viernes, 5 de octubre de 2018

Capítulo 24 "El camino que nadie nombra"



Enlace a la obra completa:

24
Despierto aletargada. Mi vista es borrosa y me duele la cabeza. Siento que estoy recostada sobre una confortable cama. Después, mi vista se va aclarando pero aún me pesan los párpados. Veo que estoy entre cortinas blancas. Y, entonces, comienzo a ser consciente de lo que ha ocurrido.
Lo último que recuerdo es ver a Marc, Dani y Tom muertos y yo a punto de matar a la presidenta Laria… No puede ser… No puede ser cierto. Que no estén muertos, que sea sólo un sueño…
Reparo en que a mi lado está Pedro, sentado en un sillón azul y durmiendo. El peso de la realidad se cierne sobre mí. Estoy viva, he salido de la guerra con vida pero sólo Pedro ha sobrevivido conmigo. La pérdida me abruma y estallo en un llanto desconsolado.
Lloro como hacía mucho tiempo que no lloraba. Quizás, a medida que escapan las lágrimas, se irá el dolor. Pero no lo hace y, a pesar de que me doy cuenta de que hemos conseguido lo imposible, no es suficiente porque no los he salvado. Por otro lado, al menos Pedro ha sobrevivido.
Pedro despierta y me sonríe. ¿Cómo puede estar sonriendo? Me da un gran abrazo.
—Tranquila Mirs… No pasa nada. Ya estamos a salvo —me intenta tranquilizar con dulzura—. Le tengo que decir a Dani que ya has despertado.
Paro de llorar. ¿Qué ha querido decir?
—Dani… ¿Dani está vivo? —Pregunto, con voz quebrada por el llanto.
—Sí —responde con una gran sonrisa. Y siento que ha recuperado su sonrisa de antes—. Él es el que ha estado la mayoría del tiempo haciéndote compañía mientras estabas inconsciente. Se curó muy rápido porque en cuanto llegaron los soldados de Hafix le inyectaron el antídoto. Ahora está ocupado pero, cuando sepa que has despertado, vendrá.
—Y… ¿Marc y Tom? —me atrevo a preguntar, temiendo la respuesta.
—También están vivos —contesta. Siento una gran euforia inundando mi cuerpo. Es increíble. Todo ha salido bien, entonces—. Pero están más heridos. Aún están guardando reposo.
Quiero levantarme de la cama, quiero saltar. Pero Pedro me lo prohíbe. En lugar de eso lo lleno de besos y sonrío como hacía meses que no sonreía.
—¿De verdad qué están vivos? ¿No es ninguna broma? —Pregunto, recelosa, tras el momento de euforia. Todavía sigo sin creérmelo.
—¿Cómo iba a bromear con eso, Mirs?
—Es que es demasiado bonito para ser verdad.
—Piensas eso porque has pasado cosas terribles últimamente. Pero ahora todo está bien Mirs, créetelo y disfruta porque te lo has ganado. Sin ti no habría sido posible.
Pedro trae a Dani. Está ileso, sin contar que lleva el brazo de la flecha en cabestrillo, y radiante de felicidad. En la vida lo había visto tan feliz. Siempre ha sido un tipo serio pero ahora sonríe como nunca.
—Mi pequeña hermanita guerrera —me dice cariñosamente con un beso en la mejilla—. ¿Así que lo tuyo es matar presidentes? Primero matas a Conan y luego lo intentas con Laria —añade y estalla en carcajadas.
Me cuenta que la presidenta nunca me había traicionado al no contarme su plan. No se lo contó a nadie porque era la mejor forma de llevarlo a cabo. El ejército era, precisamente, para rescatarnos y actuar de mediadores por la paz entre los soldados de Lanan del campamento, que estarían desconcertados por lo visto en televisión. La señal de la televisión que activó Henry fue tan potente que todas las televisiones de todo el planeta se activaron simultáneamente con un volumen tan alto que nadie pudo ignorarlas. En Lanan se produjo una revolución. La mayoría de los soldados renunciaron a servir a Lanan y, los que no, tuvieron que enfrentarse a los insurrectos. Los rebeldes quemaron los edificios públicos y se levantaron en revueltas con los restantes fieles a Conan.
Y, en cuanto a la presidenta, se aseguró de dar prioridad a salvar la vida de mis seres queridos porque así me lo había prometido y sentía que me lo debía. De hecho, el resto están muertos, incluso Paolo. Noticia que lamento con el alma.
—Todo gracias a ti —concluye Dani.
—Quiero ver a Tom y Marc —.Tengo mucho que asimilar. Pero creo que este no es el momento. Prefiero centrarme en lo que, hasta ahora, ha sido mi prioridad—. ¿Dónde están?
Dani y Pedro intercambian una mirada nerviosa.
—¿Qué? —Interrogo, porque conozco esa mirada.
—No están del todo recuperados ni lo bien que podrían estar —responde Dani.
Imagino cualquier cosa; desde una pierna amputada a una cara desfigurada. Pero me da igual. Lo importante es que están vivos. Así que no le doy importancia.
Sin embargo, Dani insiste en que antes me vea uno de los doctores del hospital. Resulta que están atendiendo a tantos heridos que cada planta está llena de pequeños compartimentos separados por cortinas, como el mío, con cientos de pacientes. El doctor decide que estoy bien y, con ayuda de mi hermano, salgo de mi compartimento.
Salgo a una estancia amplia, llena de compartimentos de cortinas, y muchos pacientes con quien supongo que serán sus familiares y amigos, charlando animadamente y paseando fuera de las cortinas. Me doy cuenta de que todo el mundo parece muy feliz; todos y cada uno, sin importar lo heridos que parezcan ( y muchos realmente lo están).
De pronto, una mujer con la cabeza vendada que está en frente de mí se queda mirándome fijamente. Me pregunto si tendré algo raro en la cara e intento limpiármela. Sin embargo, me señala y sus acompañantes también me miran boquiabiertos. Me imagino qué ocurre, debo tener apariencia de loca. Haber pasado tanto tiempo en Daos y en la guerra habrá hecho mella en mí. Pero, entonces, más gente se gira para mirarme con asombro.
—¿Miranda? —Pregunta un hombre con muletas.
—Sí… —respondo, sin entender nada.
Nada más pronunciar el hombre mi nombre, todos los presentes en la estancia se giran para clavar su vista en mí. Sin embargo, no me miran con desprecio ni reprobación, como sería si me miraran por parecer una loca; sino que me miran sonriendo y con admiración.
Miro a Pedro y a Tom, que parecen estar aguantando las ganas de reír. Entonces, el hombre con muletas comienza a aplaudir y es seguido por toda la multitud que está en la estancia; tanto pacientes, acompañantes y trabajadores. Incluso algún curioso asoma la cabeza por su compartimento y se une al aplauso. Parece que, en el hospital, se ha parado el tiempo y solo existe esta ovación. Y, por fin, lo entiendo.
Soy famosa.
La ovación continúa y permanezco muda e inmóvil sin saber qué decir y sonriendo tímidamente. Empiezo a ser más consciente de lo que he logrado. No sólo he conseguido salvar a mis seres queridos, que era mi principal objetivo, sino que he ayudado e incluso salvado la vida a mucha gente. Por no decir todo el planeta.
La gente se acerca a mí para saludarme; para darme abrazos, apretones de manos, besos… Todos felicitándome y agradeciéndome lo que he hecho y lo que significa para ellos; como los he ayudado... Estoy abrumada y solamente soy capaz de articular palabras de agradecimiento. Tengo ganas de decirles que no es para tanto, que lo he logrado simplemente por mi deseo egoísta de salvar a los que quiero; que yo prefería huir antes que llevar a cabo el plan. Pero sé que no sería lo correcto.
Cuando acabo de saludar a todos los que me quieren hablar, veo a Tom en su compartimento. Sus familiares están con él y me abrazan, dándome las gracias por haberlo mantenido con vida. Tom está radiante, sin contar que tiene la pierna vendada, en alto; y rodeado de libros, como no puede ser de otra forma. Charlamos y luego me dirijo a ver a Marc.
—En cuanto Marc…— me dice Dani, antes de entrar en su compartimento—. En fin, será mejor que lo veas.
Al entrar el panorama es completamente diferente. Marc está inconsciente, acostado en una gran cama y con sus padres sentados a su lado.
—Miranda, Marc está en coma —me dice su madre, triste—. Los médicos han dicho que puede despertar en cualquier momento o que… puede que tarde un año en despertar.
El peso de sus palabras se cierne en mi alma pero, sin decir nada, me acerco a él y le acaricio el rostro y el cabello. Parece un ángel durmiendo. Observo sus rasgos cincelados y perfectos. Espero que el sueño en el que esté sumido sea algo bueno. Puede que esté inconsciente un año, pero está vivo, que es lo que de verdad importa.
—Marc, no sé si podrás oírme pero estoy aquí. Siempre estaré aquí para ti —digo con voz tierna, mientras le acaricio—. Como tú me has dicho, seré para ti como la luna; que siempre está ahí, aunque no puedas verla. Aunque ahora no puedas verme estaré aquí para ti, siempre. Te esperaré.
Al acabar mis palabras, le doy un beso en los labios.
—Gracias, Miranda —me dice su madre, que rompe a llorar—. Gracias por traérmelo vivo y ser una mujer con mayúsculas para él. No pudo haber encontrado mejor chica que tú.
Niego con la cabeza, con una sonrisa amarga.
—Lo cierto es que yo no he podido encontrar mejor chico que él.
Las celebraciones son de noche. A pesar de que no tengo muchas ganas de asistir, todo el mundo me anima a que lo haga porque en mundo entero está deseando verme. Resulta que soy aún más famosa que Dani y decido hacerles caso porque creo que se lo debo a la gente. Si puedo hacerles feliz con mi presencia, lo haré, por muy absurdo que me parezca, ya que yo me sigo viendo como la chica normal que siempre he sido. Sin embargo, paso horas con Marc y sus padres. Me hago amiga íntima de ellos. Charlamos de muchas cosas, pero el tema de conversación que más nos une es Marc.
Los funerales por los caídos han sido el día anterior, cuando estaba inconsciente. Pero, antes de la celebración, decido ir con Dani a visitar la tumba de Paolo. Se trata de una lápida de Piedra entre cientos de ellas.
—Gracias —pronuncio, depositando un ramo de flores solitario frente a su lápida—. Sin ti no habría podido salir de Daos. Te estaré siempre agradecida. Ahora descansa en paz, habiendo superado tu culpa porque has salvado al mundo entero. Reúnete con tu hija y disfruta de ella como no pudiste en vida.
Dani y yo nos marchamos, silenciosos. Pero, en ese momento, una mujer anciana llega a la tumba de Paolo. Imagino que debe ser su antigua esposa. Nunca lo sabré porque no sería apropiado preguntárselo pero mi corazón me dice que así ese. Sonrío. Ahora ya descansa en paz.
La ciudad entera está sumida en las celebraciones. Por doquier corre la bebida y se sirve la más deliciosa comida; a la vez que se escenifican espectáculos de todo tipo. Acude, gracias a medios mágicos que ha dispuesto la presidenta, gente de todo el planeta; tanto de Lanan como de Hafix. La gente disfruta, ríe, canta y celebra que ha llegado la unión entre dos continentes durante cien años enemistados.
Al caer la noche, me encuentro a punto de salir a un estrado que se encuentra en la plaza principal de la capital de Hafix. La plaza ya está a rebosar de público y los dirigentes de Hafix, Dani y yo debemos salir para que dar parlamentos al pueblo. En cuanto la presidenta me dijo que debía dar un discurso me entraron nuevas ganas de matarla; pero, finalmente, acepté.
 Estoy vestida con una elegante armadura dorada. Me han ofrecido un vestido blanco muy ostentoso pero, a la vez, precioso; sin embargo he optado por la armadura. Siento que va más conmigo en estos instantes. Salimos ante la ovación del público de la plaza y cada uno da su parlamento, acogido por los gritos de júbilo de la gente.
Cuando llega mi turno, todo se sume en un silencio expectante.
—Me he enterado que debía dar un discurso hace apenas media hora y yo no soy de muchas palabras, así que seré breve —comienzo, nerviosa y pensando que no podría empezar peor—. Yo no he ganado sola esta guerra. Si no fuera por la colaboración de todos los que me han acompañado en este duro camino habría sido imposible. Y, lo que realmente ha ganado esta guerra, ha sido el amor. Porque fue el amor por mis seres queridos lo que me ha hecho emprender el camino por Daos para llegar, al final, a matar al presidente Conan y cruzarme por el camino de grandes héroes que, como yo, querían traer la libertad, igualdad y unión para todo el planeta. Debo dar las gracias a todos los que me han acompañado en esta aventura y a todos los que me estáis viendo. Todos hemos puesto nuestro granito de arena para que este final feliz fuese posible. Y, repito, ha triunfado el amor. Por eso os aconsejo a todos a vivir con amor: por vuestros familiares, amigos, pareja… y, otra cosa que he aprendido, a vivir cada día como si fuera el último.
Me quedo callada. Aunque siento que tengo mucho más que decir, no soy capaz de organizar mis pensamientos. Tengo la impresión de que mi discurso deja mucho que desear. Pero, de repente, toda la plaza comienza a arrodillarse ante mí. Todo el mundo me dedica su reverencia y yo observo, emocionada.
Se celebra un banquete en el que me encuentro como ausente. Todavía revivo en mi mente, de vez en cuando, los horrores de la guerra y de Daos… Siento que esta carga me dejará marcada y no se irá nunca. Pero ahora todo está bien y tengo que luchar contra ello y dejarme llevar por la felicidad.
—¿Te has planteado ser presidenta de Lanan cuándo cumplas la mayoría de edad? —Me pregunta la presidenta Laria, en la mesa, ante las miradas expectantes de los comensales.
—Rotundamente, no —respondo.
—Lástima —musita ella, serena—. Las personas que realmente valen como dirigentes no quieren serlo.
—Lo que me lleva a anunciar algo —interviene Dani—. Siguiendo el camino de la guerra he incumplido la promesa que había hecho a mis padres: ser feliz. El camino de la guerra es el menos feliz. Que no nos engañen con falsas historias de gloria, no hay gloria en dar muerte a otra persona —. Lo miro, atónita. ¿Quién es este hombre y qué han hecho con mi hermano? Realmente ha cambiado—. He vivido la gloria de la guerra pero, ahora que todo está en paz, abandono ese camino. Ya he acumulado suficientes riquezas manchadas de sangre por la guerra como para poder retirarme en paz.
Celebro la noticia de mi hermano, y continúo más animada hinchándome a manjares el convite. Pero, de pronto, la madre de Marc viene a buscarme, emocionada.
—Miranda, debes ver algo —me dice.
La sigo hasta el pasillo, intrigada. Quizás me lleve al hospital porque Marc ha hecho algún progreso… Lo que no me esperaba era ver a Marc en el pasillo, en pie, sonriéndome. Aunque esté con muletas y vestido con la ropa del hospital no puedo imaginar una mejor visión. Estallo en lágrimas de felicidad.
—He despertado hace dos horas. Los médicos no querían que saliera del hospital pero quería verte. He hecho lo imposible para venir —me anuncia, con voz débil.
Me abalanzo sobre él, con cuidado y nos besamos. Se me ocurren tantas cosas y a la vez ninguna que decirle, al mismo tiempo; que, al final, lo que logro articular es lo más importante:
—Cásate conmigo.
Marc me mira perplejo y siento que he metido la pata. Me doy cuenta de que he sido demasiado precipitada y me he dejado llevar por la emoción del momento.
—Entiendo que no quieras… —continúo, avergonzada.
—Lo que quiero es hacer las cosas bien —me interrumpe.
Haciendo grandes esfuerzos, se arrodilla. Su madre se saca un anillo de oro reluciente y se lo da.
—Para que las hagas bien de verdad —le susurra, emocionada.
—Miranda, me concederías el gran honor de ser mi esposa.
—Sí, quiero —contesto, casi gritando. Marc me pone el anillo y nos fundimos en un gran abrazo de felicidad.
Estoy en una burbuja de euforia. A pesar de que tenido que pasar por mil tormentos para llegar aquí, lo he conseguido: he salvado a todos mis seres queridos y, además, he ayudado a traer la paz a todo el planeta. Y, ¿quién sabe? Algún día puede que haga caso a la presidenta y sea yo también presidenta. Puede ser una gran forma para dedicarme a algo que ayude a la gente, que es lo que siempre he querido.
Sin embargo, a pesar de que lo han intentado, nadie ha conseguido eliminar Daos y nadie se atreve a entrar en él para intentar destruirlo desde su interior. Quizás Daos deba continuar ahí para recordarnos el horror y destrucción que trae la guerra y el odio entre las personas y las terribles consecuencias que conllevan. Como recordatorio, siempre seguirá alzándose terriblemente, el camino que nadie quiere nombrar.








No hay comentarios:

Publicar un comentario