22
Debemos deshacernos de los cuerpos
así que los tiramos al mar. Después salimos directos a la tienda de campaña de
Dani. No podemos correr porque levantaríamos sospechas. En lugar de eso,
caminamos con paso apurado atravesando el campamento. La noche está
aparentemente tranquila y todavía se ve a algún soldado paseando que aún no ha
entrado a dormir en su correspondiente tienda.
Mi corazón palpita muy rápido y en mi
mente solo pienso en huir de aquí. Si el
plan ya me parecía descabellado antes, ahora me parece una misión suicida y sin
apenas probabilidades de éxito. Creo que deberíamos huir todos, aprovechando
que todo está en calma y disponemos de tres barcos en el muelle. Quiero
gritárselo a Dani, ya que en estos momentos no soy capaz de intentar decir algo
sin gritar, pero sé que no puedo. No podemos levantar sospechas si queremos que
todo salga bien.
Nubes solitarias aparecen en el cielo
ocultando, de vez en cuando, la luna haciendo que reine la penumbra en el
ambiente apenas iluminado por antorchas. Al llegar a la tienda, ahí están todos,
que hasta parecen aburridos. Se quedan mirándonos cuando llegamos y
rápidamente, se ponen alerta al vernos sudorosos, intranquilos y con manchas de
sangre.
—¿Qué ha ocurrido? —Pregunta con una
inquieta serenidad la presidenta.
Dani cuenta todo con fría calma, pero
aun siendo visible su abatimiento. Al finalizar su relato, todos permanecen
unos instantes en silencio. Me acerco a Marc, que pone su brazo sobre mis
hombros para tranquilizarme.
—Ha llegado el momento de nuestra
misión —concluye, finalmente, la presidenta.
—O de huir —intervengo histérica—.
¡Es imposible que salga bien!
—Lo votaremos —decide la presidenta—.
Aquellos que estén a favor de realizar el plan que digan “si”. Los que estén en
contra que digan “no”.
Pongo los ojos en blanco, impaciente.
—No podemos perder el tiempo
—insisto.
—Luchamos por una democracia,
Miranda. Como tal, debemos elegir lo que haremos como se hace en una
democracia. ¿O es que quieres imponernos tus decisiones?
No digo nada. Me limito a cruzar los
brazos y contemplo, horrorizada, como todos van diciendo que “sí”; uno a uno.
Así que acabo pensando que no puedo resistirme y oponerme a todos. Si todos
deciden realizarlo será porque realmente es necesario y, de hecho, lo es. Es la
única oportunidad que tendrá el mundo para acabar con la injusticia y crueldad
de la dictadura de Lanan. Y, de todas formas, así lo he elegido: morir con mis
seres queridos. Al menos, la decisión de llevar a cabo este plan es lo que me
ha traído hasta ellos. Así pues, ante el asombro de todos, contesto:
—Sí.
—Bien. Iremos —concluye la
presidenta.
—Es cierto de que casi no tenemos
probabilidades de salir con vida —interviene Amalia. La soldado de cabello
corto, color azabache.
—Necesitamos una nueva estrategia
—dice Pedro.
—Que la vista de Conan esté en otro
lado y no en nosotros —añade Dani, pensativo.
—Una maniobra de distracción
—responde Paolo. Dani lo mira con aprobación. Sigo pensando que estos dos se
entienden muy bien—. ¿Qué se os ocurre?
—Fingiremos que los barcos provienen
de soldados de Hafix, que Hafix está atacando —contesta el general John—. Yo
mismo iré en cabeza.
Entonces reparo que el elixir ha
dejado de hacer efecto y cada uno vuelve a tener su verdadera apariencia
física. Miro mis manos y me alegra reconocerlas como mías.
—Bien pensado, general —lo apoya
Paolo—. Pero no sería creíble que el mismísimo general de Hafix atraque en el
campamento de Lanan en un pequeño barquito de madera… Yo sí puedo ir. Soy de
Hafix y soy brujo. De mí no sospecharían una trampa.
—Tarde o temprano sospecharán de una
trampa pero nos dará tiempo —afirma Dani.
—Me ofrezco voluntaria —dice con voz
firme Clarisa—. También soy de Hafix.
—Yo lo haría —interviene Henry—.
Pero…
—Te necesitamos para captar las
señales de televisión y deshacer el inhibidor de magia —dice tranquila la
presidenta.
—Me apunto, aunque yo no sea de Hafix
—dice Amalia.
—Bien, con uno más supongo que llegará
—tercia Paolo con voz queda.
—Yo —finaliza Robin.
—Tened claro que lo más probable es
que os capturen —les dice Dani—. No creo que os quieran ver muertos tan pronto,
antes intentarán sacaros información. Pero siempre podéis huir en el barco.
Cosa que nosotros no podremos hacer.
—Más peligroso es lo que tenéis que
hacer vosotros —gruñe Paolo dando una manotada en el aire, como quitando
importancia a la situación.
—Coged el armamento que necesitéis de
mi tienda. Pero sed discretos, no queremos alertar a todo el campamento o
tendréis a todo un ejército encima de vosotros —aconseja Dani muy serio.
—Vendrán a buscarte, Dani —dice
Paolo.
—Me buscarán y no me encontrarán.
Para cuando averigüen donde estoy espero estar degollando a Conan.
Sin más dilaciones, nos disponemos a
partir. Cada uno a su respectivo destino. Nos camuflamos todos con ropas de
soldado y unas capas que nos tapen hasta el rostro, pero de manera que el
uniforme sí es visible. No estoy conforme con que nos acompañen Tom y Marc, que
no tienen experiencia militar pero sé que no tienen dónde ocultarse y que irán
a por ellos de todas formas.
La primera fase del plan transcurre
muy deprisa. Avanzamos rápidamente atravesando el campamento y el bosque con el
que linda. Nos sumergimos en los verdes árboles en un paraje muy tranquilo. Ni
por asomo se parece a los bosques de Daos. Pero sigo sin estar tranquila,
esperando a que en cualquier momento aparezca el peligro.
Sin embargo, no aparece y llegamos a
la fortaleza donde se encuentra el presidente Conan sin obstáculos. Está en una
árida explanada situada en un claro del bosque. El cielo nublado no permite
verla con claridad pero se visualiza que es de piedra y no muy grande, con dos
torres a lo alto. En ella hay ventanas con luces y nos disponemos a esperar.
Permanecemos en silencio,
expectantes. De pronto, diez hombres salen de sus puertas. Están ataviados con
unos uniformes militares que nunca había visto. Son de color escarlata y la
coraza los protege hasta los tobillos.
—¿Sólo irán esos diez a por ellos?
—pregunta Tom en un susurro. Se trata de la curiosidad de Tom que conozco de
sobra. Siempre tiene que saberlo todo.
—Como el ataque es leve Conan querrá
mandar a guerreros de confianza antes de alertar al resto —explica Dani,
también en susurros—. Se trata de su brigada especial y son los que nos darían
más problemas.
—Henry, es el momento —dice la
presidenta.
Henry se levanta, dispuesto, y se
dirige a nuestra izquierda. Otra vez debemos esperar a que llegue la señal de
Henry de que las cámaras están conectadas a la red de televisión de Hafix y que
el inhibidor de magia está desactivado.
Todo parece durante la siguiente
media hora muy tranquilo. Sin embargo, nosotros permanecemos quietos en
nuestras posiciones sin hacer ruido ni mediar palabra. De repente, un soldado
de la brigada especial llega a la fortaleza y otro sale de la puerta.
—Eran atacantes de Hafix. Todos
muertos menos un viejo —le dice.
Me da un vuelco al corazón. Todos
muertos… El superviviente está claro que es Paolo. ¿Quién si no? Él es un eterno
superviviente. Haber pasado tanto tiempo en Daos lo demuestra. Dani tiene que
taparme la boca para que no diga su nombre, que casi se me escapa. Pero no dejo
de pensar que el resto han caído. Ellos lo tenían más fácil que nosotros…
entonces, ¿cómo lo conseguiremos? Vuelvo a pensar que no saldremos de aquí con
vida. ¿Y qué le harán a Paolo para sacarle información? Sé que no dirá nada
pero no quiero que le ocurra nada malo.
El soldado regresa al campamento y su
interlocutor vuelve a entrar en la fortaleza. Precisamente en ese instante,
llega la señal de Henry.
—Vamos —nos insta Dani, firme.
Todos nos cogemos de la mano para que
tanto el general John como yo nos teletransportemos, llevando con nosotros al
resto, al interior de la fortaleza. Me cuesta concentrarme pero cierro los ojos
con fuerza y visualizo cómo debe ser el interior de ese recinto. Al final,
aparecemos en un corredor de piedra con seis puertas de hierro color plata. No
creo haber sido yo la verdadera artífice del teletransporte, sino que ha sido
obra del poder del general John, mucho más entrenado que yo. Al fin y al cabo,
él nunca ha tenido que ocultar sus poderes.
Estoy muy asustada y no por mí. Desde
el principio quienes realmente me han importado han sido mis seres queridos y
hasta he arriesgado mi vida entrando en Daos por ellos, por salvarlos, por
verlos una última vez… No puedo evitar que Dani y Pedro sigan adelante, pero
por lo menos puedo intentar salvar a Marc y a Tom.
—Marc y Tom se quedan aquí, vigilando
—ordeno como si se tratara de una condición inquebrantable—. Si las cosas salen
mal huirán al muelle e irán en un barco a Hafix.
—¿Qué?
—No.
No presto atención a sus quejas, sino
que miro firme a mi hermano y a la presidenta.
—Está bien. Tienes razón —cede Dani,
taladrándome con esa mirada que conozco tan bien. Sé que me ha entendido—.
Quedaos por aquí montando guardia —les ordena—. Si no nos veis en dos horas
huid como ha dicho Miranda.
—Lo siento tanto —musito con lástima
y le doy un gran beso a Marc. Él me lo devuelve con fuerza y sé que me ha
perdonado.
—Nunca podré librarme de que dejes de
intentar salvarme la vida —me dice con cariño, acariciándome el cabello.
—Jamás.
Le doy un abrazo a Tom y me despido
de ellos, tal y como merecen. Y se dirigen hasta las escaleras del corredor
para montar guardia. Una parte de mí quiere salir corriendo con ellos y huir a
Hafix. Pero la otra se aferra a Dani y a Tom y sé que nunca me perdonaría
dejarlos luchar contra el presidente sin mí. Sin embargo, comienza a nacer en
mí el ansia de asesinar yo misma a Conan. Por su culpa he vivido toda mi vida
ocultando mis poderes, por su culpa todos mis seres queridos tuvieron que
partir a la guerra, por su culpa he tenido que atravesar Daos y casi muero en
decenas de ocasiones.
Quiero matar a Conan.
Abandono mi afán de protección y de
aferrarme a la vida y, con un nuevo y único deseo en mente, sigo al equipo
hasta una puerta que se encuentra en el fondo del corredor. A pesar de que allí
dentro es donde se encuentra el ser que más odio en el mundo, no parece hacer
alarde de que así sea. Es muy sencilla y no tiene ningún adorno en especial.
Nada ostentoso como en Lanan.
—Empieza el teatro —susurra Dani sin
apenas mover los labios.
Dani debe fingir que viene a alertar
a Conan sobre el ataque de Hafix. Como siempre ha confiado en él es nuestra
mejor baza.
—¡Señor Presidente! —Grita con voz
potente—. ¡Traigo noticias del ataque!
La puerta se abre lentamente y llega
la primera flecha. Dani la para con su mano; pero entonces, llega la segunda,
que le abre una herida en un brazo. Veo la sangre deslizarse por el brazo de mi
hermano. El corte no parece grave pero lo que realmente me alerta es el olor a
veneno.
—Dani, presidenta Laria de Hafix y
compañía —dice desde dentro una voz suave y educada que es la del presidente
Conan—. Pasad, os estaba esperando.
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