lunes, 10 de septiembre de 2018

Capítulos 16 y 17 "El camino que nadie nombra"


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16
Me dejo caer en redondo sobre la cama y cierro los ojos. Dani y Pedro están vivos. Siento tanta felicidad que creo que voy a estallar en pedazos. Los demás me miran, pacientes y comprensivos.
—¿Tom y Marc? —Pregunto, consiguiendo apaciguar mi respiración jadeante para volver a preocuparme.
El general John agacha la mirada.
—Si es cierto que estaban en la tropa de los soldados más jóvenes, han luchado en la primera batalla. Fueron la maniobra de distracción.
—¿Quién ganó esa batalla? –Interrogo, con el corazón latiéndome de forma desenfrenada.
—Lanan —Suspiro aliviada—. Tras la incorporación de otra tropa. Los jóvenes han sido utilizados como cebos… apenas hubo supervivientes entre ellos.
Entonces siento una gran losa en mi corazón. Las palabras del general resuenan como un eco en mi cabeza: “apenas hubo supervivientes”.
—Sin embargo —comienza el general con cautela—, Dani te prometió que los ayudaría, que los salvaría. Puede que haya cumplido su promesa.
Si pretendía aliviarme lo ha conseguido, al menos en parte. Asiento esperanzada, pero no por ello continúo compungida. Soy una montaña rusa de emociones; feliz, porque Dani y Pedro están vivos pero abatida, porque puede que Marc y Tom estén muertos.
—Ahora deberías descansar y no preocuparte —arqueo las cejas, porque eso se me antoja imposible—. Cuando estés preparada vendrás al palacio de la presidenta.
—¿Me ayudaréis? —Pregunto, puesto que sigo obstinada con conseguir mi objetivo de salvar, por lo menos, a mis seres queridos que sigan vivos.
—Haremos todo lo que esté en nuestra mano y tú también nos puedes ayudar a nosotros.
—¿Por qué? —Inquiero suspicaz.
—Te lo diremos en su momento. No conviene que te mareemos más ahora que estás tan débil.
No digo nada. Me pregunto que querrán de mí. Sin embargo, si ayudarles a ellos hará que me ayuden a encontrar a Dani y Pedro estoy dispuesta a aceptar cualquier condición. Al fin y al cabo, ¿no es lo que he hecho hasta ahora?
Consigo dormirme gracias a una medicina somnífera de una enfermera muy agradable llamada Taris. Resulta que, entre pesadillas de amenazas de muerte, tengo un sueño que se asemeja bastante a lo que puede ser la realidad. Estoy de nuevo junto a Dani y Pedro. Estamos en el cementerio frente a las tumbas de Marc y Tom. Sus familiares y amigos lloran sus muertes. De pronto, estamos de nuevo en casa y Dani me canta una nana que solía cantarme cuando era pequeña. En el sueño recuerdo lo que sin darme cuenta había olvidado: el tono de voz de Dani, la eterna sonrisa de Pedro, la aspereza de los dedos de mi hermano mayor al acariciarme el cabello…
Despierto compungida a unas horas que parecen demasiado tardías para seguir durmiendo aunque la penumbra que se entrevé desde la ventana me indican que quizás son demasiado tempranas. Al menos algo bueno habré sacado de Daos, siento que debo aprovechar más el tiempo. Oigo un ruido chirriante que viene de las paredes. Tengo la impresión de que estoy en una casa embrujada. Sin embargo, resulta que lo estoy. Al fin y al cabo, estoy en Hafix, la tierra de los brujos.
Me incorporo y en ese instante se enciende una pantalla ante mí. Es similar a una televisión pero parece no ser sólida. Me pregunto cómo habrá aparecido un momento para luego darme cuenta de que es cosa de magia. También me sorprende ver como una bandeja llena de manjares levita hacia mí, depositándose suavemente sobre la mesilla blanca que se encuentra a mi izquierda. La mesa se despliega y una tabla se coloca sobre mis rodillas, en perfecta posición para que coma.
La curiosidad vence a mis pensamientos, al menos de momento. En la bandeja hay tostadas, cereales, zumo, café y un yogur. A pesar de que he pasado mucho tiempo en Daos soñando con un desayuno similar, ahora mismo no me parece para tanto. De pronto, una cuchara se mueve sola llenándose de cereales y llegando a mi boca. Me parece tan absurdo e increíble que hace que me pellizque para comprobar que no estoy soñando. Al final, decido que es real y dejo que sea la cuchara mágica la que me alimente. Deduzco que este sistema está diseñado para alimentar a los pacientes enfermos que no puedan alimentarse por sí solos.
Tras acabar el desayuno, me siento harta de estar en cama y me siento en la blanca silla que está al lado de la ventana. El alba comienza a despuntar, decorando el cielo de matices rosáceos y anaranjados. Frente a mí hay un jardín con pavos reales y un estanque.
“Dani y Pedro están vivos y he sobrevivido a Daos”. Mi pensamiento me devuelve a la realidad de los acontecimientos y no consigo contener una solitaria lágrima que resbala por mi mejilla. Al menos sé que ellos dos siguen con vida. Un torrente de felicidad me invade y me siento en una nube. He conseguido mucho. La mayoría de la gente muere en Daos y no sería extraño que ellos hubiesen muerto en la guerra.
Y luego están Tom y Marc.
Pienso que quizás haya sido demasiado ilusa desde el principio y esta situación es mejor de lo que podía esperar. Es muy difícil conservar la vida en la guerra, a no ser que seas como Dani, y mucho más en esta guerra, que es la mayor que se ha visto en La Tierra en cien años. Quizás debería conformarme con que mi hermano y su mejor amigo hayan sobrevivido y con que yo también haya logrado conservar la vida.
Pero no lo hago.
Veo una mariposa que revolotea cerca de mi ventana y pienso en Marc. Ojalá tuviera alas como este animal y pudiera volar al campo de batalla para ver si sigue ahí, esperándome. Lamento el tiempo que hemos malgastado dudando el uno del otro. ¿Y si lo he perdido habiendo disfrutado tan solo unos minutos de nuestro amor? Y Tom, la mano que sí he decidido tomar como compañero de alegrías y penas. También deseo con toda mi alma que siga vivo, que sea vencedor de la muerte. Y me doy cuenta de que sueño con la vuelta de mis cuatro caballeros vencedores de la muerte.
Entonces siento que no puedo esperar más pero la puerta está cerrada. Me desplomo sobre la cama y tengo la suerte de que televisan un resumen de la guerra  y eso despierta mi curiosidad. Ciento cincuenta mil soldados de Lanan y cien mil soldados de Hafix han partido la guerra. En Hafix no era obligatorio alistarse, como en Lanan. Solo estaban obligados los que ya formaban parte del ejército, para el resto era una opción voluntaria. La lucha tiene lugar en una gran isla entre ambos continentes. Se han avistado barcos de Lanan que han intentado invadir Hafix por otros lados pero ya han sido eliminados. Hafix no descarta la opción de invadir Lanan, pero consideran que no es lo más recomendable para sus objetivos.
Al fin y al cabo, Hafix solo ha acudido a la guerra para derrocar la dictadura de Lanan y conseguir, por fin, una convivencia pacífica entre brujos y no brujos; además de dotar de los derechos y libertades que se merecen a los habitantes de Lanan. Hafix no ha sido quien ha empezado esta guerra, como el presidente de Lanan afirma, sino el presidente Conan; ávido de poder por querer conquistar neciamente el otro continente. Hafix, simplemente, ha aprovechado la ocasión.
Por el momento, han transcurrido dos batallas. La primera la ganó Lanan pero fue una carnicería de niños. Los soldados más jóvenes fueron enviados vestidos con armaduras que tapaban toda su apariencia para que los guerreros de Hafix no supieran que eran tan críos. Fueron lanzados como maniobra de distracción, tal y como me había contado el general John. Cuando los soldados de Hafix descubrieron la realidad y la carnicería de niños que habían cometido, Lanan atacó con soldados más experimentados y los cogieron por sorpresa, logrando vencer la batalla.
 Pero la segunda batalla fue en una zona montañosa de la isla y Hafix fue superior. Ambos bandos han hecho un alto al fuego y en el resumen no se dan más detalles sobre cuando se estima se producirá la próxima refriega. Sin embargo, se comenta que Hafix todavía no espera lanzar sus armas mágicas. Lo hará como último recurso y solo si Lanan decide atacar con sus armas más mortíferas. Supongo que nadie quiere repetir la devastadora destrucción que supusieron estas armas en la guerra de hace cien años. La guerra que creó Daos.
Y espero con toda mi alma que no lo hagan, pues eso supondría perder también a Dani y a Pedro.
Nada más acabar el resumen, alguien llama a mi puerta. Lo cual me hace pensar que en el hospital también estaban viendo el resumen de la guerra por la televisión. Se trata de la doctora, que me hace un chequeo con una gran sonrisa y palabras bondadosas.
—Estás lista para ir a palacio. Si es que te encuentras con fuerzas —anuncia suavemente.
—Cuanto antes —respondo, ruda. Me pregunto si mi simpatía y amabilidad han muerto también en Daos.
No tengo equipaje que llevar, si es que a las armas que tenía en Daos se les podía llamar equipaje. De ello me han despojado allí los carroñeros. Así pues, simplemente me limito a seguir a la doctora hasta la salida del hospital vestida con el traje negro que me han prestado.
El hospital es un hervidero de magia. Mientras avanzo por sus corredores, siguiendo a la doctora, veo como los brujos de aquí hacen alarde de sus poderes sin miedo. Es nuevo para mí, ya que en Lanan era algo imposible e ilegal. Además, descubro objetos mágicos como relojes levitantes que persiguen a los pacientes, recordándoles a qué hora termina su paseo; o serpentinas de luces brillantes con las que los hijos de los pacientes juegan y expiden un extraño aroma a caramelo.
Cuando salimos del hospital, hay un gran vehículo rojo que me espera. Veo que aquí, en Hafix, los vehículos también funcionan mediante magia.
Tras despedirme de la doctora, entro en el coche. Me llevo una gran sorpresa. Dentro, además del chófer, está Paolo.
—¿Qué tal estas? —Pregunto, apremiante.
—Mejor de lo que esperaba estar —contesta aturdido—. Y bastante adormilado por los tranquilizantes de estos doctores. Me han dado dos tazas esta mañana.
Agacho la mirada mientras el coche se pone en marcha.
—¿Y a parte de eso? ¿Qué sientes estando de nuevo en casa?
—Ahora siento que Daos era mi casa. Estoy tan acostumbrado a ese mundo que no se cómo me adaptaré de nuevo a éste. Además, me trae demasiados malos recuerdos, al menos en Daos tenía siempre la mente ocupada.
Paolo parece muy cansado cuando habla y decido no insistir más, por el momento. A decir verdad, yo tampoco tengo muchas ganas de hablar sobre Daos ni sobre la nueva situación en Hafix. Bastante tengo ya con tener todas esas preocupaciones atormentándome en mi cabeza. Y, además de todos los terribles recuerdos de muerte, la preocupación porque Tom y Marc no hayan muerto y que… Dani y Pedro sigan conservando la vida.
Durante el trayecto, miro por la ventanilla pero este fascinante mundo no me asombra como habría hecho hace apenas unos meses. Grandes y ostentosos edificios y elegantes chalets se alternan en el camino. Y en estas intempestivas horas la gente comienza a frecuentar las calles. Todo es la viva imagen de la prosperidad. Sin embargo, yo veo posibles peligros de muerte en todas partes: desde una costurera cosiendo con aguja, hilo y tijeras unas telas; desde un esquina oscura en los edificios hasta los peatones cruzando las calles repletas de vehículos. Siento que la sombra de haber vivido tanto en Daos y de haber vivido tantos horrores no se va a ir de mí tan fácilmente. Quizás ya no logre recuperarme y siento que he olvidado como era antes.
Mi flujo de pensamientos se detiene cuando llegamos a palacio. Su belleza y grandeza reside en su sencillez. Lejos de ser un lugar creado por el despilfarro como el palacio de Lanan, que estaba lleno de piedras preciosas y oro, este es un gran edificio color platino que solo destaca por su original diseño y por lo bien que está tallado. La ministra de exteriores, Layla, nos espera y nos recibe sonriendo de oreja a oreja. Realmente debemos importarles, si nos viene incluso a recibir una ministra.
Nos conduce por dentro de palacio, tras pasar unos controles de seguridad y nos da charla, sin que Paolo ni yo respondamos. Al final, deja de hablar y suspira de forma comprensiva, como si estuviéramos majaras. En fin, puede que lo estemos.
Por dentro, el palacio sigue siendo sencillo a la vez que sobrio. Como decoración solo destacan los cuadros y las plantas dispersos por los corredores. La gente que aquí se encuentra parece estar muy ocupada y no repara en nosotros, salvo algunas personas que saludan con gran respeto a la ministra.
Finalmente, llegamos a una gran puerta de madera parda. Layla coloca su mano sobre un dispositivo que hay al lado de la puerta y entramos. Llegamos a una sala que sí parece lujosa. En ella hay varias sillas colocadas en círculo, todas apuntando a un gran trono de madera muy elaborado. Ya se encuentra gente allí sentada y el trono lo ocupa una mujer que me imagino debe ser la presidenta. Es alta y esbelta para su avanzada edad. Su larga melena negra está recogida en una coleta y viste un precioso vestido azul que combina con sus ojos que son de un reluciente azul zafiro.
—Bienvenidos, Miranda y Paolo —pronuncia con una voz que a la vez que suave suena imponente.
Nos acercamos a ellos y todos nos saludan, presentándose. Reconozco al general John que me sonríe y me cede un sitio a su lado. La presidenta se levanta de su trono y se acerca a nosotros.
— Soy la presidenta Alesia. Sé que habéis pasado tiempos muy duros. Pero vosotros también sois duros. Habéis sobrevivido al peor de los parajes: Daos. Habéis vivido lo que nadie se atreve a imaginar y todo por amor. Paolo por haber perdido sus seres más queridos y Miranda porque temía perderlos.  Sé que no queréis oir más palabras de consuelo ni que os de palmaditas en la espalda diciendo: “pobrecitos”. Eso no va a aliviar vuestra pesada carga ni a ayudaros. Por lo tanto, iré al grano—. Miro fijamente a la presidenta sin decir nada pero impresionada. Ha entendido de forma exacta como me siento. Me gusta esta mujer—. Como sabéis—continúa hablando la presidenta—, el único objetivo que persigue Hafix con la guerra es acabar con la dictadura de Conan en Lanan. Y con tu llegada, Miranda, hemos visto la manera más corta y fácil de lograrlo, salvando muchas vidas.
—¿Cómo? —La interrumpo, sorprendida.
—Puede que tu hermano, el renombrado guerrero Dani, tenga más poder e influencia sobre la población de Lanan que el mismísimo Conan. Si él se une a nuestro bando podría convencer de la realidad que está viviendo a la población. Incluso matar a Conan. Y la única capaz de convencerlo de que se una a nosotros eres tú, Miranda.
—¿Y cómo esperáis hacerlo?
—Tenemos un plan. Pero sólo funcionará si convences a tu hermano.
—Para ello tendría que ir hasta el campo de batalla y verlo.
—Por supuesto. Pretendemos llevaros con nosotros hasta allí. Y volverás a ver a tus seres queridos, tal y como deseas —añade, adivinando mis pensamientos.
Eufórica pero calmada, sabiendo que este es mi billete a encontrarme con  “ellos”, respondo:
—Acepto.


17
Partir en dos días como muy tarde. Esa es mi única condición. La presidenta ha aceptado, aunque ellos querían salir en tres días. Pero yo no soy capaz de esperar más. Ya dos días se me antojan demasiado. Por lo tanto, partiremos mañana por la noche. Por otro lado, aun no me han hecho partícipe del plan. Lo cual no me importa, porque lo realmente relevante es que me reúna con mis seres queridos, el resto es cosa de ellos.
A Paolo y a mí nos ceden unas habitaciones en palacio. A pesar de los lujos, no me quiero acostumbrar demasiado. Mi temporal cuarto es una amplia estancia de paredes color crema, decorada con cuadros de paisajes y mobiliario clásico de madera; con una gran cama con un edredón escarlata. También dispone de televisor mágico pero ya no quiero ver las noticias. En parte tengo miedo de encenderla y ver a Dani muerto, que sería una gran noticia incluso en Hafix.
Nos dan un somnífero, además de atiborrarnos con todo tipo de manjares para que mañana estemos llenos y descansados para la misión. Pero esta noche vuelven las pesadillas en las que revivo cada una de las muertes presenciadas en Daos, incluyendo  las que he causado yo. Me despierto al alba, sudorosa y gritando. Sin embargo, me recompongo rápido porque sé que quizás en horas logre el objetivo que he estado buscando al haber vivido estas situaciones.
Paolo ha estado muy callado todo el día e incluso cuando nos dirigimos a la sala de la presidenta al caer la noche, sigue sin mediar palabra. Lo entiendo perfectamente, al fin y al cabo, ha pasado muchos años en Daos, donde era todo un experto superviviente. Todo esto vuelve a ser nuevo para él y, además, le trae muy malos recuerdos. Si a ello le sumamos todos los horribles recuerdos de Daos, es lógico que se encuentre de esta manera. Incluso yo, que no estado ni una cuarta parte de lo que ha estado él en Daos, me encuentro fatal. Como si no perteneciese a este mundo de felicidad y con recuerdos momentáneos de los horrores de Daos.
Cuando, de noche, llegamos a palacio; en la sala se encuentran la presidenta; vestida con un vestido verde botella y una capa plateada; el general John, ataviado con uniforme militar y dos personas más que también llevan ropas militares. La más cercana a mí es una mujer joven con la melena rubio platino y ojos color ámbar que denotan una mirada fría, que destaca en su piel pálida. El otro, es un joven ancho con barba y cabello rebelde.
—Bienvenidos, de nuevo —Nos saluda la presidenta con su voz suave pero firme—. Supongo que estáis más que listos para la misión. General, ¿puedes contarles el plan?
—Por supuesto—, afirma John—. Para llegar hasta el campamento donde se encuentran Dani y el presidente Conan es imposible acceder mediante magia. Lo ideal sería teletransportase allí mismo, pero no es posible. Por lo tanto, utilizaremos uno de los barcos de Lanan que han intentado atacar Hafix. Nos teletransportaremos hasta la costa y navegaremos hasta el campamento haciéndonos pasar por atacante supervivientes.
—¿Y cómo esperáis que nos crean? —Inquiere Paolo, con voz áspera. Sonrío, vuelve a ser el Paolo de siempre.
—Tenemos un elixir muy caro y extraño que consigue cambiar la apariencia de quien lo beba durante veinticuatro horas. Nos haremos pasar por ellos con el elixir.
—¿Pero cómo me va a reconocer mi hermano entonces? —Pregunto, alarmada.
—Miranda… La unión con tu hermano no desaparecerá por que cambie tu físico. Tengo muy claro que le puedes hacer saber perfectamente quien eres a pesar del elixir—. Intervine la presidenta.
—Además, ¿te crees que puedes entrar en el campamento de Lanan con tu apariencia normal sin que salten las alarmas y nos maten a nosotros? —Chilla la mujer rubia.
—Calma, Clarisa —dice el general John a la mujer rubia, que se llama Clarisa.
—Eso es evidente, bien pensado, soldadito —replica Paolo con ademán de impaciencia—. ¿Cómo sigue el plan?
—Una vez que Dani acepte la verdad y quiera unirse a nosotros, nuestro compañero, el soldado Henry —señala al hombre con barba—, manipulará con sus amplios conocimientos tecnológicos las cámaras del campamento y, además, con esa señal los técnicos de Hafix lo ayudarán para que Dani pueda contar la verdad por televisión a todo el planeta. A todo Lanan, a todo Hafix y a todo el campo de batalla.
—Y mataremos a Conan —añade Clarisa.
--¿Esperáis que todo eso salga bien? —Dice Paolo, escéptico.
—Es nuestra mejor oportunidad para acabar con esta guerra y la dictadura de Conan sin derramar más sangre —responde el general.
—Teniendo en cuenta que, cuando pasen las veinticuatro horas, volveréis a recuperar vuestra apariencia y tú eres el famoso general de Hafix… me parece una misión suicida.
—Sí, puede serlo —dice tranquila la presidenta—. Y también para mí, puesto que partiré con vosotros. Pero si derramar mi sangre logra traer la paz y la libertad a toda la Tierra, estaré dispuesta a derramarla. Otro ocupará mi lugar. No soy más importante que nadie. Soy prescindible en esta guerra de semejantes magnitudes.
—Y también sabemos el riesgo que significa. Tenemos veinticuatro horas para que Miranda convenza a su hermanito y él acceda a escondernos. Si no… falleceremos en el intento —añade Henry.
—Pero Miranda y Clarisa están a salvo de todos modos. Si descubren a Miranda todos la protegerán por ser quien es. Y Clarisa, al no ser bruja, puede alegar haber sido secuestrada —comenta John.
—Cosa que no pienso hacer —espeta Clarisa como si escupiera las palabras.
—Una cosa más que me intriga —prosigue Paolo—. ¿Por qué no está ya en el campo de batalla, general?
—Mi segundo ocupa mi lugar allí en estos momentos. Pensaba partir yo mismo en poco tiempo. Pero el giro de los acontecimientos hace que vaya de esta manera, que es mucho más peligrosa que de la otra.
—Bien. Plan con mil lagunas, cien por cien de incertidumbre, escasas probabilidades de éxito… ¿a qué esperamos? —Dice Paolo.
La primera parte del plan es tan sencilla que parece un juego de niños. Nos teletransportamos a la costa y subimos al barco; que no es de madera y no muy grande y cuesta entender que tan siquiera Lanan espera tener éxito atacando Hafix en este vehículo. Lo único destacable es que no necesita conductor. Partimos y decidimos dormir, porque así estaremos descansados y fuertes cuando lleguemos al campamento.
Pero a mí me resulta imposible. Los nervios son más fuertes que mi sueño y permanezco tumbada sobre las incómodas camas del navío. Pienso en que estoy muy cerca y en cómo será la reacción de Dani y Pedro cuando me vean; no solo por mi aspecto físico, sino también por el hecho de que haya llegado hasta allí y por las circunstancias que rodean mi llegada.
Tras dos horas pensando, decido que no quiero estar más en cama y salgo a la cubierta. Observo el mar y la luna bañándolo con sus rayos de plata. El viento azota mi rostro y la vela del barco, que ondea como si de un barco fantasma se tratase. Las olas rompen en la madera, reflejando la luna con destellos de color zafiro. Por unos instantes no pienso en nada y agarro los obsequios de mis seres queridos. Por fortuna, no los he perdido en mi estancia en Daos.
 Agarro el colgante de Marc, la luna de plata y miro a la luna real. Dijo que él sería como la luna y siempre estaría ahí para mí, aunque no lo viera, ya que la luna también se oculta durante el día pero siempre sigue ahí. ¿Seguirá Marc todavía ahí para mí?
Entonces me doy cuenta de que hay algo más. De que estoy formando parte de algo grande y ya no se trata solo de salvar la vida a quien amo. Estoy a punto de formar parte del cambio en toda la Tierra. De llegar a conseguir que Lanan y Hafix vivan en paz y de traer la libertad, derrocando la dictadura de Conan. Antes de empezar la guerra ni siquiera había imaginado que podría pasar algo semejante y, ni mucho menos, que yo formase parte de ello.
De pronto, noto que tengo compañía en cubierta. Me giro y veo a la presidenta, que me sonríe y se acerca a mí.
—¿Tampoco conseguías dormir? —Pregunto bruscamente.
—A decir verdad he dormido. Pero suelo dormir poco.
—¿Por qué haces esto? ¿Por qué Hafix no se limita a ser feliz y dejar a Lanan en paz, aunque haya dictadura? No es su problema.
—¿Acaso no estás de acuerdo de que es lo correcto? —Me pregunta con una mirada profunda.
—Está claro que sí —me resigno—. No eres como otros dirigentes.
—Tampoco es mucho decir de tu parte. Solo conoces a Conan. Desde que en Hafix hay democracia han llegado al poder partidos que realmente quieren ayudar a la gente y acabar con la desigualdad. Yo solo soy un peón de esta ideología y lucho por representarla y ser consecuente con lo que hemos prometido, que es lo que creo se merece el pueblo: libertad, derechos y prosperidad para todos y para que todos sean felices. ¿No debe ser esa la meta de cualquier dirigente? Que su pueblo sea feliz.
            La presidenta comienza a hablarme de cómo funciona Hafix y de cómo vive allí la gente. Escucho absorta y maravillada. Y, además, esperanzada. Porque abandono mi pensamiento egocéntrico y pienso que eso es también lo que quiero para los habitantes de Lanan. Ya no solo quiero salvar a Dani, Marc, Pedro y Tom; si no también traer la libertad a Lanan.
     Finalmente, avistamos la costa. Vuelvo a ser un manojo de nervios y despertamos a los demás. Después tomamos el elixir, muy tensos, y esperamos en cubierta a tocar tierra.
—Recordad, somos soldados de Lanan supervivientes de un ataque a Hafix. Debemos actuar como tal —dice el general cuando estamos a punto de llegar—. Por si acaso, dejad que solo seamos la presidenta y yo los que hablemos.
Nos recibe un soldado bajito que nos alumbra con un faro y nos mira escrutadoramente.
—¿Habéis sobrevivido? —Pregunta, entendiendo quienes somos, supuestamente. Y quizás porque reconozca nuestras nuevas apariencias. Al fin y al cabo, con el elixir hemos tomado la apariencia de los atacantes.
John asiente y adopta un gesto consternado. El hombre hace una seña y aparecen dos soldados más que nos hacen seguirlos. Nos adentramos en el campamento, que está repleto de tiendas de campaña blancas y yo miro hacia todos lados, esperando ver a alguien conocido. A pesar de que es de noche, hay algunos soldados practicando lucha y otros reunidos alrededor de hogueras. Los estragos son evidentes en la mayoría. Es raro no ver a alguien que esté, como mínimo, un poco herido.
Al final, llegamos a una tienda de campaña más grande que las demás, adornada con dibujos serpenteantes dorados.
—Esperad aquí —dice uno de los hombres.
No sé a qué esperamos, pero yo no puedo dejar de mirar a todas partes e intento contener mis ganas de alejarme del grupo y buscar por mi cuenta. Siento que voy a explotar, estoy tan cerca… Y, entonces, ocurre.
La tienda de campaña se abre y cinco personas salen de ella. Mi corazón da un vuelco y siento que me voy a desmayar. Dos de ellas son Dani y Pedro.
Su mirada es dura y su ceño, fruncido. No hay asomo de la sonrisa que suelen dedicarme. Luego recuerdo que no me pueden ver, que piensan que soy otra persona. Veo que la guerra ha hecho mella en ellos. Están llenos de rasguños y Pedro tiene una gran herida en el brazo. Pero están vivos…
Los conozco lo suficiente para adivinar por sus miradas que no están bien. Dani parece duro y nos dirige una mirada soberana, con la que adquiere aires de grandeza y semeja la persona más terrible y poderosa del mundo. Mientras que Pedro nos mira apremiante, con gesto rudo pero con la sombra de su eterna sonrisa en el rostro.
Tengo que aguantar las ganas de correr a darles un abrazo, que es lo que más deseo en estos momentos. Estoy eufórica y reprimo las ganas de llorar. Parece que las lágrimas han vuelto a mí. Sin embargo, sería muy extraño que me pusiera a llorar ahora. Si quiero que el plan salga bien debo contenerme. Deseo saltar, gritar y celebrar de cualquier modo que lo he conseguido, que he llegado al campamento y los he encontrado. Pero, en lugar de eso, estoy quieta como un tronco, esperando. De todas las torturas imaginables, esta me parece la peor. Es terrible tenerlos tan cerca y no poder ni hablarles. Por otro lado, me recuerdo que el objetivo es que hable con Dani y lo haga unirse a Hafix. Lo cual quiere decir que dentro de poco podré revelarle quien soy.
Comienzo a respirar muy rápido y veo como soldados curiosos se acercan a nosotros. Siento como alguien cercano clava la vista en mi cuello. Me lo toco, instintivamente y solo siento el colgante de Marc. Giro la vista hacia el curioso que observaba mi colgante y mi corazón vuelve a dar otro vuelco: es Marc.
Está vivo.




  

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