Se
desperezó preguntándose qué había sido exactamente aquel sueño. Quizás no era
nada extraño. Se pudo haber manchado de tierra de camino a trompicones a casa.
Y, si era de verdad, la mujer no parecía querer hacerle daño. Más bien semejaba
que quería mostrarle algo. Intentó no darle más vueltas al asunto porque, con
todo lo que había ocurrido, su cabeza ya echaba humo.
De
repente, se acordó que aquella noche había quedado con su tío y Aurora para
salir de fiesta con los amigos de Aurora. Lo tenía apuntado en su agenda, que
aun utilizaba en vacaciones. No quería desaprovechar una fiesta con la misteriosa
Aurora y, además, sería un buen pretexto para relajarse y evadirse. Tras
asearse y enfundarse en un conjunto de ropa elegante pero casual, salió de su
habitación.
Por
la casa se escuchaban gritos. A quien más se oía era a la pequeña Rosa. Estaba
hablando sobre que una cierta cantidad de animales no era suficiente. A saber
porqué diría eso. Se encontró en el recibidor a Rosa con los brazos en jarras,
su madre al lado, pensativa y Dolores gritándole a la pequeña portando una
sartén como quien enfila una espada. A su lado, Rober y Aurora observaban la
escena bastante divertidos. Rober usaba un estilo de vestir muy parecido al de
Fabián. Al fin y al cabo, él había sido su mentor en el mundo de la fiesta.
Aurora estaba imponente con un vestido negro, cabello bien ondulado y zapatos
planos de buen diseño.
--¡Ese
gato lo quiero fuera de casa! –gritaba Dolores cuando Fabián bajó las escaleras
y al que nadie prestó atención.
--¡Nunca!
–chilló Rosa--. El pobrecito lleva años solo en el refugio y nadie lo quería.
Ahora tiene una familia.
--Pues
no me extraña –replicó Dolores. Fabián reparó mejor en la estancia y vio un
gato negro con ojos amarillos sentado de manera extraña y, juraría que hasta
estaba sonriendo también divertido con la escena--. Deberías traerme unos
buenos cerdos en lugar de esos planes de traer tanto animal por aquí. Por lo
menos los cocinaría.
--¡Los
cerdos tienen la inteligencia de un niño de tres años! Son criaturas que
deberían ser mejor tratadas –espetó muy indignada la niña.
Tanto
Dolores como Rosa parecían en aquel momento tener la misma edad, a pesar de que
las separaban sesenta años de diferencia, y lucían gestos furiosos.
--Está
bien. El gato se queda, pero no puedes llenar esta casa prestada de todo tipo
de animales cariño –terció con rotundidad su madre.
Tanto
Rosa como Dolores pusieron pucheros y se marcharon. La anciana murmuraba por lo
bajo improperios rumbo a la cocina.
--¿Qué
le pasa al gato? –Inquirió Fabián y tanto su tío como Aurora repararon por fin
en él.
--Es
que es un cabrón –respondió Rober.
Fabián
frunció el ceño, un tanto confundido.
--Lo
abandonaron en el refugio porque lo hechizaron para que lo fuera… aunque a mí me parece un amor, da un toque de
alegría a la casa –explicaba Aurora, pero él continuaba sin entender nada.
Entonces,
Rober le dio una colleja a Fabián y el gato empezó a reír escandalosamente.
Acto seguido, Aurora hizo una mueca chistosa y el gato volvió a reír,
señalándola con una pata. Fabián pensó que, después de todo lo que había
pasado, un gato que se reía era gracioso.
--Es
adorable –terció él finalmente.
Aurora
le dirigió una mirada cargada de ternura que rápidamente desvió mientras que
Rober fruncía el ceño.
--Eso
díselo a Dolores, Leli le fastidió el guiso y se estuvo riendo un cuarto de
hora mientras limpiaba.
--¿Leli?
–inquirió Fabián.
--Así
le llamó Rosa, yo le llamaría Lelo…
--Vamos
chicos, se nos hace tarde –los interrumpió Aurora.
Un
chófer los llevó a una calle de fiesta que solía frecuentar la joven con sus
colegas. Era un lugar que rezumaba magia. Estaba iluminado por chispas con
forma de estrella que brillaban danzando entre la calle. Se veía a gente siendo
transportada en alfombras y escobas voladoras. No era la primera vez que iban a
esa calle ni Fabián ni Rober pero no acudían demasiado porque no era del todo
su estilo. Este era un lugar tan sólo para pasarlo bien, sin segundas
intenciones. Ellos, en cambio, eran unos depredadores. Aurora los hizo entrar
en un local que parecía de los más antiguos de la zona cuya puerta estaba
escoltada por dos estatuas de dos antiguos guerreros que sonrieron a la
muchacha y les permitieron pasar.
El
interior era un contraste con lo que había fuera. El lugar tenía, en opinión de
Fabián, más pinta de antro y solamente había una mesa ocupada que montaba una algarabía.
Un gnomo con gafas que hacían relucir aún más sus orejas puntiagudas salió de
detrás de la barra.
--Ya
están aquí –dijo directamente a Aurora esbozando una media sonrisa e ignorando
a los dos jóvenes.
Entonces
un chico rubio de baja estatura con rasgos faciales anchos y, aunque no estaba
gordo (de hecho, era musculoso), lucía una barriga cervecera, se les acercó con
una gran sonrisa. Aurora se lanzó corriendo hasta él y se besaron. Aquello
sentó a Fabián como una jarra de agua fría. Ahí estaba el dichoso novio de
Aurora. No le parecía gran cosa para ella.
--Hola
–los saludó un poco intimidado--. Debéis de ser Fabián y Rober. Encantado, soy
Tomás, el novio de Aurora--. Ellos esgrimieron su mejor cara y le dieron un
fuerte apretón de manos, cosa que a Fabián le estaba costando--. Venid con
nuestros amigos, los amigos de Aurora son uno más del grupo.
--¡Genial!
–exclamó Rober--. Espero que estéis bien servidos.
--Por
supuesto –contestó Tomás.
Mientras
se acercaban a la mesa, Fabián no podía apartar los ojos de la parejita. Había
que admitir que Tomás sabía jugar sus cartas. Le regalaba carantoñas y mimos a
Aurora que, a su lado, ya no parecía la joven distante y fría que él había
conocido. Sí, sabía ganársela, pero lo peor de todo es que parecía amor
sincero. Ni siquiera de esa manera Fabián se quiso rendir. Se sentó justo al
lado de Aurora y se dispuso a exponer todas sus armas de seducción esa noche.
Le daba igual que Tomás estuviese delante.
Las
amistades de Aurora resultaron ser un grupo curioso. A medida que avanzaban las
copas se mostraban cada vez más escandalosos, groseros y hasta estrafalarios.
Poco a poco empezaban a cantar desafinando terriblemente y empezaban a
desaparecer piezas de ropas. Tomás seguía siendo un empalagoso con Aurora aunque
ella estaba encantada con ojos brillantes y parecía realmente en su salsa.
Fabián no la comprendía. Aquella gente no era su estilo. No tenían ni clase ni
decencia. Intentó en varias ocasiones acariciar, hacer reír, jugar etc.... Con
ella pero Aurora lo ignoraba todo el rato, cosa que crispaba a Fabián.
--Vaya,
deben ser buenos clientes –comentó por lo bajo Rober que, aunque no estaba tan
incómodo como Fabián, también parecía perplejo. Agarró una copa con ojo
avizor--. Es la mejor cubertería de los gnomos. Su propio cristal decorado con
su propio oro. Esto es carísimo… --su teléfono empezó a sonar y distrajo un
minuto a sus sobrino--. Fabián, tengo que marchar.
--¿Qué?
--Es
mi chica. Está por esta zona. La veré una hora y luego te rescato.
Rober
se levantó y con una mirada se entendieron. Le guiñó el ojo a Fabián como
haciéndole ver que sabía cómo se sentía. Al fin y al cabo, ellos estaban
acostumbrados a sitios elegantes y mucho más comedidos donde seducir a chicas
que su familia mafiosa aprobaría.
Cuando
Rober se hubo despedido de todos Fabián intentó darle celos a Aurora tonteando
con una de sus amigas. Aurora seguía indiferente. La amiga parecía rendida a
sus encantos, aunque apenas hablaba. Al principio se limitaba a responder con
monosílabos, pero se fue soltando y mostró ser una muchacha con unos cambios de
humor repentinos. Pasaba de reír como una loca a echarse a llorar o cabrearse. Mientras
que de fondo se escuchaban risas escandalosas y fuera de lo común.
De
pronto, sucedió algo que paralizó la fiesta, el muchacho gordo llamado Raúl
salió corriendo. Fabián se dio cuenta que era el dueño de aquella risa que le
estaba taladrando los oídos. Nadie sabía porqué corría exactamente, obviando
que estaba muy borracho. Sin embargo, el gnomo sí se dio cuenta.
El
gnomo hizo una floritura con la mano haciendo paralizarse a Raúl por arte de
magia, cosa que lo hizo parar (por fin) de reír y dos jarras enormes levitaban
desde sus manos.
--¡Ladrones!
¡Voy a llamar a la policía! –vociferaba el dueño fuera de sí y Fabián recordó
las palabras de su tío. Los gnomos apreciaban mucho su vajilla y resto de
objetos propios.
No
les quedó más remedio que salir empujados por las armaduras hechizadas del
local y esperar a que llegase la policía entre una noche brillante por las
luces danzantes de la calle. La policía no tardó en llegar y, entonces, pasó
algo inesperado.
--Policía,
miren –les dio Raúl, con ojos muy abiertos--. Han sido ellos –señaló al grupo y
todos permanecían sin entender nada. De repente, Raúl salió corriendo dejando
confusos a los dos policías que se habían quedado mirando a la dirección que él
había apuntado.
Dos
preparados agentes de la ley a los que se les había escapado un borracho
aturdido de grandes dimensiones en baja forma. Fabián no pudo evitar reír.
--Tú
–espetó el más corpulento, a la vez que su compañero buscaba por donde se había
metido Raúl--, ¿de qué te ríes?
--Es
que es gracioso, señor –replicó Fabián.
--Te
hará más gracia en comisaría cuando nos cuentes algo de tu amigo. Robar a un
gnomo está seriamente penado –contestó muy crispado el policía.
--¿Usted
sabe quien soy? –Preguntó Fabián, empezando a enfadarse.
Todo
sucedió muy rápido. El policía alzó su porra y Fabián le asestó un puñetazo que
le rompió la nariz. Sabía pelear gracias a la formación de su familia.
--¡Todos
a comisaría! –Bramó el otro.
--Pertenezco
a la familia de los Ojos Verdes –alzó la voz Fabián mientras el policía lo
inmovilizaba con una maniobra.
--Entonces
el inspector Valerio estará encantado de verle.
Fabián
tragó saliva. Ver a un inspector que intentaba innumerables veces complicarle
la vida a la mafia era la peor complicación que podía haber tenido esa noche.
Los policías, uno con nariz sangrante, se llevaron a todo el grupo, que había
enmudecido. Entonces, Fabián se percató de que Aurora había desaparecido de la
escena. Trajeron a Raúl que aun seguía borracho por el camino y reía después de
devolver las jarras al gnomo que, muy afectado, cerró por la jornada el local.
La
comisaría de la zona no era muy grande. De hecho, la isla tenía una comisaría
en cada zona importante dentro de la distribución del territorio. El interior
estaba aquella noche no muy concurrido, exceptuando a algún borracho o gente de
malas pintas. El policía de la nariz rota estaba tan enfadado que quiso
saltarse toda la cola de posibles infractores de la ley y metió a todo el grupo
en una pequeña sala de paredes grises donde los esperaba un hombre de unos
cincuenta años, con entradas y un espeso bigote negro. Estaba fuerte y en su
uniforme relucían unas cuantas estampas de condecoración. Lo que menos le gustó
a Fabián fue percatarse de que el inspector sólo lo miraba a él y sonreía
disimuladamente sin poder ocultar que había obtenido el premio del día.
--Veamos
–comenzó el inspector Valerio muy contento--. Tengo entendido que han sido
detenidos por robo a un gnomo, burlar a las fuerzas armadas y, además… romper
la nariz a un agente.
Fabián
le sostenía la mirada.
--Y
usted es el joven hijo de la familia de los Ojos Verdes. Vaya, vaya, no creo
que se libre de una noche de calabozo…
Fabián
tragó saliva. Las cosas no paraban de complicarse. El inspector sonrió y salió
de la habitación dejando al grupo controlado por los anteriores agentes.
--Voy
a por un médico que revise su nariz, agente García. Según la valoración del
daño provocado se revisará la condena.
--¡Él
iba a pegarme con una porra! –estalló Fabián, indignado.
Sin
embargo, el inspector Valerio marchó sin dejar de sonreír.
--A
ver quién ríe ahora, guapito –le dijo, regodeándose, el agente.
Los
siguientes cinco minutos parecieron eternos. La estancia estaba sumida en un
profundo silencio, de no ser por el silbido de el agente García que tarareaba
canciones muy contento y, de vez en cuando, un “hip” de Raúl. Fabián no se
esperaba quien entraría cuando la puerta se abrió.
Los
reconoció tras unos segundos. Los dos primeros hombres en entrar eran Fran y
Enrique. Dos capos de las familias infiltrados en asuntos de la policía. Eran
amigos tanto de la familia de Los Ojos Verdes, tanto como de la familia
Linares. Principalmente ahora, que eran, ambas, aliadas. Los seguía Aurora.
Detrás de ellos, el inspector Valerio estaba muy pálido y con cara de que le
habían robado unos precipitados regalos de Navidad. Fabián se sintió
reconfortado gracias al nuevo apoyo, aunque no seguro del todo. Tuvo ganas de
sonreír, pero ya había aprendido a guardarse sus emociones tras el anterior
incidente con la policía de La Perla.
Enrique
no tenía ningún parentesco con la familia, sin embargo, era el principal
contacto dentro del cuerpo de la policía con las familias aliadas. Fabián no lo
había conocido hasta el momento. Le pareció un tipo educado, de primeras.
Parecía tener una extraña química con Aurora, debido a miradas sagaces que
intercambiaban. Aquello lo crispaba, aunque también era consciente de que ellos
eran antiguos conocidos de asuntos relativos a la familia Linares y ya habían
trabajado juntos. Era alto, moreno de piel y de un cabello corto. Tenía rasgos
afilados y un cuerpo fibroso pero fuerte.
Fran,
en cambio, era conocido como más loco y cruel que su compañero. Alguien que se
encargaba de los asuntos sucios. Fabián temió que podría pasar para el motivo
de su presencia. Era más bajo que Enrique y más pálido, pero compartían
fisionomía. No edad, Fran le llevaba diez años a Enrique. Uno de cuarenta y cinco
años y el otro de treinta y cinco. Curiosa casualidad que le daba que pensar a
Fabián. Se extrañó de estar sumido de aquella manera en sus pensamientos
mientras se decidía si entraba al calabozo por agredir a un agente. Si lo
culpaban por ello, se descubriría todo.
--Vamos
amigo, no va a salvar a la humanidad por detener a unos chiquillos traviesos de
fiesta nocturna –decía Enrique, muy tranquilo y seguro, mientras el inspector
Valerio se encendía un puro, nervioso--. Cuando realmente quiera salvar la humanidad
querrá algo más como llegar al poder. Y cierto poder, sin que usted tenga que
mencionar una subida de sueldo más que evidente, llegará tan sólo con mi ayuda.
El
inspector lo miró muy fijamente. De nuevo, Fabián evitó reír. Enrique le
ofrecía un ascenso a la par que lograría un nuevo chivato en la policía, quizás
un nuevo aliado para la mafia a escondidas.
--No
acepto sobornos –masculló Valerio, poco convencido.
Mientras
que Fran se mantenía mirando todo el panorama analíticamente, Enrique sonreía y
le puso una mano en el hombro al inspector.
---Pero
me malinterpreta, inspector. ¿Qué haríamos sin gente como usted? Sin
funcionarios honestos y justos como vosotros los policías –insistió.
Tras
unos instantes mudo, finalmente reparó en la presencia de Aurora, que parecía
ajena a todo. El policía con la nariz rota decidió que sería más sabio y
prudente largarse de allí excusándose con ir a ser tratado en la clínica.
--Quizá
podría iluminarme adonde quiere llegar si me explica la inminente presencia de
esta joven.
Por
un momento el triunfo se dibujó en sus ojos al mirar a Enrique. El capo le
mantuvo la mirada, serio, unos escasos segundos hasta que Aurora habló.
--Inspector,
yo no he hecho nada más que ser una amiga y novia encantadora que ayuda a sus
amigos y amigas –se disculpó la joven con voz inocente. Una voz que era puro
teatro--. Ellos son los que han hecho realmente por mí a mi corazón peleón y, a
veces, frío.
--Valerio,
usted al igual que todos queremos llegar más lejos de lo que estamos –insistía
Enrique ante el silencio del inspector--. Sé muy bien que usted sabe quién soy.
Aunque lo disimule. ¿Puede darme una calada de ese habano a medio acabar que
seguro ha dejado al llegar este ridículo caso? –Hizo una pausa dejando un
rastro de una humareda perfecta. Sin pedir permiso, cogió “prestado” otro puro
para Fran que lo imitó--. Mucho mejor. Como decía, todos queremos ser alguien y
a usted le ha llegado la oportunidad. Un ascenso gracias a los servicios a la
familia Linares. ¿Le parece? Siempre y cuando este caso quede archivado bajo
sumo secreto y no llegue a oídos de nadie.
--Vamos,
Valerio, los secretos son excitantes –terció Aurora robándole el puro a Enrique
y dándole una experta calada.
El
inspector Valerio parecía o intimidado o agradecido, Fabián no lo descifró
bien.
--Supongo
que pedirán que el caso no afecte a ninguno de los expedientes de estos chicos
y chicas –replicó Valerio tras una larga pausa.
--Ya
veo que nos entendemos. Cuando formas parte de los cuerpos de seguridad hay que
obrar el orden. ¡¿Qué mejor orden para las familias más poderosas de… que sus
aliados libres de una chiquillada!?
El
inspector lo miró con ojos muy abiertos sin decir nada.
--Enrique,
déjate de tonterías –intervino, al fin, Fran--. Usted… Valerio. ¿Quiere estar a
favor o en contra de los capos? Si hasta nos ayuda podría ser uno de los
nuestros.
Le
sonrió fieramente. El inspector le devolvió el gesto. Fabián no sabía si por
miedo a la reputación de Fran o porque realmente sabían entenderse.
--Vamos,
que lo ascienda un capo es de valientes. ¡El cambio es para los valientes!
–Exclamaba teatralmente Enrique--. La zona de confort es para los que tienen
miedo a dejar de ser felices o, quizás, a serlo.
--Necesitamos
un régimen de horas protocolario de retención –terció protocolariamente el
inspector Valerio, dando su brazo a torcer.
Era
el triunfo según entendió Fabián. Lo peor sería la bronca que vendría en cuanto
toda la familia se hubiese enterado del incidente. Por lo menos se libraría del
calabozo y un mal expediente.
--Mire
usted demasiado su hora y se olvidará de la hora de la que vive… O la perderá,
directamente. Dependiendo con quien trate –enfatizó Fran.
--¿Qué
le digo a mi superior? –preguntó, tras segundos en silencio, el inspector. Ya
no parecía tan seguro como antes de que Aurora, Enrique y Fran aparecieran la
comisaría.
--Ya
no es su superior si me hace caso. No obstante, no hay nada mejor que unas
palabras bondadosas más calmantes que cualquier remedio mágico que se haya
inventado.
Dicho
tal, le dio una palmada en el hombro. El inspector los liberó a todos. Los
capos se encargaron de que cada amigo de Aurora, incluido su novio, marcharan
seguros a sus casas. Rober apareció al poco rato muy confundido. Enrique y Juan
metieron a los tres jóvenes en el coche.
--Califico
de error lo que habéis hecho –rompió Fran el silencio, de camino a la nueva
casa conjunta de las familias.
--¿Error?
–Inquirió Enrique, ya más fuera de sí--. Fabián no puedes pegarle a un policía
sin un buen motivo.
--Lo siento –se limitó a responder tras el susto--. ¿Lo sabe mi madre?
--Lo siento –se limitó a responder tras el susto--. ¿Lo sabe mi madre?
Fran
se giró del asiento copiloto y le sonrió.
--No.
Lo sabemos gracias a tu amiga Aurora –reveló--. La última palabra es tuya,
aunque no te dé la razón. Por esta no decimos nada, para la próxima… ya
veremos. Todos hemos sido jóvenes y estúpidos alguna vez.
Fabián
tragó saliva. No sólo por la reputación de Fran como capo, si no por todo lo
que estaba escondiendo a las familias. Aurora lo miraba de forma escrutadora.
Rober parecía muy cansado y apoyó la cabeza en el hombro de él.
--Una
cosa más. Os la revelarán mañana seguramente. Pero es bueno que ahora lo
sepáis… los tres –Aurora le dio en el hombro a Rober para que despertase. Este
dio un respingo, pero reaccionó rápido--. Han sido asesinados dos trabajadores
de nuestras familias. Uno de la familia Linares y, otro, de la familia de Los
Ojos Verdes. Ambos cumplían el cometido en el exterior, de hecho, el mismo…
--¿Cuál?
–Se aventuró Aurora.
--No
podemos revelarlo. Sólo podemos decir que estaban cercanos a un museo y tenían
información muy importante, según nos hicieron saber, pero no llegamos a
conocerla –contestó, paciente, Enrique--. Debemos todos, en estos tiempos
difíciles, ser cautos y tener cuidado en el exterior. Así que ya estáis
avisados, jovenzuelos.
Aurora y Rober hacían preguntas durante todo
el trayecto. Fabián miraba por la ventanilla la noche calmada de las vacaciones
de verano mientras ataba cabos. Dos muertos de las familias durante la
profecía. Cerca del museo. La mujer en sueños que le reveló que lo que buscaba
se encontraba donde se expone el conocimiento. ¿En qué mejor lugar se expone el
conocimiento que en un museo?
No
todo podía ser casualidad. Mañana mismo iría a controlar el trabajo de Pedrito
y Cristina y les contaría sus sospechas. Quizás al día siguiente estarían más
cerca de descifrar la misteriosa piedra. Cosas del azar que no se podían
explicar.
--¿Es
que no os dais cuenta de que este incidente podría haber llegado a oídos del
jefe de policía…?
Fabián
captó esas palabras tras un rato en su mundo cuando Aurora le dio otra colleja.
--El
lobo, sabueso… llamadlo como queráis –prosiguió Fran.
--Somos
más poderosos que la policía –Protestó Rober.
--Sí,
pero en la sombra. El pueblo debe creer que no somos nada –contestó Enrique un
tanto enigmático--. Nada de nada más que manejar nuestros negocios de la magia.
Con ello hacer el bien. No pueden tacharnos de violentos y, aunque es lo que
somos, no debemos parecerlo. ¿Entendido?
--Ya
la alianza entre familias es catastrófica. Sobre todo, tan castigados en el
paro al adelgazar la plantilla de nuestro principal centro de negocios. Por tal
motivo vamos a abrir un nuevo hospital. Menos enfermos y muertos, más
nacimientos y más trabajo –recitó muy rápido Aurora.
--Percibo
un deje de sarcasmo en esta nueva medida, Aurora –respondió Enrique cuando el
sonido de la marea y las olas rompiendo contra las rocas de la casa les hizo saber
que habían llegado.
--Tómatelo
como quieras.
Dicho
tal, guardaron silencio y cada uno marchó a su cuarto. Fran y Enrique se
envolvieron en la calima de la noche sobre la costa y también se encaminaron a
sus respectivas casas. Sin terciar palabra, los tres jóvenes se sumieron en un
ebrio sueño.
Fabián
ya sabía adónde tenía que ir el día siguiente.
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