miércoles, 18 de diciembre de 2019

TERCER CAPÍTULO "LA PROFECÍA DE LA PERLA"


3 SECUESTRO

—¿Tú no eres mayorcito para andar robando pedruscos a niños? —Le espetó la muchacha con las manos en las caderas—. Policía, ¡socorro…!

Fabián fue rápido y tapó la boca a la niña lo más rápido que pudo. La adrenalina fluía por sus venas instándolo a actuar con la mayor solvencia posible. Agarró a ambos muchachos y empujó de ellos para que comenzaran a correr. Ellos lo siguieron, dóciles.

—¿Nos vas a secuestrar? —Inquirió la niña cuando Fabián dejó de taparle la boca.

—Algo así —consiguió farfullar Fabián intentando ignorar a sus acompañantes y dándose cuenta de que estaba haciendo una soberana estupidez.

Otra opción que llevárselos y retenerlos hasta saber cómo huir o afrontar la situación no tenía, mucho menos cuando se había acercado hasta allí la policía. Por suerte, vio una cabina de teletransporte que asomaba en el paseo marítimo tras unas escaleras de piedra en la playa. Condujo a los jóvenes molestos hasta allí.

—Como secuestrador dejas mucho que desear —dijo la niña con deje curioso. Como si aquella situación la estuviese divirtiendo—. Nadie, excepto los grandes cargos, pueden usar una cabina de estas que te llevan a otro lugar en el momento. Salvo que tengas la tarjeta…

La muchacha calló en cuanto Fabián sacó de su bolsillo la tarjeta y la insertó, logrando que, de pronto, se hallasen en lo más alto del monte de toda la isla. Eso cerró la boca a la niña, que se tambaleó con el susto y Fabián no pudo evitar alegrarse. Se trataba del lugar donde la mafia le había encomendado vigilar la afluencia del río de magia. La nieve borraba las tierras dejando ver rocas bordeando el río de magia, que relucía como arcoíris de mil colores. Estaban más altos que las nubes y, un poco abajo, había una cabaña de madera con humo brotando de una chimenea rudimentaria. Allí vivía Gregor, un trabajador de la mafia de los ojos verdes. Gregor ya había presenciado demasiados sucesos relacionados con la mafia como para molestarse en abandonar su caliente y cómoda cabaña por apenas unas voces.

—¿Quién eres? —Preguntó la niña con atisbo de miedo en su rostro.

Fabián resopló. Aquello se le había ido de las manos.

—Me llamo Fabián y, por favor, mientras hable no me interrumpáis y así os sentiréis seguros y protegidos lo antes posible.

Se dispuso a contarle a los muchachos que pertenecía a la mafia de los ojos verdes y les explicó lo que estaba sucediendo. Les reveló la nueva situación y la profecía, porque decidió que ya que los había involucrado en sus asuntos, merecían saber la verdad para no hacer más estupideces que las que estaba haciendo él mismo y, además, pensó que eran lo suficientemente mayores para entender el alcance del problema. Así, cometió la segunda estupidez del día.

—Osea que esta piedra es la de la profecía—. Concluyó el niño, que hasta el momento no había hablado.

—Exacto. Y vosotros ahora, si decidieseis huir de mí estarías en grave peligro. La mafia no tiene problema en eliminar a nadie que pueda resultar un inconveniente, alguien que sepa demasiado... Además, la profecía hablaba de un niño y no sería de extrañar que os tomaran como una amenaza.

—Yo no soy ninguna niña de ninguna profecía —musitó la niña algo alarmada.

—Ni yo.

—Podríais demostrarlo con toda la verdad del mundo y, aun así, os querrían quitar del medio.

Se hizo un silencio tenso.

—¿Qué quieres de nosotros? —Preguntó finalmente la muchacha.

Fabián había tramado rápidamente en su cabeza un plan.

—Aquí estaréis seguros. De momento, sólo tengo encomendado subir hasta aquí yo. Tenéis que llamar a vuestros padres y decirles que estáis bien. Mentid. Decid que os habéis metido en un campamento o lo más creíble que se os ocurra. Mientras tanto, quiero que me ayudéis con la búsqueda de la otra mitad de la piedra. Espero que en pocas semanas haya arreglado el asunto y os pueda enviar a casa.

—Esperas…

—Y estaría bien que los tres nos hiciéramos amigos —la muchacha resopló—. Incluidos vosotros dos. ¿Cómo os llamáis?

—Pedro —se presentó el muchacho.

—Pero todos le llaman Pedrito —rio la niña—. Yo Cristina. Tenemos trece años. ¿Y tú? Eres muy guapo… ¿pero no eres demasiado jovencito para estar metido en la mafia?

—¿Y tú no sabes que pareces un tanto insoportable?

Pedrito rio.

—Todos piensan que es insoportable.

Cristina hizo amago de querer pegarle, pero Fabián la detuvo.

—Vosotros dos, vais a tener que aprender a convivir. No podéis ser violentos ni agresivos el uno con el otro. La vida es así. Muchas veces, en el colegio, en el trabajo, en la familia… hay que aguantar a gente que no te cae bien o que es diferente. No podéis llevaros mal por ser diferentes o tener distintas opiniones. En la vida hay que tratar de ser lo más amable posible con todo el mundo y tratar de congeniar aunque haya diferencias. La violencia no es el camino. Y, si queréis discutir, hacedlo con empatía (poniéndoos en el lugar del otro) y con buenos modales. Ya veréis como así vivís mejor. Evitad conflictos.

—Y lo dice un miembro de la mafia. De una panda de asesinos. Vosotros utilizáis la violencia todo el rato.

Fabián puso los ojos en blanco.

—Escucha, Cristina. Te sorprendería saber lo buenos que pueden parecer los verdaderos asesinos. Pueden acudir a tu casa con aura de grandes personas. Son educados, saludan, te adulan, (“¡Oh, qué bien te sienta esa chaqueta!”) También le darán de comer a tu perro, te harán regalos y, en el momento que menos te des cuenta… un disparo, una gotita de veneno en tu refresco o… lo que sea. Siempre y cuando supongas un verdadero problema para ellos.

Cristina calló y tragó saliva. Fabián hizo un aspaviento con la mano, un tanto nervioso. ¿Qué pasaría si el resto de las dos familias de la alianza a la cual él mismo pertenecía se enterasen de lo que había hecho? Se imaginaba la sonrisa de Juan, el padre de Aurora, siempre congelada en su rostro y relamiéndose de triunfo con sus aires de galán, de tipo “feo-guapo”. O Sofía, su mujer, famosa por ser una psicópata letal. Claro que también estaba su madre, siempre compresiva aunque letal heroína de guerra. ¿Comprendería a su hijo en esta situación? Las mafias eran expertas en delitos… pero no del tipo de secuestrar a dos niños inocentes a saber por cuánto tiempo.

De pronto, supo lo que tenía que hacer.

--Tenéis que jurarme que no diréis nada de lo que os he contado y obedeceréis mis órdenes a partir de ahora con el juramento de sangre.

Ambos niños se pusieron más pálidos que la perlada nieve que los rodeaba. El juramento de sangre implicaba que, quien revelase algo, moriría.

--Está bien –cedió Pedrito cediendo su mano temblorosa.

--Venga ya –dijo más insegura Cristina--. Tú eres menor, un mafioso de poca monta. No puedes hacer eso.

Fabián resopló. Con una pequeña daga hizo un arañazo en cada una de las manos y se las apretaron.

--Además de eso puedo ofreceros alguna recompensa si me verificáis que accedéis a ayudarme con la búsqueda.

Cristina sonrió con autosuficiencia mientras que Pedrito asentía débilmente.

--Quiero dinero –soltó la muchacha rápidamente.

--Lo tendréis. No hay vuela atrás--. Fabián decidió ponerse firme o esa cría lo iba a desplumar--. O se sabe la verdad y los tres estaremos fastidiados de verdad, sobre todo vosotros, por no pertenecer a la familia, o aceptáis mi trato. Un juramento y dinero.

Cristina dibujó una mueca que parecía expresar que no sabía cómo replicar, así que asintió, al igual que Pedrito. Fabián se dio por satisfecho y les dedicó la mejor de sus sonrisas, quizás emulando las de Juan que embaucaban a la gente.

--Bien. Os enseñaré unas sencillas tareas para que realicéis aquí, en el mismo manantial de magia. A partir de ahora, seréis trabajadores de la mafia y seréis compensados por ello –habló rápidamente intentando sonar lo más firme posible y, hasta alzando la voz cuando un grupo de cuervos casi minaba su voz--. Gregor estará al tanto pero no podéis revelarle nada de la misión que os encomiendo. Él tan sólo os dará cobijo, comida y abrigo pero sólo le comentaréis lo elemental…

Fabián se quedó mudo. Gregor. Fiel trabajador de la mafia desde hacía treinta años. Tendría que engañarle a él también. Si lo conseguía.

--¿Y eso es? –lo interrumpió de sus elucubraciones Cristina.

--Que solamente sois niños contratados por la mafia para evadir impuestos en el trabajo de controlar el manantial de magia.

--Está bien, mejor eso que vivir con una madre que sólo va a casa a dormir. Si aún tuviera hermanos… ¡Seréis mis nuevos hermanos! –Exclamó la niña con deje de entusiasmo.

Fabián soltó una risotada forzada mientras se centraba en el siguiente punto de su plan. Pedrito sonrió sin parar de estar nervioso. Acto seguido, Fabián se dispuso a contarles a sus nuevos colaboradores de trece años cuáles serían sus tareas en su nuevo hogar. Cuando hubieron comprendido todo, se dispuso a hablar con Gregor.

Y, así, cometió la tercera estupidez del día.

Gregor era un hombre que acechaba la cuarentena al margen del mundo, incluido lo que tuviera que ver con formar una familia. Habitaba una de las tres cabañas de madera y piedra que gobernaban con sus estructuras la cima del monte del cual brotaba el manantial de magia. Gregor se mostraba feliz viviendo en un mundo propio. Con la gente solía ser bastante inseguro y tímido, incluso balbuceaba de más para ser considerado para otros asuntos. Sin embargo, su gran inteligencia en ciertos temas hacía que la familia de “Los Ojos Verdes” le confiara asuntos delicados.

--¿Quién va? –Contestó un Gregor con ojos entrecerrados y una taza de café humeante en las manos mientras salía de su cabaña--. Vaya, es usted, señor Fabián.

Hizo una reverencia tan exagerada que casi se le cae el café de las manos.

--Buenos días, Greg –saludó el joven, intentando parecer despreocupado--. Vengo por asuntos de la familia.

--Estaré encantado de serles de utilidad, de nuevo.

Fabián asintió y esbozó la mejor de sus sonrisas de dentadura perfecta.

--Resulta que me han encargado la tarea del funcionamiento del manantial de magia. Y, por suerte para mí y mi tiempo libre… He encontrado dos adolescentes que lo harán por mí… Bien recompensados, por supuesto.

Le guiñó el ojo para disimular la tensión de sus palabras. Al ver que Gregor parecía mudo dibujó una sonrisa de depredador que solía reservar para sus conquistas y sacó una cantidad razonable de dinero y se la postró en la mano a Gregor que la miraba como si le tocase la lotería.

--Entiendo –respondió finalmente mientras se guardaba los billetes para sí--. Supongo que querrá las mejores comodidades para ellos. Una cabaña con una habitación para cada uno que esté bien amueblada y con calefacción, servicio e incluso jacuzzi de agua caliente para que se relajen tras sus largas jornadas de trabajo.

--Estupendo –terció Fabián con voz queda, aunque por dentro era un manojo de nervios--. Hay otro punto. Se ha jurado con sangre el secretismo de esta tarea --. Al oír esas palabras, el hombre empalideció un poco--. No debe hablar con los adolescentes más que lo básico y, claro, enseñarles sus tareas. Pero nadie, repito “nadie” debe saber lo que están haciendo. No puede hablar del tema con absolutamente nadie, ni siquiera de las familias. ¿Ha quedado claro?

Tras una pausa que a Fabián se le hizo eterna Gregor asintió. Pensando que no iba a aguantar más su talante, se despidió de él con otro billete y se también de los muchachos. Cogió una cabina de teletransporte a su casa ya que no había dormido en toda la noche y la mañana estaba bien avanzada. Al llegar a la gran mansión repleta de todo lo que cualquiera desearía en unas vacaciones comenzó a cavilar una coartada, mientras inhalaba aire tibio con olor a salitre y no la brisa gélida del monte. Desgraciadamente, no tuvo mucho tiempo.

--Jovencito. ¿Otra vez saliendo entre semana hasta la mañana?

Fabián suspiró aliviado, aunque tenso, al ver que su madre, echa una furia, le había dado su propia coartada.

--Mamá, tengo dieciocho años, puedo hacer lo que quiera –contestó, tratando de parecer molesto, mientras se encaminaba rápido y cansado a su cuarto.

--¡Por eso mismo¡ ¡Que sea la última vez!

Fabián cerró con un portazo la puerta de su habitación sin mediar conversación ni con Dolores ni el abuelo de la otra familia que fueron las únicas personas que se encontró por el camino. Se metió rápidamente en su cama. Respiraba agitadamente, habían pasado demasiadas cosas en tan sólo unas horas. Podría ser un héroe o un desastre según jugase sus cartas. Decidió sosegarse y dejar sus pensamientos para cuando despertase. Todo iba bien. Lo había hecho bien…. Reconfortado, se sumió en un sueño profundo.

Tras un remolino de imágenes que olvidaría, de pronto, despertaba en su cama y la noche asomaba tranquila por su ventana. Pero algo iba mal. No se sentía sólo. Habría estado durmiendo todo el día y le extrañaba que su madre no lo hubiese despertado antes. Y notaba una presencia.

Miró para todos lados y la vio.

Era una mujer. Tenía una larga cabellera de pelo liso y rubio platino. Estaba extremadamente pálida y portaba un vestido delicado color negro. Le sonrió y le hizo señas para que lo siguiera.

--¿Quién eres? –Preguntó Fabián que no sabía porque le hacía caso a aquella chica extraña y se había levantado para seguirla, como si la curiosidad fuese mucho más fuerte.

La mujer no contestó. Caminaba sigilosa en la penumbra de la mansión. Se movía de manera etérea con un vaivén en sus pies pálidos y descalzos que recordaban a una bailarina. Fabián temía que alguien de las familias los viera, pero sólo estaban él y la misteriosa mujer. Sufrió un escalofrío al pensar que le parecería hasta guapa si no fuera porque juraría que estaba muerta. Cuando llegaron a la explanada de tierra del jardín la mujer habló con una voz gutural;

--Lo que busca tu mente está relacionado con tu corazón. Para ello ahora debes acudir adonde se expone el conocimiento. Mas mancharás en tu búsqueda tus manos de tierra –, la mujer señaló un punto del terraplén donde Fabian, inconscientemente, se puso a hurgar precisamente ensuciándose con la tierra. Sentía escalofríos y no sabía que hacer, ahí no había nada y la mujer no parecía… de este mundo--, y de sangre.

Cuando la mujer acabó de hablar Fabián despertó sobresaltado. Esta vez todo era distinto. Aún no era de noche. Miró el reloj y era tarde temprana. Se escuchaban ruidos y voces por la casa. Suspiró, aliviado. Había sido una pesadilla…

Dio un respingo cuando miró sus manos con horror. Estaban manchadas de tierra.




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