“Usted es libre para hacer sus elecciones
pero es prisionero de las consecuencias”
Pablo Neruda
2 VIOÑO
Cuando llegó a casa de sus abuelos en A
Coruña, suspiró y se sintió aliviada. No obstante, no era momento para
relajarse.
Odiaba manejarse con los aeropuertos y las
aduanas. Más aún, con el trasporte al llegar al destino. Se acordó de un
trabajo de becaria de apenas dos meses que había tenido hace años en un
periódico madrileño. Su jefe siempre tenía a su secretaria para ocuparse de
esos asuntos. A ella le haría falta algún tipo de asistente personal para lo
mismo.
Total, llegó en punto pero aún cargando con
la maleta de mañana temprana. Allí, agarró una antigua llave que hacía más de
una década que no usaba pero estaba todavía en su llavero para dejar su maleta
en casa de sus abuelos y, acto seguido (sus abuelos dormían), marchó al
tanatorio de Vioño donde se velaba a su difunta mejor amiga de la infancia,
Alisa.
Aquel día comenzaba la jornada con mucho
calor para ser otoño en A Coruña. Las nubes perladas seguían adornando el
cielo. Así que, más bien, hacía ese calor húmedo y de bochorno que tanto
recordaba de esa ciudad.
Quién lo diría. El antiguo abandonado Vioño
tenía dos tanatorios. Tuvo que utilizar mejor a “Siri” para encontrar el
correcto. Y, quién lo diría, mientras llegaba cansada y con ganas de meterse un
café en el cuerpo la primera persona que vio fue a Rosa.
A lo
lejos, iba con una niña de ocho años que le dio un beso y se marchó con un
hombre fornido. Recordó que a Rosa siempre le habían gustado los hombres anchos
que, para ella, eran como osos de peluche.
Parecía
feliz pero una sombra acechaba su rostro. Algo le hacía sentir mal en su
perfecta vida. Sin embargo, cualquier cosa que hiciese esa mujer debía tener
estilo. Como su modo de dejar a su familia perfecta para taconear con firmeza
con un traje digno de la abogada del mejor bufete del mundo. Cosa que no le
hacía falta, ya era alta por sí misma. Su pelo seguía siendo de un negro
azabache y brillante que se removió con la aireada de la brisa de A Coruña.
Disimuladamente se quiso acercar a ella.
Cuando se topó con sus ojos azul zafiro pareció pararse el tiempo. La impasible
Rosa arqueó las cejas mientras que Davinia quiso relajar la situación y esbozó
una gran sonrisa. No lo pudo evitar. Corrió con sus botas de tacón negras
armando bastante ruido hacia ella. La abrazó. Parecía que no habían pasado más
de diez años desde la última vez que se habían visto en persona. Todo era
igual. Aunque ellas más viejas.
--¿Y tú… aquí?
La cantarina voz de su amiga le sonaba a música.
--¿Cómo se te ocurre preguntarme eso?
Ambas rieron pero guardaron silencio pronto
para ceñirse a las circunstancias. Se adentraron juntas al compás de sus
tacones sobre el impoluto y reluciente suelo.
--Gracias por acudir enseguida –murmuró Rosa.
Davinia sonrió, menando la cabeza lentamente
mientras analizaba diferentes caras conocidas de la ciudad que había visto en
sus documentos de “copia y pega” que había ojeado durante el vuelo.
El listón se había superado.
Una aglomeración bastante amplia de gente
dispar se encontraba en la sala principal. Algunos iban a otras salas. La gran
mayoría velaban a Alisa. Y suspiró por haber “hecho los deberes en el avión”.
Estaban allí presentes unas cuantas caras conocidas en el panorama coruñés.
--¿No ves a mucho pez gordo por aquí?
Rosa frunció el ceño.
--Yo no soy la periodista. Ilumíname.
--Está la alcaldesa, el conselleiro de
cultura y, si he oído bien, un miembro del ministerio de ciencia –recitó
Davinia.
--Como si fueran espías.
--No te rías. Aquí huele bien, descartando el
tanatorio. Huele a noticia.
Rosa esgrimió una sonrisa de labios finos con
un toque rosa.
--Claro. ¿Y qué tal va todo por Madrid?
--Ahora ando de aquí para allá… En fin.
Ella asentía, comprensiva.
--Supongo que no tienes un asentamiento fijo.
--Ni yo lo habría explicado mejor. Tú siempre
me has entendido.
--Eso nunca cambiará. Puedes quedarte una temporada
en mi casa, si quieres.
Davinia sintió que ese ofrecimiento que tanto
agradecía por dentro significaba que aquellos tantos años sin verse no habían
marchitado ni un ápice de su amistad.
--Estos días me quedaré en la casa de mis
abuelos. Es lo que tengo en esta ciudad.
--¿Seguro?
Rosa arqueó una ceja perfilada y maquillada.
--Tengo unos ahorros por si hicieran falta.
Aunque nunca suelo recurrir a ellos.
--Estupendo. Pero ya sabes, mi querida
Davinia, que siempre puedes contar conmigo.
--Me las arreglo.
--Una chica con recursos en situación
privilegiada.
--¿Hablas de ti o de mí?
Rosa cambió a un semblante distante mientras
miraba su reloj de oro rosa.
--Disculpa, Davinia. He de hacer una llamada.
--¿Qué tal está la pequeña? –anticipó
Davinia.
Aquellos ojos azules de Rosa relucieron más
que nunca.
--Espero que puedas conocerla alguno de estos
días.
--Ni lo dudes –confirmó, de corazón.
En vista de que su única conocida en el
tanatorio estaba ocupada se dispuso a observar la situación. Sacó su teléfono móvil
y, disimuladamente, hizo un breve vídeo panorámico sobre todo lo que había en
el ambiente. Entonces, lo distinguió. Y le dolió. Se trataba del padre de
Alisa. Aquel hombre tan recio y silencioso que ella recordaba estaba gritando
en medio del vestíbulo, escandalizando a los asistentes. Tenía ojos
ensangrentados y hundidos del llanto y unos grandes colores en sus mofletes que
parecían signos de haberse pasado con el alcohol.
Sus ojos cerrados le recordaron a cuando
habían fallecido sus padres. También los había cerrado pensando que se trataba
de una pesadilla y, que cuando los abriese, seguirían vivos como siempre. Con
lo bueno y con lo malo. Horas después se dio cuenta de que sus párpados eran un
escondite y debía abrir los ojos a su nuevo futuro sin ellos y su nuevo
destino, con sus macabros giros.
--¡A mi niña la mataron! ¡No ha sido un
accidente! ¡¡¡Escondía muchas cosas!!!! ¡Y su madre nunca se hizo cargo del
peligro! ¡Con su fantástica nueva vida en Oxford!
Cierta gente se alejaba. Otros lo querían
calmar, pese a que Jose estaba exaltado y en él afloraban lágrimas
desesperadas. Alisa quiso encarrilar la situación y se acercó con pisadas de
tacón discretas hacia él. En cuanto llegó adonde se encontraba, habían
conseguido que la fiera se hiciese un mohillo sentado y sollozando
desconsoladamente. Sintió demasiada compasión. Demasiada lástima.
--Ha pasado tanto tiempo que no sé por dónde
empezar.
Dijo Alisa mientras el resto de los presentes
los dejaban solos. Lo más triste es que Jose asentía anegado en llanto mientras
Davinia le dedicaba palabras tranquilizadoras. Pero sabía que había algo que lo
animaría más.
--Jose, cuente con que yo le haga justicia a
Alisa.
Su semblante la miró con nueva expresión.
Frunció el ceño, desconcertado mientras sus ojos reflejaban un destello de
esperanza.
--¿Tú eres?
--Davinia. Una de las mejores amigas de su
hija hace ya catorce años.
--Te recuerdo. Estás mucho más guapa. Por
favor, Davinia. Tienes que ayudarme.
--¿Qué dice la policía? –Preguntó ella,
objetiva y profesional.
--Que ha sido un accidente en extrañas
circunstancias. No me creo nada--. Davinia le tendió un pañuelo para que se
sonase--. Por favor, ayúdame a hacer justicia a mi niña.
A Davinia le alentó esa reacción. Quizá no en
ese momento pero tenía disposición a hablar.
--Cuente con eso. Aquí está mi tarjeta.
--¿Qué te voy a contar a ti con todo lo que
has pasado? No sabes lo que te lo agradezco.
Vaya, sí que se acordaba de todo sobre ella.
Tal y como era su desgracia de la adolescencia.
--Soy una luchadora y usted también lo es.
Nunca lo olvide
Dos mujeres mayores se acercaron a Jose
mientras Davinia se alejaba para echar una nueva ojeada a su redor. Avistó lo
que quería.
Había unos guardias uniformados. Los ecos de
sus pasos resonaban en la entrada del tanatorio. Fue directa hacia la mujer de
ellos. Con cabello castaño recogido en una improvisada coleta. Alta y ancha,
pero no gorda.
--¿Eres de la familia? –Fue lo primero que
preguntó la guardia.
--Soy amiga de la infancia. Creo que podría
ayudar con el caso.
La mujer agarró con una fuerza que no se
esperaba a Davinia.
--Otra posible sospechosa –dijo
profesionalmente al que parecía su superior.
--Tan sólo quiero hablar…
Se quedó durante unos instantes en blanco. ¿A
qué venía esa reacción si no era a que realmente se trataba de un asesinato?
Sin embargo, ¿por qué sospechar de ella? ¿Ya habría hecho alguien más preguntas
fuera de lo normal?
--Disculpe, ¿podríamos charlar? Era
íntimamente amiga de la fallecida y me ha afectado demasiado la noticia. De
hecho, soy periodista.
--¿Quiere hablar? Acompáñeme a comisaría
–terció el compañero.
Suspiró y quiso calibrar aquello como una
oportunidad para poder sonsacar algo. Era inocente, al fin y al cabo. No podían
hacerle ningún daño.
--¿Qué? Voy a buscarme una abogada –se hizo
la indignada.
--Comprenda señorita que, debido a las
circunstancias del deceso, estamos investigando al máximo número de gente
allegada a la víctima que nos sea posible –aclaró la guardia, más amable.
Davinia se limitó a asentir guardando
preguntas para más tarde. En mejor situación para sonsacar información.
Rosa se adelantaba a grandes zancadas con un
experto dominio de sus tacones de aguja.
--Rose… --Murmuró Davinia.
--Rosa –la corrigió, seria.
--Rosa, te necesito. Necesito una abogada.
--Hace dos años que no ejerzo.
Davinia habló en voz baja para que tan sólo
Rosa la oyera.
--Es una emergencia. Por favor, por los
viejos años. Es nuestra oportunidad de averiguar algo. ¿No quieres llegar al
meollo de la muerte de Alisa? Es como mi hermana.
--También lo era para mí. Está bien. Te
acompañaré. Contigo me es imposible enfadarme.
UNA LLAMADA DE TANTAS DENTRO DEL TANATORIO
--Parece que nadie piensa nada raro y ya hay
alguno que está siendo interrogado. Yo estoy limpia aunque también tuve que
hablar con la policía ayer.
--¿Nadie sospecha?
--Sólo su padre. Hay que conseguir que lo
metan en un psiquiátrico. Tenéis que buscar faltas, indicios de su
inestabilidad mental. Hoy montó un numerito en el tanatorio. Debe parecer que
está incapacitado mentalmente durante una temporada y lo que cuente se lo tome
la gente sólo como desvaríos de un chiflado.
--Entendido.
3
PROMESA
--¿Tengo
acaso cara de asesina? ¡Hace pocas horas que he llegado a la ciudad! Mi billete
desde Madrid era para las seis de la mañana en Barajas. Diría que tengo mejor
que una buena coartada.
Ya
se encontraban en la comisaría local. Solo había estado allí una vez en toda su
vida. Había sido precisamente con Rosa. Le habían robado el teléfono móvil. Ya
entonces apuntaba para abogada. Consiguió que se lo encontrasen y devolviesen
en tres meses en lugar de dejarlo como parte de “objetos perdidos”.
--Denos
sus pertenencias personales y vaya al servicio si quiere. Luego, debe esperar
aquí.
Le
mostraron una larga hilera de asientos duros y blancos con unos cuantos
personajes de mal aspecto que esperaban su turno.
Resopló
y fue al servicio.
Debería
de preguntarse al mirar al espejo. ¿Qué haría una buena periodista que no
estuviera cagada de miedo? Debía ser valiente. Perder es fácil. Con no hacer
nada basta. Ganar conllevaba esfuerzo. Sería una necia leona que lucharía por
su exclusiva y por la promesa que había hecho tanto a más gente como a sí
misma. Tenía que ser más fuerte que nunca ahora que veía clara la envergadura
de adónde le llevaba su borrosa visión de una posible buena tesis de doctorado
en periodismo de investigación. Se lavó la cara con agua fría varias veces y
volvió a reflejar su rostro en el espejo. Decidió maquillarse. Pintura de
guerra ante lo que se venía encima. No sería débil. Hacía años que se había
jurado tal afirmación.
Se
imaginaba cómo sería la vida al otro lado de las celdas. Entre la libertad y la
condena. Solo lo sabía por las historias de libros y películas. Por cada
historia cambiaba la versión. Pero sabía que, desde luego, la libertad era lo
mejor. Ella, que ya le temblaba el pulso por tan solo cada aduana que pasaba en
un aeropuerto. La cárcel no era para Davinia. Ese día, a pesar de estar en
comisaría, se propuso ser fuerte y firme. Lo peor ya había pasado. Al menos,
eso creía.
Al
salir la condujeron hasta una sala de interrogatorio. Los guardias que al final
resultaron ser de la policía local se sentaron frente a Davinia en un escueto
cuarto. Tras pedirle la identificación y los datos recurrentes parecía que el
policía mayor revisaba todo lentamente. Su mente parecía algo que se cocinaba a
fuego lento mientras que la de su compañera semejaba una olla exprés a presión.
La susodicha carraspeó.
--Tenemos
trabajo por hacer –dijo en tono cortante.
Apareció
Rosa, anunciada por sus tacones e intervino.
--Y
yo. Creo que suponéis que el caso de Alisa Souto es más que un accidente… un
asesinato.
Davinia
recordó que lo ideal en un interrogatorio era hacer preguntas en forma de
afirmaciones. Les seguiría el juego. Si querían jugar, jugaría.
--¿Por
qué está tan segura? –replicó tras un silencio el policía.
Davinia
se hizo escuchar.
--Es
evidente. Habéis reunido una larga lista de sujetos para que declaren. Eso no
sucede en un simple accidente.
--¿Dónde
vive? –preguntó como acostumbrado el agente.
--En
Madrid.
--¿Qué
hace aquí? –interrogó su compañera.
Negó
con la cabeza mostrando indignación.
--Si
necesita saberlo… ¿Va a detenerme por eso?
--La
investigaremos por protocolo y luego le daremos respuesta.
Una
chispa se encendía en los ojos de la agente.
--¿Es
todo? –intervino Rosa antes de que a Davinia le diera tiempo a abrir la boca.
--Será
necesario que nos cuente qué ha estado haciendo en las últimas cuarenta y ocho
horas –recitó el agente mayor.
--Estupendo.
Estaré encantada. Aquí ya tiene mi teléfono móvil con mis redes sociales que
demuestran mis casi cuarenta y ocho horas de juerga entre otras tantas horas de
sueño en mi piso de Madrid con fases de bloqueo de página en blanco ante un
ordenador. Es que intento escribir una novela y mi tesis a la vez.
Se
sumergieron en una larga pausa. Davinia dedujo que no conseguían encontrar lo
que realmente buscaban: un culpable. Sus silencios eran cercanos a la
estupidez.
--¿Ha
sido un asesinato, verdad? –Rompió el mutismo Davinia--. Me parece que no
tenéis nada. ¿Signos de agresión o violencia?
Las
pausas de la policía eran ensordecedoras. Unos silencios que hablaban más de lo
que callaban. Iba por buen camino o, si no, ya estaría metida en un calabozo o
echada casi a patadas de comisaría.
--Comprenda
que tenemos que tomar medidas de precaución –murmuró el agente.
--¿Hay
alguien con quien pueda hablar antes de decidir sin seguir declarando? Yo, como
periodista, tengo mis preguntas.
--Lo
sabemos y la investigación prosigue. Sin embargo, no puedo revelarte nada más.
¿Qué es lo que tú buscas?
--La
verdad.
--Como
abogada, he de pedir que mi clienta guarde silencio hasta que lo considere
oportuno. Dejadla en la sala de espera.
Se
sentó, de nuevo en la apagada sala de asientos duros. Sudaba. Era un día
demasiado cálido para un otoño en la costa atlántica. Sus tripas anunciaban ya
el mediodía y no creía que le fueran a facilitar más que un soso sándwich mixto
sin freír. Podría prescindir de la comida y posponerla unas horas. Otros
asuntos apremiaban más que contentar a su estómago.
Al
rato, Rosa salió y se la llevó a una esquina donde le habló en voz baja:
--Han
decidido que estás libre. Que no eres una posible asesina.
--Qué
alivio –ironizó Davinia--. Ya pensé que me iban a freír a preguntas.
Rosa
no rio con su broma. La taladraba con sus ojos azules.
--Mírame
bien. ¿Para qué has venido? ¿Para conseguir una noticia o porque realmente has
sentido la pena de la muerte de Alisa?
Aquello
causó un pinchazo de culpabilidad en el pecho de Davinia.
--Me
duele que puedas sugerir tal cosa.
--Davinia…
--Ambas.
Pero le he prometido a su padre. Jose, más parecido a un padre que el resto de
su familia desde que los míos fallecieron, que le haría justicia. Él siempre
cuidó de mí junto Alisa sin pedir ni un euro. Al igual que a ti. Sería más
tarde pero así fue.
Y
era sincera. Rosa suspiró y entrecerró los ojos, derrotada.
--Te
creo. Siempre te tomabas las promesas muy en serio.
--Lo
comprendes. Hasta fui yo quien nos hizo jurar con saliva en las manos que
siempre estaríamos unidas.
Esta
vez su amiga/abogada esbozó una sonrisa con sus finos labios.
--Vaya…
lo recuerdo.
Davinia
exhaló una risa ahogada en una pausa. Ya era hora de que les entrase la
nostalgia y recordaran algo del pasado. Hasta el momento su reencuentro no
había sido del todo agradable.
--Aceptan
que colabores en la investigación como informante. Ellos te dan y tú les das.
Información, vamos –la apremió Rosa.
A
Davinia se le aceleró el corazón.
--Eso
es que sospechan algo y tengo razón –dedujo mientras taconeaban por el pasillo
de la comisaría.
--Eso
es lo único que me han dicho en cuanto a ti. Y hasta ahí puedo decir. Mejor que
tengas la boca cerrada y nos limitemos al trato.
Nada
sucedería cómo había comenzado. No sería una simple tesis. Estaba implicada
hasta el fondo. A este nuevo inicio le haría frente, supusiera lo que
supusiera. Ahora, además de su tema periodístico, debía colaborar con la
policía y hacer justicia tanto a Alisa como a su padre.
--Davinia…
Está claro que es inocente pero no puedes ser tan “gallita” con los agentes.
Sólo cumplen el protocolo del caso –le instó antes de entrar de nuevo en la
sala de interrogatorio, seria de nuevo.
--De
acuerdo, abogada –añadió con el acento de aquella película de hacía décadas. El
Cabo del Miedo.
Rosa
puso los ojos en blanco y respondió, armándose de paciencia:
--No
has crecido nada. Intentaré que acaben con el interrogatorio lo antes posible.
Ya
era momento de dejar de sentirse víctima e intentar adueñarse de la situación
con madurez. La ayudarían si cooperaba con ellos. Lejos de ser un insulto era
una oportunidad para averiguar más de lo que se había pensado. Jackpot.
Al
entrar, ambas ocuparon sus sitios frente a los agentes. La agente tendió un
documento a Davinia que ella agarró fuertemente, como si alguien fuera a
arrebatárselo en cualquier momento y ella tuviese que impedirlo. Echó un ojo al
título del documento. Lo primero, parecía ser un informe sobre
el Centro de Física de A Coruña y una lista de actividades que Alisa tenía a cabo
allí.
--Vais
a tener que contarme porqué alguien iba a querer matar a Alisa –dijo, segura,
Davinia.
A
modo de respuesta, todos asintieron. El agente mayor se inclinó hacia ella con
sus antebrazos bien dispuestos sobre la mesa.
--Tengo
un dilema con ustedes, señoritas. En la escena del crimen, en su mayoría
calcinada, hemos encontrado dos nombres grabados en la pared: los de ustedes.
No son asesinas. Pero ya no se trata sólo de que la señorita Souto trame una
investigación periodística. Es que la víctima confió en ustedes justo antes de
su muerte. No tienen elección, señorita Naya y Señorita Wood para estar
inmersas en la investigación. Quizás podáis ser unas posibles futuras víctimas,
lo sospechamos pero lo desconocemos--. Pasó a tutearlas--. Sería más fácil para
todos que os mostrarais receptivas mientras podáis.
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