lunes, 4 de enero de 2021

Capítulo 3 "Laberinto de Poder"

 

3 BUENA CHICA

Al llegar a casa ya era de noche. La claridad del día dio paso a una noche callada y constelada, iluminada por farolas mediando los caminos. La casa de su familia también se mostraba llena de luces, lista para la reunión que tendría lugar. La noche agrandaba su estructura y pensó en el contraste con la casona de Dom, reconvertida en centro médico. Se topó con su padrastro en el jardín que fumaba pipa muy pensativo sentado en el porche. Le dirigió una mala mirada.

--¿Listo para la reunión? –Preguntó lo más amable que pudo, Laie.

--No es de tu incumbencia. Será dentro de dos horas.

Laie meneó la cabeza en señal de asentimiento.

--¿Tú de dónde vienes? –Inquirió Arsío con brusquedad.

--No es de tu incumbencia –se limitó a responder Laie para luego internarse en la casona.

Al llegar a su habitación se deshizo de su pesado vestido y se puso un ligero camisón que también era una antigua prenda de su hermanastra Gía y una bata con jirones. Debía esperar escuchando atentamente al menor indicio de una reunión en su casa durante dos horas. Decidió que podía aprovechar ese tiempo para empezar a investigar.

Durante la hora siguiente se volcó con el trabajo de indagar en los archivos. No veía nada claro. Rostros de todo tipo, hombres y mujeres con una breve descripción de sus circunstancias. Ninguno aparentaba de primeras ser sospechoso. No obstante, procedió al descarte. Hasta cualquier culpable podría parecer inocente sin ahondar en su fachada.

Acorde con la investigación tomó un folio y se dispuso a apuntar posibles nombres de personas que provenían de fuera del pueblo de Ruña. Había desde soldados rasos, un par de oficiales, sanitarios, personal de limpieza, administrativos etc,  sobre todo militares. Cuando iba por la mitad de los archivos y ya tenía algo cansada la vista vio algo inesperado.

El archivo de Dom.

Ahí estaba, su foto. En blanco y negro sin desmejorar su rostro. Pudo fijarse mejor en sus facciones y era realmente guapo. Sonreía con picardía a la cámara ostentando sus dos hoyuelos en sus mejillas. Laie sintió curiosidad. Marchó como no válido. Acabó medicina en cuatro años. Luego acudió, obligado, a una batalla en la que desertó. Acabó dos años de cárcel en cárcel con historial de violento. Una hoja en blanco y las cosas cambiaron. Los dos años anteriores se dedicó a ser médico en los frentes y en otros hospitales hasta llegar a Ruña. Volvió a fijarse en su lugar de procedencia y, tal y como ya sabía, era de fuera de Ruña.

Laie tuvo que cerrar la carpeta de archivos unos instantes. Aquel doctor la desconcertaba del todo. Sentía que estaba atraído por ella pero ¿se lo merecía Laie realmente? Alguien capaz de construir un hospital con escasa ayuda a cambio de nada podría querer a un monstruo como ella que mataba, espiaba, torturaba… A la guerrera Irial causante de la muerte de miles de personas… Se lavó la cara para centrarse. Algo le decía que Dom no era más que el chico que aparecía en el expediente. Un No Válido con historial violento pero de buen corazón reconvertido en doctor. Sin embargo, también decidió guardar su expediente junto con los de los posibles sospechosos porque él sabía algo. Sabía que estaba investigando sobre su padrastro. Quizás tenía algo que ver con el gobierno.

Decidió que al día siguiente contactaría con sus compañeros de investigación para la primera reunión. No había pasado ni una semana, pero ya había indicios para empezar a pensar en grupo. Además, habría un festejo. Así pues, sería una noche propicia para pasar desapercibidos en Ruña.

Volvió a revisar los expedientes. Esta vez la sorpresa fue mayor. Encontró el expediente de su padre biológico, Yoe.

Se quedó sin aliento. Su corazón comenzó a latir con todas sus fuerzas. No se lo esperaba, en absoluto. Había olvidado a su familia biológica desde hacía más de una década. Supuso que había empalidecido. Menos mal que no había nadie allí para verla. Se puso a leer rápido su expediente. Era breve. Estuvo dos años en el frente y regresó a Ruña herido…

. Estaba hiperventilando. Laie tenía padres humildes que tuvieron que darla en adopción porque eran demasiado pobres como para mantener un bebé. Se la dieron a la familia de Arsío, que acababan de perder un bebé. Sin embargo, en el momento de la adopción tenía cuatro años y su padre no había cambiado demasiado veinte años después y aún tenía su rostro grabado en la memoria junto al de su madre, Zalia.

Sin duda, al día siguiente acudiría a ver al doctor Dom. No se refería a Arsío cuando insinuó que podría encontrar algo sobre su padre. Se refería a su padre biológico, Yoe. Ahora tenía la miel en los labios. Se había encendido la chispa que le hacía querer volver a ver a su verdadera familia.

Tras media hora llena de pensamientos de nostalgia, escuchó los primeros sonidos de la reunión vespertina que iba a tener lugar. Con renovadas esperanzas en el cuerpo, decidió volver a ser objetiva y ejecutar su plan.

Escuchó con la oreja pegada en su puerta como iban llegando, al menos, ocho personas y Arsío se mostraba muy amable y dicharachero charlando con ellos. Tenía dos opciones, o espiar desde el exterior de la casa o desde el interior. Desde el exterior no le sería difícil debido a su experiencia en rastreo y sigilo. La parte mala de aquel plan era que, si por casualidad la descubrieran trepando por la casa, estaría claro que desmontaría su tapadera y ya no podría seguir investigando a su padrastro de primera mano. Optó por un plan más sencillo. Escuchar desde el pasillo y, cuando saliesen del salón de reuniones de su padrastro, al verla ella forzaría el vómito y fingiría estar de camino al cuarto de baño por encontrarse mal.

Cuando el pasillo se sumió en un silencio tenso, Laie salió de su cuarto.

Se dispuso a caminar en cuclillas para que sus pisadas no sonasen. Ella ya era muy sigilosa de por sí, Había aprendido de los mejores. Pero cualquier medida era poca. Al llegar al salón de reuniones agradeció que los presentes hablasen tan alto. No parecían tan dicharacheros como a la llegada.

Laie forzó el vómito de la manera más silenciosa posible. Nunca era agradable vomitar pero, por pacientes que había observado que comían para luego echarlo todo, había aprendido a meterse los dedos hasta expulsar algo de su estómago. Totalmente asqueroso, pensó. Acto seguido, colocó lentamente su oreja derecha en la puerta.

--Robábamos de todo. Y si una empresa no accedía… Huelga. Los destrozaba. Ay, cómo han cambiado los tiempos –decía una voz.

Laie tomó nota mental y siguió escuchando la conversación sin poder identificar los nombres.

--Me gustaría ayudarte. ¿Qué quieres de mí? No tengo competencia en ese campo ni me parece justo.

--Hay gente que alegra con sus cartas y otra que no –reconoció a Arsío.

--Con mejor clase de gente.

--Supongo. A saber –replicó Arsío.

--Le das mil vueltas a este pueblo.

--De momento, me necesita.

--Solo por problemas de la clase media alta.

--Lo que necesito de vosotros es de alto secreto.

Laie agudizó la escucha.

--Dentro de poco llegarán nuevos visitantes que necesitarán de mis nuevos servicios.

--¿Nuevos servicios?

--Digamos que estoy expandiendo mi mercado.

Se produjo un silencio.

--Necesito total protección en la ruta del tabaco. Hoy no entraré en detalles –habló Arsío ante la decepción de Laie, quien estaba memorizando todo lo que escuchaba--. Fijaremos donde vosotros sabéis una reunión dentro de tres días a la misma hora que hoy.

--En el muelle –corroboró una voz.

De pronto, la puerta se abrió y Laie siguió con su teatro. Diferentes hombres mayores y jóvenes parecían sorprendidos de ver a Laie y su rastro de vómito.

--Laie, ¿qué demonios haces aquí?

--Disculpa, padre. Me encontraba mal y me dirigía al cuarto de baño. Ya sabes que en mi cuarto no dispongo de uno. Por el camino he vomitado.

--Limpia este desastre.

Se dispuso a limpiar el vómito pero permaneciendo en su posición por si escuchaba algo más de interés. La conversación semejaba no tener nada en particular. Con oído agudo, Laia supo distinguir a su alrededor cuál le era de interés. Y tanto. En principio parecían tan sólo dos buenos socios de alguna empresa cuyo nombre descartó rápido. Pronto sonó el nombre de su padrastro. Parecía que quería que fueran conscientes de lo que allí se trataba y de la cariz de su misión. También discernió algo sobre que tuvieran hacia él total lealtad o si no todos morirían.

--No quiero que nadie me obligue a nada. No estar en una jaula –dijo su padrastro antes de despedirse.

Había compartido con él los suficientes días como para saber cuando su tono de voz se mostraba preocupado, a pesar de su coraza. Había sido interesante. Eso pensaba cuando marchaba de nuevo a su cuarto y se hizo la dormida.

Su cabeza no paraba. Pensó en una persona a quien ver antes de a Dom. La Sibila del pueblo de Ruña. Era legendaria. Se decía que en todo el país las verdaderas sibilas eran escasas pero que la de Ruña era verdadera. Solo que no hablaba con cualquiera. Una sibila era como un profeta. Podía predecir el futuro y contestar respuestas a curiosos.

Al principio, le pareció una idea absurda. Seguramente era una farsante. No obstante, se acordó que cuando pasó tiempo con La Raza ellos le revelaron que las sibilas y los profetas eran miembros de La Raza que hacía doscientos años decidieron inmiscuirse con los humanos. La Raza… Irial (ella) era famosa por haber convivido con La Raza y haber aprendido conocimientos de ellos.

Era cierto.

Se trataba de una especie de forma humana con poderes sobrenaturales, longevidad y una sabiduría superior al de cualquier hombre o mujer. Fueron ellos quienes la acogieron y la bautizaron como Irial tras ser ella la última superviviente en la batalla que colindaba con su reino. Accedieron a sanarla y Laie aún se preguntaba qué habían visto en ella para acogerla durante meses. Aprendió de ellos destreza en lucha y estrategia. Incluso su idioma.

Sí, antes del alba iría a ver a la Sibila de Ruña.

Durmió apenas cuatro horas. Cuando despertó aun era de noche pero decidió que ya era hora de levantarse. No volvería a conciliar el turbio sueño que había tenido. Se aseó y vistió en silencio y con rapidez. Eligió otro de los vestidos viejos de Gía. Uno más cómodo para la ocasión. Ingirió lo primero que encontró en la cocina como desayuno y dejó una nota para recordar a su familia de acogida que seguía viva.

Rápida, enfiló el camino hacia la casa de la Sibila.

Por el camino se preguntó si había sido un error o una oportunidad del destino volver a Ruña. Había acarreado lastres y, sin embargo, había avivado esperanzas a las que había renunciado hacía muchos años. Sacudió la cabeza en el camino al centro. Eran órdenes de su rey antes de morir. Como militar que era debía cumplirlas eficientemente. Se preguntó hasta qué punto se pondría difícil la misión. Y cuánto tenía que ver la muerte del rey en ella. Laie no era de las que creía en las coincidencias tan extrañas como aquella. Se centraría en las órdenes pero tampoco descartaba que, en breve, trataría de hacer justicia al hombre que confió en ella. El rey.

Las calles estaban desérticas, aparte de algún solitario transeúnte que bien podía ser alguien madrugador por costumbre o por obligaciones. La casa de la sibila estaba en medio de una plaza con un gran jardín de césped y rosas color carmesí. Sabía que la gente evitaba ese lugar. Cuando era pequeña había acudido a curiosear y recordó observar como alguien llamaba a su puerta sin tener respuesta. La Sibila no había sus puertas a cualquiera.

Tomando aire, se acercó al gran portalón de madera de la casa de piedra de dos plantas, ancha y escueta. Llamó fuertemente y esperó.

Quizás estuvo plantada en la puerta un minuto que le pareció un siglo cuando la puerta crujió y una mujer mayor la abrió con esfuerzo. Estaba encorvada con el lacio cabello gris muy largo cayendo sobre sus hombros y un rostro de concentración con ojos de un azul que demostraba que era ciega. Era la Sibila. Laie se mantuvo impasible. La Sibila levantó despacio sus manos y empezó a acariciar el rostro de Laie, rasgo por rasgo. Asintió para sí. Le hizo una seña a Laie para que pasase.

Siguió, intrigada y sintiendo escalofríos, a la anciana Sibila por su casa en penumbra. Atravesaron un corredor de piedra con varias puertas de color pardo. Entonces, entraron en la que estaba al fondo del pasillo. Se encontraron en un cuarto que Laie juraría que se trataba de una pequeña caverna. Estaba conformada por piedra similar a la de las cuevas. Tenía dos asientos extraños. Estaban dispuestos uno frente al otro pero haciendo que los que se sentaran no pudieran verse el rostro. Frente a un asiento, había una fogata. La hoguera era pequeña y escasa, formada solo por cenizas, brasas y unas cuantas ramas quebradas.

La Sibila hizo señas a Laie para que se sentase y ella se dispuso a mirar las llamas. Laie obedeció. Se mantenía con semblante impasible y dispuesta a actuar al mínimo indicio de amenaza. Al fin, la anciana habló:

--Llevaba mucho tiempo esperando tu visita, Irial.

Habló con voz profunda. Un eco de sabiduría. El corazón de Laie comenzó a latir fuerte. ¿La había reconocido?

--Soy Laie –la quiso corregir ella, mostrando desconcierto en su voz.

--Parte de ti es Laie, parte es Irial –terció la Sibila hablando pausadamente.

--Algunos me llaman así –reconoció, finalmente Irial. No había secretos para una verdadera Sibila.

--¿Con quién hablo ahora? –preguntó la Sibila. Su voz retumbaba en la estancia como un eco--. ¿Con la guerrera que ha salvado una nación e inspira a millones de personas, famosa por su coraje o con la chica resentida y miedosa de que vuelvan a rechazarla?

Laie tragó saliva.

--No le sigo.

--Ay, Irial, tu camino no ha acabado todavía.

La Sibila se carcajeó.

--¿Y si no quiero seguirlo? –preguntó, crispada, Laie.

--Cuando llegas tan alto tan sólo puedes seguir subiendo porque si no, caerás al vacío con gran dolor. Tienes mente muy diestra y un alma flaca de necesidades. Tienes una gran coraza impenetrable que oculta un corazón marchito --. Laie estaba muda ante la sabiduría de aquella anciana--. Pregunta lo que tengas que preguntar. El tiempo es un bien muy preciado—Insistió la anciana.

--¿Varister volverá a mi camino?

Lo preguntó de una manera casi inconsciente. No era aquella pregunta lo que le había llevado a ver a la Sibilia. No obstante, tras comprobar sus dotes, una parte de ella quería saberlo. Su parte llamada “Irial”.

La Sibila rio grotescamente. “Conoce el secreto, claro”, pensó Laie.

--Sí y vendrá a recomponer lo que se ha roto.

Laie dedujo que se refería a que intentaría volver a reunir al bando enemigo. Mal asunto.

--¿Tiene algo que ver con la muerte del rey? –Interrogó con voz más firme, esta vez, Laie.

--Nunca subestimes la ambición de una mujer poderosa –contestó enigmáticamente la Sibila.

--¿A qué mujer te refieres?

--Siguiente pregunta.

Laie inspiró.

--¿Debo mostrarme a mis padres biológicos?

--Eso solamente te lo puede responder tu corazón –contestó la Sibila, frustrándola--.Sueña. Los sueños son esperanza. Y la esperanza es la luz del final del túnel cuando las personas caen hacia lo más bajo.

--No es de cobardes cobijarse ante la lluvia –terció Laie.

--Irial, hemos acabado por hoy.

--¿Qué quisiste ver en mi rostro cuando me tocaste la cara en la entrada?

Se resistía a marcharse.

--Quería comprobar la belleza que te ha dotado convivir con la Raza.

Dicho tal, la anciana abrió una puerta que había pasado desapercibida para Laie hasta el momento y se desvaneció, plantando a Laie quien de pronto se encontraba sin explicarse el modo, frente al portalón de la entrada. Salió crispada y nerviosa.

“Te está probando. Igual que si fueras una niña pequeña.” Laie no podía parar de pensar mientras enfilaba el camino a su siguiente objetivo, Dom. El alba despuntaba y los rayos rojizos de sol se iban intensificando a medida que llegaba con paso ligero y rápido al puerto y el sendero que conducía a la casona en medio del bosque. Donde estaba construido el improvisado hospital y donde se encontraba la casa de Dom.

Llamó a la puerta con fuerza. Dom, vestido de ya de uniforme médico y tan bien arreglado que era la encarnación de la belleza, esbozó una sonrisa cansada pero descarada al ver a Laie.

--Vaya, vaya, la pequeña ladrona.

--Toma.

Laie le plantó los archivos que le habían sobrado a Dom, que los agarró riéndose.

--Desde luego como ladrona dejas mucho que desear.

Su atención se distrajo sintiéndose absurda. Era extremadamente guapo pero ella era objetiva y racional. No se dejaba distraer por esas pequeñeces superficiales. Además, su historial sentimental era un desastre. Un desastre que dolía. No podía repetirlo. Al menos, no debía.

--Será porque no lo soy. ¿Cómo sabías lo de mi padre biológico? –espetó, autoritaria.

--Sabía que encontrarías algo de utilidad en los archivos.

--Sin evasivas, por favor.

--Sube, te lo diré en mi despacho. Aquí te vas a congelar con ese vestido de niña buena.

Giró sobre sí mismo y Laie siguió su paso. Subieron por una escalinata de madera a la segunda planta, que Laie aún no había conocido. Había cuatro puertas que antes habrían sido meras habitaciones sin mayor uso que como residencia. Se preguntó cuál sería la de Dom. Al llegar a la primera a la derecha, abrió y entraron.

El interior era asombroso. Muy luminoso y espacioso. Aunque multitud de cosas llenaban ese espacio. Había una vidriera y las ventanas daban vistas a un claro del bosque. Dom se quitó la bata de médico y se apoyó sobre su gran escritorio marcando más sus musculosos brazos.

--Tu padre biológico fue criado mucho tiempo de mi abuelo, el famoso doctor--. Empezó a contar. Laie prestó mucha atención--. Yo lo conocí. Era una gran persona. Un día llegó con un problema a contárselo a mi abuelo. Un problema muy difícil. Había tenido una hija pero su mujer había enfermado y no se podían permitir mantener a una niña de cuatro años. Mi abuelo sabía que tu madrastra no podía tener hijos y estaba desesperada por tener uno. Al ser médico de tu madrastra, mi abuelo lo sabía al contrario que la gente. Por eso le aconsejó que te entregaran a Arsío.

Laie se tomó una pausa para procesar todo que Dom respetó.

--¿Cómo lo sabes? Tú no eres de Ruña. Podrías saberte la historia pero, ¿cómo me has reconocido? –Preguntó, al fin.

--Solía pasar temporadas aquí con mi abuelo. Unas pequeñas vacaciones.

Dom la miraba fijamente mientras ella reorganizaba sus pensamientos. No sonreía burlón, como solía hacer. Parecía haber adoptado su papel de doctor.

--¿Cómo era? –Quiso saber Laie.

Dom se puso un abrigo y dijo:

--Quizás es mejor que lo veas. Dejaré una nota a Marila de que me tomo el día libre.

--¿Marila?

--La doctora Marila. Es la segunda al mando.

El corazón de Laie comenzó a latir fuertemente ante la expectativa de volver a ver a sus padres biológicos. Ambos se encaminaron hacia el pueblo. Cuando se aproximaban al sendero del bosque, los largos rayos del sol de la mañana caían en diagonal entre las ramas de los árboles, tiñendo de dorado las gotas del orballo del norte.

Laie seguía en silencio cuando llegaron a las primeras calles. Dom rompió el silencio, mirándola con ojos tiernos.

--¿Qué tal la vida de buena dama?

Laie resopló, y el rio como buen entendedor.

--Muchas matarían por estar en tu lugar.

Ella sonrió e intentó disimular sin responder.

--Hay que disfrutar más las cosas en lugar de preocuparse tanto por ellas –terció él.

Se giró para mirarlo mejor. Sus grandes ojos oscuros parecían decididos.

--Nadie es perfecto. Todos tenemos algo de lo que avergonzarnos--. Contestó, resuelta.--Cuanto más riqueza bebas más sed de ella tendrás.

--¿Cómo fue tu vida en la guerra? –Quiso saber él.

Laie se preguntaba porque Dom mostraba tanto interés en ella. Quizás aun conservaba la belleza de la que la gente hablaba, de la cual le había dotado la Raza. Ella nunca se había parado a pensar en ello. Llevaba años sin preocuparse en absoluto por parecer guapa. De hecho, entre el yelmo de guerra y las mascarillas del hospital de guerra apenas había mostrado su rostro. Y, aunque de eso se tratara, no dejaba de ser un monstruo. Demasiada gente había sido asesinada, mutilada, torturada, por su culpa.

--Haces preguntas que parecen dardos –terció con voz queda mostrándose ofendida--. Comprende que esté nerviosa por ver a mis verdaderos padres.

El asintió. Tras un par de minutos corriendo juntos avanzando a zancadas, llegaron a uno de los barrios más humildes de toda Ruña. La actividad matutina resplandecía entre voces de gente que iba y venía por diferentes comercios. Dom pareció emocionarse y agarró a Laie hasta que atravesaron la tan transitada vía y esconderse en un callejón.

--¿Se supone que vamos a ver algo? –Inquirió Laie, dejándose llevar.

--Mira la clínica veterinaria –susurró sonriendo, Dom.

Era un local sencillo con paredes de cristal. En el interior había un hombre y una mujer que reconocía perfectamente. Su madre había ganado peso y tenía el cabello rubio más corto. Sin embargo, aun conservaba la energía y la sonrisa afable que Laie escasamente recordaba de su infancia. Su padre, charlaba animadamente con un niño que tenía un cachorro de perro lanudo en sus brazos.

--Nos quedamos aquí –ordenó Laie.

--Entiendo –concedió él, caballeroso--. Mira, tienes el cabello de tu madre. Y los ojos de tu padre. Son buenas personas…

--Una clínica veterinaria… --murmuró Laie para su asombro.

--Cuando tu padre marchó a la guerra tu madre la abrió. Supongo porque es una mujer fuerte y no quería depender de nadie. Antes tenían un herbolario –explicó Dom.

Laie, meditabunda, se acordó de todo el amor por los animales que sus padres le habían inculcado. No pudo evitar sonreír como una tonta regodeándose en sus rostros, en sus movimientos. Se regalaría la vista con ellos toda la vida.

--Otro día volveré y me presentaré –murmuró ella.

Abrazó a Dom.

--Gracias, de corazón.

Entonces, ocurrió algo inesperado.

Laie se giró sobre sí misma rápidamente. Una panda de cinco hombres, con mal aspecto, los miraban con sonrisas de triunfo y llenas de malicia.

--El dinero, jóvenes –ordenó el más alto, que parecía el líder.

No quería problemas callejeros. Quería mantener a salvo a Dom. Se dispuso a sacar un pequeño saquito con monedas de uno de sus bolsillos. Dom se adelantó a ella:

--¿Queréis que os reviente la cara?

Laie lo miró con los ojos como platos. Su rostro no era el de siempre. No había rastro de su picardía burlona ni de su compasiva profesionalidad. Una vena le estallaba en la frente y desbordaba ira.

Los matones soltaron risas y silbidos.

--El chico quiere jugar.

--¿Qué tal si nos prestas a tu amiguita?

--Sí, estará más guapa sin ese viejo vestido.

Todo sucedió muy rápido. Dom saltó sobre el hombre que tenía más cerca. Consiguió derribarlo y empezó a darle puñetazos en la cara, rompiéndole la nariz. Al principio, los compañeros se quedaron paralizados. No se esperaban esa reacción. Laie se debatía entre actuar o no. No debía exponerse ni revelarse. Entonces, Dom se irguió y dio una patada a otro de los hombres en la ingle. Este retrocedió y gritó.

--¡Corre, Laie! –Gritó Dom.

Los de la pandilla reaccionaron. Agarraron a Dom y lo arrastraron al fondo del callejón. Dom se resistía y consiguió asestarles más golpes. Solo que ya eran cinco contra uno, a pesar de que dos estaban heridos.

Empezaron a darle a Dom una paliza y el doctor cayó al suelo. Laie se decidió. Lo iban a matar si no intervenía. “A él no”, pensó.

--Chicos, ¿no me queríais a mí? –Preguntó Laie que apareció sigilosa entre ellos.

Rápida y eficiente como la mejor luchadora que era asestó golpes diestros en partes cruciales, realizó piruetas para esquivar sus torpes golpes y acabó por dejar a los cinco inconscientes en el suelo. “Aficcionados”. Resopló. Se acercó rápidamente a Dom, que tenía varias contusiones y una brecha en la frente.

No obstante, no estaba inconsciente como los otros. Inmóvil, con los ojos muy abiertos la miraba con una mezcla de asombro y horror.

--¿Estás bien? –Preguntó Laie con delicadeza.

Desgarró su vestido para hacerle al doctor un lazo en la frente y parar el flujo de sangre de la brecha. Dom le apartó la mano.

--¿Cómo has hecho eso? ¿Quién eres?

Laie no sabía cómo responderle. Se había expuesto, después de todo. Se decantó por disimular.

--Dom, te han dado un golpe muy fuerte en la cabeza y puede que confundas cosas –dijo muy despacio, como si le hablase a un niño pequeño.

--Soy médico y sé que estoy perfectamente –replicó rápidamente y alterado--. También sé lo que he visto… Laie. Va a ser verdad que realmente no eras ninguna buena chica. Nunca he visto luchar a alguien así. Ni hombre ni mujer.

--Realmente estás confundido –insistió.

Dom se levantó con algo de dificultad.

--Escondes algo y lo averiguaré –afirmó con voz ronca.

--Buena suerte--. Laie decidió escabullarse de la mejor forma posible. Algo que no supusiera la misión en peligro--. Escucha esto, agradezco que me mostrases a mi familia adoptiva. De corazón. Pero deberías evitarme. No soy buena compañía.

Dom esbozó una sonrisa amarga.

--Descubriré lo que escondes.

--No deberías. Deberías alejarte de mí y agradecer que te haya salvado. Conozco tu historial también te aconsejaría que dejaras de pelearte con la gente. Eres buen doctor de buen corazón…

La interrumpió, acercándose a ella y agarrándole el cabello. Se estremeció ante su contacto. Sintió visos de calor recorriendo sus venas. Lo mejor era desaparecer ya.

--¿Y si no quiero alejarme de ti? –preguntó recuperando un tono de voz aterciopelado.

 

 

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