miércoles, 21 de julio de 2021

1 IMÁN

 Primer capítulo de "La Profecía de La Perla".

1 Imán

Fabián nunca olvidaría el día en que dos de las familias mafiosas de la ciudad habían decidido renunciar a su intimidad y se embarcaban en convivir juntas, poniendo un nuevo precio a sus negocios y a su alma. Ese numeroso grupo de sombras que se encaminaban decididas por un elegante puente de madera hacia una solitaria isla. Los insectos en la noche veraniega sorprendían por su ausencia, salvo dos solitarias polillas que aleteaban danzando bajo la luna. La madera crujía bajo las diversas pisadas pero en compás con el mar que rodeaba el puente en un leve murmullo sin llamar la atención, como solían comportarse estas oscuras figuras.

El sol se estaba escondiendo en un ocaso de fuego, rozando con sus rayos las suaves olas de pálida espuma que guiaban hacia la isla. La brisa acariciaba el rostro de Fabián con la vista clavada en su futuro nuevo hogar, acompañado por el chillido de las gaviotas. El olor intenso a salitre le hacía pensar en su antiguo hogar en la nieve y lo distinto pero, a la vez, emocionante que iba a ser su nueva vida. Fabián era un muchacho de dieciocho años de buena apariencia, o al menos eso pensaban todas las jóvenes. Entre su piel morena y cabello desenfadado y castaño, destacaban sus ojos de un verde brillante. De hecho, tal color de ojos era habitual en su familia. Por ello, esta familia mafiosa era conocida como la familia de los ojos verdes.

Fabián, al fin y al cabo, era el benjamín de una de las tres familias mafiosas más poderosas de La Perla. Y, aquel día, la familia de los ojos verdes comenzaría a vivir con la familia Linares. Toda la situación era un misterio para el joven. Parcas explicaciones y muchas órdenes. Curioso como era, le hubiese gustado ponerse a analizar a todos sus acompañantes. Sin embargo, las instrucciones de su madre habían sido claras: debía ser educado y discreto. Lo que le mandaba su madre había que obedecerlo siempre.

Su familia estaba formada por sus abuela, Eulalia, una prima de su abuela, Dolores, y su madre, Minerva. Fabián había quedado hace unos años huérfano de padre y su tío, Rober, que era poco mayor que él y también huérfano, se había convertido en su nueva referencia masculina y un tanto como mala influencia.

La Perla era la joya más próspera de todas las islas mágicas de la Tierra. Estaba situada cerca de la costa de Galicia, en España. Al fin y al cabo, la mayor parte del mundo lo controlaban los no mágicos. Una decena de islas gobernadas por la magia se desperdigaban por los océanos del mundo. La magia hacía funcionar todo e incluso existían criaturas que los no mágicos habían descrito en sus mitos, leyendas y obras de fantasía aunque ellos pensaban que solo eran fruto de una imaginación desmesurada.

La Perla destacaba en todo tipo de servicios e, incluso su clima y geografía, la envolvían en un aura de belleza que la convertía en un espectacular regalo para los sentidos. En el centro se alzaba un majestuoso volcán cuyo pico estaba nevado, a pesar de tener un cráter repleto de magma, latente, dormido. Hacía miles de años que el volcán no entraba en erupción y, controlado por magia como estaba, tardaría mucho en volver a hacerlo. En los alrededores de este imponente volcán, se alzaban la ciudad principal y tres pueblos más con diferentes condiciones meteorológicas. El camello, de explanadas con escasa vegetación tropical y un gran manto de arena tanto negra como dorada acabando en una playa quilométrica de aguas cristalinas. El Jardín, rebosante de bosques y todo tipo de vegetación en parques y en caminos; a la vez un pueblo vivo por la fiesta. La Torre, pueblo nevado en la cima del volcán, un tanto aislado del resto. Y, para completar la ecuación, La Dorada. La Dorada era la capital de La Perla y destacaba por su gran actividad en todos los sectores, gobernada por una gran playa de aguas oscuras y arenas de muchos colores que eran bañadas por el tranquilo mar de la ciudad.

El manejo de la isla lo llevaban las mafias. Ellas eran quienes controlaban los flujos de ríos de magia y, como allí todo dependía de la magia, eran quienes más influencia ostentaban. Aquel lejano día esas dos familias mafiosas llegaban por fin a la pequeña isla en frente de la Dorada que el presidente había tenido a bien de regalarles por motivos desconocidos.

—Veremos si habéis llegado todos —les recibió firme una mujer joven de cabellos rizados y rubios y una gran sonrisa de dientes blancos entre un cierto olor a humedad cargada por el calor. Fabián no quiso desaprovechar la ocasión y le guiñó un ojo con picardía, gesto al que la muchacha respondió bajando la mirada y tocándose el pelo.

La joven comenzó a nombrar a todos los presentes. Fabián reparó lo mínimo en la otra familia, siguiendo las órdenes de su madre. Escuchó que sus nuevos acompañantes se llamaban Juan, Sofía, Aurora, Rosa, Helena y Jose. Quien primero llamó su atención, sin poder evitarlo, fue Juan, el padre y líder del clan Linares. Era un hombre robusto de cabello canoso bien cuidado que le daba cierto aire de galán. Bien vestido, emanaba un aura de seguridad y cordialidad que te invitaban a comenzar una conversación con él. Precisamente fue ese hombre quien quiso romper el hielo. Como si inevitablemente tuviera que ser él.

Minerva, de cabello castaño claro y firmes ojos verdes, y Juan se miraron de manera desafiante pero de apariencia cordial. Juan, con su eterna sonrisa congelada en el rostro se acercó a ella y le estrechó la mano. Pocas veces Fabián había visto a Juan, o por lo menos, reparar bien en él. Le agradaba. Quizás su sonrisa siempre presente era un tanto artificial pero era muy educado y sabio regalando buenas palabras.

—Por lo visto nuestras familias tienen que unirse de nuevo. Aunque esta vez de una manera un tanto más íntima —comenzó Minerva estrechando firmemente la mano de su nuevo compañero.

—Así son los negocios. Y la mafia es como los negocios y ahora nuestra familia emprendemos con vosotros una fusión interesante y productiva.

—A la vez que urgente y necesaria —sentenció Minerva—. Y tienes razón. La mafia en la Perla son negocios en los que el fin justifica los medios.

—Detalle que no es tan diferente de cualquier otra empresa —intervino Sofía. Era una mujer de cabello negro alborotado, tez morena y algo ancha de cintura, tirando a menuda pero de gesto letal—. Me encanta tu cicatriz en la frente —añadió.

—Hecha en la antigua guerrilla —se limitó a responder Minerva sonriendo y encogiéndose de hombros.

—Mamá, deja de incomodar a la gente —dijo la muchacha a la que Sofía había estado acariciando el cabello.

—No importa. Me gustan las cicatrices. Son señales de que has luchado, haber burlado a la muerte y haber sobrevivido.

Minerva y Sofía intercambiaron miradas. A pesar de la leve hostilidad que destilaban sus palabras, parecía que congeniaban. Sofía asintió.

—Y todo el mundo sabe de sobra el gran papel que has logrado en la guerra de guerrillas. Heroína de guerra, sin duda —añadió Juan en referencia a Minerva, que simplemente se mantuvo con una media sonrisa.

—Por ahí viene el presidente —dijo Sofía cambiando de tema. Y así era. Dos figuras silenciosas se encaminaban hacia la entrada a la isla—. Parece que no trae escolta. Las novedades que traen deben de ser relevantes si prefiere que nadie más lo oiga.

—Desde luego debe ser un asunto bien gordo para montar la que ha montado —dijo Álvaro. Incorporándose a la conversación.

—A veces me pregunto porque no nos lo quitamos del medio y gobernamos ya directamente nosotros. Luego me doy cuenta de que a veces es mejor mover los hilos del mundo desde la sombra y sin dar la cara —Reflexionó un tanto divertida Sofía. El resto rieron y dieron muestra de asentimiento.

El presidente no necesitaba presentación y era una persona clara y tajante. Era un anciano de cuerpo delgado y cabello un poco largo, salpicado de canas como hebras de plata, las cuales no se molestaba en ocultar. Saludó cordialmente y se dispuso a dar sus noticias pero no contaba con la interrupción de Dolores:

—Mira, señor presidente. A mí esta casa no me agrada. Prefería la antigua.

—¡Pero señora! Usted que se mantiene joven y lozana… observe que estamos rodeados de mar. Y, aunque usted no le haga falta, el mar rejuvenece a cualquiera—intervino Jose. Fabián evitó reír pues Dolores era una señora mayor que no se conservaba nada bien precisamente—. A pesar de que debería ser un anciano me mantengo joven visitando el mar todos los días. No hay nada mejor que un baño en agua fría...

—Papá, este no es el momento —le cortó su hija Sofía. Fabián reparó en que, en cambio, Jose para su edad si se mantenía bien porque aunque las arrugas adornaban su piel había en él un aura y una energía contagiosa, no como Dolores, que sólo inspiraba negatividad.

Dolores rio, cosa que extrañó a Fabián, pues esa mujer pocas veces reía. Él no pudo reprimir una sonrisa, cesada por un codazo de su tío Rober. Rober, la viva imagen de Fabián, eran muy parecidos sólo que a Rober se le notaba la década más que tenía delante.

—¡Pues alguien tendrá que limpiar y cocinar en esta casa de tantos secretos! —continuó Dolores ante alguna mirada de impaciencia entre los presentes—. Otra cosa no me dejan hacer… siempre con asuntos secretos y gestiones. Mira que no me gusta esta familia, pero no tengo problema en cocinar para ellos.

--Seguro que su comida es exquisita, Dolores—dijo Juan, ya cortante—. Y si quieres limpiar nadie se lo prohibirá. De todas formas, tengo gente de confianza para ayudarla en esas tareas. Y, volvamos al asunto.

—¿Podré traer animales, señor presidente? —Rosa aprovechó la ocasión para hacer su pregunta. Rosa era una niña de cabello negro y grandes ojos del mismo color. Su mirada desprendía curiosidad e ilusión.

—Pequeña, seguro que tu madre te deja traer una granja entera si quieres y yo no me voy a oponer —repuso el presidente con una sonrisa bondadosa.

—Si aún trajeran unos buenos cerdos—. Todo el mundo ignoró a Dolores.

—Claro que sí, preciosa —respondió Jose—. Los animales son de lo más bonito de este mundo. Buenos, llenos de amor y cariño y dispuestos a dar siempre lo mejor de si mismos si los tratas bien y solo atacan para defenderse… Todo lo contrario que nosotros.

—Por favor, señor presidente, prosiga —instó cordialmente Juan.

—Bien, mi gobierno y todos los que me han precedido llevamos mucho tiempo tolerando vuestras actuaciones, las de la mafia. Hasta consentimos que gobernéis influyendo en nuestras gestiones sin dar más la cara que a través de infiltrados en nuestros órganos e incluso tratando directamente con vuestros representantes… o incluso vosotros mismos —. El presidente hizo una pausa, tranquilo—. Es una buena situación. Alejáis a la Perla de peligros aunque a veces el peligro ya lo sois vosotros mismos y controláis de manera eficiente el flujo de los ríos de magia. Por supuesto, yo ya sabía que vuestras dos familias planeabais un acercamiento entre vosotros —otra pausa, todos los presentes escuchaban, expectantes y atentos—, y yo he decidido acelerar el proceso proporcionándoos esta maravillosa isla con esta increíble casa para que conviváis—. Álvaro quiso interrumpirlo pero el presidente lo hizo callar con un gesto de su mano de arrugas creadas por los años—. Pero algo más grande que todo lo que conocemos se avecina. La última semana he sido el afortunado de escuchar una profecía que también conoce vuestra familia mafiosa enemiga, la familia del Diamante, como todos la conocemos.

—Se escuchan profecías todos los días y la mayoría suelen ser falsas —intervino Eulalia.

—Si gentil señora. No obstante, durante la última semana se produjeron fenómenos en el universo y en las constelaciones que influyen de manera casi increíble en la magia. ¿Qué hay más mágico que el firmamento? Me habían avisado y por mi mismo me di cuenta de que los astrólogos estaban en lo cierto… La profecía decía que dos factores llevarían al fin de las familias de la mafia: un arma muy poderosa y un niño…

—Eso parece totalmente improbable… —comenzó a decir Sofía.

—Pero es cierto. Tan cierto como que la familia del Diamante ha escuchado la profecía y ya se ha puesto manos a la obra en la búsqueda de esas dos cosas.

Se produjo un silencio tenso. Hasta Fabián se daba cuenta de la gravedad de los hechos.

—¿Por qué nos lo dices? —Preguntó Minerva.

—Porque quiero que vosotros encontréis el arma y la destruyáis. No negaría que estaría encantado con el fin de la mafia pero sé lo que ello conllevaría: guerra. Una guerra de dimensiones colosales y consecuencias catastróficas para mi pueblo y mis habitantes, que son mis protegidos. Además, prefiero que seáis cualquiera de vuestras dos familia quien se haga con ella. Sé que no se puede entrar en razones con la familia del Diamante y, si ellos la encuentran, no quiero ni imaginar lo que ocurriría. Y eso os atañe a vosotros, pues os destruirían.

—De acuerdo —dijo Juan tras un momento de reflexión por todos los presentes—. Mi familia colaborará.

—La mía también —terció Álvaro.

—Excelente —prosiguió el presidente—. Mi única condición es que os olvidéis del niño y dejéis esa parte de la profecía para que yo me encargue. Por suerte, la familia del Diamante no escuchó la profecía entera y desconocen la parte del niño. Y los niños son inocentes. La infancia hay que protegerla. Mis colaboradores y yo seremos quienes lo busquen e intentaremos protegerlo y alejarlo de vosotros para que la profecía no se culpa. Sin derramar sangre inocente.

Parecía que Sofía iba a replicar, pero Juan la detuvo.

—Estupendo. Estaremos en contacto. Ahora marcharé y espero que meditéis mis palabras y, a pesar de que ya veo que colaboraréis conmigo, mañana esperaré vuestra respuesta. Ahora Pedro os explicará la estructura de la isla y de la casa. Buenas noches.

Sin más preámbulos. El presidente se marchó con su silenciosa acompañante.

—¿Qué pensáis? —Rompió el silencio Álvaro.

—Que tiene razón y que en cuanto hayamos hecho el paripé de instalarnos en nuestro nuevo hogar deberíamos reunirnos —decidió Minerva—. Sólo los veteranos—. Añadió mirando a Fabián y dándole un beso en la frente.

—Yo puedo estar, ¿no papá? —Preguntó con dulzura la muchacha de cabello castaño a Juan.

—Tesoro, tú no eres una veterana.

—Sabes que puedo aportar cosas interesantes —insistió con picardía la joven con una sonrisa que derretiría glaciares.

—Aurora, todos en nuestra familia te damos la razón. Pero no puedes asistir.

El semblante de la joven llamada Aurora se ensombreció y se puso muy seria.

—A pesar de que tengo veintidós años soy eficiente y nunca he fallado en ninguna misión. Soy mejor que muchos de los hombres preparados que reclutéis —a medida que hablaba su tono de voz iba aumentado hasta acabar gritando.

—Aurora, ¡no! —le bramó exasperada su madre, Sofía.

El rostro de la joven era un poema. Respiró profundamente, lista para gritar todavía más pero su padre se acercó a ella y le puso una mano en el hombro, enfrentándose a esos grandes ojos oscuros llenos de ira.

—Te pondremos al tanto de todo lo posible. Y, claro está, tendrás tu papel en este cometido. Pero no es el momento. Sé consciente de lo delicada que está la situación, cariño.

Aurora volvió a suspirar y calló. A Fabián le llamó la atención como el carácter de la chica iba in crescendo. De cómo pasó de ser la más alegre y luminosa joven a pasar a ser un huracán de carácter con sus rectas cejas fruncidas. Había algo duro y a la vez indefenso en su apariencia. Con su rostro inocente parecía hasta gracioso verla enfadada. Finalmente, se rindió dando la espalda a todo el mundo y encendiendo un cigarrillo cuya humareda que soltaba se perdía en el oscuro cielo nocturno, como su mirada, que también apuntaba alto, ya un tanto perdida de lo que le rodeaba en la tierra.

Se adentraron en la isla entre el gorjeo de los pájaros que asomaba de los árboles de un pequeño bosque que rodeaba la que sería la casa de todos los presentes por un tiempo incierto. La casa era de grandes dimensiones. Más bien ancha que alta y de paredes albinas con grandes ventanales por todos lados. El hombre llamado Pedro era un señor de prominente barriga con el cabello pelirrojo un tanto dubitativo. El zumbido del viento acompañaba sus palabras. Les explicó que la casa tenía dos plantas. En toda la planta superior estarían sus cuartos y el resto de habitaciones de convivencia como el salón o la biblioteca. En la planta inferior estaba la cocina, el comedor y las salas de reuniones y trabajo. Además, en los terrenos contaba con una piscina, una terraza, un pequeño acantilado y una breve cala donde podrían bañarse en el mar. A Fabián le parecía un hogar de ensueño en el que seguramente ya no echaría tanto de menos su antigua casa.

En cuanto Pedro acabó de hablar, todos se dispusieron a acomodarse en su cuarto. La primera en tomar la decisión fue Aurora que, cuando entraron en la casa, subió primera las escaleras con pisadas apresuradas y un deje de enojo. La fueron siguiendo poco a poco y, aunque tanto el recibidor como el corredor mostraban escasa decoración, tenían su encanto, entre alfombras de colores elegantes y algún que otro cuadro de paisajes.

Su madre, Minerva, le deseó las buenas noches con un gran abrazo y un beso en la frente. El joven estaba acostumbrado a las muestras de cariño de su madre y le gustaban. Su abuelo, Álvaro, decía que podía llegar a ser un joven un tanto caprichoso con ese trato. Lo cual lograba que a veces Fabián se avergonzase pero con el tiempo aprendió a apreciar ese cuidado especial.

Le agradó su amplio cuarto en el que no faltaba de nada. Disponía de una gran cama de edredón escarlata, dos armarios anchos de roble, un escritorio y un cuarto de baño. Destacaba también el gran ventanal con terraza entre paredes de un amarillo suave y luminoso. Cuando acabó de instalarse, decidió asomarse a la terraza.

Su habitación daba a la piscina. Dio una profunda calada para impregnarse del olor a vegetación y a mar. No obstante, le llamó la atención la presencia de Aurora en una tumbona frente a la piscina. Estaba tomando una copa de vino blanco, contemplando todo lo que le rodeaba. Fabián, como siempre, nunca dejaba escapar una situación para ligar y entonces no quiso desperdiciar la situación.

—Ya me puedes ir diciendo dónde has encontrado el minibar que a un vino como tú no, pero a un cócktail si me apunto.

La muchacha se giró tranquilamente, un tanto sorprendida.

--No deberías espiar a las señoritas —repuso—. Y esta botella de vino la llevaba en la maleta.

—¿Me invitas a una copa?

—¿No querías un cocktail?

—Creo que con un vino puedo conformarme.

—Otro día quizás. Hoy prefiero beber sola.

—¿Un mal día?

—Todos los días son malos.

—¡Qué pesimista! Los hay buenos.

—Todos los días son buenos también. Los días son buenos y malos siempre, depende con lo que te quedes de lo que te ha ocurrido.

—Vaya si eres toda una filósofa. Yo también puedo ser muy misterioso. Tú eres misteriosa e interesante.

Aurora calló y clavó su vista en el rostro de Fabián como si lo estuviese estudiando con el ceño fruncido. Sólo se oía el compás de las ramas de los árboles a merced del viento. Fabián se lo tomó como una victoria.

—¿Sabes? Eres la imagen de tu tío Rober.

Aquel comentario frustró al muchacho. Acababa de lanzarle un dardo y le contestaba con una de las cosas que más odiaba que hiciese la gente: compararlo con su tío.

—Yo soy más guapo.

—¿No deberías estar durmiendo? —Replicó de nuevo, esta vez ya sin prestar atención y con la vista fija en las danzantes hojas Aurora.

—No tengo gran sueño. Podía bajar ahí contigo y escapar de este mundo juntos.

Confiaba que quizás con ese comentario pudiera tener algún efecto para ligar con ella.

—Al fin del mundo creo que preferiría ir sola… o con mi novio.

Y volvió a envolverse en una humareda, guiñándole un ojo con sonrisa pícara mientras Fabián no hacía más que frustrarse con aquella muchacha.

—Buenas vistas, ¿eh? —Añadió apurando un trago.

La luminosa piscina alumbraba el ambiente creando un ambiente un tanto fantasmagórico y dotando a ella de un aura que se le antojaba divina. Envuelta en sus nubes de ceniza y con el vino en la mano, mirando la piscina, Fabián se dio cuenta de que ni siquiera era guapa. Sólo era una chica que parecía del montón con su cabello un poco largo castaño y su piel pálida, delgada pero sin llegar a ser demasiado flaca. Sin embargo, no podía describirlo pero había algo en ella que llamaba su atención. Cualquier otra chica hubiese caído en su red de juego de seducción que se había propuesto en ese mismo instante… pero ella no.

—Las vistas son increíbles. Pero no tan bonitas como tú —dijo finalmente Fabián. Un tanto desesperado ya.

Aurora suspiró y se levantó, dispuesta a marcharse.

—Si me disculpas voy a acabar lo poco que me queda de copa viendo el mar. Me ha aburrido la piscina. No te molestes en buscarme, en un rato ya me retiraré a mi cuarto.

Y así, sin más, dejando a Fabián mudo, Aurora se encaminó entre la penumbra rumbo al otro lado de la casa. Caminaba con decisión y porte seguro. Con un tanto de rabia en sus pisadas. Fabián se dio cuenta de que eso no iba a quedar así y esta chica acabaría por caer ante sus encantos, como todas. Era un nuevo reto, un nuevo objetivo. La conversación lo había desvelado y decidió salir de la habitación a tomar el aire. Aunque ella actuaba como un imán, no quiso ir a verla al mar. Aquello era una partida de póker donde no debía mostrar todas sus cartas. Era una comida que se cocinaba a fuego lento.

Cuando estaba en la planta baja unas voces llamaron su atención. Se dio cuenta de que provenían de la sala de reuniones. Adivinó que era la reunión de los mayores. A pesar de que sabía que habitualmente insonorizaban las salas de reuniones también se percató de que podía ser que el primer día de reunión no pudieran insonorizarla. Curioso como era, acercó su cabeza a la puerta para escuchar aunque fuese solo un rato.

—…Enrique dice que el chivatazo es de fiar. Fran también quiere comprobarlo —decía la voz de Álvaro. Enrique era un infiltrado de la mafia de los Ojos Verdes y Fran su colaborador.

—Suena extraño. Muy propio del presidente que tenga el arma esa inscripción —comentaba seria Sofía.

—No me doy por vencido y el amor podrá con todo —murmuraba Juan meditabundo.

—En fin, parece que tendremos que buscar un arma con esa frase. Las cosas se ponen más fáciles ahora que tenemos una pista —intervino Eulalia.

—No es tan fácil. Debemos intentar adivinar qué tipo de arma es exactamente y, también, tener algún indicio de dónde se encuentra. La Perla es muy grande —apuntó Juan.

—Enrique comentó que escuchó algo más —dijo Minerva—. Que le pareció entender que el arma se encontraba en una playa probablemente de La Perla.

—Eso aclara cosas —exclamó Juan con un leve triunfo en su voz—. Pero no podemos dar pasos en falso hasta que tengamos más información. ¿Estáis seguros de que la otra mafia no sabe nada?

—Eso dice Enrique, aunque no está del todo seguro. Habrá que esperar a que Fran lo corrobore —respondió Álvaro—. Y, tienes razón, hay que actuar con cautela sin ser escandalosos ni levantar sospechas. La búsqueda del arma tendrá que esperar a nuevas noticias.

—En el plazo de dos semanas —terció Minerva—. Más no veo conveniente esperar.

—Aurora podría ayudar bastante en este tema —indicó Juan—. No me miréis con esa cara. Ya sé que sólo tiene veintveintidós pero es hábil para misiones secretas. Es sigilosa, discreta, sabe guardar y ocultar asuntos y ve cosas donde nadie más las ve.

—Ya lo pensaremos. Habrá planes para ella, desde luego —lo cortó Sofía, en un amago protector con su hija. Como si su retoño se le escapara de las manos—. Y, antes de acabar, deberíamos hablar del tema del niño que menciona la profecía.

—Hay que eliminarlo —terció Juan.

A pesar de toda su curiosidad por el asunto, Fabián decidió subir otra vez a su cuarto porque la conversación estaba finalizando y podrían descubrirlo. Sabía de sobra que no era nada bueno que los mafiosos te cazaran escuchando sus conversaciones a escondidas. Ni siquiera siendo parte de su misma familia. Se metió en cama rápidamente y en pocos minutos comprobó cómo la reunión había finalizado escuchando pisadas por el corredor. Se quedó dormido meditando todo lo que había ocurrido en aquel intenso día.

 

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario