martes, 29 de diciembre de 2020

Dos primeros capítulos de "Ellas y lo que realmente pasó"

 

PRÓLOGO

“Hay mucho que preguntarle a la humanidad. ¿Y si estuviera trabajando en algo que no tiene que ver con la humanidad, ningún tipo de vida biológica, ni tan siquiera con el planeta?”

Alisa, de estatura mediana y demasiado delgada por alimentarse prácticamente a base de trabajo, con una larga cabellera oscura y ondulada, se dispuso a fumar un cigarrillo en medio de la noche. Estaba haciendo horas extras no remuneradas, dado que ella misma era su jefa, en el prestigioso Centro de Física de Galicia, inaugurado hacía pocos años en A Coruña. Estaba frente a la costa. Disfrutaba de aquellos momentos que duraban cinco minutos de pausa en medio de su investigación para fumar. De algo habría que morir. Era lo que le repetía siempre su abuela que había muerto tras una larga vida, con más de noventa años por un ictus y se pasó su vida fumando como una carretera.

“Habrá brechas y desigualdades, escasez de recursos. Lo que nos espera es más grande y podría solucionarlo.” Así tranquilizaba las voces que la culpaban en su mente. Al menos, Alisa quiso preparar a la humanidad para el cambio. Porque Alisa era parte de ese cambio. Más que eso. Era el cerebro del cambio. Muchos investigaron cómo fue sucediendo pero nadie ha obtenido hasta ahora su resultado final. Las páginas de la historia experimentarían un cambio como cuando se inventó la escritura, como cuando se descubrió el fuego.

Los genios se consumen como una mecha rápida. La genialidad es una vela en plena combustión. Peor aún, la gente que se considera genio muchas veces se consume en su mente y en su vida más rápido que cualquier llamarada. Multitud de genios habían fallecido jóvenes. Hasta el mismísimo Jesucristo, quien no aprobarían lo que Alisa estaba haciendo. Ese era el pensamiento de Alisa nada más entender que algo iba mal.

Atisbó una sombra de complexión ancha y fue lo suficientemente ágil para esquivar un disparo. No le sorprendió que el disparo fuese dirigido a su pierna izquierda. No era mala puntería. Llevaba mucho tiempo esperando aquel momento. Cuando alguien de los que ella sabía le quisieran arrebatar su trabajo. Chantajearla con su vida con tal de dárselo. Eso no se quedaría así. Les iba a arrebatar su último asalto.

Tendría que gritar. ¿De qué le serviría gritar? Antes la gente ayudaba y socorría a personas en necesidad. Ahora los héroes estaban en peligro de extinción. La gente prefiere mirar hacia otro lado en lugar de ponerse en peligro para ayudar a otros. Debía salvarse por sí misma… o lo que quedaba de ella. Lo que la haría inmortal.

Corrió escuchando otro disparo causado para provocar miedo, no otra cosa. La situación no iba a terminar bien. Agarró lo más rápido que pudo con un pulso tembloroso su tarjeta identificatoria del Centro de Física. Allí podría estar a salvo si tan sólo se trataba de un robo o cualquier otro tipo de crimen que no tuviese que ver con lo que ella sabía y su trabajo.

Se agazapó sobre sí misma a la altura del garaje respirando entrecortadamente y jadeando a causa de una mezcla de esfuerzo y miedo. Entonces escuchó abrirse la puerta principal. Todos los caminos la habían llevado hasta allí. El atacante conocía su obra, sus estudios, su investigación.

Corrió hacia su coche. Miró de reojo si la silueta estaba próxima. Comprobó que aún disponía de un tiempo de margen. Mientras sus piernas desentrenadas clamaban por reposo, dedujo que el enemigo utilizaba una pistola de caza. En aquel centro elitista era común tener por hobbie algo pijo. Del estilo de la hípica, caza o, una versión más inofensiva contra los animales, el golf.

Quiso arrancar cuanto antes su coche de gama media. Algo falló. Los auriculares. Siempre había sido un misterio su desquiciante manera de enredarse. Ahora se habían hecho un lazo con sus llaves, misteriosamente. Maldijo para sus adentros y decidió dirigirse al único lugar en el que solía sentirse segura dentro del centro de física: su plaza de garaje transformada en trastero.

La luna estaba alta y ella hecha un desastre mientras agarraba un bidón de gasolina. El mechero ya lo tenía desde hacía tiempo. Un tanto cutre, era de los baratos que te regalaban en el estanco al comprar una cajetilla. No debía fallarle, era crucial y vital por todo lo que había conseguido.

Se quería aferrar a su preciada vida. La adrenalina era un chute en aquel momento que siempre creyó poder afrontar. Ella moriría, sus descubrimientos sobrevivirían. Había unas cuantas personas en el mundo que podrían encontrar su escondite. Estaba segura de que no le fallarían o, al menos lo intentarían. Cerraría los ojos y no miraría atrás. Aquello por lo que había trabajado había merecido la pena. Y su enemigo no debía poder tocar ni un ápice de todos sus logros.

Pensó en “el” lo que pudo haber sido y no fue. Él siempre había tenido razón. El trabajo la mataría, aunque ni él se imaginaba cómo. “El amor no se extingue, tan solo cambia, como la energía”, quiso aliviarse. Le había hecho ser una princesa moderna y ella siempre le ganó todas las batallas sentimentales logrando, de ambos, el más puro de los amores clandestinos. Comenzó a pensar y rememorar personas que se habían cruzado por su vida. Vaya, sí que era cierto que cuando estás a punto de morir ves tu vida rebobinada. Había y vivido todo lo que quiso. Estaba en paz. Lista para marchar.

Sabía lo que tenía qué hacer.

Todo su trabajo estaba guardado en aquella plaza de garaje último modelo. Ella misma la había reconvertido en trastero. Allí, disimuladamente, guardaba todo lo que tenía que ver con su investigación. ¿Su plan? Todo ardería. Su atacante, su trabajo y ella. Era lo más importante, que el enemigo no le arrebatara lo que había conseguido tras años de estudios y pruebas en su trabajo e investigación. Solo había otra manera de recuperarlo. Un pendrive que sabía que ciertas personas podrían encontrarlo.

Llegó el fornido encapuchado apuntándole con su escopeta de caza. No le dejó amenazarle.

--Arderemos juntos, capullo.

Roció lo más rápido que pudo todo con la gasolina, ignorando disparos fallidos de su atacante. Respiró hondo cuando se dio cuenta que era demasiado tarde para dar vuelta. Agarró su mechero e hizo arder el trastero.

Mientras oía los gritos de sufrimiento de su enemigo y las llamas empezaban a llegar hacia ella y lograr que bramara de dolor con sus pies empezando arder, el último pensamiento de Alisa fue: siempre es una lástima quemar el conocimiento. El conocimiento nunca debería arder. Aún gritaba de dolor cuando consiguió farfullar en un susurro con su voz aguda:

“Hay decisiones en la vida de las que no puedes escapar. De este tipo, algunas cambian tu vida para siempre. Otras, te matan.”

 

 1 EL MENSAJE DE VOZ

Davinia se despertó cubierta por rayos de luz de la tarde temprana en su piso situado en el centro de Madrid. Lo que le despertó realmente fue el sonido de unos acordes de guitarra en una habitación cercana. Se trataba de Helena, su compañera de piso que le daba a la guitarra o al teclado, en carencia de un piano. “A ver como entona hoy su canción de hoy”, pensó mientras se levantaba rumbo a la concina a hacerse un café con leche en la máquina de múltiples sabores. Una de las pocas en que ambas compañeras habían logrado ponerse de acuerdo.

La cocina era pequeña pero bien reformada. Su madre hubiese admirado el hecho de que tuviese vitrocerámica y todo para ser un piso en el centro de Madrid. La canción de Helena ese día carecía de letra. Eran unas notas hechas para un fondo, nada destacable. Había entonado más canciones que sonaban mejor. Apuró el café y se dirigió a la mesa escritorio del salón. Su cuarto era demasiado pequeño para trabajar en su portátil fuera de la cama. Es que era un piso pequeño…

Su compañera de piso es una extraña joven universitaria llamada Helena que no hacía honor a su nombre, no era guapa del todo. Se suponía que, en la Grecia clásica, Helena era la mayor belleza nunca vista y, por su culpa, se había declarado la Guerra de Troya. Qué más daba su nombre. Era discreta y parecía que no existía. Hacía todo por su cuenta. Por eso, Davinia se decidió por esa compañera de piso en pleno centro de Madrid. Era lo más parecido a vivir sola sin tirar de sus ahorros y de la salvajada de cifras de precio por metro cuadrado de la zona.

Helena tenía veinte años mientras que Davinia tenía treinta y cuatro y estaba enfrascada en su tesis de periodismo de investigación. Tras muchos años había logrado licenciarse por la Complutense y aprobar todas las asignaturas del máster. Se encontraba buscando un tema para el trabajo final. Nada llamaba su atención y no es que buscase un aprobado fácil. Se había tirado dieciséis años pretendiendo que estudiaba mientras disfrutaba de la fiesta madrileña y aún así se había licenciado y casi acabado el máster, a pesar de lo poco que había dedicado estudiar. No estaba mal del todo.

La guitarra y el teclado era lo que más la comunicaban con Helena. Era una joven que solía cantar y componer cuando se sentía triste. A ver cómo sonará esa melancólica canción… Pensaba Davinia en cuanto escuchaba unos indicios de instrumento en el cuarto de enfrente. Solía disfrutar sus canciones. Le hacían conocerla. No eran grandes cosas, tan sólo temas de joven idealista y enamoradiza.

Situó un documento de Word en blanco. Las notas de la guitarra de Helena le inspiraron a escribir:

 Érase una vez una niña que creció en gracia y dicha. Tenía todo lo que deseaba y necesitaba. Conseguía todo lo que se proponía por sí misma. Y, sobre todo, unos padres y amigos que la querían. Pero aquella niña cayó presa de una maldición. Se trataba de la lucha de ángeles y demonios. Ambos echaban un pulso sobre la pequeña. ¿Quién de ellos más bien o más mal le causarían a la niña mientras crecía? Le sucedieron éxitos y calamidades al mismo tiempo. A veces, parecían ganar los ángeles, otras, los demonios. La niña creció aprendiendo a convivir con lo mejor y lo peor de la vida. A medida que se hacía mayor, no supo si culpar al destino a la par que agradecerlo por lo que le sucedía. Dudaba del sino o de sí culparse a sí misma por sus fallos o sentirse orgullosa por sus virtudes. El destino y la suerte se conjugaban con su voluntad para el resultado final de la niña. Y aquella lucha seguía aun cuando dejó de ser una niña.

Lo borró todo. Compadecerse de sí misma en vano servía para empezar de una vez una novela que, en principio, pretendía que se tratase de una comedia romántica con toques sexuales. Le habían asegurado que eso vendía mucho en aquel momento. “Accesibles y aceptadas para todos los públicos”, se repetía siempre. Lástima que sus experiencias románticas no hubieran sido las de un cuento de hadas, precisamente.

Miró su móvil. Whasapps que no tenía ganas de leer. Notificaciones de redes sociales. Algún correo y un mensaje de voz. Le llevó una hora contestar a todo. Hasta que escuchó el mensaje de voz con el sonido de la guitarra de Helena de fondo.

Alisa había muerto.

Tuvo que dejar caer el móvil al suelo. Por suerte, la carcasa era tan buena que no sufrió ningún rasguño. Volvió a escuchar el mensaje de voz. Era el padre de Alisa, más hundido que nunca. Hacía más de diez años que no oía su voz. Parecía destrozado. No el hombre afable e inteligente dueño de un negocio fructífero de mecánica que había conocido en su juventud.

Alisa y ella fueron amigas desde los cuatro años, en el parvulario. Conectaron rápidamente. Todo lo que rodeó la infancia y la adolescencia de Alisa parecía sacado de un cuento de hadas. Cuando los padres de Davinia murieron, la acogió como la hermana que nunca había tenido y Davinia se sintió parte de ese cuento. Aristócrata, encantadora, dulce, amable.

Luego llegó Rose, Rosa. Y las tres fueron un trío de las mejores amigas que no se repiten en la vida.

Se acercó al montón de objetos antiguos que guardaba en su cuarto que aún daban mayor aspecto de desorden a su pequeño cuarto. Agarró un álbum de hacía doce años.

Revisando su álbum de fotos de adolescente, se sintió desbordada ante la cantidad de fotografías de las tres que conservaba. Rosa, Alisa y ella en mil y un lugares. De viaje. De fiesta. De estudios. De cafés. De cervezas. De algo más fuerte que las cervezas. Haciendo locuras. Hasta de cuando juraron amistad eterna juntando la saliva de sus manos.

Siempre se había sentido la oveja negra de las tres. Alisa, de cabello rubio y ojos oscuros con una sonrisa que siempre parecía que coqueteaba con la cámara. Brillante, matrícula de honor de bachillerato. Siempre amable y alegre. Aunque con sus rincones oscuros, como todas. Rosa, realmente llamada Rose. Una irlandesa que llegó a España con diecisiete años y recuperó los cursos que no pudo convalidar con ellas. Guapísima de ojos azules y cabello negro como el azabache pero increíblemente brillante, largo y liso.

Lo último que sabía de ellas había sido por las redes sociales. Hacía tiempo que no hablaban. La distancia las había separado demasiado. Sabía que Alisa se había doctorado en algo de física y que Rosa ahora era abogada, casada, madre de una niña pequeña. ¿Y ella? No era del todo malo, se repetía.

Sin embargo, había una pieza que no cuadraba sobre lo que había explicado el padre de Alisa sobre su muerte. ¿Un incendio en su trastero? Si era la persona más ordenada, poluta e hipocondríaca del mundo.

Tecleó en Google diarios de A Coruña que pudiesen cubrir la noticia. Encontró varios artículos como en La Voz de Galicia y La Opinión que hablaban de un asalto al Centro de Física de A Coruña, inaugurado hace pocos años, con la consecuencia de la muerte de una trabajadora y un atracador.

Para una periodista de investigación, abandonando el sentimentalismo, eso olía a tema para proyecto de fin de máster de periodismo de investigación.

A sus treinta y cuatro años todavía estaba buscando un buen tema para su trabajo de fin de máster. Tras haberse dedicado más a la fiesta que al estudio había logrado sacar la carrera desde los dieciocho hasta los veintiocho y, después, el máster. “Peores casos” habrá, decía siempre Tamara como intento de ánimo. Ella era camarera de uno de los clubes más selectos del centro de Madrid. Por suerte, siempre tenía turno de mañana cuando la llamaban con contratos de tres o seis meses, dependía de la temporada. Davinia combinó los últimos años el máster con artículos en diarios locales o independientes con poca repercusión. Durante toda su vida, en total, doce artículos. Apenas beneficios. Tamara y ella eran inseparables, pero no era un vínculo como el que había tenido con Alisa y Rosa antes de marchar a la Complutense.

Tras la investigación, caviló. Volaría a Coruña. No sólo por respeto a su difunta amiga. Es que eso olía a material de trabajo.

“Ay niña, con el miedo que te dan las tormentas y tú te bañas en ellas ocultándote de la calma del sol”.

Esa frase llegó a su mente sin recordar quién se la había dicho exactamente. ¿Quizás una profesora?

Necesitaba aire de verdad. No el cargado ambiente del piso, puesto que tanto Helena como ella eran fumadoras. Unas fumadoras que se fugaban del balcón para no exponerse a la intensa vida madrileña de su calle. Así, por una de las pocas veces, Davinia fue al balcón. Tras abrir una oxidada llave del ventanal se asomó al ajetreado exterior sin reparar en nada más que en sus propios pensamientos. Pensó que el verdadero aire lo respiraría en Galicia, lejos de su nuevo hogar: Madrid Central. Aunque ello supusiera hacer frente a su familia. Ya que sus padres habían muerto hacía muchos años. Davinia tan sólo tenía dieciséis cuando ocurrió la tragedia. Y justo acababa de recuperarse de un tumor en el útero.

Y sentía el dolor por la muerte de su eterna amiga. Aunque quiso fingir no hacerlo.

Distinguió unos acordes de guitarra junto con la voz de su compañera de piso cantando “Inevitable” de Shakira. A Davinia ya le había ocurrido demasiadas veces la historia de esa canción. Helena aún era novata recién entrada en la veintena.

“Inevitable”. Reparó que era inevitable algo que las volviese a reunir. Hasta la mismísima muerte. Hasta sus carreras profesionales. El destino, que cada una había elegido para ella misma. Sin quererlo, para las tres.

Era el momento de luchar con su pasado, a la vez que con su presente. Sin complejos. Sin explicaciones. Sin excusas. Al fin y al cabo, tenía unos ahorros de los que nunca tiraba.

Se dispuso a coger un billete por internet para las seis de la mañana: Madrid – A Coruña. Sólo ida.

 Recibió un mensaje de Tamara. Tenía que despedirse de sus amigos y no estaría mal una putivuelta como las que comentan las influencers, antes de meterse en un avión. Odiaba madrugar y estaba condenada a cadena perpetua a eso hasta que acabase el máster. Iría de reenganche a Barajas. Tampoco quería tirar de sus ahorros. Un billete a una hora más decente subía mucho más de precio.

Aún eran las siete de la tarde y hasta las nueve no saldría. Dedicó el tiempo restante a prepararse para el viaje de sólo ida. La maleta, unos copia y pega de internet para leer en el avión, prepararse para la fiesta y, hablar con su casera de veinte años. Además de su preparación mental para enfrentarse a su lugar de nacimiento.

Necesitaba una primera lista para la empezar la investigación sobre la muerte de Alisa: sus contactos en las redes sociales, sus correos enviados y recibidos. La primera parte era fácil. Para la segunda, necesitaría un acceso especial. Y, por último, saber si su muerte era realmente digna de ser investigada.

Todo apuntaba a que así era.

Era fiel a la creencia de que la educación servía para que cualquiera supiera pensar y se valiese por sí mismo sin tener que depender de las notas de cualquier profesor y no tener como fin ser gobernado por otros, como un profesor o unas pautas dictadas y cambiadas por la ley cada cierto período de años… o por cada nuevo gobierno, en ocasiones.

Recordó de quién era la letal retórica que había recordado hacía apenas una hora, palabras de su madre: “Ay, mi Davinia, lo mucho que te atrae y te ves envuelta por tempestades y lo que te aburre la calma y el sol”. Metáfora o no, eso era precisamente volver a Galicia en Otoño.

“Tengo que encontrar las palabras”. Pensó cuando marchó con vestido negro ajustado y tacones de aguja a juego, arrastrando una maleta.

--Escucha, Helena. Me voy unos días a Galicia porque ha muerto una familiar--. Al fin y al cabo, Alisa había sido como su hermana y aprovecharía por ver a su familia. No mentía--. Te seguiré pagando el alquiler aunque no esté en Madrid.

Por algo tenía sus ahorros, aunque no quería tirar de ellos.

--Mientras sigas pagando, por mí como si vas a China.

Vaya, había hablado más que unos pocos monosílabos. Helena estaba eufórica, pues. No era para menos. Un piso para ella sola mientras le pagaban. Qué chollazo. Lo primero que se le vino a la cabeza con su compañera de piso fue: simbiosis. Luego, Davinia pensó que Helena mantendría un cadáver en una de sus habitaciones siempre que no le molestase y siguiera cobrando replicar.

A veces sentía que nunca debería dejar de buscar porque casi nunca hay respuestas. Los periodistas aprenden que deben encontrar la verdad. Ella quería ser de las buenas, de las que la conseguían. Muchas veces se sentía un fraude al fracasar. No quería que esta fuera una de aquellas veces.

 

sábado, 26 de diciembre de 2020

Proxecto Atlántico

D.E.P.  Lino Braxe.

No pudimos acabar este proyecto, pero aquí quedan cinco poemas que compusimos en cadena para ese posible poemario. (En galego). 


1

Hola. ¿Alguén ahí? ¿Podes oírme?

Quizáis cabalgando entre ondas de pálida escuma

Rociadas de luz polo sol haia alguén que poda escoitar.

Mar profundo e escuro. Mar de infinitas cores.

Veleno de abrazo mortal de estar así de resistente.

Distingo o manto escuro do océano Atlántico

Rodeado por praia de fortes rochas e fina area.

Veo aos que bañan nas máis cristalinas augas

E os meus pensamentos non os tocan,

Xa que nin tan sequera salen polamiña boca.

¡Qué historias agacharán! ¡Qué traxedias e ledicias!

Mais por sorte a esperanza guía cal faro as xentes.

Cidade de nubes e sol, escoita o legado da miñaloita.

Fortes coma aceiro son miñas ganas de non fuxir.

Burlando o meu mal non quero saír de este mundo.

Celebraría coma os aburridos. Riría coma os serios.

Bebería coma os sobrios. Loitando así con corazas

De amor; con espadas de humor, con fusiles de felicidade.

Por algo son a filla da palabra vida.

 

 

2

Ser filla da vida é a arquitectura escrita do edificio da vida.

Desde a miña fiestra intúo os xogos dos cativos na praia.

Unha doenza con vistas ao mar é menos doenza.

Deberíamos continuar respirando

para que os paxaros canten a nosa amizade

e as plantas medren ao calor da música das nosas palabras.

Ser filla da vida é a aceptar a dor que nos consume

e fabular a existencia das trinta e tres illas douradas.


3

A vida a carón no océano Atlántico é vida de festa.

E crer que sí existen as trinta e tres illas douradas,

Coas súas trinta e tres irmás de prata e bronce ao sol.

E crer en máis de trinta e tres soños, ledicias e amizades.

Crer en que a vida é inmensidade e infinita coma o mar.

Entre o ruxe ruxe das ondas, entre o ruxido da brétema.

A nena, a moza, a muller, a princesa, a campesiña, a guerreira.

O neno, o mozo, o home, o cabaleiro, o mariñeiro o pirata.

Todas as súas verbas perdurarán pois todos somos inmortais.

Na auga e no océano naceu a vida e nel acabará. Quizáis.

Todas as nosas verbas perdurarán para que nesas illas fabuladas

Morran as dores e as penas coma faro de esperanza na noite.


4

A esperanza da noite son os faros do alén.

A doenza é o tránsito cara non sufrir.

Cando leo as túas cartas e os teus poemas

sinto que o hospital se precipita sobre as augas.

E nesa hora cando sucede.

Xusto nesa hora da tarde,

a brisa sobre a cerdeira 

se atreve a desafiar o canto da loia

e os mares son fiestras asolagadas

nas mentes dun golfiño.


5

A marea amanece xogando coma a inocencia.

Qué caprichoso está o mar! Qué rápido se enfada!

 Envestindo as súas ondas nas rochas con furia bailando,

ao compás do vento e do estruendo do seu silencio.

Non serei cinza da sombra, senon liberdade

a carón do sol, luz de ouro na escuma das augas.

Refulxente entre os teus golfiños e os peces,

competindo sen envexas coa lúa de raios de prata.

Nas dunas plasmarei os mais escuros pensamentos.

Desprendereime deles nunha botella de cristal

 para que naufraguen  no desorden dos acantilados.

Que quebren para ter mentes sen males.


viernes, 11 de diciembre de 2020

Haikus

 Os dejo una serie de haikus escritos para el club literario Olladas. Los haikus son un tipo de poesía de origen japonés que buscan, lejos de la rima, el verso a poder ser con métrica de 5 o 7 sílabas y tres líneas. Suelen tratar de temas sencillos.





En otoño las hojas

Desnudan los árboles

Para el césped vestir.

 

Ruxe o vento

En mudo movemento

Escoito os ecos.

 

Suéñame ya hoy

Y dormiré, pues,

Con tu recuerdo.

 

Tic tac de reloj.

Contaba segundos ir

de tiempo infinito.

 

Dejó ir a su sombra.

Se dio la vuelta.

Halló su alma.

 

El día claro

Olvidaba la luna

Recordada por ocasos.


martes, 8 de diciembre de 2020

En cuanto a las personas tóxicas...

Se me ha ocurrido este poema para los abusones mentales en general. Bien sean casos graves y dignos de respeto como maltrato psicológico como violencia machista, bulliying o maltrato psicológico en general o bien, simples personas tóxicas que por diversos motivos como la envidia o el despecho te quieren hacer sentir peor.

EN CUANTO A LAS PERSONAS TÓXICAS


Mi risa es más fuerte que tus cadenas.
Digo cadenas, oféndete si me rio.
Son amagos de represión vacíos.
Son amagos de miedo que dan pena.

Oh, pobre intento de opresor barato.
Como en una peli de terror de serie B,
de esas que ya nadie quiere ver.
Sigues cayendo tan bajo,
con tus arrebatos tan vanos...

De un cerebro plano.
Sin aspiraciones.
Sin ilusiones.
Para un cabello cano.

Tú envidia 
y tu desidia
a esa, la parca
te hacen cercana.

¿Me importa?
Nada.

Sigue mintiendo.
Sigue creyendo
que tus necias palabras
en mi hacen llagas.

Mientras tanto,
mucho, ¡y cuánto!
Seguiré bailando
con mi cuerpo,
mi espíritu y mis palabras....
Con mis almas hermanas....