sábado, 9 de enero de 2021

Poema: "NO TENGAS MIEDO"

 NO TENGAS MIEDO



Se desliza la noche.

Abro los labios mudos.

Tus ojos me miran ciegos.

Tu risa es tan bella.

Tan cantarina entre las centellas.

Que me demoro al derroche.

 

El gato de miranda intensa,

Profunda, inmensa.

De gesto hundido y curvo.

De largo porte.

Estiizado y elegante.

Maullidos como los de un tigre

Que va tras su presa.

Intuyo porque te alejas.

Yo no soy de esas.

 

Dos corazones corrían paralelos

En punto

De colisión.

 

Me agradaban tus pros.

Me atraían tus contras.

Conjugas el verbo soñar

Y declinas la soledad.

En tu mirada felina.

Grandes ojos turquesa,

Como las aguas de las mil islas

De playas de arena fina.

Aquellas que, como tú,

Trataron de reinar conquistadores

Y a sus sendas salvajes.

Tú eres ese paraíso.

 

A veces, solo hay amor cuando hay tortura…

De sadomasoquistas está lleno el mundo.

Tu coraza de oro luces

Como un tesoro ajeno a los daños

Pasionales, que tu produces.

No me aterra.

Quiero adentrarme en la gran cálida

Vida de tus parajes.

 

Tendré que luchar contra el suplicio.

Tan imaginable que resulta amarte.

Cara oculta de la luna.

El ardor mortal de Marte.

Sin embargo, tu me correspondes.

Tras tu gesto cobarde.

Te odian, te envidian.

He empezado a admirar pasos

De esos que das tan sigilosos.

Sobre la nieve, las tierras.

Derriten el hielo y asoma la hierba.

 

Era una gran amenaza.

Vida silvestre.

Nada podía intervenir

Ante un corazón marchito…

Sano por dentro

Sabio, cual maestre.

 

Se rumorea por ahí que tus zarpazos hacen llagas.

Que tus mordiscos son como heladas dagas.

 

Corazón rodeado de espinos.

Sin presumir, siempre ágil he sido.

Esquivo arañazos y pinchos.

 

No temas.

Deja que te vea.

Entonces miedo tú tendrás.

Ya sabía quien eras.

Tu aura, tu sombra. Y todas tus maravillas contemplar.

 

No hay amor más puro que el salvaje, el animal.

Como el de madres y padres.

Conocidos, amigos, familiares.

Verdaderos amantes…

El del instintivo hipocampo y más irracional.

 

Corro bajo las nubes y con el viento en contra.

Amanece.

Me desvanezco.

Que no se agote el tiempo.

viernes, 8 de enero de 2021

Capítulo 4 "Laberinto de Poder"

 

4  CLAROSCURO

Laie caminaba rumbo a la sala de correos tras haber dejado inconsciente a Dom sin hacerle daño. Sus palabras aun resonaban en su cabeza. ¿Qué interés había despertado en el doctor? La había visto en plena acción. Bien podía haber matado a esos cinco hombres y él tan solo sentía curiosidad. Respecto a lo último, fue ideando varias explicaciones en su mente. La más plausible sería que, como sanitaria en el frente, aprendió de algún oficial cómo incapacitar a enemigos para luego huir.

Cuando llegó a correos se dispuso a mandar tres citaciones urgentes y confidenciales para el comandante, la capitana y el inspector aquella noche. Le salieron bien caras pero era el protocolo. Suspiró al salir, mientras se aseguraba de que había dejado inconsciente a Dom solo un par de minutos y que los matones tardarían horas en despertar. Decidió acudir al centro médico de campaña. Tenía que hablar con Poulei, lo más seguro es que estuviese allí. Además, si el doctor Dom ya había regresado podría darle su explicación de lo sucedido. Mentiras y más mentiras, así era su vida.

Tampoco paró de ver la imagen de sus padres biológicos después de tantos años y eso le hacía sonreír, a pesar de las complicaciones personales de la vuelta a Ruña. Cuando estaba cerca del centro médico, el inmenso mar de la tarde se extendía ante ella. Mientras contemplaba aquel horizonte salpicado de nubes perladas Laie hizo balance mental de la situación. Debía solucionar el asunto de Dom y, a la vez, no levantar sospechas en su familia adoptiva a la par que manejar el tema de sus padres biológicos. Al menos de eso se trataba la parte personal. Por otro lado, tenía que seguir investigando lo que le habían ordenado y esa noche se reuniría con sus camaradas.

Siguió caminando, decidida a grandes zancadas por el sendero. A su alrededor, solo había árboles semiocultos por una leve neblina. La corteza habitualmente cobriza se antojaba plateada.

Tenía muy buena memoria y no le costó recordar el código que Poulei había marcado para entrar en la casona. Cuando entró se escuchaban voces conocidas en la cocina. La chimenea estaba llena de ceniza seca y renegrecida. La única iluminación de la habitación eran velas y cuatro antorchas, una en cada esquina.

Allí estaban Tiano, Macieu, Riomer y Poulei. Este último iba emperifollado con su mejor traje de guerrera. Una armadura dorada con el escudo del reino y una capa escarlata con bordados dorados. No se habían percatado todavía de que había llegado.

--Si conocieras a mi amigo… --decía Riomer, que sujetaba, al igual que todos, una cerveza.

--A ver, ¿no era un diseñador de casas? –Inquirió Macieu.

--Pues la suya era muy fea –terció Tiano.

--Es su cara a la sociedad…  un rollo. Ha matado a más gente que nadie –defendía de manera que a Laie no le parecía correcta Riomer a su amigo.

--No más de lo que me gustaría a mí.

Rió Tiano de manera socarrona.

--¿Es que nunca trabajáis? –Habló en voz alta Laie.

--¡Laie! –exclamó Poulei--. Terminamos el turno a media tarde. Siéntate.

Después de pasarse el día de un lado a otro del pueblo, el tiempo a Laie le había pasado volando.

--¿Y el doctor Dom? –Preguntó lo más despreocupada posible.

--Se encontraba mal y se ha tomado el día libre –contestó Tiano--. Terrible, la doctora Marila es peor que mi anterior sargento dando órdenes. Y no soporto lo nerviosa que se pone… ¿Quieres conocerla?

--En otro momento. Poulei, ¿esta noche nos vemos en los festejos?

Poulei parecía resignado.

--No puedo Laie. La duquesa ha ordenado mi presencia en el palco. Tendré que dar un discurso.

Ahora entendía lo del uniforme de oficial de gala. Rió.

--Disfruta de tu gran momento de gloria. ¿Podéis darme un zumo?

Se sentía preocupada de que Dom no se hubiese presentado en el centro de guardia en todo el día. Sobre todo, teniendo en cuenta que era su casa. No podía preguntar más. No quería demostrar la ansiedad que le producía esa situación. Sus mejores amigos se sentían tranquilos. Quizá desaparecer un día entero era habitual en él.

--Ahórrate tus deseos, señorita. Te daremos una cerveza –dijo caballeroso, Macieu.

--Creo que rehúso –respondió ella.

Dicho tal rebuscó en la nevera y cogió una jarra de zumo de naranja. Habitualmente no se permitía beber. Era un saco con demasiada información confidencial de alto secreto y beber solía soltar la lengua de la gente.

Dentro, el calor era apaciguador. Las antorchas lo bañaban todo con su luz. Laie se dejó  bañar por la calidez mientras se mantenía ajena a la conversación excepto como mera espectadora. Era un buen tono. Era evidente que todos eran muy amigos y compartían gran confianza entre ellos.

--Podremos con ello –decía Riomer cuando Laie decidió prestar más atención mientras daba sorbos a su vaso de zumo de naranja.

--Ya lo intuyes, ¿no?

Una sonrisa le bailaba en el rostro a Maceiu, Laie ya no sabía de que hablaban. Supuso que de algo de lo que no querían que Laie se enterase. A su alrededor, la luz de las velas y antorchas danzaban brillando en la humareda de aquel espacio reservado a los fumadores dentro del centro médico.

--Anda ya.

--No me fastidies.

--Es que has dado tantos rodeos para decir lo que tenías que decir que no te capto.

Tiano hizo una mueca desdeñosa. Él no escuchaba todo el tiempo. Parecía escupir las palabras como si eso fuera parte de los pensamientos que podía permitirse compartir con la gente. A ratos permanecía mudo y semejaba tener pensamientos en los que se concentraba que no quería que nadie conociese.

Asintieron y se entendieron, a la antigua usanza. Laie levantó la cabeza de golpe.

--¿De qué habláis? ¿Puedo saberlo?

Intercambiaron miradas entre ellos. Poulei fue quien se pronunció:

--Laie es de fiar.

--Un tipo muy extraño llegó aquí hace unos días preguntando por gente extranjera. No le revelamos nada, claro. Nuestros pacientes tienen confidencialidad.

Macieu torció el gesto.

--¿Te acuerdas de su cara?

Laie quería saber más, aparentando estar tranquila y sin mostrar el interés que despertaba en ella esa información.

--No, pero un paciente… Karino creo que era… se esfumó –contó Tiano.

Se apresuró a alzar un instante su mirada a Poulei. Era un dato significativo.

--¿Se esfumó?

Vaya, aquello era algo que debía comentar en la reunión de la noche. Memorizó el nombre.

--Está desaparecido y hay gente que se preocupa –terció Riomer.

--Sobre todo en este ducado –rio Tiano.

--Ahí estás tú, con tus chistes malos que nadie quiere oír.

Tiano puso los ojos en blanco.

--¿Qué quieres decir con “en este ducado”?

Laie quiso proseguir con su disimulado interrogatorio.

--Te habrás dado cuenta de que todo ha cambiado –explicaba Macieu--. Hay muchos crímenes de los que no se habla pero nos enteramos porque algunos de esos heridos ingresan aquí. No sueltan prenda. Y han muerto ya varios de ellos.

--Ley de vida.

Tiano se encongió de hombros.

--Ya ha muerto demasiada gente en la guerra para tratar ese tema con tanta ligereza –le espetó, enfadado, Macieu.

--¿De qué te vas?

Tiano vociferó de una manera barriobajera y Riomer le puso una mano en el hombro a ambos.

--Nunca hemos querido muchas cosas de las que han pasado. Pero han sido así.

--Tu alma se ha ensombrecido.

--Si no queda otra opción para curar heridas con la risa. Al menos yo he sabido pasarlo bien en batalla. En Joreis nos divertimos –intentaba explicarse Tiano.

Laie pensó que lo estaba empeorando.

--No comparto vuestra idea de diversión –replicó ella.

--Decidí reírme y tomarme la guerra como un juego desde una expedición a una caverna… no me acuerdo del nombre. Lo que importa es que al llegar allí nos encontramos una pila de cadáveres calcinados, casi esqueletos de mujeres, niños, bebés… Después de aquello pasé tres noches en vela. Eran mis primeros días como soldado –relató con énfasis en cada frase, cada pausa, Tiano.

Después de aquello, Laie no logró sonsacar nada más sobre la misteriosa desaparición. Fueron contando anécdotas de guerra y, antes de que le llegara a ella su turno, procedió a marcharse al punto de encuentro con sus camaradas.

Casi había anochecido cuando marchó del centro médico de campaña. Llegó muy rápido a la plaza principal. Tambores daban la bienvenida a los que acudían a los festejos. La explanada de piedra color crema ya estaba atestada de gente entusiasta. El confeti caía haciendo remolinos multicolor en el cielo nocturno. Y las flechas llameantes de una exhibición de arqueros encendían las almenas de la incipiente noche.

Llegó al punto de encuentro meditabunda. En cierto modo, había desplegado toda su artillería que le permitía la tapadera. Estaba a la expectativa de lo que tuvieran que revelar los restantes miembros de la investigación. Se los había llevado a una taberna más íntima, una que asomaba a la plaza donde tenían lugar los festejos. No solía estar muy frecuentada, pero debido a su perfecta ubicación, ese día no serían oídos. Hoy estaría repleta.

.El comandante Sult y el inspector Neis ya se hallaban sentados con ropajes típicos del pueblo. Ni demasiado ostentosos ni demasiado humildes. Se reunió con ellos entre la ensayada estrategia de parecer viejos amigos. La capitana Ganesa fue la última en incorporarse. Llegó con un vestido sencillo, de color negro. Laie sintió que el viejo pero pomposo vestido de su hermanastra desentonaba en un local así.

Tras dejar pasar unos minutos en los que pedían sus bebidas y localizar un lugar donde evitar oídos indeseados, procedieron a contar lo descubierto. Como indicaba su entrenamiento, lo harían por turnos.

El inspector fue el primero en dar parte. Habló de un aumento de crímenes encubiertos por el ducado para no estropear los festejos.

--He oído hablar de eso –confirmó Laie profesional. Lo acababan de mencionar en el centro médico de campaña.

--Es un secreto a voces –corroboró el inspector Neis--. Está impulsando redadas contra el comercio ilegal y el contrabando. De momento tenemos tres detenidos. Una trabajaba para Arsío --. Laie asintió mientras el inspector tendía una foto de la susodicha que guardó disimuladamente--. Decía que vendía tabaco aunque su jefe la quería preparar para algo más.

--Estaré atenta por si la veo con mi padrastro. ¿Qué más?

El comandante habíadestapado los rostros mafiosos que se han juntado en Ruña. Se los mostró a Laie. Recordando la reunión clandestina de su padrastro, Arsío, reconoció a todos menos a uno.

--Resulta que es el mafioso con el que está en guerra con el resto.

--Lo reconozco --, confirmó el inspector Neis--. Llegaron dos casos a comisaría relacionados con él y qué de rumores he escuchado de los presos sobre asesinatos por ajustes de cuentas.

Además, siguiendo a gente llegada fuera de Ruña, el comandante Sult encuentró dos personas que parecían desaparecer en un punto que él llamó el pozo.

--Es como si se los tragara la tierra –afirmó--. Según mis pesquisas, sería en el centro, al este, cerca del puerto.

Laie asentía objetiva asimilando toda la información a la vez que apuntaba todos los datos en un informe.

--¿Tenéis un mapa de Ruña? –Preguntó.

El inspector dispuso un mapa sobre la mesa.

--El pozo debe estar aquí –señaló Laie--. Cuando acudí al centro con mi familia Arsío marchaba por esta calle en esta dirección--. Todos miraron concentrados. Laie seguía apuntando--. ¿Capitana?

 

--He ido a investigar donde Iri… Laie ordenó y escuché algo interesante de tres borrachos. Les sonsaqué que habían luchado para el bando enemigo y ahora, en Ruña, habían obtenido una nueva identidad. El tercero calló y no les dejó irse más de la lengua.

El ruido disminuyó lo suficiente mientras todos escucharon con atención la descripción de Ganesa.

--Debes volver allí.

--Debería detenerlos, mi señora –opinó el inspector Leis.

--Hay que tirarles más de la lengua. Veremos lo que les puede sonsacar la capitana Ganesa –resolvió Laie--. Después de eso puede provocar una pelea de bar y tendrás la excusa para dentenerlos.

--Mencionaron también un hombre encapuchado con un pasamontañas al que vio un uniforme azul –añadió la capitana tras asentir con una seca cabezada.

Se produjo un breve silencio. Su recelo aumentaba a medida que conocía nuevos datos.

--¿Alguien se comportó de manera extraña? ¿Tenía algún enemigo? –Inquirió Laie.

--Tan sólo mencionó problemas económicos. Y que no podía esperar toda una vida por lo que buscaba.

--Se nos escapa algo –terció el comandante Sult con voz queda.

--¿Por qué habló entonces? –quiso saber el inspector.

--Supe manejarlos en cuanto sospeché. Los hombres tienen egos grandes y sensibles.---.Ganesa se mostró descarada--. El truco es jugar con ellos. Y cuando hay alcohol de por medio es mucho más fácil.

Los dos hombres presentes apuraron un trago a sus bebidas y Laie aguantó las ganas de reír. Laie se dispuso a contar todo lo que había descubierto ante la buena escucha de sus interlocutores.

--Está bien. Seguiremos investigando –concluyó--. Este teorema parece tener secuencias lógicas y, con suerte, no tardaremos en resolverlo. Comandante …: acude al muelle en la cita convocada por Arsío. De incógnito, pero arriésgate si es necesrio.

--De acuerdo.

--Inspector, investigue la oleada de crímenes. Los nombres que le he dado y aparte la desaparición de Karine.

--Hecho.

--Ganesa, sigue sonsacando lo que sea: chismes, rumores, hechos… a los hombres que has conocido.

Asintió.

--Los cuatro, en distintos horarios deberíamos investigar el pozo. No conviene que una sola persona pase todo el día en tal escenario pero hay que permanecer la zona vigilada el máximo tiempo posible del día. No podemos perder ninguna pista.

Se percató rápidamente de un detalle. Uno de los encapuchados de la barra se dispuso a marcharse al mismo tiempo que ellos. Laie se mantuvo aparentemente tranquila y, tras despedirse, marchó en zigzag entre la multitud. Comprobó que el encapuchado aún la seguía. Dio un rodeo de felino para esconderse y ser ella la cazadora del hombre que la seguía.

Consiguió el efecto deseado. Gracias a su sigilo y destreza pudo observarlo quieto y mirando a alrededor, confuso. Laie se acercó a él. Desde luego no parecía bien entrenado en el espionaje.

 Lo atrapó y le quitó su capa.

Con la capucha negra y el grueso cuello vuelto del suéter, también negro. Rezumando su belleza y marcando su cuerpo, se trataba del doctor Dom.

--Dom, ¿se puede saber por qué me estás espiando? –Gritó ella.

--¿Será porque soy un chico malo? –Inquirió él arqueando las cejas de forma petulante.

Dejó deslumbrada a Laie durante unos segundos. No se daba por vencido. Le había descubierto en la reunión.

--Está vez te cubro, pero no puede volver a ocurrir.

--Creo que me he acercado a saber qué escondes.

Estaba harta de más disimulos y mentiras.

--Trabajo para el gobierno. Alto secreto –contestó ella.

Dom abrió mucho los ojos y soltó un silbido.

--Vaya para la buena chica. He de admitir que al principio pensé que trabajabas para el tráfico de tu padrastro.

Ella suspiró. Se sintió aliviada al poder revelar parte de la verdad a alguien. Sin embargo, no bajó la guardia.

--Eso nunca. ¿Alguna teoría más?

Se mostró risueña como si la mención al tráfico de Arsío, su padrastro, fuese algo más bien divertido, no preocupante.

--¿Poulei y tú estáis juntos?

Eso no se lo esperaba.

--¿Qué? No. Es cierto que él estuvo encaprichado por mí una época pero yo siempre lo he visto como mi mejor amigo –balbuceó Laie. Le había cogido con la guardia baja.

--Entonces he ganado la apuesta. El resto apostaron a que sí estabais saliendo juntos.

--¿Habéis hecho una apuesta sobre Poulei y yo?

Debía enfadarse pero era tan absurdo pensar en Poulei como un novio que rió carcajeándose ahogadamente.

--Te quiero para mí –ronroneó él.

Sintió una llamarada dentro de sí. Menos mal que ella no era de las que se sonrojaban. Era una agonía a la par que un éxtasis que hacía tiempo que no sentía. La abrasaba por dentro.

--No soy de nadie.

Laie le guiñó un ojo y él estalló en una risa socarrona.

--¿Más sospechas?

--Tú misma me lo has dicho.

Entonces resonaron trompetas con la melodía del himno del país y Poulei se encontraba frente a un estrado junto a ciertas personalidades y una mujer de larga cabellera rubia de figura estilizada en un estrado mostrando una gran sonrisa de dentadura de un blanco reluciente.

--Mira, va a hablar “tu amigo· --anunció Dom esbozando su sonrisa felina.

--En serio que sólo es mi amigo. Desde la infancia –insistió Laie.

La mujer empezó a hablar de la importancia de reconocer, durante los festejos del Laberinto de Poder, las hazañas de los héroes de guerra. Por ello, aquel día darían un discurso los guerreros más destacados de Ruña. Tras ovaciones la mujer pronunció unas palabras que Laie escuchó abochornada.

--Antes, es nuestra obligación rendir homenaje a la salvadora del pueblo. La verdadera heroína de la guerra. La mujer que dio fin a esta contienda que ha durado diez años. Irial.

El público enloqueció. Se escuchaban aplausos, gritos, silbidos. Laie tragó saliva pensando en cómo escabullirse. Extendieron un tapiz de dimensiones gigantescas con su retrato en dibujo. Frunció el ceño. Representaban a ella con su uniforme de batalla blandiendo una lanza. El uniforme era su armadura dorada, regalo de La Raza. Estaba hecha del material más resistente que existía en el continente. Su rostro, en cambio, lo representaban mucho más afilado de lo que lo tenía mientras que destacaban el tono rubio de su cabello.

--Recordemos las mejores hazañas de la guerrera Irial –prosiguió muy sonriente la mujer--. A sus veinticinco años ha logrado más hazañas que la gran mayoría de militares, mujeres u hombres. Fue crucial dirigente y vencedora de tres batallas: la de los diez mil hombres, la batalla de la Gran Bahía y la batalla de La Explanada Dorada. Además, cuando creíamos vencida la batalla de la Montaña Cavernosa, ella consiguió matar al segundo al mando de Nous--. Laie disfrutó recordando cómo había matado a aquel sádico asqueroso--. Finalmente fue ella misma quien dio muerte  a Nous y sus principales guerreros haciendo que Varister se rindiera y diera fin a la rebelión.

Se produjo otro estallido de aplausos. “Varister volverá”, pensó Laie, “y ellos no sospechan que todavía no están a salvo”.

--Queremos anunciar una subasta de algunos bienes que ha donado al reino. Su yelmo de la batalla de La Explanada Dorada, y una de sus mejores dagas con empuñadura de plata y oro. Ahora procederemos a ver un teatro de títeres con la representación de la muerte de Nous.

Laie estaba irritada. Había dejado en palacio muchas pertenencias de la guerra como gesto de que ya había luchado lo suficiente con la guerra terminada. La reina había sido tan sinvergüenza de subastarlos. Estaba crispada y harta.

--Larguémonos de aquí.

Agarró a Dom del brazo y tiró de él rumbo a la casona del centro médico.

--¿Adónde vamos? Agente secreta –preguntó burlón.

--Te llevo a casa --. Arqueó las cejas--. Los tiempos cambian. Hay chicas que llevan a su casa a otros chicos.

--¿Conoces a Irial?

La pregunta de Dom le pilló por sorpresa. Siempre lo hacía.

--No he tenido el placer –refunfuñó ella.

--Se diría que tienes algo personal contra ella.

Laie seguía caminando esquivando gente y pensando lo absurdo de la afirmación de Dom.

--¿Por qué iba a tenerlo? Trabajo para ella… y todo el gobierno en general.

Dom la miraba muy atento. Guardó silencio hasta que salieron de la muchedumbre. Quiso cambiar de tema.

--¿Por qué no huiste de mí si sospechabas eso? ¡Te dejé inconsciente!

--Te lo repito despacio y claro: quiero saber más de ti. No me pienso alejar de ti.

A Laie se le aceleró el corazón.

--Eres irritante.

El viento había amontonado todo el confeti contra las fachadas hasta llenar todos los rincones. Dotando a la estampa del aspecto de un arcoíris en la noche. Los estandartes colgaban como lanzas. Las almenas ardían iluminando con un rubor rojizo el lugar.

--Creí que me podría perder sin salvación en tu mirada --. Dom le agarró el rostro. Laie quiso parecer inmutable pero estaba disfrutando--. ¿Crees en las cosas mundanas? Comer, beber, dormir… El amor es algo más. Para mí, al menos. Quizás hablo para mí mismo.  Quiero darte lo que me inspiras. Quiero más de ti.

--Quieres parar.

Laie se deshizo de su agarre, desconcertada. De no haber sido por su experiencia militar, se hubiese mareado.

-- Siempre he querido más de lo que puedo recibir –comentaba Dom como para sí durante el trayecto por las calles de Ruña. Laie guardó silencio. --Conoces mi pasado. Te harás una idea pero nunca sabrás suficiente. A pesar de todo por lo que he andado, nunca pude renunciar a la vida y a la luz de existir y aprovechar cada día como si cada momento fuese el único. Eso me ha hecho entender mejor mi trabajo. Traer y dejar marchar vidas. Vidas que surgen, vidas que se van. Un ciclo vital. La magia de la existencia.

Laie pensó que quizás había bebido demasiado para soltar semejante perorata. Sin embargo, le agradaba escucharlo.

--Y, sin embargo, no dejo de ver gente como tú, soberbia, que se quejan de sus vidas.

--Cada aliento fresco es un regalo –se rindió ella ante sus palabras.

Por extraño que pareciera, se lo creía todo. Estaba realmente convencida de que el doctor Dom no era más que un mero curioso con una mente brillante y un inconsciente con fe en el amor. Sentía regocijo ante los elogios tibios y la charla pseudo filosófica que compartía con el doctor. Una parte de ella se estaba despertando y le hacía creerse más viva. ¿Se estaba enamorando? Sería un inconveniente. Decidió cambiar de tema.

--Veo que no te han hecho daño esos matones. O quizás te dieran semejante golpe en la cabeza que te hace decir esas cosas.

Dom rió con la melodía de carcajadas que Laie estaba empezando a amar.

--Bueno, al menos mi muñeca derecha quedó sana. La que me deja trabajar.

Estaban llegando a la dársena que mostraba un mar oscuro reflejando los rayos de plata de la pálida y reluciente luna.

--¿Te parece motivo de broma?

--Estirada. Así por lo menos podré escribir.

--Con el puño.

Esta vez era ella quien bromeaba.

--Escribo. De verdad.

--¿Ah,sí?

--Tan difícil es de creer?

--¿Qué tipo de literatura? –Se interesó Laie mientras se internaban por el sendero.

--Lo que me salga de la cabeza. No soy ningún novelista de éxito. Y mis poemas no son recitados por el mundo. Tampoco escribo obras de teatro. Escribo para mí--. Laie meneó la cabeza, asintiendo conmovida--. Ya sé que crees que un tipo como yo no puede escribir…

--Shhh… Al igual que tú crees que una jovencita de buena familia como yo no sabe dar golpes.

--No lo creo. Lo he visto.

--¿Cómo me has localizado? –Laie realizó la pregunta que más le intrigaba y que más había pospuesto.

--Te seguí.

Resopló, pero decidió concederle una tregua.

--Yo también creo que puedes escribir, aunque no lo haya visto.

--Una chica de buena familia que da buenas palizas y un chico de los suburbios que escribe. ¿Haríamos buena pareja, no?

Ambos rieron al unísono. Llegaron a la casona.

--Tenemos que despedirnos –anunció Laie--. Escucha, no soy ni la chica buena ni la chica mala.

--¿Eres la chica claroscuro?

--Sí, supongo que sí--. Dom estaba abriendo la puerta. Ella no quería entrar, de momento--. Debería dejarte marchar. O hacerte escapar. Pero yo tampoco quiero alejarme de ti.

 

Mientras emprendía el camino de vuelta a la casa de su familia adoptiva tuvo tiempo de despejar la mente. Dom le llamaba la atención a la par que le sorprendía. Que un hombre que solo la conocía como Laie y no como Irial mostrase ese interés hasta fascinación por ella e<<ra algo raro. Y cómo hablaba de ella. No era como la mayoría de los hombres. No era egoísta. A pesar de su chulería no era vanidoso ni orgulloso. Era violento, pero noble. Lo había pasado mal y no las pagaba del todo con el mundo. Él era infinitamente mejor que ella.

El regreso había parecido mucho más largo que toda la caminata del día. Se desplomó, cansada y sin ganas de pensar, sobre el colchón con jirones y muelles sonoros. Estaba cómoda, de todos modos. Había muchos asuntos pendientes antes de partir de Ruña. Se durmió con esa idea en la cabeza.

Al día siguiente, se despertó sonriendo. Había soñado con Dom.

Decidió mantener sus pensamientos ocupados en cosas productivas. Tras una rutina habitual en la que esquivó a Gía, se pasó la mañana haciendo copias cifradas de los informes y también organizó los horarios para controlar “el pozo”.

Había prometido investigar y solucionar el entramado de Ruña eficientemente como la soldado más reconocida que era. Pero ¿y sus sentimientos? No podía prometer controlarlos. Hacía tiempo que no sentía lo que llamaban mariposas en el estómago. En Ruña nunca lo había sentido. Se le hizo un nudo en el estómago al recordar lo mal que había acabado la situación la última vez que se había sentido así, hacía tres años. Era una historia que nadie conocía. Absolutamente nadie. Hasta ella misma nunca osaba pensar ni siquiera en su nombre.

 Quiso creer que Dom era distinto. Demostraba ser leal, de buen corazón, inteligente e increíblemente guapo. Además, se sentía muy cómoda en su presencia. Era de esa clase de gente que transmitía confianza y le confesaría hasta tus secretos más turbios.

Tomó nota mental de ese detalle. No podía irse de la lengua por muy bien que se sintiera con él. Sin embargo, quería darse la libertad de amar a alguien. Era el primer paso para salir de donde estaba y la melancolía que le suponía tener que vivir con su familia adoptiva para luego traicionarlos. Se le antojó absurdo dejarse llevar de aquella manera por sus sensaciones y sentimientos. Había aprendido a ser fría y dura. Se puso manos a la obra para distraer su tan bien mente entrenada.

Sonaron tres golpes en la puerta de su cuarto. Laie había dejado claro que se encargaría ella misma de limpiarlo. Escondió rápido todos los archivos y abrió.

--Laie, tienes visita –dijo Gía más sonriente de lo que se solía mostrar con Laie.

--¿Quién es? –rezongó.

--Un oficial llamado Poulei. ¿Me lo presentas?

Dio un portazo y agarró la copia del informe de Poulei, riendo entre dientes al ver que le gustaba a su hermanastra. Bajó corriendo las escaleras hasta la puerta de la entrada.

--Hola, ¿Podemos buscar algún lugar más tranquilo para charlar? –le dijo a Poulei.

Su hermanastra y su madrastra miraban con demasiada curiosidad en el recibidor.

--No acabará solterona después de todo –oyó murmurar a Gía.

Poulei y ella se alejaron hasta la verja del jardín.

--En cuanto lo de ayer, tengo este informe que puedes llevarte, aquí no puedo hablar –explicó rápidamente Laie. Luego adoptó una mueca burlona--. Has estado espléndido esta noche.

Le guiñó un ojo pero Poulei seguía serio.

--Si ni me has visto… Escucha, he tenido un encuentro con la duquesa… quiere verte esta noche a las 19. Creo que lo sabe…

Laie abrió mucho los ojos.

--Shhh. Está bien, pero tendrás que cubrirme. Me gustaría preguntarte que diablos quiere pero no es momento ni lugar.

--Tiene que ver con la investigación –afirmó Poulei--. A las siete allí, en su castillo.

Entonces tuvieron que callar y fingir una charla más trivial mientras un policía se acercaba a la puerta metálica de la verja. Vestía uniforme de bajo escalafón. Parecía impresionado por la casa de Arsío. “Lo que me faltaba”, pensó Laie.

--Mi padrastro no está disponible –dijo, adoptando la tonalidad más amable que su voz le permitía.

--Es una citación para la señorita Laie al calabozo de Ruña.

--¿Qué?

Laie no se lo explicaba. Podía ser asunto del inspector…

--Un preso solicita su ayuda. Su nombre es Dom.

Aquello era peor. ¿Es que ese chico iba a dar siempre tantos problemas?

--¿Dom? ¿Citándote a ti? Tienes que contarme muchas cosas –Poulei parecía casi tan sorprendido como ella.

Laie agradeció y despachó al policía lo más rápido que pudo mientras organizaba sus pensamientos.

--Hoy no tengo tiempo de dar explicaciones –-le espetó a Poulei. Ahora era él el que adoptó una mueca burlona. Laie le lanzó una mirada asesina y se puso más serio. Procedió a darle instrucciones--. Léete eso. El sobre está cifrado, ten cuidado. Cúbreme, di a mi hermanastra que paso el día contigo. Está ahora mismo espiándonos por la ventana de la cocina pensando que no me doy cuenta. Esperará algún beso o un chisme. Irá corriendo a recibirte. Aunque no explique lo que le cuentes muy bien a mis padrastros ellos se lo tomarán como algo habitual en ella. Se morirá de celos pero por lo menos mi familia no hará preguntas.

Poulei asintió con disciplina.

--Ya quisiera yo hacerlas.

 

 

lunes, 4 de enero de 2021

Capítulo 3 "Laberinto de Poder"

 

3 BUENA CHICA

Al llegar a casa ya era de noche. La claridad del día dio paso a una noche callada y constelada, iluminada por farolas mediando los caminos. La casa de su familia también se mostraba llena de luces, lista para la reunión que tendría lugar. La noche agrandaba su estructura y pensó en el contraste con la casona de Dom, reconvertida en centro médico. Se topó con su padrastro en el jardín que fumaba pipa muy pensativo sentado en el porche. Le dirigió una mala mirada.

--¿Listo para la reunión? –Preguntó lo más amable que pudo, Laie.

--No es de tu incumbencia. Será dentro de dos horas.

Laie meneó la cabeza en señal de asentimiento.

--¿Tú de dónde vienes? –Inquirió Arsío con brusquedad.

--No es de tu incumbencia –se limitó a responder Laie para luego internarse en la casona.

Al llegar a su habitación se deshizo de su pesado vestido y se puso un ligero camisón que también era una antigua prenda de su hermanastra Gía y una bata con jirones. Debía esperar escuchando atentamente al menor indicio de una reunión en su casa durante dos horas. Decidió que podía aprovechar ese tiempo para empezar a investigar.

Durante la hora siguiente se volcó con el trabajo de indagar en los archivos. No veía nada claro. Rostros de todo tipo, hombres y mujeres con una breve descripción de sus circunstancias. Ninguno aparentaba de primeras ser sospechoso. No obstante, procedió al descarte. Hasta cualquier culpable podría parecer inocente sin ahondar en su fachada.

Acorde con la investigación tomó un folio y se dispuso a apuntar posibles nombres de personas que provenían de fuera del pueblo de Ruña. Había desde soldados rasos, un par de oficiales, sanitarios, personal de limpieza, administrativos etc,  sobre todo militares. Cuando iba por la mitad de los archivos y ya tenía algo cansada la vista vio algo inesperado.

El archivo de Dom.

Ahí estaba, su foto. En blanco y negro sin desmejorar su rostro. Pudo fijarse mejor en sus facciones y era realmente guapo. Sonreía con picardía a la cámara ostentando sus dos hoyuelos en sus mejillas. Laie sintió curiosidad. Marchó como no válido. Acabó medicina en cuatro años. Luego acudió, obligado, a una batalla en la que desertó. Acabó dos años de cárcel en cárcel con historial de violento. Una hoja en blanco y las cosas cambiaron. Los dos años anteriores se dedicó a ser médico en los frentes y en otros hospitales hasta llegar a Ruña. Volvió a fijarse en su lugar de procedencia y, tal y como ya sabía, era de fuera de Ruña.

Laie tuvo que cerrar la carpeta de archivos unos instantes. Aquel doctor la desconcertaba del todo. Sentía que estaba atraído por ella pero ¿se lo merecía Laie realmente? Alguien capaz de construir un hospital con escasa ayuda a cambio de nada podría querer a un monstruo como ella que mataba, espiaba, torturaba… A la guerrera Irial causante de la muerte de miles de personas… Se lavó la cara para centrarse. Algo le decía que Dom no era más que el chico que aparecía en el expediente. Un No Válido con historial violento pero de buen corazón reconvertido en doctor. Sin embargo, también decidió guardar su expediente junto con los de los posibles sospechosos porque él sabía algo. Sabía que estaba investigando sobre su padrastro. Quizás tenía algo que ver con el gobierno.

Decidió que al día siguiente contactaría con sus compañeros de investigación para la primera reunión. No había pasado ni una semana, pero ya había indicios para empezar a pensar en grupo. Además, habría un festejo. Así pues, sería una noche propicia para pasar desapercibidos en Ruña.

Volvió a revisar los expedientes. Esta vez la sorpresa fue mayor. Encontró el expediente de su padre biológico, Yoe.

Se quedó sin aliento. Su corazón comenzó a latir con todas sus fuerzas. No se lo esperaba, en absoluto. Había olvidado a su familia biológica desde hacía más de una década. Supuso que había empalidecido. Menos mal que no había nadie allí para verla. Se puso a leer rápido su expediente. Era breve. Estuvo dos años en el frente y regresó a Ruña herido…

. Estaba hiperventilando. Laie tenía padres humildes que tuvieron que darla en adopción porque eran demasiado pobres como para mantener un bebé. Se la dieron a la familia de Arsío, que acababan de perder un bebé. Sin embargo, en el momento de la adopción tenía cuatro años y su padre no había cambiado demasiado veinte años después y aún tenía su rostro grabado en la memoria junto al de su madre, Zalia.

Sin duda, al día siguiente acudiría a ver al doctor Dom. No se refería a Arsío cuando insinuó que podría encontrar algo sobre su padre. Se refería a su padre biológico, Yoe. Ahora tenía la miel en los labios. Se había encendido la chispa que le hacía querer volver a ver a su verdadera familia.

Tras media hora llena de pensamientos de nostalgia, escuchó los primeros sonidos de la reunión vespertina que iba a tener lugar. Con renovadas esperanzas en el cuerpo, decidió volver a ser objetiva y ejecutar su plan.

Escuchó con la oreja pegada en su puerta como iban llegando, al menos, ocho personas y Arsío se mostraba muy amable y dicharachero charlando con ellos. Tenía dos opciones, o espiar desde el exterior de la casa o desde el interior. Desde el exterior no le sería difícil debido a su experiencia en rastreo y sigilo. La parte mala de aquel plan era que, si por casualidad la descubrieran trepando por la casa, estaría claro que desmontaría su tapadera y ya no podría seguir investigando a su padrastro de primera mano. Optó por un plan más sencillo. Escuchar desde el pasillo y, cuando saliesen del salón de reuniones de su padrastro, al verla ella forzaría el vómito y fingiría estar de camino al cuarto de baño por encontrarse mal.

Cuando el pasillo se sumió en un silencio tenso, Laie salió de su cuarto.

Se dispuso a caminar en cuclillas para que sus pisadas no sonasen. Ella ya era muy sigilosa de por sí, Había aprendido de los mejores. Pero cualquier medida era poca. Al llegar al salón de reuniones agradeció que los presentes hablasen tan alto. No parecían tan dicharacheros como a la llegada.

Laie forzó el vómito de la manera más silenciosa posible. Nunca era agradable vomitar pero, por pacientes que había observado que comían para luego echarlo todo, había aprendido a meterse los dedos hasta expulsar algo de su estómago. Totalmente asqueroso, pensó. Acto seguido, colocó lentamente su oreja derecha en la puerta.

--Robábamos de todo. Y si una empresa no accedía… Huelga. Los destrozaba. Ay, cómo han cambiado los tiempos –decía una voz.

Laie tomó nota mental y siguió escuchando la conversación sin poder identificar los nombres.

--Me gustaría ayudarte. ¿Qué quieres de mí? No tengo competencia en ese campo ni me parece justo.

--Hay gente que alegra con sus cartas y otra que no –reconoció a Arsío.

--Con mejor clase de gente.

--Supongo. A saber –replicó Arsío.

--Le das mil vueltas a este pueblo.

--De momento, me necesita.

--Solo por problemas de la clase media alta.

--Lo que necesito de vosotros es de alto secreto.

Laie agudizó la escucha.

--Dentro de poco llegarán nuevos visitantes que necesitarán de mis nuevos servicios.

--¿Nuevos servicios?

--Digamos que estoy expandiendo mi mercado.

Se produjo un silencio.

--Necesito total protección en la ruta del tabaco. Hoy no entraré en detalles –habló Arsío ante la decepción de Laie, quien estaba memorizando todo lo que escuchaba--. Fijaremos donde vosotros sabéis una reunión dentro de tres días a la misma hora que hoy.

--En el muelle –corroboró una voz.

De pronto, la puerta se abrió y Laie siguió con su teatro. Diferentes hombres mayores y jóvenes parecían sorprendidos de ver a Laie y su rastro de vómito.

--Laie, ¿qué demonios haces aquí?

--Disculpa, padre. Me encontraba mal y me dirigía al cuarto de baño. Ya sabes que en mi cuarto no dispongo de uno. Por el camino he vomitado.

--Limpia este desastre.

Se dispuso a limpiar el vómito pero permaneciendo en su posición por si escuchaba algo más de interés. La conversación semejaba no tener nada en particular. Con oído agudo, Laia supo distinguir a su alrededor cuál le era de interés. Y tanto. En principio parecían tan sólo dos buenos socios de alguna empresa cuyo nombre descartó rápido. Pronto sonó el nombre de su padrastro. Parecía que quería que fueran conscientes de lo que allí se trataba y de la cariz de su misión. También discernió algo sobre que tuvieran hacia él total lealtad o si no todos morirían.

--No quiero que nadie me obligue a nada. No estar en una jaula –dijo su padrastro antes de despedirse.

Había compartido con él los suficientes días como para saber cuando su tono de voz se mostraba preocupado, a pesar de su coraza. Había sido interesante. Eso pensaba cuando marchaba de nuevo a su cuarto y se hizo la dormida.

Su cabeza no paraba. Pensó en una persona a quien ver antes de a Dom. La Sibila del pueblo de Ruña. Era legendaria. Se decía que en todo el país las verdaderas sibilas eran escasas pero que la de Ruña era verdadera. Solo que no hablaba con cualquiera. Una sibila era como un profeta. Podía predecir el futuro y contestar respuestas a curiosos.

Al principio, le pareció una idea absurda. Seguramente era una farsante. No obstante, se acordó que cuando pasó tiempo con La Raza ellos le revelaron que las sibilas y los profetas eran miembros de La Raza que hacía doscientos años decidieron inmiscuirse con los humanos. La Raza… Irial (ella) era famosa por haber convivido con La Raza y haber aprendido conocimientos de ellos.

Era cierto.

Se trataba de una especie de forma humana con poderes sobrenaturales, longevidad y una sabiduría superior al de cualquier hombre o mujer. Fueron ellos quienes la acogieron y la bautizaron como Irial tras ser ella la última superviviente en la batalla que colindaba con su reino. Accedieron a sanarla y Laie aún se preguntaba qué habían visto en ella para acogerla durante meses. Aprendió de ellos destreza en lucha y estrategia. Incluso su idioma.

Sí, antes del alba iría a ver a la Sibila de Ruña.

Durmió apenas cuatro horas. Cuando despertó aun era de noche pero decidió que ya era hora de levantarse. No volvería a conciliar el turbio sueño que había tenido. Se aseó y vistió en silencio y con rapidez. Eligió otro de los vestidos viejos de Gía. Uno más cómodo para la ocasión. Ingirió lo primero que encontró en la cocina como desayuno y dejó una nota para recordar a su familia de acogida que seguía viva.

Rápida, enfiló el camino hacia la casa de la Sibila.

Por el camino se preguntó si había sido un error o una oportunidad del destino volver a Ruña. Había acarreado lastres y, sin embargo, había avivado esperanzas a las que había renunciado hacía muchos años. Sacudió la cabeza en el camino al centro. Eran órdenes de su rey antes de morir. Como militar que era debía cumplirlas eficientemente. Se preguntó hasta qué punto se pondría difícil la misión. Y cuánto tenía que ver la muerte del rey en ella. Laie no era de las que creía en las coincidencias tan extrañas como aquella. Se centraría en las órdenes pero tampoco descartaba que, en breve, trataría de hacer justicia al hombre que confió en ella. El rey.

Las calles estaban desérticas, aparte de algún solitario transeúnte que bien podía ser alguien madrugador por costumbre o por obligaciones. La casa de la sibila estaba en medio de una plaza con un gran jardín de césped y rosas color carmesí. Sabía que la gente evitaba ese lugar. Cuando era pequeña había acudido a curiosear y recordó observar como alguien llamaba a su puerta sin tener respuesta. La Sibila no había sus puertas a cualquiera.

Tomando aire, se acercó al gran portalón de madera de la casa de piedra de dos plantas, ancha y escueta. Llamó fuertemente y esperó.

Quizás estuvo plantada en la puerta un minuto que le pareció un siglo cuando la puerta crujió y una mujer mayor la abrió con esfuerzo. Estaba encorvada con el lacio cabello gris muy largo cayendo sobre sus hombros y un rostro de concentración con ojos de un azul que demostraba que era ciega. Era la Sibila. Laie se mantuvo impasible. La Sibila levantó despacio sus manos y empezó a acariciar el rostro de Laie, rasgo por rasgo. Asintió para sí. Le hizo una seña a Laie para que pasase.

Siguió, intrigada y sintiendo escalofríos, a la anciana Sibila por su casa en penumbra. Atravesaron un corredor de piedra con varias puertas de color pardo. Entonces, entraron en la que estaba al fondo del pasillo. Se encontraron en un cuarto que Laie juraría que se trataba de una pequeña caverna. Estaba conformada por piedra similar a la de las cuevas. Tenía dos asientos extraños. Estaban dispuestos uno frente al otro pero haciendo que los que se sentaran no pudieran verse el rostro. Frente a un asiento, había una fogata. La hoguera era pequeña y escasa, formada solo por cenizas, brasas y unas cuantas ramas quebradas.

La Sibila hizo señas a Laie para que se sentase y ella se dispuso a mirar las llamas. Laie obedeció. Se mantenía con semblante impasible y dispuesta a actuar al mínimo indicio de amenaza. Al fin, la anciana habló:

--Llevaba mucho tiempo esperando tu visita, Irial.

Habló con voz profunda. Un eco de sabiduría. El corazón de Laie comenzó a latir fuerte. ¿La había reconocido?

--Soy Laie –la quiso corregir ella, mostrando desconcierto en su voz.

--Parte de ti es Laie, parte es Irial –terció la Sibila hablando pausadamente.

--Algunos me llaman así –reconoció, finalmente Irial. No había secretos para una verdadera Sibila.

--¿Con quién hablo ahora? –preguntó la Sibila. Su voz retumbaba en la estancia como un eco--. ¿Con la guerrera que ha salvado una nación e inspira a millones de personas, famosa por su coraje o con la chica resentida y miedosa de que vuelvan a rechazarla?

Laie tragó saliva.

--No le sigo.

--Ay, Irial, tu camino no ha acabado todavía.

La Sibila se carcajeó.

--¿Y si no quiero seguirlo? –preguntó, crispada, Laie.

--Cuando llegas tan alto tan sólo puedes seguir subiendo porque si no, caerás al vacío con gran dolor. Tienes mente muy diestra y un alma flaca de necesidades. Tienes una gran coraza impenetrable que oculta un corazón marchito --. Laie estaba muda ante la sabiduría de aquella anciana--. Pregunta lo que tengas que preguntar. El tiempo es un bien muy preciado—Insistió la anciana.

--¿Varister volverá a mi camino?

Lo preguntó de una manera casi inconsciente. No era aquella pregunta lo que le había llevado a ver a la Sibilia. No obstante, tras comprobar sus dotes, una parte de ella quería saberlo. Su parte llamada “Irial”.

La Sibila rio grotescamente. “Conoce el secreto, claro”, pensó Laie.

--Sí y vendrá a recomponer lo que se ha roto.

Laie dedujo que se refería a que intentaría volver a reunir al bando enemigo. Mal asunto.

--¿Tiene algo que ver con la muerte del rey? –Interrogó con voz más firme, esta vez, Laie.

--Nunca subestimes la ambición de una mujer poderosa –contestó enigmáticamente la Sibila.

--¿A qué mujer te refieres?

--Siguiente pregunta.

Laie inspiró.

--¿Debo mostrarme a mis padres biológicos?

--Eso solamente te lo puede responder tu corazón –contestó la Sibila, frustrándola--.Sueña. Los sueños son esperanza. Y la esperanza es la luz del final del túnel cuando las personas caen hacia lo más bajo.

--No es de cobardes cobijarse ante la lluvia –terció Laie.

--Irial, hemos acabado por hoy.

--¿Qué quisiste ver en mi rostro cuando me tocaste la cara en la entrada?

Se resistía a marcharse.

--Quería comprobar la belleza que te ha dotado convivir con la Raza.

Dicho tal, la anciana abrió una puerta que había pasado desapercibida para Laie hasta el momento y se desvaneció, plantando a Laie quien de pronto se encontraba sin explicarse el modo, frente al portalón de la entrada. Salió crispada y nerviosa.

“Te está probando. Igual que si fueras una niña pequeña.” Laie no podía parar de pensar mientras enfilaba el camino a su siguiente objetivo, Dom. El alba despuntaba y los rayos rojizos de sol se iban intensificando a medida que llegaba con paso ligero y rápido al puerto y el sendero que conducía a la casona en medio del bosque. Donde estaba construido el improvisado hospital y donde se encontraba la casa de Dom.

Llamó a la puerta con fuerza. Dom, vestido de ya de uniforme médico y tan bien arreglado que era la encarnación de la belleza, esbozó una sonrisa cansada pero descarada al ver a Laie.

--Vaya, vaya, la pequeña ladrona.

--Toma.

Laie le plantó los archivos que le habían sobrado a Dom, que los agarró riéndose.

--Desde luego como ladrona dejas mucho que desear.

Su atención se distrajo sintiéndose absurda. Era extremadamente guapo pero ella era objetiva y racional. No se dejaba distraer por esas pequeñeces superficiales. Además, su historial sentimental era un desastre. Un desastre que dolía. No podía repetirlo. Al menos, no debía.

--Será porque no lo soy. ¿Cómo sabías lo de mi padre biológico? –espetó, autoritaria.

--Sabía que encontrarías algo de utilidad en los archivos.

--Sin evasivas, por favor.

--Sube, te lo diré en mi despacho. Aquí te vas a congelar con ese vestido de niña buena.

Giró sobre sí mismo y Laie siguió su paso. Subieron por una escalinata de madera a la segunda planta, que Laie aún no había conocido. Había cuatro puertas que antes habrían sido meras habitaciones sin mayor uso que como residencia. Se preguntó cuál sería la de Dom. Al llegar a la primera a la derecha, abrió y entraron.

El interior era asombroso. Muy luminoso y espacioso. Aunque multitud de cosas llenaban ese espacio. Había una vidriera y las ventanas daban vistas a un claro del bosque. Dom se quitó la bata de médico y se apoyó sobre su gran escritorio marcando más sus musculosos brazos.

--Tu padre biológico fue criado mucho tiempo de mi abuelo, el famoso doctor--. Empezó a contar. Laie prestó mucha atención--. Yo lo conocí. Era una gran persona. Un día llegó con un problema a contárselo a mi abuelo. Un problema muy difícil. Había tenido una hija pero su mujer había enfermado y no se podían permitir mantener a una niña de cuatro años. Mi abuelo sabía que tu madrastra no podía tener hijos y estaba desesperada por tener uno. Al ser médico de tu madrastra, mi abuelo lo sabía al contrario que la gente. Por eso le aconsejó que te entregaran a Arsío.

Laie se tomó una pausa para procesar todo que Dom respetó.

--¿Cómo lo sabes? Tú no eres de Ruña. Podrías saberte la historia pero, ¿cómo me has reconocido? –Preguntó, al fin.

--Solía pasar temporadas aquí con mi abuelo. Unas pequeñas vacaciones.

Dom la miraba fijamente mientras ella reorganizaba sus pensamientos. No sonreía burlón, como solía hacer. Parecía haber adoptado su papel de doctor.

--¿Cómo era? –Quiso saber Laie.

Dom se puso un abrigo y dijo:

--Quizás es mejor que lo veas. Dejaré una nota a Marila de que me tomo el día libre.

--¿Marila?

--La doctora Marila. Es la segunda al mando.

El corazón de Laie comenzó a latir fuertemente ante la expectativa de volver a ver a sus padres biológicos. Ambos se encaminaron hacia el pueblo. Cuando se aproximaban al sendero del bosque, los largos rayos del sol de la mañana caían en diagonal entre las ramas de los árboles, tiñendo de dorado las gotas del orballo del norte.

Laie seguía en silencio cuando llegaron a las primeras calles. Dom rompió el silencio, mirándola con ojos tiernos.

--¿Qué tal la vida de buena dama?

Laie resopló, y el rio como buen entendedor.

--Muchas matarían por estar en tu lugar.

Ella sonrió e intentó disimular sin responder.

--Hay que disfrutar más las cosas en lugar de preocuparse tanto por ellas –terció él.

Se giró para mirarlo mejor. Sus grandes ojos oscuros parecían decididos.

--Nadie es perfecto. Todos tenemos algo de lo que avergonzarnos--. Contestó, resuelta.--Cuanto más riqueza bebas más sed de ella tendrás.

--¿Cómo fue tu vida en la guerra? –Quiso saber él.

Laie se preguntaba porque Dom mostraba tanto interés en ella. Quizás aun conservaba la belleza de la que la gente hablaba, de la cual le había dotado la Raza. Ella nunca se había parado a pensar en ello. Llevaba años sin preocuparse en absoluto por parecer guapa. De hecho, entre el yelmo de guerra y las mascarillas del hospital de guerra apenas había mostrado su rostro. Y, aunque de eso se tratara, no dejaba de ser un monstruo. Demasiada gente había sido asesinada, mutilada, torturada, por su culpa.

--Haces preguntas que parecen dardos –terció con voz queda mostrándose ofendida--. Comprende que esté nerviosa por ver a mis verdaderos padres.

El asintió. Tras un par de minutos corriendo juntos avanzando a zancadas, llegaron a uno de los barrios más humildes de toda Ruña. La actividad matutina resplandecía entre voces de gente que iba y venía por diferentes comercios. Dom pareció emocionarse y agarró a Laie hasta que atravesaron la tan transitada vía y esconderse en un callejón.

--¿Se supone que vamos a ver algo? –Inquirió Laie, dejándose llevar.

--Mira la clínica veterinaria –susurró sonriendo, Dom.

Era un local sencillo con paredes de cristal. En el interior había un hombre y una mujer que reconocía perfectamente. Su madre había ganado peso y tenía el cabello rubio más corto. Sin embargo, aun conservaba la energía y la sonrisa afable que Laie escasamente recordaba de su infancia. Su padre, charlaba animadamente con un niño que tenía un cachorro de perro lanudo en sus brazos.

--Nos quedamos aquí –ordenó Laie.

--Entiendo –concedió él, caballeroso--. Mira, tienes el cabello de tu madre. Y los ojos de tu padre. Son buenas personas…

--Una clínica veterinaria… --murmuró Laie para su asombro.

--Cuando tu padre marchó a la guerra tu madre la abrió. Supongo porque es una mujer fuerte y no quería depender de nadie. Antes tenían un herbolario –explicó Dom.

Laie, meditabunda, se acordó de todo el amor por los animales que sus padres le habían inculcado. No pudo evitar sonreír como una tonta regodeándose en sus rostros, en sus movimientos. Se regalaría la vista con ellos toda la vida.

--Otro día volveré y me presentaré –murmuró ella.

Abrazó a Dom.

--Gracias, de corazón.

Entonces, ocurrió algo inesperado.

Laie se giró sobre sí misma rápidamente. Una panda de cinco hombres, con mal aspecto, los miraban con sonrisas de triunfo y llenas de malicia.

--El dinero, jóvenes –ordenó el más alto, que parecía el líder.

No quería problemas callejeros. Quería mantener a salvo a Dom. Se dispuso a sacar un pequeño saquito con monedas de uno de sus bolsillos. Dom se adelantó a ella:

--¿Queréis que os reviente la cara?

Laie lo miró con los ojos como platos. Su rostro no era el de siempre. No había rastro de su picardía burlona ni de su compasiva profesionalidad. Una vena le estallaba en la frente y desbordaba ira.

Los matones soltaron risas y silbidos.

--El chico quiere jugar.

--¿Qué tal si nos prestas a tu amiguita?

--Sí, estará más guapa sin ese viejo vestido.

Todo sucedió muy rápido. Dom saltó sobre el hombre que tenía más cerca. Consiguió derribarlo y empezó a darle puñetazos en la cara, rompiéndole la nariz. Al principio, los compañeros se quedaron paralizados. No se esperaban esa reacción. Laie se debatía entre actuar o no. No debía exponerse ni revelarse. Entonces, Dom se irguió y dio una patada a otro de los hombres en la ingle. Este retrocedió y gritó.

--¡Corre, Laie! –Gritó Dom.

Los de la pandilla reaccionaron. Agarraron a Dom y lo arrastraron al fondo del callejón. Dom se resistía y consiguió asestarles más golpes. Solo que ya eran cinco contra uno, a pesar de que dos estaban heridos.

Empezaron a darle a Dom una paliza y el doctor cayó al suelo. Laie se decidió. Lo iban a matar si no intervenía. “A él no”, pensó.

--Chicos, ¿no me queríais a mí? –Preguntó Laie que apareció sigilosa entre ellos.

Rápida y eficiente como la mejor luchadora que era asestó golpes diestros en partes cruciales, realizó piruetas para esquivar sus torpes golpes y acabó por dejar a los cinco inconscientes en el suelo. “Aficcionados”. Resopló. Se acercó rápidamente a Dom, que tenía varias contusiones y una brecha en la frente.

No obstante, no estaba inconsciente como los otros. Inmóvil, con los ojos muy abiertos la miraba con una mezcla de asombro y horror.

--¿Estás bien? –Preguntó Laie con delicadeza.

Desgarró su vestido para hacerle al doctor un lazo en la frente y parar el flujo de sangre de la brecha. Dom le apartó la mano.

--¿Cómo has hecho eso? ¿Quién eres?

Laie no sabía cómo responderle. Se había expuesto, después de todo. Se decantó por disimular.

--Dom, te han dado un golpe muy fuerte en la cabeza y puede que confundas cosas –dijo muy despacio, como si le hablase a un niño pequeño.

--Soy médico y sé que estoy perfectamente –replicó rápidamente y alterado--. También sé lo que he visto… Laie. Va a ser verdad que realmente no eras ninguna buena chica. Nunca he visto luchar a alguien así. Ni hombre ni mujer.

--Realmente estás confundido –insistió.

Dom se levantó con algo de dificultad.

--Escondes algo y lo averiguaré –afirmó con voz ronca.

--Buena suerte--. Laie decidió escabullarse de la mejor forma posible. Algo que no supusiera la misión en peligro--. Escucha esto, agradezco que me mostrases a mi familia adoptiva. De corazón. Pero deberías evitarme. No soy buena compañía.

Dom esbozó una sonrisa amarga.

--Descubriré lo que escondes.

--No deberías. Deberías alejarte de mí y agradecer que te haya salvado. Conozco tu historial también te aconsejaría que dejaras de pelearte con la gente. Eres buen doctor de buen corazón…

La interrumpió, acercándose a ella y agarrándole el cabello. Se estremeció ante su contacto. Sintió visos de calor recorriendo sus venas. Lo mejor era desaparecer ya.

--¿Y si no quiero alejarme de ti? –preguntó recuperando un tono de voz aterciopelado.