viernes, 9 de noviembre de 2018

Prólogo "Tormenta de Primavera"


Os vuelvo a subir al blog las novelas "Tormenta de Primavera" y "El Camino que nadie nombra", capítulo a capítulo y poco a poco. 
PRÓLOGO
—Demostraremos que la libertad y una vida con valores no es sólo un sueño.
Crepitaban las llamas de las antorchas dando al lugar un aspecto de penumbra parda. El rey Laisho, con su típico ceño fruncido en señal de concentración, selló así su nuevo pacto con la reina Elzia. El rey Laisho era un joven de cabello pajizo y fornido. Hábil estratega militar, a la par que gobernante. La reina Elzia era de mediana edad aunque su cabello oscuro brillante y su piel tersa y pálida no lo aparentaban.
—Los valores nos definen. Como personas, como pueblo, como reino —contestó la reina Elzia con voz firme y gutural—. Compartimos valores. Compartiremos ejércitos para inculcarlos a un mundo en peligro.
El rey Laisho dio una seca cabezada en señal de asentimiento. Se encontraban en una parca tienda de campaña típica de los enclaves de guerra. De hecho, estaban en medio de una batalla. Se dispuso a salir al exterior, donde le esperaría la lucha hasta que el plan girase el destino de sus actos.
Con ojo analítico, observó a su escasa caballería en cuanto salió. No se trataba de una refriega usual ni convencional como sería alguna para alcanzar algún territorio o, quizás,  no perderlo. Estaba en juego un conocimiento mayor que escondían aquellos bosques. Los hechiceros habían anunciado que, en aquel día, una profecía sería desvelada en ciertas rocas de la espesura de los árboles húmedos de ese bosque. Así pues, el dictador Osles del Reino del Este contra los reyes Laisho y Elzia había enviado una escasa infantería para encontrarla. Sólo que Osles no había sido el único en ser avisado por los hechiceros de la profecía. Y eso él no lo sabía.
La aparición de la caballería de Laisho los cogería por sorpresa y ello les daría ventaja. Pero nunca se podía dar una batalla por ganada antes de librarla. La calma de una primavera que comenzaba anunciando tormenta traía tan sólo sonidos de pájaros noctámbulos e insectos atraídos por el incipiente buen clima. Entre la húmeda brisa y el sonido de ramas crujiendo al compás del vendaval, Laisho avanzó hacia la comitiva en su oscuro caballo. Eran buenos soldados bien escogidos. Mujeres y hombres entrenados e instruidos en educación militar. Le apesadumbraba tener que perder a algunos de ellos. Así era la guerra. Al menos, no estaba sacrificando inocentes entrenados a la fuerza como su enemigo, Osles.
—Aunque los ríos y mares se secasen, aunque el sol dejara de alumbrar, aunque el fuego helara y el hielo quemara… ¡Nuestro valor siempre seguirá intacto!
El rey pronunció estas palabras acercándose a sus soldados, que permanecían rezagados en su posición a la espera de órdenes. A modo de respuesta, se pronunciaron con vítores. Era la señal que Laisho quería alcanzar para que las fuerzas de Osles se dieran cuenta de que contaban con enemigos en el territorio y se desviasen de su objetivo: conseguir la profecía.
—Ni el dolor de la noche ni las lágrimas de la lluvia de las nubes del mediodía podrán con nuestros valores —prosiguió Laisho, con voz firme y soberana, ante el clamor de sus treinta soldados—. En el ocaso se quebrarán los enemigos y en el amanecer florecerá nuestro reino. La libertad no es sólo un sueño. Es un ideal por el que merece la pena luchar. ¡Que la libertad no sea sólo un privilegio de unos pocos!
Se causó el efecto perseguido. La noche calmada y centelleante bajo una luna menguante pálida y brillante cesó su calma, tan sólo quebrada por los vítores de los soldados del rey Laisho, y llegó el eco de pasos de gente trotando y gritando hacia ellos
Era el momento.
Laisho hizo un gesto y una comitiva de sus cinco soldados más cercanos se dirigieron al lugar donde el hechicero de la reina había indicado que se debería encontrar la profecía. Con culpa de honra por dejar al resto de su batallón combatiendo sin él, siguió las instrucciones de la reina Elzia y cruzó trotando los horondos y anchos troncos del bosque hacia donde la misma Elzia con su hechicero, Carlo, lo esperaban.
No cruzaron palabra y se internaron en la espesura entre el eco del resonar de la batalla intentando pasar desapercibidos hasta que se toparon con los combatientes del rey que buscaban la profecía. Todo iba saliendo bien. La maniobra de distracción había funcionado. Laisho, con maestría militar se dispuso junto a sus soldados a proteger a la reina y a Carlo.
El hechicero era listo e investigaba entre rocas milenarias sin descanso para su búsqueda. No obstante, nada era visible. No había señal de ninguna profecía. ¿Se habrían equivocado? ¿Habrían sido ellos los realmente engañados?
—Carlo, ¿estáis seguro de que es este lugar y esta noche? —Preguntó la reina en tono grave.
—Cuando el universo habla, hay que escucharlo —se limitó a responder el hechicero envuelto en un halo de misterio.
—¿Sois firme de que es lo correcto, mi reina? —preguntó el rey Laisho, afinando los sentidos hacia cualquier amenaza.
—Creo en la paz, en la libertad, en el amor a quien nos rodea… Podría seguir, tengo una lista de valores infinita —contestó ella, pendiente de los pasos de Carlo—. Si la profecía es cierta, será una gran ayuda para conseguirlo en esta gran guerra.
—Las profecías siempre han cumplido un papel importante en las guerras que he librado. Decisivo o no, es un rol en la batalla a tener en consideración —terció el hechicero, concentrado en su tarea pero pendiente de la conversación.
La guerra. La mayor guerra en décadas se cernía en el continente. Laisho sintió una punzada de preocupación ante todas las consecuencias. Hacía apenas un mes que se había declarado y las consecuencias primerizas ya habían sido nefastas.
En ese preciso instante, una nube solitaria clara y perlada se impuso sobre la reluciente luna y, en las rocas, aparecieron unas inscripciones doradas en un lenguaje desconocido para todos menos para el hechicero.
—Lo tengo —anunció Carlo, triunfante.
***
Días grises, pensamientos grises. A veces la historia no sólo se define por lo que la gente hace. A veces la historia se desarrolla por lo que la gente no hace. Aquella noche nublada de primavera congelada en su memoria, Marta desapareció.
 Se encontraba en una discoteca de la noche festiva universitaria de los jueves en Santiago de Compostela. Estaba bailando con dos amigas y, tras haber bebido más de la cuenta, decidió marcharse ella sola intentando buscar algún rincón donde vomitar sin ser vista. Vomitó y, tras ello, se desplomó en el suelo con toda su cabeza dándole vueltas. No se supo más de ella en toda la noche.
Marta pudo haber dado señales de vida, o de lo que estaba haciendo. Pudo haber avisado a sus amigas de que marchaba y qué pretendía al salir ella sola de la discoteca. Pudo haber pedido ayuda. Pudo haber llorado por teléfono a algún conocido. No hizo nada de eso. Simplemente se esfumó.
Sus amigas de la noche compartían su borrachera y no se enteraron hasta la mañana siguiente de que Marta no aparecía. No contestaba al móvil, su última conexión del whatsapp era de las tres de la madrugada, ningún conocido más tenía noticias de ella… En fin, era Marta. No había que dar mayor explicación.
Marta era una joven estudiante de medicina de veinticinco años. Estaba en el último curso, pendiente de entrar en la residencia de pediatría. Marta siempre había sido un espíritu libre. Por lo que sus amigas sabían, toda su infancia y adolescencia las desarrolló apuntándose a hacer muchas actividades y a sacar las mejores notas. Era experta en esgrima y artes marciales. Quiso entrar en el ejército pero lo descartó para, finalmente, a los dieciocho años marchar como voluntaria al Sáhara.
Todo el mundo se olió siempre algo fuera de lo normal en Marta. Ella también lo sentía.
Siempre destacó por ser altruista. Andaba buscando sin saber dónde encontrarse. Tras pasar meses entre africanos viviendo en la miseria, regresó a España y comenzó la carrera de medicina. Aun así, por un lado y por otro, Marta vivía a caballo entre mil lugares. Seguía realizando actividades de voluntariado de pueblo en pueblo de Galicia; cursó cuatro meses de Erasmus en Italia; se presentaba a cada beca permitida para ampliar sus horizontes… A veces los profesores ignoraban sus faltas a clase, que eran muchas.
Marta era alegre y llena de vida. Los profesores la adoraban por su dedicación, notas de matrícula de honor y entusiasmo y curiosidad por aprender. Motivaba a sus compañeros y, por ello, eran indulgentes con ella.
En fin, que era Marta. Había desaparecido, sí. Su gran defecto era beber demasiado al salir de fiesta y perder el norte. Ya aparecería. Aunque no sería extraño que apareciese en el otro lado del mundo, como Nueva Zelanda.
Quizás tras una semana sin aparecer por la residencia de estudiantes donde era lo más parecido a una casa que tenía; quizás sin asistir a clase ni actividades, quizás sin cambiar su hora de conexión del móvil y sin dar rastro de vida para ningún conocido… quizás así sus amigas alertarían a sus tíos y la policía la buscaría sin obtener resultado de que siguiera viva. Se iría apagando el sentimiento pero no el recuerdo en aquellos a los que tocó su corazón puro.
Una chica más desaparecida. Bien pudo ser violada, secuestrada, asesinada… Pasaba todos los días. Sólo que sus tíos tenían sospechas que no podían contar a la policía. Marta tenía un gran secreto en su vida que ni ella misma conocía.
El mundo miró para otro lado. Al menos este mundo llamado Tierra.

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