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1
El ardiente sol del amanecer me
acaricia el rostro mientras yo tengo fijada la vista en mis apuntes de
matemáticas. Siempre me han gustado las matemáticas, ya que en esta materia
todo problema siempre tiene una solución. La roca sobre la que estoy sentada comienza
a parecerme incómoda y empiezo a tener que moverme y apartar mi mirada de mis
apuntes.
Alzo la cabeza y veo la llanura de
tierra entre un círculo de rocas situada en lo alto de una montaña en la que
estoy situada. Desde aquí hay unas vistas maravillosas del océano y del
espectáculo que es la salida matutina del sol. En frente de mí están Dani y
Pedro luchando con toda la fiereza que es posible en un combate simulado. No
luchan con armas de verdad, sino con espadas de madera. Es indudable quien está
ganando, ya que siempre es así: Dani.
Dani es mi hermano mayor, de hecho el
único. Guapo a rabiar, famoso y el mejor guerrero del continente. No es de
extrañar que tenga centenares de seguidoras y que todo el continente lo
admiren. En ocasiones me pregunto qué ve todo el mundo en él. Quiero decir, yo
lo veo simplemente como Dani: el chulo, el prepotente, el engreído… pero
también el cariñoso, leal, inteligente y único hermano que tengo que es a la
vez la persona que más quiero y que más rabia le tengo en este mundo. Dani,
quien lleva toda la vida cuidándome y protegiéndome. Solo que me gustaría saber
si sus fans pensarían lo mismo de él de pasar un día entero a su lado. A veces,
aguantar a Dani es todo un arte más complicado que la guerra.
—Vamos, Pedro. Puedes hacerlo mejor
—espeta Dani con fanfarronería a su contrincante tras realizar una arriesgada
pirueta.
—Ambos lo sabemos, pero no quiero
dejarte en ridículo.
Dani
resopla y no puedo evitar reírme, distrayéndome del estudio. Pedro, con su
eterna sonrisa. Es el mejor amigo de mi hermano y es también como un segundo
hermano para mí. Él y yo somos los únicos capaces de sacar de quicio a Dani y
los únicos de los que parece no importarle que nos riamos de él. Pedro es de
estatura mediana y bastante fuerte. Su cabello es negro y sus ojos, ámbar. Lo
que más me gusta de él es que siempre está ahí; ocurra lo que ocurra, siempre
dispuesto a ayudar desde el más grande hasta el más mínimo de los problemas,
ofreciendo siempre consejo y ánimo. Creo que el mundo sería un lugar mucho peor
si él no existiese.
Dani y yo nos parecemos, como
hermanos que somos, en que somos altos, delgados y de tez pálida; con ojos
negros y de cabello castaño oscuro. A pesar de que Dani esté teñido de un rubio
platino y lleve siempre la melena muy repeinada, para el agrado de sus fans.
Yo, en cambio, no presto tanta atención a mí físico y mi melena parece que
siempre va por libre así que ni me devano los sesos en peinarla. Ambos somos
fuertes y hemos heredado las habilidades de lucha y combate de nuestros padres.
Me quedo mirando la lucha entre Dani
y Pedro y paro de estudiar. Es evidente que, aunque Pedro también es un
renombrado guerrero, Dani es superior. Se mueven entre florituras de sus
espadas y piruetas hasta que Dani gana a Pedro. Él simplemente se encoge de
hombros y estrecha la mano de Dani sin perder su blanca sonrisa.
—Te toca, hermanita —me dice Dani con
una media sonrisa chulesca.
—¿En serio? Vas a hacer que eche todo
el desayuno —replico volviendo a fijar mi vista en los apuntes de matemáticas.
—Deja eso, sacarás un diez
igualmente, como siempre —farfullea Pedro, jadeando del esfuerzo, mientras se
acerca a mí para cogerme del brazo y arrastrarme hasta la planicie.
—¿Tienes miedo, hermanita?
Pongo los ojos en blanco. Mi nombre
es Miranda y tengo quince años. Dani lleva toda la vida dándome clases de
combate. Con cinco años agarré mi primera espada y él siempre se ha encargado
de mi entrenamiento. Descartó la idea de que asistiera a una escuela militar,
prefirió dirigir mi formación de guerrera él mismo. Sé que es, sobre todo,
porque no quiere separarse de mí. Nuestros padres murieron hace diez años en
una guerra contra los bárbaros del norte. Yo tenía cinco años y lamento no
conservar muchos recuerdos sobre ellos. Desde aquel momento Dani se ocupó de mi
educación, protección y cuidado. Él tiene veintisiete años, es decir, que ya
era mayor de edad cuando nuestros padres murieron y se pudo encargar de mí. Por
eso siempre estuvimos tan unidos y pasamos tanto tiempo juntos. Por eso, él solo
me pierde de vista cuando tiene que partir a una batalla.
—Lista —replico solamente, agarrando
de manera brusca la espada de Pedro.
Como soldados experimentados que
somos, comenzamos a luchar sin mediar palabra. Sin ánimo de querer presumir, he
decir que soy muy buena en esto, mejor que la mayoría de los soldados
profesionales; al fin y al cabo, he aprendido del mejor. Conozco su estilo de
combate y comienzo a moverme de manera automática. Permito que mi mente divague
sobre cosas irrelevantes mientras ejecuto los golpes sin ser consciente de
ellos. Tras un minuto, la intensidad de Dani aumenta y tengo que ser más
consciente de mis acciones. Dani nunca me ha dejado ganar y eso me motiva más.
Sin embargo, hoy ocurre lo nunca visto. Consigo acertar con mi espada de madera
en el cuello de mi hermano. He ganado.
Los tres permanecemos mudos unos
instantes. Dani y yo respiramos agitadamente del esfuerzo y yo miro a Pedro,
quien no abandona su sonrisa pero un deje de sorpresa aparece en su rostro.
—¿Es que tienes un día blando, Dani?
—espeto riendo—. ¡Es la primera vez que me dejas ganar!
Sigo riendo pero Dani no responde.
Sino que mira hacia el suelo con el ceño fruncido. Conozco esa mirada demasiado
bien y lo conozco también a él demasiado bien como para darme cuenta de que no
me ha dejado ganar. Pedro comienza a reír a carcajadas y a aplaudir.
—Por fin la alumna ha superado al
maestro —dice eufórico.
—Ni una palabra a nadie —musita serio
Dani. Pero luego sonríe y me da un abrazo. Algo normal en él: pasar de la dureza
a la ternura en tan sólo un segundo.
Durante la siguiente hora hablamos
del futuro; concretamente, de mí futuro. Dani y, en general, todas las personas
que conozco quieren que me haga soldado. Pues soy muy buena y, a pesar de que
nunca he asistido a clases de guerra o combate, soy más apta para una batalla y
para una difícil lucha que la mayoría de los soldados ya formados. Hoy mismo lo
he demostrado venciendo a mi hermano, y él no lo ve sino como un argumento más
a su favor para que siga su estela y me convierta yo también en una renombrada
guerrera. ¿Qué pienso yo del tema? Ni lo sé realmente ni lo tengo muy claro. Es
cierto que llevo la guerra en la sangre; no solo por mi hermano, sino también
por mis padres. No obstante, las profesiones que más me llaman la atención para
un futuro son aquellas con las que pueda ayudar a la gente. Soy la mejor
estudiante de mi curso y opino que eso me abre puertas para poder dedicarme a
lo que desee. Sin embargo, siento que me dejo llevar por las opiniones de los
demás más de lo que debería y comienzo a pensar que si todos creen que la lucha
sería mi mejor opción, ¿por qué no iba de hacerles caso?
La conversación es interrumpida
cuando suenan los tambores de la plaza del centro de la ciudad. Significa que
todos los habitantes de la ciudad debemos acudir allí a escuchar el discurso
del presidente. Dani, Pedro y yo enfilamos el camino a la plaza por un estrecho
sendero pedregoso que conocemos perfectamente. Aquella planicie de tierra donde
nos encontrábamos era nuestro lugar habitual para practicar combates. Era
nuestro lugar. Suponíamos que nadie más lo conocía porque era muy difícil
llegar a él a través de los senderos angostos y llenos de silvas que permitían
su acceso. A nosotros nos gustaba esa circunstancia porque nos permitía
intimidad. No como en los centros oficiales de entrenamiento, que estaban
llenos de soldados entrenando, ávidos admiradores de mi hermano que, si bien no
lo hacían con mala intención, nos interrumpían para hablar con él y, de hecho,
nos molestaban.
Vivimos en el año dos mil trescientos
veinticuatro de la Tierra, en el continente Lanan. Según he estudiado en clase,
hace cien años se produjo una guerra mundial entre el bando de los brujos y
gente mágica y el bando de los no mágicos. La guerra fue catastrófica y
sumamente potente. Con el resultado que el aspecto de la Tierra cambió y se
formaron dos únicos continentes entre el infinito océano. En el continente de
Lanan pasamos a vivir la población no mágica; mientras que en el continente
Hafix es donde viven los brujos. Para evitar la destrucción total de la Tierra,
que parecía probable debido al alcance de las batallas, en las que se
derrocharon las armas nucleares y las armas mágicas; ambos bandos firmaron un
tratado en el que acordaron esta distribución para vivir.
Ignoro cómo será la vida en Hafix, ya
que en Lanan tenemos prohibido cualquier tipo de contacto con el otro
continente y el gobierno tampoco parece dispuesto a facilitarnos información al
respecto. Pero aquí las condiciones de vida no me agradan. Vivimos en una
cultura de guerra. Se entrena a todo el mundo para el combate desde que son
pequeños y en cuanto comienzan a destacar se los segrega para que exploten sus
habilidades, siempre de manera enfocada a la guerra. Los soldados y guerreros son
las personas que mejor opinión y posición social ostentan y las guerras son
televisadas en pantallas gigantes en todo el reino de Conan, nuestro
presidente. Actualmente luchamos contra los pueblos bárbaros del norte y contra
los rebeldes del este. Ya que hace cien años que no tenemos noticias de Hafix.
Además, la desigualdad entre la gente
es escandalosa. Simplemente existen dos clases: los guerreros y los no
guerreros. Los que se dedican a la guerra son los que mejor viven, aunque solo
los de mayor rango disfrutan de lo más parecido al lujo que se puede encontrar
en este continente. Los otros, viven en la pobreza. Solo parecen tener mejores
condiciones los médicos, enfermeros, profesores y profesiones que, en general,
puedan también ayudar en la guerra, aunque sea de forma indirecta.
Y luego está la ley antimagia.
Resulta que existen algunas personas que dentro de nuestro continente nacen con
poderes mágicos, es decir, que son brujos. Estos son los marginados del
continente. O se los repudia o se los destina para oficios que nadie quiere. Si
dan problemas, son enviados a campos de trabajo. La mayoría de la gente cree
que son solo eso, lugares donde se los hace trabajar. Pero mi hermano debido al
puesto que ostenta dentro del gobierno sabe que son lugares donde se los
explota y maltrata. No quiere hablar mucho del tema, pero una vez se le escapó
decir que experimentaban con ellos para averiguar más cosas sobre el enemigo,
es decir, los brujos.
La ley antimagia es lo que más me
afecta. Y eso se debe a que yo he nacido con dos poderes mágicos: piroquinesia
y telequinesia. Yo soy una bruja.
Mis padres se dieron cuenta de ello
desde que cumplí un mes de vida. No quisieron deshacerse de mí, como la mayoría
de los que tienen hijos con poderes. Los orfanatos están llenos de repudiados
niños con algún poder. Mis padres decidieron criarme en una casa apartada de la
civilización hasta que fuera lo suficientemente mayor como para poder controlar
mis poderes. Desde que tengo uso de razón recuerdo estar practicando en ello.
Esta circunstancia hizo todavía más difícil que Dani me criara.
Afortunadamente, con seis años ya fui capaz de controlarlos y nadie sospecha
nada. A parte de mí y de Dani, solo Pedro conoce mi secreto.
Miro al horizonte que se asoma entre
las silvas mientras emprendemos la caminata y me pregunto, de nuevo, qué sería
de mí si me descubrieran. Probablemente, debido a que soy tan buena guerrera,
me utilizarían como rata de laboratorio o me matarían, considerándome una amenaza.
Siento asco hacia el gobierno por tratarnos así. También aborrezco a la gente
que le sigue el juego y ayuda a marginarnos más a los brujos. Sin embargo,
también siento desprecio por mí cuando veo a alguien tratando mal a un brujo y
yo no hago nada. ¡Cuánto me gustaría decirle unas cuantas palabras a quien se
atreve a insultar o a reírse de la gente mágica! Pero no puedo. Me han educado
desde pequeña a no llamar la atención al respecto. Y, aunque me muera ganas de
incumplir esta orden, no puedo hacerlo por agradecimiento a Dani. Él ha luchado
tanto por mí y por ocultar mi secreto que no puedo pagárselo haciendo que me
descubran.
Sacudo la cabeza saliendo de mis
pensamientos y vuelvo a fijar la vista en el camino y en todos sus obstáculos
que ya me conozco de memoria y no me suponen ninguna dificultad. Comienzo a
atender a la conversación de Dani y Pedro sobre el discurso y quiero hacerme
partícipe.
—Dani, ¿tú sabes de qué irá esta vez
el discurso de Conan? —Pregunto intentando adoptar un tono jovial.
—Acerca de eso te quería advertir
algo, Mirs.
Mirs es mi diminutivo. Lo odio pero
reconozco que Miranda es un nombre largo para pronunciar tan seguido.
Afortunadamente solo me lo llaman los más allegados a mí y no son muchos ya que
intento no inmiscuirme demasiado con la gente.
Noto una sombra en la voz de mi
hermano y agarro los apuntes con fuerza involuntariamente. Los días en los que
el presidente da sus discursos se cancelan las clases. Habitualmente concede
sobre dos o tres discursos por año sobre asuntos relevantes para el gobierno
como el anuncio de festejos, ceremonias, eventos; también sobre nuevas leyes y,
en ocasiones, los más temidos: sobre guerras. Este año no ha dado ninguno
todavía y ya estamos en otoño. Así que solo puedo preocuparme ante las palabras
de mi hermano y levanto la vista de la tierra llena de piedras para girarme
hacia los oscuros ojos de mi hermano.
—¿Qué ocurre? —Pregunto.
—Por ahora solamente he oído rumores
—comienza él con cuidado, como si estuviese midiendo sus palabras. Yo me encrespo
más porque mi hermano es tan importante que suele estar siempre enterado de
todo. Que solo haya oído rumores es algo extraño —. Quiero que comiences a
relajarte y a controlar tus poderes porque debes prometerme que, oigas lo que
oigas, controlarás tus poderes.
Doy una seca cabezada como señal de
asentimiento pero tengo la impresión de que una jarra de agua helada ha
invadido mi cuerpo. Por suerte o no, llegamos ya a la ciudad, entonces no puedo
hacer más preguntas ya que nos oirían.
Los tres emprendemos la marcha por
las lúgubres calles de la capital del continente hacia la Gran Plaza. Lugar
donde el presidente dará el discurso. Permanecemos serios y en silencio, tan
sólo distraídos por amigos y admiradores de mi hermano. Intento despreocuparme
observando el paisaje. Los edificios son tan grises y cochambrosos que aún me
deprimo más. Intento restarle importancia a la situación, pensando que son sólo
rumores. Aun así comienzo con mis técnicas de relajación y a intentar relegar
mis poderes y sentimientos en lo más profundo de mi alma; donde no puedan
aflorar al exterior.
Llegamos a la Gran Plaza en quince
minutos. Ya está a rebosar de gente expectante, de todas las clases y de todos
los aspectos y comentan entre murmullos de expectación qué será la notica que
nos dará esta vez el presidente. Mi hermano se despide de Pedro y de mí para
dirigirse al palco de autoridades. Mientras tanto, Pedro y yo nos encaminamos a
los asientos principales que tenemos reservados en las primeras filas. Pedro se
sienta ahí porque también es un guerrero importante y yo, por ser la hermana de
Daniel, el mayor guerrero de Lanan.
A mí lado se sienta un joven soldado
pelirrojo que me sonríe. Yo permanezco mirándolo fría para después girar la
cabeza a Pedro, que se ríe, acostumbrado a mi actitud. Dudo si el soldado me
sonríe porque verdaderamente le parezca agradable, lo cual dudo, o porque
quiere acercarse a mi hermano. La mirada de Pedro me calma y fijo mi vista en
la cicatriz que tiene en la mejilla derecha que se provocó en una batalla hace
dos años. Dani también tiene varias cicatrices y no por ello gusta menos al
continente. Las cicatrices están bien vistas en Lanan. Significan que has
tenido una batalla difícil y has sobrevivido, a pesar de todo.
Resuenan de nuevo los tambores y mi
hermano aparece en las pantallas de todo el continente. En cuanto se da cuenta,
esboza la mejor de sus sonrisas y saluda acostumbrado ya a tanta admiración y
el público estalla en aplausos y gritos de júbilo. No puedo evitar resoplar y
Pedro ríe dándome un codazo mientras aplaude y silba divertido. Acabo soltando
una risa nerviosa, después de todo.
El presidente Conan aparece en el
palco y se sitúa en el estrado con mirada serena y decidida. Es un hombre de
cincuenta años de cabello oscuro y piel oliva que emana autoridad con su
presencia y sus palabras. Ni siquiera sé cómo llegó al poder; pero ya hace
veinte años que es presidente. Según los libros de historia, en la antigüedad
los presidentes eran elegidos por votación del pueblo. Ahora hay otros criterios
que nadie parece preguntarse. Supongo que los gobernantes siguen siendo
llamados presidente por hábito más que por otro motivo. Conocí a Conan hace un
año en un evento del que mi hermano era protagonista. Recuerdo mirarlo con odio
por permitir que vivamos en esta sociedad y él simplemente sonrió y bromeó
diciendo que era una chica muy seria.
—Estimados ciudadanos —comienza su
discurso el presidente con voz solemne. El silencio que provoca en el público
es espeluznante. Semeja que se ha paralizado el mundo y pienso que así es—. La
semana pasada ha sido avistado en la costa este de Lanan un barco de Hafix—.
Todo el flujo de pensamientos que había en mi interior se paraliza para
escuchar con toda mi atención el discurso del presidente—. Tras investigar, hemos
descubierto que Hafix planea invadirnos. Lanan no sólo responderá sino que
atacará antes que ellos. Por ello, todos los varones mayores de catorce años
serán reclutados desde este mismo día. Y, por supuesto, todos los soldados
mayores de diecisiete años; hombres o mujeres; serán llamados a filas también
desde este momento. Lanan declara la guerra a Hafix y estamos seguros de que
venceremos. Tras cien años volvemos a enfrentarnos y Lanan luchará hasta el
final. ¡Gloria a Lanan!
Breve, claro y conciso; como todos
sus discursos. Y, entre vítores y aplausos, se anuncia la mayor guerra desde
hace cien años.
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