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2016
Un
café extraordinario, una vista preciosa… Helena García se estaba preparando
para una visita del equipo de una prestigiosa revista a su mansión de Malibú.
Era una manera de seguir impulsando su carrera y fama tras unos meses en los
que estuvo desaparecida. No parecía exactamente un trabajo. Lo era. Era modelo.
Más que eso. Top model a nivel mundial. Parecía hasta inusual. Era absurdo. La
gente se interesaba por todo lo qué comía, por el ejercicio que hacía, por cómo
vestía… Tenía siempre respuestas para ellos. Pero ningún secreto en especial.
Había sido tocada por una varita mágica hacía exactamente diez años. Como le
recordó la llamada. Como no le podía contar a nadie.
Se
revolvió en su silla de ambiente mediterráneo en la terraza de su casa que le
dejaba ver una pequeña cala del océano pacífico. Sí, sin duda tenía vistas
maravillosas. El día era cálido y agradable. Le apetecía dar unos largos en su
piscina pero el asunto de la entrevista en su casa la mantuvo ocupada,
intentado apartar los pensamientos negativos de su cabeza. Había ordenado a Graciela,
su asistenta, que mantuviera presentable la casa.
Recordó
la primera llamada, hacía cuatro meses.
Salía
de una entrevista en un conocido programa de televisión estadounidense. Lo que
en principio había parecido una pregunta inocente se había convertido en
condena.
--Hay
tanta debilidad en la risa como valentía en el llanto. Alguien que brilla por
sí mismo es más grande que quien brilla a causa de los demás –dijo con la mejor
de sus perfectas sonrisas a una pregunta que no sabía muy bien como contestar.
El
público aplaudía. El presentador la miró de arriba abajo, para luego preguntar:
--Fantástica,
Helena. Cuéntanos, ¿cuál crees que es el secreto de la belleza?
--La
belleza es actitud.
Había
otra pregunta que había contestado en su anterior entrevista. La que en su
interior dudaba cómo contestar. ¿Cómo te ves en diez años? Hacía diez años que
le habían hecho aquella pregunta. En un contexto muy diferente. Helena
contestó: si te lo dijera tendría que matarte.
Era
literal.
También
recordó la última pregunta de aquella tonta entrevista:
--Dime
una mentira.
--He
hecho un pacto con el diablo para estar donde estoy.
Tras
las risas del público ella sucumbió también a la risa. Una risa histérica ya
que no era del todo una mentira.
La
segunda llamada llegó al acabar la entrevista. Su asistente le pasó con el
número desconocido del que sospechaba sería algún publicista ya que tenía
pendientes campañas de marketing de belleza. Antes de poder pronunciar un
saludo, escucho la voz de un hombre distorsionada:
--No
se cambia de opinión en pleno ascenso.
Diez años.
El
interlocutor no colgaba. Helena, empezando a temblar, contestó con aplomo
improvisado:
--
No sé con quien ha estado hablando. Ni qué ha leído. Si se trata de mi
representante y ha compinchado una entrevista privada conmigo lo despediré.
Colgó
lo más serena que sus fuerzas le ofrecían.
Inmediatamente,
tiró de la agenda de su móvil y mandó el mismo mensaje a cuatro personas:
--¡¡Está
pasando!! Ya he cumplido diez años desde mi promesa. No contestéis. Solo tened
cuidado.
Xosé,
Coco, Renata, Stella. Les iba genial en sus respectivas carreras. Los cinco de
aquel grupo de Barcelona se habían distanciado pero todos eran famosos. Su
hermano, un reputado fotógrafo. Una actriz, una editora jefa de una prestigiosa
revista francesa y una influencer.
Hicieron
un pacto y cumplieron sus sueños. Era hora de pagar el precio.
Helena
trató de contactar con el número desconocido sin respuesta. Tras un mes dándole
vueltas en su cabeza, le restó importancia al asunto pero contrató
guardaespaldas y se encerró con ansiedad en su mansión de Malibú.
A
pesar de su miedo.
Era
incumplir su promesa. Pero no tenía opción. Ellos eran tan solo un cuento de
hadas de su pasado. Se acordó de “Cuento de Navidad” de Charles Dickens. Quizás
era un fantasma de su pasado, nada más.
Hasta
la segunda llamada. Una voz distorsionada pronunció palabras en otra lengua.
--¿Disculpe?
–le preguntó a la voz distorsionada--. ¿Con quién hablo? ¡No pienso ceder a
ningún chantaje! Le denunciaré, ¿me oye? Soy una de las modelos mejor pagadas
del mundo. La policía irá a por usted.
No
hubo respuesta. Temblando, ojeó su redor rozando la paranoia hasta que, tras
unos segundos, su interlocutor dijo con voz que rezumaba hostilidad:
--Paga.
Removió
un mechón de su larga melena rubia acompasando su respiración con un suspiro
que rezumaba nostalgia mientras hacía memoria. Cuatro meses después de la
última llamada, se había relajado. Suspiró en la silla de su terraza y repasó
todas sus rutinas durante las últimas semanas y quiso preparar mentalmente las respuestas al equipo de la
revista, que llegaría en dos horas.
El
miedo seguía impregnado en su ser. Tuvo un deseo infantil de su llamar a su
madre. De pequeña, era la única que sabía como apaciguarla, tranquilizarla.
Quiso hacer una llamada a su hermano, quien era lo más parecido una madre que
teína en aquel momento. No obstante, su hermano estaba metido en lo que ella
sospechaba y no quería que peligrase.
Sacudió
la cabeza para intentar liberarse de sus pensamientos y se dispuso a
arreglarse.
Antes
de lo esperado, sonó el telefonillo. Fue corriendo, ya preparada y despegó con
brusquedad el auricular.
--Señora,
dicen que ya están listos. Cambios de última hora –le apremió la voz de
Graciela.
La
entrevista llegaba antes de tiempo.
--Sí
–se limitó a responder.
Sí.
Que mejor manera de hablar por última vez en tu vida. Una palabra positiva. Lo
que con todas sus clases de meditación había conseguido. Vestida con un cómodo
mono blanco en su enorme y preciosa casa de Malibú, Helena abrió la puerta con
una gran sonrisa de dentadura perfecta. Perfecta, como ella.
Se
colocó el pelo y esbozó la mejor de sus sonrisas para recibir a sus invitados.
No
recordaría nunca nada segundos antes, más que las palabras: “pagas o mueres”,
del disparo en la frente, que la mató al instante.
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