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24
Despierto aletargada. Mi vista es
borrosa y me duele la cabeza. Siento que estoy recostada sobre una confortable
cama. Después, mi vista se va aclarando pero aún me pesan los párpados. Veo que
estoy entre cortinas blancas. Y, entonces, comienzo a ser consciente de lo que
ha ocurrido.
Lo último que recuerdo es ver a Marc,
Dani y Tom muertos y yo a punto de matar a la presidenta Laria… No puede ser…
No puede ser cierto. Que no estén muertos, que sea sólo un sueño…
Reparo en que a mi lado está Pedro,
sentado en un sillón azul y durmiendo. El peso de la realidad se cierne sobre
mí. Estoy viva, he salido de la guerra con vida pero sólo Pedro ha sobrevivido
conmigo. La pérdida me abruma y estallo en un llanto desconsolado.
Lloro como hacía mucho tiempo que no
lloraba. Quizás, a medida que escapan las lágrimas, se irá el dolor. Pero no lo
hace y, a pesar de que me doy cuenta de que hemos conseguido lo imposible, no
es suficiente porque no los he salvado. Por otro lado, al menos Pedro ha
sobrevivido.
Pedro despierta y me sonríe. ¿Cómo
puede estar sonriendo? Me da un gran abrazo.
—Tranquila Mirs… No pasa nada. Ya
estamos a salvo —me intenta tranquilizar con dulzura—. Le tengo que decir a
Dani que ya has despertado.
Paro de llorar. ¿Qué ha querido
decir?
—Dani… ¿Dani está vivo? —Pregunto,
con voz quebrada por el llanto.
—Sí —responde con una gran sonrisa. Y
siento que ha recuperado su sonrisa de antes—. Él es el que ha estado la
mayoría del tiempo haciéndote compañía mientras estabas inconsciente. Se curó
muy rápido porque en cuanto llegaron los soldados de Hafix le inyectaron el
antídoto. Ahora está ocupado pero, cuando sepa que has despertado, vendrá.
—Y… ¿Marc y Tom? —me atrevo a
preguntar, temiendo la respuesta.
—También están vivos —contesta.
Siento una gran euforia inundando mi cuerpo. Es increíble. Todo ha salido bien,
entonces—. Pero están más heridos. Aún están guardando reposo.
Quiero levantarme de la cama, quiero
saltar. Pero Pedro me lo prohíbe. En lugar de eso lo lleno de besos y sonrío
como hacía meses que no sonreía.
—¿De verdad qué están vivos? ¿No es
ninguna broma? —Pregunto, recelosa, tras el momento de euforia. Todavía sigo
sin creérmelo.
—¿Cómo iba a bromear con eso, Mirs?
—Es que es demasiado bonito para ser
verdad.
—Piensas eso porque has pasado cosas
terribles últimamente. Pero ahora todo está bien Mirs, créetelo y disfruta
porque te lo has ganado. Sin ti no habría sido posible.
Pedro trae a Dani. Está ileso, sin
contar que lleva el brazo de la flecha en cabestrillo, y radiante de felicidad.
En la vida lo había visto tan feliz. Siempre ha sido un tipo serio pero ahora
sonríe como nunca.
—Mi pequeña hermanita guerrera —me
dice cariñosamente con un beso en la mejilla—. ¿Así que lo tuyo es matar
presidentes? Primero matas a Conan y luego lo intentas con Laria —añade y
estalla en carcajadas.
Me cuenta que la presidenta nunca me
había traicionado al no contarme su plan. No se lo contó a nadie porque era la
mejor forma de llevarlo a cabo. El ejército era, precisamente, para rescatarnos
y actuar de mediadores por la paz entre los soldados de Lanan del campamento,
que estarían desconcertados por lo visto en televisión. La señal de la
televisión que activó Henry fue tan potente que todas las televisiones de todo
el planeta se activaron simultáneamente con un volumen tan alto que nadie pudo
ignorarlas. En Lanan se produjo una revolución. La mayoría de los soldados
renunciaron a servir a Lanan y, los que no, tuvieron que enfrentarse a los
insurrectos. Los rebeldes quemaron los edificios públicos y se levantaron en
revueltas con los restantes fieles a Conan.
Y, en cuanto a la presidenta, se
aseguró de dar prioridad a salvar la vida de mis seres queridos porque así me
lo había prometido y sentía que me lo debía. De hecho, el resto están muertos,
incluso Paolo. Noticia que lamento con el alma.
—Todo gracias a ti —concluye Dani.
—Quiero ver a Tom y Marc —.Tengo
mucho que asimilar. Pero creo que este no es el momento. Prefiero centrarme en
lo que, hasta ahora, ha sido mi prioridad—. ¿Dónde están?
Dani y Pedro intercambian una mirada
nerviosa.
—¿Qué? —Interrogo, porque conozco esa
mirada.
—No están del todo recuperados ni lo
bien que podrían estar —responde Dani.
Imagino cualquier cosa; desde una
pierna amputada a una cara desfigurada. Pero me da igual. Lo importante es que
están vivos. Así que no le doy importancia.
Sin embargo, Dani insiste en que
antes me vea uno de los doctores del hospital. Resulta que están atendiendo a
tantos heridos que cada planta está llena de pequeños compartimentos separados
por cortinas, como el mío, con cientos de pacientes. El doctor decide que estoy
bien y, con ayuda de mi hermano, salgo de mi compartimento.
Salgo a una estancia amplia, llena de
compartimentos de cortinas, y muchos pacientes con quien supongo que serán sus
familiares y amigos, charlando animadamente y paseando fuera de las cortinas.
Me doy cuenta de que todo el mundo parece muy feliz; todos y cada uno, sin
importar lo heridos que parezcan ( y muchos realmente lo están).
De pronto, una mujer con la cabeza
vendada que está en frente de mí se queda mirándome fijamente. Me pregunto si
tendré algo raro en la cara e intento limpiármela. Sin embargo, me señala y sus
acompañantes también me miran boquiabiertos. Me imagino qué ocurre, debo tener
apariencia de loca. Haber pasado tanto tiempo en Daos y en la guerra habrá
hecho mella en mí. Pero, entonces, más gente se gira para mirarme con asombro.
—¿Miranda? —Pregunta un hombre con
muletas.
—Sí… —respondo, sin entender nada.
Nada más pronunciar el hombre mi
nombre, todos los presentes en la estancia se giran para clavar su vista en mí.
Sin embargo, no me miran con desprecio ni reprobación, como sería si me miraran
por parecer una loca; sino que me miran sonriendo y con admiración.
Miro a Pedro y a Tom, que parecen
estar aguantando las ganas de reír. Entonces, el hombre con muletas comienza a
aplaudir y es seguido por toda la multitud que está en la estancia; tanto
pacientes, acompañantes y trabajadores. Incluso algún curioso asoma la cabeza
por su compartimento y se une al aplauso. Parece que, en el hospital, se ha
parado el tiempo y solo existe esta ovación. Y, por fin, lo entiendo.
Soy famosa.
La ovación continúa y permanezco muda
e inmóvil sin saber qué decir y sonriendo tímidamente. Empiezo a ser más
consciente de lo que he logrado. No sólo he conseguido salvar a mis seres
queridos, que era mi principal objetivo, sino que he ayudado e incluso salvado
la vida a mucha gente. Por no decir todo el planeta.
La gente se acerca a mí para
saludarme; para darme abrazos, apretones de manos, besos… Todos felicitándome y
agradeciéndome lo que he hecho y lo que significa para ellos; como los he
ayudado... Estoy abrumada y solamente soy capaz de articular palabras de
agradecimiento. Tengo ganas de decirles que no es para tanto, que lo he logrado
simplemente por mi deseo egoísta de salvar a los que quiero; que yo prefería
huir antes que llevar a cabo el plan. Pero sé que no sería lo correcto.
Cuando acabo de saludar a todos los
que me quieren hablar, veo a Tom en su compartimento. Sus familiares están con
él y me abrazan, dándome las gracias por haberlo mantenido con vida. Tom está
radiante, sin contar que tiene la pierna vendada, en alto; y rodeado de libros,
como no puede ser de otra forma. Charlamos y luego me dirijo a ver a Marc.
—En cuanto Marc…— me dice Dani, antes
de entrar en su compartimento—. En fin, será mejor que lo veas.
Al entrar el panorama es
completamente diferente. Marc está inconsciente, acostado en una gran cama y
con sus padres sentados a su lado.
—Miranda, Marc está en coma —me dice
su madre, triste—. Los médicos han dicho que puede despertar en cualquier
momento o que… puede que tarde un año en despertar.
El peso de sus palabras se cierne en
mi alma pero, sin decir nada, me acerco a él y le acaricio el rostro y el
cabello. Parece un ángel durmiendo. Observo sus rasgos cincelados y perfectos.
Espero que el sueño en el que esté sumido sea algo bueno. Puede que esté
inconsciente un año, pero está vivo, que es lo que de verdad importa.
—Marc, no sé si podrás oírme pero
estoy aquí. Siempre estaré aquí para ti —digo con voz tierna, mientras le
acaricio—. Como tú me has dicho, seré para ti como la luna; que siempre está
ahí, aunque no puedas verla. Aunque ahora no puedas verme estaré aquí para ti,
siempre. Te esperaré.
Al acabar mis palabras, le doy un
beso en los labios.
—Gracias, Miranda —me dice su madre,
que rompe a llorar—. Gracias por traérmelo vivo y ser una mujer con mayúsculas
para él. No pudo haber encontrado mejor chica que tú.
Niego con la cabeza, con una sonrisa
amarga.
—Lo cierto es que yo no he podido
encontrar mejor chico que él.
Las celebraciones son de noche. A
pesar de que no tengo muchas ganas de asistir, todo el mundo me anima a que lo
haga porque en mundo entero está deseando verme. Resulta que soy aún más famosa
que Dani y decido hacerles caso porque creo que se lo debo a la gente. Si puedo
hacerles feliz con mi presencia, lo haré, por muy absurdo que me parezca, ya
que yo me sigo viendo como la chica normal que siempre he sido. Sin embargo,
paso horas con Marc y sus padres. Me hago amiga íntima de ellos. Charlamos de
muchas cosas, pero el tema de conversación que más nos une es Marc.
Los funerales por los caídos han sido
el día anterior, cuando estaba inconsciente. Pero, antes de la celebración,
decido ir con Dani a visitar la tumba de Paolo. Se trata de una lápida de
Piedra entre cientos de ellas.
—Gracias —pronuncio, depositando un
ramo de flores solitario frente a su lápida—. Sin ti no habría podido salir de
Daos. Te estaré siempre agradecida. Ahora descansa en paz, habiendo superado tu
culpa porque has salvado al mundo entero. Reúnete con tu hija y disfruta de
ella como no pudiste en vida.
Dani y yo nos marchamos, silenciosos.
Pero, en ese momento, una mujer anciana llega a la tumba de Paolo. Imagino que
debe ser su antigua esposa. Nunca lo sabré porque no sería apropiado
preguntárselo pero mi corazón me dice que así ese. Sonrío. Ahora ya descansa en
paz.
La ciudad entera está sumida en las
celebraciones. Por doquier corre la bebida y se sirve la más deliciosa comida;
a la vez que se escenifican espectáculos de todo tipo. Acude, gracias a medios
mágicos que ha dispuesto la presidenta, gente de todo el planeta; tanto de
Lanan como de Hafix. La gente disfruta, ríe, canta y celebra que ha llegado la
unión entre dos continentes durante cien años enemistados.
Al caer la noche, me encuentro a
punto de salir a un estrado que se encuentra en la plaza principal de la
capital de Hafix. La plaza ya está a rebosar de público y los dirigentes de
Hafix, Dani y yo debemos salir para que dar parlamentos al pueblo. En cuanto la
presidenta me dijo que debía dar un discurso me entraron nuevas ganas de matarla;
pero, finalmente, acepté.
Estoy vestida con una elegante armadura
dorada. Me han ofrecido un vestido blanco muy ostentoso pero, a la vez,
precioso; sin embargo he optado por la armadura. Siento que va más conmigo en
estos instantes. Salimos ante la ovación del público de la plaza y cada uno da
su parlamento, acogido por los gritos de júbilo de la gente.
Cuando llega mi turno, todo se sume
en un silencio expectante.
—Me he enterado que debía dar un
discurso hace apenas media hora y yo no soy de muchas palabras, así que seré
breve —comienzo, nerviosa y pensando que no podría empezar peor—. Yo no he
ganado sola esta guerra. Si no fuera por la colaboración de todos los que me
han acompañado en este duro camino habría sido imposible. Y, lo que realmente
ha ganado esta guerra, ha sido el amor. Porque fue el amor por mis seres
queridos lo que me ha hecho emprender el camino por Daos para llegar, al final,
a matar al presidente Conan y cruzarme por el camino de grandes héroes que,
como yo, querían traer la libertad, igualdad y unión para todo el planeta. Debo
dar las gracias a todos los que me han acompañado en esta aventura y a todos
los que me estáis viendo. Todos hemos puesto nuestro granito de arena para que
este final feliz fuese posible. Y, repito, ha triunfado el amor. Por eso os
aconsejo a todos a vivir con amor: por vuestros familiares, amigos, pareja… y,
otra cosa que he aprendido, a vivir cada día como si fuera el último.
Me quedo callada. Aunque siento que
tengo mucho más que decir, no soy capaz de organizar mis pensamientos. Tengo la
impresión de que mi discurso deja mucho que desear. Pero, de repente, toda la
plaza comienza a arrodillarse ante mí. Todo el mundo me dedica su reverencia y
yo observo, emocionada.
Se celebra un banquete en el que me encuentro
como ausente. Todavía revivo en mi mente, de vez en cuando, los horrores de la
guerra y de Daos… Siento que esta carga me dejará marcada y no se irá nunca.
Pero ahora todo está bien y tengo que luchar contra ello y dejarme llevar por
la felicidad.
—¿Te has planteado ser presidenta de
Lanan cuándo cumplas la mayoría de edad? —Me pregunta la presidenta Laria, en
la mesa, ante las miradas expectantes de los comensales.
—Rotundamente, no —respondo.
—Lástima —musita ella, serena—. Las
personas que realmente valen como dirigentes no quieren serlo.
—Lo que me lleva a anunciar algo
—interviene Dani—. Siguiendo el camino de la guerra he incumplido la promesa
que había hecho a mis padres: ser feliz. El camino de la guerra es el menos
feliz. Que no nos engañen con falsas historias de gloria, no hay gloria en dar
muerte a otra persona —. Lo miro, atónita. ¿Quién es este hombre y qué han
hecho con mi hermano? Realmente ha cambiado—. He vivido la gloria de la guerra
pero, ahora que todo está en paz, abandono ese camino. Ya he acumulado
suficientes riquezas manchadas de sangre por la guerra como para poder
retirarme en paz.
Celebro la noticia de mi hermano, y
continúo más animada hinchándome a manjares el convite. Pero, de pronto, la
madre de Marc viene a buscarme, emocionada.
—Miranda, debes ver algo —me dice.
La sigo hasta el pasillo, intrigada.
Quizás me lleve al hospital porque Marc ha hecho algún progreso… Lo que no me
esperaba era ver a Marc en el pasillo, en pie, sonriéndome. Aunque esté con
muletas y vestido con la ropa del hospital no puedo imaginar una mejor visión.
Estallo en lágrimas de felicidad.
—He despertado hace dos horas. Los
médicos no querían que saliera del hospital pero quería verte. He hecho lo
imposible para venir —me anuncia, con voz débil.
Me abalanzo sobre él, con cuidado y
nos besamos. Se me ocurren tantas cosas y a la vez ninguna que decirle, al
mismo tiempo; que, al final, lo que logro articular es lo más importante:
—Cásate conmigo.
Marc me mira perplejo y siento que he
metido la pata. Me doy cuenta de que he sido demasiado precipitada y me he
dejado llevar por la emoción del momento.
—Entiendo que no quieras… —continúo,
avergonzada.
—Lo que quiero es hacer las cosas
bien —me interrumpe.
Haciendo grandes esfuerzos, se
arrodilla. Su madre se saca un anillo de oro reluciente y se lo da.
—Para que las hagas bien de verdad
—le susurra, emocionada.
—Miranda, me concederías el gran
honor de ser mi esposa.
—Sí, quiero —contesto, casi gritando.
Marc me pone el anillo y nos fundimos en un gran abrazo de felicidad.
Estoy en una burbuja de euforia. A
pesar de que tenido que pasar por mil tormentos para llegar aquí, lo he
conseguido: he salvado a todos mis seres queridos y, además, he ayudado a traer
la paz a todo el planeta. Y, ¿quién sabe? Algún día puede que haga caso a la
presidenta y sea yo también presidenta. Puede ser una gran forma para dedicarme
a algo que ayude a la gente, que es lo que siempre he querido.
Sin embargo, a pesar de que lo han
intentado, nadie ha conseguido eliminar Daos y nadie se atreve a entrar en él
para intentar destruirlo desde su interior. Quizás Daos deba continuar ahí para
recordarnos el horror y destrucción que trae la guerra y el odio entre las
personas y las terribles consecuencias que conllevan. Como recordatorio,
siempre seguirá alzándose terriblemente, el camino que nadie quiere nombrar.