martes, 28 de septiembre de 2021

PRÓLOGO NUEVO PROYECTO: "TEN MUCHO CUIDADO CON LO QUE DESEAS" (2ª parte)

 

--¿Cuál es ese misterioso trato? ¿No irás a inmiscuirnos en ningún delito, no?

--A ver, parad. Os voy a mostrar a la gente que hará vuestros sueños realidad. Igual que a mí. Van de feria en feria pero no son ningún timo. Funcionan.

--Es un truco barato. Te hacen creer que va a funcionar. Como un efecto placebo –se quejaba Renata.

--Y, sin embargo, los placebos funcionan. ¿Lo haréis conmigo?

--¿Encontraremos lo que queremos? –Preguntó Coco.

--Puede que algo mucho mejor.

Helena les guiñó un ojo.

El camino era agotador y frustrante. Renata se sintió perezosa pero sintió que debía avanzar ya que sus ebrios amigos acudían con ella, algunos reticentes y otras entusiastas, hasta en tacones imposibles.

Llegaron al punto de la feria en el que ya había demasiada gente y los cinco tuvieron que agarrarse de la mano en una cadena humana, corriendo de un lado a otro para desembocar en un lugar menos transitado de la fiesta donde reinaba una gran capa dorada. Helena se paró, alta e imponente. Al contrario que Stella, que estaba deseando quitarse sus tacones que la tenían encorvada, por el ya tangible dolor de pies.

Coco se permitió una mirada hacia la Barcelona engalanada de fiesta. La feria rezumaba a muchedumbre mientras atravesaban el bullicioso mercadillo que la colindaba. En sus particulares puestos se podían encontrar todo tipo de comidas venidas de diferentes lugares del mundo. Se notaba que estaba situada en lugares donde frecuentaban los estudiantes internacionales.

Llegaron hasta una zona más despejada de gente. Ante ellos se alzaba una tienda de acampada de colores escarlata, dorado y plateado. En la puerta, un cartel ponía: “PROMETEDORA DE SUEÑOS”

--Repetid, “pase lo que pase firmaré con mi puño y carne” –dijo Helena, más impactada y respirando agitadamente al introducirse en la entrada de la tienda.

--No lo veo normal…

--Repetid.

Ante las recriminaciones de Helena, no había nada qué hacer. Su confianza y amistad hacían que tuvieran que seguirla hasta el otro lado del mundo caminando ataviados y ellas, con tacones (menos Renata, que iba de plano) si hacía falta.

Cada uno repitió sin saber porque decían esas cosas.

Stella contemplaba el discurrir de sombras que se dirigían a un peligro inesperado. Evitando pensar lo que le esperaba al otro lado de la puerta de tela, se concentró en mantener el equilibrio mientras la precedía Helena, con sus firmes y estilizados andares de modelo.

En cuanto entraron en la tienda, empezó a sonar una canción que hablaba de almas desesperadas y desgraciadas. A todos les sonaba de algo. Aquello, mezclado un olor dulzón, como incienso, les puso a todos los pelos de punta.

 

--Esto es escalofriante.

--Y raro.

--Por no decir tenebroso.

--O peligroso.

--Vamos chicos, ¿No os han dicho nunca que las apariencias engañan? Por cierto, tendréis que pagar doscientos euros por el servicio --. Helena añadió el último dato como quien no quiere la cosa. Antes de que nadie replicase, dijo--: no os preocupéis, pagaré yo. Invito hasta que veáis que funciona.

Uno a uno, fueron entrando. Xosé fue el último en querer entrar. Xosé pasó tras ellas y caminó hacia el primer hueco libre, tratando de pasar desapercibido. Quiso aparentar tranquilidad. Lo que le erizó los vellos fue notar como los ojos de la anciana lo perforaban como dagas y comprobó una macabra sonrisa reptando en su cara. De pronto, supo que su hermana no mentía y tenía razón. La certeza lo golpeó como una bofetada. Quiso demostrar que no pasaba miedo. Como cada vez que veía una película de terror. Así que, rezagado, se adentró en la tienda.

--Buenas noches, jóvenes. Supongo que acudís a mí para hacer realidad vuestros sueños.

La anciana que les hablaba tenía una cara ancha, colorada de ojos pequeños e inquisidores que contrastaban con su ancho cuello de sapo que está a punto de zamparse unas jugosas moscas. El suyo era un aire entusiasta, de quien ha estado hastiada y aburrida un buen rato, sin nada mejor que hacer que mirar para las miles de luces y de reflejos de la tienda de feria.

Stella estaba cada vez más nerviosa. Lo que en un principio parecía una broma de borrachera se estaba yendo de madre. Carne, sangre… chorradas de hechiceras. Pero… ¡Doscientos euros! ¿Quién se creía aquella anciana? ¿El Dalai Lama? Ese no era el de los milagros. Pero dudaba que cualquier tipo de santo esperase en una feria en una tienda que daba tan mal rollo que parecía que iban a invocar al mismísimo Satán.

La muy condenada parecía de un humor excelente. Claro, serían sus primeros clientes en años. ¿Quién más iba a darle doscientos euros y muestras para saber qué rituales de santería? ¡Y aún encima eran cinco los idiotas que habían accedido!

Ante la indecisión de sus amigos, Helena se adelantó. Sus pasos resonaban, caminando con fuerza y decisión. Incluso en los peores tacones, transmitía una seguridad que, en lugar de eclipsar al resto, contagiaba con su aura.

--Te reconozco. Ya te hemos ayudado –pronunció la anciana con voz gutural, reparando en Helena.

--Quisiera ayuda para mis amigos, ahora. Pagaré yo el dinero.

La anciana asintió y agarró una pequeña aguja y un estampado de tinta con papel.

--Me harán falta sus muestras –aclaró.

--Hacedlo, venga –los instó Helena, adoptando seriedad.

Uno a uno, aguantaron un pinchazo en el dedo anular y estamparon su dedo índice sin saber muy bien lo que hacían ni porqué lo hacían. Estaban en estado de shock y se dejaban llevar por la situación.

--Ahora, firmad.

Uno a uno. fueron firmando unos contratos que no se molestaron en leer. Helena pagó todo el dinero.

--¿Para qué quiere nuestra sangre? –Se atrevió a preguntar Coco, cuando le llegó el turno de firmar.

--Es una cuestión de brujería. ¿No queréis que vuestros sueños se hagan realidad?

--Es una chorrada. Hacedlo y aún llegaremos a la fiesta –dijo Helena.

La anciana rezumaba un aire de peligro e invitaba a escapar de su habitáculo con olor a incienso.

--Helena no estaba drogada, esto existe de verdad… --balbuceó Renata.

--Si pagáis un precio, podré cumplir vuestros más ansiados sueños, siempre y cuando tengáis talento. Decidme a qué os dedicáis y vuestro currículum.

--Oh, vamos, no voy a contarle mi vida a una vieja chiflada –terció Stella, hastiada.

--Calla, Stella. Disculpe usted, es que mi amiga no cree en estas cosas –se disculpó Helena.

La anciana se limitó a sonreír.

--Haré como que me he quedado sorda durante unos segundos.

--Stella, colabora.

-- Vale, está bien. ¿Vas a decirme que fue así como conseguiste tus contratos como modelo?

--Todo empezó así.

--Supersticiosa.

--Todo lo contrario. Más que realista.

--Entonces, ¿usted podría convertirme en actriz? –Preguntó Coco, con sus grandes ojos grises reluciendo de ilusión.

--El precio por cumplir vuestros sueños será ver vuestro talento y, luego, una muestra de sangre y carne. Además de doscientos euros por adelantado. Una nimiedad teniendo en cuenta lo que ganaréis.

--¿Qué?

--Callad. Yo ya he hecho igual. Haced lo que os diga.

Se miraron, Renata y Coco, temerosas. Helena apenas reparó en la mirada que se intercambiaron sus dos compañeras de piso. Xose arrugó el ceño, desconcertado. De mala gana, empezó a relatar sus méritos tanto académicos como extracadémicos de su vida. Las demás, lo imitaron. La anciana asentía complacida.

--Tenéis todos talento. Así lo habéis demostrado. Sólo invertimos en quien vale la pena.

--Los sueños no son un negocio.

--Nos sobreestimas.

--Sois vosotros los que os subestimáis. Haré de vosotros joyas admiradas por el mundo, de gran valor y poder.

--Vale. ¿Dónde está el truco? Te damos sangre y huellas, además de doscientos euros cada una por una promesa –Stella se mostró dura y escéptica.

--Todos los sueños tienen un precio –zanjó la anciana como quien habla del tiempo.

--Lo hago por mi amiga –insistió Stella--. Más le vale no ser una timadora. Iría a por usted y su tenderete.

Inmóvil y callada, Coco miraba de refilón a todos. Sus ojos chispeaban ante la amenaza de un timo.

--Te aseguro que no lo lamentarás querida. No lo lamentaréis ninguno de vosotros. Pero, acordaos, en diez años, una vez cumplidos vuestros deseos, tendréis que pagar por ello.

Coco se estremeció. Era como si hubiese leído sus pensamientos. Stella hizo un aspaviento con el brazo. Helena la miró fijamente y rio de una manera ensayada.

--Ya, claro. ¿Podemos marcharnos ya? ¡Quiero disfrutar de la fiesta! –Instó Stella.

--Disculpa, señora. Yo me siento conmovida por lo mucho que me habéis ayudado pero ya es hora de que nos marchemos –terció Helena, educadamente.

La estudió con mucha atención, luego miró a Stella. Su mueca pretendía ser peligrosa.

--Tu carrera solamente acaba de empezar, Helena. Ya eres lo que querías: una modelo asentada que desfila por las mejores pasarelas del mundo. Dentro de poco tendrás un nombre propio en el sector. Dentro de siete años, acudiremos a cobrar tu precio.

--Claro. ¡Hasta pronto!

Helena comenzó a preguntarse si la anciana realmente estaría algo ida pero los hechos eran los hechos. Desde que había acudido a ella tres años antes, su carrera como modelo había pasado de cero a estar en auge. Siempre había sido algo supersticiosa y había creído en ese tipo de cosas, aunque ahora tenía alguna duda. ¿Y si había sido sólo por ella misma el hecho de que su carrera estuviese emergente?

Se marcharon de la feria callados por lo que habían hecho. ¿Sería su borrachera? ¿Su desesperación? ¿Su inocencia? Lo que estaba claro, es que todos ansiaban, más que nada, conseguir sus sueños.

La esperanza hacia alcanzar lo imposible era el denominador común de los cinco.

--Daréis fin a un capítulo de vuestras vidas y comienzo a otro capítulo mucho mejor. No os arrepentiréis –Había pronunciado la anciana cuando se marchaban.

Por muy alto que fuera el precio.

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