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16
Me dejo caer en redondo sobre la cama
y cierro los ojos. Dani y Pedro están vivos. Siento tanta felicidad que creo
que voy a estallar en pedazos. Los demás me miran, pacientes y comprensivos.
—¿Tom y Marc? —Pregunto, consiguiendo
apaciguar mi respiración jadeante para volver a preocuparme.
El general John agacha la mirada.
—Si es cierto que estaban en la tropa
de los soldados más jóvenes, han luchado en la primera batalla. Fueron la
maniobra de distracción.
—¿Quién ganó esa batalla? –Interrogo,
con el corazón latiéndome de forma desenfrenada.
—Lanan —Suspiro aliviada—. Tras la
incorporación de otra tropa. Los jóvenes han sido utilizados como cebos… apenas
hubo supervivientes entre ellos.
Entonces siento una gran losa en mi
corazón. Las palabras del general resuenan como un eco en mi cabeza: “apenas
hubo supervivientes”.
—Sin embargo —comienza el general con
cautela—, Dani te prometió que los ayudaría, que los salvaría. Puede que haya
cumplido su promesa.
Si pretendía aliviarme lo ha
conseguido, al menos en parte. Asiento esperanzada, pero no por ello continúo
compungida. Soy una montaña rusa de emociones; feliz, porque Dani y Pedro están
vivos pero abatida, porque puede que Marc y Tom estén muertos.
—Ahora deberías descansar y no
preocuparte —arqueo las cejas, porque eso se me antoja imposible—. Cuando estés
preparada vendrás al palacio de la presidenta.
—¿Me ayudaréis? —Pregunto, puesto que
sigo obstinada con conseguir mi objetivo de salvar, por lo menos, a mis seres
queridos que sigan vivos.
—Haremos todo lo que esté en nuestra
mano y tú también nos puedes ayudar a nosotros.
—¿Por qué? —Inquiero suspicaz.
—Te lo diremos en su momento. No
conviene que te mareemos más ahora que estás tan débil.
No digo nada. Me pregunto que querrán
de mí. Sin embargo, si ayudarles a ellos hará que me ayuden a encontrar a Dani
y Pedro estoy dispuesta a aceptar cualquier condición. Al fin y al cabo, ¿no es
lo que he hecho hasta ahora?
Consigo dormirme gracias a una
medicina somnífera de una enfermera muy agradable llamada Taris. Resulta que,
entre pesadillas de amenazas de muerte, tengo un sueño que se asemeja bastante
a lo que puede ser la realidad. Estoy de nuevo junto a Dani y Pedro. Estamos en
el cementerio frente a las tumbas de Marc y Tom. Sus familiares y amigos lloran
sus muertes. De pronto, estamos de nuevo en casa y Dani me canta una nana que
solía cantarme cuando era pequeña. En el sueño recuerdo lo que sin darme cuenta
había olvidado: el tono de voz de Dani, la eterna sonrisa de Pedro, la aspereza
de los dedos de mi hermano mayor al acariciarme el cabello…
Despierto compungida a unas horas que
parecen demasiado tardías para seguir durmiendo aunque la penumbra que se entrevé
desde la ventana me indican que quizás son demasiado tempranas. Al menos algo
bueno habré sacado de Daos, siento que debo aprovechar más el tiempo. Oigo un
ruido chirriante que viene de las paredes. Tengo la impresión de que estoy en
una casa embrujada. Sin embargo, resulta que lo estoy. Al fin y al cabo, estoy
en Hafix, la tierra de los brujos.
Me incorporo y en ese instante se
enciende una pantalla ante mí. Es similar a una televisión pero parece no ser
sólida. Me pregunto cómo habrá aparecido un momento para luego darme cuenta de
que es cosa de magia. También me sorprende ver como una bandeja llena de
manjares levita hacia mí, depositándose suavemente sobre la mesilla blanca que
se encuentra a mi izquierda. La mesa se despliega y una tabla se coloca sobre
mis rodillas, en perfecta posición para que coma.
La curiosidad vence a mis
pensamientos, al menos de momento. En la bandeja hay tostadas, cereales, zumo,
café y un yogur. A pesar de que he pasado mucho tiempo en Daos soñando con un
desayuno similar, ahora mismo no me parece para tanto. De pronto, una cuchara
se mueve sola llenándose de cereales y llegando a mi boca. Me parece tan
absurdo e increíble que hace que me pellizque para comprobar que no estoy
soñando. Al final, decido que es real y dejo que sea la cuchara mágica la que
me alimente. Deduzco que este sistema está diseñado para alimentar a los
pacientes enfermos que no puedan alimentarse por sí solos.
Tras acabar el desayuno, me siento
harta de estar en cama y me siento en la blanca silla que está al lado de la
ventana. El alba comienza a despuntar, decorando el cielo de matices rosáceos y
anaranjados. Frente a mí hay un jardín con pavos reales y un estanque.
“Dani y Pedro están vivos y he
sobrevivido a Daos”. Mi pensamiento me devuelve a la realidad de los
acontecimientos y no consigo contener una solitaria lágrima que resbala por mi
mejilla. Al menos sé que ellos dos siguen con vida. Un torrente de felicidad me
invade y me siento en una nube. He conseguido mucho. La mayoría de la gente
muere en Daos y no sería extraño que ellos hubiesen muerto en la guerra.
Y luego están Tom y Marc.
Pienso que quizás haya sido demasiado
ilusa desde el principio y esta situación es mejor de lo que podía esperar. Es
muy difícil conservar la vida en la guerra, a no ser que seas como Dani, y
mucho más en esta guerra, que es la mayor que se ha visto en La Tierra en cien
años. Quizás debería conformarme con que mi hermano y su mejor amigo hayan
sobrevivido y con que yo también haya logrado conservar la vida.
Pero no lo hago.
Veo una mariposa que revolotea cerca
de mi ventana y pienso en Marc. Ojalá tuviera alas como este animal y pudiera
volar al campo de batalla para ver si sigue ahí, esperándome. Lamento el tiempo
que hemos malgastado dudando el uno del otro. ¿Y si lo he perdido habiendo
disfrutado tan solo unos minutos de nuestro amor? Y Tom, la mano que sí he
decidido tomar como compañero de alegrías y penas. También deseo con toda mi
alma que siga vivo, que sea vencedor de la muerte. Y me doy cuenta de que sueño
con la vuelta de mis cuatro caballeros vencedores de la muerte.
Entonces siento que no puedo esperar
más pero la puerta está cerrada. Me desplomo sobre la cama y tengo la suerte de
que televisan un resumen de la guerra y
eso despierta mi curiosidad. Ciento cincuenta mil soldados de Lanan y cien mil
soldados de Hafix han partido la guerra. En Hafix no era obligatorio alistarse,
como en Lanan. Solo estaban obligados los que ya formaban parte del ejército,
para el resto era una opción voluntaria. La lucha tiene lugar en una gran isla
entre ambos continentes. Se han avistado barcos de Lanan que han intentado
invadir Hafix por otros lados pero ya han sido eliminados. Hafix no descarta la
opción de invadir Lanan, pero consideran que no es lo más recomendable para sus
objetivos.
Al fin y al cabo, Hafix solo ha
acudido a la guerra para derrocar la dictadura de Lanan y conseguir, por fin,
una convivencia pacífica entre brujos y no brujos; además de dotar de los
derechos y libertades que se merecen a los habitantes de Lanan. Hafix no ha
sido quien ha empezado esta guerra, como el presidente de Lanan afirma, sino el
presidente Conan; ávido de poder por querer conquistar neciamente el otro
continente. Hafix, simplemente, ha aprovechado la ocasión.
Por el momento, han transcurrido dos
batallas. La primera la ganó Lanan pero fue una carnicería de niños. Los
soldados más jóvenes fueron enviados vestidos con armaduras que tapaban toda su
apariencia para que los guerreros de Hafix no supieran que eran tan críos.
Fueron lanzados como maniobra de distracción, tal y como me había contado el
general John. Cuando los soldados de Hafix descubrieron la realidad y la
carnicería de niños que habían cometido, Lanan atacó con soldados más
experimentados y los cogieron por sorpresa, logrando vencer la batalla.
Pero la segunda batalla fue en una zona
montañosa de la isla y Hafix fue superior. Ambos bandos han hecho un alto al
fuego y en el resumen no se dan más detalles sobre cuando se estima se
producirá la próxima refriega. Sin embargo, se comenta que Hafix todavía no
espera lanzar sus armas mágicas. Lo hará como último recurso y solo si Lanan
decide atacar con sus armas más mortíferas. Supongo que nadie quiere repetir la
devastadora destrucción que supusieron estas armas en la guerra de hace cien
años. La guerra que creó Daos.
Y espero con toda mi alma que no lo
hagan, pues eso supondría perder también a Dani y a Pedro.
Nada más acabar el resumen, alguien
llama a mi puerta. Lo cual me hace pensar que en el hospital también estaban
viendo el resumen de la guerra por la televisión. Se trata de la doctora, que
me hace un chequeo con una gran sonrisa y palabras bondadosas.
—Estás lista para ir a palacio. Si es
que te encuentras con fuerzas —anuncia suavemente.
—Cuanto antes —respondo, ruda. Me
pregunto si mi simpatía y amabilidad han muerto también en Daos.
No tengo equipaje que llevar, si es
que a las armas que tenía en Daos se les podía llamar equipaje. De ello me han
despojado allí los carroñeros. Así pues, simplemente me limito a seguir a la
doctora hasta la salida del hospital vestida con el traje negro que me han
prestado.
El hospital es un hervidero de magia.
Mientras avanzo por sus corredores, siguiendo a la doctora, veo como los brujos
de aquí hacen alarde de sus poderes sin miedo. Es nuevo para mí, ya que en
Lanan era algo imposible e ilegal. Además, descubro objetos mágicos como
relojes levitantes que persiguen a los pacientes, recordándoles a qué hora
termina su paseo; o serpentinas de luces brillantes con las que los hijos de
los pacientes juegan y expiden un extraño aroma a caramelo.
Cuando salimos del hospital, hay un
gran vehículo rojo que me espera. Veo que aquí, en Hafix, los vehículos también
funcionan mediante magia.
Tras despedirme de la doctora, entro
en el coche. Me llevo una gran sorpresa. Dentro, además del chófer, está Paolo.
—¿Qué tal estas? —Pregunto,
apremiante.
—Mejor de lo que esperaba estar
—contesta aturdido—. Y bastante adormilado por los tranquilizantes de estos
doctores. Me han dado dos tazas esta mañana.
Agacho la mirada mientras el coche se
pone en marcha.
—¿Y a parte de eso? ¿Qué sientes
estando de nuevo en casa?
—Ahora siento que Daos era mi casa.
Estoy tan acostumbrado a ese mundo que no se cómo me adaptaré de nuevo a éste.
Además, me trae demasiados malos recuerdos, al menos en Daos tenía siempre la
mente ocupada.
Paolo parece muy cansado cuando habla
y decido no insistir más, por el momento. A decir verdad, yo tampoco tengo
muchas ganas de hablar sobre Daos ni sobre la nueva situación en Hafix.
Bastante tengo ya con tener todas esas preocupaciones atormentándome en mi
cabeza. Y, además de todos los terribles recuerdos de muerte, la preocupación
porque Tom y Marc no hayan muerto y que… Dani y Pedro sigan conservando la
vida.
Durante el trayecto, miro por la
ventanilla pero este fascinante mundo no me asombra como habría hecho hace
apenas unos meses. Grandes y ostentosos edificios y elegantes chalets se
alternan en el camino. Y en estas intempestivas horas la gente comienza a
frecuentar las calles. Todo es la viva imagen de la prosperidad. Sin embargo,
yo veo posibles peligros de muerte en todas partes: desde una costurera
cosiendo con aguja, hilo y tijeras unas telas; desde un esquina oscura en los
edificios hasta los peatones cruzando las calles repletas de vehículos. Siento
que la sombra de haber vivido tanto en Daos y de haber vivido tantos horrores
no se va a ir de mí tan fácilmente. Quizás ya no logre recuperarme y siento que
he olvidado como era antes.
Mi flujo de pensamientos se detiene
cuando llegamos a palacio. Su belleza y grandeza reside en su sencillez. Lejos
de ser un lugar creado por el despilfarro como el palacio de Lanan, que estaba
lleno de piedras preciosas y oro, este es un gran edificio color platino que
solo destaca por su original diseño y por lo bien que está tallado. La ministra
de exteriores, Layla, nos espera y nos recibe sonriendo de oreja a oreja.
Realmente debemos importarles, si nos viene incluso a recibir una ministra.
Nos conduce por dentro de palacio,
tras pasar unos controles de seguridad y nos da charla, sin que Paolo ni yo
respondamos. Al final, deja de hablar y suspira de forma comprensiva, como si
estuviéramos majaras. En fin, puede que lo estemos.
Por dentro, el palacio sigue siendo
sencillo a la vez que sobrio. Como decoración solo destacan los cuadros y las
plantas dispersos por los corredores. La gente que aquí se encuentra parece
estar muy ocupada y no repara en nosotros, salvo algunas personas que saludan
con gran respeto a la ministra.
Finalmente, llegamos a una gran
puerta de madera parda. Layla coloca su mano sobre un dispositivo que hay al
lado de la puerta y entramos. Llegamos a una sala que sí parece lujosa. En ella
hay varias sillas colocadas en círculo, todas apuntando a un gran trono de madera
muy elaborado. Ya se encuentra gente allí sentada y el trono lo ocupa una mujer
que me imagino debe ser la presidenta. Es alta y esbelta para su avanzada edad.
Su larga melena negra está recogida en una coleta y viste un precioso vestido
azul que combina con sus ojos que son de un reluciente azul zafiro.
—Bienvenidos, Miranda y Paolo
—pronuncia con una voz que a la vez que suave suena imponente.
Nos acercamos a ellos y todos nos
saludan, presentándose. Reconozco al general John que me sonríe y me cede un
sitio a su lado. La presidenta se levanta de su trono y se acerca a nosotros.
— Soy la presidenta Alesia. Sé que
habéis pasado tiempos muy duros. Pero vosotros también sois duros. Habéis
sobrevivido al peor de los parajes: Daos. Habéis vivido lo que nadie se atreve
a imaginar y todo por amor. Paolo por haber perdido sus seres más queridos y
Miranda porque temía perderlos. Sé que
no queréis oir más palabras de consuelo ni que os de palmaditas en la espalda
diciendo: “pobrecitos”. Eso no va a aliviar vuestra pesada carga ni a ayudaros.
Por lo tanto, iré al grano—. Miro fijamente a la presidenta sin decir nada pero
impresionada. Ha entendido de forma exacta como me siento. Me gusta esta
mujer—. Como sabéis—continúa hablando la presidenta—, el único objetivo que
persigue Hafix con la guerra es acabar con la dictadura de Conan en Lanan. Y
con tu llegada, Miranda, hemos visto la manera más corta y fácil de lograrlo,
salvando muchas vidas.
—¿Cómo? —La interrumpo, sorprendida.
—Puede que tu hermano, el renombrado
guerrero Dani, tenga más poder e influencia sobre la población de Lanan que el
mismísimo Conan. Si él se une a nuestro bando podría convencer de la realidad
que está viviendo a la población. Incluso matar a Conan. Y la única capaz de
convencerlo de que se una a nosotros eres tú, Miranda.
—¿Y cómo esperáis hacerlo?
—Tenemos un plan. Pero sólo
funcionará si convences a tu hermano.
—Para ello tendría que ir hasta el
campo de batalla y verlo.
—Por supuesto. Pretendemos llevaros
con nosotros hasta allí. Y volverás a ver a tus seres queridos, tal y como
deseas —añade, adivinando mis pensamientos.
Eufórica pero calmada, sabiendo que
este es mi billete a encontrarme con
“ellos”, respondo:
—Acepto.
17
Partir en dos días como muy tarde.
Esa es mi única condición. La presidenta ha aceptado, aunque ellos querían
salir en tres días. Pero yo no soy capaz de esperar más. Ya dos días se me
antojan demasiado. Por lo tanto, partiremos mañana por la noche. Por otro lado,
aun no me han hecho partícipe del plan. Lo cual no me importa, porque lo
realmente relevante es que me reúna con mis seres queridos, el resto es cosa de
ellos.
A Paolo y a mí nos ceden unas
habitaciones en palacio. A pesar de los lujos, no me quiero acostumbrar
demasiado. Mi temporal cuarto es una amplia estancia de paredes color crema,
decorada con cuadros de paisajes y mobiliario clásico de madera; con una gran
cama con un edredón escarlata. También dispone de televisor mágico pero ya no
quiero ver las noticias. En parte tengo miedo de encenderla y ver a Dani
muerto, que sería una gran noticia incluso en Hafix.
Nos dan un somnífero, además de
atiborrarnos con todo tipo de manjares para que mañana estemos llenos y
descansados para la misión. Pero esta noche vuelven las pesadillas en las que
revivo cada una de las muertes presenciadas en Daos, incluyendo las que he causado yo. Me despierto al alba,
sudorosa y gritando. Sin embargo, me recompongo rápido porque sé que quizás en
horas logre el objetivo que he estado buscando al haber vivido estas
situaciones.
Paolo ha estado muy callado todo el
día e incluso cuando nos dirigimos a la sala de la presidenta al caer la noche,
sigue sin mediar palabra. Lo entiendo perfectamente, al fin y al cabo, ha
pasado muchos años en Daos, donde era todo un experto superviviente. Todo esto
vuelve a ser nuevo para él y, además, le trae muy malos recuerdos. Si a ello le
sumamos todos los horribles recuerdos de Daos, es lógico que se encuentre de
esta manera. Incluso yo, que no estado ni una cuarta parte de lo que ha estado
él en Daos, me encuentro fatal. Como si no perteneciese a este mundo de felicidad
y con recuerdos momentáneos de los horrores de Daos.
Cuando, de noche, llegamos a palacio;
en la sala se encuentran la presidenta; vestida con un vestido verde botella y
una capa plateada; el general John, ataviado con uniforme militar y dos personas
más que también llevan ropas militares. La más cercana a mí es una mujer joven
con la melena rubio platino y ojos color ámbar que denotan una mirada fría, que
destaca en su piel pálida. El otro, es un joven ancho con barba y cabello
rebelde.
—Bienvenidos, de nuevo —Nos saluda la
presidenta con su voz suave pero firme—. Supongo que estáis más que listos para
la misión. General, ¿puedes contarles el plan?
—Por supuesto—, afirma John—. Para
llegar hasta el campamento donde se encuentran Dani y el presidente Conan es
imposible acceder mediante magia. Lo ideal sería teletransportase allí mismo,
pero no es posible. Por lo tanto, utilizaremos uno de los barcos de Lanan que
han intentado atacar Hafix. Nos teletransportaremos hasta la costa y
navegaremos hasta el campamento haciéndonos pasar por atacante supervivientes.
—¿Y cómo esperáis que nos crean?
—Inquiere Paolo, con voz áspera. Sonrío, vuelve a ser el Paolo de siempre.
—Tenemos un elixir muy caro y extraño
que consigue cambiar la apariencia de quien lo beba durante veinticuatro horas.
Nos haremos pasar por ellos con el elixir.
—¿Pero cómo me va a reconocer mi
hermano entonces? —Pregunto, alarmada.
—Miranda… La unión con tu hermano no
desaparecerá por que cambie tu físico. Tengo muy claro que le puedes hacer saber
perfectamente quien eres a pesar del elixir—. Intervine la presidenta.
—Además, ¿te crees que puedes entrar
en el campamento de Lanan con tu apariencia normal sin que salten las alarmas y
nos maten a nosotros? —Chilla la mujer rubia.
—Calma, Clarisa —dice el general John
a la mujer rubia, que se llama Clarisa.
—Eso es evidente, bien pensado,
soldadito —replica Paolo con ademán de impaciencia—. ¿Cómo sigue el plan?
—Una vez que Dani acepte la verdad y
quiera unirse a nosotros, nuestro compañero, el soldado Henry —señala al hombre
con barba—, manipulará con sus amplios conocimientos tecnológicos las cámaras
del campamento y, además, con esa señal los técnicos de Hafix lo ayudarán para
que Dani pueda contar la verdad por televisión a todo el planeta. A todo Lanan,
a todo Hafix y a todo el campo de batalla.
—Y mataremos a Conan —añade Clarisa.
--¿Esperáis que todo eso salga bien?
—Dice Paolo, escéptico.
—Es nuestra mejor oportunidad para
acabar con esta guerra y la dictadura de Conan sin derramar más sangre —responde
el general.
—Teniendo en cuenta que, cuando pasen
las veinticuatro horas, volveréis a recuperar vuestra apariencia y tú eres el
famoso general de Hafix… me parece una misión suicida.
—Sí, puede serlo —dice tranquila la
presidenta—. Y también para mí, puesto que partiré con vosotros. Pero si
derramar mi sangre logra traer la paz y la libertad a toda la Tierra, estaré
dispuesta a derramarla. Otro ocupará mi lugar. No soy más importante que nadie.
Soy prescindible en esta guerra de semejantes magnitudes.
—Y también sabemos el riesgo que
significa. Tenemos veinticuatro horas para que Miranda convenza a su hermanito
y él acceda a escondernos. Si no… falleceremos en el intento —añade Henry.
—Pero Miranda y Clarisa están a salvo
de todos modos. Si descubren a Miranda todos la protegerán por ser quien es. Y
Clarisa, al no ser bruja, puede alegar haber sido secuestrada —comenta John.
—Cosa que no pienso hacer —espeta
Clarisa como si escupiera las palabras.
—Una cosa más que me intriga
—prosigue Paolo—. ¿Por qué no está ya en el campo de batalla, general?
—Mi segundo ocupa mi lugar allí en
estos momentos. Pensaba partir yo mismo en poco tiempo. Pero el giro de los
acontecimientos hace que vaya de esta manera, que es mucho más peligrosa que de
la otra.
—Bien. Plan con mil lagunas, cien por
cien de incertidumbre, escasas probabilidades de éxito… ¿a qué esperamos? —Dice
Paolo.
La primera parte del plan es tan
sencilla que parece un juego de niños. Nos teletransportamos a la costa y
subimos al barco; que no es de madera y no muy grande y cuesta entender que tan
siquiera Lanan espera tener éxito atacando Hafix en este vehículo. Lo único
destacable es que no necesita conductor. Partimos y decidimos dormir, porque
así estaremos descansados y fuertes cuando lleguemos al campamento.
Pero a mí me resulta imposible. Los
nervios son más fuertes que mi sueño y permanezco tumbada sobre las incómodas
camas del navío. Pienso en que estoy muy cerca y en cómo será la reacción de
Dani y Pedro cuando me vean; no solo por mi aspecto físico, sino también por el
hecho de que haya llegado hasta allí y por las circunstancias que rodean mi
llegada.
Tras dos horas pensando, decido que
no quiero estar más en cama y salgo a la cubierta. Observo el mar y la luna
bañándolo con sus rayos de plata. El viento azota mi rostro y la vela del
barco, que ondea como si de un barco fantasma se tratase. Las olas rompen en la
madera, reflejando la luna con destellos de color zafiro. Por unos instantes no
pienso en nada y agarro los obsequios de mis seres queridos. Por fortuna, no
los he perdido en mi estancia en Daos.
Agarro el colgante de Marc, la luna de plata y
miro a la luna real. Dijo que él sería como la luna y siempre estaría ahí para
mí, aunque no lo viera, ya que la luna también se oculta durante el día pero
siempre sigue ahí. ¿Seguirá Marc todavía ahí para mí?
Entonces me doy cuenta de que hay
algo más. De que estoy formando parte de algo grande y ya no se trata solo de
salvar la vida a quien amo. Estoy a punto de formar parte del cambio en toda la
Tierra. De llegar a conseguir que Lanan y Hafix vivan en paz y de traer la
libertad, derrocando la dictadura de Conan. Antes de empezar la guerra ni
siquiera había imaginado que podría pasar algo semejante y, ni mucho menos, que
yo formase parte de ello.
De pronto, noto que tengo compañía en
cubierta. Me giro y veo a la presidenta, que me sonríe y se acerca a mí.
—¿Tampoco conseguías dormir?
—Pregunto bruscamente.
—A decir verdad he dormido. Pero
suelo dormir poco.
—¿Por qué haces esto? ¿Por qué Hafix
no se limita a ser feliz y dejar a Lanan en paz, aunque haya dictadura? No es
su problema.
—¿Acaso no estás de acuerdo de que es
lo correcto? —Me pregunta con una mirada profunda.
—Está claro que sí —me resigno—. No
eres como otros dirigentes.
—Tampoco es mucho decir de tu parte.
Solo conoces a Conan. Desde que en Hafix hay democracia han llegado al poder
partidos que realmente quieren ayudar a la gente y acabar con la desigualdad.
Yo solo soy un peón de esta ideología y lucho por representarla y ser
consecuente con lo que hemos prometido, que es lo que creo se merece el pueblo:
libertad, derechos y prosperidad para todos y para que todos sean felices. ¿No
debe ser esa la meta de cualquier dirigente? Que su pueblo sea feliz.
La
presidenta comienza a hablarme de cómo funciona Hafix y de cómo vive allí la
gente. Escucho absorta y maravillada. Y, además, esperanzada. Porque abandono
mi pensamiento egocéntrico y pienso que eso es también lo que quiero para los
habitantes de Lanan. Ya no solo quiero salvar a Dani, Marc, Pedro y Tom; si no
también traer la libertad a Lanan.
Finalmente,
avistamos la costa. Vuelvo a ser un manojo de nervios y despertamos a los
demás. Después tomamos el elixir, muy tensos, y esperamos en cubierta a tocar
tierra.
—Recordad, somos soldados de Lanan
supervivientes de un ataque a Hafix. Debemos actuar como tal —dice el general
cuando estamos a punto de llegar—. Por si acaso, dejad que solo seamos la
presidenta y yo los que hablemos.
Nos recibe un soldado bajito que nos
alumbra con un faro y nos mira escrutadoramente.
—¿Habéis sobrevivido? —Pregunta,
entendiendo quienes somos, supuestamente. Y quizás porque reconozca nuestras
nuevas apariencias. Al fin y al cabo, con el elixir hemos tomado la apariencia
de los atacantes.
John asiente y adopta un gesto
consternado. El hombre hace una seña y aparecen dos soldados más que nos hacen
seguirlos. Nos adentramos en el campamento, que está repleto de tiendas de
campaña blancas y yo miro hacia todos lados, esperando ver a alguien conocido.
A pesar de que es de noche, hay algunos soldados practicando lucha y otros
reunidos alrededor de hogueras. Los estragos son evidentes en la mayoría. Es
raro no ver a alguien que esté, como mínimo, un poco herido.
Al final, llegamos a una tienda de
campaña más grande que las demás, adornada con dibujos serpenteantes dorados.
—Esperad aquí —dice uno de los
hombres.
No sé a qué esperamos, pero yo no
puedo dejar de mirar a todas partes e intento contener mis ganas de alejarme
del grupo y buscar por mi cuenta. Siento que voy a explotar, estoy tan cerca…
Y, entonces, ocurre.
La tienda de campaña se abre y cinco
personas salen de ella. Mi corazón da un vuelco y siento que me voy a desmayar.
Dos de ellas son Dani y Pedro.
Su mirada es dura y su ceño, fruncido.
No hay asomo de la sonrisa que suelen dedicarme. Luego recuerdo que no me
pueden ver, que piensan que soy otra persona. Veo que la guerra ha hecho mella
en ellos. Están llenos de rasguños y Pedro tiene una gran herida en el brazo.
Pero están vivos…
Los conozco lo suficiente para
adivinar por sus miradas que no están bien. Dani parece duro y nos dirige una
mirada soberana, con la que adquiere aires de grandeza y semeja la persona más
terrible y poderosa del mundo. Mientras que Pedro nos mira apremiante, con
gesto rudo pero con la sombra de su eterna sonrisa en el rostro.
Tengo que aguantar las ganas de
correr a darles un abrazo, que es lo que más deseo en estos momentos. Estoy
eufórica y reprimo las ganas de llorar. Parece que las lágrimas han vuelto a
mí. Sin embargo, sería muy extraño que me pusiera a llorar ahora. Si quiero que
el plan salga bien debo contenerme. Deseo saltar, gritar y celebrar de
cualquier modo que lo he conseguido, que he llegado al campamento y los he
encontrado. Pero, en lugar de eso, estoy quieta como un tronco, esperando. De
todas las torturas imaginables, esta me parece la peor. Es terrible tenerlos
tan cerca y no poder ni hablarles. Por otro lado, me recuerdo que el objetivo
es que hable con Dani y lo haga unirse a Hafix. Lo cual quiere decir que dentro
de poco podré revelarle quien soy.
Comienzo a respirar muy rápido y veo
como soldados curiosos se acercan a nosotros. Siento como alguien cercano clava
la vista en mi cuello. Me lo toco, instintivamente y solo siento el colgante de
Marc. Giro la vista hacia el curioso que observaba mi colgante y mi corazón
vuelve a dar otro vuelco: es Marc.
Está vivo.
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