domingo, 9 de septiembre de 2018

Capítulo 15 "El camino que nadie nombra"

En vista que ha habido un error de edición que mezcla fragmentos en gallego con fragmentos en castellano (tengo la obra escrita en ambos idiomas), iré publicando por aquí muchos capítulos en castellano. Enlace a la obra:

https://espanol.free-ebooks.net/ebook/El-Camino-que-nadie-nombra


15
El impacto sobre la dura piedra logra que salga de mi trance. Mi respiración es fuerte y entrecortada. Veo haces de luz que iluminan donde estoy y comienzo a rodar, convencida de que el fuego ha vuelto. Tras unos instantes sin sentir nada, me quedo boca arriba y compruebo que no era un incendio lo que provocó los haces de luz; sino unos relucientes fuegos artificiales que se alzan en el oscuro cielo nocturno. Por unos momentos me desconcierto, ¿fuegos artificiales? ¿Será otra trampa? Entonces recuerdo que ya he salido de Daos y debo estar en Hafix.
Alzo mi vista y contemplo la luna llena, alta y pálida que reina en el firmamento plagado de estrellas ardientes. Avanzo con cautela, lista para cualquier amenaza y rápidamente avisto un gran muro. Nunca había visto uno tan alto, debe medir decenas de metros. Y en él hay una gran puerta sin protección. Todo parece demasiado bonito para ser verdad y deduzco que se debe tratar de una trampa. Luego tengo que volver a recordarme que estoy en Hafix, no en Daos. Pero eso no evita que salga corriendo cuando una ráfaga de viento mueve una rama de un árbol y veo su sombra balanceándose tras de mí.
Corro lo más rápido que me permiten mis fuerzas y entro por la puerta. Ahora estoy en una calle desierta con tres bifurcaciones. Todo parece tan bello que sigo dudando que sea real. Tiene bancos de piedra rodeados de césped y flores. Comercios dispares se disponen por sus lados y, en sus edificios, multitud de ventanas, algunas con luces encendidas. Desde luego, ya no estoy en Daos.
Este pensamiento hace que me relaje aunque no baje del todo la guardia y me hago consciente de la gravedad de los daños. La carrera final para salir de Daos ha causado mucha más mella en mí de lo que pensaba. Con la adrenalina fluyendo a torrentes por mis venas mientras corría a la salida no era consciente de todas las heridas que me estaba causando. Noto mi cara llena de heridas por culpa de la ventisca, mis pies están achicharrados y con ampollas, creo que el torrente de agua me ha dislocado la mano izquierda, la quemadura de los pies asciende hasta mi rodilla y el roce con las enredaderas me ha hecho una profunda herida en el brazo derecho.
Mi instinto me dice que lo primero que tengo que hacer es conseguir atención médica así que avanzo por el camino más grande de esta callejuela. Lo que veo a continuación no lo podría haber imaginado en la vida. Me encuentro en una ancha calle de adoquines rojos rodeada de grandes edificios de diseños fascinantes, como relieves que semejan tallados por el mejor de los escultores. Está repleta de gente que ríe y, al contrario que en Lanan, que se la ve sana y vistiendo ropas lujosas. Bordeando las calles se encuentran vendedores ambulantes y espectáculos de gente que tienen que ser brujos. Que son brujos es evidente, ¿quién más sino podría hacer levitar bolas de fuego en una danza hipnotizante o mover flores con la mente?
Avanzo observando todo lo que me rodea como si estuviera en un sueño. Por un momento me pregunto si estaré todavía en Daos y esto se trata de otra trampa de ese apestoso continente. A lo mejor son alucinaciones. Cada paso que doy es más pesado y me empiezo a encontrar más débil y mareada. La gente comienza a mirarme con asombro pero yo les ignoro. Llego a una tienda con un gran espejo y me permito mirar mi reflejo, cosa que no he hecho en mucho tiempo. ¿Cuánto tiempo he estado en Daos? He perdido la cuenta.
Una joven muy desfavorecida me devuelve la mirada. Estoy extremadamente delgada, mi cabello es una maraña de pelo, mi cara está llena de heridas y tengo una cicatriz en la frente, mis pómulos destacan en mi rostro por mi delgadez y mi ropa parece la de un mendigo. Lógico que la gente me mire. Aun encima estoy llena de heridas por todo el cuerpo, sin contar mis destrozadas zapatillas que cubren unos pies rojos con ampollas.
Continúo caminando y cada vez flaquean más mis fuerzas. La gente murmura al verme pero yo solo reparo en lo increíble que me parece todo. Veo unas frutas que cantan y finalmente decido que ya he llegado a Hafix, no estoy en Daos. Lo he logrado.
Dani, Pedro, Marc, Tom… Sus nombres y su imagen vuelven a mí de forma nítida, como no había sido en mucho tiempo. La esperanza vuelve a invadir mi alma y siento euforia, pero una euforia atormentada que hace que ría a carcajadas a la vez que estallo en un llanto. Estoy mucho más cerca que hace apenas una hora de volver a verlos. Sigo con la mezcla de las lágrimas y la risa. La gente me señala y me miran con desaprobación. Me doy cuenta de que debo parecer absolutamente loca. Pienso que me da igual y entonces me desmayo.
Despierto algo somnolienta, pero me encuentro mejor de lo que me he encontrado en mucho tiempo. Supongo que se deberá a que no había dormido tan bien en todo el tiempo que pasé en Daos. Estoy en una amplia habitación blanca, en una mullida gran cama con una ventana con una silla a mi izquierda. Deduzco que estoy en un hospital. Compruebo, sorprendida, que ya se han sanado todas mis heridas. Todas excepto las quemaduras de mis pies, pero al menos ya no duelen. Me imagino que habrán utilizado en mí medicinas mágicas muy potentes. Con las armas de Daos es posible utilizarlas. En cambio, en la guerra, las armas que se usan para luchar ya están especialmente diseñadas para combatir estas medicinas y no se pueden usar en batalla. Recuerdo que Dani me lo contó una vez.
Me permito arrebujarme en la cama y no pensar en nada, disfrutando del momento. Solo que unas voces en el exterior de mi habitación me hacen reparar en ellas. Observo la puerta, que tiene una pequeña ventana y veo dos mujeres y un hombre que hablan serios.
—Han encontrado a otro en la frontera de Daos —anuncia la mujer rubia, que es de mediana edad. Escucho atenta.
—¿Cómo es? —Pregunta el hombre con voz grave. Tiene el pelo castaño muy bien cortado y es visible su fortaleza.
—Es mayor, casi un anciano. Parecía fuerte pero está malherido, como la chica.
Me incorporo y me acerco a las voces. Significa que Paolo también ha logrado salir. Quiero verlo, necesito hablar con esta gente. Por como hablan, parecen altos cargos. Mientras me levanto me doy cuenta que estoy vestida solo con un camisón. Intento abrir la puerta pero está cerrada con llave. No obstante, esta gente repara en que me he levantado y entran en la habitación.
—Ven, no debes levantarte de la cama, corazón —me dice la mujer pelirroja, agarrándome suavemente y conduciéndome de nuevo al confortable colchón—. Soy la doctora Elsa y haré lo que sea para que vuelvas a estar bien, debes haber sufrido mucho.
Los otros dos entran y me miran con compasión. Sin decir nadie nada, la doctora me trae una bandeja llena de comida exquisita: sopa, carne asada, patatas, flan…
—Debes comer —me insta Elsa.
Tomo toda esta atención abrumada por tanta bondad, cuando últimamente solo he conocido lo peor del ser humano. Obedezco a la doctora y como, disfrutando de este increíble sabor, pero apenas soy capaz de dar unos bocados porque mi estómago ya está bastante cerrado.
—¿Cómo te llamas? —Me pregunta el hombre.
—Miranda —contesto con voz áspera.
—Miranda, que nombre tan bonito —comenta sonriendo—. Yo soy el general John y ella —añade señalando a la mujer rubia—, es Layla, la ministra de exteriores. Si no te encuentras muy mal, nos gustaría que nos contaras tu historia.
Miro escrutadoramente a John y a Layla, intuyendo una posible amenaza. Me doy cuenta de que estar en Daos me ha vuelto paranoica y, como no veo indicios reales de que sean una amenaza, asiento con una seca cabezada.
—Te daremos un elixir con el que solo podrás decir la verdad —me dice casi en un susurro Layla, mostrando un pequeño frasco con un líquido azul en su interior.
—Pero antes debe comer —espeta la doctora, con las manos en la cintura.
—No creo que coma más, lo tomaré ya —digo y con brusquedad arranco el frasco de las manos de la ministra. Decido que cuanto antes colabore con ellos, antes colaborarán conmigo—. Contar la verdad no me molesta porque la verdad no me da miedo. Creo que es lo más fácil.
Los tres se miran.
—Chica lista —dice John con su sonrisa—. No queremos hacerte ningún mal. Ya has pasado demasiado. Pero en cuanto sepamos lo que te ha ocurrido antes podremos ayudarte.
Asiento y, tras respirar hondo, comienzo a hablar.
Durante la siguiente media hora les narro mi historia, cada detalle desde que se anunció la guerra en Lanan. Hay detalles de los que me cuesta hablar pero parece que el elixir ayuda a que las palabras sean pronunciadas por mi boca. Ellos escuchan muy atentos y sin interrumpir. Cuando acabo, los miro desafiantes.
—Es la hermana de Dani —comenta Layla y dirige una mirada significativa al general.
—Eso va a jugar mucho a nuestro favor —responde John, abandonando su rostro afable por una mirada más calculadora y concentrada.
—¿Conocéis a Dani y a Pedro? —Pregunto ansiosa.
—Claro, es el general de Lanan y Pedro su mano derecha, hasta yo los conozco —dice la doctora, con una sonrisa cálida.
—Y… y… —comienzo a decir y mi respiración se agita—. ¿Sabéis si…?
Estoy jadeando. Noto un temblor que invade mi cuerpo y nervios, nervios como nunca sentí en mi vida.
—Si están vivos, ¿quieres decir? —Pregunta suavemente Layla.
No respondo, sino que los miro con súplica.
—Están vivos —responde el general.




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