lunes, 10 de septiembre de 2018

Capítulo 18 "El camino que nadie nombra"



18
Tengo la impresión de que el torbellino de emociones que soy hará que me desmaye. “Marc está vivo”, me digo. Sin poder evitarlo, lo miro. A pesar de que sigue siendo el joven apuesto que conocía, su mirada es triste e incluso inquisidora. Observa mi colgante con gesto confuso. En cuanto reparo en ello, desvío de nuevo la mirada. ¿Habrá reconocido el colgante? ¿Me habrá reconocido a mí?
Casi no tengo tiempo en reparar en Marc y en la euforia que me invade verle con vida y, aun encima, sin ningún rasguño. Dani nos hace pasar en su tienda de campaña. Es una suerte que no se pueda realizar magia en el campamiento  de Lanan, sino no habría podido controlar mis emociones y, en consecuencia, mis poderes y me acabaría por delatar.
La tienda es amplia, de forma octogonal. Por dentro es muy acogedora. Una elaborada alfombra se extiende a nuestros pies, combinando a la perfección con tapices que adornan sus laterales. Hay un departamento dentro de la misma tienda que, aventuro, será donde Dani duerma y, además, la tienda tiene puertas que parece que comunican con otras tiendas. En cuanto a mobiliario, hay sofás, mesa de comedor con sillas de madera y un escritorio.
Dani se sienta en el escritorio y sus compañeros lo rodean. Pedro se encuentra a su derecha.
—Así que habéis logrado volver con vida de Hafix. Os dábamos por muertos —Empieza a decir Dani, con gesto firme y autoritario pero a la vez cansado.
—Digamos que fue más complicado salir de allí de lo que esperábamos —contesta John. Lo miro y me cuesta creer que los demás lo vean con otra apariencia. Al fin y al cabo, todos los que están bajo el efecto del elixir ven el verdadero cuerpo de otros que lo toman.
—¿Qué habéis encontrado? —Pregunta Dani, sereno.
—Poca cosa —contesta John dando veracidad  a sus palabras—. Nos atacaron al poco de amarrar el barco, solo hemos descubierto que tenían más soldados y barcos por allí que, por cierto, nos dieron muchos inconvenientes…
—Lo que nos hace pensar que Hafix preveía ataques en aquella zona y que, quizás, planee ataques similares en Lanan —termina la presidenta.
—Interesante —Dani permanece callado unos instantes y nos mira de forma escrutadora. Conozco su mirada y sé que no lo hemos convencido. De hecho, ninguno de sus compañeros parece tampoco estar convencido. Sin embargo, sé que dudan y la duda nos dará tiempo. Quiero hacer partícipe al general y la presidenta de lo que pienso pero no puedo—. Podéis marcharos a descansar. Por la mañana volveré a hablar con vosotros.
Salimos de la tienda sin mediar palabra, custodiados por un soldado de cabello castaño muy liso. Nos conducen hasta una tienda donde hay muchas camas y mucha gente durmiendo. En cuanto el soldado se marcha, fingimos querer tomar el aire y buscamos un lugar donde hablar.
—Sospechan de nosotros —digo alarmada.
—Lo sé. Ahora tú eres nuestra única baza —afirma la presidenta—. ¿A qué esperas? Ve a reunirte con tu hermano. Si no por la mañana nos matarán a todos.
Como es lo que más deseo en estos momentos, salgo de la tienda y enfilo el camino a la tienda de mi hermano, que está cerca. Aunque avanzo sin plan, no me cuesta entrar en la tienda. Con lo que no contaba era con el cuchillo que sale volando hacia mí y se clava en la dura lona de la tienda, a mi derecha.
—¿Qué haces aquí? —Pregunta Dani. Está solo en la tienda. Por su posición supongo que estaba sentado en el escritorio. Parece fuera de sí.
—¡Ehhhh! —Grito, olvidando que tengo una apariencia distinta y que no puede reconocerme—. ¿Qué haces? ¿Es que te has vuelto loco?
Esto lo ha cogido por sorpresa, sin duda. Debe hacer meses que nadie le habla así. Me mira perplejo y parece que lo he desarmado.
—Debes estar loca —comenta, incrédulo—. O eres muy ilusa si piensas que eres capaz de matarme.
—¿Matarte? ¿Por qué iba a querer matarte?
            Sigue perplejo aunque sin abandonar su porte peligroso y aires de grandeza. Sacudo el brazo como si espantara una mosca. Tengo que conseguir que Dani me reconozca.
—¡Márchate! Si no te he matado ya es porque me recuerdas a una persona a la que aprecio.
—¿Sólo aprecio? —Replico, ahora enfadada—. Pensé que querías más a tu hermanita. Dani… ¡Soy yo! Soy Miranda…
Esta vez Dani es muy rápido y, en un abrir y cerrar de ojos, lo tengo en frente de mí apuntándome con su espada.
—¿Quién eres y qué has hecho con mi hermana? Juro que como le hayas hecho algo te mataré lentamente.
Resoplo, impaciente. Pero tengo que convencerlo antes de que se vuelva más loco. Comienzo a cantar la nana que me cantaba cuando era pequeña y tenía pesadillas. Dani abre mucho los ojos y, lentamente, baja su espada.
—Soy yo, Dani. Tu Mirs.
Mi hermano abandona sus aires de grandeza y me abraza. Tras tanto anhelo y tanta pena y emociones contenidas, volvemos a encontrarnos. Me dejo llevar por ese abrazo, que teniendo en cuenta la fortaleza de mi hermano, es tan fuerte que me corta en parte la respiración. El mundo se detiene y dejo que la felicidad del momento no se detenga.
—¿Cómo has llegado hasta aquí, Mirs? ¿Por qué tienes este aspecto? —Pregunta suavemente Dani. Luego me mira muy serio—. ¿Te han hecho algo?
—Tenía que venir. No soportaba la idea de no volver a veros—. De repente, lo recuerdo—. Tom… ¿está vivo?
—Sí —contesta Dani y suspiro de alivio—. Y Marc. ¿Pero vas a decirme de una vez que ha ocurrido?
—He venido por esa ruta que nadie quiere nombrar: Daos —explico, despreocupada.
—¡Daos! —Dani se separa de mí y se aleja para mirarme con horror—. Debes estar bromeando. Es prácticamente imposible salir de allí con vida.
—Pues yo lo he hecho.
Lo miro con la mirada que él conoce en la que sabe que digo la verdad. Lo capta ya que Dani da una patada a una silla y me lanza una mirada colérica. Su fuerza es tal que la silla se desploma rota en el suelo.
—¿Cómo se te ha ocurrido? Después de todo lo que he luchado por nosotros… sobre todo por ti… ¡Para que arriesgues la vida de esa manera! ¡Ahora podrías estar muerta!
—Pero estoy viva —replico, firme.
—Es una suerte que lo estés. Te he dejado todo tipo de facilidades en Lanan para que vivieras bien y esperaras, confiando en mí, a que regresáramos. Y tú te vuelves una suicida…
—En ningún momento quise morir. ¡No soportaba la idea de perderos! Y sí, he tenido que pasar los mayores horrores allí, he visto gente morir en las peores condiciones, he visto…
No consigo seguir. La situación me choca porque no esperaba que mi hermano se enfadara tanto. Mis piernas tiemblan y, entonces, lo veo. Mi conciencia se aleja de donde estoy y veo, en mi mente, la muerte que procuré a dos personas de Daos con los cuchillos para poder huir.
Dejo escapar un grito y me desplomo, respirando entrecortadamente en el suelo.
No soy apenas consciente de los brazos de Dani agarrándome con fuerza y levantándome del suelo. Intento escapar de mis pensamientos y mis recuerdos. De repente, la voz de Dani se hace más nítida y vuelvo a la realidad.
—Estúpida. ¿Qué hecho yo para tener una hermana tan estúpida? —Está sollozando. Algo muy raro en Dani. Sin poder evitarlo, yo también comienzo a llorar—. ¡Entrar en Daos! Pero estás viva, Mirs… Me he preguntado tantas veces cómo estarías… He de admitir que estoy más feliz que nunca por verte aquí, a mi lado, con vida. Demonios, que tonta eres…
—No he recorrido el mismo infierno para que me insultes…
—Te quiero más que a nada Mirs—. Dani abandona su furia y vuelve a mostrarse feliz, como antes de la guerra aunque sus lágrimas aun resbalan por sus mejillas. Se revuelve su cabellera rubia y me llena de besos.
—Yo también te quiero, hermanito.
—Hay que decírselo a Pedro —me dice, entusiasmado. Me chocan estos cambios de humor, sin embargo me doy cuenta de que, últimamente, yo también he sido así.
Dani se va con grandes zancadas por una de las puertas de la tienda y vuelve en menos de un minuto con un Pedro, con cara de haber estado durmiendo.
—¿Se sabe algo más? —Dice, en cuanto me ve, muy serio.
—¡Es Miranda, Pedro! La muy loca ha decidido venir aquí desde Daos… ¡Pero está viva!
Pedro nos mira como si ambos estuviéramos locos y frunce el ceño.
—Dani si es una broma pesada que sepas que este no es el momento…
No puedo evitarlo, corro hacia Pedro y le doy un gran abrazo.
—No sabes lo que me alegra verte, caballero de los chistes malos –le digo al oído. Y es cierto, Pedro siempre ha destacado por sus chistes malos, que a mí me hacían reír de lo absurdos que eran.
Pedro se queda boquiabierto. Nos mira aleatoriamente como si estuviera decidiendo que no se trata de un sueño.
—¿Miranda?
—Sí.
Me agarra con mucha fuerza con otro gran abrazo. Creo que nunca he sido más feliz. Al menos, había olvidado lo que era la felicidad.
—¿Qué es eso de que has venido por Daos? —Pregunta, tras dejar de abrazarnos.
—Pues eso, que he venido desde Daos —digo, encogiéndome de hombros—. No me regañéis más. Estoy aquí. Estamos todos aquí sanos y salvos y es lo que importa.
—Dani, ya te he dicho que a esta jovencita no se la puede dejar sola —dice, recuperando su sonrisa—. Lo has hecho muy bien con ella. No cualquiera puede sobrevivir a ese lugar.
—Eso tú anímala a que vuelva a hacer otra locura.
—¿Sabes un secreto Mirs? —Inquiere Pedro—. Yo también habría hecho lo mismo.
Dani pone los ojos en blanco y yo no puedo evitar reír, eufórica pues, de pronto, todo es como antes. Estamos a cientos de quilómetros de casa y dentro de una guerra, pero todo parece igual. He recuperado lo que creía perdido. No me harto de mirarlos. En las últimas semanas su imagen era tan solo un recuerdo imposible de recuperar; fantasmas en mis sueños, sombras de alguien a quien no sabía si habían muerto. Sin embargo, veo de pronto en mi mente la imagen de Rober ahogándose en Daos y grito.
Dani y Pedro corren hacia mí y me hacen sentarme.
—Son recuerdos de Daos —explico, ante sus expresiones de preocupación.
—Cuéntanos todo, Mirs —me pide Dani con voz suave.
Así pues, comienzo a narrarles mi historia desde el principio. Escuchan pacientemente pero sin poder reprimir expresiones de preocupación cada vez que cuento un horror de Daos. A veces quieren interrumpirme, pero les hago escucharme hasta el final.
—Así que has venido con la misma presidenta de Hafix. No sé como haces siempre para meterte en semejantes líos —Dani comienza a pasear en círculos por la tienda, pensativo; abandonando sus sentimientos para volver a ser el guerrero estratega que es—. La presidenta estaba en lo cierto. Tú eres la única capaz de convencerme de esta situación. Sospechaba que el presidente Conan nos mentía pero no imaginaba que hubiese tanta diferencia de un mundo a otro.
—Y que en Lanan no hay libertad ni igualdad es evidente —añade Pedro.
—Además, estoy en deuda con ellos. Te han salvado, cuidado y traído hasta mí. Me uniré a ellos.



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