MELANCOLÍA
Desintonizó
la radio habitual con las canciones de moda que tanto había escuchado con ella.
Esos acordes le traían demasiados recuerdos. Le gustaba escuchar música con
libertad, sin melodías que despertasen añoranzas de momentos que debían ser
olvidados. O quizás no. Pero sí desterrados y que no alimentasen la melancolía
tan odiada. Ya se había hartado de llorar a solas. Siempre a solas. No quería
ver amenazada su masculinidad ante ojos ajenos. Nadie debía ver el corazón de
un hombre despedazado por ese monstruo de emoción tan históricamente femenina.
Caían
las gotas rociando el césped de una noche teñida de oscuros nubarrones. Un día
más en que la lluvia humedecía el diminuto jardín tras su ventana de cortinas
gris perlado entre cristales cenicientos. Las lágrimas resbalaban por su
rostro. Ya eran considerables los días que llevaba batallando con su más temido
monstruo: la melancolía. El miedo al dolor siempre estuvo presente hasta en su
inconsciente y ahora lo acechaba como si fuera una presa fácil. Solo que no se
lo quiso poner tan sencillo.
En
sus manos, un bolígrafo bic con apenas tinta, un folio húmedo manchado de
saladas gotas lacrimales y un sobre listo para su exnovia. El orgullo le
impedía plasmar su tinta y, entonces, cesó la lluvia y las nubes se abrieron en
un claro, dando paso a la orgullosa luna. Majestuosa, iluminó su rostro y secó
sus lágrimas tras muchos días de tormenta y aguaceros. “Escribamos otra
historia”, se dijo. “Otra historia… sin esperar finales felices”.
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