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15
El impacto sobre la dura piedra logra
que salga de mi trance. Mi respiración es fuerte y entrecortada. Veo haces de
luz que iluminan donde estoy y comienzo a rodar, convencida de que el fuego ha
vuelto. Tras unos instantes sin sentir nada, me quedo boca arriba y compruebo
que no era un incendio lo que provocó los haces de luz; sino unos relucientes
fuegos artificiales que se alzan en el oscuro cielo nocturno. Por unos momentos
me desconcierto, ¿fuegos artificiales? ¿Será otra trampa? Entonces recuerdo que
ya he salido de Daos y debo estar en Hafix.
Alzo mi vista y contemplo la luna
llena, alta y pálida que reina en el firmamento plagado de estrellas ardientes.
Avanzo con cautela, lista para cualquier amenaza y rápidamente avisto un gran
muro. Nunca había visto uno tan alto, debe medir decenas de metros. Y en él hay
una gran puerta sin protección. Todo parece demasiado bonito para ser verdad y
deduzco que se debe tratar de una trampa. Luego tengo que volver a recordarme
que estoy en Hafix, no en Daos. Pero eso no evita que salga corriendo cuando
una ráfaga de viento mueve una rama de un árbol y veo su sombra balanceándose
tras de mí.
Corro lo más rápido que me permiten
mis fuerzas y entro por la puerta. Ahora estoy en una calle desierta con tres
bifurcaciones. Todo parece tan bello que sigo dudando que sea real. Tiene
bancos de piedra rodeados de césped y flores. Comercios dispares se disponen
por sus lados y, en sus edificios, multitud de ventanas, algunas con luces
encendidas. Desde luego, ya no estoy en Daos.
Este pensamiento hace que me relaje
aunque no baje del todo la guardia y me hago consciente de la gravedad de los
daños. La carrera final para salir de Daos ha causado mucha más mella en mí de
lo que pensaba. Con la adrenalina fluyendo a torrentes por mis venas mientras
corría a la salida no era consciente de todas las heridas que me estaba
causando. Noto mi cara llena de heridas por culpa de la ventisca, mis pies
están achicharrados y con ampollas, creo que el torrente de agua me ha
dislocado la mano izquierda, la quemadura de los pies asciende hasta mi rodilla
y el roce con las enredaderas me ha hecho una profunda herida en el brazo
derecho.
Mi instinto me dice que lo primero
que tengo que hacer es conseguir atención médica así que avanzo por el camino
más grande de esta callejuela. Lo que veo a continuación no lo podría haber
imaginado en la vida. Me encuentro en una ancha calle de adoquines rojos rodeada
de grandes edificios de diseños fascinantes, como relieves que semejan tallados
por el mejor de los escultores. Está repleta de gente que ríe y, al contrario
que en Lanan, que se la ve sana y vistiendo ropas lujosas. Bordeando las calles
se encuentran vendedores ambulantes y espectáculos de gente que tienen que ser
brujos. Que son brujos es evidente, ¿quién más sino podría hacer levitar bolas
de fuego en una danza hipnotizante o mover flores con la mente?
Avanzo observando todo lo que me
rodea como si estuviera en un sueño. Por un momento me pregunto si estaré
todavía en Daos y esto se trata de otra trampa de ese apestoso continente. A lo
mejor son alucinaciones. Cada paso que doy es más pesado y me empiezo a
encontrar más débil y mareada. La gente comienza a mirarme con asombro pero yo
les ignoro. Llego a una tienda con un gran espejo y me permito mirar mi
reflejo, cosa que no he hecho en mucho tiempo. ¿Cuánto tiempo he estado en
Daos? He perdido la cuenta.
Una joven muy desfavorecida me
devuelve la mirada. Estoy extremadamente delgada, mi cabello es una maraña de
pelo, mi cara está llena de heridas y tengo una cicatriz en la frente, mis
pómulos destacan en mi rostro por mi delgadez y mi ropa parece la de un
mendigo. Lógico que la gente me mire. Aun encima estoy llena de heridas por
todo el cuerpo, sin contar mis destrozadas zapatillas que cubren unos pies
rojos con ampollas.
Continúo caminando y cada vez
flaquean más mis fuerzas. La gente murmura al verme pero yo solo reparo en lo
increíble que me parece todo. Veo unas frutas que cantan y finalmente decido
que ya he llegado a Hafix, no estoy en Daos. Lo he logrado.
Dani, Pedro, Marc, Tom… Sus nombres y
su imagen vuelven a mí de forma nítida, como no había sido en mucho tiempo. La
esperanza vuelve a invadir mi alma y siento euforia, pero una euforia
atormentada que hace que ría a carcajadas a la vez que estallo en un llanto.
Estoy mucho más cerca que hace apenas una hora de volver a verlos. Sigo con la
mezcla de las lágrimas y la risa. La gente me señala y me miran con
desaprobación. Me doy cuenta de que debo parecer absolutamente loca. Pienso que
me da igual y entonces me desmayo.
Despierto algo somnolienta, pero me
encuentro mejor de lo que me he encontrado en mucho tiempo. Supongo que se
deberá a que no había dormido tan bien en todo el tiempo que pasé en Daos.
Estoy en una amplia habitación blanca, en una mullida gran cama con una ventana
con una silla a mi izquierda. Deduzco que estoy en un hospital. Compruebo,
sorprendida, que ya se han sanado todas mis heridas. Todas excepto las
quemaduras de mis pies, pero al menos ya no duelen. Me imagino que habrán
utilizado en mí medicinas mágicas muy potentes. Con las armas de Daos es
posible utilizarlas. En cambio, en la guerra, las armas que se usan para luchar
ya están especialmente diseñadas para combatir estas medicinas y no se pueden
usar en batalla. Recuerdo que Dani me lo contó una vez.
Me permito arrebujarme en la cama y
no pensar en nada, disfrutando del momento. Solo que unas voces en el exterior
de mi habitación me hacen reparar en ellas. Observo la puerta, que tiene una
pequeña ventana y veo dos mujeres y un hombre que hablan serios.
—Han encontrado a otro en la frontera
de Daos —anuncia la mujer rubia, que es de mediana edad. Escucho atenta.
—¿Cómo es? —Pregunta el hombre con
voz grave. Tiene el pelo castaño muy bien cortado y es visible su fortaleza.
—Es mayor, casi un anciano. Parecía
fuerte pero está malherido, como la chica.
Me incorporo y me acerco a las voces.
Significa que Paolo también ha logrado salir. Quiero verlo, necesito hablar con
esta gente. Por como hablan, parecen altos cargos. Mientras me levanto me doy
cuenta que estoy vestida solo con un camisón. Intento abrir la puerta pero está
cerrada con llave. No obstante, esta gente repara en que me he levantado y
entran en la habitación.
—Ven, no debes levantarte de la cama,
corazón —me dice la mujer pelirroja, agarrándome suavemente y conduciéndome de
nuevo al confortable colchón—. Soy la doctora Elsa y haré lo que sea para que
vuelvas a estar bien, debes haber sufrido mucho.
Los otros dos entran y me miran con
compasión. Sin decir nadie nada, la doctora me trae una bandeja llena de comida
exquisita: sopa, carne asada, patatas, flan…
—Debes comer —me insta Elsa.
Tomo toda esta atención abrumada por
tanta bondad, cuando últimamente solo he conocido lo peor del ser humano.
Obedezco a la doctora y como, disfrutando de este increíble sabor, pero apenas
soy capaz de dar unos bocados porque mi estómago ya está bastante cerrado.
—¿Cómo te llamas? —Me pregunta el
hombre.
—Miranda —contesto con voz áspera.
—Miranda, que nombre tan bonito
—comenta sonriendo—. Yo soy el general John y ella —añade señalando a la mujer
rubia—, es Layla, la ministra de exteriores. Si no te encuentras muy mal, nos
gustaría que nos contaras tu historia.
Miro escrutadoramente a John y a
Layla, intuyendo una posible amenaza. Me doy cuenta de que estar en Daos me ha
vuelto paranoica y, como no veo indicios reales de que sean una amenaza,
asiento con una seca cabezada.
—Te daremos un elixir con el que solo
podrás decir la verdad —me dice casi en un susurro Layla, mostrando un pequeño
frasco con un líquido azul en su interior.
—Pero antes debe comer —espeta la
doctora, con las manos en la cintura.
—No creo que coma más, lo tomaré ya
—digo y con brusquedad arranco el frasco de las manos de la ministra. Decido
que cuanto antes colabore con ellos, antes colaborarán conmigo—. Contar la
verdad no me molesta porque la verdad no me da miedo. Creo que es lo más fácil.
Los tres se miran.
—Chica lista —dice John con su
sonrisa—. No queremos hacerte ningún mal. Ya has pasado demasiado. Pero en
cuanto sepamos lo que te ha ocurrido antes podremos ayudarte.
Asiento y, tras respirar hondo,
comienzo a hablar.
Durante la siguiente media hora les
narro mi historia, cada detalle desde que se anunció la guerra en Lanan. Hay
detalles de los que me cuesta hablar pero parece que el elixir ayuda a que las
palabras sean pronunciadas por mi boca. Ellos escuchan muy atentos y sin
interrumpir. Cuando acabo, los miro desafiantes.
—Es la hermana de Dani —comenta Layla
y dirige una mirada significativa al general.
—Eso va a jugar mucho a nuestro favor
—responde John, abandonando su rostro afable por una mirada más calculadora y
concentrada.
—¿Conocéis a Dani y a Pedro?
—Pregunto ansiosa.
—Claro, es el general de Lanan y
Pedro su mano derecha, hasta yo los conozco —dice la doctora, con una sonrisa
cálida.
—Y… y… —comienzo a decir y mi
respiración se agita—. ¿Sabéis si…?
Estoy jadeando. Noto un temblor que
invade mi cuerpo y nervios, nervios como nunca sentí en mi vida.
—Si están vivos, ¿quieres decir?
—Pregunta suavemente Layla.
No respondo, sino que los miro con
súplica.
—Están vivos —responde el general.
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