miércoles, 18 de diciembre de 2019

SEGUNDO CAPÍTULO "LA PROFECÍA DE LA PERLA"



—¿Cuántos números has conseguido hoy? —Preguntó Rober sirviéndose un cocktail.

Al día siguiente por la tarde, Rober y Fabián se encontraban en una fiesta de cumpleaños. Era un chalet en el centro de La Dorada y la fiesta estaba ambientada por música comercial y repleta de gente que bailaba, reía y bebía aunque el alcohol todavía no había hecho el suficiente efecto como para empezar a hacer locuras pero sí para que los invitados se fuesen desinhibiendo en parte.

Rober y Fabián hacían un dúo que había quien catalogaba como mágico. Rober, con sus treinta años y tío de Fabián, de dieciocho. Ambos muy atractivos y deseados por mujeres y hombres. Rober intentaba guiar a Fabián en el mundo de la fiesta y el amor desde que el joven tenía quince años.

—Tres —contestó Fabián intentando hacerse el interesante.

—Estás flojo. ¿Llamarás a alguna?

—Lo dudo. Desde que lo dejé con Natalia voy a darme un tiempo antes de comprometerme con otra.

—¿Acaso te ha roto el corazón? —quiso saber Rober dando un trago a su bebida.

—No es eso. Simplemente no había química.

—Dos meses es poco tiempo para conocer a alguien.

—Supongo que no era “la chica”.

—¿”La chica”? —Inquirió Rober con tono burlón.

—Sí. Esa chica que la ves y sientes que se para todo tu mundo y notas como una explosión en el corazón.

Rober no pudo evitar carcajearse y Fabián se tocó el pelo, incómodo.

—Quizás he sido demasiado exagerado. Pero sí que busco a “ella”. A alguien que me haga sentir pasión, que me aporte emoción, poesía, música en mi vida. A alguien que me de lo que las otras chicas no me pueden dar. Alguien diferente pero especial.

—Vaya, vaya… Debajo de esa apariencia de rompecorazones en el fondo es un romántico, pequeño sobrino.

—Creo que sigues sin entenderme. Pero sé que “ella” está ahí fuera, esperando a ser encontrada.

—Me has conmovido. Eres muy joven todavía. Tienes tiempo de sobra de estar con las chicas que te pida el corazón y también de que te lo rompan y tú lo rompas. “Ella” no se busca, se encuentra. No tengas prisa—. Fabián escuchaba a su tío con aire soñador. Sopesaba sus palabras pero seguía pensando que su tío no lo entendía—. Y, hablando de este tema, tengo una noticia.

—Dispara.

—Creo que yo sí he encontrado a “la chica”.

Fabián rió.

—¿Bromeas?

—¿Te acuerdas de Estefanía?

—¿La loca?

—No está loca —la defendió Rober con deje de nerviosismo—. Simplemente a veces bebe demasiado y hace alguna tontería…

—Como pagar con servilletas…

—Pero eso es parte de su encanto. Durante el día es una importante notaria: seria, increíblemente inteligente… Pero a la vez es divertida y le encanta salir de fiesta… aunque a veces se pase con el alcohol.

—Parece que el Rober que conocía por fin tiene un corazón.

—Creo que a mamá le gustará y podría ayudar a la familia—. De pronto hizo una pausa y se quedó mirando a dos chicas que se aproximaban a la barra—. Fíjate detrás de ti.

—Me gusta la morena —respondió Fabián rápidamente—. ¿No era que tú ya estabas enamorado?

—Sólo lo hago para ayudar a mi pequeño e ingenuo sobrino a encontrar a “la chica”.

Fabián se encogió de hombros y se aproximaron a las dos jóvenes. Una era rubia a la que le costaba caminar con sus altísimos tacones negros y la otra una morena de maquillaje recargado y vestido provocativo.

—¿Os invitamos? —Dijo Fabián evitando saludar.

—Gracias —repuso la morena con una sonrisa floja.

—Me encanta tu vestido. Lo comprarías en el paraíso… eres un ángel.

La chica se sonrojó ante el piropo de Fabián mientras el móvil de Rober comenzó a sonar.

—Es Jose. Hay asuntos importantes. Viene a buscarnos ahora —interrumpió.

Fabián se despidió ante las dos enojadas muchachas y ambos se encaminaron a la salida.

—¿Por qué tiene que venir Jose? —Preguntó Fabián de brazos cruzados ante la brisa del anochecer en la puerta del chalet.

—Supongo que era quien estaba más cerca. A mí me cae bien.

—Yo apenas lo conozco. De la otra familia a quien más conozco es a Juan.

—Jose es genial. Ya lo verás.

Escasos minutos más tarde, una limusina apareció y los dos entraron. Jose estaba dentro, contemplando el ambiente por la ventana con aire divertido.

—De joven era como vosotros —dijo Jose sin mirarlos todavía—. Y supongo que aún lo soy. Las mujeres siempre han sido mi pasión. Aún siento la decepción de que muriese mi primera mujer y aun la amo aunque, no penséis mal, también amo a mi nueva mujer. Creo que de mi forma se puede permitir amar a dos mujeres a la vez —. Calló un instante y les dio una palmadita en la espalda—. ¡Qué os voy a decir a vosotros que amáis a mil y no amáis a ninguna! ¡Jóvenes!

—¿No me dirás Jose que eso no te mantiene joven? —Preguntó Rober un tanto burlón.

—Yo soy un niño de espíritu. Me conservo tan bien por mi buena rutina de mis andanzas a vuestras edades y en toda mi vida. Madrugar con un buen periódico o un buen libro con un desayuno sano. Un tanto de ejercicio: sea nadar, sea andar, sea yoga… Meditar y reflexionar, ambas cosas, no confundirlas. Pensar mucho pero sin majaderías. Tratar los temas de la familia que hay que mantenerse ocupado. Al final del día, una copita de vino, que es elixir de vida. Y, como no, bailar o cantar de vez en cuando y charlar con todo el mundo, si se incluye algún chiste mejor, que la vida se vive con risas…

—¿Y qué asuntos tocan ahora? —Cortó Fabián que aunque le gustaba lo que estaba escuchando, ya veía que el abuelo de la familia Linares ya se estaba enrollando demasiado.

--Ya lo veréis —respondió con misterio Jose.

El trayecto hasta la isla fue tranquilo. Ya era de noche y la casa presentaba un aspecto fantasmagórico con sus albinas paredes brillando bajo la luna. El mar murmuraba mientras su espuma chocaba contra las rocas. Cuando llegaron al salón comedor, ya todos los nuevos habitantes de esa isla se encontraban allí, sentados y ya habituados a su nuevo hogar, como si no hubiese pasado solamente un día desde que se instalaron en aquel lugar.

—Está negociando el precio de la opción de compra y de la cesión pero está a salvo —comentaba animado Juan. Fabián supuso que estarían hablando de los negocios de las familias, que se encargaban del tráfico y movimiento de los ríos mágicos de La Perla. El mayor negocio del mundo mágico—. No creo que se tuerza. Ah, ¡Hola!

Repararon en los recién llegados y se sentaron dispuestos a comer los manjares que había en la mesa. Minerva dedicó una caricia a su hijo pequeño, Fabián. El muchacho observó satisfecho la mirada nerviosa de Aurora que rápidamente miró hacia otro lado y pareció abstraerse en su mundo con mirada vanidosa.

—¿Se sabe algo de Fran y Enrique, por cierto? —Preguntó con un deje de despreocupado Sofía mientras se servía bebida.

—Están en el ajo, a falta de confirmación oficial —respondió Álvaro—. Pronto tendremos información de ellos. Estaría bien que se instalasen en esta casa de esta pequeña isla que nos cedió el presidente.

—Sí, estos asuntos hay que tenerlos lo más escondidos y cercanos posible —aprobó Juan—. ¿Y los senadores?

—Decidle a los senadores que voten que sí a la medida de la fábrica—. Intervino cortante una chica que Fabián aún no había visto hasta ese momento en la casa. Era seria, con cabello corto y delgada—. Esas chicas merecen seguir trabajando y cobrando como es debido.

—Helena, no es momento. Todos conocemos tu actividad reivindicativa pero estamos en una situación complicada. Quizás deberías olvidarte de esa faceta tuya—. Dijo Sofía, un tanto crispada. Fabián cayó en la cuenta de que se trataba de la hermana de Juan, la tía de Aurora. También recordó que la niña llamada Rosa era su hija. El joven se preguntó dónde estaría el día anterior—. Y quizás deberías implicarte más en las misiones de la familia en lugar de trabajar explotada de camarera todo el día.

—No gastaré lo que no he ganado. Y, menos si es dinero sucio. Ya sabéis que una gran persona a la que amaba con todo mi corazón me abandonó en cuanto se enteró que yo estaba metida en la mafia, envuelta en vuestros turbios asuntos manchados de sangre.

—Helena, olvida. El mundo está lleno de hombres —intervino Álvaro, impaciente.

—Pero ella merece a alguien como ella —dijo Aurora.

—Aurora… —la chistó Sofía.

—Si no estuviésemos nosotros, otros ocuparían nuestro lugar. ¿Acaso preferirías que fuese la familia del Diamante quien controlase todo? —.Dijo Juan educadamente. Helena decidió callar—. Esta profecía puede ser un preludio de quitarlos del medio. A lo que me trae, Aurora…

-Estaba deseando que me mencionaras.

—La misión que te queremos encomendar será que sigas vigilándolos.

—¿A la familia del Diamante? —Inquirió rápidamente, un tanto alterada.

—Sí. Con tu misterioso contacto del que nadie sabe nada.

—Imposible. Encargadme algo más interesante o a mi altura. Además, desde vuestras actuaciones en la guerra de guerrillas ya no puedo contar con ese contacto.

—¿Pero se puede saber quién es? Sería información importante —Preguntó Minerva.

—¡Tengo mi propia manera de trabajar! ¡Soy como vosotros, me envuelvo en secretos y desde la sombra trabajo bien! O me dais algo decente para mí o…

Aurora gritaba airada y todo el ambiente cambió en la mesa.

—Esta chica la ves tan inocente pero tiene un carácter… —dijo, asombrado, Jose.

—Y lo que bebe… —Añadió Dolores que miraba con desaprobación a la joven.

—Creo que puede ser agresiva, pasiva o asertiva a su merced como una especie de máscara que va cambiando —dijo Fabián, misterioso, intentando suavizar la situación. Aurora se quedó paralizada mirándolo durante un instante y él pudo apreciar un fugaz brillo en su mirada, que rápidamente desvió.

—Esperemos que todos podamos ser asertivos —dijo Eulalia.

—Me he perdido. ¿De qué estáis hablando?

—Son tipos de comportamiento —empezó a explicar Fabián--. Puedes tener comportamiento pasivo, asertivo o agresivo. Lo mejor es la asertividad que es saber entender a la gente y a uno mismo, expresándote plenamente y sinceramente pero sin ofender, con educación y empatía…

—¡Eso! Así me gusta, que estudiemos nuestros comportamientos. Que estudiarse a uno es un tanto complicado…

Aurora interrumpió a Jose.

—No estamos aquí para debatir formas de comportamiento. Pero seré asertiva. O me dais una misión adecuada para mí o me centraré en mis estudios.

Dicho eso, apuró su último sorbo de vino y marchó del salón.

—¡Cuántos platos habrá roto! —Exclamó Jose con un aspaviento.

Juan suspiró y, acto seguido, se dirigió a Fabián.

—Vosotros dos, tenemos también planes para vosotros.

—Perfecto —contestó Rober.

—Debéis vigilar las instalaciones del manantial del río mágico —les informó Minerva—. Ya sabéis que aquí la magia impide la contaminación y garantiza que toda la flora y la fauna estén bien. Pero el presidente detectó un pequeño problema en el manantial.

—Vale —dijo sin apenas inmutarse Rober.

—¿Sólo eso, mamá? —Preguntó Fabián, indignado—. Acabo de cumplir dieciocho años. Creo que merezco algo más importante de lo que encargarme.

—Ahora este empieza como la otra —dijo Dolores, a quien todo el mundo acostumbraba a ignorar.

—Cariño, aun estás empezando… poco a poco te daremos más responsabilidad —terció Minerva con voz queda.

Fabián asintió y también se levantó de la mesa.

—¡Estos chavales! ¡Ni que los tuviéramos aún en la edad del pavo! —Escuchó decir a José Fabián mientras se encaminaba al jardín.

Allí se encontró a Aurora, imponente, fumando un cigarrillo en la puerta de la casa.

—¿Malas noticias? —Preguntó sin apenas mirarlo.

—Simplemente no estoy de acuerdo con lo que me han propuesto, como tú.

—Si tú supieras. Quizás es mejor así. ¿No tienes algún hobby o algo mejor que hacer que trabajar para las familias?

—En septiembre empezaré ciencias políticas en la universidad. Y… —adoptó el tono más seductor que pudo—. También escribo poesía a mujeres interesantes.

Aurora soltó una risotada.

—Dedícate a ser poeta y olvida la mafia, hazme caso. Tu alma aún está limpia, no como la mía.

Aurora apagó la última calada del cigarrillo y se marchó dejando tras de sí un aire de perfume que provenía de su cabellera que ondeaba con la brisa marina. Apenas le dio tiempo a Fabián de procesar sus palabras cuando llegó Juan, que se colocó a su lado mirando con pena a la muchacha que marchaba.

— Donde estará esa niñita que se carcajeaba e iluminaba el mundo con su risa. Imaginando, soñando juegos. Ya no recuerdo cuando se ha convertido en esta mujer que me mira fría, desafiante y segura. Una soldado de la mafia eficaz, fría y calculadora. Cree que no sé que a veces escapa al jardín a beber y fumar envuelta en su melancolía y reflexión. También es criatura de la noche y, cabe añadir, que sus compañías las escasas que las he visto son un tanto extrañas—. Decía Juan, bajo los efectos de la bebida, como si sus palabras no salieran de él o como si no tuvieran destinatario—. Me gustaría que te acercaras a ella y puedo saber que te intriga, no lo niegues. Ella tiene ese efecto. Acércate a ella con tu hermano que a ambos os gusta salir de fiesta y podríais coincidir en algún lugar con su pandilla. Mejor aún, se lo diré yo y sé que a mí me hará caso aunque a veces crea que ya apenas tengo ningún poder sobre sus decisiones más que el relacionado con la mafia y sus misiones. Es tan buena. Ni siquiera le encargo misiones por ser mi sangre. Sé que nunca encontraría a nadie mejor para lo que ella hace, rodeada por su secretismo y fórmula secreta para resolver todo.

—Está bien. Intentaré lo que me has dicho —fue capaz de articular Fabián, un tanto abrumado ante lo que acababa de escuchar—. Si me disculpas, subiré a dormir.

Pero no hizo tal. Esperó a que marchase y se internó en el jardín, porque sabía a quien se iba a encontrar ahí. Aurora volvía estar frente a la piscina con una copa vacía y una pantalla comunicadora con una voz que Fabián creyó reconocer pero no acertaba a ubicar.

—Llevas sobre tus hombros una pesada carga. Tienes ese dilema. Otra chica en tu situación habría sido más simple pero no tan noble. No te veo a ti capaz de tal cosa. Tienes la tendencia a idealizar a los demás y a infravalorarte a ti misma. Tu corazón está marchito y tu alma muerta y consumida. A pesar de tus logros, de la admiración y amor que despiertas en el resto piensas que no eres lo suficientemente buena. No seas víctima.

-Sabias palabras y sabio consejo que no soy capaz de asimilar.

Fabián realmente quería que aquella conversación prosiguiese pero, sin darse cuenta, pisó una rama que emitió un leve crujido. Aurora se dio la vuelta rápidamente y cerró la pantalla comunicadora.

—¿Cuánto tiempo llevas ahí?

—¿Con quién hablabas?

—Con un amigo.

—Me sonaba su voz.

—Tengo amigos influyentes.

—¿No será alguno de esos contactos secretos de los tuyos?

—Ni que tuviera que importarte —zanjó Aurora, agitando su cabellera. Sonrió con una sonrisa pícara que derretiría el infierno y zarandeó su copa con el hielo golpeando con ritmo el cristal—. Necesito vino.

—Ya has bebido toda la noche.

— Agua para mí. ¿Por quién me tomas? ¿Por una pobre chiquilla que a la primera cerveza se pone colorada y ríe como una tonta? Anda, tráeme vino.

—No acato órdenes.

—Pues te las estoy dando, chico.

Fabián obedeció. No sabía si porque quería ayudar a aquella mujer que tanto le intrigaba o por el mero hecho de ganar tiempo y cavilar como mentir sobre lo que había escuchado de la mejor manera posible.

—No se volverá a repetir. No he venido aquí para ser el mayordomo de nadie —dijo finalmente Fabián cuando volvió de la cocina desierta.

—Entonces, ¿Por qué has venido? Ni siquiera lo sabes.

—Podrías rebajar el tono. Dirás lo que sea pero yo te veo borracha.

—¿Acaso te escandalizo? Dicen que los borrachos y los niños siempre dicen la verdad. La verdad es que estamos aquí de paso. En cuanto se vaya la amenaza nuestras familias volverán a ser enemigas. Vivimos en una convivencia parecida a una guerra fría. Ten cuidado con tus pasos y palabras chico. Esta casa está llena de ojos y oídos. Y, si quieres un consejo, no me ames ni a mí ni a nadie hasta que te llegue el verdadero momento de hacerlo. Ni siquiera confíes en nadie, ni en ti mismo. Tú también te puedes traicionar.

—Eres tan cínica…

—Realista.

—Tengo la impresión de que ves la vida como un simple juego.

Aurora comenzó a aplaudir entre un halo de melancolía.

—¡Por fin lo has entendido! Todo en esta vida es un juego y hay que saber jugarlo. Observa bien y te darás cuenta que siempre hay reglas, trucos, pasos, tácticas, estrategias, cartas y ases bajo la manga, faroles… puedo seguir.

—Creo que discrepo. No sé tú, pero yo nunca he tenido que vivir así.

—Eso crees. O es que eres tan joven y tan protegido que otros lo han hecho por ti: tus padres, tu tío… Solo te abro los ojos para que aprendas a vivir en estas paredes llenas de mafiosos. Si vivieras en familia de distinto trabajo quizás podrías llegar a permitirte soñar con otras cosas… como el amor y la amistad.

—Amor. ¿Qué hay de tu novio?

—Cállate. Eso es preguntar demasiado. Me retiro. Quizás tengas razón y ya esté demasiado borracha. Quizás he hablado demasiado. Descansa.

—¿Acaso te crees que eres una diosa y los demás tenemos que aceptar lo que hagas? ¿Y si peligra la misión de las dinastías? ¿No crees que debería revelar lo que he escuchado? —Intentó decir Fabián con rabia en su interior.

—Pero no lo harás. Y no soy ninguna diosa. Solamente soy yo. Algún día me tocará rendir cuentas por todo lo bueno y lo malo de mí misma… como todos. Mientras tanto, seguiré siendo yo.

Lo ocurrido aquella noche carcomió a Fabián desde que se metió en cama. Comenzó a pensar que lo que sentía por Aurora estaba creciendo. Como chocaba lo que veía de ella, que iba y venía en sus vaivenes de personalidad… y lo que decía Juan de ella. ¿Tan distinta era en el pasado? El hombre de los Linares tenía razón. Esa chica le intrigaba. Le intrigaba hasta un punto que nunca quiso llegar a imaginar. Era pura oscuridad como un agujero negro que atraía a cualquier astro del firmamento. Pero no sólo eso pasaba por su mente. También se sentía infravalorado por la misión que le habían encargado y no paraba de recordar todo lo escuchado a escondidas por la puerta el día anterior.

 El sueño no acudía él y en su mente empezaron a formarse planes. Sabía que el arma estaría en una playa de la Perla, por lo que habían comentado los veteranos en la reunión. Y también sabía que no sería hasta dentro de dos semanas cuando ellos empezarían a buscar. Quizás esa era su oportunidad. A lo mejor podría encontrar el arma antes que ellos y demostrar su valía. No sabía realmente ante quien, quizás ante la mafia, quizás ante Aurora, quizás ante él mismo.

Al cabo de una hora decidió que no sería capaz de dormir y optó por marchar por las playas de La Dorada en busca del arma. La noche lo acompañó calmada y reluciente. Criaturas mágicas como elfos, duendecillos, hadas o unicornios entre otra gente de la noche se lo cruzaron. No tenía miedo, se conocía la vida nocturna de la capital demasiado bien. En eso sí tenía experiencia a sus dieciocho años.  En la Dorada había tres playas y recorrió sin resultado dos de ellas. Sin darse apenas cuenta, se hizo de día. Se percató de que había rodeado toda la ciudad y pudo ver amanecer mientras llegaba a la playa de los azabaches, una playa pedregosa poco transitada. Se sentó en una roca, ya perdido, a observar el despuntar del alba al borde de la rendición. Sabía que la familia no lo echaría de menos ya que era domingo y él solía salir los sábados. No eran raras las ocasiones en las que su madre lo regañaba por salir de noche sin avisar. Aquel día esa sería la excusa.

Una excursión que supuso que se trataría de un campamento lo sorprendió. Se giró para ver niños de unos doce o trece años que visitaban, madrugadores, la playa. Decidió, finalmente, exhausto, que era hora de marchar hasta que algo llamó su atención.

Tres niños y una niña se aproximaron a él. A un niño lo estaban lanzando a empujones los restantes miembros del grupo. Uno le dio un golpe en la cara para luego marchar con un compañero y dejar a la niña hacerse cargo del resto. Fabián pensó que era momento de actuar y no permitir que esa niña hiciese daño a su víctima.

—Eh, pequeños, basta de peleas —dijo Fabián en tono conciliador, acercándose a ellos.

Los dos muchachos lo miraron sorprendidos. Ella era rubia de cabello corto, mediana estatura para su edad, delgada y de saltones ojos azules. Él menudo, de pelo negro que podría resultar guapo de no ser por su aura de tristeza e inseguridad.

De pronto, se montó un alboroto entre el resto de los niños. Fabián quería acabar con eso cuanto antes.

—¡Él tiene una piedra con una inscripción mágica y no quiere dársela al resto! ¡Pero yo no quería pegarle, lo prometo… eran ellos! —Chilló, con deje tranquilizador la niña.

En cambio, Fabián se puso alerta.

—¿Una inscripción? ¿Puedo verla? Prometo que te ayudaré.

El niño lo miraba con miedo y asombro. Pareció dudar pero, al fin, le tendió la piedra a Fabián. Este comprobó que era un guijarro roto por la mitad y, efectivamente, tenía una inscripción: “el amor podrá con todo”. Finalmente Fabián había descubierto el arma. En parte.

Entonces comenzaron a sonar las alarmas de la policía, aproximándose. La pelea de los niños del campamento había alertado a vecinos y curiosos de la zona. Fabián cometió el primer acto estúpido del día, que no sería el último.








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