jueves, 30 de agosto de 2018

Capítulos 10 y 11 "El camino que nadie nombra"


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10
Partimos al alba, con el reluciente sol matutino mostrándose entre jirones de nubes  perladas. Tomamos el camino que sigue el curso del río por decisión de Paolo. Aunque presenta muchas ventajas como la disponibilidad de agua y de comida, a todos nos parece demasiado bonito para ser el apropiado. Todos coincidimos en que es un lugar muy expuesto y no tardarán en aparecer los atacantes. Sin embargo, aceptamos el criterio de Paolo porque ha vivido diez años en Daos y, si lo ha logrado, es porque sabe lo que se hace.
No obstante, teníamos razón. A lo largo de una mañana en la que el paisaje no cambia nos surgen dos hombres que nos atacan. Pero Ian los mata con una facilidad y frialdad impresionantes. Ya no siento lo que sentía durante los primeros días aquí ante la muerte pero aun así aborrezco la forma de asesinar de Ian. Intento ser flexible y atribuir esta capacidad a sus años en el ejército. Al fin y al cabo, Dani haría lo mismo o algo mucho peor.
El río es estrecho y, en sus bordes, hay un bosque y una montaña verde. Cuando Ian acaba con un tercero pienso en este despreciable continente que es Daos. Me pregunto cómo pudo llevar a crearse este lugar y la respuesta no tarda en aparecer porque todo el mundo la conoce: se trata de las sobras que surgieron tras la guerra. La guerra. La mayor forma de traición del ser humano a sí mismo. El conflicto que surge cuando las palabras ya no sirven en el que el hombre traiciona a sus iguales y se dispone a matanzas y carnicerías para lograr sus objetivos. Lugar donde los valores y la ética mueren dejando al hombre mostrarse como un animal que sólo lucha para salvar el pellejo. De algo así no es tan extraño que haya surgido Daos. Pienso que deberían haberlo tomado como ejemplo para evitar más guerras. Pero el ser humano no aprende de sus errores.
—Así que hay guerra en Lanan de nuevo—. La voz de Katerina me hace volver a la realidad. Sin embargo, parece que ha estado adivinando mis pensamientos. Me dispongo a contarle todo lo que sé sobre esta nueva guerra que enfrenta a los dos continentes.
Pienso que ya basta de reservas y secretos. Le cuento a Katerina mi historia y todo lo que sé sobre la guerra entre Lanan y Hafix. Entonces me doy cuenta de lo lejano que suena ya todo lo que conocía hasta ahora. Mi antigua casa parece un lugar lejano al que nunca volveré e incluso el recuerdo de mis seres queridos se debilita. Odio esta sensación y me aferro al colgante de Marc. El efecto es inmediato, puede que su recuerdo lógico se desvanezca pero mis sentimientos no lo hacen.
Katerina me cuenta que la situación de descontento en Lanan es escandalosa. En todo el continente hay pobreza para la mayoría de los habitantes mientras que los guerreros y soldados se llevan todos los recursos de los que dispone el gobierno y también todos los honores. Muchos piensan que el presidente se está riendo de ellos y la semilla de la revolución está implantada. Por lo visto, el único lugar donde las condiciones son decentes es la capital. No puedo evitar pensar que en la capital también está la mayoría del pueblo en malas condiciones y me imagino cómo debe estar el resto entonces. Katerina relata cómo han ido surgiendo levantamientos y amagos de revolución que no han tenido éxito. Al fin y al cabo, el ejército de Lanan es muy poderoso y unos pocos guerrilleros muertos de hambre no tienen nada que hacer contra él. Además, la mayoría de la gente no tiene acceso a los medios de comunicación para ser partícipes de lo que ocurre y, los pocos que los tienen, no acceden a la información porque el gobierno los controla. Así pues, la mayoría de habitantes descontentos piensan que están solos pero la furia contra el gobierno no cesa por muchos golpes o castigos que reciban y la guerrilla sigue en pie, aunque actuando clandestinamente. A Katerina la capturaron en una reunión que tuvo lugar hace un año. En ella se decidió que habría un nuevo levantamiento mucho más fuerte cuando tuviera lugar la próxima guerra, cuando el ejército estuviese ocupado en otros asuntos.
—….así que has hecho lo mejor que podías haber hecho, aunque no lo supieras —me espeta Katerina con una sonrisa amarga—. Con la magnitud de esta guerra habrá un gran levantamiento. A ti, por ser la hermana del símbolo del ejército de Lanan, te habrían tomado como rehén o algo peor.
Sopeso sus palabras porque la gravedad de los hechos es visible pero decido ignorar la parte que me atañe a mí, ya que eso no me preocupa. No estoy muy convencida de que esté más segura en Daos que en Lanan.
—¿No tienes pensado volver a la revolución? —Pregunto tranquila.
—Fue lo primero que pensé cuando me contaste que había guerra. Pero estoy embarazada de dos meses —no puedo ocultar mi sorpresa abriendo mucho los ojos—, creo que es mejor que acuda a la seguridad de Hafix si consigo mantenerme con vida a mí o a mi hijo.
Asiento con la cabeza. Prefiero no hacer preguntas indiscretas, pero aunque quisiera tampoco podría pues acabamos de llegar a un gran cenagal. A pesar de que el sol del mediodía reluzca con fuerza y caliente nuestros rostros, el paisaje resulta apagado y lúgubre. El río brota con fuerza hacia el otro lado de su cauce y deja ante nosotros una tierra llena de lodo y barro. Hasta el bosque de nuestra derecha pierde su colorido y se muestra más apagado. Ante nosotros se extiende ahora un cenagal y enfilamos el camino por el barro y todo se sume en silencio. No sé si soy la única, pero desde que nos adentramos en el lodo me siento más triste y negativa. Comienzo a pensar que esta misión no tiene sentido, que acabaré muerta en Daos y tanto Dani, Marc, Pedro y Tom morirán en la guerra. Estos pensamientos hacen que me frene en seco y tenga ganas de gritar.
Entonces me doy cuenta de un detalle inquietante. Todos nos hemos frenado a la vez y todos compartimos un rostro de desesperación. Miro a Paolo que es el único que parece tranquilo y es cuando noto que comienzo a hundirme en el barro que piso. Me doy cuenta antes de que Sele lo grite:
—¡Arenas movedizas!
Veo como mis pies se van hundiendo lentamente sin sentir ya fuerzas por querer sacarlos y hundirme para siempre en la tierra. Parece que vuelvo a la realidad con este pensamiento que tacho de estúpido y observo como el resto de la camarilla, excepto Paolo, se están hundiendo en la Tierra. Sele e Ian gritan histéricos, Rober se mueve agitadamente y semeja que está luchando consigo mismo y Katerina llora, tocándose el vientre.
—Conozco este lugar —dice Paolo, sereno, como si hablase del tiempo—. Este cenagal os hace atormentaros y sumiros en vuestros pensamientos y emociones más negativos. Si no los controláis, os hundiréis en las arenas movedizas.


11
Apenas soy capaz de entrever por el rabillo del ojo como Paolo se va acercando al resto de la camarilla. No me paro a pensar porque no se acerca hacia mí. El dolor es demasiado fuerte.
En mi mente aparecen imágenes de Dani, Pedro, Marc y Tom muertos. Los veo como si los tuviese delante de lo nítida y vivaz que es cada imagen en mi mente. Pienso que probablemente sea cierto. Están en la mayor guerra que el mundo ha visto desde hace cien años y muy pocos saldrán de allí con vida. Y yo estoy en Daos, el continente que lleva a una muerte fija. Yo no seré menos, moriré aquí.
Siento que me hundo mientras mi respiración se vuelve difícil pero agitada. Siento que los he perdido, que todos mis esfuerzos han sido en vano. Ya no tengo motivos por los que luchar ni seguir viva y me tienta el dejarme llevar por las arenas y hundirme en ellas para siempre. El dolor es demasiado intenso y quiero que pare como sea.
“Que pare”. Ese pensamiento me hace acordarme de las palabras de Paolo con las que decía que estas arenas movedizas llevan a pensamientos negativos. Entonces, si quiero que esta tortura pare, debo salir de las arenas.
Me propongo contrarrestar mis pensamientos. La guerra no pudo haber empezado todavía, aun estarán en el campamento. Es cierto que queda poco pero seguro que siguen vivos. Y yo he tenido mucha suerte. Tras haber pasado tan solo dos semanas en Daos ya estoy dentro de un equipo que seguro que me hace salir de aquí y unirme a ellos. Todavía hay esperanza.
Consigo desperezarme de las arenas cuando las tengo por la pantorrilla y entonces me percato de que estoy sollozando. Ignoro mis lágrimas y logro salir llena de barro.
El efecto es inmediato, el dolor cesa, aunque no las dudas. Me alejo corriendo de las arenas a los lindes del bosque donde ya están casi todos los miembros del grupo. Miro sus rostros y también veo sufrimiento. Aunque todos están sucios y embarrados, el que se ha llevado la peor parte parece ser Ian, que está cubierto de tierra hasta la cintura. Con la mirada vacía y hueca, observan todos al mismo punto.
Ahí está Paolo agarrando a Rober por los hombros, que está sumergido hasta las rodillas en las arenas movedizas. Paolo le habla de forma firme pero suave y Rober semeja estar en un trance. Pero finalmente logra sacarlo, tirando de él por los brazos.
Permanecemos todos al borde de la espesura del triste bosque callados. Paolo nos observa, intacto.
—Estas arenas están hechas para sucumbir al dolor, a la tristeza, al sufrimiento… No permitáis que lo que habéis visto en ellas os nuble el juicio. Recordad lo que pensabais antes de estar en ellas.
—Es difícil —comenta Sele—. Si tú no me hubieses ayudado no sé cómo lo habría logrado.
—Lo mismo digo —afirma Rober—. Gracias Paolo.
—Y gracias por no ayudarme —añado yo, fingiendo indiferencia.
Paolo se acerca a mí y me dice muy serio:
—Estaba seguro de que tú serías la única capaz de salir sin ayuda.
Sus palabras me chocan como me chocó desde el principio que Paolo tuviese tanta confianza en mí. Pero no quiero que parezca que hay favoritismos ante los demás, así que asiento con una seca cabezada.
Enfilamos de nuevo el camino bordeando las arenas y el lodo. Por fortuna, no duran mucho más, rodearlas nos lleva diez minutos. Ahora el río adquiere una tonalidad azul cristalina mucho más alegre, incluso paradisíaca. Los árboles recuperan su verde encendido e incluso se escucha el canto de los pájaros al piar.
Durante la caminata nadie habla, cada uno inmenso en su propio dolor y en sus propios tormentos. Las arenas nos han traído a la mente los problemas que tanto queremos olvidar. Yo no soy menos y me pregunto si habrá algo de cierto en lo que he pensado cuando me estaba hundiendo. Me doy cuenta que, al mismo tiempo, desde que estoy en Daos nunca había sido tan optimista como en el momento de escapar de las arenas. Me aferro a esos pensamientos, a esa esperanza; ya que, como ya estoy aquí, no me sirve de nada ser negativa.
Nos detenemos diez minutos después de llegar al nuevo paraje. Paolo decide que ya es momento de que hagamos un descanso para comer y que, de paso, nos limpiemos el barro en un río ya aparentemente tranquilo. Rober se sumerge en las aguas, pero, en poco tiempo ocurre algo inquietante.
Corrientes. El río parece que erupciona y estalla en oleaje haciendo que Rober patalee e intente nadar entre las corrientes. Su mirada denota angustia y miedo, lo que no es de extrañar. Sin pensarlo dos veces, me quito mis botas y me dispongo a sumergirme para salvarlo. Pero dos fuertes brazos me sujetan.
No me detengo a mirar quien es mi captor. Sino que me retuerzo e intento zafarme de esos brazos gritando.
—¡Déjame! ¡Se va a ahogar! ¡Tengo que salvarlo!
—¡¿Es que quieres ahogarte tú también!?
El bramido de Paolo me hace dejar de resistirme, impotente, mientras veo como Rober se hunde en el río.
—Te he dicho que para sobrevivir en Daos tienes que saber dar la espalda a otros —Murmura Paolo con deje de pena en su voz.



miércoles, 29 de agosto de 2018

Capítulos 8 y 9 "El camino que nadie nombra"



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8
Me encamino en dirección a los lindes del bosque. Sé de sobra que no sería conveniente dirigirme hacia dónde entré en el bosque porque el camino me llevaría una semana y sé que no puedo aguantar tanto tiempo sin comida y sin agua. Así que sigo en línea recta hasta donde imagino que acaba el bosque. Soy consciente de que puede ser que me equivoque y el bosque se prolongue más de lo que pienso. En ese caso tendré que volver hacia el lugar donde entré en el bosque y confiar en que aguantaré ese tiempo sin agua ni comida.
Los siguientes tres días son difíciles. Decido dormir lo menos posible para llegar cuanto antes al final del bosque y así encontrar, como mínimo, agua. Sin comer aguantaré más, pero sigue siendo un inconveniente el no disponer de comida. No sé exactamente cuánto aguantaré sin beber pero, al cabo de un día, la sed se hace ya insoportable. Durante ese día mis entrañas rugen de hambre pero al segundo día se acostumbran a la falta de comida y paso de tener hambre a centrarme en la sed y sentir una gran debilidad y fatiga. El lado bueno es que estar tan pendiente de mi propio estado de salud y del malestar que me embarga, hace que no piense en nada más ni sienta dolor o tristeza.
Aunque cada paso me cueste un mundo, sobre todo con la quemadura en el talón, me obligo a seguir avanzando. Al tercer día, mi fatiga roza el desfallecimiento pero lo logro: llego al final del bosque.
Al momento de darme cuenta de que lo he conseguido, que he llegado a mi destino, me derrumbo sobre la tierra. Sigo consciente pero, al estar parada, parece que todo el cansancio que había en mí y que intentaba ignorar se apodera de mi cuerpo. Consigo ponerme con dificultad a cuatro patas y respiro agitadamente. Me asomo por un arbusto para ver lo que me espera. Frente a mí se encuentra la explanada de hierba que me encontré al llegar a Daos. En el otro lado hay otro bosque y, en el medio, dos hombres muertos.
Agudizo mis sentidos para comprobar que realmente estén muertos y no exista amenaza. Intento deducir porqué habrán fallecido. Ambos están heridos por lo que aventuro que se pelearían hasta la muerte. Entonces veo algo que anhelo: los hombres muertos tienen cantimploras colgando de su cintura.
La idea me parece ruin y abominable pero, ¿qué otro remedio me queda? Comienzo a reptar por la hierba con dificultad en dirección a los cadáveres. La debilidad me invade pero mi voluntad es más fuerte y llego al hombre más cercano. Agarro velozmente su cantimplora y casi dejo escapar una carcajada de euforia cuando compruebo que está llena de agua. Bebo bruscamente, con tanta ansia que algunas valiosas gotas se desperdician resbalando por mi rostro.
Al instante me siento mejor, aunque sigo estando fatigada. Vuelvo a ser más consciente de todo lo que me rodea pero me doy cuenta de que he forzado mi cuerpo demasiado y estoy demasiado agotada. Mi vista se comienza a nublar y, aunque sé que debería retirarme a un lugar seguro a descansar, la sed es insaciable y empiezo a reptar hasta el otro cadáver. Oigo un ruido inquietante al que no le presto atención.
            Jadeando, cojo la otra cantimplora, a la que apenas le quedan tres sorbos, pero noto una patada en el rostro que hace que me desplome y la cantimplora salga volando.
Me giro con la vista cada vez más borrosa y logro distinguir de pie delante de mí a la mujer que me amenazó el primer día que llegué a Daos. Sigue esgrimiendo esa sonrisa grotesca y lunática que se dibuja como una mueca en su rostro.
—Vaya, vaya… ¿pero qué tenemos aquí? —Gruñe con voz burlona—. La niñita que mató a uno de mis compañeros. Pero mírate, eres casi un cadáver. No tendré problema en quedarme con tus armas esta vez.
Se agacha sobre mí para quitarme el puñal que tengo en la cintura. Como respuesta, reúno las pocas fuerzas que me quedan y le asesto una patada en la cabeza. Retrocede del golpe y veo que le he partido el labio. Eso la enfurece. Sigo luchando por mantenerme lúcida y no perder el conocimiento pero también pienso en desenvainar mi espada y asestársela en el corazón en cuanto tenga ocasión.
Cuando la veo agarrar su viejo puñal ocurre algo que no esperaba. Cae desplomada al suelo con una flecha incrustada en su espalda. Miro para todos lados alarmada y, a lo lejos, distingo la silueta de un hombre que sujeta un arco y se acerca hacia mí. No parece un lunático, como el resto de personas que he visto en Daos, si no que alardea de una mirada firme y su apariencia es decente y pulcra.
El esfuerzo puede conmigo y me desmayo.
Cuando me despierto me levanto bruscamente mirando de forma histérica a mi alrededor porque no reconozco el lugar en el que me encuentro. Erguirse tan rápido ha sido mala idea porque me da un vahído y estoy a punto de perder de nuevo el conocimiento. Tardo unos segundos en recuperarme y noto que sigo estando muy débil pero que estoy mejor que antes.
Observo con curiosidad lo que me rodea y me doy cuenta, sorprendida, de que estoy en una cabaña de madera. Es tan grande como dos habitaciones de mi casa, pero parca en decoración. Hay seis camas de paja distribuidas en tres literas y yo me encuentro en la séptima, que es más grande. En el centro hay una amplia mesa con ocho viejos taburetes. Y, por último, hay varias estanterías de madera con algunos objetos extraños y armas.
No sé cómo he llegado hasta aquí ni qué significa todo esto. Solo pienso en la sed que tengo cuando encuentro, asombrada, una botella de vidrio llena de agua en una mesilla al lado de mi cama. La observo con recelo y ansia al mismo tiempo. Acto seguido, la sujeto y huelo para comprobar que no sea veneno. A pesar de que no huele a nada, sigo recelando; pero aun así bebo hasta que mi estómago no puede más.
Me siento mejor al instante y empiezo a sentir un olor a un delicioso pescado. Contemplo entonces que, en la mesa, hay pescado frito con verduras. Pienso que todo es demasiado bonito para ser verdad. No obstante, estoy hambrienta y llevo días sin comer. Así que, de todas formas si no lo comiera también acabaría muriendo. Me arriesgo a comer aunque pueda contener veneno.
Pero no lo tiene, la comida era deliciosa. Ahora que he comido, bebido y dormido estoy más fuerte y me pongo alerta. Sé que el motivo de que esté aquí tiene que ver con el hombre que vi acercarse a mí tras luchar con aquella mujer. Deduzco que puede tratarse de un aliado, otro no se habría tomado tantas molestias en salvarme. Aun así, cojo mi espada, que está situada al lado de la cama junto a mis restantes armas y desenvaino cuando oigo pisadas acercarse.
Se escuchan voces y entran por la puerta cinco personas que, aunque no parecen impresionados por verme, dejan de hablar cuando entran.
—Se ha despertado —comenta un joven de unos veinte años. Es alto, de cabello rubio pajizo y tiene la cara repleta de granos.
—Os dije que tenía agallas —replica con voz queda el mayor de todos. Lo reconozco, es el hombre que me ha rescatado. Con mi estado en aquel momento no había reparado en que es casi un anciano. Su cabello corto y su barba son canosos pero muestra fortaleza y firmeza en su porte con marcada musculatura.
Me quedo callada sin saber cómo actuar y los sigo estudiando. Hay una mujer de mediana edad con la cabeza rapada y cicatrices que parece dura; una joven bajita y pecosa con abundante cabellera pelirroja y rizada; y cierra la comitiva un hombre fornido de pelo negro y ojos oscuros.
Estoy esperando a que ataquen, pero no lo hacen. Sigo con la espada en alto, a pesar de todo. Finalmente, el anciano suspira y me habla:
—Entiendo cómo te sientes chiquilla. Estabas a punto de morir de hambre y sed y estabas a punto de ser asesinada por esa loca. Desde que has llegado a Daos no has vivido más que obstáculos y situaciones en las que has estado al borde de la muerte. Ahora te hemos rescatado y recelas de nosotros. Pues bien, tienes dos opciones: confiar o no confiar en nosotros. Eres libre.
Sus palabras me dejan anonadada pero comienzo a bajar la espada lentamente porque todo lo que ha dicho es cierto. Decido confiar en ellos. Es mi mejor alternativa para seguir con vida.
—Mi nombre es Paolo —se presenta el anciano—.Voy a dirigir a un grupo que escape de Daos y llegue a Hafix. He decidido que te quiero en ese grupo. Te ayudaremos a salir de Daos.



9
Decido confiar en este grupo porque lo veo como mi billete a salir de Daos. Meditándolo me doy cuenta de que no están mintiendo. No tienen ningún motivo para quererme muerta y, si así fuera, ya han tenido oportunidades de sobra de matarme. Tampoco quieren mis armas, si no ya las hubiesen cogido cuando estaba inconsciente. Parece que es cierto que han formado un grupo para salir de aquí, cosa que no me extraña; ¿quién no va a querer salir de Daos? Así todo tardo en confiar en ellos pero los voy conociendo, ya que me cuentan sus historias.
Ian es el hombre fornido de treinta y cinco años. Es un fanfarrón y gruñón que es un brujo con un poder leve: paralizar objetos en vuelo. Vivía en Lanan y consiguió ocultar durante toda su vida que era brujo. Incluso llegó a entrar en el ejército, lo que lo hace un gran componente en el equipo debido a su fuerza y habilidades de guerra. Descubrieron hace dos años que tenía ese poder y, entonces, huyó a Daos. Lleva aquí año y medio y ha pasado por todo tipo de peligros. A pesar de su imagen de prepotencia, es fácil llevarse bien con él.
Rober también es brujo y tiene veinticinco años. Aparentemente es frágil pero es muy inteligente y planificador. Paolo afirma que hasta planifica cuando va al baño. Vivía en Lanan pero se tuvo que enfrentar a todas las penalidades que conlleva ser brujo en ese continente hasta que no pudo más y mató a todos los que lo maltrataban por tener poderes. Desde entonces lleva en Daos año y medio. Es tímido y retraído pero ofrece a todos palabras amables.
Katerina tiene cuarenta años y, al igual que Rober e Ian, también vivía en Lanan. Allí, pertenecía a una guerrilla que luchaba contra la desigualdad y contra el presidente. Esta revelación me sorprendió porque no tenía ni idea de que había guerrillas en contra de la autoridad en Lanan. Seguro que Dani lo sabía pero no quiso decírmelo. Katerina es la que más me gusta de la camarilla. Es dura pero cuando te escucha y te mira se siente como te comprende y se pone en tu situación.
Sele es la más joven ya que tiene veinte años. Vivía en Hafix. Se crio toda su vida en un orfanato hasta que se escapó de él y comenzó una vida de pilluela y delincuente, cometiendo robos y timos. Al fin casi la atrapan y entonces huyó a Daos. Ha cogido confianza conmigo muy rápido. Me hace su confidente de secretos y bromea conmigo de una manera que hasta resulta incómoda. Los demás dicen que ha sobrevivido gracias a sus dotes de manipulación. Por lo tanto, decido no fiarme mucho de ella porque no sé si realmente me quiere como su amiga o quiere obtener algo de mí.
Paolo es el líder del grupo pero él parece no querer contar su historia. Lo único que sé de él es que tiene sesenta años y lleva diez en Daos. Eso le convierte en el líder idóneo porque sabe de sobra como sobrevivir aquí.
Durante los siguientes días me recupero. Paso el rato con mis nuevos compañeros y los voy conociendo aunque todavía no acabo de confiar del todo en ellos. Quieren que les cuente mi historia. Aunque no me lo preguntan directamente hacen comentarios y lanzan indirectas pero yo prefiero no contárselo aun.
La cabaña está situada al lado de un arroyo donde nos bañamos por turnos y pescamos pescado para freír en la hoguera. En ocasiones, Paolo se adentra en el bosque del oeste, en el que yo decidí no entrar; y vuelve con alguna presa que ha cazado, como aves o conejos. Paolo me recuerda que hice bien no tomar ese bosque aunque se pueda encontrar comida en él porque, además de las fáciles presas de caza, a medida que te internas en él también encuentras fieras y monstruos dispuestos a atacarte y devorarte.
La noche antes de la partida me escapo de una pequeña fiesta que hemos organizado. Sele baila mientras Rober toca un tambor improvisado. Antes, se han puesto a alardear de sus dotes de lucha. Me pidieron que mostrara las mías pero me he negado fingiendo dolor de cabeza y decidí entrar en la cabaña. Nadie me lo ha impedido pues aun hace cinco días que me rescataron y suponen que debo de seguir débil, aunque en realidad ya estoy como una rosa.
Me siento en la mesa de madera y devoro restos de conejo que han sobrado de la cena. Veo que la puerta se abre y entra Paolo, que se sienta a mi lado.
—No has querido demostrar tus habilidades de lucha. Eso me hace pensar que eres o muy mala o muy buena. Me inclino por lo segundo porque aún recuerdo como mataste a esos dos locos con los puñales.
Típico de Paolo. Soltar lo que piensa sin reparar en lo que le pueda parecer a otra persona.
—Ayudaría que me contases tu historia —añade con voz tranquila.
Inspiro hondo y por fin decido contarle a él lo que me ha ocurrido y porqué estoy aquí.
—Ha sido una completa estupidez —dice finalmente, cuando termino mi relato—. Pero el amor nos hace cometer estupideces.
—Quiero salir de Daos y encontrarlos, Paolo. ¿Y tú? ¿Cuál es tu historia? ¿Cómo has logrado sobrevivir diez años en este infierno?
Se lo espeto a la defensiva y también para cambiar de tema.
—Aun no quiero contar mi historia. Pero, en respecto a la segunda pregunta, no ha sido tan difícil sobrevivir aquí.
—¿Ah, no?
— La supervivencia en Daos no se diferencia tanto de la supervivencia rutinaria en cualquier lugar. Todo el rato estamos expuestos a peligros: las llamas de la chimenea, los cubiertos afilados, las alturas, los vehículos de la calle etc. Todos ellos pueden ser mortales pero estamos acostumbrados a esquivarlos. Para mí sobrevivir en Daos no ha sido mucho más diferente que ello. Para otra gente es más mortal porque tienen miedo y el miedo es una emoción paralizante y destructiva.
Asiento a lo que me cuenta y asimilo sus palabras. Me parece increíble como resta importancia a todos los peligros que hay aquí e intento tomar nota para poder salir de aquí.
—Si tuviera que apostar por alguien apostaría por ti —me espeta con voz queda.
—¿Por qué? —Pregunto, sorprendida—. Los demás están muy bien preparados.
—Tú seguro que más, aunque no quieras demostrarlo. Todos estáis desesperados, como todo el mundo que entra en Daos. Pero dentro de tu desesperación hay esperanza. Sueñas con salir de aquí no para salvar el pellejo, sino por la esperanza de reunirte con tus seres queridos. Te guía el amor, una emoción que suele morir en Daos y será una fuerza que te guíe aquí, por muy tópico que pueda aparecer.
Me rio amargamente.
—¿Algún consejo para sobrevivir aquí?
—Sí, pero como eres una persona con principios no creo que sean de tu agrado.
—Da igual, dispara.
Sobrevivir significa saber dejar de lado a tus aliados cuando es preciso, obedecer órdenes que no nos gusten, velar por tus propios intereses y dar puñaladas a la espalda si es necesario.
Me quedo callada porque Paolo tenía razón, va contra mi educación y principios llevar a cabo esos consejos. Él me mira escrutadoramente como si hubiese adivinado mis pensamientos.
Finalmente, antes de dejarme vencer por el sueño que precede a la partida, les cuento a todos mi historia; que me hacen  mil preguntas, sobre todo porque mi hermano es famoso y nos preparamos para el viaje para salir de Daos.




Capítulos 6 y 7 "El camino que nadie nombra"


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6
De pronto me encuentro en la penumbra. Alzo la vista y veo un oscuro cielo de nubes de un gris que casi parece negro. La brisa es imperceptible y no siento ni frío ni calor, tengo la impresión de que me he vuelto atérmica, incapaz de sentir la temperatura. Estoy en una llanura de hierba de un lúgubre verde oscuro. A los lados de la amplia explanada, se encuentran dos bosques dispares. Ambos frondosos pero de diferentes tipos de árboles. A la derecha más altos y, a la izquierda, más gruesos. El color más llamativo de la izquierda invita más a adentrarse en ellos pero no sé lo que debo hacer.
Decido sentarme en la seca hierba para recuperar fuerzas y untarme la medicina en la herida del brazo. La medicina es milagrosa, en apenas dos minutos la herida casi ha sanado. Todavía soy un torbellino de emociones pero decido centrarme en mi siguiente paso. No sé si debería seguir recto por la explanada o adentrarme en alguno de los bosques. De hecho, no tengo ni idea de cuál es la dirección correcta para llegar a Hafix.
Sé que no puedo quedarme aquí eternamente y que, tarde o temprano, tendré que tomar un camino. Intento sopesar cuales pueden ser los peligros que conllevaría cada elección. Quizás en los bosques haya fieras o monstruos o también trampas. Pero puede ser, así mismo, que seguir recto conlleve otro tipo de peligros como obstáculos mágicos o incluso que lleve a un callejón sin salida y signifique que he perdido un gran tiempo en mi viaje. Me percato que no puedo sobrevivir más de dos semanas con las provisiones que he cogido y ello significará que el camino que decida tendrá que ser elegido en consecuencia.
Tras unos minutos de reposo y meditación decido avanzar hacia delante. Desenvaino mi espada y camino con cautela, poniendo los cinco sentidos en el camino que he enfilado. Sin embargo, todo parece demasiado tranquilo. Y eso no me gusta nada.
Me siento aterrada ante el peligro inminente que pueda surgir, porque sé que en cualquier momento aparecerá una amenaza. Pero llego a una bifurcación sin incidentes. Entonces me relajo, pensando que a lo mejor la afirmación de que Daos es una muerte segura sea tan solo una leyenda.
Ante mí se trazan dos caminos pero ninguno con buen aspecto. El primero lleva por un terreno húmedo y lleno de fango aunque sin rastro de agua, que sería un punto a su favor; mientras que, el segundo, es tierra árida sin atisbo de vegetación; lo cual me impediría encontrar comida. Así todo, sigo teniendo ambos bosques a mis lados; cuatro caminos esperando ser elegidos.
De pronto, varios hombres con mal aspecto comienzan a correr tras de mí. Pienso en luchar, pero, a pesar de que soy buena, no podré con tantos. Si estaba esperando alguna señal para salir corriendo, era esa. Comienzo a correr en dirección al bosque de mi derecha, con la esperanza de que si me interno en él los perderé de vista. No quiero matar a nadie. Es mejor que huya.
No obstante, la camarilla echa a correr detrás de mí gritándome y ordenándome que me detenga. Estoy tan asustada que a mi cerebro no le ha dado tiempo a reaccionar. Empiezo a pensar y sopesar cuales son mis opciones para no acabar muerta en la primera hora que paso en Daos y recuerdo una enseñanza de Dani: “En la guerra un golpe grande y efectivo es más rápido y demoledor que miles de golpes pequeños”. Decido entonces atacar de una manera tan sorprendente y mortífera que el resto de los que me persiguen ya no querrán vérselas conmigo.
Me armo de tripas corazón y agarro dos puñales. Me giro hacia mis atacantes y lanzo los dos puñales al mismo tiempo logrando que alcancen el corazón del líder del grupo y de la mujer que me habló por primera vez desde que llegué. Al fin y al cabo, Dani llevaba años entrenándome y soy mucho mejor guerrera que ellos, estoy segura. Esta maniobra que me ha enseñado no me cuesta esfuerzo y sé que los cogerá desprevenidos.
Sigo corriendo mientras oigo gritos y exclamaciones ahogadas a mis espaldas. La comitiva se ha detenido y ya no me persigue. Mi maniobra ha hecho efecto. Me alejo de ellos con el único pensamiento en mi mente de que es la primera vez que mato a sangre fría en mi vida y ha sido a dos personas al mismo tiempo. Pero lo que más me sorprende es darme cuenta de que no siento nada.



7
Corro y corro. Avanzo lo más rápido que me permiten mis piernas, lo cual es una velocidad considerable. Me interno en una carrera desesperada en la inmensidad de este bosque desconocido. No reparo en las ramas, piedras y demás obstáculos que hay en mis pies. Ni siquiera en que no tengo ni idea de cuál es la dirección correcta y que puede ser que me esté dirigiendo a una muerte segura.
Ya sé que la camarilla no me persigue. Sigo corriendo porque quiero sentir algo. Acabo de matar por primera vez y a dos personas, ni más ni menos. Debería haber sentido ya algo pero mi mente está en blanco y en mí no aflora ninguna emoción. Anhelo algún tipo de sentimiento; supongo que debería notar culpa, pena, enfado o quizás alegría o euforia. La adrenalina hace que no me canse de esta carrera.
Mi mente vuelve en sí cuando empiezo a notar que, a medida que avanzo, hace cada vez más calor. Pienso que debo estar enfilando un camino hacia el sur de este despreciable continente llamado Daos.
Justo en el momento en el que mi mente racionaliza con algo como la temperatura lo noto. Culpa. Al fin el sentimiento que tanto estaba esperando. Como ya he conseguido mi objetivo, me derrumbo en la tierra, frenando mi avance, y quedándome de rodillas con la vista clavada en el suelo.
Mis sistemas de defensa se activan y algo en mí me dice que he hecho lo correcto: los he matado porque si no ellos me habrían matado a mí. Además, en lugar de haber acabado con todos, solo he dado la muerte a dos. Sin embargo no me siento mejor y pienso que el asesinato es el peor crimen de todos. Porque cuando matas a alguien comentes el mayor robo posible: le arrebatas a una persona su regalo más preciado, la vida. Un regalo que la mayoría de las veces dan los padres por fruto de un amor infinito. A ellos también les estás robando cuando asesinas. A ellos y a todos sus seres queridos. Les robas a una persona que aprecian.
Paso de no sentir nada a ser un cóctel de emociones que logra que estalle en sollozos. Intento pensar que esta gente probablemente ya ha sido dada por desaparecida para siempre entre sus seres queridos, si es que aún tienen, por lo que el daño no ha sido tan grave. Pero eso no me hace sentir mejor, sigo pensando que soy despreciable.
Empiezo a asentarme y a acomodarme en el árbol que tengo a mi lado. Mi cuerpo me hace un regalo, me da sueño. El calor ayuda y mis párpados parecen pesados, con lo que empiezo a quedarme dormida y a olvidar mis pensamientos.
Los días siguientes son monótonos. Intento no pensar en nada y que mi mente no divague centrando todos mis sentidos en la tarea de avanzar mi camino. Me concentro en mis tareas pero todo es tan aburrido que, en ocasiones, mis atormentados pensamientos afloran en mi interior y me invade el dolor. Deseo con toda mi alma que pare y volver a sentirme feliz, como era hace apenas unos días. La guerra lo ha arruinado todo. Entonces me recuerdo que me tengo que centrar en mi plan e intentar escapar de una vez de este apestoso lugar.
Adivino que Daos me ha otorgado unas pistas para poder encontrar la salida a Hafix. Me he percatado que si avanzo hacia el sur cada vez hace más calor y que, si avanzo hacia el norte, cada vez hace más frío. Aunque parezca muy lógico me doy cuenta de que significa que no encontraré la salida ni  avanzando hacia el norte ni avanzando hacia el sur. Lo cual significa que tampoco la encontraré encaminándome hacia el oeste, porque allí es por donde he entrado a Daos desde lanan. Es decir, para llegar a Hafix debo enfilar el camino hacia el este. Dicho pensamiento me reconforta y me da esperanzas renovadas.
Tras cinco días de caminata donde los principales incidentes fue encontrar ciertas trampas, me doy cuenta de que el verdadero peligro del bosque es la falta de suministros. No he visto agua ni ningún alimento que no sea esta apestosa hierba en todo el camino. Es un gran problema porque me estoy quedando sin agua, apenas me queda media cantimplora pequeña y la comida no me durará eternamente. Intento alimentarme a base de la fruta que he traído porque contiene agua y así racionaré mejor mi cantimplora; pero no es muy agradable ya que el tiempo y el calor que hace aquí han hecho que esté a punto de pudrirse y el sabor es asqueroso.
Al alba del séptimo día en Daos me levanto aletargada y me enderezo con dificultad. Miro mi cantimplora y contemplo que apenas queda un cuarto de litro. Tengo que pensar en algo antes de quedarme sin agua. Un triste sentimiento de inquietud me invade e intento distraerme cambiándome de ropa. No he traído muchas mudas pero ya me las he puesto todas alguna vez y no huelen a rosas ya, precisamente. Engullo una manzana pasada. Afortunadamente aún dispongo de comida pero calculo que, aun racionándola bien, no durará más de dos semanas. Debo volver a dónde estaban mis atacantes.
Decido que sobreviviré, que saldré de Daos y que para ello me convertiré en una asesina implacable.




domingo, 26 de agosto de 2018

Primeros capítulos "El camino que nadie nombra"

Hace mucho que ya he publicado algún capítulo de esta novela. Sin embargo, hay que tener en cuenta que ahora también está publicada en otra plataforma en formato e-book. Aquí el enlace:

https://espanol.free-ebooks.net/ebook/El-Camino-que-nadie-nombra


1
El ardiente sol del amanecer me acaricia el rostro mientras yo tengo fijada la vista en mis apuntes de matemáticas. Siempre me han gustado las matemáticas, ya que en esta materia todo problema siempre tiene una solución. La roca sobre la que estoy sentada comienza a parecerme incómoda y empiezo a tener que moverme y apartar mi mirada de mis apuntes.
Alzo la cabeza y veo la llanura de tierra entre un círculo de rocas situada en lo alto de una montaña en la que estoy situada. Desde aquí hay unas vistas maravillosas del océano y del espectáculo que es la salida matutina del sol. En frente de mí están Dani y Pedro luchando con toda la fiereza que es posible en un combate simulado. No luchan con armas de verdad, sino con espadas de madera. Es indudable quien está ganando, ya que siempre es así: Dani.
Dani es mi hermano mayor, de hecho el único. Guapo a rabiar, famoso y el mejor guerrero del continente. No es de extrañar que tenga centenares de seguidoras y que todo el continente lo admiren. En ocasiones me pregunto qué ve todo el mundo en él. Quiero decir, yo lo veo simplemente como Dani: el chulo, el prepotente, el engreído… pero también el cariñoso, leal, inteligente y único hermano que tengo que es a la vez la persona que más quiero y que más rabia le tengo en este mundo. Dani, quien lleva toda la vida cuidándome y protegiéndome. Solo que me gustaría saber si sus fans pensarían lo mismo de él de pasar un día entero a su lado. A veces, aguantar a Dani es todo un arte más complicado que la guerra.
—Vamos, Pedro. Puedes hacerlo mejor —espeta Dani con fanfarronería a su contrincante tras realizar una arriesgada pirueta.
—Ambos lo sabemos, pero no quiero dejarte en ridículo.
            Dani resopla y no puedo evitar reírme, distrayéndome del estudio. Pedro, con su eterna sonrisa. Es el mejor amigo de mi hermano y es también como un segundo hermano para mí. Él y yo somos los únicos capaces de sacar de quicio a Dani y los únicos de los que parece no importarle que nos riamos de él. Pedro es de estatura mediana y bastante fuerte. Su cabello es negro y sus ojos, ámbar. Lo que más me gusta de él es que siempre está ahí; ocurra lo que ocurra, siempre dispuesto a ayudar desde el más grande hasta el más mínimo de los problemas, ofreciendo siempre consejo y ánimo. Creo que el mundo sería un lugar mucho peor si él no existiese.
Dani y yo nos parecemos, como hermanos que somos, en que somos altos, delgados y de tez pálida; con ojos negros y de cabello castaño oscuro. A pesar de que Dani esté teñido de un rubio platino y lleve siempre la melena muy repeinada, para el agrado de sus fans. Yo, en cambio, no presto tanta atención a mí físico y mi melena parece que siempre va por libre así que ni me devano los sesos en peinarla. Ambos somos fuertes y hemos heredado las habilidades de lucha y combate de nuestros padres.
Me quedo mirando la lucha entre Dani y Pedro y paro de estudiar. Es evidente que, aunque Pedro también es un renombrado guerrero, Dani es superior. Se mueven entre florituras de sus espadas y piruetas hasta que Dani gana a Pedro. Él simplemente se encoge de hombros y estrecha la mano de Dani sin perder su blanca sonrisa.
—Te toca, hermanita —me dice Dani con una media sonrisa chulesca.
—¿En serio? Vas a hacer que eche todo el desayuno —replico volviendo a fijar mi vista en los apuntes de matemáticas.
—Deja eso, sacarás un diez igualmente, como siempre —farfullea Pedro, jadeando del esfuerzo, mientras se acerca a mí para cogerme del brazo y arrastrarme hasta la planicie.
—¿Tienes miedo, hermanita?
Pongo los ojos en blanco. Mi nombre es Miranda y tengo quince años. Dani lleva toda la vida dándome clases de combate. Con cinco años agarré mi primera espada y él siempre se ha encargado de mi entrenamiento. Descartó la idea de que asistiera a una escuela militar, prefirió dirigir mi formación de guerrera él mismo. Sé que es, sobre todo, porque no quiere separarse de mí. Nuestros padres murieron hace diez años en una guerra contra los bárbaros del norte. Yo tenía cinco años y lamento no conservar muchos recuerdos sobre ellos. Desde aquel momento Dani se ocupó de mi educación, protección y cuidado. Él tiene veintisiete años, es decir, que ya era mayor de edad cuando nuestros padres murieron y se pudo encargar de mí. Por eso siempre estuvimos tan unidos y pasamos tanto tiempo juntos. Por eso, él solo me pierde de vista cuando tiene que partir a una batalla.
—Lista —replico solamente, agarrando de manera brusca la espada de Pedro.
Como soldados experimentados que somos, comenzamos a luchar sin mediar palabra. Sin ánimo de querer presumir, he decir que soy muy buena en esto, mejor que la mayoría de los soldados profesionales; al fin y al cabo, he aprendido del mejor. Conozco su estilo de combate y comienzo a moverme de manera automática. Permito que mi mente divague sobre cosas irrelevantes mientras ejecuto los golpes sin ser consciente de ellos. Tras un minuto, la intensidad de Dani aumenta y tengo que ser más consciente de mis acciones. Dani nunca me ha dejado ganar y eso me motiva más. Sin embargo, hoy ocurre lo nunca visto. Consigo acertar con mi espada de madera en el cuello de mi hermano. He ganado.
Los tres permanecemos mudos unos instantes. Dani y yo respiramos agitadamente del esfuerzo y yo miro a Pedro, quien no abandona su sonrisa pero un deje de sorpresa aparece en su rostro.
—¿Es que tienes un día blando, Dani? —espeto riendo—. ¡Es la primera vez que me dejas ganar!
Sigo riendo pero Dani no responde. Sino que mira hacia el suelo con el ceño fruncido. Conozco esa mirada demasiado bien y lo conozco también a él demasiado bien como para darme cuenta de que no me ha dejado ganar. Pedro comienza a reír a carcajadas y a aplaudir.
—Por fin la alumna ha superado al maestro —dice eufórico.
—Ni una palabra a nadie —musita serio Dani. Pero luego sonríe y me da un abrazo. Algo normal en él: pasar de la dureza a la ternura en tan sólo un segundo.
Durante la siguiente hora hablamos del futuro; concretamente, de mí futuro. Dani y, en general, todas las personas que conozco quieren que me haga soldado. Pues soy muy buena y, a pesar de que nunca he asistido a clases de guerra o combate, soy más apta para una batalla y para una difícil lucha que la mayoría de los soldados ya formados. Hoy mismo lo he demostrado venciendo a mi hermano, y él no lo ve sino como un argumento más a su favor para que siga su estela y me convierta yo también en una renombrada guerrera. ¿Qué pienso yo del tema? Ni lo sé realmente ni lo tengo muy claro. Es cierto que llevo la guerra en la sangre; no solo por mi hermano, sino también por mis padres. No obstante, las profesiones que más me llaman la atención para un futuro son aquellas con las que pueda ayudar a la gente. Soy la mejor estudiante de mi curso y opino que eso me abre puertas para poder dedicarme a lo que desee. Sin embargo, siento que me dejo llevar por las opiniones de los demás más de lo que debería y comienzo a pensar que si todos creen que la lucha sería mi mejor opción, ¿por qué no iba de hacerles caso?
La conversación es interrumpida cuando suenan los tambores de la plaza del centro de la ciudad. Significa que todos los habitantes de la ciudad debemos acudir allí a escuchar el discurso del presidente. Dani, Pedro y yo enfilamos el camino a la plaza por un estrecho sendero pedregoso que conocemos perfectamente. Aquella planicie de tierra donde nos encontrábamos era nuestro lugar habitual para practicar combates. Era nuestro lugar. Suponíamos que nadie más lo conocía porque era muy difícil llegar a él a través de los senderos angostos y llenos de silvas que permitían su acceso. A nosotros nos gustaba esa circunstancia porque nos permitía intimidad. No como en los centros oficiales de entrenamiento, que estaban llenos de soldados entrenando, ávidos admiradores de mi hermano que, si bien no lo hacían con mala intención, nos interrumpían para hablar con él y, de hecho, nos molestaban.
Vivimos en el año dos mil trescientos veinticuatro de la Tierra, en el continente Lanan. Según he estudiado en clase, hace cien años se produjo una guerra mundial entre el bando de los brujos y gente mágica y el bando de los no mágicos. La guerra fue catastrófica y sumamente potente. Con el resultado que el aspecto de la Tierra cambió y se formaron dos únicos continentes entre el infinito océano. En el continente de Lanan pasamos a vivir la población no mágica; mientras que en el continente Hafix es donde viven los brujos. Para evitar la destrucción total de la Tierra, que parecía probable debido al alcance de las batallas, en las que se derrocharon las armas nucleares y las armas mágicas; ambos bandos firmaron un tratado en el que acordaron esta distribución para vivir.
Ignoro cómo será la vida en Hafix, ya que en Lanan tenemos prohibido cualquier tipo de contacto con el otro continente y el gobierno tampoco parece dispuesto a facilitarnos información al respecto. Pero aquí las condiciones de vida no me agradan. Vivimos en una cultura de guerra. Se entrena a todo el mundo para el combate desde que son pequeños y en cuanto comienzan a destacar se los segrega para que exploten sus habilidades, siempre de manera enfocada a la guerra. Los soldados y guerreros son las personas que mejor opinión y posición social ostentan y las guerras son televisadas en pantallas gigantes en todo el reino de Conan, nuestro presidente. Actualmente luchamos contra los pueblos bárbaros del norte y contra los rebeldes del este. Ya que hace cien años que no tenemos noticias de Hafix.
Además, la desigualdad entre la gente es escandalosa. Simplemente existen dos clases: los guerreros y los no guerreros. Los que se dedican a la guerra son los que mejor viven, aunque solo los de mayor rango disfrutan de lo más parecido al lujo que se puede encontrar en este continente. Los otros, viven en la pobreza. Solo parecen tener mejores condiciones los médicos, enfermeros, profesores y profesiones que, en general, puedan también ayudar en la guerra, aunque sea de forma indirecta.
Y luego está la ley antimagia. Resulta que existen algunas personas que dentro de nuestro continente nacen con poderes mágicos, es decir, que son brujos. Estos son los marginados del continente. O se los repudia o se los destina para oficios que nadie quiere. Si dan problemas, son enviados a campos de trabajo. La mayoría de la gente cree que son solo eso, lugares donde se los hace trabajar. Pero mi hermano debido al puesto que ostenta dentro del gobierno sabe que son lugares donde se los explota y maltrata. No quiere hablar mucho del tema, pero una vez se le escapó decir que experimentaban con ellos para averiguar más cosas sobre el enemigo, es decir, los brujos.
La ley antimagia es lo que más me afecta. Y eso se debe a que yo he nacido con dos poderes mágicos: piroquinesia y telequinesia. Yo soy una bruja.
Mis padres se dieron cuenta de ello desde que cumplí un mes de vida. No quisieron deshacerse de mí, como la mayoría de los que tienen hijos con poderes. Los orfanatos están llenos de repudiados niños con algún poder. Mis padres decidieron criarme en una casa apartada de la civilización hasta que fuera lo suficientemente mayor como para poder controlar mis poderes. Desde que tengo uso de razón recuerdo estar practicando en ello. Esta circunstancia hizo todavía más difícil que Dani me criara. Afortunadamente, con seis años ya fui capaz de controlarlos y nadie sospecha nada. A parte de mí y de Dani, solo Pedro conoce mi secreto.
Miro al horizonte que se asoma entre las silvas mientras emprendemos la caminata y me pregunto, de nuevo, qué sería de mí si me descubrieran. Probablemente, debido a que soy tan buena guerrera, me utilizarían como rata de laboratorio o me matarían, considerándome una amenaza. Siento asco hacia el gobierno por tratarnos así. También aborrezco a la gente que le sigue el juego y ayuda a marginarnos más a los brujos. Sin embargo, también siento desprecio por mí cuando veo a alguien tratando mal a un brujo y yo no hago nada. ¡Cuánto me gustaría decirle unas cuantas palabras a quien se atreve a insultar o a reírse de la gente mágica! Pero no puedo. Me han educado desde pequeña a no llamar la atención al respecto. Y, aunque me muera ganas de incumplir esta orden, no puedo hacerlo por agradecimiento a Dani. Él ha luchado tanto por mí y por ocultar mi secreto que no puedo pagárselo haciendo que me descubran.
Sacudo la cabeza saliendo de mis pensamientos y vuelvo a fijar la vista en el camino y en todos sus obstáculos que ya me conozco de memoria y no me suponen ninguna dificultad. Comienzo a atender a la conversación de Dani y Pedro sobre el discurso y quiero hacerme partícipe.
—Dani, ¿tú sabes de qué irá esta vez el discurso de Conan? —Pregunto intentando adoptar un tono jovial.
—Acerca de eso te quería advertir algo, Mirs.
Mirs es mi diminutivo. Lo odio pero reconozco que Miranda es un nombre largo para pronunciar tan seguido. Afortunadamente solo me lo llaman los más allegados a mí y no son muchos ya que intento no inmiscuirme demasiado con la gente.
Noto una sombra en la voz de mi hermano y agarro los apuntes con fuerza involuntariamente. Los días en los que el presidente da sus discursos se cancelan las clases. Habitualmente concede sobre dos o tres discursos por año sobre asuntos relevantes para el gobierno como el anuncio de festejos, ceremonias, eventos; también sobre nuevas leyes y, en ocasiones, los más temidos: sobre guerras. Este año no ha dado ninguno todavía y ya estamos en otoño. Así que solo puedo preocuparme ante las palabras de mi hermano y levanto la vista de la tierra llena de piedras para girarme hacia los oscuros ojos de mi hermano.
—¿Qué ocurre? —Pregunto.
—Por ahora solamente he oído rumores —comienza él con cuidado, como si estuviese midiendo sus palabras. Yo me encrespo más porque mi hermano es tan importante que suele estar siempre enterado de todo. Que solo haya oído rumores es algo extraño —. Quiero que comiences a relajarte y a controlar tus poderes porque debes prometerme que, oigas lo que oigas, controlarás tus poderes.
Doy una seca cabezada como señal de asentimiento pero tengo la impresión de que una jarra de agua helada ha invadido mi cuerpo. Por suerte o no, llegamos ya a la ciudad, entonces no puedo hacer más preguntas ya que nos oirían.
Los tres emprendemos la marcha por las lúgubres calles de la capital del continente hacia la Gran Plaza. Lugar donde el presidente dará el discurso. Permanecemos serios y en silencio, tan sólo distraídos por amigos y admiradores de mi hermano. Intento despreocuparme observando el paisaje. Los edificios son tan grises y cochambrosos que aún me deprimo más. Intento restarle importancia a la situación, pensando que son sólo rumores. Aun así comienzo con mis técnicas de relajación y a intentar relegar mis poderes y sentimientos en lo más profundo de mi alma; donde no puedan aflorar al exterior.
Llegamos a la Gran Plaza en quince minutos. Ya está a rebosar de gente expectante, de todas las clases y de todos los aspectos y comentan entre murmullos de expectación qué será la notica que nos dará esta vez el presidente. Mi hermano se despide de Pedro y de mí para dirigirse al palco de autoridades. Mientras tanto, Pedro y yo nos encaminamos a los asientos principales que tenemos reservados en las primeras filas. Pedro se sienta ahí porque también es un guerrero importante y yo, por ser la hermana de Daniel, el mayor guerrero de Lanan.
A mí lado se sienta un joven soldado pelirrojo que me sonríe. Yo permanezco mirándolo fría para después girar la cabeza a Pedro, que se ríe, acostumbrado a mi actitud. Dudo si el soldado me sonríe porque verdaderamente le parezca agradable, lo cual dudo, o porque quiere acercarse a mi hermano. La mirada de Pedro me calma y fijo mi vista en la cicatriz que tiene en la mejilla derecha que se provocó en una batalla hace dos años. Dani también tiene varias cicatrices y no por ello gusta menos al continente. Las cicatrices están bien vistas en Lanan. Significan que has tenido una batalla difícil y has sobrevivido, a pesar de todo.
Resuenan de nuevo los tambores y mi hermano aparece en las pantallas de todo el continente. En cuanto se da cuenta, esboza la mejor de sus sonrisas y saluda acostumbrado ya a tanta admiración y el público estalla en aplausos y gritos de júbilo. No puedo evitar resoplar y Pedro ríe dándome un codazo mientras aplaude y silba divertido. Acabo soltando una risa nerviosa, después de todo.
El presidente Conan aparece en el palco y se sitúa en el estrado con mirada serena y decidida. Es un hombre de cincuenta años de cabello oscuro y piel oliva que emana autoridad con su presencia y sus palabras. Ni siquiera sé cómo llegó al poder; pero ya hace veinte años que es presidente. Según los libros de historia, en la antigüedad los presidentes eran elegidos por votación del pueblo. Ahora hay otros criterios que nadie parece preguntarse. Supongo que los gobernantes siguen siendo llamados presidente por hábito más que por otro motivo. Conocí a Conan hace un año en un evento del que mi hermano era protagonista. Recuerdo mirarlo con odio por permitir que vivamos en esta sociedad y él simplemente sonrió y bromeó diciendo que era una chica muy seria.
—Estimados ciudadanos —comienza su discurso el presidente con voz solemne. El silencio que provoca en el público es espeluznante. Semeja que se ha paralizado el mundo y pienso que así es—. La semana pasada ha sido avistado en la costa este de Lanan un barco de Hafix—. Todo el flujo de pensamientos que había en mi interior se paraliza para escuchar con toda mi atención el discurso del presidente—. Tras investigar, hemos descubierto que Hafix planea invadirnos. Lanan no sólo responderá sino que atacará antes que ellos. Por ello, todos los varones mayores de catorce años serán reclutados desde este mismo día. Y, por supuesto, todos los soldados mayores de diecisiete años; hombres o mujeres; serán llamados a filas también desde este momento. Lanan declara la guerra a Hafix y estamos seguros de que venceremos. Tras cien años volvemos a enfrentarnos y Lanan luchará hasta el final. ¡Gloria a Lanan!
Breve, claro y conciso; como todos sus discursos. Y, entre vítores y aplausos, se anuncia la mayor guerra desde hace cien años.


2
El mundo se detiene y el sonido de las palabras del general se convierte en tan sólo un susurro que es para mí como un eco lejano. Tenía razón Dani al pedirme que controlase mis poderes. Siento como las llamas de las antorchas que adornan el estrado tintinean en un vaivén poco habitual. Me obligo a controlarme y a concentrarme para que mi piroquenis, que es el poder de controlar el fuego, no vaya a más y no empeore todo aún más delatando que soy una bruja. Afortunadamente, todo el mundo debe estar tan absorto con la noticia que ni se ha dado cuenta.
Guerra, guerra, guerra…
Esa palabra resuena en mis pensamientos y, a pesar de que intento distraerme, no logro quitármela de la mente. Apenas consigo entender al general dando instrucciones tanto a los soldados como a los civiles. Clavo mi mirada en un estandarte situado en el estrado e intento dejar mi mente en blanco cuando un increíble peso se cierne en mis entrañas y me dan ganas de vomitar todo lo que he comido en el desayuno.
El general deja de hablar y noto la mano de Pedro sobre mi hombro mientras yo sigo con la mirada perdida. Me giro y veo su sonrisa. Pedro nunca deja de sonreír aunque esta vez es una sonrisa triste, compungida y alarmada.
—Vamos —me susurra.
Y alzo la mirada viendo como todos los presentes comienzan a abandonar la plaza entre murmullos. No reparo en cómo hablan sino que sigo a Pedro, quien me sostiene por el hombro, y emprendo el camino a su lado con la mente en blanco y en estado de shock. Adivino que me lleva junto a mi hermano y no me equivoco. Allí está Dani muy serio pero todavía sereno y me da un gran abrazo. Pedro se une y aguanto las ganas de llorar.
Quiero hablar y decir mil cosas pero de mis labios no salen las palabras y solo puedo apretar más fuerte ese abrazo. Finalmente, los tres nos separamos y Dani me dice:
—Ya lo has oído. Partiremos esta noche. Deberías ir a despedirte de tus amigos. Nos vemos por la tarde —quiero replicar porque mis ojos no quieren perder la visión de mi hermano y la de su mejor amigo—. Prometo estar pronto en casa —añade.
Asiento sin rechistar y me dirijo hasta la zona de la plaza donde estarán mis compañeros de colegio. Mi cerebro comienza a volver a funcionar y reparo en la gente que me rodea. A pesar de que la mayoría adoptan un tono serio y sobrio; cuchicheando, hablando serios y muchos, llorando; me lamenta ver a gente celebrando la noticia. Al fin y al cabo, nos han criado en una cultura de guerra y las guerras están bien vistas.
Fue mucho decir por parte de Dani que fuera a despedir a mis amigos. Creo que los amigos se cuentan con los dedos de la mano; en mi caso, con uno. Mi mejor amigo y, de hecho, la única persona que me atrevo a llamar amigo es Tom. Es un chico menudo y bajito de pelo negro y tez pálida que va conmigo en clase. Desde los ocho años decidí no entremezclarme mucho con la gente de mi edad, salvo lo necesario, pues como soy una bruja debía tener la guardia siempre alta para no ser descubierta. Así pues, siempre me he limitado a ir a clase para sacar las mejores notas y nada más. Pero Tom es distinto. Es un joven tímido y muy buena persona. Me aporta una increíble confianza y, aunque no le he contado mi secreto, estoy segura de que lo aceptaría y no lo contaría.
Tom, tan ajeno a la guerra y tan diferente a mí en fuerza que no sé cómo será capaz de apañárselas en una batalla. Problema más grave aún sabiendo lo que solo los militares saben: a los soldados sin preparación menores de 17 años; es decir, menores de edad; los envían a las batallas perdidas. Batallas en las que solo necesitan enviar a los menos válidos, los prescindibles, los innecesarios… como en las maniobras de distracción. Ellos, los menores de diecisiete, irán a una muerte segura. Así que sé que esta es la última vez que veré a Tom y a…. Él.
Él es Marc. También es compañero de clase y es mi amor platónico desde que tengo siete años. Es un chico alto, esbelto, de cabello castaño y ojos grises. Es muy guapo, siempre lo ha sido y casi todas las chicas del colegio se morirían por salir con él. No hablamos ni nos saludamos a pesar de que a veces me doy cuenta de que me mira. Pero no siempre ha sido así.
Llegué nueva al colegio de la capital con siete años y él fue la primera persona que conocí. Aún recuerdo su sonrisa divertida cuando le espeté bruscamente a la profesora Elis dónde podía sentarme y él se ofreció para ayudarme. Éramos grandes amigos. Ideábamos juegos propios y los poníamos en práctica en lugares secretos como los bosques o las cuevas de las cercanías. A veces él venía a mí casa o yo a la suya y veíamos películas. Recuerdo cómo se reía con los chistes malos y, sobre todo, recuerdo su bondad. Era el primero en ayudar a cualquiera que se cayese, se le olvidase algo o tuviera un accidente; siempre tenía buenas palabras que regalar a los compañeros; era el primero en defender a un niño de alguien que se burlara de él y siempre era muy educado. Quizás fue esa faceta suya la que hizo que me enamorara perdidamente de él. Hasta el día del incidente.
Aquel día estábamos jugando ante la chimenea de su casa. Podía permitirse tal lujo por ser hijo de un alto cargo del gobierno y su casa era muy lujosa en comparación con las de la mayoría de la población. Me acuerdo que se acercó a mí en el juego de una manera que, a mis por entonces nueve años, me puso muy nerviosa y perdí el control de mis poderes. Surgieron unas llamaradas de la chimenea que me quemaron la pierna derecha y, horrorizada a la vez que avergonzada por lo que acababa de ocurrir, salí corriendo de su casa. Desde entonces no hemos vuelto a hablar.
No quise volver a mirarlo a los ojos después del suceso ni quise volver a acercarme a él. Me había expuesto demasiado y no podía permitir que volviese a pasar. Él tampoco me volvió a dirigir la palabra. Me pregunto si aquel día averiguaría mi secreto y ese es el motivo de que no me hable. Sea como fuera, me comporté de manera demasiado extraña ese día y no lo culpo por que no quiera relacionarse conmigo nunca más. Sin embargo, a pesar de que he intentado enamorarme de otros chicos, no consigo quitármelo de la mente. Aún conservo la marca de la quemadura de aquel día en la pierna derecha. Por ello nunca uso faldas y siempre llevo pantalones.
Me acerco a la zona donde están mis compañeros de colegio y no puedo evitar que se me encoja en corazón en un puño. Cada estudiante está con sus familiares, despidiéndose. Algunos lloran ante lo que se les avecina, otros parecen alarmados y algunos, los que tienen preparación en lucha, fanfarronean. Pienso que son unos necios que no saben que irán a una muerte segura. No quiero desvelarles la terrible realidad de lo que se les viene encima. Mejor que vayan felices y animados, así disfrutarán mejor sus últimos momentos.
Cuando veo a Tom le doy un abrazo y él me cuenta lo asustado que está. Consuelo a su destrozada madre e intento darle consejos sobre el combate. Sé que no servirán de nada ya que él no tiene práctica, pero al menos servirán para tranquilizarlo tanto a él como a su familia.
—No creo que pueda serles útil —se lamenta. Y yo tengo una idea.
—Debes demostrarles que eres más útil fuera del campo de batalla que dentro de él —le espeto, mirándolo fijamente. Un ligero rayo de esperanza dentro de las tinieblas—. Eres uno de los más inteligentes de la clase y tienes muchos conocimientos de ciencia y medicina. Házselo saber a tu superior y así te harán ayudante de enfermeros.
—¿Tú crees? —pregunta él, mordiéndose un labio.
“Te lo garantizo”, pienso. Porque se lo diré a mi hermano y él lo logrará. Pero como  supuestamente no puede haber favoritismos en el ejército, simplemente añado.
—Inténtalo—. Y le sonrío.
Entonces lo siento y le veo. Los ojos grises de Marc me miran y le devuelvo la mirada. Solo que esta vez no la esquivo, como acostumbro. Nos quedamos mirándonos fijamente unos instantes y veo el miedo de su mirada. No entiendo porque me está mirando. Pero quiero observarle bien los últimos minutos que pueda. El momento es interrumpido por el padre de Marc, que se lo lleva y le dice algo al oído. Pues llega el momento que han de marcharse.
—Suerte, Tom —le digo a punto de llorar—. Saldrás con vida de esta —añado sin creerme nada de lo que digo. Pero tengo esperanza. Me quito una de mis pulseras y se la doy—. Toma, para que no te olvides de mí y de mis consejos cuando estés en la guerra. Me la regaló mi hermano, es un hombre fuerte, lo sabes. Espero que te transmita parte de su fuerza.
Nos damos un último abrazo y me dirijo corriendo a mi casa, esperando encontrarme pronto a mi hermano y a Pedro allí. Vivo en la calle más importante de la capital y en una de las mejores casas que se pueden encontrar por allí, debido a relevancia de mi hermano. Es blanca, de dos plantas y columnas griegas con un amplio jardín que la bordea. Como todas las casas de los guerreros, tiene una bandera del continente y en el jardín destaca una fuente de cenicienta piedra que a veces considero un derroche.
Entro y veo a mi hermano en el salón con Pedro. Hablan muy serios y es muy raro ver a Pedro serio. La televisión está puesta pero no le hacen caso. En cuanto me ven se levantan del sofá negro.
—Mirs, no tengo mucho tiempo. Esta guerra es la grande y tengo que acudir al palacio…
No dejo terminar de hablar a mi hermano porque cojo un jarrón del mueble caoba del recibidor y lo estampo contra la pared. Tanto Pedro como Dani se quedan callados y me miran alarmados.
—¿Me estás diciendo que puede que sea la última vez de mi vida que te vea y tú no quieres pasar este tiempo conmigo?
—Mirs… —comienza Dani con cautela. Cojo un cuadro y también lo lanzo contra una pared haciendo que quiebre su cristal—. Mirs, me despediré de ti en el puerto. Haré que te permitan vernos partir y ese rato lo pasaré contigo.
Miro a mi hermano con la respiración entrecortada pero sus palabras han hecho mella en mí así que mi furia mengua y dejo de tirar cosas. No obstante, estoy tan enfadada con la situación que, aunque sé que puede que sean unos de los últimos momentos que pase con mi hermano no puedo evitar estar furiosa y pagarla con mi él. Aunque sé que me arrepentiré de ello.
—¡No vayas! —grito histérica—. Ya eres el mejor soldado del continente. ¡No necesitas más méritos! —Dani abre la boca para replicar, pero yo no le dejo—. Ya sé que te pueden condenar por desertor pero los tres somos hábiles. Podíamos huír.
—Esta vez es distinto Mirs, te prometo que sobreviviré —tercia con voz queda.
—Todos dicen lo mismo. ¡Pero esta es la mayor guerra en cien años! ¿Cómo voy a confiar en que tanto tú como Pedro saldréis con vida?
—Por eso mismo, Mirs. Porque es la mayor guerra en cien años y todo lo que has dicho es cierto —añade, decaído. Y es raro verlo así, parece vencido. Yo no sé lo que quiere decir y lo miro, apremiante—. Muy poca gente sobrevivirá a esta guerra. Ni siquiera puedo conjeturar que bando será el vencedor, ya que no se sabe nada sobre Hafix. Solo sé que en esta guerra no tengo que demostrar nada, pues por mucho que haga no decidirá ninguna batalla. Lucharé para sobrevivir y no sobresalir, te lo prometo. No me buscaré grandes objetivos ni me arriesgaré si puedo evitarlo. Creo que tú eres más importante que mi reputación y quiero volver, a buscarte.
Entonces me derrumbo, y aunque intento con todas mis fuerzas no llorar, una lágrima resbala en mi mejilla. Dani me abraza más fuerte que nunca y me da un beso en la mejilla.
—No quiero que te mueras, no quiero perderte —digo con una voz tan infantil que me sorprende.
—Pedro se quedará contigo esta tarde y te llevará al puerto al anochecer —responde sin soltarme y yo asiento.

La tarde me resulta dura y no sé si estoy flotando por culpa del torbellino de emociones que hay en mi interior o si estoy viviendo tan vívidamente la realidad que estoy aterrorizada. Pedro se mantiene firme y recupera su sonrisa. Me cuenta el plan de Dani para mí. A partir de los catorce años el gobierno de Lanan permite vivir sin tutor a la gente. Me quedaré en casa con la compañía de Katerina, la mujer que viene a hacer las tareas domésticas de casa. En estos momentos no está, puesto que uno de sus hijos también partirá a la guerra y lo debe estar despidiendo como es debido. Tendré que seguir asistiendo a clase con normalidad, como todos los alumnos que nos quedemos en Lanan y deberé seguir entrenando por mi cuenta. En caso de que ellos no volviesen ingresaría en una academia militar. No quiero ni pensar en esa alternativa porque perderlos duele demasiado.
Dan las seis y el rojizo sol comienza a declinar. Decido que este año no veré las pantallas de guerra. Lanan pone pantallas en todo el continente donde se televisan los combates de la guerra. Solo los he visto dos veces y fue una experiencia que no recomendaría a nadie. No soporto ver a mi hermano matando y luchando por su vida de la manera en que lo hace; perdiendo su humanidad y su bondad para convertirse en el más fiero y despiadado de los guerreros. No obstante, aunque no los vea sabré que es él el que está luchando por los bramidos y vítores de la multitud que observa las pantallas en las calles. Sufrí en su último combate porque por las reacciones de la gente podía adivinar lo que estaba pasando. Con cada silbido me daba un vuelco el corazón y con cada grito de júbilo sonreía inevitablemente.
El puerto está a rebosar de soldados uniformados y centenares de barcos inmensos están amarrados en la costa, listos para zarpar. Pedro me lleva hasta la zona ocupada por los altos cargos del gobierno que acuden para despedirlos pero los dejamos atrás para dirigirnos a la caseta donde están mi hermano y los oficiales de mayor rango. Pero algo me detiene.
—Miranda, se te ha caído esto.
Mi corazón da un vuelco y me doy la espalda. Marc está ahí, con su padre que es un alto cargo. Se acerca a mí, tembloroso, sujetando algo. Me pregunto qué se me habrá caído ya que no noto ausencia de nada. Cuando Marc me enseña lo que hay en sus manos no puedo creer lo que veo.
Se trata de una muñeca de trapo que fabriqué yo misma de pequeña y se la regalé a él con siete años, cuando lo conocí. ¿Qué hace Marc con ella en estos momentos? Presa de la sorpresa me dirijo a hacer algo que no hacía desde hacía años: hablar con él.

 3
—Sí, es mío —digo, siguiéndole el juego—. Y creo que se le ha caído un botón.
Me dirijo rápidamente a él y le agarro por el brazo bruscamente para llevarlo a un sitio apartado donde nadie pueda oírnos. Veo una caseta pero está cerrada con llave así que llevo a Marc a su parte trasera. Desde allí aún se puede ver el mar y escuchar el rumor de las olas y de la multitud. Pero decido que es lo suficientemente privado.
—¿Qué pretendes? ¿Estás jugando conmigo? —le espeto con dureza mirándolo fijamente a sus ojos grises. Él parece asustado, pero dudo que se trate de mí. Me mira respirando agitadamente y dubitativo.
—¿Jugando contigo? —repite y suspira—. Miranda, ¿por qué me odias?
Lo miro sin comprender y no digo nada.
—Antes éramos tan amigos… Eras la mejor amiga que he tenido nunca—, comienza a decir agachando la mirada—. Entiendo que aquel día te fallé. Debí haberte ayudado con el fuego y no quedarme simplemente mirando. También debí haber corrido detrás de ti cuando te marchaste herida y enfadada. Pero… ¡Tenía nueve años! —exclama fijando sus ojos en los míos—. No sabía lo que hacer… estaba asustado —. Hace una pausa y yo sigo incapaz de articular palabra, incrédula—. He pensado cientos de veces en pedirte disculpas pero tú desde entonces me mirabas con desprecio. Y aun encima tu hermano se hizo famoso y te aislaste, como si te consideraras superior a todos los demás. Nunca di reunido el valor suficiente de pedirte disculpas.
Trago saliva y agacho la mirada, procesando todo lo que me está diciendo.
—No te odio —murmullo con un hilo de voz, abrumada—. Ni siquiera sabía que significaba tanto para ti. De hecho, era yo la que pensaba que me odiabas.
—¿Qué? —Pregunta, frunciendo el ceño y negando con la cabeza—. ¿Por qué te crees que he decidido llevarme la muñeca que me regalaste el día que me caí y me hice la brecha en la rodilla? Me acuerdo que quisiste consolarme con ella… —. Una sonrisa se esboza en su rostro—. Porque quiero llevarme un recuerdo sobre ti.
—¿Te acuerdas de eso? —Pregunto impresionada.
—De eso y más. Como que amas el chocolate blanco y el negro te hace fruncir la nariz; que siempre levantas la mano izquierda en clase, porque con la derecha apuntas a la vez que preguntas; de tu mirada, siempre dura y seca pero firme y alzada…—Sigue enumerando hechos sobre mí que me sorprende que se haya fijado en ellos y más aún, que se acuerde. Y, con su mirada y sus gestos, sé que lo que dice es cierto.
—Nunca te he odiado—. Lo corto, sobrecogida—. Si todo cambió aquel día es porque pensé que habías descubierto mi horrible secreto—. Respiro profundamente y pienso que en la situación en la que estoy, con Marc sincerándose y a punto de morir, no tiene sentido seguir ocultando la verdad—. ¡Soy una apestosa bruja!
Marc me mira impresionado unos instantes y abre más sus ojos grises. Permanezco mirándole, nerviosa pero desafiante. Estoy expectante de cuál va a ser su reacción.
—Siempre te he querido Mirs mirs. Eso no cambia nada.
Mirs mirs, el nombre que me puso cuando éramos pequeños. Al oírlo me doy cuenta de que a él no le importa mi secreto. Más aún, que lo que ha pasado los últimos años no ha cambiado nada y que volvemos a ser los de antes. Pero es mejor todavía porque ahora sé que él también me quiere.
Olvido unos segundos la situación que se nos avecina y lo beso. Siento sus labios cálidos y, aunque no es el primer beso de mi vida, sí es el primero que le doy a Marc. Y puede que también el último. Parece que ambos nos damos cuenta pues no nos separamos y nos apretamos en un abrazo muy fuerte.
—Yo también te quiero. Desde el primer día en que te vi. Siempre ha sido así —susurro cuando separamos nuestros labios pero continuamos abrazados.
—¿Por qué hemos esperado tanto? —se lamenta Marc.
—No pienses en eso —digo acariciándole el rostro y una lágrima resbala de mi mirada. Él me la seca con el dedo de forma tierna—. Piensa en que no nos hemos despedido sin saberlo y, cuando vuelvas, estaré aquí.
El niega con la cabeza.
—Sabes como yo de sobra a dónde nos envían a los menores de diecisiete años—. Espeta con una sonrisa amarga. Yo no sé qué decir porque sé que tiene razón. Y no me extraña que él también lo sepa porque su padre es un alto cargo del gobierno y probablemente se lo haya comentado en alguna ocasión, quizás para disuadirlo de que se alistara voluntariamente—. Estoy muerto de miedo. Sobre todo ahora que sé que te perderé de verdad.
Lo vuelvo a abrazar con todas mis fuerzas. Durante la siguiente media hora aprovechamos el poco tiempo que nos queda. Nos ponemos al día de nuestros sentimientos, de nuestras vivencias, de los cambios que no nos hemos podido contar. Y nos besamos y damos cariño como siempre quisimos hacer. No puedo evitar pensar en lo estúpida que he sido y del tiempo que he perdido ignorándolo. Finalmente, el rojizo sol del crepúsculo está a punto de ponerse y se oyen los tambores que anuncian la partida. Me siento aterrada, no quiero dejarle marchar.
—Quédate la muñeca —digo aguantando el llanto—. Que te recuerde que siempre te he querido y que nada lo cambiará.
Me da un beso para luego quitarse su colgante. Lo conozco de sobra. Lo lleva siempre en el cuello desde pequeño. Es una luna de plata.
—Y tú quédate con esto, Mirs. Nunca te he contado qué significa, ¿verdad?
Lo agarro y me lo pongo con cuidado, mientras niego esbozando una sonrisa que no es de felicidad sino de amor.
—La luna siempre está ahí, aunque no la veamos. Cuando nosotros no la vemos la está viendo gente del otro lado del mundo y, al acabar el día, vuelve; porque siempre ha estado ahí. Lo mismo que yo, que aunque no esté a tu lado, estaré en el otro lado del mundo, siempre para ti.
No puedo evitar estallar del torbellino de emociones que recorren mi cuerpo y sucumbo al llanto. Marc me estrecha con fuerza contra su cuerpo, mientras me llena de besos. De pronto, oigo la voz de mi hermano a mis espaldas. Y, tras un último intenso beso, nos despedimos.
Sigo llorando pero intentando calmarme, y esta vez es Dani quien me abraza y me susurra suavemente que me calme, acariciándome el cabello como a una niña pequeña y recordándome a mi infancia. Siempre hacía lo mismo cada vez que tenía una pesadilla sobre la muerte de nuestros padres.
—¿Cuánto tiempo llevas escuchando? —Digo, entrecortada por mis sollozos.
—Lo suficiente —responde y añade susurrando a mi oído—. Lo protegeré, haré que vuelva sano y salvo para ti, si puedo.
Dejo de llorar y lo miro con ojos muy abiertos, sintiendo renovadas esperanzas.
—Pero no puedes. Siempre has dicho que los chicos no deberían acercarse a mí por conveniencia ya que te tú nunca harías nada por ellos.
—No es solo un chico, Mirs, y lo sabes… has encontrado a un gran hombre.
Siento una oleada de agradecimiento y afecto hacia mi hermano y lo lleno de besos. Él se ríe, recuperando su risa fanfarrona pero con un deje de tristeza.
—¿Podrías ayudar también a Tom? No duraría ni un minuto en un combate. Le he sugerido que sea ayudante de enfermeros.
—Lo intentaré, te lo prometo —dice él firme.
—Lo intentarás —repito débilmente. Sé el significado de sus palabras y la desesperanza vuelve a oprimir mis entrañas. Lo intentará y hará todo lo que pueda. Pero primero debe mantenerse a él con vida. Y, aun así, lo tendrá muy difícil.
Los barcos de los soldados de menor rango zarpan y oigo los vítores con los que son despedidos desde el puerto y la ciudad entera. Permanezco observando la escena abrazada  a mi hermano, que zarpará una hora después, con el resto de guerreros renombrados. Durante ese tiempo charlamos e intentamos hacer el momento agradable. No más llantos, no más quejas. Solo que denoto de sus palabras que se está despidiendo. No tengo fuerzas para reprocharle que no lo haga, que vuelva con vida y que proteja a Pedro, a Marc y a Tom. A medida que pasan los minutos la charla se vuelve más forzada y se nos acaban los temas de conversación pues se acerca el momento inevitable. Los últimos barcos con soldados acaban de zarpar y llega el turno del “Raudo”, el navío más importante de Lanan, el navío de los mejores guerreros. Me da asco pensar que el presidente y la mayoría de los más poderosos del gobierno se quedarán aquí, sin partir a la guerra, haciendo que los soldados decidan la guerra que ellos han inventado. Del gobierno, sólo zarpan hacia Hafix el ministro de combate, el ministro de estrategia y el ministro de batalla. Pues sí, tenemos tres ministerios encargados de la guerra. Al fin y al cabo, vivimos en una cultura en la que la guerra es importante y está bien vista.
—Ten —me dice mi hermano cuando los últimos rayos de sol se esconden en el horizonte. Me entrega su más preciado anillo que, aunque esté colmado de riquezas, es el más preciado porque era de nuestro padre. Es de oro blanco y era su antigua alianza. Yo me quedé con la de nuestra madre y Dani con el de nuestro padre. En el interior tiene escritos sus nombres: María y Bruno—. Por si no vuelvo, quiero que lo tengas tú.
En ese preciso momento se despide de mí y yo me aferro a él en un fuerte abrazo y susurro frenéticamente:
—Vive, haz lo que sea, pero vive y tráemelos a todos.
Él me mira como si no me conociese. Lo cierto es que yo tampoco me reconozco. Antes solía decirle a mi hermano que no luchase, que no matase, que dejara las armas… Ahora me sorprendo pensando lo contrario, no me importa lo que haga con tal de que vuelva y consiga proteger a Marc, Pedro y Tom.
Pedro llega hasta nosotros y también me despido con emoción de él. Aunque hemos tenido toda la tarde para despedirnos no desperdicio el momento de dedicarle otro abrazo. Él también me hace un regalo: una pulsera de cuero que ha hecho él mismo. Me la pongo con cariño y me inunda la gratitud. Pedro es de familia humilde y sólo como guerrero ha conseguido llevar comida a su familia, que vive lejos de la capital.
Permanezco inmóvil, observando como suben al navío. El “Raudo” es el más grande de todos y está decorado por estandartes escarlata con incrustaciones de oro. No evito pensar que es un derroche, con eso se podría mantener a decenas de familias.
 La ruta más aconsejable para llegar a Hafix es por el mar. Para ello, la capital de Lanan es la mejor situada. Hay otra ruta, pero nadie parece querer recordarla y a nadie le gusta nombrarla.
“La tierra maldita”, “El otro continente”, “El sendero de la muerte”. Son algunos de los nombres con los que la gente conoce la ruta alternativa. Aunque tiene un nombre: Daos. Es como un ancho pero corto país situado en el único trozo de tierra que puede unir a los continentes de Lanan y Hafix. Pero tras la guerra ambos continentes firmaron el un tratado en el que conseguir que aquella tierra no fuera concurrida por ningún habitante de ninguno de los dos continentes. Las historias cuentan que nadie puede salir de allí con vida. Y, lo cierto, es que es muy difícil. Dani me ha contado como verdaderamente es. Es una tierra donde los brujos pierden sus poderes, así pues, inhabitable para ellos; pero a la vez una tierra llena de peligros mágicos, así que también inhabitable para los no brujos. Si bien no es imposible atravesarla, es muy improbable salir de allí con vida o en suficientes buenas condiciones como para que los miembros del continente contrario no te maten. Se habla de miles de peligros que allí se encuentran. Muchos fueron consecuencia del derroche de armas tanto mágicas como no mágicas de la guerra de hace cien años. Pero otros tantos fueron impuestos tras la misma para que nadie quisiera atravesarla.
A pesar de que la mayoría de la gente cree que Daos es un lugar donde encontrar una muerte segura, Dani me ha revelado que hay gente que vive allí. Se trata de los desterrados y los delincuentes que huyen de la ley. Es muy fácil ser localizado dentro del continente, por eso se ven obligados a refugiarse en Daos.
El bullicio de la muchedumbre aplaudiendo y emitiendo vítores me hace salir de mis pensamientos. El ruido de las exclamaciones me molesta. No sólo porque no lo considero un momento de celebración, sino porque necesito estar tranquila y sola. Así que busco un lugar para mí, donde nadie pueda encontrarme ni hablarme, ya que ahora me siento como un ser inerte capaz de reaccionar ante nada. Tras alejarme unos metros del puerto, encuentro unas rocas solitarias, a las que no me es difícil llegar debido a las enseñanzas de mi hermano que me permiten moverme como el mejor de los guerreros, es decir, como Dani mismo.
Me siento y arrebujo abrazándome a mis rodillas y observo como los barcos se van alejando y se pierden en la oscuridad de la temprana noche. Miro el agua del mar que casi roza mis pies y la toco con los dedos. Pienso que, en estos momentos, es el único elemento físico que me une a mis seres queridos: a los ojos ámbar de Tom, a la sonrisa de Pedro, a los brazos de Dani que siempre me han cuidado y a los labios de Marc.
Ese pensamiento duele y me hace desviar la vista hacia la luna, que aún no está llena pero reluce con fuerza bañando el océano con rayos de plata. Esa visión causa que, instintivamente, agarre el colgante con forma de luna que ahora cuelga de mi cuello: el regalo de Marc. Y, en estos instantes, me doy cuenta de que Marc también está mirando la luna en este momento. Algo me dice que de veras lo está haciendo y que está pensando en mí, como yo estoy pensando en él.
Entonces siento lo sola que estoy y el miedo que tengo. Ahora se hace tangible. Ya es una realidad. No temo ni al dolor ni a la muerte y nunca he tenido miedo de cosas triviales como los insectos o la oscuridad. Solo tengo miedo a una cosa: la pérdida. Quizás porque la viví siendo muy pequeña cuando murieron mis padres.
El miedo a la pérdida aflora en mí y se hace tan intenso que tengo ganas de gritar, patalear y llorar hasta quedar sin energías. Pero en lugar de eso me quedo inmóvil, tiesa como una piedra, observando el océano. Me siento como en un abismo del que estoy a punto de caer. Lo que me mantenía y me hacía sentir viva se ha ido y ahora siento que estoy a punto de precipitarme sin brazos que me socorran.
No reparo en quien pueda salir vencedor o no de esta guerra ya que eso no me importa. Puede ser que viviera mejor si ganaran los brujos, al fin y al cabo, yo también soy bruja. Intento imaginar cómo será mi vida a partir de ahora y me doy cuenta de que ya nada será igual y lo único que podré hacer será sobrevivir. Ese pensamiento me hace sentir débil y me recuerdo a mí misma que yo no soy débil, que soy una de las mejores guerreras que existen y he conseguido que nadie descubriera que soy una bruja, lo cual es también un gran logro en este continente. Solo que yo lo que realmente quiero es ir a la guerra con ellos y estar a su lado, tanto si puedo protegerlos como si no; porque la muerte y la guerra no medan miedo si yo estoy en ella.
Entonces, tengo una idea.
Partir tras ellos. Ese pensamiento me enciende y hace que mi cabeza vuelva a funcionar. Sé que ya no quedan barcos a los que subir para llegar a Hafix. Pero hay otra ruta, aquella que nadie quiere nombrar.
Algo me dice que puedo conseguirlo. A pesar de que tenga quince años, no sólo soy una de las mejores guerreras de Lanan, al fin y al cabo he vencido hasta a mi hermano, sino que también soy bruja. Además saco las mejores notas de mi clase y estoy sobrada en experiencia sobre supervivencia que me han enseñado tanto Dani como mis padres y Pedro.
Si los criminales pueden vivir allí, ¿por qué yo no? Ellos no pueden escapar de la Tierra Maldita porque serían descubiertos y ejecutados. Yo sí puedo salir: soy bruja y en Hafix me recibirán como a una de ellos. El modo de llegar a la guerra ya lo encontraré al llegar a Hafix.
Me levanto de un salto y corro hacia mi casa con energías renovadas y una única idea en la mente: atravesaré Daos y llegaré hasta mis seres queridos.
Daos, la tierra a la que sólo los desesperados quieren llegar. Pues bien, yo estoy aún más desesperada que ellos.



 4
Empiezo a correr lo más rápido que me permiten mis piernas y, debido a mi práctica, es una velocidad considerable. Mi casa se encuentra en el centro de la capital así que no está muy lejos. Recorro las calles del camino con memoria experta y habituada. De hecho, los habitantes de Lanan solemos movernos o a pie o a caballo. El otro vehículo más rápido que tenemos el carro. Y, según he estudiado en los libros de historia, antes no era así.
Lo que sucede es que, tras la gran guerra de hace cien años, los recursos energéticos habituales de los humanos (petróleo, combustibles, pólvora etc) desaparecieron debido al gasto y derroche de ataques y armamento. Además, la magia también jugó un gran papel en ello. Una estrategia de los brujos fue esa, dejar a los no mágicos sin sus fuentes de energía. Como contraataque los mágicos también dejaron a los brujos sin ese tipo de fuentes de energía. Según nos cuenta el gobierno y según hemos estudiado, él único recurso energético que utiliza actualmente Hafix es su propia magia. Es muy limitada en ese aspecto así que nos describen Hafix como un mundo poco desarrollado, parecido a la antigua Edad Media. Todos nos hemos preguntado cómo será realmente y yo decido que pronto lo sabré por mis propios ojos.
Así pues, solo nos queda la electricidad. A pesar de ello, no hay dinero para mantener muchos generadores. Por lo tanto, no es muy utilizada. Más bien es controlada por el gobierno para sus propios intereses. Y, como vivimos en una cultura de guerra, para la propaganda de esta: con televisores y pantallas gigantes en todo el continente. Es cierto que también poseemos vehículos eléctricos pero es demasiado caro mantenerlos, incluso para el gobierno. He estudiado que antiguamente también había armas de fuego y armas nucleares. Ahora no podemos permitírnoslas y volvemos a luchar con espadas.
A medida que avanzo entre las poco transitadas calles de la ciudad mi plan va cobrando forma en mi cabeza, como una chispa que se enciende y ya no se puede apagar. Adivino que la mayoría de la gente estará ya en sus casas, meditando la situación que se avecina y añorando a sus seres queridos reclutados, por eso casi no encuentro a ninguna persona por mi camino.
Precisamente la parte del plan que más problemática me podría resultar es la que me parece más sencilla. Llegaré desde la capital a la frontera de Daos mediante mi segundo poder mágico: el teletransporte. A mi madre casi le dio algo cuando yo tenía tres meses y vio que había aparecido desde la trona a la cuna por arte de magia. Fue en ese preciso momento cuando descubrió que yo era una bruja.
A pesar de que no controlo mucho mis poderes porque nunca he podido utilizarlos libremente, sé que lo conseguiré. Estoy tan decidida a llegar a la frontera con mi poder que sé que no fallaré. No existe otra alternativa, debo teletrasportame y lo lograré. Por primera vez en mi vida siento una emoción hasta entonces desconocida: estoy orgullosa de ser bruja. Toda la vida he estado avergonzada de ello, debido a la represión del continente de Lanan sobre los brujos, pero hoy siento lo opuesto. Ya que, mi poder puede significar que mis seres más queridos sobrevivan.
El plan parece perfecto. Escribiré una nota para la señora que se encarga de las tareas de mi casa en la que le contaré que he partido en barco junto al resto de los soldados por decisión de Dani y que, además, es un asunto secreto. Sé que ella no lo cuestionará ni sospechará. Confía en nosotros y siempre se le ha dado bien guardar nuestros secretos. Después cogeré provisiones y me prepararé para el viaje y, finalmente, me teletransportaré a la frontera con Daos lo antes que pueda.
Cuando por fin llego a mi casa actúo muy rápido. Escojo y guardo las provisiones en mi mochila especial para la guerra, que me ha regalado Dani hace dos años y apenas he tenido ocasión de utilizar. Guardo ropa, alimentos que pueda necesitar, armas y utensilios que sean útiles para la supervivencia (como linterna, cerillas, medicinas, cuerda entre otras cosas). Garabateo apresurada la nota para la encargada de la limpieza y la deposito sobre la mesa del recibidor. Sé que ahí la verá.
Sin embargo, no puedo evitar observar mi casa con aire nostálgico, a pesar de que aún no he partido. Paseo entre sus paredes recordando los momentos vividos en ella, el lugar donde crecí. Porque una parte de mí se da cuenta de que no la volveré a ver y, también, de que seguramente no volveré con vida.
Percatarme de ello no me asusta. Tengo claro los riesgos de mi plan y está claro que lo más probable y seguro es la muerte. Pero la otra opción sería quedarme aquí y esperar resignada a observar cómo se desarrollan los acontecimientos sin mi intervención. Yo nunca he sido así. Nunca me he quedado a esperar resignada. Siempre he sido dueña de mi destino y lo seguiré siendo, sin confiar en la suerte.
Por otro lado, pienso que el fracaso no es una opción. He de conseguirlo y confiar en ello me dará fuerzas para lograrlo. Me mentalizo de que soy capaz, ya que he sido entrenada durante toda mi vida para ocasiones como esta.
Me pongo manos a la obra y, con todo listo y preparado, agarro un viejo mapa del continente de mi hermano y localizo la frontera con Daos. La visualizo con mucha concentración y cierro los ojos imaginándome que aparezco allí. Sorprendiéndome incluso a mí misma, ya que no estoy habituada a utilizar mi poder, aparezco justo dónde quería. Pero no ha salido tan bien como esperaba.
Estoy en una explanada de arena ante un oscuro cielo repleto de nubes de las que se asoman los plateados rayos de la luna. Me encuentro entre dos grandes murallas; ambas de piedra gris, según lo que mis ojos en la penumbra de la noche pueden distinguir. Solo que no contaba con el estrepitoso ruido de una alarma sonando. Permanezco paralizada porque no sé qué significa.
De pronto, escucho pasos de gente corriendo hacia a mí y sólo se me ocurre una idea: alejarme corriendo de ellos lo más rápido que pueda. Comienzo a correr en dirección opuesta a los pasos justo cuando logro ver a dos mujeres y un hombre con uniforme de guardias avanzando velozmente hacia mí.
—¡Detente! —Vocifera una de las mujeres con una voz ronca y potente.
La ignoro y observo como la primera flecha que me disparan pasa por encima de mi cabeza pero sin alcanzarme. Decido apresurar más mi carrera, preguntándome si lanzarán más flechas y sabiendo que no puedo hacerles caso ni hablarles porque intentan matarme.
La segunda flecha me roza la oreja y, sin tiempo a recuperarme de la impresión, la tercera flecha que me disparan me alcanza el brazo izquierdo. No puedo evitar gritar de dolor pero reúno todas mis fuerzas para seguir corriendo. Oigo sus risas de regodeo y triunfo a mis espaldas. No obstante, he tenido suerte. La flecha no se ha incrustado en el brazo. El dolor me hace aflojar el paso contra mi voluntad y me percato que seguirán disparando hasta matarme.
--¡Así no podrás ir muy lejos, bruja! —Se burla de mí el hombre.
Claro que no podré ir muy lejos, hasta yo lo sé. Intento pensar con más rapidez que mis piernas, que ya flojean el paso, y decido teletrasportarme hacia el otro lado del muro. Cuando siento como se tensa un arco para dispararme de nuevo, cierro los ojos concentrándome en mi poder. Y, a pesar del dolor y la fatiga,  aparezco en lo alto del muro, no al otro lado de él.
Me acuesto e intento ocultarme velozmente. No ha salido como esperaba y deduzco que se debe a que con la fatiga y la herida abierta, no tengo fuerzas para teletransportame más lejos. De todas formas, he logrado salvarme la vida.
Tumbada sobre la fría y dura piedra intento rebajar el ritmo de mi respiración, que era frenético, e intentar respirar sin hacer ruido. Es un esfuerzo considerable debido a lo asustada, cansada y preocupada que estoy. Me doy cuenta de que la herida sangra mucho y que tengo que hacer algo para solucionarlo. Oigo las voces de los guardias que me perseguían y sé que no puedo arriesgarme a coger el botiquín de mi mochila porque haría demasiado ruido. Por lo tanto, cojo un pañuelo y hago un torniquete improvisado con él.
—Mi primer día como guardia en la frontera ha sido bastante emocionante —comenta una de las mujeres.
 Sé que son guardias por su uniforme. Y me reprocho interiormente no haber previsto que me encontraría con ellos. Me doy cuenta de que fallé en la planificación de mi plan. No debería haber sido tan impulsiva y haberme parado por lo menos un par de horas a pensarlo.
—Sí has tenido suerte —afirma el hombre—. ¡Una bruja poderosa! A veces no tenemos esa diversión en semanas.
—¿A dónde creéis que ha ido?
—No tengo ni idea pero si está tan loca y desesperada como para aparecer en la frontera de Daos haciendo sonar la alarma es que volverá.
—Entonces la mataremos —tercia la mujer de voz más grave y autoritaria con voz escalofriantemente fría y tranquila.
—Sí, yo también la quiero muerta. Para el presidente valdrá más sin vida —comenta con anhelo el hombre—. Puede utilizarla como arma en esta guerra.
—¿A qué te refieres?
—A que es un golpe contra los brujos que el primer día desde el anuncio de la guerra aparezca uno más muerto.
Los tres ríen a carcajadas.
—¿Es momento para abrir el Whiskey?
—No, espera a que la matemos a ella o a otro de su calaña —se mofa la mujer de voz grave.
Escucho como se alejan, eufóricos. Sigo intentando controlar mi respiración porque cada vez parece que quiero respirar más fuerte. La curiosidad puede conmigo y asomo la cabeza para ver a dónde se dirigen los guardias. A lo lejos, entreveo una enorme tienda de tela blanca con estandartes y banderas del continente. Los guardias entran y supongo que es donde pasan la mayor parte del tiempo.
Vuelvo a girarme y me permito respirar con fuerza. Me repugna como los guardias se toman a los brujos, como si fueran animales que hay que cazar y, aún encima, celebrar su muerte con alcohol. De todas formas yo no quiero matarlos. Intento pensar en algún modo de salir de estas sin tener que matar a nadie y no veo la forma. Me debí haber planteado que tendré que matar si quiero que mi misión tenga éxito. Muchas veces he tenido la tentación de preguntarle a Dani qué se siente al matar a una persona. Nunca me he atrevido. Sobre todo por el hecho de que, cada vez que nos acercábamos al tema, el semblante de Dani se apagaba y oscurecía por una sombra de dolor.
La herida sigue doliendo y, como los guardias ya están lejos, saco el botiquín con cuidado de mi mochila. Desinfecto la herida e intento coserla tal y como me han enseñado. Tengo algo de anestesia que me inyecto antes de proceder a coserla. Pero aun así debo morder un trozo de tela para aguantar mejor el dolor. Me cuesta una barbaridad coserla y el resultado no es muy bueno, aunque es lo mejor posible teniendo en cuenta de que sólo dispongo de un brazo para ello. Después vendo la herida y me doy por vencida, desplomándome sobre la fría piedra y observo la luna.
Pienso que quizás es mejor desistir y volver a teletransportarme a la capital. No sé cómo atravesar la frontera sin que los guardias me maten. Pero entonces, una nube solitaria se aparta de la luna y esta reluce con fuerza sobre mí, logrando que el colgante de plata de mi cuello brille a su vez. Lo agarro dulcemente y lo observo. Pienso en Marc y en el futuro que deberíamos haber tenido juntos; pienso en Tom y en que tiene muy pocas posibilidades de salir con vida de esta a no ser que alguien lo ayude; también en Pedro y en su infatigable sonrisa que necesito en estos momentos y en los del resto de mi vida; y, por supuesto, en Dani, que siempre me ha protegido y entrenado para ocasiones como esta y no puedo permitir desperdiciar todo lo que me ha enseñado y hecho por mí.  Decido que no hay marcha atrás y que estoy haciendo todo esto por ellos.
Con este pensamiento y, a pesar de lo asustada que estoy, el sueño comienza a apoderarse de mí y cierro los ojos, pensando que no se está tan mal. Que vengan a por mí, los estaré esperando…
Al alba despierto sobresaltada. La alarma está sonando de nuevo. Pero esta vez no he sido yo quien la ha accionado.