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10
Partimos al alba, con el reluciente
sol matutino mostrándose entre jirones de nubes
perladas. Tomamos el camino que sigue el curso del río por decisión de
Paolo. Aunque presenta muchas ventajas como la disponibilidad de agua y de
comida, a todos nos parece demasiado bonito para ser el apropiado. Todos
coincidimos en que es un lugar muy expuesto y no tardarán en aparecer los
atacantes. Sin embargo, aceptamos el criterio de Paolo porque ha vivido diez
años en Daos y, si lo ha logrado, es porque sabe lo que se hace.
No obstante, teníamos razón. A lo
largo de una mañana en la que el paisaje no cambia nos surgen dos hombres que
nos atacan. Pero Ian los mata con una facilidad y frialdad impresionantes. Ya
no siento lo que sentía durante los primeros días aquí ante la muerte pero aun
así aborrezco la forma de asesinar de Ian. Intento ser flexible y atribuir esta
capacidad a sus años en el ejército. Al fin y al cabo, Dani haría lo mismo o
algo mucho peor.
El río es estrecho y, en sus bordes,
hay un bosque y una montaña verde. Cuando Ian acaba con un tercero pienso en
este despreciable continente que es Daos. Me pregunto cómo pudo llevar a
crearse este lugar y la respuesta no tarda en aparecer porque todo el mundo la
conoce: se trata de las sobras que surgieron tras la guerra. La guerra. La
mayor forma de traición del ser humano a sí mismo. El conflicto que surge
cuando las palabras ya no sirven en el que el hombre traiciona a sus iguales y
se dispone a matanzas y carnicerías para lograr sus objetivos. Lugar donde los
valores y la ética mueren dejando al hombre mostrarse como un animal que sólo
lucha para salvar el pellejo. De algo así no es tan extraño que haya surgido
Daos. Pienso que deberían haberlo tomado como ejemplo para evitar más guerras.
Pero el ser humano no aprende de sus errores.
—Así que hay guerra en Lanan de
nuevo—. La voz de Katerina me hace volver a la realidad. Sin embargo, parece
que ha estado adivinando mis pensamientos. Me dispongo a contarle todo lo que
sé sobre esta nueva guerra que enfrenta a los dos continentes.
Pienso que ya basta de reservas y
secretos. Le cuento a Katerina mi historia y todo lo que sé sobre la guerra
entre Lanan y Hafix. Entonces me doy cuenta de lo lejano que suena ya todo lo
que conocía hasta ahora. Mi antigua casa parece un lugar lejano al que nunca
volveré e incluso el recuerdo de mis seres queridos se debilita. Odio esta
sensación y me aferro al colgante de Marc. El efecto es inmediato, puede que su
recuerdo lógico se desvanezca pero mis sentimientos no lo hacen.
Katerina me cuenta que la situación
de descontento en Lanan es escandalosa. En todo el continente hay pobreza para
la mayoría de los habitantes mientras que los guerreros y soldados se llevan
todos los recursos de los que dispone el gobierno y también todos los honores.
Muchos piensan que el presidente se está riendo de ellos y la semilla de la
revolución está implantada. Por lo visto, el único lugar donde las condiciones
son decentes es la capital. No puedo evitar pensar que en la capital también
está la mayoría del pueblo en malas condiciones y me imagino cómo debe estar el
resto entonces. Katerina relata cómo han ido surgiendo levantamientos y amagos
de revolución que no han tenido éxito. Al fin y al cabo, el ejército de Lanan
es muy poderoso y unos pocos guerrilleros muertos de hambre no tienen nada que
hacer contra él. Además, la mayoría de la gente no tiene acceso a los medios de
comunicación para ser partícipes de lo que ocurre y, los pocos que los tienen,
no acceden a la información porque el gobierno los controla. Así pues, la
mayoría de habitantes descontentos piensan que están solos pero la furia contra
el gobierno no cesa por muchos golpes o castigos que reciban y la guerrilla
sigue en pie, aunque actuando clandestinamente. A Katerina la capturaron en una
reunión que tuvo lugar hace un año. En ella se decidió que habría un nuevo
levantamiento mucho más fuerte cuando tuviera lugar la próxima guerra, cuando
el ejército estuviese ocupado en otros asuntos.
—….así que has hecho lo mejor que
podías haber hecho, aunque no lo supieras —me espeta Katerina con una sonrisa
amarga—. Con la magnitud de esta guerra habrá un gran levantamiento. A ti, por
ser la hermana del símbolo del ejército de Lanan, te habrían tomado como rehén
o algo peor.
Sopeso sus palabras porque la
gravedad de los hechos es visible pero decido ignorar la parte que me atañe a
mí, ya que eso no me preocupa. No estoy muy convencida de que esté más segura
en Daos que en Lanan.
—¿No tienes pensado volver a la
revolución? —Pregunto tranquila.
—Fue lo primero que pensé cuando me
contaste que había guerra. Pero estoy embarazada de dos meses —no puedo ocultar
mi sorpresa abriendo mucho los ojos—, creo que es mejor que acuda a la
seguridad de Hafix si consigo mantenerme con vida a mí o a mi hijo.
Asiento con la cabeza. Prefiero no
hacer preguntas indiscretas, pero aunque quisiera tampoco podría pues acabamos
de llegar a un gran cenagal. A pesar de que el sol del mediodía reluzca con
fuerza y caliente nuestros rostros, el paisaje resulta apagado y lúgubre. El
río brota con fuerza hacia el otro lado de su cauce y deja ante nosotros una
tierra llena de lodo y barro. Hasta el bosque de nuestra derecha pierde su colorido
y se muestra más apagado. Ante nosotros se extiende ahora un cenagal y
enfilamos el camino por el barro y todo se sume en silencio. No sé si soy la
única, pero desde que nos adentramos en el lodo me siento más triste y
negativa. Comienzo a pensar que esta misión no tiene sentido, que acabaré
muerta en Daos y tanto Dani, Marc, Pedro y Tom morirán en la guerra. Estos
pensamientos hacen que me frene en seco y tenga ganas de gritar.
Entonces me doy cuenta de un detalle
inquietante. Todos nos hemos frenado a la vez y todos compartimos un rostro de
desesperación. Miro a Paolo que es el único que parece tranquilo y es cuando
noto que comienzo a hundirme en el barro que piso. Me doy cuenta antes de que
Sele lo grite:
—¡Arenas movedizas!
Veo como mis pies se van hundiendo
lentamente sin sentir ya fuerzas por querer sacarlos y hundirme para siempre en
la tierra. Parece que vuelvo a la realidad con este pensamiento que tacho de
estúpido y observo como el resto de la camarilla, excepto Paolo, se están
hundiendo en la Tierra. Sele e Ian gritan histéricos, Rober se mueve
agitadamente y semeja que está luchando consigo mismo y Katerina llora,
tocándose el vientre.
—Conozco este lugar —dice Paolo,
sereno, como si hablase del tiempo—. Este cenagal os hace atormentaros y
sumiros en vuestros pensamientos y emociones más negativos. Si no los
controláis, os hundiréis en las arenas movedizas.
11
Apenas soy capaz de entrever por el
rabillo del ojo como Paolo se va acercando al resto de la camarilla. No me paro
a pensar porque no se acerca hacia mí. El dolor es demasiado fuerte.
En mi mente aparecen imágenes de
Dani, Pedro, Marc y Tom muertos. Los veo como si los tuviese delante de lo
nítida y vivaz que es cada imagen en mi mente. Pienso que probablemente sea
cierto. Están en la mayor guerra que el mundo ha visto desde hace cien años y
muy pocos saldrán de allí con vida. Y yo estoy en Daos, el continente que lleva
a una muerte fija. Yo no seré menos, moriré aquí.
Siento que me hundo mientras mi
respiración se vuelve difícil pero agitada. Siento que los he perdido, que
todos mis esfuerzos han sido en vano. Ya no tengo motivos por los que luchar ni
seguir viva y me tienta el dejarme llevar por las arenas y hundirme en ellas
para siempre. El dolor es demasiado intenso y quiero que pare como sea.
“Que pare”. Ese pensamiento me hace
acordarme de las palabras de Paolo con las que decía que estas arenas movedizas
llevan a pensamientos negativos. Entonces, si quiero que esta tortura pare,
debo salir de las arenas.
Me propongo contrarrestar mis
pensamientos. La guerra no pudo haber empezado todavía, aun estarán en el
campamento. Es cierto que queda poco pero seguro que siguen vivos. Y yo he
tenido mucha suerte. Tras haber pasado tan solo dos semanas en Daos ya estoy
dentro de un equipo que seguro que me hace salir de aquí y unirme a ellos.
Todavía hay esperanza.
Consigo desperezarme de las arenas
cuando las tengo por la pantorrilla y entonces me percato de que estoy
sollozando. Ignoro mis lágrimas y logro salir llena de barro.
El efecto es inmediato, el dolor cesa,
aunque no las dudas. Me alejo corriendo de las arenas a los lindes del bosque
donde ya están casi todos los miembros del grupo. Miro sus rostros y también
veo sufrimiento. Aunque todos están sucios y embarrados, el que se ha llevado
la peor parte parece ser Ian, que está cubierto de tierra hasta la cintura. Con
la mirada vacía y hueca, observan todos al mismo punto.
Ahí está Paolo agarrando a Rober por
los hombros, que está sumergido hasta las rodillas en las arenas movedizas.
Paolo le habla de forma firme pero suave y Rober semeja estar en un trance.
Pero finalmente logra sacarlo, tirando de él por los brazos.
Permanecemos todos al borde de la
espesura del triste bosque callados. Paolo nos observa, intacto.
—Estas arenas están hechas para
sucumbir al dolor, a la tristeza, al sufrimiento… No permitáis que lo que
habéis visto en ellas os nuble el juicio. Recordad lo que pensabais antes de
estar en ellas.
—Es difícil —comenta Sele—. Si tú no
me hubieses ayudado no sé cómo lo habría logrado.
—Lo mismo digo —afirma Rober—.
Gracias Paolo.
—Y gracias por no ayudarme —añado yo,
fingiendo indiferencia.
Paolo se acerca a mí y me dice muy
serio:
—Estaba seguro de que tú serías la
única capaz de salir sin ayuda.
Sus palabras me chocan como me chocó
desde el principio que Paolo tuviese tanta confianza en mí. Pero no quiero que
parezca que hay favoritismos ante los demás, así que asiento con una seca
cabezada.
Enfilamos de nuevo el camino
bordeando las arenas y el lodo. Por fortuna, no duran mucho más, rodearlas nos
lleva diez minutos. Ahora el río adquiere una tonalidad azul cristalina mucho
más alegre, incluso paradisíaca. Los árboles recuperan su verde encendido e
incluso se escucha el canto de los pájaros al piar.
Durante la caminata nadie habla, cada
uno inmenso en su propio dolor y en sus propios tormentos. Las arenas nos han
traído a la mente los problemas que tanto queremos olvidar. Yo no soy menos y
me pregunto si habrá algo de cierto en lo que he pensado cuando me estaba
hundiendo. Me doy cuenta que, al mismo tiempo, desde que estoy en Daos nunca
había sido tan optimista como en el momento de escapar de las arenas. Me aferro
a esos pensamientos, a esa esperanza; ya que, como ya estoy aquí, no me sirve
de nada ser negativa.
Nos detenemos diez minutos después de
llegar al nuevo paraje. Paolo decide que ya es momento de que hagamos un
descanso para comer y que, de paso, nos limpiemos el barro en un río ya
aparentemente tranquilo. Rober se sumerge en las aguas, pero, en poco tiempo
ocurre algo inquietante.
Corrientes. El río parece que
erupciona y estalla en oleaje haciendo que Rober patalee e intente nadar entre
las corrientes. Su mirada denota angustia y miedo, lo que no es de extrañar.
Sin pensarlo dos veces, me quito mis botas y me dispongo a sumergirme para
salvarlo. Pero dos fuertes brazos me sujetan.
No me detengo a mirar quien es mi
captor. Sino que me retuerzo e intento zafarme de esos brazos gritando.
—¡Déjame! ¡Se va a ahogar! ¡Tengo que
salvarlo!
—¡¿Es que quieres ahogarte tú
también!?
El bramido de Paolo me hace dejar de
resistirme, impotente, mientras veo como Rober se hunde en el río.
—Te he dicho que para sobrevivir en
Daos tienes que saber dar la espalda a otros —Murmura Paolo con deje de pena en
su voz.
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