jueves, 30 de agosto de 2018

Capítulos 10 y 11 "El camino que nadie nombra"


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10
Partimos al alba, con el reluciente sol matutino mostrándose entre jirones de nubes  perladas. Tomamos el camino que sigue el curso del río por decisión de Paolo. Aunque presenta muchas ventajas como la disponibilidad de agua y de comida, a todos nos parece demasiado bonito para ser el apropiado. Todos coincidimos en que es un lugar muy expuesto y no tardarán en aparecer los atacantes. Sin embargo, aceptamos el criterio de Paolo porque ha vivido diez años en Daos y, si lo ha logrado, es porque sabe lo que se hace.
No obstante, teníamos razón. A lo largo de una mañana en la que el paisaje no cambia nos surgen dos hombres que nos atacan. Pero Ian los mata con una facilidad y frialdad impresionantes. Ya no siento lo que sentía durante los primeros días aquí ante la muerte pero aun así aborrezco la forma de asesinar de Ian. Intento ser flexible y atribuir esta capacidad a sus años en el ejército. Al fin y al cabo, Dani haría lo mismo o algo mucho peor.
El río es estrecho y, en sus bordes, hay un bosque y una montaña verde. Cuando Ian acaba con un tercero pienso en este despreciable continente que es Daos. Me pregunto cómo pudo llevar a crearse este lugar y la respuesta no tarda en aparecer porque todo el mundo la conoce: se trata de las sobras que surgieron tras la guerra. La guerra. La mayor forma de traición del ser humano a sí mismo. El conflicto que surge cuando las palabras ya no sirven en el que el hombre traiciona a sus iguales y se dispone a matanzas y carnicerías para lograr sus objetivos. Lugar donde los valores y la ética mueren dejando al hombre mostrarse como un animal que sólo lucha para salvar el pellejo. De algo así no es tan extraño que haya surgido Daos. Pienso que deberían haberlo tomado como ejemplo para evitar más guerras. Pero el ser humano no aprende de sus errores.
—Así que hay guerra en Lanan de nuevo—. La voz de Katerina me hace volver a la realidad. Sin embargo, parece que ha estado adivinando mis pensamientos. Me dispongo a contarle todo lo que sé sobre esta nueva guerra que enfrenta a los dos continentes.
Pienso que ya basta de reservas y secretos. Le cuento a Katerina mi historia y todo lo que sé sobre la guerra entre Lanan y Hafix. Entonces me doy cuenta de lo lejano que suena ya todo lo que conocía hasta ahora. Mi antigua casa parece un lugar lejano al que nunca volveré e incluso el recuerdo de mis seres queridos se debilita. Odio esta sensación y me aferro al colgante de Marc. El efecto es inmediato, puede que su recuerdo lógico se desvanezca pero mis sentimientos no lo hacen.
Katerina me cuenta que la situación de descontento en Lanan es escandalosa. En todo el continente hay pobreza para la mayoría de los habitantes mientras que los guerreros y soldados se llevan todos los recursos de los que dispone el gobierno y también todos los honores. Muchos piensan que el presidente se está riendo de ellos y la semilla de la revolución está implantada. Por lo visto, el único lugar donde las condiciones son decentes es la capital. No puedo evitar pensar que en la capital también está la mayoría del pueblo en malas condiciones y me imagino cómo debe estar el resto entonces. Katerina relata cómo han ido surgiendo levantamientos y amagos de revolución que no han tenido éxito. Al fin y al cabo, el ejército de Lanan es muy poderoso y unos pocos guerrilleros muertos de hambre no tienen nada que hacer contra él. Además, la mayoría de la gente no tiene acceso a los medios de comunicación para ser partícipes de lo que ocurre y, los pocos que los tienen, no acceden a la información porque el gobierno los controla. Así pues, la mayoría de habitantes descontentos piensan que están solos pero la furia contra el gobierno no cesa por muchos golpes o castigos que reciban y la guerrilla sigue en pie, aunque actuando clandestinamente. A Katerina la capturaron en una reunión que tuvo lugar hace un año. En ella se decidió que habría un nuevo levantamiento mucho más fuerte cuando tuviera lugar la próxima guerra, cuando el ejército estuviese ocupado en otros asuntos.
—….así que has hecho lo mejor que podías haber hecho, aunque no lo supieras —me espeta Katerina con una sonrisa amarga—. Con la magnitud de esta guerra habrá un gran levantamiento. A ti, por ser la hermana del símbolo del ejército de Lanan, te habrían tomado como rehén o algo peor.
Sopeso sus palabras porque la gravedad de los hechos es visible pero decido ignorar la parte que me atañe a mí, ya que eso no me preocupa. No estoy muy convencida de que esté más segura en Daos que en Lanan.
—¿No tienes pensado volver a la revolución? —Pregunto tranquila.
—Fue lo primero que pensé cuando me contaste que había guerra. Pero estoy embarazada de dos meses —no puedo ocultar mi sorpresa abriendo mucho los ojos—, creo que es mejor que acuda a la seguridad de Hafix si consigo mantenerme con vida a mí o a mi hijo.
Asiento con la cabeza. Prefiero no hacer preguntas indiscretas, pero aunque quisiera tampoco podría pues acabamos de llegar a un gran cenagal. A pesar de que el sol del mediodía reluzca con fuerza y caliente nuestros rostros, el paisaje resulta apagado y lúgubre. El río brota con fuerza hacia el otro lado de su cauce y deja ante nosotros una tierra llena de lodo y barro. Hasta el bosque de nuestra derecha pierde su colorido y se muestra más apagado. Ante nosotros se extiende ahora un cenagal y enfilamos el camino por el barro y todo se sume en silencio. No sé si soy la única, pero desde que nos adentramos en el lodo me siento más triste y negativa. Comienzo a pensar que esta misión no tiene sentido, que acabaré muerta en Daos y tanto Dani, Marc, Pedro y Tom morirán en la guerra. Estos pensamientos hacen que me frene en seco y tenga ganas de gritar.
Entonces me doy cuenta de un detalle inquietante. Todos nos hemos frenado a la vez y todos compartimos un rostro de desesperación. Miro a Paolo que es el único que parece tranquilo y es cuando noto que comienzo a hundirme en el barro que piso. Me doy cuenta antes de que Sele lo grite:
—¡Arenas movedizas!
Veo como mis pies se van hundiendo lentamente sin sentir ya fuerzas por querer sacarlos y hundirme para siempre en la tierra. Parece que vuelvo a la realidad con este pensamiento que tacho de estúpido y observo como el resto de la camarilla, excepto Paolo, se están hundiendo en la Tierra. Sele e Ian gritan histéricos, Rober se mueve agitadamente y semeja que está luchando consigo mismo y Katerina llora, tocándose el vientre.
—Conozco este lugar —dice Paolo, sereno, como si hablase del tiempo—. Este cenagal os hace atormentaros y sumiros en vuestros pensamientos y emociones más negativos. Si no los controláis, os hundiréis en las arenas movedizas.


11
Apenas soy capaz de entrever por el rabillo del ojo como Paolo se va acercando al resto de la camarilla. No me paro a pensar porque no se acerca hacia mí. El dolor es demasiado fuerte.
En mi mente aparecen imágenes de Dani, Pedro, Marc y Tom muertos. Los veo como si los tuviese delante de lo nítida y vivaz que es cada imagen en mi mente. Pienso que probablemente sea cierto. Están en la mayor guerra que el mundo ha visto desde hace cien años y muy pocos saldrán de allí con vida. Y yo estoy en Daos, el continente que lleva a una muerte fija. Yo no seré menos, moriré aquí.
Siento que me hundo mientras mi respiración se vuelve difícil pero agitada. Siento que los he perdido, que todos mis esfuerzos han sido en vano. Ya no tengo motivos por los que luchar ni seguir viva y me tienta el dejarme llevar por las arenas y hundirme en ellas para siempre. El dolor es demasiado intenso y quiero que pare como sea.
“Que pare”. Ese pensamiento me hace acordarme de las palabras de Paolo con las que decía que estas arenas movedizas llevan a pensamientos negativos. Entonces, si quiero que esta tortura pare, debo salir de las arenas.
Me propongo contrarrestar mis pensamientos. La guerra no pudo haber empezado todavía, aun estarán en el campamento. Es cierto que queda poco pero seguro que siguen vivos. Y yo he tenido mucha suerte. Tras haber pasado tan solo dos semanas en Daos ya estoy dentro de un equipo que seguro que me hace salir de aquí y unirme a ellos. Todavía hay esperanza.
Consigo desperezarme de las arenas cuando las tengo por la pantorrilla y entonces me percato de que estoy sollozando. Ignoro mis lágrimas y logro salir llena de barro.
El efecto es inmediato, el dolor cesa, aunque no las dudas. Me alejo corriendo de las arenas a los lindes del bosque donde ya están casi todos los miembros del grupo. Miro sus rostros y también veo sufrimiento. Aunque todos están sucios y embarrados, el que se ha llevado la peor parte parece ser Ian, que está cubierto de tierra hasta la cintura. Con la mirada vacía y hueca, observan todos al mismo punto.
Ahí está Paolo agarrando a Rober por los hombros, que está sumergido hasta las rodillas en las arenas movedizas. Paolo le habla de forma firme pero suave y Rober semeja estar en un trance. Pero finalmente logra sacarlo, tirando de él por los brazos.
Permanecemos todos al borde de la espesura del triste bosque callados. Paolo nos observa, intacto.
—Estas arenas están hechas para sucumbir al dolor, a la tristeza, al sufrimiento… No permitáis que lo que habéis visto en ellas os nuble el juicio. Recordad lo que pensabais antes de estar en ellas.
—Es difícil —comenta Sele—. Si tú no me hubieses ayudado no sé cómo lo habría logrado.
—Lo mismo digo —afirma Rober—. Gracias Paolo.
—Y gracias por no ayudarme —añado yo, fingiendo indiferencia.
Paolo se acerca a mí y me dice muy serio:
—Estaba seguro de que tú serías la única capaz de salir sin ayuda.
Sus palabras me chocan como me chocó desde el principio que Paolo tuviese tanta confianza en mí. Pero no quiero que parezca que hay favoritismos ante los demás, así que asiento con una seca cabezada.
Enfilamos de nuevo el camino bordeando las arenas y el lodo. Por fortuna, no duran mucho más, rodearlas nos lleva diez minutos. Ahora el río adquiere una tonalidad azul cristalina mucho más alegre, incluso paradisíaca. Los árboles recuperan su verde encendido e incluso se escucha el canto de los pájaros al piar.
Durante la caminata nadie habla, cada uno inmenso en su propio dolor y en sus propios tormentos. Las arenas nos han traído a la mente los problemas que tanto queremos olvidar. Yo no soy menos y me pregunto si habrá algo de cierto en lo que he pensado cuando me estaba hundiendo. Me doy cuenta que, al mismo tiempo, desde que estoy en Daos nunca había sido tan optimista como en el momento de escapar de las arenas. Me aferro a esos pensamientos, a esa esperanza; ya que, como ya estoy aquí, no me sirve de nada ser negativa.
Nos detenemos diez minutos después de llegar al nuevo paraje. Paolo decide que ya es momento de que hagamos un descanso para comer y que, de paso, nos limpiemos el barro en un río ya aparentemente tranquilo. Rober se sumerge en las aguas, pero, en poco tiempo ocurre algo inquietante.
Corrientes. El río parece que erupciona y estalla en oleaje haciendo que Rober patalee e intente nadar entre las corrientes. Su mirada denota angustia y miedo, lo que no es de extrañar. Sin pensarlo dos veces, me quito mis botas y me dispongo a sumergirme para salvarlo. Pero dos fuertes brazos me sujetan.
No me detengo a mirar quien es mi captor. Sino que me retuerzo e intento zafarme de esos brazos gritando.
—¡Déjame! ¡Se va a ahogar! ¡Tengo que salvarlo!
—¡¿Es que quieres ahogarte tú también!?
El bramido de Paolo me hace dejar de resistirme, impotente, mientras veo como Rober se hunde en el río.
—Te he dicho que para sobrevivir en Daos tienes que saber dar la espalda a otros —Murmura Paolo con deje de pena en su voz.



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