por antorchas y una hoguera junto a los rayos de la luna, semeja
fantasmagórica. Reparo que, en esa hoguera, hay dos jóvenes. Se trata de Tom y
Marc. Me dirijo a ellos sigilosamente y me siento a su lado.
Me miran perplejos y yo solo soy
capaz de regalarme la vista con su imagen. ¡Cuántas veces no los he visto en
mis sueños y pesadillas, soñando con este momento! Tom viste un uniforme blanco
no muy pulcro, como parece ser todo en esta guerra. Sin embargo, al contrario
que los demás, lo veo hasta mejor que antes. Ya no parece el muchacho
asustadizo y tímido que conocía. Ahora se me antoja más seguro y decido.
—¿Traes órdenes de Dani? —Pregunta
Tom.
Marc se queda callado, mirando
fijamente mi colgante. No respondo, sino que miro a Marc tocando el colgante. Él
me devuelve la mirada como si acabase de comprender algo importante.
—No puede ser —musita, incrédulo.
—Soy Miranda, chicos.
Decido ser más cauta a la hora de
revelar quién soy que de la manera que he hecho con Dani. No quiero perder este
precioso tiempo volviéndolos locos, como ha pasado con mi hermano.
—¿Miranda? Pero… ¿qué haces aquí? ¿Y
por qué tienes ese aspecto? —Inquiere Tom.
—Es una larga historia, ¡Me alegro
tanto de veros!
Les doy un gran abrazo con un
torrente de felicidad inundando mi corazón. Ríen a carcajadas y me devuelven el
abrazo.
—¡Es increíble que estés aquí!
—Exclama Tom, eufórico—. Bueno, quiero decir… es terrible… no deberías estar
aquí… pero es fantástico a la vez…
—Deberías estar en casa, a salvo —me
espeta Marc, taladrándome con sus ojos grises. Después, me acaricia el rostro
con ternura. Veo melancolía en él. Pero, para mí, parece que no hay mejor
visión en el mundo que ese rostro y no puedo apartar la vista de él, mientras
siento sus caricias sobre mi tez.
Me dispongo a contarles todo lo que
he vivido hasta llegar hasta el campamento de Lanan. Al igual que Pedro y Dani,
no interrumpen. Sin embargo, es apreciable en ellos el asombro o incluso
admiración. De pronto, siento que me cuesta un mundo volver a repetir toda mi
historia. He revivido tantas veces los horrores que he pasado que ahora noto
que, cada vez que los repito, el miedo vuelve a mí. De vez en cuando, hago
pausas en las que los recuerdos invaden mi mente de forma tan intensa que creo
que son reales, que han vuelto. Luego me repongo y sigo hablando. Muchas veces
tengo que reprimir las lágrimas, sobre todo al recordar las muertes que he
presenciado y, sobre todo, las que he causado yo. Al final de mi relato, clavo
la vista en el suelo y recuerdo a los carroñeros lanzando a su víctima de forma
fría a las enredaderas para que la mataran.
Pero algo me devuelve a la realidad.
Marc me besa.
Entonces nada más existe. Solo
estamos Marc y yo fundiéndonos en ese beso en el que dos almas perdidas se
reencuentran. Por un instante, parece que todo ha quedado atrás, que no han
existido esas semanas de horror y nunca hemos tenido que despedirnos. Aunque el
embrujo desaparece al separar nuestros labios, la sombra de los sentimientos
que ha dejado en mí me hacen sentir mejor.
Tom está clavando la vista en una
piedra del suelo. No creo que le parezca interesante, supongo que se sentiría
un poco incómodo. Decido abrazarlo y darle un beso en la mejilla.
—¿No os enfadáis de que haya decidido
ir a Daos?
Marc toma mi mano y yo la agarro con
fuerza. Nunca más quiero soltarla.
—Las órdenes de Dani fueron venir
hasta aquí y no enfadarnos, oyésemos lo que oyésemos.
—Unas órdenes que nos parecieron
extrañas, por cierto —añade Marc.
Me rio como hacía mucho que no reía.
No es una risa amarga, es una risa feliz.
—No puedes imaginarte, Mirs, lo que
me alegra verte. Te quiero tanto. No ha pasado un instante aquí en el que no
haya pensado en ti —dice Marc con lágrimas en los ojos. Quiero decirle que
siento lo mismo. Pero estoy tan abrumada que no me salen las palabras, así que
un beso habla por mí.
—Yo también te quiero con locura —le
susurro al oído. Reparo en que no puedo contarle todo lo que he pensado de él
en este tiempo, ya que siempre temía que estuviera muerto y eso lo asustaría.
Pero al final consigo decir—: siempre he pensado en ti.
Tras una pausa en que creo que
sucumbiré de nuevo a las lágrimas, decido romper el hielo.
—¿Y vosotros? Contadme lo que habéis
hecho.
El mundo parece un lugar maravilloso
mientras los escucho. No parece que estemos en el corazón de la guerra, en el
ojo del huracán. Olvido la árida tierra y me siento en un oasis. Al fin y al
cabo, he conseguido mi objetivo, todo por lo que tanto he luchado y sufrido.
Tom consiguió librarse de luchar para
trabajar como ayudante de la enfermería. Dani afirmaba delante de otros
dirigentes que era un enclenque y solo entorpecería la batalla y que, al fin y
al cabo, era mucho más útil como enfermero. Por supuesto, todo esto era teatro.
Pidió disculpas cientos de veces a Tom de lo que decía de él. Ya que, al fin y
al cabo, tenía que salvarlo de forma creíble.
Para salvar a Marc, Dani también fue
crucial. Pero de una forma que me desagrada. Le causó un corte a Marc no muy
grave para él pero si lo suficiente para que mi hermano fuese capaz de
convencer que sería más útil al ejército como chico de los recados. De hecho,
casi no tenían a gente para esas funciones, así que los demás militares
aceptaron.
Mientras hablamos a la luz de la hoguera
permanezco agarrada a Marc. Siento que nuestra química es fuerte, incluso con
nuestros gestos estamos conectados. Si él se mueve, yo me muevo. Si yo lo miro,
él me mira. Siento que somos uno y no lamento haber tenido que pasar por
cientos de tormentos hasta llegar a este momento.
Al despuntar el alba, tengo que
luchar contra mis párpados para que no se cierren. A pesar de que no quiero que
el día llegue a su fin, el sueño me invade.
—Deberías descansar, Mirs —me dice
Marc con ternura—. Te llevaré a mi tienda para que duermas.
—No quiero —contesto bostezando y
ellos se ríen.
—Id, avisaré a Dani de dónde estás
cuando salgan. Parece que la reunión se alarga —nos insta Tom.
Había olvidado lo que estaba
ocurriendo dentro de la tienda de Dani. Es cierto que se alarga mucho. Aunque
tampoco llevamos tanto tiempo al lado de la hoguera. Ya que pisamos tierra
entrada la noche y, desde entonces, han ocurrido muchas cosas. Finalmente,
decido que debo dormir y permito que Marc me guíe a su tienda de campaña.
El amanecer dota de tonos rojizos al
cielo y los pájaros pian, anunciando la llegada de un nuevo día. Las antorchas
siguen encendidas pero el sol las eclipsa. Marc me lleva, cogidos de la mano
hasta que llegamos a su tienda. Es mucho más modesta que la de Dani pero, al
menos, puede permitirse tener una propia, aunque sea pequeña. Marc me conduce
con delicadeza a su cama y me arropa con dulzura.
—No me dejes sola —digo, con una voz
que suena infantil. En el fondo tengo miedo de dormirme y despertar, siendo
todo esto un sueño. Además, los recuerdos de Daos asaltan mi mente de vez en
cuando sin que pueda controlarlo. Tengo miedo de que vuelvan.
—Jamás —responde con suavidad,
mientras se tumba a mi lado y me envuelve con sus fuertes brazos—. Me quedaré
aquí hasta que despiertes y mucho más. Siempre estaré aquí para ti.
Nuestras manos se entrelazan
agarrando mi colgante, su regalo. Por fin tengo a la luna a mi lado, tras un
largo día de sol infernal. Y, con este pensamiento, me rindo al sueño.
20
Esta noche, mi mente me ha hecho un
regalo. He soñado con mis padres. Era extraño, los tenía frente a mí y quería
hablarles pero no era capaz de articular ninguna palabra, mientras que ellos me
decían que me querían. Después, volví a soñar con horrores de Daos y me
despierto gritando.
Lo primero que pienso cuando abro los
ojos es que no sé dónde estoy. Marc sigue abrazado a mí y me acaricia el
cabello mientras me sisea para calmarme. Vuelvo a la realidad y observo
extrañada la tienda de campaña en la que estoy. Miro hacia todos lados y puedo
ver por una pequeña ventana que está anocheciendo.
—Estás aquí —logro decir mientras
vuelvo a reparar en Marc y me siento la persona más afortunada del mundo por
tenerlo a mi lado—. ¿Cuánto tiempo llevas aquí?
—Todo el día —responde antes de darme
un beso en la mejilla.
—Debió ser aburrido —afirmo y le
devuelvo el beso—. ¿Llevo durmiendo todo el día?
—Sí, bella durmiente. Hasta ya me he
acostumbrado a tu nuevo aspecto. De todas formas, en lo esencial no has
cambiado. Sigues teniendo los mismos gestos y forma de moverte.
—No durará mucho.
Fijo mi vista en la ventana y, de
repente, me doy cuenta que la tienda me recuerda mucho a la cabaña que Paolo
tenía en Daos. Vuelvo a recordar el sueño que he tenido y tengo que reprimir
las lágrimas. Al fin y al cabo, reparo en que echo mucho de menos a mis padres.
¿Cómo serían las cosas si no hubieran muerto, si aún estuvieran conmigo y con
Dani? Está claro que serían muy distintas pero no sé hasta qué punto habrían
cambiado. Al fin y al cabo lo mejor sería tenerlos a todos conmigo pero, de
todos modos, he tenido una vida bastante cercana a la felicidad. Sin duda,
tener a mis padres conmigo sería lo mejor, pero nunca se sabe que giros puede
dar el destino si algo sucede de forma diferente a como sucede en realidad. Sin
embargo, también me percato de que yo he sido una privilegiada hasta que empezó
la guerra y soy consciente de que formo parte de un plan para cambiar la
situación y que la demás gente no viva a la miseria y pueda tener una vida
similar a la que he tenido yo o, incluso, a la que ha tenido la población de
Hafix…
—Lo has vuelto a hacer, te has ido
—dice Marc, esbozando una media sonrisa.
Lo miro arqueando las cejas y
abriendo mucho los ojos, ya que no sé a qué se refiere.
—Desde que has llegado al campamento
te he notado cambiada. Hablas pero, de repente, te quedas callada y tienes
mirada perdida con cara de sufrimiento; como si recordaras algo terrible.
Parece que te vas de tu cuerpo y puede que así sea. Tu conciencia se va a otro
lado y pienso que debe ser a Daos. Me parece que, aunque no ha acabado contigo
cuando estabas allí, quiere perseguirte ahora con los recuerdos terribles y
acabar contigo ahora… Pero luego vuelves, y vuelves a hablar como si nada y yo
me alegro de que no sea cierto.
Miro asombrada el bello rostro de
Marc unos instantes.
—Es cierto, de vez en cuando tengo
recuerdos de Daos —asiento, pensativa—. Sabes, ¿había olvidado que eras así?
—¿Así, cómo?
—Tan fascinante —contesto y él ríe—.
Creo que he olvidado muchas cosas de casa.
—Se te ha olvidado una cosa muy
importante.
—¿Cuál?
—Tu sonrisa.
Esbozo una sonrisa forzada que se
vuelve verdadera en cuando Marc ríe.
—Así me gusta —afirma, satisfecho.
De pronto, soy más consciente de la
realidad y el momento que estoy viviendo. Estoy junto a Marc, tras haber soñado
tanto tiempo en reunirme con él y que siguiera con vida. Me regalo la vista con
su imagen, como si nunca más quisiera perder esa visión de mis ojos. Además,
también me he reunido con el resto de mis seres queridos, como llevaba deseando
desde que empezó la guerra. Todos están vivos. Sin embargo, todavía no estamos
de todo a salvo, sobre todo ahora que queremos matar al presidente Conan. Puede
que este sea el momento más peligroso de toda la guerra.
Beso a Marc en lo que se convierte
una serie de tiernos besos de amor. Quiero aprovechar estos instantes y los
vivo como si fueran los últimos. No quiero hacer partícipe a Marc de mis
pensamientos para no asustarlo pero, al final, se me escapa decir:
—Quiero besarte y abrazarte como si
mañana se acabara el mundo.
—Puede que así sea —responde él.
Tras un momento apasionado,
permanecemos tumbados en la confortable cama y noto como una sombra se cierne
sobre su rostro.
—¿Qué ocurre? —Pregunto suavemente.
—Es solo que… por fin me alegro de no
haber acudido a la batalla de los niños y haber sobrevivido.
—¿Cómo puedes decir eso? —Inquiero,
ofendida y en tono de reproche.
—Porque yo debía estar ahí. Todos
nuestros compañeros han muerto y yo he sobrevivido por suerte. Me he sentido
culpable todo este tiempo porque es injusto. Veo sus camas vacías en la otra
tienda y los echo de menos. Ellos murieron y yo vivo. Ojalá les pudiera pedir
perdón y ojalá los pudiera haber salvado. Pero ahora, por fin, me alegro de no
haber estado allí porque te tengo a ti.
Asiento lentamente e intento
comprenderlo y ponerme en su lugar. Decido que ya es hora de levantarse y que
ambos debemos despejarnos y olvidar todo lo que nos preocupa. Marc tiene razón,
no debo dejar que los recuerdos de Daos puedan conmigo y debo volver a sonreír
como antes.
—Venga, vamos a fuera —le digo con
cariño.
Nos levantamos aletargados de haber
estado tanto tiempo tumbados. Me siento con fuerzas renovadas. Dormir tanto me
ha sentado bien. Al fin y al cabo, hacía mucho tiempo que no dormía como es
debido.
Al salir de la tienda ya es casi de
noche. La luna se asoma acompañada por solitarias estrellas. Vemos frente a
nosotros un corrillo de gente, sentados alrededor de una hoguera y un muchacho,
sentado en el centro con un libro, que resulta ser Tom.
—Tom lee en voz alta lecturas de sus
libros a los soldados todas las noches —me explica Marc ante mi cara de
asombro.
Nos sentamos con ellos y Tom me guiña
un ojo. Noto que ha cambiado, la guerra lo ha cambiado, como a todos. Ahora
parece mucho más seguro que antes.
—Ahora os leeré un poema apropiado para
nuestra situación de Mario Benedetti, un poeta del siglo XX.
>> No te rindas, aún estás a tiempo
de alcanzar y comenzar de nuevo,
aceptar tus sombras, enterrar tus miedos,
liberar el lastre, retomar el vuelo.
No te rindas que la vida es eso,
continuar el viaje,
perseguir tus sueños,
destrabar el tiempo,
correr los escombros y destapar el cielo.
de alcanzar y comenzar de nuevo,
aceptar tus sombras, enterrar tus miedos,
liberar el lastre, retomar el vuelo.
No te rindas que la vida es eso,
continuar el viaje,
perseguir tus sueños,
destrabar el tiempo,
correr los escombros y destapar el cielo.
Sin
embargo, no tengo tiempo para escuchar todo el poema, que es increíblemente
recitado por mi amigo. Cuando lo tengo a mis espaldas me doy cuenta de quién
es, pues mis sentidos están agudizados y conozco de sobra su forma de moverse
que, aunque es sigilosa y entrenada, soy capaz de reconocer hasta dentro de una
estampida de animales.
—Miranda.
Dani te llama —me dice Pedro, poniendo su mano en mi hombro.
—¿Marc
puede venir?
—Por
supuesto.
Marc y
yo seguimos a Pedro mientras Tom continúa su lectura nocturna.
—¿Cuánto
tiempo lleváis reunidos? —Pregunto sin perder un instante, en cuanto nadie nos
puede escuchar.
—Prácticamente
todo el día. A intervalos, teniendo en cuenta todos los asuntos que Dani tenía
que resolver.
—He
perdido el tiempo durmiendo —musito cuando estamos cerca de la gran tienda de
Dani.
—Te
hacía falta descansar. Has pasado por cosas terribles últimamente.
No
respondo y soy la primera en entrar en la tienda. Allí está todo el equipo con
el que he venido: la presidenta, de pie muy recta; el general John, también de
pie con los brazos cruzados; Henry, sentado bebiendo una copa y Clarisa,
sentada al lado de Henry. Mi hermano está apoyado sobre su escritorio con los
brazos cruzados y luciendo una reluciente armadura. Me sorprende ver a tres
personas más que no conozco. Son dos mujeres y un hombre.
Reparo
en ellos, una de las mujeres tiene una melena corta de color azabache. En su
rostro destacan sus ojos ámbar que son muy grandes y una cicatriz en su
mejilla. Viste ropas de soldado y actúa como si nada de esto le importara
realmente. Me pregunto qué hace aquí entonces. La otra mujer es baja, morena
con el pelo rizo y ojos oscuros. Adivino que debe ser doctora por su uniforme.
Parece nerviosa pero firme, de todas formas. El hombre es alto y fuerte, con
una espesa cabellera rubia rizada. También es soldado y tiene aires de firmeza.
Entonces
reparo en algo muy importante que había olvidado.
—¿Cuándo
se acabará el efecto del elixir?
Todos se
miran entre ellos. Supongo que no esperaban que fuese a decir precisamente eso.
—En dos
horas, Miranda —responde John—. Pero tenemos más elixir para nosotros. A ti ya
no te hará falta. Dani se ha inventado una coartada por si alguien te reconoce.
Aunque, de todos modos, no conviene que te dejes ver demasiado.
Asiento
con la cabeza.
—No sé
qué hago aquí —me dice Marc en voz baja. Lo veo cohibido e impresionado.
—Piensa
que es una forma de compensar por no haber estado en la batalla. Sé que eso te
importa —le digo en susurros, intentando que se sienta mejor. Él me sonríe
nervioso.
—Supongo
que querrás conocer el plan, Mirs —dice mi hermano con paciencia.
—Sí.
¿Cuál es el plan?
Me choca
verlos a todos juntos. La alianza que pretende cambiar todo un sistema se ha
creado muy rápido.
—Para
empezar, esperaremos hasta que se produzca la próxima batalla para realizar el
plan —comienza a decir Dani—. En ese momento partirán la mayoría de los
soldados que hay en el campamento; con lo que tendremos el terreno más
despejado y menos posibles atacantes si nos descubren.
—Pero…
—interrumpo—. ¿Conan no irá a la batalla?
—Digamos
que prefiere quedarse a salvo en su pequeña fortaleza mientras los demás mueren
por él —interviene la mujer de cabello corto con desprecio.
—¿Y tú
irás a la batalla? —Le pregunto a Dani.
—Desertaré,
pero de una manera que me descubrirán tarde. Aunque no descubran que intento
matar a Conan, en cuanto sepan que he desertado para la batalla, seré un
proscrito.
—Y yo
también, porque haré lo mismo —afirma Pedro.
—Después Henry intervendrá en
el mecanismo de defensa mágico que rodea la fortaleza de Conan, a la vez que
modificará la señal de las cámaras para que sea sólo nuestra —dice la
presidenta.
—¿Conan se protege con
magia? —Interrogo, incrédula.
—Como puedes ver sí.
Nunca ha destacado por su moralidad y coherencia por lo que me habéis contado—.
Es Paolo quien habla. No había reparado en que estaba en la tienda. Veo que
está mucho mejor que antes. Ha recuperado color y ha ganado peso.
—Luego toca entrar. Como
la protección y el inhibidor de magia estarán desactivados, nos
teletransportaremos a la entrada del refugio de Conan —prosigue la presidenta,
impasible y poco impresionada—. Seremos pocos. Los suficientes para poder
llevar a cabo el teatro…
—¿Teatro?
—Dani se hará pasar por
aliado de Conan —continua el general John—. Conan confía en él, así tendremos
una oportunidad para que abra la puerta y podamos entrar unos cuantos. Seremos
Dani, Pedro, Henry, la presidenta y tú.
—¿Yo?
—Diablos, ¿esta muchacha
siempre hace tantas preguntas? —Dice Paolo, poniendo los ojos en blanco.
—Desde que nació
—responde Dani sonriendo. Parece que se lleva bien con Paolo—. Eres fundamental
Miranda.
—Eres la mártir que ha
pasado de todo por culpa de la guerra. La niña prodigio que ha conseguido
atravesar Daos y llegar hasta aquí. La que ha alertado al gobierno de Hafix
—dice la presidenta.
Me resulta absurdo. Yo no
me considero ninguna mártir. Hasta mis logros, si es que se pueden llamar
logros, suenan mejor de su boca que de la manera en que pensaba yo. De todas
formas, me limito a decir:
—¿Qué queréis que haga?
—Dar tu testimonio por
las cámaras, además de ayudarnos a luchar contra Conan—, responde Dani—. Al fin
y al cabo, eres de las mejores guerreras que hay en Lanan, si yo mismo te he
entrenado.
Me
encojo de hombros.
—Supongo que lo siguiente
será el asesinato de Conan.
—Ante las cámaras. Soy
capaz de sobra —. Dejo escapar una sonrisa. Dani y su fanfarronería. No
obstante, es cierto—. Además, saldremos la presidenta, tú y yo por las cámaras.
—Que será retransmitido
por todo el planeta —concluye John.
—Y esperáis que saldrá
bien… Le veo mil lagunas…
—Es lo mejor que tenemos
y estoy dispuesto a luchar por ello —afirma Dani, contundente.
—Todos lo estamos —lo
apoya la presidenta.
—En la guerra hay que
estar dispuesto a morir por una causa mayor a nuestras insignificantes vidas
—dice el hombre de cabello rubio rizado.
Me quedo callada
meditando sobre este plan. Parece bien pensado y parece tener muchas
oportunidades de tener éxito; pero, por otro lado, es muy arriesgado. Esta
gente me parece una suicida. Sin embargo, ¿no lo he sido yo, adentrándome en
Daos? Además, tienen razón. La causa lo merece. Si no habría que volver a Lanan
tras haber muerto miles de personas inocentes para reanudar la vida de
injusticias en la dictadura de Conan. Podríamos huir a Hafix y ser felices,
pero mucha gente pagaría las consecuencias, todos aquellos que permanecieran en
Lanan o que lucharan en la guerra.
—¿Quiénes seremos? —Digo
finalmente.
—Cuantos más mejor. Todos
los que estamos aquí y seguiremos intentando reclutar a gente de confianza. Hoy
hemos convencido a Daria, Amalia y Robin —contesta Dani señalando a los
desconocidos, que saludan con secas cabezadas—. Marc, ¿Tom y tú estarías
dispuestos a participar?
Siento una jarra de agua
fría en mi cuerpo mientras Marc responde:
—Por supuesto, sería un
honor.
—De eso nada —intervengo,
rotunda—. No he cruzado Daos para perderos a todos ahora.
—¿No decías que serviría
para compensar no haber ido con mis compañeros a la batalla? —Me espeta Marc,
ofendido—. ¿No me crees capaz?
—Claro que eres capaz.
Pero la idea de perderte…
—Estará más seguro con
nosotros que aquí —me interrumpe Dani—. Si nos descubren, irán rápidamente a
por él y Tom. Los tomarán como rehenes para chantajearnos. Además, no nos
podríamos permitir ceder.
Sus palabras me dejan
helada. Ha querido decir que los dejarían morir antes de llegar a un acuerdo
con Conan.
—Por ello es mejor que
vengan. Los pondremos a vigilar con otros soldados expertos. No entrarán en el
meollo de la batalla a no ser que nos podamos permitir no tener a nadie
montando guardia —dice el general John.
Me rindo y asiento.
—De acuerdo. ¿Cuándo será
la próxima batalla de la guerra?
—En cuatro días —contesta
Dani.
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