domingo, 3 de enero de 2021

Capítulos 2 y 3 de "Ellas y lo que Realmente Pasó". (Nuevo proyecto)

 

“Usted es libre para hacer sus elecciones pero es prisionero de las consecuencias”

Pablo Neruda



2 VIOÑO

Cuando llegó a casa de sus abuelos en A Coruña, suspiró y se sintió aliviada. No obstante, no era momento para relajarse.

Odiaba manejarse con los aeropuertos y las aduanas. Más aún, con el trasporte al llegar al destino. Se acordó de un trabajo de becaria de apenas dos meses que había tenido hace años en un periódico madrileño. Su jefe siempre tenía a su secretaria para ocuparse de esos asuntos. A ella le haría falta algún tipo de asistente personal para lo mismo.

Total, llegó en punto pero aún cargando con la maleta de mañana temprana. Allí, agarró una antigua llave que hacía más de una década que no usaba pero estaba todavía en su llavero para dejar su maleta en casa de sus abuelos y, acto seguido (sus abuelos dormían), marchó al tanatorio de Vioño donde se velaba a su difunta mejor amiga de la infancia, Alisa.

Aquel día comenzaba la jornada con mucho calor para ser otoño en A Coruña. Las nubes perladas seguían adornando el cielo. Así que, más bien, hacía ese calor húmedo y de bochorno que tanto recordaba de esa ciudad.

Quién lo diría. El antiguo abandonado Vioño tenía dos tanatorios. Tuvo que utilizar mejor a “Siri” para encontrar el correcto. Y, quién lo diría, mientras llegaba cansada y con ganas de meterse un café en el cuerpo la primera persona que vio fue a Rosa.

 A lo lejos, iba con una niña de ocho años que le dio un beso y se marchó con un hombre fornido. Recordó que a Rosa siempre le habían gustado los hombres anchos que, para ella, eran como osos de peluche.

 Parecía feliz pero una sombra acechaba su rostro. Algo le hacía sentir mal en su perfecta vida. Sin embargo, cualquier cosa que hiciese esa mujer debía tener estilo. Como su modo de dejar a su familia perfecta para taconear con firmeza con un traje digno de la abogada del mejor bufete del mundo. Cosa que no le hacía falta, ya era alta por sí misma. Su pelo seguía siendo de un negro azabache y brillante que se removió con la aireada de la brisa de A Coruña.

Disimuladamente se quiso acercar a ella. Cuando se topó con sus ojos azul zafiro pareció pararse el tiempo. La impasible Rosa arqueó las cejas mientras que Davinia quiso relajar la situación y esbozó una gran sonrisa. No lo pudo evitar. Corrió con sus botas de tacón negras armando bastante ruido hacia ella. La abrazó. Parecía que no habían pasado más de diez años desde la última vez que se habían visto en persona. Todo era igual. Aunque ellas más viejas.

--¿Y tú… aquí?

La cantarina voz de su amiga le sonaba  a música.

--¿Cómo se te ocurre preguntarme eso?

Ambas rieron pero guardaron silencio pronto para ceñirse a las circunstancias. Se adentraron juntas al compás de sus tacones sobre el impoluto y reluciente suelo.

--Gracias por acudir enseguida –murmuró Rosa.

Davinia sonrió, menando la cabeza lentamente mientras analizaba diferentes caras conocidas de la ciudad que había visto en sus documentos de “copia y pega” que había ojeado durante el vuelo.

El listón se había superado.

Una aglomeración bastante amplia de gente dispar se encontraba en la sala principal. Algunos iban a otras salas. La gran mayoría velaban a Alisa. Y suspiró por haber “hecho los deberes en el avión”. Estaban allí presentes unas cuantas caras conocidas en el panorama coruñés.

--¿No ves a mucho pez gordo por aquí?

Rosa frunció el ceño.

--Yo no soy la periodista. Ilumíname.

--Está la alcaldesa, el conselleiro de cultura y, si he oído bien, un miembro del ministerio de ciencia –recitó Davinia.

--Como si fueran espías.

--No te rías. Aquí huele bien, descartando el tanatorio. Huele a noticia.

Rosa esgrimió una sonrisa de labios finos con un toque rosa.

--Claro. ¿Y qué tal va todo por Madrid?

--Ahora ando de aquí para allá… En fin.

Ella asentía, comprensiva.

--Supongo que no tienes un asentamiento fijo.

--Ni yo lo habría explicado mejor. Tú siempre me has entendido.

--Eso nunca cambiará. Puedes quedarte una temporada en mi casa, si quieres.

Davinia sintió que ese ofrecimiento que tanto agradecía por dentro significaba que aquellos tantos años sin verse no habían marchitado ni un ápice de su amistad.

--Estos días me quedaré en la casa de mis abuelos. Es lo que tengo en esta ciudad.

--¿Seguro?

Rosa arqueó una ceja perfilada y maquillada.

--Tengo unos ahorros por si hicieran falta. Aunque nunca suelo recurrir a ellos.

--Estupendo. Pero ya sabes, mi querida Davinia, que siempre puedes contar conmigo.

--Me las arreglo.

--Una chica con recursos en situación privilegiada.

--¿Hablas de ti o de mí?

Rosa cambió a un semblante distante mientras miraba su reloj de oro rosa.

--Disculpa, Davinia. He de hacer una llamada.

--¿Qué tal está la pequeña? –anticipó Davinia.

Aquellos ojos azules de Rosa relucieron más que nunca.

--Espero que puedas conocerla alguno de estos días.

--Ni lo dudes –confirmó, de corazón.

En vista de que su única conocida en el tanatorio estaba ocupada se dispuso a observar la situación. Sacó su teléfono móvil y, disimuladamente, hizo un breve vídeo panorámico sobre todo lo que había en el ambiente. Entonces, lo distinguió. Y le dolió. Se trataba del padre de Alisa. Aquel hombre tan recio y silencioso que ella recordaba estaba gritando en medio del vestíbulo, escandalizando a los asistentes. Tenía ojos ensangrentados y hundidos del llanto y unos grandes colores en sus mofletes que parecían signos de haberse pasado con el alcohol.

Sus ojos cerrados le recordaron a cuando habían fallecido sus padres. También los había cerrado pensando que se trataba de una pesadilla y, que cuando los abriese, seguirían vivos como siempre. Con lo bueno y con lo malo. Horas después se dio cuenta de que sus párpados eran un escondite y debía abrir los ojos a su nuevo futuro sin ellos y su nuevo destino, con sus macabros giros.

--¡A mi niña la mataron! ¡No ha sido un accidente! ¡¡¡Escondía muchas cosas!!!! ¡Y su madre nunca se hizo cargo del peligro! ¡Con su fantástica nueva vida en Oxford!

Cierta gente se alejaba. Otros lo querían calmar, pese a que Jose estaba exaltado y en él afloraban lágrimas desesperadas. Alisa quiso encarrilar la situación y se acercó con pisadas de tacón discretas hacia él. En cuanto llegó adonde se encontraba, habían conseguido que la fiera se hiciese un mohillo sentado y sollozando desconsoladamente. Sintió demasiada compasión. Demasiada lástima.

--Ha pasado tanto tiempo que no sé por dónde empezar.

Dijo Alisa mientras el resto de los presentes los dejaban solos. Lo más triste es que Jose asentía anegado en llanto mientras Davinia le dedicaba palabras tranquilizadoras. Pero sabía que había algo que lo animaría más.

--Jose, cuente con que yo le haga justicia a Alisa.

Su semblante la miró con nueva expresión. Frunció el ceño, desconcertado mientras sus ojos reflejaban un destello de esperanza.

--¿Tú eres?

--Davinia. Una de las mejores amigas de su hija hace ya catorce años.

--Te recuerdo. Estás mucho más guapa. Por favor, Davinia. Tienes que ayudarme.

--¿Qué dice la policía? –Preguntó ella, objetiva y profesional.

--Que ha sido un accidente en extrañas circunstancias. No me creo nada--. Davinia le tendió un pañuelo para que se sonase--. Por favor, ayúdame a hacer justicia a mi niña.

A Davinia le alentó esa reacción. Quizá no en ese momento pero tenía disposición a hablar.

--Cuente con eso. Aquí está mi tarjeta.

--¿Qué te voy a contar a ti con todo lo que has pasado? No sabes lo que te lo agradezco.

Vaya, sí que se acordaba de todo sobre ella. Tal y como era su desgracia de la adolescencia.

--Soy una luchadora y usted también lo es. Nunca lo olvide

Dos mujeres mayores se acercaron a Jose mientras Davinia se alejaba para echar una nueva ojeada a su redor. Avistó lo que quería.

Había unos guardias uniformados. Los ecos de sus pasos resonaban en la entrada del tanatorio. Fue directa hacia la mujer de ellos. Con cabello castaño recogido en una improvisada coleta. Alta y ancha, pero no gorda.

--¿Eres de la familia? –Fue lo primero que preguntó la guardia.

--Soy amiga de la infancia. Creo que podría ayudar con el caso.

La mujer agarró con una fuerza que no se esperaba a Davinia.

--Otra posible sospechosa –dijo profesionalmente al que parecía su superior.

--Tan sólo quiero hablar…

Se quedó durante unos instantes en blanco. ¿A qué venía esa reacción si no era a que realmente se trataba de un asesinato? Sin embargo, ¿por qué sospechar de ella? ¿Ya habría hecho alguien más preguntas fuera de lo normal?

--Disculpe, ¿podríamos charlar? Era íntimamente amiga de la fallecida y me ha afectado demasiado la noticia. De hecho, soy periodista.

--¿Quiere hablar? Acompáñeme a comisaría –terció el compañero.

Suspiró y quiso calibrar aquello como una oportunidad para poder sonsacar algo. Era inocente, al fin y al cabo. No podían hacerle ningún daño.

--¿Qué? Voy a buscarme una abogada –se hizo la indignada.

--Comprenda señorita que, debido a las circunstancias del deceso, estamos investigando al máximo número de gente allegada a la víctima que nos sea posible –aclaró la guardia, más amable.

Davinia se limitó a asentir guardando preguntas para más tarde. En mejor situación para sonsacar información.

Rosa se adelantaba a grandes zancadas con un experto dominio de sus tacones de aguja.

--Rose… --Murmuró Davinia.

--Rosa –la corrigió, seria.

--Rosa, te necesito. Necesito una abogada.

--Hace dos años que no ejerzo.

Davinia habló en voz baja para que tan sólo Rosa la oyera.

--Es una emergencia. Por favor, por los viejos años. Es nuestra oportunidad de averiguar algo. ¿No quieres llegar al meollo de la muerte de Alisa? Es como mi hermana.

--También lo era para mí. Está bien. Te acompañaré. Contigo me es imposible enfadarme.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

UNA LLAMADA DE TANTAS DENTRO DEL TANATORIO

--Parece que nadie piensa nada raro y ya hay alguno que está siendo interrogado. Yo estoy limpia aunque también tuve que hablar con la policía ayer.

--¿Nadie sospecha?

--Sólo su padre. Hay que conseguir que lo metan en un psiquiátrico. Tenéis que buscar faltas, indicios de su inestabilidad mental. Hoy montó un numerito en el tanatorio. Debe parecer que está incapacitado mentalmente durante una temporada y lo que cuente se lo tome la gente sólo como desvaríos de un chiflado.

--Entendido.



3 PROMESA

--¿Tengo acaso cara de asesina? ¡Hace pocas horas que he llegado a la ciudad! Mi billete desde Madrid era para las seis de la mañana en Barajas. Diría que tengo mejor que una buena coartada.

Ya se encontraban en la comisaría local. Solo había estado allí una vez en toda su vida. Había sido precisamente con Rosa. Le habían robado el teléfono móvil. Ya entonces apuntaba para abogada. Consiguió que se lo encontrasen y devolviesen en tres meses en lugar de dejarlo como parte de “objetos perdidos”.

--Denos sus pertenencias personales y vaya al servicio si quiere. Luego, debe esperar aquí.

Le mostraron una larga hilera de asientos duros y blancos con unos cuantos personajes de mal aspecto que esperaban su turno.

Resopló y fue al servicio.

Debería de preguntarse al mirar al espejo. ¿Qué haría una buena periodista que no estuviera cagada de miedo? Debía ser valiente. Perder es fácil. Con no hacer nada basta. Ganar conllevaba esfuerzo. Sería una necia leona que lucharía por su exclusiva y por la promesa que había hecho tanto a más gente como a sí misma. Tenía que ser más fuerte que nunca ahora que veía clara la envergadura de adónde le llevaba su borrosa visión de una posible buena tesis de doctorado en periodismo de investigación. Se lavó la cara con agua fría varias veces y volvió a reflejar su rostro en el espejo. Decidió maquillarse. Pintura de guerra ante lo que se venía encima. No sería débil. Hacía años que se había jurado tal afirmación.

Se imaginaba cómo sería la vida al otro lado de las celdas. Entre la libertad y la condena. Solo lo sabía por las historias de libros y películas. Por cada historia cambiaba la versión. Pero sabía que, desde luego, la libertad era lo mejor. Ella, que ya le temblaba el pulso por tan solo cada aduana que pasaba en un aeropuerto. La cárcel no era para Davinia. Ese día, a pesar de estar en comisaría, se propuso ser fuerte y firme. Lo peor ya había pasado. Al menos, eso creía.

Al salir la condujeron hasta una sala de interrogatorio. Los guardias que al final resultaron ser de la policía local se sentaron frente a Davinia en un escueto cuarto. Tras pedirle la identificación y los datos recurrentes parecía que el policía mayor revisaba todo lentamente. Su mente parecía algo que se cocinaba a fuego lento mientras que la de su compañera semejaba una olla exprés a presión. La susodicha carraspeó.

--Tenemos trabajo por hacer –dijo en tono cortante.

Apareció Rosa, anunciada por sus tacones e intervino.

--Y yo. Creo que suponéis que el caso de Alisa Souto es más que un accidente… un asesinato.

Davinia recordó que lo ideal en un interrogatorio era hacer preguntas en forma de afirmaciones. Les seguiría el juego. Si querían jugar, jugaría.

--¿Por qué está tan segura? –replicó tras un silencio el policía.

Davinia se hizo escuchar.

--Es evidente. Habéis reunido una larga lista de sujetos para que declaren. Eso no sucede en un simple accidente.

--¿Dónde vive? –preguntó como acostumbrado el agente.

--En Madrid.

--¿Qué hace aquí? –interrogó su compañera.

Negó con la cabeza mostrando indignación.

--Si necesita saberlo… ¿Va a detenerme por eso?

--La investigaremos por protocolo y luego le daremos respuesta.

Una chispa se encendía en los ojos de la agente.

--¿Es todo? –intervino Rosa antes de que a Davinia le diera tiempo a abrir la boca.

--Será necesario que nos cuente qué ha estado haciendo en las últimas cuarenta y ocho horas –recitó el agente mayor.

--Estupendo. Estaré encantada. Aquí ya tiene mi teléfono móvil con mis redes sociales que demuestran mis casi cuarenta y ocho horas de juerga entre otras tantas horas de sueño en mi piso de Madrid con fases de bloqueo de página en blanco ante un ordenador. Es que intento escribir una novela y mi tesis a la vez.

Se sumergieron en una larga pausa. Davinia dedujo que no conseguían encontrar lo que realmente buscaban: un culpable. Sus silencios eran cercanos a la estupidez.

--¿Ha sido un asesinato, verdad? –Rompió el mutismo Davinia--. Me parece que no tenéis nada. ¿Signos de agresión o violencia?

Las pausas de la policía eran ensordecedoras. Unos silencios que hablaban más de lo que callaban. Iba por buen camino o, si no, ya estaría metida en un calabozo o echada casi a patadas de comisaría.

--Comprenda que tenemos que tomar medidas de precaución –murmuró el agente.

--¿Hay alguien con quien pueda hablar antes de decidir sin seguir declarando? Yo, como periodista, tengo mis preguntas.

--Lo sabemos y la investigación prosigue. Sin embargo, no puedo revelarte nada más. ¿Qué es lo que tú buscas?

--La verdad.

--Como abogada, he de pedir que mi clienta guarde silencio hasta que lo considere oportuno. Dejadla en la sala de espera.

Se sentó, de nuevo en la apagada sala de asientos duros. Sudaba. Era un día demasiado cálido para un otoño en la costa atlántica. Sus tripas anunciaban ya el mediodía y no creía que le fueran a facilitar más que un soso sándwich mixto sin freír. Podría prescindir de la comida y posponerla unas horas. Otros asuntos apremiaban más que contentar a su estómago.

Al rato, Rosa salió y se la llevó a una esquina donde le habló en voz baja:

--Han decidido que estás libre. Que no eres una posible asesina.

--Qué alivio –ironizó Davinia--. Ya pensé que me iban a freír a preguntas.

Rosa no rio con su broma. La taladraba con sus ojos azules.

--Mírame bien. ¿Para qué has venido? ¿Para conseguir una noticia o porque realmente has sentido la pena de la muerte de Alisa?

Aquello causó un pinchazo de culpabilidad en el pecho de Davinia.

--Me duele que puedas sugerir tal cosa.

--Davinia…

--Ambas. Pero le he prometido a su padre. Jose, más parecido a un padre que el resto de su familia desde que los míos fallecieron, que le haría justicia. Él siempre cuidó de mí junto Alisa sin pedir ni un euro. Al igual que a ti. Sería más tarde pero así fue.

Y era sincera. Rosa suspiró y entrecerró los ojos, derrotada.

--Te creo. Siempre te tomabas las promesas muy en serio.

--Lo comprendes. Hasta fui yo quien nos hizo jurar con saliva en las manos que siempre estaríamos unidas.

Esta vez su amiga/abogada esbozó una sonrisa con sus finos labios.

--Vaya… lo recuerdo.

Davinia exhaló una risa ahogada en una pausa. Ya era hora de que les entrase la nostalgia y recordaran algo del pasado. Hasta el momento su reencuentro no había sido del todo agradable.

--Aceptan que colabores en la investigación como informante. Ellos te dan y tú les das. Información, vamos –la apremió Rosa.

A Davinia se le aceleró el corazón.

--Eso es que sospechan algo y tengo razón –dedujo mientras taconeaban por el pasillo de la comisaría.

--Eso es lo único que me han dicho en cuanto a ti. Y hasta ahí puedo decir. Mejor que tengas la boca cerrada y nos limitemos al trato.

Nada sucedería cómo había comenzado. No sería una simple tesis. Estaba implicada hasta el fondo. A este nuevo inicio le haría frente, supusiera lo que supusiera. Ahora, además de su tema periodístico, debía colaborar con la policía y hacer justicia tanto a Alisa como a su padre.

--Davinia… Está claro que es inocente pero no puedes ser tan “gallita” con los agentes. Sólo cumplen el protocolo del caso –le instó antes de entrar de nuevo en la sala de interrogatorio, seria de nuevo.

--De acuerdo, abogada –añadió con el acento de aquella película de hacía décadas. El Cabo del Miedo.

Rosa puso los ojos en blanco y respondió, armándose de paciencia:

--No has crecido nada. Intentaré que acaben con el interrogatorio lo antes posible.

Ya era momento de dejar de sentirse víctima e intentar adueñarse de la situación con madurez. La ayudarían si cooperaba con ellos. Lejos de ser un insulto era una oportunidad para averiguar más de lo que se había pensado. Jackpot.

Al entrar, ambas ocuparon sus sitios frente a los agentes. La agente tendió un documento a Davinia que ella agarró fuertemente, como si alguien fuera a arrebatárselo en cualquier momento y ella tuviese que impedirlo. Echó un ojo al título del documento. Lo primero, parecía ser un informe sobre el Centro de Física de A Coruña y una lista de actividades que Alisa tenía a cabo allí.

--Vais a tener que contarme porqué alguien iba a querer matar a Alisa –dijo, segura, Davinia.

A modo de respuesta, todos asintieron. El agente mayor se inclinó hacia ella con sus antebrazos bien dispuestos sobre la mesa.

--Tengo un dilema con ustedes, señoritas. En la escena del crimen, en su mayoría calcinada, hemos encontrado dos nombres grabados en la pared: los de ustedes. No son asesinas. Pero ya no se trata sólo de que la señorita Souto trame una investigación periodística. Es que la víctima confió en ustedes justo antes de su muerte. No tienen elección, señorita Naya y Señorita Wood para estar inmersas en la investigación. Quizás podáis ser unas posibles futuras víctimas, lo sospechamos pero lo desconocemos--. Pasó a tutearlas--. Sería más fácil para todos que os mostrarais receptivas mientras podáis.

 

 

 


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