—¿Cuántos
números has conseguido hoy? —Preguntó Rober sirviéndose un cocktail.
Al
día siguiente por la tarde, Rober y Fabián se encontraban en una fiesta de
cumpleaños. Era un chalet en el centro de La Dorada y la fiesta estaba
ambientada por música comercial y repleta de gente que bailaba, reía y bebía
aunque el alcohol todavía no había hecho el suficiente efecto como para empezar
a hacer locuras pero sí para que los invitados se fuesen desinhibiendo en
parte.
Rober
y Fabián hacían un dúo que había quien catalogaba como mágico. Rober, con sus
treinta años y tío de Fabián, de dieciocho. Ambos muy atractivos y deseados por
mujeres y hombres. Rober intentaba guiar a Fabián en el mundo de la fiesta y el
amor desde que el joven tenía quince años.
—Tres
—contestó Fabián intentando hacerse el interesante.
—Estás
flojo. ¿Llamarás a alguna?
—Lo
dudo. Desde que lo dejé con Natalia voy a darme un tiempo antes de
comprometerme con otra.
—¿Acaso
te ha roto el corazón? —quiso saber Rober dando un trago a su bebida.
—No
es eso. Simplemente no había química.
—Dos
meses es poco tiempo para conocer a alguien.
—Supongo
que no era “la chica”.
—¿”La
chica”? —Inquirió Rober con tono burlón.
—Sí.
Esa chica que la ves y sientes que se para todo tu mundo y notas como una
explosión en el corazón.
Rober
no pudo evitar carcajearse y Fabián se tocó el pelo, incómodo.
—Quizás
he sido demasiado exagerado. Pero sí que busco a “ella”. A alguien que me haga
sentir pasión, que me aporte emoción, poesía, música en mi vida. A alguien que
me de lo que las otras chicas no me pueden dar. Alguien diferente pero
especial.
—Vaya,
vaya… Debajo de esa apariencia de rompecorazones en el fondo es un romántico,
pequeño sobrino.
—Creo
que sigues sin entenderme. Pero sé que “ella” está ahí fuera, esperando a ser
encontrada.
—Me
has conmovido. Eres muy joven todavía. Tienes tiempo de sobra de estar con las
chicas que te pida el corazón y también de que te lo rompan y tú lo rompas. “Ella”
no se busca, se encuentra. No tengas prisa—. Fabián escuchaba a su tío con aire
soñador. Sopesaba sus palabras pero seguía pensando que su tío no lo entendía—.
Y, hablando de este tema, tengo una noticia.
—Dispara.
—Creo
que yo sí he encontrado a “la chica”.
Fabián
rió.
—¿Bromeas?
—¿Te
acuerdas de Estefanía?
—¿La
loca?
—No
está loca —la defendió Rober con deje de nerviosismo—. Simplemente a veces bebe
demasiado y hace alguna tontería…
—Como
pagar con servilletas…
—Pero
eso es parte de su encanto. Durante el día es una importante notaria: seria,
increíblemente inteligente… Pero a la vez es divertida y le encanta salir de
fiesta… aunque a veces se pase con el alcohol.
—Parece
que el Rober que conocía por fin tiene un corazón.
—Creo
que a mamá le gustará y podría ayudar a la familia—. De pronto hizo una pausa y
se quedó mirando a dos chicas que se aproximaban a la barra—. Fíjate detrás de
ti.
—Me
gusta la morena —respondió Fabián rápidamente—. ¿No era que tú ya estabas
enamorado?
—Sólo
lo hago para ayudar a mi pequeño e ingenuo sobrino a encontrar a “la chica”.
Fabián
se encogió de hombros y se aproximaron a las dos jóvenes. Una era rubia a la que
le costaba caminar con sus altísimos tacones negros y la otra una morena de
maquillaje recargado y vestido provocativo.
—¿Os
invitamos? —Dijo Fabián evitando saludar.
—Gracias
—repuso la morena con una sonrisa floja.
—Me
encanta tu vestido. Lo comprarías en el paraíso… eres un ángel.
La
chica se sonrojó ante el piropo de Fabián mientras el móvil de Rober comenzó a
sonar.
—Es
Jose. Hay asuntos importantes. Viene a buscarnos ahora —interrumpió.
Fabián
se despidió ante las dos enojadas muchachas y ambos se encaminaron a la salida.
—¿Por
qué tiene que venir Jose? —Preguntó Fabián de brazos cruzados ante la brisa del
anochecer en la puerta del chalet.
—Supongo
que era quien estaba más cerca. A mí me cae bien.
—Yo
apenas lo conozco. De la otra familia a quien más conozco es a Juan.
—Jose
es genial. Ya lo verás.
Escasos
minutos más tarde, una limusina apareció y los dos entraron. Jose estaba
dentro, contemplando el ambiente por la ventana con aire divertido.
—De
joven era como vosotros —dijo Jose sin mirarlos todavía—. Y supongo que aún lo
soy. Las mujeres siempre han sido mi pasión. Aún siento la decepción de que
muriese mi primera mujer y aun la amo aunque, no penséis mal, también amo a mi
nueva mujer. Creo que de mi forma se puede permitir amar a dos mujeres a la vez
—. Calló un instante y les dio una palmadita en la espalda—. ¡Qué os voy a
decir a vosotros que amáis a mil y no amáis a ninguna! ¡Jóvenes!
—¿No
me dirás Jose que eso no te mantiene joven? —Preguntó Rober un tanto burlón.
—Yo
soy un niño de espíritu. Me conservo tan bien por mi buena rutina de mis
andanzas a vuestras edades y en toda mi vida. Madrugar con un buen periódico o
un buen libro con un desayuno sano. Un tanto de ejercicio: sea nadar, sea
andar, sea yoga… Meditar y reflexionar, ambas cosas, no confundirlas. Pensar
mucho pero sin majaderías. Tratar los temas de la familia que hay que
mantenerse ocupado. Al final del día, una copita de vino, que es elixir de
vida. Y, como no, bailar o cantar de vez en cuando y charlar con todo el mundo,
si se incluye algún chiste mejor, que la vida se vive con risas…
—¿Y
qué asuntos tocan ahora? —Cortó Fabián que aunque le gustaba lo que estaba
escuchando, ya veía que el abuelo de la familia Linares ya se estaba enrollando
demasiado.
--Ya
lo veréis —respondió con misterio Jose.
El
trayecto hasta la isla fue tranquilo. Ya era de noche y la casa presentaba un
aspecto fantasmagórico con sus albinas paredes brillando bajo la luna. El mar
murmuraba mientras su espuma chocaba contra las rocas. Cuando llegaron al salón
comedor, ya todos los nuevos habitantes de esa isla se encontraban allí,
sentados y ya habituados a su nuevo hogar, como si no hubiese pasado solamente
un día desde que se instalaron en aquel lugar.
—Está
negociando el precio de la opción de compra y de la cesión pero está a salvo
—comentaba animado Juan. Fabián supuso que estarían hablando de los negocios de
las familias, que se encargaban del tráfico y movimiento de los ríos mágicos de
La Perla. El mayor negocio del mundo mágico—. No creo que se tuerza. Ah, ¡Hola!
Repararon
en los recién llegados y se sentaron dispuestos a comer los manjares que había
en la mesa. Minerva dedicó una caricia a su hijo pequeño, Fabián. El muchacho
observó satisfecho la mirada nerviosa de Aurora que rápidamente miró hacia otro
lado y pareció abstraerse en su mundo con mirada vanidosa.
—¿Se
sabe algo de Fran y Enrique, por cierto? —Preguntó con un deje de despreocupado
Sofía mientras se servía bebida.
—Están
en el ajo, a falta de confirmación oficial —respondió Álvaro—. Pronto tendremos
información de ellos. Estaría bien que se instalasen en esta casa de esta
pequeña isla que nos cedió el presidente.
—Sí,
estos asuntos hay que tenerlos lo más escondidos y cercanos posible —aprobó
Juan—. ¿Y los senadores?
—Decidle
a los senadores que voten que sí a la medida de la fábrica—. Intervino cortante
una chica que Fabián aún no había visto hasta ese momento en la casa. Era
seria, con cabello corto y delgada—. Esas chicas merecen seguir trabajando y
cobrando como es debido.
—Helena,
no es momento. Todos conocemos tu actividad reivindicativa pero estamos en una
situación complicada. Quizás deberías olvidarte de esa faceta tuya—. Dijo
Sofía, un tanto crispada. Fabián cayó en la cuenta de que se trataba de la
hermana de Juan, la tía de Aurora. También recordó que la niña llamada Rosa era
su hija. El joven se preguntó dónde estaría el día anterior—. Y quizás deberías
implicarte más en las misiones de la familia en lugar de trabajar explotada de
camarera todo el día.
—No
gastaré lo que no he ganado. Y, menos si es dinero sucio. Ya sabéis que una
gran persona a la que amaba con todo mi corazón me abandonó en cuanto se enteró
que yo estaba metida en la mafia, envuelta en vuestros turbios asuntos
manchados de sangre.
—Helena,
olvida. El mundo está lleno de hombres —intervino Álvaro, impaciente.
—Pero
ella merece a alguien como ella —dijo Aurora.
—Aurora…
—la chistó Sofía.
—Si
no estuviésemos nosotros, otros ocuparían nuestro lugar. ¿Acaso preferirías que
fuese la familia del Diamante quien controlase todo? —.Dijo Juan educadamente.
Helena decidió callar—. Esta profecía puede ser un preludio de quitarlos del
medio. A lo que me trae, Aurora…
-Estaba
deseando que me mencionaras.
—La
misión que te queremos encomendar será que sigas vigilándolos.
—¿A
la familia del Diamante? —Inquirió rápidamente, un tanto alterada.
—Sí.
Con tu misterioso contacto del que nadie sabe nada.
—Imposible.
Encargadme algo más interesante o a mi altura. Además, desde vuestras
actuaciones en la guerra de guerrillas ya no puedo contar con ese contacto.
—¿Pero
se puede saber quién es? Sería información importante —Preguntó Minerva.
—¡Tengo
mi propia manera de trabajar! ¡Soy como vosotros, me envuelvo en secretos y desde
la sombra trabajo bien! O me dais algo decente para mí o…
Aurora
gritaba airada y todo el ambiente cambió en la mesa.
—Esta
chica la ves tan inocente pero tiene un carácter… —dijo, asombrado, Jose.
—Y
lo que bebe… —Añadió Dolores que miraba con desaprobación a la joven.
—Creo
que puede ser agresiva, pasiva o asertiva a su merced como una especie de
máscara que va cambiando —dijo Fabián, misterioso, intentando suavizar la
situación. Aurora se quedó paralizada mirándolo durante un instante y él pudo
apreciar un fugaz brillo en su mirada, que rápidamente desvió.
—Esperemos
que todos podamos ser asertivos —dijo Eulalia.
—Me
he perdido. ¿De qué estáis hablando?
—Son
tipos de comportamiento —empezó a explicar Fabián--. Puedes tener
comportamiento pasivo, asertivo o agresivo. Lo mejor es la asertividad que es
saber entender a la gente y a uno mismo, expresándote plenamente y sinceramente
pero sin ofender, con educación y empatía…
—¡Eso!
Así me gusta, que estudiemos nuestros comportamientos. Que estudiarse a uno es
un tanto complicado…
Aurora
interrumpió a Jose.
—No
estamos aquí para debatir formas de comportamiento. Pero seré asertiva. O me
dais una misión adecuada para mí o me centraré en mis estudios.
Dicho
eso, apuró su último sorbo de vino y marchó del salón.
—¡Cuántos
platos habrá roto! —Exclamó Jose con un aspaviento.
Juan
suspiró y, acto seguido, se dirigió a Fabián.
—Vosotros
dos, tenemos también planes para vosotros.
—Perfecto
—contestó Rober.
—Debéis
vigilar las instalaciones del manantial del río mágico —les informó Minerva—.
Ya sabéis que aquí la magia impide la contaminación y garantiza que toda la
flora y la fauna estén bien. Pero el presidente detectó un pequeño problema en
el manantial.
—Vale
—dijo sin apenas inmutarse Rober.
—¿Sólo
eso, mamá? —Preguntó Fabián, indignado—. Acabo de cumplir dieciocho años. Creo
que merezco algo más importante de lo que encargarme.
—Ahora
este empieza como la otra —dijo Dolores, a quien todo el mundo acostumbraba a
ignorar.
—Cariño,
aun estás empezando… poco a poco te daremos más responsabilidad —terció Minerva
con voz queda.
Fabián
asintió y también se levantó de la mesa.
—¡Estos
chavales! ¡Ni que los tuviéramos aún en la edad del pavo! —Escuchó decir a José
Fabián mientras se encaminaba al jardín.
Allí
se encontró a Aurora, imponente, fumando un cigarrillo en la puerta de la casa.
—¿Malas
noticias? —Preguntó sin apenas mirarlo.
—Simplemente
no estoy de acuerdo con lo que me han propuesto, como tú.
—Si
tú supieras. Quizás es mejor así. ¿No tienes algún hobby o algo mejor que hacer
que trabajar para las familias?
—En
septiembre empezaré ciencias políticas en la universidad. Y… —adoptó el tono
más seductor que pudo—. También escribo poesía a mujeres interesantes.
Aurora
soltó una risotada.
—Dedícate
a ser poeta y olvida la mafia, hazme caso. Tu alma aún está limpia, no como la
mía.
Aurora
apagó la última calada del cigarrillo y se marchó dejando tras de sí un aire de
perfume que provenía de su cabellera que ondeaba con la brisa marina. Apenas le
dio tiempo a Fabián de procesar sus palabras cuando llegó Juan, que se colocó a
su lado mirando con pena a la muchacha que marchaba.
—
Donde estará esa niñita que se carcajeaba e iluminaba el mundo con su risa.
Imaginando, soñando juegos. Ya no recuerdo cuando se ha convertido en esta
mujer que me mira fría, desafiante y segura. Una soldado de la mafia eficaz,
fría y calculadora. Cree que no sé que a veces escapa al jardín a beber y fumar
envuelta en su melancolía y reflexión. También es criatura de la noche y, cabe
añadir, que sus compañías las escasas que las he visto son un tanto extrañas—.
Decía Juan, bajo los efectos de la bebida, como si sus palabras no salieran de
él o como si no tuvieran destinatario—. Me gustaría que te acercaras a ella y
puedo saber que te intriga, no lo niegues. Ella tiene ese efecto. Acércate a
ella con tu hermano que a ambos os gusta salir de fiesta y podríais coincidir
en algún lugar con su pandilla. Mejor aún, se lo diré yo y sé que a mí me hará
caso aunque a veces crea que ya apenas tengo ningún poder sobre sus decisiones
más que el relacionado con la mafia y sus misiones. Es tan buena. Ni siquiera
le encargo misiones por ser mi sangre. Sé que nunca encontraría a nadie mejor
para lo que ella hace, rodeada por su secretismo y fórmula secreta para
resolver todo.
—Está
bien. Intentaré lo que me has dicho —fue capaz de articular Fabián, un tanto
abrumado ante lo que acababa de escuchar—. Si me disculpas, subiré a dormir.
Pero
no hizo tal. Esperó a que marchase y se internó en el jardín, porque sabía a
quien se iba a encontrar ahí. Aurora volvía estar frente a la piscina con una
copa vacía y una pantalla comunicadora con una voz que Fabián creyó reconocer
pero no acertaba a ubicar.
—Llevas
sobre tus hombros una pesada carga. Tienes ese dilema. Otra chica en tu
situación habría sido más simple pero no tan noble. No te veo a ti capaz de tal
cosa. Tienes la tendencia a idealizar a los demás y a infravalorarte a ti
misma. Tu corazón está marchito y tu alma muerta y consumida. A pesar de tus
logros, de la admiración y amor que despiertas en el resto piensas que no eres
lo suficientemente buena. No seas víctima.
-Sabias
palabras y sabio consejo que no soy capaz de asimilar.
Fabián
realmente quería que aquella conversación prosiguiese pero, sin darse cuenta,
pisó una rama que emitió un leve crujido. Aurora se dio la vuelta rápidamente y
cerró la pantalla comunicadora.
—¿Cuánto
tiempo llevas ahí?
—¿Con
quién hablabas?
—Con
un amigo.
—Me
sonaba su voz.
—Tengo
amigos influyentes.
—¿No
será alguno de esos contactos secretos de los tuyos?
—Ni
que tuviera que importarte —zanjó Aurora, agitando su cabellera. Sonrió con una
sonrisa pícara que derretiría el infierno y zarandeó su copa con el hielo
golpeando con ritmo el cristal—. Necesito vino.
—Ya
has bebido toda la noche.
—
Agua para mí. ¿Por quién me tomas? ¿Por una pobre chiquilla que a la primera
cerveza se pone colorada y ríe como una tonta? Anda, tráeme vino.
—No
acato órdenes.
—Pues
te las estoy dando, chico.
Fabián
obedeció. No sabía si porque quería ayudar a aquella mujer que tanto le
intrigaba o por el mero hecho de ganar tiempo y cavilar como mentir sobre lo
que había escuchado de la mejor manera posible.
—No
se volverá a repetir. No he venido aquí para ser el mayordomo de nadie —dijo finalmente
Fabián cuando volvió de la cocina desierta.
—Entonces,
¿Por qué has venido? Ni siquiera lo sabes.
—Podrías
rebajar el tono. Dirás lo que sea pero yo te veo borracha.
—¿Acaso
te escandalizo? Dicen que los borrachos y los niños siempre dicen la verdad. La
verdad es que estamos aquí de paso. En cuanto se vaya la amenaza nuestras
familias volverán a ser enemigas. Vivimos en una convivencia parecida a una
guerra fría. Ten cuidado con tus pasos y palabras chico. Esta casa está llena
de ojos y oídos. Y, si quieres un consejo, no me ames ni a mí ni a nadie hasta
que te llegue el verdadero momento de hacerlo. Ni siquiera confíes en nadie, ni
en ti mismo. Tú también te puedes traicionar.
—Eres
tan cínica…
—Realista.
—Tengo
la impresión de que ves la vida como un simple juego.
Aurora
comenzó a aplaudir entre un halo de melancolía.
—¡Por
fin lo has entendido! Todo en esta vida es un juego y hay que saber jugarlo.
Observa bien y te darás cuenta que siempre hay reglas, trucos, pasos, tácticas,
estrategias, cartas y ases bajo la manga, faroles… puedo seguir.
—Creo
que discrepo. No sé tú, pero yo nunca he tenido que vivir así.
—Eso
crees. O es que eres tan joven y tan protegido que otros lo han hecho por ti:
tus padres, tu tío… Solo te abro los ojos para que aprendas a vivir en estas
paredes llenas de mafiosos. Si vivieras en familia de distinto trabajo quizás
podrías llegar a permitirte soñar con otras cosas… como el amor y la amistad.
—Amor.
¿Qué hay de tu novio?
—Cállate.
Eso es preguntar demasiado. Me retiro. Quizás tengas razón y ya esté demasiado
borracha. Quizás he hablado demasiado. Descansa.
—¿Acaso
te crees que eres una diosa y los demás tenemos que aceptar lo que hagas? ¿Y si
peligra la misión de las dinastías? ¿No crees que debería revelar lo que he
escuchado? —Intentó decir Fabián con rabia en su interior.
—Pero
no lo harás. Y no soy ninguna diosa. Solamente soy yo. Algún día me tocará
rendir cuentas por todo lo bueno y lo malo de mí misma… como todos. Mientras
tanto, seguiré siendo yo.
Lo
ocurrido aquella noche carcomió a Fabián desde que se metió en cama. Comenzó a
pensar que lo que sentía por Aurora estaba creciendo. Como chocaba lo que veía
de ella, que iba y venía en sus vaivenes de personalidad… y lo que decía Juan
de ella. ¿Tan distinta era en el pasado? El hombre de los Linares tenía razón.
Esa chica le intrigaba. Le intrigaba hasta un punto que nunca quiso llegar a
imaginar. Era pura oscuridad como un agujero negro que atraía a cualquier astro
del firmamento. Pero no sólo eso pasaba por su mente. También se sentía
infravalorado por la misión que le habían encargado y no paraba de recordar
todo lo escuchado a escondidas por la puerta el día anterior.
El sueño no acudía él y en su mente empezaron
a formarse planes. Sabía que el arma estaría en una playa de la Perla, por lo
que habían comentado los veteranos en la reunión. Y también sabía que no sería
hasta dentro de dos semanas cuando ellos empezarían a buscar. Quizás esa era su
oportunidad. A lo mejor podría encontrar el arma antes que ellos y demostrar su
valía. No sabía realmente ante quien, quizás ante la mafia, quizás ante Aurora,
quizás ante él mismo.
Al
cabo de una hora decidió que no sería capaz de dormir y optó por marchar por
las playas de La Dorada en busca del arma. La noche lo acompañó calmada y
reluciente. Criaturas mágicas como elfos, duendecillos, hadas o unicornios
entre otra gente de la noche se lo cruzaron. No tenía miedo, se conocía la vida
nocturna de la capital demasiado bien. En eso sí tenía experiencia a sus
dieciocho años. En la Dorada había tres
playas y recorrió sin resultado dos de ellas. Sin darse apenas cuenta, se hizo
de día. Se percató de que había rodeado toda la ciudad y pudo ver amanecer
mientras llegaba a la playa de los azabaches, una playa pedregosa poco
transitada. Se sentó en una roca, ya perdido, a observar el despuntar del alba
al borde de la rendición. Sabía que la familia no lo echaría de menos ya que
era domingo y él solía salir los sábados. No eran raras las ocasiones en las
que su madre lo regañaba por salir de noche sin avisar. Aquel día esa sería la
excusa.
Una
excursión que supuso que se trataría de un campamento lo sorprendió. Se giró
para ver niños de unos doce o trece años que visitaban, madrugadores, la playa.
Decidió, finalmente, exhausto, que era hora de marchar hasta que algo llamó su
atención.
Tres
niños y una niña se aproximaron a él. A un niño lo estaban lanzando a empujones
los restantes miembros del grupo. Uno le dio un golpe en la cara para luego
marchar con un compañero y dejar a la niña hacerse cargo del resto. Fabián
pensó que era momento de actuar y no permitir que esa niña hiciese daño a su
víctima.
—Eh,
pequeños, basta de peleas —dijo Fabián en tono conciliador, acercándose a
ellos.
Los
dos muchachos lo miraron sorprendidos. Ella era rubia de cabello corto, mediana
estatura para su edad, delgada y de saltones ojos azules. Él menudo, de pelo
negro que podría resultar guapo de no ser por su aura de tristeza e
inseguridad.
De
pronto, se montó un alboroto entre el resto de los niños. Fabián quería acabar
con eso cuanto antes.
—¡Él
tiene una piedra con una inscripción mágica y no quiere dársela al resto! ¡Pero
yo no quería pegarle, lo prometo… eran ellos! —Chilló, con deje tranquilizador
la niña.
En
cambio, Fabián se puso alerta.
—¿Una
inscripción? ¿Puedo verla? Prometo que te ayudaré.
El
niño lo miraba con miedo y asombro. Pareció dudar pero, al fin, le tendió la
piedra a Fabián. Este comprobó que era un guijarro roto por la mitad y, efectivamente,
tenía una inscripción: “el amor podrá con todo”. Finalmente Fabián había
descubierto el arma. En parte.
Entonces
comenzaron a sonar las alarmas de la policía, aproximándose. La pelea de los
niños del campamento había alertado a vecinos y curiosos de la zona. Fabián
cometió el primer acto estúpido del día, que no sería el último.
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