martes, 5 de mayo de 2020

Prólogo "Laberinto de Poder"

Aquí os dejo el prólogo de "Laberinto de Poder", uno de mis nuevos proyectos. (Registrado, por cierto) ;)


PROLOGO
—¿Qué tal estás?
—Salvando vidas.
—¿Muchas?
—Un país entero. Bromeaba.
El rey relajó el gesto. Tal hecho tranquilizó, en parte, a Laie. Era medianoche y Laie no había conseguido conciliar el sueño mientras leía un denso ejemplar de novela clásica del país del Ocaso. País al cual servía como militar. Un comandante le había salvado de tan pesada lectura comunicándole que el rey quería verla. Rápida como era, se presentó en los aposentos de su majestad, un hombre mayor con grandes entradas de cabello castaño, bajo pero fuerte y de ojos oscuros. Su barba y cejas espesas enmarcaban su mirada fiera cuando se dejó de andarse con rodeos en su bien decorado despacho de asuntos urgentes.
—Se trata del comandante Hier. Nadie sabe dónde está desde hace días—. Laie asintió en señal de comprensión. Parca de palabras como era, el rey entendió su gesto como una invitación a proseguir—. Hubo una redada dirigida por él en las fronteras de Ruña. Encontraron sus cuatro agentes muertos junto con el capitán del ejército rebelde Epios, también muerto. Lo curioso del asunto es que Epios portaba una tarjeta identificadora falsa que le daba una nueva identidad.
—Entiendo –terció Laie—. Supongo que habrá que descubrir quién es el traidor que está dando falsas identidades a los rebeldes supervivientes y libres.
—¿Sabes por qué te elegido a ti, verdad?
Laie asintió. Aunque ella su nombre verdadero era Laie y no era más que una huérfana que había pasado por dos familias hasta que acabó practicando como sanadora cuando había estallado la guerra contra los rebeldes, el mundo la conocía con otro nombre. Irial. La guerrera Irial que había sido crucial para ganar la guerra. Una heroína sin rostro conocido. Anónima, excepto por el nombre entregado por una raza que vivía clandestina y apenas se mezclaba con humanos. Sus hazañas eran legendarias. Esa era la explicación que se le ocurría a Laie.
—No es lo que tú piensas –dijo el rey tras su pausa. “Varister, pues”, pensó Laie—. Me consta que tú has nacido en Ruña y conoces muy bien el ducado.
Le hizo la síntesis de los detalles más relevantes de la muerte y de su contexto. Todo apuntaba al mismo lugar. La guerra era como una cloaca que se hubiese cerrado, pero aún había ratas escapando por las rendijas. Los combatientes del reino enemigo supervivientes se resistían. Irial había logrado una gran victoria. Aún siendo aclamada por todos, podía desenvolver un papel final que le venía como anillo al dedo. Investigar de incógnito, con su antigua identidad, el crimen en el ducado de Ruña.
—Varister aún está de por medio. Otra vez me mandáis como cebo a ese rebelde.
—Por favor, tómame en serio –contestó muy recio el rey—. Varister seguirá siendo una amenaza hasta que por fin tenga su cabeza de trofeo. Y tú eres una de sus debilidades.
Se sintió avergonzada. Sopesó las implicaciones de lo que acababa de oír. No sólo por la gravedad de los hechos, sino por lo que le atañía a ella misma. Varister era un asunto personal para ella. Uno de los grandes dirigentes del bando enemigo que seguía vivo y oculto. Tan sólo llegaría el momento de darle muerte y la guerra habría puesto su verdadero punto y final. Le habían puesto un gran precio a su cabeza pero ni los cazarrecompensas más experimentados eran tan diestros como él en combate. Debía ser alguien muy hábil en la batalla quien consiguiera darle muerte y Laie se lo tomaba como un capricho suicida propio.
—¿Hay alguien que haya cantado? –Preguntó la joven, cambiando de tema.
—Uno cantó. Le mataron. Ahora tenemos nuestras sospechas.
Hizo una floritura con la mano desdeñosa.
—Migajas para ellos.
—Migajas para nosotros. Para vosotros. Para ti.
—¿Qué quieres decir?
—Que no será un gran esfuerzo para la gran Irial.
—Así me llaman en el país entero. No será así en Ruña.
—Será mejor para tu investigación que ignoren quién eres en realidad. Los ignorantes no son conscientes de los barrotes que los encarcelan
—Y no pensar. Yo estuve mucho tiempo encarcelada —–divagó Laie mientras cavilaba su decisión. En Ruña ya no es que fuera una más del montón, es que siempre había sido despreciada. No esperaba un buen recibimiento.
—Ahora todos te adoran. Eres una heroína.
—Eso piensan de Irial. En cambio, mi rostro sigue siendo el mismo. El de la misma marginada que marchó como una No Válida.
El rey inspiró hondo y clavo su oscura mirada en los ojos azules de Laie.
—Habla. Pronúnciate. Muéstrate y hazlos callar.
—Supongo que ese es el menor de mis problemas.
—Pero le das tanta importancia que el problema ha crecido con ella. Te quiero allí para que me ayudes. Sin embargo, también es algo personal para ti.
—Eso no significa que sea la más adecuada.
—En esta guerra siempre has sido la mejor para todo.
Laie se giró hacia un gran espejo del salón del rey y se pudo ver tal y como era en aquel momento. Pelo pajizo, ojos azules, tez pálida y cuerpo atlético salpicado de cicatrices.
—La guerra ha acabado –se pronunció, tras la pausa.
—Aún quedan ratas que aplastar
Finalmente, asintió. Sí había un asunto que le importaba en Ruña que nadie conocía y había dejado de lado.
—De momento tan sólo deseo volver para volver a ver mi lugar de nacimiento.
—¿Alguien hay vivo que te espere allí? –Se interesó el rey.
—Mis familias. La biológica y la que me ha acogido, a parte del tercer padre que me ha dado mi madrastra –rezongó Laie.
Notó que se tomaba su tiempo para responder.
—La duquesa de Ruña no dejará su puesto fácilmente.
—Entiendo vuestras palabras pero tal no es mi deseo –contestó educadamente.
—¿No quieres el ducado de tu lugar de nacimiento? Creo que sería un buen premio si lo haces bien.
—No –se limitó a contestar ella.
Sabía que al rey a veces le gustaba jugar con las lealtades de la gente otorgando títulos. Como Irial, ya había sido propuesta a general, puesto que ella rechazó. Realmente no tenía claro qué hacer en el futuro pero el poder no estaba dentro de sus planes.
—Por ello serías la mejor—. El rey sirvió un par de copas de té, tranquilo pero interesado—¿Cómo se puede razonar con esa lucidez antes de que te maten?
—Hay quien dice que, al morir, toda tu vida pasa sobre tu cabeza. Yo he sido siempre niña de espíritu y mi vida se pasa ganándola, luchándola. Quizás estar tan vivo de mente y espíritu es lo que me ha librado de la muerte.—Decía Laie casi por acto reflejo como si fuera un concepto elemental—Es la esperanza la que hace vivir al guerrero. Y, en ausencia de ella, la que provoca su derrota.
—Te describo el mundo real. Tú has pintado un mundo placentero, colorido, feliz. Pero aún quedan resquicios del antiguo golpe de estado. El caos, la desesperanza, lo triste…
Hubo un silencio entre los dos.
—Tus silencios son tan escandalosos… Callas pero gritas por dentro y tan sólo alguien que te conozca sabe interpretarlos –comentó el rey mirándola con curiosidad.
Laie resopló ante los jueguecitos mentales del rey y volvió al tema:
—Tendré que mentir. No podré ser yo misma.
—Por desgracia, debes abandonar tu cómoda armadura como legendaria guerrea Irial para volver a ser  la triste muchacha que eras… con sus ropas de dama. Tienen tu cuerpo, no tu alma. Has cambiado. Pero, durante la travesía, todos cambiamos. No seas egocéntrica.
El rey dio un sorbo al té mientras que Laie lo apartó educadamente. No tenía ganas de bebidas estimulantes. Entonces, sucedió. El rey tosió sangre y cayó inconsciente frente a ella.
Laie se levantó rápidamente y pudo ver como el rey dejaba de respirar y de tener pulso. Estaba muerto. Olfateó el té y comprobó que estaba envenenado. Habían asesinado el rey y también habían intentado asesinarla a ella. Más que nunca se decidió a seguir con su misión, No obstante, para marchar en Ruña no se podría fiar de nadie. Había un traidor cercano y no se imaginaba quién podría ser. En aquellos momentos, tan solo confiaba en una persona. Pero antes debía alertar a la reina.
Marchó corriendo por los pasillos pedregosos. La reina debía estar en sus aposentos reales y ella sabía bien donde se estaban debido a tantos encuentros con el rey en plena jornada de sueño durante la guerra, cuando ella ya disfrutaba de las comodidades del palacio real.
Llamó a la puerta tras descubrirse ante sus guardias que, conociéndola como la heroína Irial, le dedicaron una reverencia. La reina parecía despejada pero no quiso traspasar el umbral de la puerta. Lejos de sus elaborados peinados habituales, lucía un  pelo lacio y negro con un flequillo que semejaba ridículo. Portaba un camisón elegante que bien podría pasar por un vestido de una doncella.
—Mi señora, el rey ha muerto.
La reina no respondió. Permaneció callada con su mirada oscura perdida en un punto fijo, forzando retener el llanto.
—Cuéntamelo todo –dijo, finalmente.
Era una reina fuerte pero lejos de los asuntos de su antiguo marido. No por ello era estúpida. Ciertas estrategias e ideas del rey las había tramado ella, aunque permaneciendo en el anonimato. Laie se dispuso a contar toda su reunión con el rey hasta el momento de su muerte. La reina asentía y dejó escapar una lágrima.
—Debes continuar la misión en Ruña –terció con aplomo.
—¿Estabais al tanto? –Quiso saber, Laie, hablando con delicadeza.
—Tu duquesa planea volver a convocar el laberinto de poder. Quizás no nos veas merecedores de tu talento aquí. Mas allí podrías demostrarlo.
A Laie le extrañaban las palabras de la reina. Decidió pensar que se trataba de alguna de sus triquiñuelas con el rey. Al fin y al cabo, al difunto rey no le había dado tiempo la vida para dejar de hablar de su plan. Mientras tanto, un silencio sepulcral inundaba los corredores, tan solo cesado por el crepitar de las antorchas. Ni siquiera los guardias reales daban señal de haber oído nada de lo contado.
—Es una prueba vedada a esclavos.
La reina resopló y esbozó una sonrisa de autosuficiencia ante la respuesta de Laie.
—Ese será tu destino si no decides volver sobre tus pasos. Puedes ganar. Puedes gobernar. He de confesar que te he temido. Te he subestimado. Verás, resulta que en tu ducado natal existen ciertos negocios turbios que atentan contra el reino. Puedes descubrirlos y tu duquesa será apartada del lado por la fuerza…
—No me incumbe. Eso es ilegal.
A Laie le sorprendía la frialdad de la reina. A decir verdad, nunca la había conocido demasiado bien de primera mano. No supo discernir si se trataba a su entereza y templanza o… a otro motivo más turbio.
—… O bien puedes ignorarlos y acabar demostrando tu valía en el tan aclamado este año el Laberinto de Poder.
—Vuestro marido no lo hubiese ordenado –contestó Laie.
Habitualmente se permanecía inmutable en su semblante pero aconsejarle entrar en el Laberinto de Poder le hizo sentir escalofríos. Había escuchado historias sobre aquel lugar desde que era pequeña. Ninguna solía acabar bien.
—Pero no está en sus capacidades de ordenar. La ignorancia no te valdrá a tu favor. Sé que no conocías las intenciones de la condesa de Ruña –proseguía la reina—. Cumple el último deseo de mi viudo. Yo me encargaré del resto. Por algo soy reina.
—Por favor, que sea secreto –apuntó Laie.
La reina asintió con una sonrisa condescendiente.
—Mandaré algún soldado con título allí pero no dejaré que sepa quien sois. Si es de vuestro agrado.
—De acuerdo.
—Los conocerás. Podrás contactar con ellos en cuanto queráis y veáis que no os perjudica. Ellos en cambio a vos, no.
Bastante desconcertada, Laie hizo una reverencia mientras la reina se volvía a adentrar en sus aposentos. ¿Tendría algo que ver en el asesinato de su marido? A saber. Lo que sí sabía era que en palacio no estaba ya segura. Le dio la sensación de que la reina la quería muerta. Al menos era lo que sus palabras denotaban. Pero… ¿por qué matar a su marido? ¿por qué matarla a ella? O lo que era peor, ¿por qué matarlos a los dos? Eran interrogantes sin respuestas, de momento.
Corrió a ver a la única persona que creía digna de confianza y lealtad para acompañarle. De hecho, él también había nacido en Ruña. Se trataba de su mejor amigo desde que les había acaecido la guerra: Poulei. Con paso ligero, llegó al ala más abandonada de palacio, donde tan sólo algunos soldados preferentes tenían cuarto. A veces, compartido con otros del mismo rango.
—¿Qué hora es? –Musitó él con voz ronca cuando Laie irrumpió con su llave maestra en su cuarto.
—La hora de la conversación.
Poulei se irguió de golpe frotándose sus ojos color miel con sus largos rizos negros cubriendo su rostro.
—¿Para eso me has despertado?
—Se avecinan cambios.
Cuando se irguió dando una seca cabezada de militar en seña de asentimiento mostró su cuerpo fuerte pero esbelto de estatura mediana.
Laie procedió a explicarle todo, lejos de oídos indiscretos. Él, como soldado experto que era, asintió. Se vistió rápido para acudir otra vez con Laie a sus aposentos donde Laie agarró sus cosas de viaje y se cambió de ropa sin pudor ante su mejor amigo. Partirían ya.
Cavilando y luciendo el talento del que presumen las mujeres de realizar más de dos cosas a la vez se dio cuenta de que la gran tragedia de ese país no era la guerra. Era la muerte. Muerte de vivir tranquilo, libre, feliz. Para todos y cada uno de los ciudadanos. Ella podía contribuir a impedirlo.
-Nuestros soldados no han vivido muchos años y aún no acaba la guerra –se lamentaba Laie cuando marchaban cuales sombras silenciosas en la oscuridad de palacio.
—Veo temor en sus ojos. Todos los días. De que vuelva…
Laie le interrumpió.
—Yo veo valor.
—¿Cómo dices?
—Yo veo ese valor difícil de distinguir. Veo el valor de quien ha tenido miedo y lo ha superado. De quien ha sufrido y ha superado sus lamentos. Del ave fénix que renace de sus cenizas—. Sonrió y le estrechó la mano con fuerza —. Te agradecemos, de verdad, tu cooperación.
840.000 personas habían muerto en la guerra civil. No era muerte natural. Era asesinato. Era la guerra. Habitantes entre habitantes del mismo país. Había visto dolor y alegría. Sufrimiento y dicha. La guerra tiene siempre demasiados matices. ¿Cómo sería regresar a casa? ¿Seguiría todo igual? La guerra no le había dejado escapar de ella, a pesar de todo.

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