2 UN SUBSCONCIENTE MUY BROMISTA
Marta se sentía mareada. Todavía la borrachera no se
había ido. Lo último que recordaba era haber vomitado en un callejón que
apestaba a orina. Se sintió desnuda sobre un frío suelo de piedra. Alzó la
vista y deseó estar inconsciente. Estaba en una amplia estancia de piedra con
gente vestida con ropajes extraños y con peinados todavía más extraños que la
miraban muy serios. Parecían sacados de la feria medieval.
Frente a ella, había una mujer de unos cuarenta años
muy guapa sentada sobre un trono y con una corona que adivinó sería de oro
blanco. Era pálida de ojos grises y cabellos de un negro azabache y brillante.
Se sintió pequeña ante su mirada, pero a la vez acogida. A su lado, un joven de
cabello pajizo con otra corona y atractivo, también sentado en un trono. El
resto de los presentes eran una chica con ropas menos elegantes portando armas
como una espada y cuchillos, igual que un hombre de mediana edad ancho y
barbudo. Había cuatro personas vestidos con vestidos medievales que eran dos
hombres y dos mujeres. Y, para completar el esperpento, un anciano de túnica
azul marino que le sonreía.
Decidió que estaba soñando. Al fin y al cabo, no era
la primera vez que soñaba con lugares como ese.
—Este sueño es extraño. Es como otros que he tenido…
pero este parece tan real —dijo levantándose, farfullando, y tapándose lo
máximo posible con la capa. Se echó a reír.
—Bienvenida —dijo Carlo.
Marta volvió a reír.
—Mi subconsciente es un bromista. ¡Tiene más sentido
que yo!
—¿Qué dice? ¿Qué hace? —Preguntó la joven con armas.
—Disculpadla. Acaba de viajar de un mundo a otro que
no es el suyo. Normal que esté aturdida —intervino Carlo.
—Y borracha —añadió el rey de cabello pajizo.
—¿De veras esta es la última elfa? —Inquirió el hombre
grande y barbudo.
—Es mestiza —explicó el hechicero—. Tiene sangre
élfica, la última de su raza, pero está mezclada con herencia humana.
—Este sueño es demasiado absurdo. Quiero dormir —se
quejó Marta. ¿Qué iba a ser si no era un sueño? Pensó si la habían raptado unos
locos para violarla o quizás llevar a cabo un ritual de fanáticos satánicos pero,
era tan ridículo, que decidió que estaba soñando.
—Llevadla a sus aposentos para que duerma —ordenó la
reina—. Quizás cuando despierte pueda razonar.
Haciendo Marta eses, Carlo la fue guiando por los
corredores del palacio. Todo parecía real. El frío suelo en sus torpes pisadas.
El tacto de la roca cuando rozaba con sus blancos y finos dedos las paredes. El
olor a mar… Cuando entró en sus aposentos, percibió desde lo que entreveía de
la ventana una gran ciudad de viviendas de escasa altura que daba a una gran
playa. Por suerte, el alcohol la tenía muy aletargada e, ignorando a su
acompañante, se desplomó sobre el colchón de una gran cama en la austera
habitación y, pronto, le venció el sueño.
Despertó con una gran resaca. Los rayos de sol se
infiltraban desde la ventana en la estancia. Marta estaba desorientada, fue
abriendo los ojos poco a poco y descubrió que no reconocía el lugar donde se
encontraba. Tampoco era algo raro. Habitualmente despertaba en lugares
extraños: la casa de una amiga, la casa de un amante, un hotel, una residencia,
algún lugar donde realizaba voluntariado… Pero lo vivido hacía unas horas
retumbó de pronto en su mente, haciendo que se levantara bruscamente.
Sentado a su lado, estaba el anciano de la túnica
azul, sonriendo.
—Está bien. No es ningún sueño. Es imposible tener
esta resaca en sueños —dijo Marta casi gruñendo.
—Sois bienvenida a Palacio, al reino Clavel del
continete Frondoso, reinado por la reina Elzia.
—Tengo resaca. Deja de marearme la cabeza. ¿Me habéis
raptado unos chiflados o qué? ¡Sé defenderme!
—Lo sé de sobra. Yo también.
Acto seguido, el hechicero realizó una floritura
haciendo que una llama leve brotara de sus manos y quemase a Marta en el
antebrazo. Tal hecho hizo que Marta se quedase atónita.
—Sé lo que pensáis, mi señora —repuso Carlo sin apenas
inmutarse ante lo que acababa de ocurrir—. ¿Nunca os habéis preguntado porque
nunca habéis enfermado, las armas no pueden dañaros y, en definitiva, que sois
inmortal?
Marta no respondió ya que el anciano tenía razón.
Marta toda su vida ocultó lo que él había revelado. De hecho, Marta había
burlado de manera increíble a la muerte en muchas ocasiones. Se resignó y
resopló.
—¿Por qué has logrado dañarme tú?
—Porque tengo que revelaros que el fuego es lo único
que os puede herir o matar, como a cualquier elfo. Porque vos sois la última
elfa viva en todos los mundos. Y, por cierto, me llamo Carlo. Soy el hechicero
de la reina Elzia.
Marta volvió a resoplar.
—Si eres hechicero deberías curar mi resaca.
Carlo cogió un pequeño tarro de cristal de contenido
transparente y se lo ofreció. Marta, aun pensando que podría ser una trampa, se
lo bebió. Automáticamente se sintió bien.
—Me imagino que querréis vestiros.
Le tendió un vestido blanco típico del medievo y Marta
se lo puso rápido, sintiendo de pronto pudor por estar desnuda, tan sólo tapada
por un edredón rojo, en frente de un anciano que decía ser un hechicero, que
demostraba ser un hechicero. Marta se levantó y se dirigió a la ventana a
respirar el aroma a salitre y la brisa templada. La ciudad era hermosa. Tenía
cierto parecido con París, si París tuviese playa y sus casas fueran todavía
réplicas de la Edad Media.
—La razón de porque no te he atacado es porque, aunque
sea cosa de locos, lo que dices tiene sentido —repuso Marta, meditabunda—. Toda
mi vida he tenido sueños con un mundo como este. Mis padres decían que era el
mundo al que pertenecía. Murieron cuando tenía ocho años y fui a vivir con mis
padrinos, que decían que mis padres estaban algo locos antes de morir pero que
realmente yo pertenecía a otro lugar y tenía otro destino que no podía ni
imaginar. Nunca hablaban al respecto del asunto, aunque yo preguntase. Tendían
a ignorarme, sospecho que incluso a temerme, hasta que nos distanciamos. Pero
nunca dejé de tener esos sueños y, sí, soy inmortal con un absoluto miedo por
el fuego—. Hizo una pausa y respiró profundo—-. Supongo que tienes razón.
Aunque sea absurdo pensar que sea una elfa. Sabía que era diferente pero… ¡una
elfa!
De repente, un caballo alado de color dorado se acercó
a la ventana volando. Era esbelto pero parecía un poco torpe. No obstante,
Marta no sintió miedo. Creyó ver un viejo amigo.
—Un caballo que vuela. ¡Mola! Ya no hay nada que pueda
sorprenderme —exclamó Marta sintiendo un extraño cariño por ese animal.
—El pegaso ha volado. Debo decírselo a la reina Elzia.
—Ei. Antes de nada dime que pinta aquí este… ¿lo has
llamado pegaso?
Carlo comenzó a impacientarse.
—Una profecía enunció que vendría una elfa de otro
mundo a ser decisiva en la gran guerra que tiene lugar ahora mismo en el
continente Frondoso.
—¿Una guerra? ¿Por qué iba a ser yo decisiva en una
guerra?
—El pegaso es vuestro. Os ha reconocido y ha venido a
buscaros. Los pegasos son los animales de compañía legítimos de los elfos y su
mayor arma. Con la palabra en élfico adecuada, un pegaso puede escupir
torrentes de hielo. Solo un elfo puede montar un pegaso y sobrevolar el mundo
sobre él —explicaba Carlo—. Pensadlo. Sois inmortal, sois diestra en la lucha
y… disponéis de un pegaso que puede matar con aliento de hielo. Sois un gran
arma.
Marta no contestó.
—Debemos marcharnos. La reina desea hablar con vos y
conoceros, a vos y a vuestros intereses. Intuyo que no son dispares a los de su
majestad.
—Está bien —dijo Marta acariciando al pegaso y contemplar
como descendía volando hacia el jardín del palacio—. Le llamaré Corcel. De una
forma sin ningún tipo de sentido, todo ha cobrado sentido. Es decir, de repente
apareciendo en un mundo con magia que nadie podría creer que fuera real en su
sano juicio… con un caballo con alas, con hechiceros y, aun encima, diciendo
que soy una elfa, todo cobra sentido. El razonamiento de la no razón.
Carlo se limitó a esbozar una media sonrisa mientras
abría la puerta. Marta no había decidido todavía si podía confiar totalmente en
él pero también estaba presente el hecho de que era quien la estaba protegiendo
y guiando en ese mundo de locos. No tenía otra opción que seguirle la
corriente, de momento.
—Supongo que en la Tierra verán que he desaparecido
sin dejar rastro. Tal y como ocurrió con mis padres —decía pensativa a la par
que distraída mientras contemplaba el jardín real desde los ventanales de los
corredores. El césped era de un reluciente verde alegre con bancos a ambos
lados, rodeando una fuente y pavos reales paseando—. Toda mi vida he intentado
averiguar qué les ocurrió realmente. La versión oficial fue un accidente de
coche pero el caso fue cerrado sin explicaciones y sin que aparecieran sus
cuerpos.
—La desaparición de vuestros padres fue un duro golpe
para vos. Vuestro padre era elfo y vuestra madre humana…
—¿Qué sabéis de ellos? —Marta se giró bruscamente
clavando sus ojos negros en Carlo.
—Poco. Aunque más de lo que deberíais saber por ahora.
—Os repito que toda mi vida quise información sobre
ellos y que se marchasen así, sin despedirse, cuando tanto me quisieron de
pequeña.
—Sólo os puedo decir lo que sé y no lo sé todo. A su
debido momento, tendréis las respuestas que anheláis. Por ahora, disponéis de
bibliotecas y sabios a vuestra disposición que os pueden hablar sobre vuestra
sangre y familia ancestral, los elfos. Hay cientos de historias sobre ellos.
—Sonaré egoísta, pero yo de quien quiero saber es de
mis padres —replicó Marta, dura.
—La información es como el agua, si te la otorgamos
toda de repente será como un aguacero que no logres controlar. Si es escasa
morirás de sed. Debe llegar poco a poco, cual río.
—No sigas mareándome con jueguecitos. Está bien,
colaboraré con vosotros y este absurdo mundo si me dais lo que quiero:
información.
—Eso no debéis decírmelo a mí, sino a su majestad —.
Dicho esto, Marta se topó con que habían llegado a un gran portalón de color
pardo al que Carlo dio tres golpes sonoros.
3 EL CABELLO DE ELFO NUNCA MUERE
—Moneda por moneda. Palabra por palabra. Acción por
acción. Así son los tratos y supongo que querréis saber qué os pido y porqué, a
la vez que querréis ponerme vuestras condiciones.
La reina hablaba con voz grave y un tanto gutural
rezumando autoridad. Marta tenía la impresión de que esa mujer era la
encarnación de la palabra reina. Parecía que había nacido para ello y no podía
existir en la faz de ese mundo otra persona tan idónea para tan importante
puesto. Era dura, emanaba fuerza pero a la vez bondad y confianza.
—Vale. Veo que quieres negociar conmigo, pues hablemos
de negocios —contestó Marta, encogiéndose de hombros—. Aunque no estaría mal
presentarse primero. Ya sabes, romper el hielo…
La reina esbozó una sonrisa con sus finos labios,
rosados.
—Mi nombre es Elzia. Soy la reina de las dos guerras,
del reino del Clavel y ahora del reino de Los Robles y de los ducados Zafiro,
Lanza de Plata y Lengua de Fuego…
—Sois originales poniendo nombres —interrumpió Marta.
—Quien se sienta con corona a mi lado es Laisho, rey
del reino de Los Robles.
—Imagino que sois pareja, ¿no?
Laisho resopló.
—Somos aliados en la Gran Guerra del continente
Frondoso.
Marta lo observó. Tenía el ceño fruncido pero esa
expresión en su rostro le daba cierto aire interesante. Al igual que a la reina
Elzia, a Marta le dio la impresión de que también había nacido para ser rey.
Resultaba atractivo pero no era precisamente una belleza.
—Eres un poco hosco, ¿no?
Laisho la miró con mala cara pero no contestó.
—Mi hosco aliado y yo somos los dos principales reyes
referentes en el bando que lucha contra la invasión al continente del reino del
Este. El resto de los que están aquí son mi consejera: Calina —. La mujer de
cabello rubio y rizo saludó—. Mis guerreros personales: Sajala y Esbos—. Esta
vez saludaron la joven armada de cabello corto y un hombre también armado de
cabello rubio platino de mediana edad que destacaba por lo alto que era.
—Y mi guerrreo y mi consejero —prosiguió Laisho—:
Alesio y Silero.
—Sin olvidar a mi fiel hechicero Carlo, que ya conoces
—añadió Elzia.
—¿Tú no tienes hechicero?
—Los hechiceros son escasos en este mundo —se limitó a
responder Laisho.
—Mi mundo está lleno de ellos y no sirven para nada.
Carlo sí que es bueno que me ha curado la resaca —dijo sin pensar Marta.
Laisho rió, al igual que Sajalia. Excepto la reina, el
resto la miraron con desaprobación.
—He hecho reír al rey hosco. Sí que debo ser decisiva.
Todos rieron menos Laisho, aunque no parecía ofendido.
—Presentaciones hechas. Vista vuestra espontaneidad
que no sé si es fruto de la educación en vuestro mundo o de vuestra juventud —a
Marta le estaba cayendo bien la reina—, os pido que me ayudéis en esta guerra.
—¿Cómo? ¿Y por qué debería escoger vuestro bando si
decido hacerlo? —Preguntó Marta ya algo frustrada con la complicada situación
que estaba apareciendo.
—Elzia es llamada la reina de las dos guerras
—intervino el rey Laisho con voz queda pero decidida—. Eso es porque a pesar de
todas las guerras que han tenido lugar, ella solo se ha inmiscuido en dos. Las
dos que vio preciso intervenir. Su reino se caracteriza por la paz en los
treinta años que lleva en el trono.
—Cabe añadir que he ganado las dos guerras en las que
he participado y no pienso perder esta. También soy llamada “la reina que nunca
pierde” aunque la Gran Guerra del continente Frondoso se me antoja la más
complicada de todas.
—¿Por qué esta guerra es tan importante?—Insistió
Marta, impresionada.
—Porque la iniciaron el rey y los príncipes del reino
del Este. El rey Osles es un tirano loco y dictador que quiere imponer la
fuerza y el miedo en la población —explicaba la reina Elzia con su tono de voz
gutural—. Mis principios siempre han sido gobernar por el bien, la paz, la justicia y los derechos de la gente.
—Principios en los que coincido —añadió el rey Laisho.
—Yo también. ¿Los habéis practicado?
—Vos misma lo comprobaréis —respondió Elzia—. Y he de
decir que sí, o al menos es lo que siempre he intentado para mis súbditos. Así
pues, ahora no puedo permitir que Osles avance a sus anchas por todo el
continente imponiendo todo lo que odio y por lo que soy capaz de luchar. ¿Lo
harías vos?
Marta calló. Si no mentían, les creía y confiaría en
ellos. Algo en su interior decía que era verdad pero su prudencia le hizo
contenerse aunque ella no destacase precisamente por ser prudente.
—Toda mi vida he querido algo bueno por mi mundo,
¿sabes? —Habló Marta tras su pausa—. Quería ayudar a la gente. Hice obras de
caridad, voluntariado… He querido dar lo mejor de mí misma, de mi ser a la
gente que me rodeaba y al entorno en el que estaba. Siempre he deseado poder
ayudar a marcar la diferencia y hacer del mundo un lugar mejor, aunque fuese
poner mi granito de arena, un paso más. Y siempre he estado frustrada en ese
aspecto. Nunca es suficiente.
—Entonces entendéis nuestra causa y compartís nuestros
principios, ¿me equivoco? —dijo el rey Laisho.
—No os equivocáis. Pero… ¿qué puedo hacer yo? No estoy
dispuesta a luchar ni a matar.
—Lo comprendo. Podríais ser una gran asesina en guerra
pero no es lo que os pido —prosiguió Elzia—. Sólo pido que me ayudéis. Que
seáis dama de mi corte o guerrera, lo que deseéis. Seréis protegida y me
ayudaréis en mis misiones diplomáticas. Podréis lograr para este mundo lo que
no habéis logrado para el vuestro. Pensáis que no significáis nada pero en
cuanto vuestro pegaso vuele…
—El pegaso ha volado, alteza —interrumpió Carlo—. Y ha
acudido a saludar a su dueña.
Se escucharon murmullos y la reina inspiró con
autoridad.
—Entonces no nos hemos equivocado con vos. Sois la
verdadera última superviviente de sangre élfica. Un rayo de esperanza para el
pueblo. Si tanto los soldados, como grandes señores y señoras, como meros
campesinos y ciudadanos lo sepan, se animarán a la causa al saber que contamos
con vos, la última elfa. Y, por supuesto, nuestros enemigos nos temerán más.
—Está bien. Creo que es justo que os ayude. Es lo que
siempre quise, ayudar a mejorar las cosas —respondió Marta, finalmente—. A
cambio, quiero información sobre mis padres.
—Respecto a ese tema lo único que sabemos es que
alguien de este continente conspiró para matar a vuestro padre, el último elfo
no mestizo.
La respiración de Marta se aceleró.
—¿Sólo eso?
—Y sospechas. Estamos investigando y, si lo deseáis, podréis
uniros a la investigación.
—¿Qué sospechas? —Inquirió Marta levantando la voz—.
¿Qué quizás fue el rey del Este, como se llame?
—Podría ser.
—Acepto colaborar. Pero quiero información.
—No sabéis lo que me alegro teneros a mi servicio.
—Cualquiera de nosotros afirmará lo mismo —. Convino
la guerrera de Elzia, Sajala. Dicho eso, lanzo su puñal al aire e hizo una
floritura con él antes de volver a guardarlo.
—No seré ninguna esclava.
—No os toméis el gesto de Sajala como una amenaza
—dijo el guerrero de Laisho—. Le gusta fardar porque sabe que yo soy mejor.
Marta rio. Le estaba cayendo realmente bien toda esa
panda de extraños de otro mundo.
—Tampoco tengo esclavos —contestó la reina sonriendo—.
Juntas y todos unidos, lucharemos por salvar a este mundo de la oscuridad. Lograremos
que triunfe la justicia y los derechos del pueblo por ser feliz. O al menos lo
intentaremos. No subestiméis la ligereza de mis palabras. Esta guerra es
decisiva y estamos en desventaja..
—Estoy de acuerdo —convino Marta. No pudo evitar
observar como los presentes la miraban con un atisbo de admiración al que no
estaba acostumbrada y que le hizo clavar en el suelo pedregoso la mirada.
—De momento, recibiréis clases de protocolo y de
cultura sobre el continente Frondoso y me serviréis cuando os lo ordene.
La reina se incorporó de su trono y se estaba
acercando a la puerta a la vez que los demás también se levantaban de sus
asientos, con andares de bailarina clásica.
—Dices que no soy esclava pero me estás dando órdenes.
—Órdenes leves que no creo te supongan ninguna carga
—dijo sonriendo.
—No, supongo que no… —Marta pensó que era imposible
discutir ante tan noble reina. Lo que había dicho sobre sus propósitos la había
entusiasmado. Quería realmente ayudarla a lograr que el bien triunfara entre
aquellos desconocidos reinos, ya que que no podía hacerlo en los países de la
Tierra—. Una cosa más.
—Decid
Elzia se giró pacientemente, al igual que todos los
demás.
—Me gustaría visitar el reino donde vivían los
antiguos elfos. Son mi familia, creo que tengo derecho…
—No —dijo tajante la consejera de la reina, Calina—.
Ese lugar está prohibido. Hace un siglo que nadie se adentra en él. Desde que
desaparecieron los elfos hace dos siglos nadie ha salido con vida con él y
nadie más se ha atrevido a pisarlo.
—Hace un siglo, el último que salió de él vivo, sólo
dijo unas palabras antes de desplomarse —añadió el guerrero de Laisho, Alesio,
con mirada fiera—: “El cabello de elfo nunca muere”.
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