PRÓLOGO
31/12/2008
Helena
notaba las miradas. Las de envidia o admiración, de ellas. Las de deseo o
miedo, de ellos. La gente sólo veía la parte más glamurosa de ser modelo. Sus
peinados, su maquillaje, sus vestidos. Ella se lo había trabajado. Ser modelo
significaba entrenar todos los días siguiendo una estricta dieta que le impedía
tocar aquel día el turrón o los bombones que les pusieron como obsequio en su
mesa de noche en la fiesta de Fin de Año de un local Erasmus de Barcelona
.
Lo más duro era sin duda, no poder ver a tu familia el tiempo que desearías.
Más aún, no poder formar la familia que desearías. Muchas modelos se veían
amenazadas por tener que abandonar su carrera tras un embarazo. Tenía suerte de
que su hermano pequeño, Xosé, fuese fotógrafo y se moviera a menudo entre sus
círculos. Por otro lado, no quería renunciar a sus estudios. Así fue que estaba
en su último año de Ciencias de La Comunicación donde indujo a estudiar también
allí a su hermano. También, de ahí, que fuese tan amiga de las amigas de su
hermano. Ella misma no tenía tiempo para demasiadas relaciones sociales por su
cuenta.
Era
una vida loca y frenética. Ella la había elegido. Era lo que quería. Aunque,
desde hacía tres años, contaba con mucha ayuda. Un hada madrina inesperada.
Cuando
se acercaba a sus amigos Helena, ellos están en media conversación.
--Las
navidades en España son muy religiosas, ¿no? –comentaba Stella. Irlandesa,
mirando con reacio sus doce uvas.
--Yo
no creo en Dios. –Rezongó Renata mientras daba una calada a su cigarrillo.
--Yo
creo en simuladores –terció Xosé.
Al
acabarse su chupito de tequila, se permitió tomar un trago del margarita de
Coco. Así era su confianza.
--¿Simuladores?
–Preguntó Coco entre un halo de inocencia e interés.
--Según
la teoría de las simulaciones se explica que una inteligencia superior del
universo está dirigiendo todas nuestras acciones.
--Eso
es igual que creer en Dios. Un Dios más cercano del que dice cualquier texto
religioso. –Supuso Renata, a la que siempre le gustaba intentar comprender
todo, aunque en el fondo sabía que tenía que aprender mucho más.
--Yo
si creo en las simulaciones, para ciertos temas. –comentó Helena, una vez
asentada con su caro vestido rojo largo pero que dejaba asomar una de sus
largas piernas de modelo.
--Igualita
que tu hermano –rio Stella, ajustándose a los hombros su mono sin mangas color
gris satén.
--Vamos,
¿cuál es vuestro dilema? ¿Solucionar el mundo o vuestras vidas? Si la respuesta
es lo segundo lo tenéis bien fácil ¡Sólo vosotros podréis arreglar vuestras
vidas! Aunque podéis tener cierta ayuda –dijo Helena con diversión. Le
encantaba provocar.
Se
hizo un silencio. De Erasmus, en un campus de Ciencias de la Comunicación de
Barcelona, se forjó la amistad entre Helena, Renata, Stella, Coco y Xosé. Entre
meses de juegos y travesuras llegaba su primera complicación: la fiesta de Fin
de Año en un local alquilado por otros estudiantes de Erasmus. Entre globos
plateados y negros, espumillón a juego y focos retro, estaban reunidos ellos
solos como una hermandad infranqueable en torno a una mesa de cristal con sus
respectivas copas de cava catalán.
--¿A
qué te refieres? Yo creo en Dios. –musitó con voz cantarina y aterciopelada,
Coco. Ella podría pasar por la más sencilla de todos, impecable, con su vestido
negro si no fuera por las joyas que tan bien había elegido como complementos y
un peinado al estilo de su icono de moda: Audrey Hepburn.
--Te
lo mostraré en un rato, si eres capaz, llegan las uvas, chicos. No os
atragantéis.
Antes
de lo esperado, la pantalla gigante del local se encendió mostrando a dos
presentadores en Madrid, en La Puerta del Sol, anunciando las campanadas. Cada
uno comió las uvas a su ritmo y pidió su propio deseo. Tras conseguir tragar
las dichosas doce uvas, exclamaron:
--¡¡¡¡Feliz
año nuevo!!!!
Coco
y Helena realizaron un baile que hizo silbar, animándolas, a los más
cercanos. Coco, parisina de nacimiento,
estudiaba a la vez que se presentaba a castings para poder ser actriz. Eran las
dos de una esplendorosa belleza pero distinta a la vez. Había quienes las
llamaban Marilyn y Audrey, en honor a las clásicas actrices. Helena, rubia y
llamativa. Coco, morena, delgada y de rasgos clásicos envuelta en un halo de
inocencia y elegancia parisinos. Desde pequeña, Coco dominaba varias lenguas. Se
había criado en un ambiente cosmopolita. Gracias a sus padres, se había movido
entre variopinta gente desde su nacimiento.
Stella
sentía sobre todos ellos todas las miradas. Teniendo a Helena García como una
de sus mejores amigas no era nada fuera de lo normal. La misma conocía mucha
gente en el local y nada más llegar empezó a presentarle a los mejores amigos
de su hermano, Xosé, a todo el mundo que se encontraba. Helena podía ser terca
y arrogante a veces, pero conservaba un buen y humilde corazón.
Xosé
y Renata eran los más tímidos del grupo y se limitaban a sonreír y contestar
amablemente. A pesar de que Xosé era más comedido y callaba más.
Renata
echó una nueva ojeada a redor. La decoración era divertida pero recargada. Le
faltaba un toque de frescura. Sobre todo, teniendo en cuenta que los vestidos
de Fin de Año de todos los presentes ya eran adornos en sí mismos. Quiso dejarse
llevar y, tras alguna copa de cava, se sintió lista para empezar a mover el
torso, aún sentada. Temía con toda su alma sus tacones caros.
Stella
bailaba, cantaba y se divertía. Entonces, tras pasar un rato haciéndole ojitos
a Héctor, le vio. Charlando animadamente junto a Marcos, el nuevo ligue de
Helena, un muchacho de veintitantos, alto, de cabello oscuro perfectamente
peinado, ojos que hasta en la distancia se veían verdes, nariz cincelada sobre
unos labios gruesos y una maldita simetría facial que lucía con su cuerpo
delgado pero fibroso. Se quedó unos segundos observándole hasta que él la miró
con interés y no pudo evitar ponerse colorada. Ella ya era pelirroja y pecosa,
lo cual era más que un engorro.
Helena
se acercó a ella carcajeándose con la excusa de que Stella tenía una mancha en
la cara. Más vergüenza para ella.
--Lo
he visto. Te gusta.
--No
sé de qué me hablas –quiso tratar Stella de parecer indiferente. No era
precisamente la más ligona del grupo, con su cara regordeta llena de pecas y un
cabello pelirrojo indomable. Sin embargo, solían catalogarla como belleza
nórdica, cosa que como tantas le hacían enrojecer todavía más el rostro.
--Se
llama Alfred, el mejor amigo de Marcos –explicaba descaradamente, Helena--.También
está de Erasmus. Estudia periodismo pero también es modelo. ¿Sabías que ha
desfilado en Cibeles? Es buen tipo y, ¿sabes lo mejor? Tengo su cartera porque
se la ha dejado en el piso de Marcos esta noche, cuando tomábamos algo a media
tarde y yo tenía que devolvérsela. ¿Quieres devolvérsela tú?
Alfred
se convertiría en el mejor amigo de Stella en los siguientes diez años, tras un
año como amigos con derechos. Pero ella aún no lo sabía.
Xosé
bebía tranquilo, echando miradas a tíos posiblemente gays, sintiendo el
hormigueo de su margarita en su cuerpo. Le encantaba la estampa que ofrecía con
sus mejores amigos de Erasmus. Aún recordaba sus comienzos y ahora eran
admirados por todos como los más prometedores en sus campos. Hasta Helena,
relucía por si misma y ya se estaba convirtiendo en una Top Model a nivel
mundial. Todos prometían por su talento.
--Aún
quedan dos horas para la after party de mi amiga –resopló tras no obtener
resultados en su cacería.
--¡¡Juguemos
a algo!! –Gritó Helena.
--¿Por
qué no jugamos a…?
--Callad,
no me hagáis reír. ¿Queréis jugar a un juego de verdad de la vida?
Los
estudió ella. Ninguno era ningún pusilánime. Todos tenían talento. Les estaba
haciendo un favor. El mejor favor de sus vidas, aunque tardarían en enterarse.
--Podemos
seguirte. Yo no estoy tan borracho, ellas… --terció Xosé mirando a sus
espléndidas amigas que, tal y como el afirmaba, ya se las notaba achispadas.
Helena
rio con seguridad pero se ganó su atención.
--Os
hablo de un juego con el que tenéis poco que perder pero mucho que ganar. Más
de lo que os imagináis.
--¿Qué
ganaríamos? –Inquirió Renata.
--Os
daré una pista. ¿Cuáles son vuestros propósitos de Año Nuevo?
--Dejar
de fumar –se carcajeó Renata.
--Adelgazar
cinco quilos y entrar en la 36.—dijo Stella.
--No
me refiero a eso. Me refiero a vuestros mayores sueños –insistió Helena, algo
frustrada por la falta de colaboración.
--Es
imposible que salga de esa hamburguesería mientras me pago la carrera –dijo
Xosé.
--Igual
que es imposible que mejore mi español con esas lagartas de compañeras de piso
–opinó Coco en un susurro de incomprensión--.Yo sólo sueño con aparecer alguna
vez en una gran pantalla.
--Si
alguien quisiera ver mi desastre de fotografías… --se quejaba Xosé.
--Yo
pienso centrarme en pequeños objetivos. Si los conviertes en hábito pueden
convertirse en grandes objetivos cumplidos –afirmó Stella con rotundidad. Era
una optimista redomada. --Tú ya has cumplido tus sueños por todos y no trates
de presumir más. Tienes talento.
Helena
quiso hacerse la molesta y esbozó una sonrisa amplia y amable.
--¡Es
totalmente una locura. De Santiago de Compostela a desfilar en Victoria Secret!
–exclamó, con admiración, Coco.
--Y
vosotros también tenéis talento. Ellos lo verán. ¿Vamos a la feria?
--¿Ellos?
–Xosé se mostró escéptico.
Helena
se calló, impasible, pero imponente como ella era. Sus colegas cambiaron una
ojeada pero sabían que ante las resoluciones de Helena García poco había que
hacer. De medidas perfectas, alta, rubia y de ojos azules grisáceos; Helena era
una modelo en auge en España, y ahora en el mundo. Algunos medios ya la
conocían como Helena de Troya como metáfora por el famoso personaje de la
Ilíada, del mismo nombre y que era famosa por ser la más bella del mundo.
--Venid.
Como
un resorte, todos se dispusieron a tomar sus abrigos, chaquetones, blazers. La
música del local todavía no había cesado y se prometía lo mejor del evento pero
Helena los arrastró a la feria que estaba a dos calles, en una explanada lo
suficientemente ancha para albergar ciertas atracciones sencillas.
Se
dejaron guiar por su amiga entre risitas y grititos de emoción, intriga y
celebración. El ambiente a su alrededor no era menor, sobresaliendo las
carcajadas y canciones de la gente que en su mayoría ya estaba ebria.
--Siempre
haces lo mismo. Te pones enigmática y tengo que acertar cuando nunca acierto.
--Calma
hermano. El acertijo es para todos. No va a ser sólo para ti.
--¿Tenemos
que adivinar? –Inquirió Coco, entre una risita tonta.
--¿Qué
pensáis que os voy a ofrecer?
--Drogas.
--Dinero.
--Un
polvo.
Helena
rio ante las ocurrencias de sus mejores amigos.
--Estáis
cerca.
--¿Una
beca Robbinson?
--También
aciertas.
--Te
estás quedando con nosotros –rio Renata.
--Os
ofrezco todo a la vez… y muchas más cosas.
Se
les iluminaba la cara ante sus palabras. Era como prometer la cura del cáncer.
--¿Qué
pretendes? –Preguntó Stella, la única reacia a aquellas palabras--¿Estás tan
borracha?
--Venid
conmigo. Tan solo seguidme.
--¿Mil
polvos?
--¿El
Euromillón?
--¡Un
pullitzer!
--Matarme
de sobredosis… paso.
--Vamos,
damas y caballero. Los borrachos sois vosotros. No tengo el premio todavía.
--Soy
la única sobria. Todo me parece absurdo –insistía Stella.
--Todavía
no lo sabes. Pero, en cuanto nos acerquemos, serás la primera en saberlo.
--Helena,
pinta mal pero cuenta conmigo.
Renata
la abrazó y, en el intento, se tambaleó.
--Chicos,
escuchadme, ¿seguro que no queréis saber cómo empezó mi éxito?
--Ni
que fueras para tanto, chica.
Xosé
puso los ojos en blanco.
--Acabo
de firmar con la mayor empresa de lencería del mundo.
--Siempre
has tenido buen tipo.
--Vamos,
no seáis jóvenes y absurdos.
--Venga,
moved el culo, no sé si está borracha o drogada pero promete ser divertido –los
animó Renata.
--¿Por
qué no hacemos selfies? Un collage recordando nuestro primer fin de año juntos
en Barcelona –preguntó Stella cuando salían del local.
--Está
bien. Os enseñaré mi secreto de fotografía si accedéis ir a la feria conmigo.
Se
sacaron cincuenta fotos, como mínimo Iban aprendiendo en el acto. Helena les
enseñaba ángulos y poses pero, hasta que todos los cinco salieron bien en una a
la vez, no se dieron por vencidos. Si no fuera por los consejos, su collage de
la noche se sería un conjunto de fotos de cada uno borracho posando como si
fueran buscados o presos.
--Ojalá
esto me diera para un book digno del pullitzer.
--Parad
ya. Lloriqueáis como niños pequeños quejándoos de vuestros sueños frustrados y
vidas sin perspectiva. Tenéis que tomar acción. Como me habéis hartado, os
mostraré algo que me moría de ganas de enseñar a alguien. Seréis los
afortunados.
--¿Está
borracha?
Renata
reía, primera a la cabeza de la fila de camino a la feria.
--Ya
he conseguido mi primer “beauty contract”. Contrato de belleza. No os puedo
revelar la empresa. Pero, antes de que me felicitéis, os diré mi secreto.
Helena
a veces pecaba de arrogante. Sus más cercanos se lo perdonaban por su buen
corazón.
--No.
Nunca lo adivinaríais. Este trabajo es difícil. La gente no ve lo que haces
bien, solo lo que haces mal, a no ser… que seas una chica con suerte, como yo.
Gracias a un pacto.
Helena
se puso a jugar con una lata de su cerveza vacía. Xosé sacó una cámara no
profesional pero decente, debido a ser la noche de Fin de Año.
--¿Puedes
seguir haciendo eso? –Le preguntó a Helena.
Su
hermano le sacó una foto sin esperar respuesta.
--Lo
natural es arte.
Xosé
se encogió de hombros. Helena tiró la lata y respiró profundo.
--Todos
tenéis talento. Os ayudarán a conseguir vuestros más ansiados sueños. ¿Me
seguís? Hay que ir a la feria antes que a la fiesta.
Resoplidos,
murmullos. Nadie quería moverse más lejos de cien metros de la calle, donde
estaban invitados a una de las mejores fiestas internacionales de la zona
Erasmus. Sin embargo, aquella afirmación sonaba tremendamente plausible, aunque
nadie la creyó ni por un momento. Helena, en cambio, parecía entusiasmada en lo
que estaba ofreciendo a sus amigos. Jugar a un estúpido juego de sangre con
alguna especie de bruja no parecía fuera de lugar en aquel momento de la
borrachera.
Estaban
listos para irse así que prosiguieron el camino. De vez en cuando, el cielo
oscuro sin nubes asomaba estrellas cada una más brillante que la otra. Mientras
marchaban, Coco miraba en torno con mirada borrosa debido al alcohol. Tenía la
impresión de que olvidaba algo. O que algo no iba del todo bien. Su intuición
no solía fallar.
Helena
era como un planeta y ellos sus lunas. Los arrastraba como la gravedad, siempre
en su órbita.
--Sé
que estoy siendo demasiado misteriosa pero os agradará lo que veréis –rompió el
silencio Helena cuando se adentraban en la feria--.Si este fuera el último día
de nuestras vidas… ¿sería así como querríamos vivirlo? Debemos amar lo que
hacemos. Perseguir nuestros sueños. Yo acepto el trato.
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