martes, 18 de septiembre de 2018

Capítulos 19 y 20 "El camino que nadie nombra"



19

Tras la orden de Dani y sin perder un instante, enfilo el camino hacia la tienda de campaña donde supuestamente descansan los miembros del equipo de Hafix. Una ráfaga de aire gélido azota mi rostro al atravesar el campamento. Mi euforia mengua y algo me devuelve a la realidad; pues aún estamos dentro de una guerra y no está todo ganado. Sin embargo, he conseguido mi objetivo, algo que parecía imposible hace apenas unos días.
Al llegar, algunas miradas curiosas se fijan en mí de gente que ya ha despertado en la hilera de camas. Ignorándolas, me reúno con el grupo de la presidenta.
—Dani me ha pedido que os haga ir a su tienda de campaña. Quiere unirse a vosotros —anuncio en voz baja.
—Sí que es eficaz esta muchacha —dice Henry.
—Sabía que eras nuestra mejor baza —la presidenta se levanta con tranquilidad, como si todo aquello fuera un asunto rutinario y no una misión de alto riesgo.
Nos encaminamos a través del campamento en una noche fría pero despejada, sin contar tres nubes solitarias que dibujan figuras de mil formas interpretables en el firmamento y de las cuales se asoman, centelleando, relucientes estrellas. Al entrar en la tienda de campaña de Dani, se respira una tensión palpable en el ambiente.
Dani y Pedro permanecen observando a los recién llegados; y ellos hacen lo mismo. Todos me olvidan, como si yo no fuera más que otra pieza en este tablero de ajedrez. Al fin y al cabo, todos se tratan de estrategas renombrados. Al final, es la presidenta quien rompe el silencio:
—Este es el inicio de una nueva alianza, una alianza histórica, como nunca se ha visto en los últimos cien años —habla la presidenta con su voz suave a la vez que firme, con la barbilla levantada y tono solemne—. Hafix y Lanan uniendo sus fuerzas por motivos nobles; como son derrocar una dictadura y traer la libertad, democracia y justicia a un pueblo sometido.
La presidenta tiende la mano. Mi hermano es más de utilizar una espada que las palabras, así que se limita a sonreír y estrecharle la mano a la presidenta de forma muy enérgica, apuntando hacia abajo su palma de la mano, pero me percato que la presidenta al instante coloca ambas manos de forma perpendicular al suelo y le devuelve la misma energía. El gesto se repite con todos los miembros del equipo.
—Antes de nada quería daros las gracias —dice Dani con los brazos cruzados—. No solo habéis salvado y cuidado a mi hermana, sino que también me la habéis traído con vida. Os estaré siempre agradecido —Repara en todos los presentes como si buscara algo—. ¿Quién es Paolo?
—Yo —responde Paolo.
—Siempre estaré en deuda contigo porque has sacado a mi hermana de Daos.
--La mocosa tiene agallas—. Paolo se encoge de hombros—. Por mí solo hubiera sido imposible. He tratado de guiar a su salida a mucha gente pero solo ella lo ha conseguido. El mérito no es mío.
—Miranda —. Esta vez Dani se dirige a mí—. He hecho llamar a Tom y a Marc. En estos momentos deben estar fuera esperando. Puedes quedarte aquí para escuchar y reunirte con ellos más tarde o puedes ir con ellos ahora mismo. De todas formas te contaremos lo que hablemos.
Por un lado quiero quedarme, formo parte del equipo que quiere destruir a Conan para acabar con su régimen totalitario encubierto. Pero por otro lado me muero de ganas de verlos.
—Iré con ellos —decido finalmente.
Dani hace un gesto con la mano para instarme a que salga y, sin pensarlo dos veces, tomo la puerta que me indica.
La penumbra del exterior, apenas iluminada por antorchas y una hoguera junto a los rayos de la luna, semeja fantasmagórica. Reparo que, en esa hoguera, hay dos jóvenes. Se trata de Tom y Marc. Me dirijo a ellos sigilosamente y me siento a su lado.
Me miran perplejos y yo solo soy capaz de regalarme la vista con su imagen. ¡Cuántas veces no los he visto en mis sueños y pesadillas, soñando con este momento! Tom viste un uniforme blanco no muy pulcro, como parece ser todo en esta guerra. Sin embargo, al contrario que los demás, lo veo hasta mejor que antes. Ya no parece el muchacho asustadizo y tímido que conocía. Ahora se me antoja más seguro y decido.
—¿Traes órdenes de Dani? —Pregunta Tom.
Marc se queda callado, mirando fijamente mi colgante. No respondo, sino que miro a Marc tocando el colgante. Él me devuelve la mirada como si acabase de comprender algo importante.
—No puede ser —musita, incrédulo.
—Soy Miranda, chicos.
Decido ser más cauta a la hora de revelar quién soy que de la manera que he hecho con Dani. No quiero perder este precioso tiempo volviéndolos locos, como ha pasado con mi hermano.
—¿Miranda? Pero… ¿qué haces aquí? ¿Y por qué tienes ese aspecto? —Inquiere Tom.
—Es una larga historia, ¡Me alegro tanto de veros!
Les doy un gran abrazo con un torrente de felicidad inundando mi corazón. Ríen a carcajadas y me devuelven el abrazo.
—¡Es increíble que estés aquí! —Exclama Tom, eufórico—. Bueno, quiero decir… es terrible… no deberías estar aquí… pero es fantástico a la vez…
—Deberías estar en casa, a salvo —me espeta Marc, taladrándome con sus ojos grises. Después, me acaricia el rostro con ternura. Veo melancolía en él. Pero, para mí, parece que no hay mejor visión en el mundo que ese rostro y no puedo apartar la vista de él, mientras siento sus caricias sobre mi tez.
Me dispongo a contarles todo lo que he vivido hasta llegar hasta el campamento de Lanan. Al igual que Pedro y Dani, no interrumpen. Sin embargo, es apreciable en ellos el asombro o incluso admiración. De pronto, siento que me cuesta un mundo volver a repetir toda mi historia. He revivido tantas veces los horrores que he pasado que ahora noto que, cada vez que los repito, el miedo vuelve a mí. De vez en cuando, hago pausas en las que los recuerdos invaden mi mente de forma tan intensa que creo que son reales, que han vuelto. Luego me repongo y sigo hablando. Muchas veces tengo que reprimir las lágrimas, sobre todo al recordar las muertes que he presenciado y, sobre todo, las que he causado yo. Al final de mi relato, clavo la vista en el suelo y recuerdo a los carroñeros lanzando a su víctima de forma fría a las enredaderas para que la mataran.
Pero algo me devuelve a la realidad. Marc me besa.
Entonces nada más existe. Solo estamos Marc y yo fundiéndonos en ese beso en el que dos almas perdidas se reencuentran. Por un instante, parece que todo ha quedado atrás, que no han existido esas semanas de horror y nunca hemos tenido que despedirnos. Aunque el embrujo desaparece al separar nuestros labios, la sombra de los sentimientos que ha dejado en mí me hacen sentir mejor.
Tom está clavando la vista en una piedra del suelo. No creo que le parezca interesante, supongo que se sentiría un poco incómodo. Decido abrazarlo y darle un beso en la mejilla.
—¿No os enfadáis de que haya decidido ir a Daos?
Marc toma mi mano y yo la agarro con fuerza. Nunca más quiero soltarla.
—Las órdenes de Dani fueron venir hasta aquí y no enfadarnos, oyésemos lo que oyésemos.
—Unas órdenes que nos parecieron extrañas, por cierto —añade Marc.
Me rio como hacía mucho que no reía. No es una risa amarga, es una risa feliz.
—No puedes imaginarte, Mirs, lo que me alegra verte. Te quiero tanto. No ha pasado un instante aquí en el que no haya pensado en ti —dice Marc con lágrimas en los ojos. Quiero decirle que siento lo mismo. Pero estoy tan abrumada que no me salen las palabras, así que un beso habla por mí.
—Yo también te quiero con locura —le susurro al oído. Reparo en que no puedo contarle todo lo que he pensado de él en este tiempo, ya que siempre temía que estuviera muerto y eso lo asustaría. Pero al final consigo decir—: siempre he pensado en ti.
Tras una pausa en que creo que sucumbiré de nuevo a las lágrimas, decido romper el hielo.
—¿Y vosotros? Contadme lo que habéis hecho.
El mundo parece un lugar maravilloso mientras los escucho. No parece que estemos en el corazón de la guerra, en el ojo del huracán. Olvido la árida tierra y me siento en un oasis. Al fin y al cabo, he conseguido mi objetivo, todo por lo que tanto he luchado y sufrido.
Tom consiguió librarse de luchar para trabajar como ayudante de la enfermería. Dani afirmaba delante de otros dirigentes que era un enclenque y solo entorpecería la batalla y que, al fin y al cabo, era mucho más útil como enfermero. Por supuesto, todo esto era teatro. Pidió disculpas cientos de veces a Tom de lo que decía de él. Ya que, al fin y al cabo, tenía que salvarlo de forma creíble.
Para salvar a Marc, Dani también fue crucial. Pero de una forma que me desagrada. Le causó un corte a Marc no muy grave para él pero si lo suficiente para que mi hermano fuese capaz de convencer que sería más útil al ejército como chico de los recados. De hecho, casi no tenían a gente para esas funciones, así que los demás militares aceptaron.
Mientras hablamos a la luz de la hoguera permanezco agarrada a Marc. Siento que nuestra química es fuerte, incluso con nuestros gestos estamos conectados. Si él se mueve, yo me muevo. Si yo lo miro, él me mira. Siento que somos uno y no lamento haber tenido que pasar por cientos de tormentos hasta llegar a este momento.
Al despuntar el alba, tengo que luchar contra mis párpados para que no se cierren. A pesar de que no quiero que el día llegue a su fin, el sueño me invade.
—Deberías descansar, Mirs —me dice Marc con ternura—. Te llevaré a mi tienda para que duermas.
—No quiero —contesto bostezando y ellos se ríen.
—Id, avisaré a Dani de dónde estás cuando salgan. Parece que la reunión se alarga —nos insta Tom.
Había olvidado lo que estaba ocurriendo dentro de la tienda de Dani. Es cierto que se alarga mucho. Aunque tampoco llevamos tanto tiempo al lado de la hoguera. Ya que pisamos tierra entrada la noche y, desde entonces, han ocurrido muchas cosas. Finalmente, decido que debo dormir y permito que Marc me guíe a su tienda de campaña.
El amanecer dota de tonos rojizos al cielo y los pájaros pian, anunciando la llegada de un nuevo día. Las antorchas siguen encendidas pero el sol las eclipsa. Marc me lleva, cogidos de la mano hasta que llegamos a su tienda. Es mucho más modesta que la de Dani pero, al menos, puede permitirse tener una propia, aunque sea pequeña. Marc me conduce con delicadeza a su cama y me arropa con dulzura.
—No me dejes sola —digo, con una voz que suena infantil. En el fondo tengo miedo de dormirme y despertar, siendo todo esto un sueño. Además, los recuerdos de Daos asaltan mi mente de vez en cuando sin que pueda controlarlo. Tengo miedo de que vuelvan.
—Jamás —responde con suavidad, mientras se tumba a mi lado y me envuelve con sus fuertes brazos—. Me quedaré aquí hasta que despiertes y mucho más. Siempre estaré aquí para ti.
Nuestras manos se entrelazan agarrando mi colgante, su regalo. Por fin tengo a la luna a mi lado, tras un largo día de sol infernal. Y, con este pensamiento, me rindo al sueño.




20
Esta noche, mi mente me ha hecho un regalo. He soñado con mis padres. Era extraño, los tenía frente a mí y quería hablarles pero no era capaz de articular ninguna palabra, mientras que ellos me decían que me querían. Después, volví a soñar con horrores de Daos y me despierto gritando.
Lo primero que pienso cuando abro los ojos es que no sé dónde estoy. Marc sigue abrazado a mí y me acaricia el cabello mientras me sisea para calmarme. Vuelvo a la realidad y observo extrañada la tienda de campaña en la que estoy. Miro hacia todos lados y puedo ver por una pequeña ventana que está anocheciendo.
—Estás aquí —logro decir mientras vuelvo a reparar en Marc y me siento la persona más afortunada del mundo por tenerlo a mi lado—. ¿Cuánto tiempo llevas aquí?
—Todo el día —responde antes de darme un beso en la mejilla.
—Debió ser aburrido —afirmo y le devuelvo el beso—. ¿Llevo durmiendo todo el día?
—Sí, bella durmiente. Hasta ya me he acostumbrado a tu nuevo aspecto. De todas formas, en lo esencial no has cambiado. Sigues teniendo los mismos gestos y forma de moverte.
—No durará mucho.
Fijo mi vista en la ventana y, de repente, me doy cuenta que la tienda me recuerda mucho a la cabaña que Paolo tenía en Daos. Vuelvo a recordar el sueño que he tenido y tengo que reprimir las lágrimas. Al fin y al cabo, reparo en que echo mucho de menos a mis padres. ¿Cómo serían las cosas si no hubieran muerto, si aún estuvieran conmigo y con Dani? Está claro que serían muy distintas pero no sé hasta qué punto habrían cambiado. Al fin y al cabo lo mejor sería tenerlos a todos conmigo pero, de todos modos, he tenido una vida bastante cercana a la felicidad. Sin duda, tener a mis padres conmigo sería lo mejor, pero nunca se sabe que giros puede dar el destino si algo sucede de forma diferente a como sucede en realidad. Sin embargo, también me percato de que yo he sido una privilegiada hasta que empezó la guerra y soy consciente de que formo parte de un plan para cambiar la situación y que la demás gente no viva a la miseria y pueda tener una vida similar a la que he tenido yo o, incluso, a la que ha tenido la población de Hafix…
—Lo has vuelto a hacer, te has ido —dice Marc, esbozando una media sonrisa.
Lo miro arqueando las cejas y abriendo mucho los ojos, ya que no sé a qué se refiere.
—Desde que has llegado al campamento te he notado cambiada. Hablas pero, de repente, te quedas callada y tienes mirada perdida con cara de sufrimiento; como si recordaras algo terrible. Parece que te vas de tu cuerpo y puede que así sea. Tu conciencia se va a otro lado y pienso que debe ser a Daos. Me parece que, aunque no ha acabado contigo cuando estabas allí, quiere perseguirte ahora con los recuerdos terribles y acabar contigo ahora… Pero luego vuelves, y vuelves a hablar como si nada y yo me alegro de que no sea cierto.
Miro asombrada el bello rostro de Marc unos instantes.
—Es cierto, de vez en cuando tengo recuerdos de Daos —asiento, pensativa—. Sabes, ¿había olvidado que eras así?
—¿Así, cómo?
—Tan fascinante —contesto y él ríe—. Creo que he olvidado muchas cosas de casa.
—Se te ha olvidado una cosa muy importante.
—¿Cuál?
—Tu sonrisa.
Esbozo una sonrisa forzada que se vuelve verdadera en cuando Marc ríe.
—Así me gusta —afirma, satisfecho.
De pronto, soy más consciente de la realidad y el momento que estoy viviendo. Estoy junto a Marc, tras haber soñado tanto tiempo en reunirme con él y que siguiera con vida. Me regalo la vista con su imagen, como si nunca más quisiera perder esa visión de mis ojos. Además, también me he reunido con el resto de mis seres queridos, como llevaba deseando desde que empezó la guerra. Todos están vivos. Sin embargo, todavía no estamos de todo a salvo, sobre todo ahora que queremos matar al presidente Conan. Puede que este sea el momento más peligroso de toda la guerra.
Beso a Marc en lo que se convierte una serie de tiernos besos de amor. Quiero aprovechar estos instantes y los vivo como si fueran los últimos. No quiero hacer partícipe a Marc de mis pensamientos para no asustarlo pero, al final, se me escapa decir:
—Quiero besarte y abrazarte como si mañana se acabara el mundo.
—Puede que así sea —responde él.
Tras un momento apasionado, permanecemos tumbados en la confortable cama y noto como una sombra se cierne sobre su rostro.
—¿Qué ocurre? —Pregunto suavemente.
—Es solo que… por fin me alegro de no haber acudido a la batalla de los niños y haber sobrevivido.
—¿Cómo puedes decir eso? —Inquiero, ofendida y en tono de reproche.
—Porque yo debía estar ahí. Todos nuestros compañeros han muerto y yo he sobrevivido por suerte. Me he sentido culpable todo este tiempo porque es injusto. Veo sus camas vacías en la otra tienda y los echo de menos. Ellos murieron y yo vivo. Ojalá les pudiera pedir perdón y ojalá los pudiera haber salvado. Pero ahora, por fin, me alegro de no haber estado allí porque te tengo a ti.
Asiento lentamente e intento comprenderlo y ponerme en su lugar. Decido que ya es hora de levantarse y que ambos debemos despejarnos y olvidar todo lo que nos preocupa. Marc tiene razón, no debo dejar que los recuerdos de Daos puedan conmigo y debo volver a sonreír como antes.
—Venga, vamos a fuera —le digo con cariño.
Nos levantamos aletargados de haber estado tanto tiempo tumbados. Me siento con fuerzas renovadas. Dormir tanto me ha sentado bien. Al fin y al cabo, hacía mucho tiempo que no dormía como es debido.
Al salir de la tienda ya es casi de noche. La luna se asoma acompañada por solitarias estrellas. Vemos frente a nosotros un corrillo de gente, sentados alrededor de una hoguera y un muchacho, sentado en el centro con un libro, que resulta ser Tom.
—Tom lee en voz alta lecturas de sus libros a los soldados todas las noches —me explica Marc ante mi cara de asombro.
Nos sentamos con ellos y Tom me guiña un ojo. Noto que ha cambiado, la guerra lo ha cambiado, como a todos. Ahora parece mucho más seguro que antes.
—Ahora os leeré un poema apropiado para nuestra situación de Mario Benedetti, un poeta del siglo XX.
>> No te rindas, aún estás a tiempo
de alcanzar y comenzar de nuevo,
aceptar tus sombras, enterrar tus miedos,
liberar el lastre, retomar el vuelo.

No te rindas que la vida es eso,
continuar el viaje,
perseguir tus sueños,
destrabar el tiempo,
correr los escombros y destapar el cielo.
Sin embargo, no tengo tiempo para escuchar todo el poema, que es increíblemente recitado por mi amigo. Cuando lo tengo a mis espaldas me doy cuenta de quién es, pues mis sentidos están agudizados y conozco de sobra su forma de moverse que, aunque es sigilosa y entrenada, soy capaz de reconocer hasta dentro de una estampida de animales.
—Miranda. Dani te llama —me dice Pedro, poniendo su mano en mi hombro.
—¿Marc puede venir?
—Por supuesto.
Marc y yo seguimos a Pedro mientras Tom continúa su lectura nocturna.
—¿Cuánto tiempo lleváis reunidos? —Pregunto sin perder un instante, en cuanto nadie nos puede escuchar.
—Prácticamente todo el día. A intervalos, teniendo en cuenta todos los asuntos que Dani tenía que resolver.
—He perdido el tiempo durmiendo —musito cuando estamos cerca de la gran tienda de Dani.
—Te hacía falta descansar. Has pasado por cosas terribles últimamente.
No respondo y soy la primera en entrar en la tienda. Allí está todo el equipo con el que he venido: la presidenta, de pie muy recta; el general John, también de pie con los brazos cruzados; Henry, sentado bebiendo una copa y Clarisa, sentada al lado de Henry. Mi hermano está apoyado sobre su escritorio con los brazos cruzados y luciendo una reluciente armadura. Me sorprende ver a tres personas más que no conozco. Son dos mujeres y un hombre.
Reparo en ellos, una de las mujeres tiene una melena corta de color azabache. En su rostro destacan sus ojos ámbar que son muy grandes y una cicatriz en su mejilla. Viste ropas de soldado y actúa como si nada de esto le importara realmente. Me pregunto qué hace aquí entonces. La otra mujer es baja, morena con el pelo rizo y ojos oscuros. Adivino que debe ser doctora por su uniforme. Parece nerviosa pero firme, de todas formas. El hombre es alto y fuerte, con una espesa cabellera rubia rizada. También es soldado y tiene aires de firmeza.
Entonces reparo en algo muy importante que había olvidado.
—¿Cuándo se acabará el efecto del elixir?
Todos se miran entre ellos. Supongo que no esperaban que fuese a decir precisamente eso.
—En dos horas, Miranda —responde John—. Pero tenemos más elixir para nosotros. A ti ya no te hará falta. Dani se ha inventado una coartada por si alguien te reconoce. Aunque, de todos modos, no conviene que te dejes ver demasiado.
Asiento con la cabeza.
—No sé qué hago aquí —me dice Marc en voz baja. Lo veo cohibido e impresionado.
—Piensa que es una forma de compensar por no haber estado en la batalla. Sé que eso te importa —le digo en susurros, intentando que se sienta mejor. Él me sonríe nervioso.
—Supongo que querrás conocer el plan, Mirs —dice mi hermano con paciencia.
—Sí. ¿Cuál es el plan?
Me choca verlos a todos juntos. La alianza que pretende cambiar todo un sistema se ha creado muy rápido.
—Para empezar, esperaremos hasta que se produzca la próxima batalla para realizar el plan —comienza a decir Dani—. En ese momento partirán la mayoría de los soldados que hay en el campamento; con lo que tendremos el terreno más despejado y menos posibles atacantes si nos descubren.
—Pero… —interrumpo—. ¿Conan no irá a la batalla?
—Digamos que prefiere quedarse a salvo en su pequeña fortaleza mientras los demás mueren por él —interviene la mujer de cabello corto con desprecio.
—¿Y tú irás a la batalla? —Le pregunto a Dani.
—Desertaré, pero de una manera que me descubrirán tarde. Aunque no descubran que intento matar a Conan, en cuanto sepan que he desertado para la batalla, seré un proscrito.
—Y yo también, porque haré lo mismo —afirma Pedro.
Después Henry intervendrá en el mecanismo de defensa mágico que rodea la fortaleza de Conan, a la vez que modificará la señal de las cámaras para que sea sólo nuestra —dice la presidenta.
—¿Conan se protege con magia? —Interrogo, incrédula.
—Como puedes ver sí. Nunca ha destacado por su moralidad y coherencia por lo que me habéis contado—. Es Paolo quien habla. No había reparado en que estaba en la tienda. Veo que está mucho mejor que antes. Ha recuperado color y ha ganado peso.
—Luego toca entrar. Como la protección y el inhibidor de magia estarán desactivados, nos teletransportaremos a la entrada del refugio de Conan —prosigue la presidenta, impasible y poco impresionada—. Seremos pocos. Los suficientes para poder llevar a cabo el teatro…
—¿Teatro?
—Dani se hará pasar por aliado de Conan —continua el general John—. Conan confía en él, así tendremos una oportunidad para que abra la puerta y podamos entrar unos cuantos. Seremos Dani, Pedro, Henry, la presidenta y tú.
—¿Yo?
—Diablos, ¿esta muchacha siempre hace tantas preguntas? —Dice Paolo, poniendo los ojos en blanco.
—Desde que nació —responde Dani sonriendo. Parece que se lleva bien con Paolo—. Eres fundamental Miranda.
—Eres la mártir que ha pasado de todo por culpa de la guerra. La niña prodigio que ha conseguido atravesar Daos y llegar hasta aquí. La que ha alertado al gobierno de Hafix —dice la presidenta.
Me resulta absurdo. Yo no me considero ninguna mártir. Hasta mis logros, si es que se pueden llamar logros, suenan mejor de su boca que de la manera en que pensaba yo. De todas formas, me limito a decir:
—¿Qué queréis que haga?
—Dar tu testimonio por las cámaras, además de ayudarnos a luchar contra Conan—, responde Dani—. Al fin y al cabo, eres de las mejores guerreras que hay en Lanan, si yo mismo te he entrenado.
            Me encojo de hombros.
—Supongo que lo siguiente será el asesinato de Conan.
—Ante las cámaras. Soy capaz de sobra —. Dejo escapar una sonrisa. Dani y su fanfarronería. No obstante, es cierto—. Además, saldremos la presidenta, tú y yo por las cámaras.
—Que será retransmitido por todo el planeta —concluye John.
—Y esperáis que saldrá bien… Le veo mil lagunas…
—Es lo mejor que tenemos y estoy dispuesto a luchar por ello —afirma Dani, contundente.
—Todos lo estamos —lo apoya la presidenta.
—En la guerra hay que estar dispuesto a morir por una causa mayor a nuestras insignificantes vidas —dice el hombre de cabello rubio rizado.
Me quedo callada meditando sobre este plan. Parece bien pensado y parece tener muchas oportunidades de tener éxito; pero, por otro lado, es muy arriesgado. Esta gente me parece una suicida. Sin embargo, ¿no lo he sido yo, adentrándome en Daos? Además, tienen razón. La causa lo merece. Si no habría que volver a Lanan tras haber muerto miles de personas inocentes para reanudar la vida de injusticias en la dictadura de Conan. Podríamos huir a Hafix y ser felices, pero mucha gente pagaría las consecuencias, todos aquellos que permanecieran en Lanan o que lucharan en la guerra.
—¿Quiénes seremos? —Digo finalmente.
—Cuantos más mejor. Todos los que estamos aquí y seguiremos intentando reclutar a gente de confianza. Hoy hemos convencido a Daria, Amalia y Robin —contesta Dani señalando a los desconocidos, que saludan con secas cabezadas—. Marc, ¿Tom y tú estarías dispuestos a participar?
Siento una jarra de agua fría en mi cuerpo mientras Marc responde:
—Por supuesto, sería un honor.
—De eso nada —intervengo, rotunda—. No he cruzado Daos para perderos a todos ahora.
—¿No decías que serviría para compensar no haber ido con mis compañeros a la batalla? —Me espeta Marc, ofendido—. ¿No me crees capaz?
—Claro que eres capaz. Pero la idea de perderte…
—Estará más seguro con nosotros que aquí —me interrumpe Dani—. Si nos descubren, irán rápidamente a por él y Tom. Los tomarán como rehenes para chantajearnos. Además, no nos podríamos permitir ceder.
Sus palabras me dejan helada. Ha querido decir que los dejarían morir antes de llegar a un acuerdo con Conan.
—Por ello es mejor que vengan. Los pondremos a vigilar con otros soldados expertos. No entrarán en el meollo de la batalla a no ser que nos podamos permitir no tener a nadie montando guardia —dice el general John.
Me rindo y asiento.
—De acuerdo. ¿Cuándo será la próxima batalla de la guerra?
—En cuatro días —contesta Dani.





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