viernes, 8 de enero de 2021

Capítulo 4 "Laberinto de Poder"

 

4  CLAROSCURO

Laie caminaba rumbo a la sala de correos tras haber dejado inconsciente a Dom sin hacerle daño. Sus palabras aun resonaban en su cabeza. ¿Qué interés había despertado en el doctor? La había visto en plena acción. Bien podía haber matado a esos cinco hombres y él tan solo sentía curiosidad. Respecto a lo último, fue ideando varias explicaciones en su mente. La más plausible sería que, como sanitaria en el frente, aprendió de algún oficial cómo incapacitar a enemigos para luego huir.

Cuando llegó a correos se dispuso a mandar tres citaciones urgentes y confidenciales para el comandante, la capitana y el inspector aquella noche. Le salieron bien caras pero era el protocolo. Suspiró al salir, mientras se aseguraba de que había dejado inconsciente a Dom solo un par de minutos y que los matones tardarían horas en despertar. Decidió acudir al centro médico de campaña. Tenía que hablar con Poulei, lo más seguro es que estuviese allí. Además, si el doctor Dom ya había regresado podría darle su explicación de lo sucedido. Mentiras y más mentiras, así era su vida.

Tampoco paró de ver la imagen de sus padres biológicos después de tantos años y eso le hacía sonreír, a pesar de las complicaciones personales de la vuelta a Ruña. Cuando estaba cerca del centro médico, el inmenso mar de la tarde se extendía ante ella. Mientras contemplaba aquel horizonte salpicado de nubes perladas Laie hizo balance mental de la situación. Debía solucionar el asunto de Dom y, a la vez, no levantar sospechas en su familia adoptiva a la par que manejar el tema de sus padres biológicos. Al menos de eso se trataba la parte personal. Por otro lado, tenía que seguir investigando lo que le habían ordenado y esa noche se reuniría con sus camaradas.

Siguió caminando, decidida a grandes zancadas por el sendero. A su alrededor, solo había árboles semiocultos por una leve neblina. La corteza habitualmente cobriza se antojaba plateada.

Tenía muy buena memoria y no le costó recordar el código que Poulei había marcado para entrar en la casona. Cuando entró se escuchaban voces conocidas en la cocina. La chimenea estaba llena de ceniza seca y renegrecida. La única iluminación de la habitación eran velas y cuatro antorchas, una en cada esquina.

Allí estaban Tiano, Macieu, Riomer y Poulei. Este último iba emperifollado con su mejor traje de guerrera. Una armadura dorada con el escudo del reino y una capa escarlata con bordados dorados. No se habían percatado todavía de que había llegado.

--Si conocieras a mi amigo… --decía Riomer, que sujetaba, al igual que todos, una cerveza.

--A ver, ¿no era un diseñador de casas? –Inquirió Macieu.

--Pues la suya era muy fea –terció Tiano.

--Es su cara a la sociedad…  un rollo. Ha matado a más gente que nadie –defendía de manera que a Laie no le parecía correcta Riomer a su amigo.

--No más de lo que me gustaría a mí.

Rió Tiano de manera socarrona.

--¿Es que nunca trabajáis? –Habló en voz alta Laie.

--¡Laie! –exclamó Poulei--. Terminamos el turno a media tarde. Siéntate.

Después de pasarse el día de un lado a otro del pueblo, el tiempo a Laie le había pasado volando.

--¿Y el doctor Dom? –Preguntó lo más despreocupada posible.

--Se encontraba mal y se ha tomado el día libre –contestó Tiano--. Terrible, la doctora Marila es peor que mi anterior sargento dando órdenes. Y no soporto lo nerviosa que se pone… ¿Quieres conocerla?

--En otro momento. Poulei, ¿esta noche nos vemos en los festejos?

Poulei parecía resignado.

--No puedo Laie. La duquesa ha ordenado mi presencia en el palco. Tendré que dar un discurso.

Ahora entendía lo del uniforme de oficial de gala. Rió.

--Disfruta de tu gran momento de gloria. ¿Podéis darme un zumo?

Se sentía preocupada de que Dom no se hubiese presentado en el centro de guardia en todo el día. Sobre todo, teniendo en cuenta que era su casa. No podía preguntar más. No quería demostrar la ansiedad que le producía esa situación. Sus mejores amigos se sentían tranquilos. Quizá desaparecer un día entero era habitual en él.

--Ahórrate tus deseos, señorita. Te daremos una cerveza –dijo caballeroso, Macieu.

--Creo que rehúso –respondió ella.

Dicho tal rebuscó en la nevera y cogió una jarra de zumo de naranja. Habitualmente no se permitía beber. Era un saco con demasiada información confidencial de alto secreto y beber solía soltar la lengua de la gente.

Dentro, el calor era apaciguador. Las antorchas lo bañaban todo con su luz. Laie se dejó  bañar por la calidez mientras se mantenía ajena a la conversación excepto como mera espectadora. Era un buen tono. Era evidente que todos eran muy amigos y compartían gran confianza entre ellos.

--Podremos con ello –decía Riomer cuando Laie decidió prestar más atención mientras daba sorbos a su vaso de zumo de naranja.

--Ya lo intuyes, ¿no?

Una sonrisa le bailaba en el rostro a Maceiu, Laie ya no sabía de que hablaban. Supuso que de algo de lo que no querían que Laie se enterase. A su alrededor, la luz de las velas y antorchas danzaban brillando en la humareda de aquel espacio reservado a los fumadores dentro del centro médico.

--Anda ya.

--No me fastidies.

--Es que has dado tantos rodeos para decir lo que tenías que decir que no te capto.

Tiano hizo una mueca desdeñosa. Él no escuchaba todo el tiempo. Parecía escupir las palabras como si eso fuera parte de los pensamientos que podía permitirse compartir con la gente. A ratos permanecía mudo y semejaba tener pensamientos en los que se concentraba que no quería que nadie conociese.

Asintieron y se entendieron, a la antigua usanza. Laie levantó la cabeza de golpe.

--¿De qué habláis? ¿Puedo saberlo?

Intercambiaron miradas entre ellos. Poulei fue quien se pronunció:

--Laie es de fiar.

--Un tipo muy extraño llegó aquí hace unos días preguntando por gente extranjera. No le revelamos nada, claro. Nuestros pacientes tienen confidencialidad.

Macieu torció el gesto.

--¿Te acuerdas de su cara?

Laie quería saber más, aparentando estar tranquila y sin mostrar el interés que despertaba en ella esa información.

--No, pero un paciente… Karino creo que era… se esfumó –contó Tiano.

Se apresuró a alzar un instante su mirada a Poulei. Era un dato significativo.

--¿Se esfumó?

Vaya, aquello era algo que debía comentar en la reunión de la noche. Memorizó el nombre.

--Está desaparecido y hay gente que se preocupa –terció Riomer.

--Sobre todo en este ducado –rio Tiano.

--Ahí estás tú, con tus chistes malos que nadie quiere oír.

Tiano puso los ojos en blanco.

--¿Qué quieres decir con “en este ducado”?

Laie quiso proseguir con su disimulado interrogatorio.

--Te habrás dado cuenta de que todo ha cambiado –explicaba Macieu--. Hay muchos crímenes de los que no se habla pero nos enteramos porque algunos de esos heridos ingresan aquí. No sueltan prenda. Y han muerto ya varios de ellos.

--Ley de vida.

Tiano se encongió de hombros.

--Ya ha muerto demasiada gente en la guerra para tratar ese tema con tanta ligereza –le espetó, enfadado, Macieu.

--¿De qué te vas?

Tiano vociferó de una manera barriobajera y Riomer le puso una mano en el hombro a ambos.

--Nunca hemos querido muchas cosas de las que han pasado. Pero han sido así.

--Tu alma se ha ensombrecido.

--Si no queda otra opción para curar heridas con la risa. Al menos yo he sabido pasarlo bien en batalla. En Joreis nos divertimos –intentaba explicarse Tiano.

Laie pensó que lo estaba empeorando.

--No comparto vuestra idea de diversión –replicó ella.

--Decidí reírme y tomarme la guerra como un juego desde una expedición a una caverna… no me acuerdo del nombre. Lo que importa es que al llegar allí nos encontramos una pila de cadáveres calcinados, casi esqueletos de mujeres, niños, bebés… Después de aquello pasé tres noches en vela. Eran mis primeros días como soldado –relató con énfasis en cada frase, cada pausa, Tiano.

Después de aquello, Laie no logró sonsacar nada más sobre la misteriosa desaparición. Fueron contando anécdotas de guerra y, antes de que le llegara a ella su turno, procedió a marcharse al punto de encuentro con sus camaradas.

Casi había anochecido cuando marchó del centro médico de campaña. Llegó muy rápido a la plaza principal. Tambores daban la bienvenida a los que acudían a los festejos. La explanada de piedra color crema ya estaba atestada de gente entusiasta. El confeti caía haciendo remolinos multicolor en el cielo nocturno. Y las flechas llameantes de una exhibición de arqueros encendían las almenas de la incipiente noche.

Llegó al punto de encuentro meditabunda. En cierto modo, había desplegado toda su artillería que le permitía la tapadera. Estaba a la expectativa de lo que tuvieran que revelar los restantes miembros de la investigación. Se los había llevado a una taberna más íntima, una que asomaba a la plaza donde tenían lugar los festejos. No solía estar muy frecuentada, pero debido a su perfecta ubicación, ese día no serían oídos. Hoy estaría repleta.

.El comandante Sult y el inspector Neis ya se hallaban sentados con ropajes típicos del pueblo. Ni demasiado ostentosos ni demasiado humildes. Se reunió con ellos entre la ensayada estrategia de parecer viejos amigos. La capitana Ganesa fue la última en incorporarse. Llegó con un vestido sencillo, de color negro. Laie sintió que el viejo pero pomposo vestido de su hermanastra desentonaba en un local así.

Tras dejar pasar unos minutos en los que pedían sus bebidas y localizar un lugar donde evitar oídos indeseados, procedieron a contar lo descubierto. Como indicaba su entrenamiento, lo harían por turnos.

El inspector fue el primero en dar parte. Habló de un aumento de crímenes encubiertos por el ducado para no estropear los festejos.

--He oído hablar de eso –confirmó Laie profesional. Lo acababan de mencionar en el centro médico de campaña.

--Es un secreto a voces –corroboró el inspector Neis--. Está impulsando redadas contra el comercio ilegal y el contrabando. De momento tenemos tres detenidos. Una trabajaba para Arsío --. Laie asintió mientras el inspector tendía una foto de la susodicha que guardó disimuladamente--. Decía que vendía tabaco aunque su jefe la quería preparar para algo más.

--Estaré atenta por si la veo con mi padrastro. ¿Qué más?

El comandante habíadestapado los rostros mafiosos que se han juntado en Ruña. Se los mostró a Laie. Recordando la reunión clandestina de su padrastro, Arsío, reconoció a todos menos a uno.

--Resulta que es el mafioso con el que está en guerra con el resto.

--Lo reconozco --, confirmó el inspector Neis--. Llegaron dos casos a comisaría relacionados con él y qué de rumores he escuchado de los presos sobre asesinatos por ajustes de cuentas.

Además, siguiendo a gente llegada fuera de Ruña, el comandante Sult encuentró dos personas que parecían desaparecer en un punto que él llamó el pozo.

--Es como si se los tragara la tierra –afirmó--. Según mis pesquisas, sería en el centro, al este, cerca del puerto.

Laie asentía objetiva asimilando toda la información a la vez que apuntaba todos los datos en un informe.

--¿Tenéis un mapa de Ruña? –Preguntó.

El inspector dispuso un mapa sobre la mesa.

--El pozo debe estar aquí –señaló Laie--. Cuando acudí al centro con mi familia Arsío marchaba por esta calle en esta dirección--. Todos miraron concentrados. Laie seguía apuntando--. ¿Capitana?

 

--He ido a investigar donde Iri… Laie ordenó y escuché algo interesante de tres borrachos. Les sonsaqué que habían luchado para el bando enemigo y ahora, en Ruña, habían obtenido una nueva identidad. El tercero calló y no les dejó irse más de la lengua.

El ruido disminuyó lo suficiente mientras todos escucharon con atención la descripción de Ganesa.

--Debes volver allí.

--Debería detenerlos, mi señora –opinó el inspector Leis.

--Hay que tirarles más de la lengua. Veremos lo que les puede sonsacar la capitana Ganesa –resolvió Laie--. Después de eso puede provocar una pelea de bar y tendrás la excusa para dentenerlos.

--Mencionaron también un hombre encapuchado con un pasamontañas al que vio un uniforme azul –añadió la capitana tras asentir con una seca cabezada.

Se produjo un breve silencio. Su recelo aumentaba a medida que conocía nuevos datos.

--¿Alguien se comportó de manera extraña? ¿Tenía algún enemigo? –Inquirió Laie.

--Tan sólo mencionó problemas económicos. Y que no podía esperar toda una vida por lo que buscaba.

--Se nos escapa algo –terció el comandante Sult con voz queda.

--¿Por qué habló entonces? –quiso saber el inspector.

--Supe manejarlos en cuanto sospeché. Los hombres tienen egos grandes y sensibles.---.Ganesa se mostró descarada--. El truco es jugar con ellos. Y cuando hay alcohol de por medio es mucho más fácil.

Los dos hombres presentes apuraron un trago a sus bebidas y Laie aguantó las ganas de reír. Laie se dispuso a contar todo lo que había descubierto ante la buena escucha de sus interlocutores.

--Está bien. Seguiremos investigando –concluyó--. Este teorema parece tener secuencias lógicas y, con suerte, no tardaremos en resolverlo. Comandante …: acude al muelle en la cita convocada por Arsío. De incógnito, pero arriésgate si es necesrio.

--De acuerdo.

--Inspector, investigue la oleada de crímenes. Los nombres que le he dado y aparte la desaparición de Karine.

--Hecho.

--Ganesa, sigue sonsacando lo que sea: chismes, rumores, hechos… a los hombres que has conocido.

Asintió.

--Los cuatro, en distintos horarios deberíamos investigar el pozo. No conviene que una sola persona pase todo el día en tal escenario pero hay que permanecer la zona vigilada el máximo tiempo posible del día. No podemos perder ninguna pista.

Se percató rápidamente de un detalle. Uno de los encapuchados de la barra se dispuso a marcharse al mismo tiempo que ellos. Laie se mantuvo aparentemente tranquila y, tras despedirse, marchó en zigzag entre la multitud. Comprobó que el encapuchado aún la seguía. Dio un rodeo de felino para esconderse y ser ella la cazadora del hombre que la seguía.

Consiguió el efecto deseado. Gracias a su sigilo y destreza pudo observarlo quieto y mirando a alrededor, confuso. Laie se acercó a él. Desde luego no parecía bien entrenado en el espionaje.

 Lo atrapó y le quitó su capa.

Con la capucha negra y el grueso cuello vuelto del suéter, también negro. Rezumando su belleza y marcando su cuerpo, se trataba del doctor Dom.

--Dom, ¿se puede saber por qué me estás espiando? –Gritó ella.

--¿Será porque soy un chico malo? –Inquirió él arqueando las cejas de forma petulante.

Dejó deslumbrada a Laie durante unos segundos. No se daba por vencido. Le había descubierto en la reunión.

--Está vez te cubro, pero no puede volver a ocurrir.

--Creo que me he acercado a saber qué escondes.

Estaba harta de más disimulos y mentiras.

--Trabajo para el gobierno. Alto secreto –contestó ella.

Dom abrió mucho los ojos y soltó un silbido.

--Vaya para la buena chica. He de admitir que al principio pensé que trabajabas para el tráfico de tu padrastro.

Ella suspiró. Se sintió aliviada al poder revelar parte de la verdad a alguien. Sin embargo, no bajó la guardia.

--Eso nunca. ¿Alguna teoría más?

Se mostró risueña como si la mención al tráfico de Arsío, su padrastro, fuese algo más bien divertido, no preocupante.

--¿Poulei y tú estáis juntos?

Eso no se lo esperaba.

--¿Qué? No. Es cierto que él estuvo encaprichado por mí una época pero yo siempre lo he visto como mi mejor amigo –balbuceó Laie. Le había cogido con la guardia baja.

--Entonces he ganado la apuesta. El resto apostaron a que sí estabais saliendo juntos.

--¿Habéis hecho una apuesta sobre Poulei y yo?

Debía enfadarse pero era tan absurdo pensar en Poulei como un novio que rió carcajeándose ahogadamente.

--Te quiero para mí –ronroneó él.

Sintió una llamarada dentro de sí. Menos mal que ella no era de las que se sonrojaban. Era una agonía a la par que un éxtasis que hacía tiempo que no sentía. La abrasaba por dentro.

--No soy de nadie.

Laie le guiñó un ojo y él estalló en una risa socarrona.

--¿Más sospechas?

--Tú misma me lo has dicho.

Entonces resonaron trompetas con la melodía del himno del país y Poulei se encontraba frente a un estrado junto a ciertas personalidades y una mujer de larga cabellera rubia de figura estilizada en un estrado mostrando una gran sonrisa de dentadura de un blanco reluciente.

--Mira, va a hablar “tu amigo· --anunció Dom esbozando su sonrisa felina.

--En serio que sólo es mi amigo. Desde la infancia –insistió Laie.

La mujer empezó a hablar de la importancia de reconocer, durante los festejos del Laberinto de Poder, las hazañas de los héroes de guerra. Por ello, aquel día darían un discurso los guerreros más destacados de Ruña. Tras ovaciones la mujer pronunció unas palabras que Laie escuchó abochornada.

--Antes, es nuestra obligación rendir homenaje a la salvadora del pueblo. La verdadera heroína de la guerra. La mujer que dio fin a esta contienda que ha durado diez años. Irial.

El público enloqueció. Se escuchaban aplausos, gritos, silbidos. Laie tragó saliva pensando en cómo escabullirse. Extendieron un tapiz de dimensiones gigantescas con su retrato en dibujo. Frunció el ceño. Representaban a ella con su uniforme de batalla blandiendo una lanza. El uniforme era su armadura dorada, regalo de La Raza. Estaba hecha del material más resistente que existía en el continente. Su rostro, en cambio, lo representaban mucho más afilado de lo que lo tenía mientras que destacaban el tono rubio de su cabello.

--Recordemos las mejores hazañas de la guerrera Irial –prosiguió muy sonriente la mujer--. A sus veinticinco años ha logrado más hazañas que la gran mayoría de militares, mujeres u hombres. Fue crucial dirigente y vencedora de tres batallas: la de los diez mil hombres, la batalla de la Gran Bahía y la batalla de La Explanada Dorada. Además, cuando creíamos vencida la batalla de la Montaña Cavernosa, ella consiguió matar al segundo al mando de Nous--. Laie disfrutó recordando cómo había matado a aquel sádico asqueroso--. Finalmente fue ella misma quien dio muerte  a Nous y sus principales guerreros haciendo que Varister se rindiera y diera fin a la rebelión.

Se produjo otro estallido de aplausos. “Varister volverá”, pensó Laie, “y ellos no sospechan que todavía no están a salvo”.

--Queremos anunciar una subasta de algunos bienes que ha donado al reino. Su yelmo de la batalla de La Explanada Dorada, y una de sus mejores dagas con empuñadura de plata y oro. Ahora procederemos a ver un teatro de títeres con la representación de la muerte de Nous.

Laie estaba irritada. Había dejado en palacio muchas pertenencias de la guerra como gesto de que ya había luchado lo suficiente con la guerra terminada. La reina había sido tan sinvergüenza de subastarlos. Estaba crispada y harta.

--Larguémonos de aquí.

Agarró a Dom del brazo y tiró de él rumbo a la casona del centro médico.

--¿Adónde vamos? Agente secreta –preguntó burlón.

--Te llevo a casa --. Arqueó las cejas--. Los tiempos cambian. Hay chicas que llevan a su casa a otros chicos.

--¿Conoces a Irial?

La pregunta de Dom le pilló por sorpresa. Siempre lo hacía.

--No he tenido el placer –refunfuñó ella.

--Se diría que tienes algo personal contra ella.

Laie seguía caminando esquivando gente y pensando lo absurdo de la afirmación de Dom.

--¿Por qué iba a tenerlo? Trabajo para ella… y todo el gobierno en general.

Dom la miraba muy atento. Guardó silencio hasta que salieron de la muchedumbre. Quiso cambiar de tema.

--¿Por qué no huiste de mí si sospechabas eso? ¡Te dejé inconsciente!

--Te lo repito despacio y claro: quiero saber más de ti. No me pienso alejar de ti.

A Laie se le aceleró el corazón.

--Eres irritante.

El viento había amontonado todo el confeti contra las fachadas hasta llenar todos los rincones. Dotando a la estampa del aspecto de un arcoíris en la noche. Los estandartes colgaban como lanzas. Las almenas ardían iluminando con un rubor rojizo el lugar.

--Creí que me podría perder sin salvación en tu mirada --. Dom le agarró el rostro. Laie quiso parecer inmutable pero estaba disfrutando--. ¿Crees en las cosas mundanas? Comer, beber, dormir… El amor es algo más. Para mí, al menos. Quizás hablo para mí mismo.  Quiero darte lo que me inspiras. Quiero más de ti.

--Quieres parar.

Laie se deshizo de su agarre, desconcertada. De no haber sido por su experiencia militar, se hubiese mareado.

-- Siempre he querido más de lo que puedo recibir –comentaba Dom como para sí durante el trayecto por las calles de Ruña. Laie guardó silencio. --Conoces mi pasado. Te harás una idea pero nunca sabrás suficiente. A pesar de todo por lo que he andado, nunca pude renunciar a la vida y a la luz de existir y aprovechar cada día como si cada momento fuese el único. Eso me ha hecho entender mejor mi trabajo. Traer y dejar marchar vidas. Vidas que surgen, vidas que se van. Un ciclo vital. La magia de la existencia.

Laie pensó que quizás había bebido demasiado para soltar semejante perorata. Sin embargo, le agradaba escucharlo.

--Y, sin embargo, no dejo de ver gente como tú, soberbia, que se quejan de sus vidas.

--Cada aliento fresco es un regalo –se rindió ella ante sus palabras.

Por extraño que pareciera, se lo creía todo. Estaba realmente convencida de que el doctor Dom no era más que un mero curioso con una mente brillante y un inconsciente con fe en el amor. Sentía regocijo ante los elogios tibios y la charla pseudo filosófica que compartía con el doctor. Una parte de ella se estaba despertando y le hacía creerse más viva. ¿Se estaba enamorando? Sería un inconveniente. Decidió cambiar de tema.

--Veo que no te han hecho daño esos matones. O quizás te dieran semejante golpe en la cabeza que te hace decir esas cosas.

Dom rió con la melodía de carcajadas que Laie estaba empezando a amar.

--Bueno, al menos mi muñeca derecha quedó sana. La que me deja trabajar.

Estaban llegando a la dársena que mostraba un mar oscuro reflejando los rayos de plata de la pálida y reluciente luna.

--¿Te parece motivo de broma?

--Estirada. Así por lo menos podré escribir.

--Con el puño.

Esta vez era ella quien bromeaba.

--Escribo. De verdad.

--¿Ah,sí?

--Tan difícil es de creer?

--¿Qué tipo de literatura? –Se interesó Laie mientras se internaban por el sendero.

--Lo que me salga de la cabeza. No soy ningún novelista de éxito. Y mis poemas no son recitados por el mundo. Tampoco escribo obras de teatro. Escribo para mí--. Laie meneó la cabeza, asintiendo conmovida--. Ya sé que crees que un tipo como yo no puede escribir…

--Shhh… Al igual que tú crees que una jovencita de buena familia como yo no sabe dar golpes.

--No lo creo. Lo he visto.

--¿Cómo me has localizado? –Laie realizó la pregunta que más le intrigaba y que más había pospuesto.

--Te seguí.

Resopló, pero decidió concederle una tregua.

--Yo también creo que puedes escribir, aunque no lo haya visto.

--Una chica de buena familia que da buenas palizas y un chico de los suburbios que escribe. ¿Haríamos buena pareja, no?

Ambos rieron al unísono. Llegaron a la casona.

--Tenemos que despedirnos –anunció Laie--. Escucha, no soy ni la chica buena ni la chica mala.

--¿Eres la chica claroscuro?

--Sí, supongo que sí--. Dom estaba abriendo la puerta. Ella no quería entrar, de momento--. Debería dejarte marchar. O hacerte escapar. Pero yo tampoco quiero alejarme de ti.

 

Mientras emprendía el camino de vuelta a la casa de su familia adoptiva tuvo tiempo de despejar la mente. Dom le llamaba la atención a la par que le sorprendía. Que un hombre que solo la conocía como Laie y no como Irial mostrase ese interés hasta fascinación por ella e<<ra algo raro. Y cómo hablaba de ella. No era como la mayoría de los hombres. No era egoísta. A pesar de su chulería no era vanidoso ni orgulloso. Era violento, pero noble. Lo había pasado mal y no las pagaba del todo con el mundo. Él era infinitamente mejor que ella.

El regreso había parecido mucho más largo que toda la caminata del día. Se desplomó, cansada y sin ganas de pensar, sobre el colchón con jirones y muelles sonoros. Estaba cómoda, de todos modos. Había muchos asuntos pendientes antes de partir de Ruña. Se durmió con esa idea en la cabeza.

Al día siguiente, se despertó sonriendo. Había soñado con Dom.

Decidió mantener sus pensamientos ocupados en cosas productivas. Tras una rutina habitual en la que esquivó a Gía, se pasó la mañana haciendo copias cifradas de los informes y también organizó los horarios para controlar “el pozo”.

Había prometido investigar y solucionar el entramado de Ruña eficientemente como la soldado más reconocida que era. Pero ¿y sus sentimientos? No podía prometer controlarlos. Hacía tiempo que no sentía lo que llamaban mariposas en el estómago. En Ruña nunca lo había sentido. Se le hizo un nudo en el estómago al recordar lo mal que había acabado la situación la última vez que se había sentido así, hacía tres años. Era una historia que nadie conocía. Absolutamente nadie. Hasta ella misma nunca osaba pensar ni siquiera en su nombre.

 Quiso creer que Dom era distinto. Demostraba ser leal, de buen corazón, inteligente e increíblemente guapo. Además, se sentía muy cómoda en su presencia. Era de esa clase de gente que transmitía confianza y le confesaría hasta tus secretos más turbios.

Tomó nota mental de ese detalle. No podía irse de la lengua por muy bien que se sintiera con él. Sin embargo, quería darse la libertad de amar a alguien. Era el primer paso para salir de donde estaba y la melancolía que le suponía tener que vivir con su familia adoptiva para luego traicionarlos. Se le antojó absurdo dejarse llevar de aquella manera por sus sensaciones y sentimientos. Había aprendido a ser fría y dura. Se puso manos a la obra para distraer su tan bien mente entrenada.

Sonaron tres golpes en la puerta de su cuarto. Laie había dejado claro que se encargaría ella misma de limpiarlo. Escondió rápido todos los archivos y abrió.

--Laie, tienes visita –dijo Gía más sonriente de lo que se solía mostrar con Laie.

--¿Quién es? –rezongó.

--Un oficial llamado Poulei. ¿Me lo presentas?

Dio un portazo y agarró la copia del informe de Poulei, riendo entre dientes al ver que le gustaba a su hermanastra. Bajó corriendo las escaleras hasta la puerta de la entrada.

--Hola, ¿Podemos buscar algún lugar más tranquilo para charlar? –le dijo a Poulei.

Su hermanastra y su madrastra miraban con demasiada curiosidad en el recibidor.

--No acabará solterona después de todo –oyó murmurar a Gía.

Poulei y ella se alejaron hasta la verja del jardín.

--En cuanto lo de ayer, tengo este informe que puedes llevarte, aquí no puedo hablar –explicó rápidamente Laie. Luego adoptó una mueca burlona--. Has estado espléndido esta noche.

Le guiñó un ojo pero Poulei seguía serio.

--Si ni me has visto… Escucha, he tenido un encuentro con la duquesa… quiere verte esta noche a las 19. Creo que lo sabe…

Laie abrió mucho los ojos.

--Shhh. Está bien, pero tendrás que cubrirme. Me gustaría preguntarte que diablos quiere pero no es momento ni lugar.

--Tiene que ver con la investigación –afirmó Poulei--. A las siete allí, en su castillo.

Entonces tuvieron que callar y fingir una charla más trivial mientras un policía se acercaba a la puerta metálica de la verja. Vestía uniforme de bajo escalafón. Parecía impresionado por la casa de Arsío. “Lo que me faltaba”, pensó Laie.

--Mi padrastro no está disponible –dijo, adoptando la tonalidad más amable que su voz le permitía.

--Es una citación para la señorita Laie al calabozo de Ruña.

--¿Qué?

Laie no se lo explicaba. Podía ser asunto del inspector…

--Un preso solicita su ayuda. Su nombre es Dom.

Aquello era peor. ¿Es que ese chico iba a dar siempre tantos problemas?

--¿Dom? ¿Citándote a ti? Tienes que contarme muchas cosas –Poulei parecía casi tan sorprendido como ella.

Laie agradeció y despachó al policía lo más rápido que pudo mientras organizaba sus pensamientos.

--Hoy no tengo tiempo de dar explicaciones –-le espetó a Poulei. Ahora era él el que adoptó una mueca burlona. Laie le lanzó una mirada asesina y se puso más serio. Procedió a darle instrucciones--. Léete eso. El sobre está cifrado, ten cuidado. Cúbreme, di a mi hermanastra que paso el día contigo. Está ahora mismo espiándonos por la ventana de la cocina pensando que no me doy cuenta. Esperará algún beso o un chisme. Irá corriendo a recibirte. Aunque no explique lo que le cuentes muy bien a mis padrastros ellos se lo tomarán como algo habitual en ella. Se morirá de celos pero por lo menos mi familia no hará preguntas.

Poulei asintió con disciplina.

--Ya quisiera yo hacerlas.

 

 

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